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(Aracataca, Colombia, 1927 - México D.F., 2014) Novelista colombiano, premio Nobel
de Literatura en 1982 y uno de los grandes maestros de la literatura universal. Gabriel
García Márquez fue la figura fundamental del llamado Boom de la literatura
hispanoamericana, fenómeno editorial que, en la década de 1960, dio proyección
mundial a las últimas hornadas de narradores del continente.
En todos ellos era palpable la superación del realismo y una renovación de las técnicas
narrativas que entroncaba con la novela europea y estadounidense de entreguerras
(Kafka, Joyce, Proust, Faulkner); García Márquez sumó a ello su portentosa fantasía y
sus insuperables dotes de narrador, patentes en la obra que representa la culminación
del realismo mágico: Cien años de soledad (1967).
Incubada durante casi veinte años y redactada en dieciocho meses, Cien años de
soledad recrea a través de la saga familiar de los Buendía la peripecia histórica de
Macondo, aldea imaginaria fundada por los primeros Buendía que es el trasunto de su
localidad natal y, al mismo tiempo, de su país y del continente. De perfecta estructura
circular, la novela alza un mundo propio, recreación mítica del mundo real de
Latinoamérica, de un modo que ha venido a llamarse «realismo mágico» por el
encuentro constante de lo real con motivos y elementos fantásticos. Así, en el relato de
la fundación del pueblo, de su crecimiento, de su participación en las guerras civiles
que asolan el país, de su explotación por parte de una compañía bananera
estadounidense, de las revoluciones y contrarrevoluciones subsiguientes y de la
destrucción final de la aldea (que confluye con la extinción de la estirpe de sus
fundadores, condenada desde el principio a "cien años de soledad"), se entrelazan con
toda naturalidad sueños premonitorios, apariciones sobrenaturales, pestes de
insomnio, diluvios bíblicos y toda clase de sucesos mágicos, todo ello narrado en una
prosa riquísima, fluida y cautivadora que hacen de la lectura un asombro y un placer
inacabables.
Por otra parte, se deben también al novelista peruano importantes aportaciones críticas
y hondas reflexiones sobre el oficio de escribir, como su teoría sobre los "demonios
interiores", que intenta explicar la escritura como un acto de expulsión, por parte del
creador, de los elementos de la conciencia capaces de incubar perturbaciones que sólo
el hecho de escribir puede exorcizar. La concesión del Nobel de Literatura en 2010
coronó una trayectoria ejemplar.
Mario Vargas Llosa pasó su infancia entre Cochabamba (Bolivia) y las ciudades
peruanas de Piura y Lima. El divorcio y posterior reconciliación de sus padres se
tradujo en frecuentes cambios de domicilio y de colegio; entre los catorce y los dieciséis
años estuvo interno en la Academia Militar Leoncio Prado, escenario de su novela La
ciudad y los perros. A los dieciséis años inició su carrera literaria y periodística con el
estreno del drama La huida del Inca (1952), pieza de escaso éxito.
Poco después ingresó en la Universidad de San Marcos de Lima, donde cursó estudios
de literatura. Desempeñó múltiples trabajos para poder vivir sin abandonar sus
estudios: desde redactor de noticias en una emisora de radio hasta registrador en el
Cementerio General de Lima. En 1955, el escándalo que provocó al casarse
clandestinamente con su tía política Julia Urquidi (episodio que inspira la novela La tía
Julia y el escribidor) agravó aún más su situación, y hubo de recurrir a algunos amigos
para aliviar su penosa situación doméstica.
En la capital peruana fundó Cuadernos de Composición (1956-1957), junto con Luis
Loayza y Abelardo Oquendo, y luego la Revista de Literatura (1958-1959), erigiéndose
en estas publicaciones como abanderado de un grupo que reaccionaba contra la
narrativa social y documentalista de aquel entonces. A finales de los años 50 pudo
finalmente viajar y establecerse en Europa, donde empezó a trabajar en la Radio
Televisión Francesa y fue profesor en el Queen Mary College de Londres.
