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Universidad Autónoma de Honduras

Del Valle de Sula

“Estado de necesidad, Revolución y Gobierno de


Facto”
Sección:
10.00
Catedrático(a):
Abogado. Mario Roberto García Fajardo
Asignatura:
Teoría de la Constitución
Periodo I
Jueves, 22 de Abril 2021, San Pedro Sula, Cortés, Honduras.

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Al respecto establecíamos que se debía entender por estado de necesidad, “una
situación de conflicto entre dos bienes jurídicos, en la que la salvación de uno de
ellos exigía el sacrificio de otro” lo anterior supone que el bien jurídico que se trata
de salvar esté en inminente peligro de ser destruido y además ha de ser real y
objetivo, no pudiendo ser supuesto y siendo el único camino posible para salvarlo.
Junto a los presupuestos anteriores deben quedar bien probados por parte de quien
invoca el estado de necesidad los requisitos siguientes:
 Que el mal causado no es mayor que el que se pretende evitar.

 Que la situación de necesidad no haya sido provocada intencionalmente por


el sujeto.
 Que el necesitado no tenga, por su oficio o cargo, obligación de sacrificarse.
La defensa de la junta de comandantes aduce que se justifican los ilícitos de abuso de
autoridad y de expatriación ilegal por que actuaron para evitar una convulsión social, y que
demostraban lo anterior con documentación que probaba que Zelaya Rosales estaba
promoviendo una consulta popular ilegal y que la práctica de dicha consulta se realizaría
(tiempo futuro) a pesar de las órdenes judiciales.

Efectivamente, las órdenes judiciales están para obedecerse y cumplirse, mal haría el
presidente Zelaya Rosales cuando se presente a los tribunales, basar su defensa de las
acusaciones del Ministerio Público, en un estado de necesidad, precisamente ante una orden
judicial que obligaba a la junta de comandantes a capturar y poner a la orden judicial para
su declaración al presidente Zelaya Rosales, los obedientes y no deliberantes (junta de
comandantes) decidieron no obedecer la orden judicial y deliberar al respecto, interpretando
de manera distinta la resolución judicial, expulsando del país al presidente Zelaya Rosales,
en una clara violación del precepto constitucional.
Parte de la pruebas presentadas por la defensa, consistió en prueba documental denominada
“Peligro Real e Inminente” para tal propósito fue defendida por un perito experto (oficial
del ejército) especialista en seguridad interior, que intentó demostrar que si el presidente era

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dejado en el país, se corría el riesgo de una convulsión social, al respecto sostengo que esa
deliberación no le tocaba realizarla a la junta de comandantes, ya que desde el punto de
vista jurídico era una posibilidad que no tenía la categoría de inminencia, precisamente el
juez que giró la orden de captura por alguna consideración de especializados o expertos
envió la orden judicial a las fuerzas armadas y no a la policía nacional, como lo establece la
legislación procesal penal vigente, implicaba entonces que en el momento de la captura, la
hora, modo y situación eran superiores en efectivos y conocimiento para realizar la orden
judicial, los efectivos militares, mientras los seguidores del presidente Zelaya Rosales
ignoraban lo que sucedía en esos precisos momentos, por lo tanto los videos presentados
como medios de prueba, fue lo que sucedió después de la expulsión del presidente hacia
Costa Rica y por lo tanto es evidente el no cumplimiento de los presupuestos y requisitos
del estado de necesidad, es más las explicaciones brindadas por expertos de los ejércitos de
Latinoamérica en seguridad interior para justificar acciones en contra de la población civil,
son los mismos argumentos que han dado los expertos oficiales de los ejércitos de Chile y
Argentina en los tiempos de las dictaduras militares para violar sistemáticamente los
derechos humanos en contra de la población civil.
[DP] Causa eximente de responsabilidad criminal por la que una persona para proteger un
bien jurídico y evitar un mal propio o ajeno que suponga peligro actual, inminente, grave,
injusto, ilegítimo, e inevitable de otra forma legítima, menoscaba otro bien jurídico cuyo
daño no puede ser mayor al que intenta evitar, siempre y cuando el mal que intenta evitar
no haya sido provocado intencionadamente por el propio sujeto y éste no tenga obligación
de sacrificarse por razón de su oficio o cargo. Ej.: agente de policía que golpea a un
detenido que se encuentra esposado para evitar que se autolesione. iSSt CP, art. 20.5.°
Eximentes.

