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Cristina Peri Rossi

El libro de mis primos (fragmento) – (1969)

"Después, como a las dos horas, empezó a garuar, despacio, pero este
agua no venía del cielo, como la de lluvia, sino de una niebla espesa que
lo cubrió todo, el jardín, los árboles, el campo, los invernaderos, la
planta alta de la casa, y en ella se diluyeron, esfumándose, las ramas, los
pájaros, las nubes, hasta las cosas que siempre teníamos próximas y era
habitual ver. Esto lo contemplamos desde el altillo todos los primos, que
estábamos reunidos para jugar. Cómo una gran masa de niebla empezó a
avanzar, a invadirnos, a inundarnos, caminando suavemente por el
camino y por el aire, tragándose a cada paso a cada bocanada de humo
algo de nuestro alrededor; primero fueron los grandes árboles, hundidos,
sepultados en la niebla, de modo que nada se les veía, nada quedó
afuera, y si alguien hubiera pasado por allí, bien podría haberse dado un
buen golpe con ellos, porque no se les veía nada, ni las raíces, ni el
cuello, ni la garganta, ni las ramas, ni las hojas, ni los frutos; después le
tocó el turno a las estatuas, que se sumergieron en la niebla lentamente,
difuminándose, primero la cabeza, después el tronco, luego un pie,
entrando poco a poco en esa sólida niebla que avanzaba como un barco
visto de lejos, segura y firmemente; una estatua entraba un pie en la
niebla, luego un brazo, hasta desaparecer en la bruma, en la marea que
se lo tragaba todo, serena, mansamente, dueña de un poderosísimo
silencio, augusto y solemne. Yo nunca había oído un silencio así. No
había oído jamás un silencio de ésos. Las cosas se introducían en la
niebla en medio de un silencio desolador sobrecogedor y universal,
como si el mundo se estuviera perdiendo sin ruidos. "

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