Publicó su primera obra, Los jefes (1959), con veintitrés años apenas, y con la novela
La ciudad y los perros (1963) se ganó ya un prestigio entre los escritores que por aquel
entonces gestaban el inminente «boom» literario iberoamericano. Vargas Llosa
acabaría figurando entre los autores esenciales de aquel fenómeno editorial, y se le
situó por su relevancia en primera línea, junto a narradores de la talla del colombiano
Gabriel García Márquez, los mexicanos Juan Rulfo y Carlos Fuentes, los argentinos
Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Ernesto Sábato, los cubanos José Lezama Lima y
Guillermo Cabrera Infante o el uruguayo Mario Benedetti.
La labor de Mario Vargas Llosa como crítico literario se refleja en ensayos como García
Márquez: historia de un deicidio (1971) y La orgía perpetua: Flaubert y Madame Bovary
(1975). En 1976, con José María Gutiérrez, codirigió la versión cinematográfica de su
novela Pantaleón y las visitadoras. En 1977 fue nombrado miembro de la Academia
Peruana de la Lengua y profesor de la cátedra Simón Bolívar en Cambridge.
En el terreno político, su ideario sufrió con los años profundas mutaciones. El rechazo
visceral a toda dictadura y el acercamiento a la democracia cristiana caracterizaron su
juventud; en los años 60 pasó desde un explícito apoyo a la Revolución cubana del
Che Guevara y Fidel Castro hasta un progresivo distanciamiento del comunismo,
llegando a la ruptura definitiva con el gobierno de Fidel Castro (1971) a raíz del llamado
Caso Padilla.
Vargas Llosa en la campaña presidencial de 1990
Con el tiempo acabó convertido en un firme defensor del liberalismo, aunque sin
renunciar a los avances sociales conseguidos por el progresismo, y en los 80 llegó a
participar activamente en la política de su país. Impulsor del partido Frente
Democrático, cuyo programa combinaba el neoliberalismo con los intereses de la
oligarquía tradicional peruana, Mario Vargas Llosa se presentó como cabeza de lista en
las elecciones peruanas de 1990, en las que fue derrotado por Alberto Fujimori.
Sus novelas posteriores, excepción hecha de la más ambiciosa de todas, La guerra del
fin del mundo (1981, agudo retrato de la heterogeneidad sociocultural de América
Latina), abandonaron el designio de labrar "novelas totales" que hasta entonces lo
obsesionaba, y optaron por la reelaboración (irónica o transgresora) de formas o
géneros subliterarios o extraliterarios, planteando con gran frecuencia una reflexión
sobre los límites de la realidad y la ficción que recrea aspectos de la literatura fantástica
y el experimentalismo narrativo, sin caer en ellos totalmente: la farsa, en Pantaleón y
las visitadoras (1973); el melodrama, en La tía Julia y el escribidor (1977); la política-
ficción anticipatoria, en Historia de Mayta (1984); el relato de crimen y misterio, en
¿Quién mató a Palomino Molero? (1986) y Lituma en los Andes (1993); la narrativa
erótica, en Elogio de la madrastra (1988) y Los cuadernos de don Rigoberto (1997); y la
política, en La fiesta del chivo (2000).
Obra narrativa
Su producción narrativa se inició en 1959 con los cuentos de Los jefes y alcanzó
resonancia internacional con la novela La ciudad y los perros (1963, premio Biblioteca
Breve de 1962), reflejo y denuncia de la organización paramilitar del Colegio Leoncio
Prado, donde el autor había realizado sus estudios secundarios. El ambiente cerrado y
opresivo de aquel colegio militar de Lima parece compendiar toda la violencia y
corrupción del mundo actual; los "perros" del título son los alumnos del primer año,
sometidos a crueles novatadas por parte de los mayores.