(Derecho Penal) Hecho justificativo que excluye la responsabilidad penal de aquel que se
encontró ante la obligación de realizar un acto catalogado como delictivo para neutralizar
un peligro.
(Derecho Civil) y (Derecho Administrativo) Véase Necesidad.
Derecho Penal

Podemos definir el estado de necesidad como aquél en el que no existe otro remedio que la
vulneración del interés jurídicamente protegido de un tercero ante una situación de peligro
actual de los intereses propios, así mismo, tutelados por el Derecho. Son, pues, dos notas
las que caracterizan el estado de necesidad:

a) Colisión de bienes jurídicamente protegidos.

b) Inevitabilidad del mal ocasionado.

Su diferencia de la legítima defensa, que es otra situación que responde a un principio


general y genérico de necesidad, es clara: en ella existe una agresión ilegítima determinante
de la pugna de intereses, mientras que en el estado de necesidad la colisión de intereses

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proviene de una situación de hecho sin que exista ilicitud inicial.

En cuanto a su fundamento, y transcendiendo el estado de necesidad del ámbito puramente


penal, no es de extrañar que se hayan formulado numerosas teorías. Así las que hablan de
decaimiento de la Ley Positiva ante la Natural, la que la basan en el instinto de
conservación etc.
El Derecho moderno sigue la Teoría Objetiva de la Colisión de Bienes o Derechos de
BERNER que permite asentar jurídicamente, de modo correcto, el estado de necesidad. Así,
y siguiendo el principio del interés preponderante, en que se basa esta eximente, se afirma
que, cuando exista colisión entre bienes o derechos desiguales el Estado debe proteger el
derecho superior o más valioso; por tanto, el que sacrifica un derecho inferior para salvar
otro de mayor importancia, no será castigado. Si los derechos en conflicto son iguales no
puede hablarse de justificación, sino sólo de inculpabilidad ya que lo que fundamenta aquí
la irresponsabilidad del agente es la inexigibilidad de conducta distinta. Así, existen dos
clases de estado de necesidad:

a) Estado de Necesidad Justificante. Se produce cuando están en conflicto bienes


desiguales.

b) Estado de Necesidad Exculpante. Se produce cuando entran en conflicto bienes de igual


valor.

No hay verdadero estado de necesidad ni, en consecuencia, causa de justificación o


inculpabilidad cuando concurren bienes desiguales y el que actúa es el titular o el defensor
del bien menor.
Las consecuencias de ambas formas son diferentes. En el primer caso se trata de una causa
de justificación y ello trae los efectos propios de estas eximentes. En el segundo caso, al ser
una causa de inculpabilidad, se da una inmediata responsabilidad civil, legítima defensa etc.
La única especialidad es que en el caso de estado de necesidad justificante se produce
también responsabilidad civil, que no queda excluida junto a la responsabilidad criminal
para todos los partícipes en el hecho. Así, el art. 118.1.3.ª C.P., todavía con excesiva
fidelidad a la redacción del Código de 1870 que sólo contemplaba esta eximente en relación
a los delitos contra el patrimonio, establece que en el caso del núm. 5 del art. 20 serán
responsables civiles directos las personas en cuyo favor se haya precavido el mal, en
proporción al perjuicio que se les haya evitado, si fuera estimable o, en otro caso, en la que
el Juez o Tribunal establezca según su prudente arbitrio. Cuando las cuotas de que deba
responder el interesado no sean equitativamente asignables por el Juez o Tribunal, ni
siquiera por aproximación, o cuando la responsabilidad se extienda a las Administraciones
Públicas o a la mayor parte de una población y, en todo caso, siempre que el daño se haya
causado con asentimiento de la autoridad o de sus agentes, se acordará, en su caso, la
indemnización en la forma que establezcan las leyes y reglamentos especiales.

