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CUENTO: Aromas de la vida

Todo empezó porque metí la pata. Hace muchos años me prometí a mi misma no hacer esto,
pero no pude contenerme. Lo hice.
Desde pequeña mi madre y mi padre me decían: “no creas todo lo que veas, Jazmín, ni creas
todo lo que oyes”. Y como mi nombre es de una flor perfumada, yo entendí que el mensaje
era: “cree solamente lo que huelas”. Así que me enfoqué en desarrollar mi olfato, y de
chiquita, me la pasaba oliendo todo. Olía cualquier cosa que se hubiera cerca. Y así aprendí
sobre el mundo. Olfateando. He desarrollado mi olfato al nivel de un sabueso. Puedo oler a
alguien a muchos quilómetros de distancia. Sé si a dos cuadras una persona enciende fuego,
o si la vecina de tres casas más allá no se ha bañado”. “También puedo reconocer quién ha
estado en un lugar, porque todos dejamos nuestros aromas impregnados por todas partes”.
Al principio me parecía divertido. Porque me convertía en una especie de maga. “Estuviste
con Daniela” - le decía a una amiga recién llegada. Y todos pensaban que yo era adivina.
Pero con el tiempo, y la adultez, las personas comenzaron a molestarse. “Me estás
espiando?” preguntaban con mucha desconfianza.
A mí me daba vergüenza revelar que no era ninguna maga, sino simplemente una especie de
perro olfateando. Así que decidí firmemente, no usar nunca más esa capacidad para revelar
nada.
Además, con los años me resultó cansador oler tanto. Porque los olores se conectan
directamente con mi cerebro, mis pensamientos e ideas, haciendo que los días sean
agotadores. Millones de imágenes circulan por minuto dentro de mi cabeza, traídas por los
olores: cientos o miles de aromas que nadie percibe, se atropellan entrando por mis narinas
directo al cerebro. Huelo la pena, huelo el odio, huelo el hambre y la felicidad.

Esta capacidad me ha dado algunas ventajas, pero pocas. Siempre supe cuando alguien me
mentía, porque las personas emiten un olor especial cuando mienten. Pero en general, ha
sido agotador y no satisfactorio, porque la marea de emociones que despierta el olfato es
más amplia, diversa e intensa que ninguna. Cuando quiero descansar, tengo que usar
tapones en la nariz.

La semana pasada, estaba en la feria y sentí un olor desconocido. Me llamó la atención,


porque ya soy vieja y conozco millones de olores. Presté atención y rápidamente detecté el
origen. Un señor mayor, de mi edad más o menos, caminaba lentamente, deteniéndose cada
pocos pasos. Su olor era parecido al de la gripe, pero tenía un toque sutil que lo
diferenciaba. Supe que ese hombre estaba enfermo, y me enterneció pensar que
seguramente era abuelo y padre, y que bien podía disfrutar unos años más de su vida.
Yo soy vieja, sabe? Y a pesar de mi pobreza, me gusta vivir.
Así que me acerqué e inventé una mentira piadosa: “Señor, soy doctora y por lo que veo,
usted está cursando una enfermedad. Le recomiendo que consulte a su médico tan pronto
como pueda”.
Después de decirlo, quedé en silencio esperando el reproche, y ya arrepentida de haberme
inmiscuido en la vida de otra persona. Pero el hombre agradeció: “Sí! Gracias doctora! Hoy
me levanté más cansado que de costumbre. Lo atribuí a mis años. Pero debe ser algo más.
Voy a hablar con mi médico a ver qué dice”.
Y después viene la historia que Ud ya conoce, señor periodista. A los pocos días suena el
teléfono de mi casa, y cuando atiendo me preguntan: “Hablo con la señora que detecta el
COVID?”.
Y al otro día, tenía como diez entrevistas agendadas en los medios, y solicitudes de todo tipo
– desde aeropuertos hasta organizadores de fiestas me llamaban.
Creo que voy a morir rica. Como no doy abasto con la demanda, decidí subir el precio de
mis servicios. Pero aun así, me contratan.
Me pregunto qué era lo que mis padres querían decir con sus advertencias. Ahora estoy casi
segura de que no tenían nada que ver con el olfato, pero ya lo ve... un error tras otro, me
han traído hasta aquí.

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