Tales recursos se emplean también en parte en Los cachorros (1967), cuyo asunto, un
internado, nos remite en su fase inicial a la temática de La ciudad y los perros; y en
Conversación en La Catedral (1969), amplio retablo histórico-político del Perú (con
sugerencias de libelo contra el régimen del dictador peruano Manuel Odría) compuesto
a través de los diálogos sostenidos entre un periodista y el guardaespaldas negro de un
dictador. Tales diálogos tienen lugar en "La Catedral", nombre del modesto bar de Lima
en el que comparten sus vidas fracasadas.
En las dos novelas siguientes, Vargas Llosa pareció renunciar a los grandes temas
para abordar una vía más lúdica, en busca de nuevas posibilidades para su narrativa.
Pantaleón y las visitadoras (1973) es una sátira humorística de la burocracia militar que
añade a su siempre lúcida visión del poder un componente brutal y grotesco,
emparentable con el esperpento hispano. La tía Julia y el escribidor (1977), acaso
influida por los relatos del argentino Manuel Puig, desarrolla en contrapunto las
vivencias sentimentales y el mundo de los seriales radiofónicos.
La guerra del fin del mundo (1981), en cambio, pretende ser de nuevo una obra "total".
En ella abordó la problemática social y religiosa de Hispanoamérica a través del relato
de una revuelta de fondo mesiánico; la obra se inspira en un clásico del periodismo
brasileño de principios de siglo, el libro Os Sertões de Euclides da Cunha, a partir del
cual reconstruye y elabora la trama novelesca.
Su novela Lituma en los Andes (1993) mereció el Premio Planeta; un año después
recopiló sus colaboraciones periodísticas en Desafíos a la libertad (1994). En 1997
apareció su novela erótica Los cuadernos de don Rigoberto, en la misma línea de su
anterior Elogio de la madrastra (1988). En la tradición de la novela de dictadores,
Vargas Llosa publicaría también una obra ambiciosa y total, La fiesta del chivo (2000),
en la que reconstruye con absoluta maestría la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo en
la República Dominicana. Seis años después dio a la imprenta Travesuras de la niña
mala (2006), una historia entre lo cómico y lo trágico en la que el amor se muestra
dueño de mil caras. El héroe discreto (2013) es por ahora su novela más reciente.
Ensayo y teatro
Aparte de su obra narrativa, Vargas Llosa ha desarrollado una sostenida labor crítica y
es autor de originales y profundos estudios sobre diversos autores y cuestiones
literarias. Entre ellos destacan García Márquez: historia de un deicidio (1971), dedicado
a una singular interpretación del autor de Cien años de soledad; La orgía perpetua:
Flaubert y Madame Bovary (1975), sobre el novelista francés Gustave Flaubert, el gran
estilista del realismo; La verdad de las mentiras (1990), una colección de ensayos
sobre veinticinco novelistas contemporáneos; La utopía arcaica: José María Arguedas y
las ficciones del indigenismo (1996), donde analiza la vida y obra José María Arguedas;
Cartas a un novelista (1997), una especie de propedéutica de la novela, dirigida
especialmente a escritores jóvenes, y El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos
Onetti (2008), donde analiza en profundidad la vida y la obra del escritor uruguayo Juan
Carlos Onetti .
Su incursión en el teatro, aunque menos exitosa, ha sido frecuente: La señorita de
Tacna (1981), Kathie y el hipopótamo (1983), La chunga (1986), El loco de los
balcones (1993), Ojos bonitos, cuadros feos (1996), Odiseo y Penélope (2007) y Al pie
del Támesis (2008) son las piezas dramáticas que ha publicado hasta hoy y en las que
explora, preferentemente, destinos individuales. Los tres volúmenes de Contra viento y
marea (1983-1990) recogen una selección de sus crónicas, artículos y otros trabajos
periodísticos. En 1993 apareció El pez en el agua, libro de memorias en el que traza un
doble relato: las peripecias de su campaña presidencial en 1990 y un recuento desde
su infancia hasta el momento en que decide partir a Europa para consagrarse a la
escritura.