No obstante, el fundamento de esta responsabilidad civil no deriva del estado de necesidad

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justificante, sino del principio de gestión de negocios ajenos o, más propiamente, del
enriquecimiento sin causa (ANTÓN ONECA), ya que el civilmente responsable es la
persona en cuyo favor se haya precavido el mal y la indemnización corresponde al titular de
los bienes jurídicos salvados, sea o no el autor del hecho. Nuestra jurisprudencia sigue este
punto de vista (S.T.S. 24 de enero de 1995).

Es de resaltar que el legislador no ha tipificado expresamente la doble modalidad del estado


de necesidad, justificante y exculpante, ya que ante la existencia de algunos partidarios de
la teoría monista en nuestra doctrina (GIMBERNAT) ha preferido no decantarse
expresamente por una opción doctrinal concreta. No obstante el precepto tan sólo
presentaría dificultades para una intelección monista del mismo.
En cuanto al ámbito, según el Código, comprende:

- El auxilio propio, que es el supuesto en el que el titular del bien superior atacado lesiona
otro.

- El auxilio necesario, que es el caso en que el sujeto atacante es un tercero que actúa en
protección del bien jurídico ajeno (S.T.S. 5 de diciembre de 1994). Parte minoritaria de la
doctrina entiende que el auxilio necesario no queda comprendido en el estado de necesidad
exculpante y sólo en el justificante.

El estado de necesidad viene definido y regulado en el art. 20.5 C.P., según el cual está
exento de responsabilidad criminal el que, en estado de necesidad, para evitar un mal
propio o ajeno lesione un bien jurídico de otra persona o infrinja un deber, siempre que
concurran determinados requisitos. Estos son:

1.º Que exista un verdadero estado de necesidad. Es decir, una situación acuciante de
conflicto entre dos bienes jurídicos que además requiera de modo inevitable para su
resolución la lesión o puesta en peligro de uno de ellos. Ello implica la imposibilidad de
acudir a otros medios para remediar la situación que padece el sujeto y el consiguiente
criterio subsidiario en la apreciación de la eximente (S.T.S. 23 de octubre de 1995 o A.T.S.
8 de mayo de 1996).

El conflicto que subyace el estado de necesidad debe ser apreciado objetivamente ya que el
error sobre esto determina la existencia de eximente putativa, si bien no se excluyen del
todo determinados factores subjetivos en la valoración que hace el sujeto de dicha
situación, siempre que no afecten a la configuración básicamente objetiva de la realidad de
la situación, que la jurisprudencia requiere que sea angustiosa o perentoria. El Tribunal
Supremo exige, así mismo, el requisito de necesidad o inevitabilidad del acto
interpretándolo actualmente en el sentido de que, en caso de inacción, el mal que se evita se
hubiera producido sin que haya otro medio normal de evitarlo atendidas las circunstancias
del hecho y del sujeto. Ello responde a la idea de que la inevitabilidad no puede ser exigida
en términos tan absolutos que desconozcan estas circunstancias valorativas o la eximente
sería, así, de imposible aplicación. Aunque la necesidad del acto se exija de un modo

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absoluto e inmediato, dicen la SS.T.S. 8 de junio de 1994 y 30 de septiembre de 1994, la
valoración de este requisito no puede hacerse tan sólo con criterios objetivos sin tener en
cuenta el estado anímico de la persona actuante.

2.º Que el mal causado no sea mayor que el que se trate de evitar. Ha de concurrir, por
tanto, un mal que la jurisprudencia (SS.T.S. 22 de abril de 1983; 30 de octubre de 1994 o 9
de junio de 1995) exige que sea: real y efectivo; grave, atendida la importancia de los
bienes amenazados; inminente, siempre que el alejamiento en el tiempo pueda suponer
posibilidad de precaver el mal al bien mayor sin necesidad de tener que conculcar el menor,
y, sobre todo, proporcionado a la situación, es decir, que el mal que se cause no sea mayor
que el que se trata de impedir, lo que repugnaría la lógica más elemental.

