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Anne Perkins: Mi cita con mi último cigarro.

Ya estaba enganchada a mitad de mi segundo cigarro. Desde ese día, empecé a fumar al menos 20
cigarrillos al día, casi todos los días durante los 26 años siguientes. Fumaba Woodbine pequeños , finos y
amargos, los Senior Service de mi padre, que se pegaban a los labios y soltaban hebras constantemente
porque no tenían filtro o tabaco negro de España que te rompe la garganta como si te estuvieras
comiendo cuchillas de afeitar. Prefería Malboro, pero en verdad me fumaria lo que sea. Fumabamos en
todos lados. En el metro, en los trenes, en aviones, en el trabajo, en el cine y claramente en los pubs y
en la cama. Bajo presión, me encendería un cigarro antes de terminar el anterior. Ç

La mayoría de la gente eran asombrosamente tolerantes con sus amigos que llegan envueltos en una
nube de humo. Lentamente, inexorablemente el clima se calmó. El equilibrio entre el numero de amigos
que fuman y que no , ha cambiado. En el trabajo pusieron carteles de no fumar y pusieron zonas de
fumadores, malolientes ceniceros del tamaño de un armario, que, sin pretenderlo, provocaban una
aversión terapéutica al tabaco.

Junto a esta metamorfosis cultural, vino la personal de la maternidad. Hay quien dice que ser padres te
da un sentido de inmortalidad genética. Yo, por razones no obvias, me obsesione no solo por la
fragilidad de mi hijo sino también por la mía. Me preocupaba ansiosamente con los indicios de cualquier
enfermedad. En particular, cuando el corazón me latía rápidamente sin la necesidad de haber hecho
ningún esfuerzo. Era hora de dejar de fumar.

Antes de este momento de compromiso, lo había intentado más veces. Leí y releí un libro de hipnosis.
Mantuve unas semanas decpcionantes, buscando lugares secretos en los que fumar a escondidas. Me di
cuenta de lo que ansiaba no era fumar, sino poder fumar.

Debí leer en algún lado que un truco para dejar de fumar era fijarse una fecha para el último cigarrillo.
Así que lo hice. Tenía que ser en un aniversario de boda como regalp para mi marido. Un par de ideas
surgieron en mi cabeza: Como disfrutaban los no fumadores sin la necesidad de la nicotina. Y
reinventarte a ti mismo: tu no eres alguien que ha dejado de fumar, eres un no fumador!.

Funcionó tremendamente bien. En la fecha marcada, me fumé mi último piti. Al apagarlo, anuncié que
ya no era fumadora. Obviamente lo dejé pero no del todo. Después de un año o dos, dejé de mendigar a
los fumadores por una calada de nicotina gratis. Ahora, incluso he dejado de decirme a mi misma que
cuando llegue el momento , me pondré mi copa de vino y me encenderñe un cigarro. Se que el cigarrillo
me sabría fatal y que ya no sabría donde comprarlos.

Estoy pensando en reemplazar el vino. Pero todavía no.

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