Carlos Fuentes
(Ciudad de Panamá, 1928 - México, 2012) Narrador y ensayista mexicano, uno de los
escritores más importantes de la historia literaria de su país. Figura fundamental del
llamado boom de la novela hispanoamericana de los años 60, el núcleo más importante
de su narrativa se situó del lado más experimentalista de los autores del grupo y
recogió los recursos vanguardistas inaugurados por James Joyce y William Faulkner
(pluralidad de puntos de vista, fragmentación cronológica, elipsis, monólogo interior),
apoyándose a la vez en un estilo audaz y novedoso que exhibe tanto su perfecto
dominio de la más refinada prosa literaria como su profundo conocimiento de los
variadísimos registros del habla común.
A los veintiséis años se dio a conocer como escritor con el volumen de cuentos Los
días enmascarados (1954), que fue bien recibido por la crítica y el público. Se advertía
ya en ese texto el germen de sus preocupaciones: la exploración del pasado
prehispánico y de los sutiles límites entre realidad y ficción, así como la descripción del
ambiente ameno y relajado de una joven generación confrontada con un sistema de
valores sociales y morales en decadencia.
La disección y crítica de la masa social del país (en la medida en que la ciudad incluye
al campo al absorber las migraciones de campesinos depauperados) es la propuesta
programática de la obra, y abarca desde los desheredados hasta los nuevos burgueses
"que no saben qué cosa hacer con su dinero", desprovistos de cualquier inquietud
cultural y sin otra clase que se les oponga. El dominio que muestra Fuentes de los
distintos registros lingüísticos de cada clase social proporciona verismo a su retrato y
convierte la novela en una magistral obra polifónica.
Los continuos saltos temporales (dentro de un dilatado periodo que abarca desde los
años previos a la Revolución mexicana hasta el presente) y la irregularidad con que
aparecen los personajes, con frecuencia a través del monólogo interior, dan a la
narración una apariencia desordenada y anárquica; externamente, la novela está
dividida en tres partes desproporcionadas que engloban capítulos distribuidos sin
simetría. Sin embargo, en ningún momento se pierde el hilo de la narración, lo que
demuestra el especial cuidado que pone el autor en la estructura.
La estructura de la novela está presidida por la circularidad: se abre con estas palabras
de Ixca Cienfuegos y se cierra con "La región más transparente del aire". Este
concepto circular, tan ligado al de la repetición, se observa en varios niveles de la
novela y es básico para la tarea de enhebrar los numerosos elementos de esta obra y
para sostener su simbolismo. Así, sobresale el que aglutina la muerte de varios
personajes (el final de sus ciclos vitales).
Otro factor siempre presente en la obra es que el sacrificio ritual, como la Revolución,
cuyos ideales yacen ya enterrados en el olvido, sacrificó no a todos sino a los de
siempre, para mantener o encumbrar en su sitio a los mismos. En ausencia de
cualquier valor, los personajes son figurantes de un teatro vacío; los pobres, los
macehuales, están fatalmente destinados a permanecer enclavados en la región más
transparente del aire: dentro de la miseria, sin porvenir, fuera de la historia, sin nombre.
Pero el relato, en el que destacan un amor juvenil de Artemio que coincide con los días
entusiastas de la revolución, su posterior matrimonio por interés y sin amor en tiempos
de la institucionalización y un amor clandestino de la madurez con el que intenta
rehabilitarse espiritualmente, perdería gran parte de su autoridad de no ser por la forma
con que Fuentes ha sabido arroparlo.
El último de todos ellos, que se remonta a 1889, cuando Artemio vino al mundo, no es
fruto de su pensamiento ni forma parte de la película de su vida que presencia mientras
agoniza, sino obra del autor. Una última tríada, a la cual correspondería el fatídico
número trece, queda truncada de repente por la muerte de Artemio tras la sola
intervención del "yo" y el "tú". Así termina sus días el viejo caudillo mexicano; su
historia simboliza la historia colectiva de su país, en cuyo intento de transformación
revolucionaria participó, al que luego (como hicieron muchos otros) inevitablemente
traicionó, y al que también corresponde buena parte de responsabilidad en sus
destinos.