El principal problema que se plantea es, pues, el del exceso en el estado de necesidad.
Ofrece dos posibilidades:

- Que el mal ocasionado sea mayor que el que se trata de evitar conociéndolo el sujeto tal
circunstancia, caso éste en el que, todo lo más, pudiera concurrir en algunos casos eximente
incompleta del art. 21.1 C.P.

- El estado de necesidad putativo que luego veremos.

Para la valoración del mal deberá atenderse preferentemente a los criterios del propio
Código que se expresan fundamentalmente a través de la gravedad de las penas, pero sin
excluir la que resulte de la comparación de los bienes en conflicto con los valores
constitucionales que ampara la norma penal y teniendo en cuenta la inminencia de los
males que concurren.

3.º Que la situación de necesidad no haya sido provocada intencionadamente por el sujeto.
El conflicto no ha de ser intencionalmente provocado. Ello excluye los supuestos en que la
situación de necesidad ha sido causada por el sujeto mediante dolo, aunque sea eventual.
Son compatibles, pues, aquellas situaciones de necesidad nacidas de conductas fortuitas o
culposas del sujeto. La intencionalidad habrá de estar referida al resultado y no entenderse
como voluntariedad de la conducta, pues, como es sabido, en el actuar imprudente sólo la
conducta es querida, no así el resultado.

En caso de auxilio necesario de un tercero en una situación de necesidad provocada por el


que la padece, al referirse, como recuerda FERRER SAMA, la exigencia del Código al
sujeto actuante, al no ser el tercero actuante el causante de la situación de peligro, debe
quedar cubierto por la eximente.

4.º No tener el necesitado obligación de sacrificarse por su cargo u oficio. La obligación o


deber habrán de estar jurídicamente impuestos, bien por la ley, bien por contrato y se
refiere a la exigencia impuesta al sujeto por ese deber de soportar los riesgos o peligros que
entraña la situación de necesidad y en la medida que tal deber se lo imponga. La carga que
se impone al sujeto tiene como fundamento la posibilidad de preservar el bien en peligro
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mediante la actuación del sujeto. Si con esto no fuera objetivamente posible salvaguardar el
bien, este requisito no podría exigirse. Tampoco se aplica este requisito al auxilio necesario,
aunque, como recuerda RODRÍGUEZ DEVESA, el beneficiario tuviera que sacrificarse.

5.º El animus conservationis. Se extrae este requisito de la necesidad de actuar «para evitar
una mal propio o ajeno» que determina el art. 20.5. Consiste en la intención del sujeto
actuante de salvaguardar el bien jurídico superior atacado.
En cuanto a modalidades o grados de esta eximente distinguimos:

1) Eximente incompleta.- Se produce cuando no concurre alguno de los requisitos que


integran el estado de necesidad, lo que provoca, según el sistema del Código, la
degradación de la eximente a atenuante por ministerio del art. 21.1 C.P., generalmente en
calidad de muy calificada, como se desprende del art. 68 C.P. No obstante, hay que precisar
lo siguiente:

a) Si falta el propio estado o situación de necesidad, es decir, el requisito implícito en el art.


20.5 C.P. de conflicto entre diversos bienes jurídicos de modo que sea inevitable acudir a la
realización del mal que implica el delito para librarse del mal que amenaza, porque no hay
otro medio de impedir este último; la situación de necesidad desaparece por falta de base
fáctica y no puede apreciarse ni eximente ni atenuante. Este punto de vista es
invariablemente seguido por nuestra jurisprudencia (SS.T.S. 27 de diciembre de 1994; 1 de
marzo de 1995; 30 de mayo de 1995, 16 de junio de 1996 o 28 de marzo de 1996).

b) Igualmente, si el sujeto obra impulsado por otros móviles diferentes a salvaguardar el


bien mayor atacado no puede apreciarse tampoco la eximente ni como completa ni como
incompleta (SS.T.S. 20 de marzo de 1991 y 25 de abril de 1994). La ausencia de animus
conservationis excluye la exención.

c) Caso de faltar cualquiera de los demás requisitos, estamos ante el caso de la eximente
incompleta. Si el sujeto cree erróneamente que su acción es inevitable estamos ante un
estado de necesidad putativo, no ante una eximente incompleta.
2) Estado de necesidad putativo.- Se produce en el caso de concurrir en el sujeto agente la
creencia errónea de hallarse en situación de necesidad cuando realmente no es así. Se
trataría de un típico error de prohibición. Puede ofrecer tres supuestos según el extremo
sobre el que verse el error del sujeto:

a) Inexistencia de peligro del bien jurídicamente protegido, pese a la creencia errónea del
sujeto. Se ha de aplicar el art. 14.3 C.P. y, por tanto, si el error es invencible, queda
excluida la culpabilidad. No sería, pues, causa de justificación, pero sí de inculpabilidad y,
si es vencible, se aplicaría la pena inferior en uno o dos grados.

b) Posibilidad de salvaguardar el bien jurídicamente protegido por medios no dañosos o


perjudiciales. La solución es idéntica a la del caso anterior por aplicación del art. 14.3 C.P.

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c) Causación de un mal mayor. La solución sería idéntica a la de los casos anteriores.

No obstante, como algunos autores prefieren y ha considerado la jurisprudencia en


ocasiones, se produciría en muchos supuestos de estado de necesidad no un error de
prohibición, sino un error de tipo al recaer el error sobre alguno de los elementos de hecho
de la eximente. Tal sería el caso de los tres supuestos acabados de exponer. La cuestión
tiene trascendencia ya que, al aplicar el art. 14.1 C.P., en caso de error vencible si no hay
prevista comisión imprudente del delito en concreto la conducta quedaría impune, al igual
que si el error hubiera sido invencible o que en el caso de eximente simple no putativa.
Tampoco se puede considerar la posibilidad de configurar el estado de necesidad putativo
como un caso de error sobre un hecho calificante de la infracción ya que ello, en base al art.
14.2 C.P., impediría su aplicación. Ello suprimiría la eximente putativa, intención de la que
el legislador está muy lejos, y la consiguiente falta de efectos de la misma, que no podría
ser más injusta.

Por último, sólo cabe recordar que el llamado «hurto famélico» es hoy, superadas
polémicas doctrinales ya muy antiguas, considerada como un supuesto o modalidad de
estado de necesidad.

La doctrina que hemos expuesto es de aplicación al Derecho Penal Militar por ministerio de
los arts. 9 C.P. y 5 y 21 C.P.M., así como al resto de Derechos Penales Especiales por
ministerio, en cada caso, de los arts. 9 C.P.; 2.1 Ley 209/1964 de 24 de diciembre, Penal y
Procesal de la Navegación Aérea (modificada por L.O. 1/1986 de 8 de enero); art. 138 L.O.
5/1985 de 19 de julio de Régimen Electoral General o D.F. 1.ª,1 L.O. 12/1995 de 12 de
diciembre de Reprensión del Contrabando (V. atenuantes, circunstancias; error; eximentes
de la responsabilidad criminal; responsabilidad criminal).

Es uno de los supuestos cualificados de modificación de la responsabilidad que puede


configurarse como eximente. Aparece como tal cuando alguien, impulsado por un estado de
necesidad, y para evitar un mal propio o ajeno, lesiona un bien jurídico de otra persona o
infringe un deber, concurriendo, además, los siguientes requisitos: que el mal causado no
sea mayor que el que se trate de evitar; que la situación de necesidad no haya sido
provocada intencionadamente por el sujeto; y que el afectado por el estado de necesidad no
tenga, por su oficio o cargo, obligación de sacrificarse. Cuando el estado de necesidad se
aplica para evitar un mal ajeno, se habla de auxilio necesario, que se regula como el estado
de necesidad. Aunque el estado de necesidad no suele aplicarse para excusar conductas
delictivas que tienden a remediar situaciones de un mal socioeconómico, se admite la
referida eximente en el hurto famélico o acto contra la propiedad impulsado por el hambre.