Obra posterior
Entre las dos novelas mencionadas, sin embargo, se sitúa una obra de andadura
realista y tradicional: Las buenas conciencias (1959), que cuenta la historia de una
familia burguesa de Guanajuato. Esas obras iniciales cimentaron un ciclo denominado
por el autor "La edad del tiempo", obra en constante progreso a la que se fueron
sumando diversos volúmenes. Espíritu versátil y brillante, Fuentes tendió a abordar en
obras ambiciosas y extensas (a veces incluso monumentales) una temática de hondo
calado histórico y cultural; la novela es concebida entonces con máxima amplitud,
como un sistema permeable capaz de integrar elementos en apariencia dispersos pero
dotados de poder evocativo o reconstructor.
Son de destacar, en este sentido, Cambio de piel (1967), con las abundantes
divagaciones a que se abandonan cuatro personajes ante el espectáculo de una
pirámide de Cholula. Zona sagrada (1967) retrata la difícil relación entre una diva del
cine nacional y su hijo. Terra Nostra (1975), novela muy extensa que muchos
consideraron inabordable, es probablemente su obra más ambiciosa y compleja; en ella
llevó al límite la exploración de los orígenes del ser nacional y de la huella española (el
ejercicio del poder absoluto por parte de Felipe II) en las colonias de América.
Su experimentalismo narrativo fue menguando con el curso de los años, como se hizo
perceptible en Diana o la cazadora solitaria (1994), breve novela que recontaba su
tormentosa relación con la actriz Jean Seberg. A pesar de ello agregó a su obra títulos
interesantes como Constancia y otras novelas para vírgenes (1990), El naranjo o los
círculos del tiempo (1993) y La frontera de cristal (1995), conjunto de historias
centradas en la línea divisoria que separa a México de Estados Unidos.
Posteriormente publicó Los años con Laura Díaz (1999), Instinto de Inez (2001), La silla
del águila (2003), Todas las familias felices (2006), La voluntad y la fortuna (2008) y
Adán en Edén (2009). Ensayista, editorialista de prestigiosos periódicos y crítico
literario, escribió también obras de teatro, como El tuerto es rey (1970) y Orquídeas a la
luz de la luna (1982). Una inteligencia atenta al presente y sus inquietudes, el profundo
conocimiento de la psicología del mexicano y una cultura de alcance universal hacen
de su obra un punto de referencia indispensable para el entendimiento de su país. En
1987 fue galardonado con el Premio Cervantes, en 1994 con el Premio Príncipe de
Asturias de las Letras, y en 2008 recibió la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica.
Julio Cortázar
(Bruselas, 1914 - París, 1984) Escritor argentino, una de la grandes figuras del llamado
«boom» de la literatura hispanoamericana, fenómeno editorial que, en la década de
1960, dio merecida proyección internacional a los narradores del continente.
Emparentado con Borges como inteligentísimo cultivador del cuento fantástico, los
relatos breves de Cortázar se apartaron sin embargo de la alegoría metafísica para
indagar en las facetas inquietantes y enigmáticas de lo cotidiano, en una búsqueda de
la autenticidad y del sentido profundo de lo real que halló siempre lejos del
encorsetamiento de las creencias, patrones y rutinas establecidas. Su afán renovador
se manifiesta sobre todo en el estilo y en la subversión de los géneros que se verifica
en muchos de sus libros, de entre los cuales la novela Rayuela (1963), con sus dos
posibles órdenes de lectura, sobresale como su obra maestra.