Código penal, artículo 8


REVOLUCION

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Qué es una Revolución:

Revolución es un cambio social organizado, masivo, intenso, repentino y generalmente


no exento de conflictos violentos para la alteración de un sistema político,
gubernamental o económico. Procede del latín revolutĭo, -ōnis.

Revolución es usado como sinónimo de 'inquietud', 'revuelo' o 'alboroto' y por otro lado es
usado como ‘cambio’, ‘renovación’ o ‘vanguardia’ y por ello su significado depende del
lado en que se está de la historia de la revolución.

La diferencia entre revolución y rebelión, dentro del ámbito de las ciencias sociales y
ciencias políticas, radica en que la revolución implica necesariamente un cambio concreto y
generalmente radical y profundo, en cambio la rebelión no es organizada y se caracteriza
por la revuelta como característica esencial humana.

Según los antiguos griegos hasta la edad media, como Platón y Aristóteles, la revolución
fue considerada como una consecuencia evitable de la decadencia e incerteza del sistema de
valores, los fundamentos morales y religiosos de un Estado.

Sólo al entrar en la época del Renacimiento que empieza el pensamiento revolucionario


moderno. El inglés John Milton (1608 - 1674) fue uno de los primeros en considerar la
revolución como:

 una habilidad de la sociedad para realizar su potencial y


 un derecho de la sociedad para defenderse de los tiranos abusivos

Milton asumía la revolución como la manera de la sociedad para alcanzar la libertad


asociándose al concepto de la ‘utopía’.

En mecánica, por otro lado, una revolución es un giro o una vuelta completa de una pieza
sobre su eje.

La revolución es un cambio político violento que se realiza desde abajo. Las masas son
las protagonistas del cambio, llevando a cabo la transformación del aparato estatal y
de la sociedad por completo.

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La revolución es un proceso por el cual la masa toma el poder de forma violenta, instigados
por los líderes revolucionarios.

Para hablar de revolución es imprescindible que se lleve a cabo desde abajo. Es decir, que
sea el pueblo llano quien la protagonice. Si no fuese así, no hablaríamos de revolución,
sería otra cosa distinta, como un golpe de Estado.

Los regímenes previos a la revolución nunca han sido democracias, han sido regímenes no
democráticos como monarquías, regímenes tiránicos o colonias.

Duración de la revolución

Básicamente son tres las características que explican la larga duración de muchos de los
regímenes que se imponen tras una revolución.

 Supresión de los poderes independientes al Gobierno, como la Iglesia o las élites


económicas. Destruyendo los poderes que pueden ser contrarios al nuevo régimen
se asegura su continuidad.
 Ejército fuerte. El ejército se convierte en una extensión del partido, muy ligado al
gobierno central. Así, se evitan golpes de Estado.
 Creación de una policía política. Gracias a cuerpos como la checa rusa se puede
tener controlada a la población y eliminar opositores.

Fases de una revolución

Las revoluciones experimentan cuatro fases:

1. La debilidad del gobierno precedente.


2. Toma del poder por los radicales.
3. Instauración del terror.
4. Termidor.

Ejemplo de revolución

Cogiendo como base del análisis la Revolución francesa y rusa, observamos cómo se van
sucediendo las cuatro fases.

La monarquía en Francia era tremendamente impopular y llevaba muchos años en


decadencia. Por su parte, el gobierno provisional ruso resultante de las elecciones, tras la
abdicación del zar, era muy inestable. En la segunda etapa, ambas masas revolucionarias se
hacen con el poder. Tras ello, instauran el terror para así aniquilar a los opositores y rivales
políticos, mandando un mensaje represivo a la población. Por último, se vuelve, poco a
poco, a tiempos menos turbulentos y sangrientos y más estables.

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GOBIERNO DE FACTO

Para poder conocer el significado del término gobierno de facto que ahora nos ocupa es
necesario, en primer lugar, descubrir el origen etimológico de las dos palabras principales
que le dan forma:
-Gobierno procede del latín, exactamente del verbo “gobernare”, que puede traducirse
como “conducir un barco”. Palabra esa que, a su vez, deriva del griego “kybernaein”, que
es sinónimo de “pilotar” o “conducir”.
-Facto, por su parte, también emana del latín. En este caso, procede del sustantivo
“factum”, que es equivalente a “hecho”.