Tras completar sus estudios primarios, siguió los de magisterio y letras y durante cinco
años fue maestro rural. Pasó más tarde a Buenos Aires, y en 1951 viajó a París con
una beca. Concluida ésta, su trabajo como traductor de la UNESCO le permitió
afincarse definitivamente en la capital francesa. Por entonces Julio Cortázar ya había
publicado en Buenos Aires el poemario Presencia con el seudónimo de «Julio Denis»,
el poema dramático Los reyes y la primera de sus series de relatos breves, Bestiario,
en la que se advierte la profunda influencia de Jorge Luis Borges.
En la década de 1960, Julio Cortázar se convirtió en una de las principales figuras del
llamado «boom» de la literatura hispanoamericana y disfrutó del reconocimiento
internacional. Su nombre se colocó al mismo nivel que el de los grandes protagonistas
del «boom»: Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, los mexicanos Juan Rulfo y
Carlos Fuentes, los cubanos José Lezama Lima y Guillermo Cabrera Infante, los
uruguayos Juan Carlos Onetti y Mario Benedetti o sus compatriotas Jorge Luis Borges
y Ernesto Sábato, entre otros. A diferencia de Borges, Cortázar sumó a su sensibilidad
artística su preocupación social: se identificó con las clases marginadas y estuvo muy
cerca de los movimientos de izquierdas.
En este sentido, su viaje a la Cuba de Fidel Castro en 1962 constituyó una experiencia
decisiva en su vida y el detonante de un radical cambio de actitud que influiría
profundamente en su vida y en su obra: el intelectual introvertido que había sido hasta
entonces devendrá activista político. Merced a su concienciación social y política, en
1970 se desplazó a Chile para asistir a la ceremonia de toma de posesión como
presidente de Salvador Allende y, más tarde, a Nicaragua para apoyar al movimiento
sandinista. Como personaje público, Julio Cortázar intervino con firmeza en la defensa
de los derechos humanos, y fue uno de los promotores y miembros más activos del
Tribunal Russell.
Como parte de este compromiso escribió numerosos artículos y libros, entre ellos
Dossier Chile: el libro negro, sobre los excesos del régimen del general Pinochet, y
Nicaragua, tan violentamente dulce, testimonio de la lucha sandinista contra la
dictadura de Anastasio Somoza, en el que incluyó el cuento Apocalipsis en
Solentiname y el poema Noticias para viajeros. Tres años antes de morir adoptó la
nacionalidad francesa, aunque sin renunciar a la argentina. Falleció en París el 12 de
febrero de 1984, poco después de enviudar de su segunda mujer, Carol Dunlop.
Como en Jorge Luis Borges, sus relatos ahondan en lo fantástico, aunque sin
abandonar por ello el referente de la realidad cotidiana: de hecho, la aparición de lo
fantástico en la vida cotidiana muestra precisamente la abismal complejidad de lo
"real". Para Cortázar, la realidad inmediata significa una vía de acceso a otros registros
de lo real, donde la plenitud de la vida alcanza múltiples formulaciones. De ahí que su
narrativa constituya un permanente cuestionamiento de la razón y de los esquemas
convencionales de pensamiento.
Aunque su primer libro fueron los poemas de Presencia (1938, firmados con el
seudónimo de «Julio Denis»), seguidos por Los reyes, una reconstrucción igualmente
poética del mito del Minotauro, esta etapa se considera en general la prehistoria
cortazariana, y suelen darse como inicio de su bibliografía los relatos que integraron
Bestiario (1951), publicados en la misma fecha en la que inició su exilio. A esta tardía
iniciación (se acercaba por entonces a los cuarenta años) suele atribuirse la perfección
de su obra, que desde esa entrega no contendrá un solo texto que pueda considerarse
menor.
Cabe señalar, además, una singularidad inaugurada en simultáneo con esa entrega:
las sucesivas recopilaciones de relatos de Cortázar conservarían esa especie de
perfección estructural casi clasicista, dentro de los cánones del género. El resto de su
producción (novelas extraordinariamente rupturistas y textos misceláneos) se aleja
hasta tal punto de las convenciones genéricas que es difícilmente clasificable. De
hecho, buena parte de la crítica aprecia más su faceta de cuentista impecable que la de
prosista subversivo.
Los cuentos
En el ámbito del cuento, Julio Cortázar es un exquisito cultivador del género fantástico,
con una singular capacidad para fusionar en sus relatos los mundos de la imaginación
y de lo cotidiano, obteniendo como resultado un producto altamente inquietante.
Ilustración de ello es, en Bestiario (1951), un cuento como "Casa tomada", en el que
una pareja de hermanos percibe cómo, diariamente, su amplio caserón va siendo
ocupado por presencias extrañas e indefinibles que terminan provocando, primero, su
confinamiento dentro de la propia casa, y, más tarde, su expulsión definitiva.
Lo mismo podría decirse a propósito de Las armas secretas (1959), entre cuyos
cuentos destaca "El perseguidor", que tiene por protagonista a un crítico de jazz que ha
escrito un libro sobre un célebre saxofonista borracho y drogadicto. Cuando se dispone
a preparar la segunda edición del mismo, Jonnhy, el saxofonista, quiere exponerle sus
opiniones acerca de su propia música y el libro, pero, en realidad, no le cuenta nada;
no parece que tenga nada profundo que decir, como tampoco lo tiene el autor del libro,
por lo que, muerto Jonnhy, la segunda edición únicamente se diferencia de la primera
por el añadido de una necrológica.
En los cuentos de Final del juego (1964), encontramos algunas de las descripciones
más crueles de Cortázar, como por ejemplo "Las ménades", una auténtica pesadilla;
pero también hay sátiras, como ocurre en "La banda", en el que su protagonista,
cansado del sistema imperante en su país (clara alusión al peronismo), se destierra
voluntariamente, como Cortázar hizo a París en 1951. En "Axolotl", tras contemplar
diaria y obsesivamente un ejemplar de estos anfibios en un acuario, el narrador del
cuento se ve convertido en uno más de ellos, recuperando de tal manera el tema del
viejo mito azteca.
De Todos los fuegos el fuego (1966), compuesto por otros ocho relatos, hay que
destacar "La autopista del Sur", historia de un amor nacido durante un
embotellamiento, cuyos protagonistas, que no se han dicho sus nombres, son
arrastrados por la riada de vehículos cuando el atasco se deshace y no vuelven ya
nunca a encontrarse. Impresionante es asimismo el cuento que da título a la colección,
en el que se mezclan admirablemente una historia actual con otra ocurrida cientos de
años atrás.
En los también ocho cuentos de Octaedro (1974), lo fantástico vuelve a mezclarse con
la vida de los hombres, casi siempre en el momento más inesperado de su existencia.
Más cercanas a lo cotidiano y abiertas a la normalidad son sus tres últimas colecciones
de relatos, Alguien que anda por ahí (1977), Queremos tanto a Glenda y otros relatos
(1980) y Deshoras (1982), sin que por ello dejen de estar presentes los temas y
motivos que caracterizan su producción.
Pero es precisamente lejos del relato corto donde reside la huella revolucionaria e
irrepetible que Julio Cortázar dejó en la literatura en lengua española, desde su novela
inicial (Los premios, 1960) hasta la amorosa despedida textual de Nicaragua, tan
violentamente dulce (1984). El momento álgido de esta propuesta innovadora que
aniquilaba las convenciones genéricas fue la escritura de Rayuela (1963).
Protagonizada por un álter ego de Cortázar, Horacio Oliveira, Rayuela narra el itinerario
de un intelectual argentino en París (primera parte) y luego en Argentina (segunda
parte), para agregar, en la tercera parte y al modo de misceláneas, una serie de
anotaciones, recortes periodísticos, poemas y citas que pueden intercalarse en la
lectura de las dos primeras, según el recorrido que decida el lector, a partir de los dos
que propone el autor.