El gobierno es el órgano que se asume el poder ejecutivo de un Estado, formado por el


presidente, los ministros, los secretarios, los subsecretarios y otros funcionarios. El término
también puede aludir al tiempo que se extiende el mandato de una autoridad. La locución
adjetiva de facto, por su parte, refiere a lo que se concreta o se realiza de hecho (sin
ajustarse a una norma previa).

Un gobierno de facto, por lo tanto, es aquel que ejerce el poder en la práctica, pero que
no está reconocido o avalado por una norma jurídica. Un gobierno que surge tras un
golpe de Estado, por lo tanto, es un gobierno de facto.
Además de todo lo indicado es necesario que procedamos a indicar otras características de
los llamados gobiernos de facto:
-No solo se pueden establecer tras un golpe de Estado sino también por un vacío de poder,
un estado de facto o un fraude de tipo electoral.
-Entre las consecuencias que ese tipo de gobierno tiene está que no existe forma de limitar
su poder y eso puede dar lugar a que se establezca una dictadura.
-Se suelen imponer por la fuerza y, por regla general, no están reconocidos por las demás
instituciones y organismos que existe dentro de ese país.

-Entre los ejemplos de gobierno de facto podemos destacar el que estableció Augusto
Pinochet en Chile en 1974 después de derrocar por la fuerza a Salvador Allende o el
establecido por Hugo Banzer en Bolivia en 1971 tras establecer un golpe militar con el que
derrocó al gobierno de Juan José Torres González.

Argentina, por ejemplo, tuvo un gobierno de facto entre 1976 y 1983. En 1973, el pueblo
argentino votó en elecciones democráticas a Juan Domingo Perón como presidente y a

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María Estela Martínez de Perón como vicepresidenta. Al año siguiente, Perón falleció y su
esposa asumió como presidenta, tal como indicaba la Constitución Nacional del país.

Sin embargo, el 24 de marzo de 1976, las Fuerzas Armadas dieron un golpe de Estado y
derrocaron a Martínez de Perón, conocida a nivel como popular como Isabelita. De este
modo, los militares pasaron a controlar el poder ejecutivo y asumieron un gobierno de
facto, cuyo funcionamiento estaba afuera de la ley. Recién en 1983 volvieron a realizarse
elecciones democráticas y así el gobierno de facto, que fue encabezado por distintos
integrantes de las Fuerzas Armadas, llegó a su fin.

Como se puede apreciar a partir de esta experiencia histórica, los gobiernos de facto tienen
un comienzo ilegítimo, ya que se constituyen violando las normas. A partir de este origen,
sus acciones carecen de legalidad y de legitimidad.

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GOBIERNO DE FACTO EN HONDURAS

El Decreto No. 011-2009 que establece la restricción de los derechos a las libertades
personal, de asociación, de reunión, de libre tránsito y permite las detenciones arbitrarias y
la incomunicación por más de veinticuatro horas, es contrario a la Convención Americana
sobre Derechos Humanos y urge el cese de su aplicación.

Los anteriores derechos se encuentran contemplados en los artículos 69, 71, 78, y 81 de la
Constitución Política de Honduras.

En el mencionado Decreto se estableció que los derechos mencionados serían restringidos


de 10:00 p.m. a 5:00 a.m. en todo el territorio por el término de setenta y dos horas a partir
de la aprobación del mismo. El Decreto no establece ningún mecanismo de prórroga y, pese
a ello, todavía se continúa aplicando indiscriminadamente.

A la fecha, el mismo no ha sido publicado en el Diario Oficial de la República de


Honduras, aunque el artículo 211 de su Constitución Política dispone que la publicidad de
las normas constituya un requisito esencial de validez de éstas.

De acuerdo con el artículo 27 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos,


aunque se permite la suspensión de algunas garantías en situaciones que amenazan la
estabilidad y seguridad estatal, la misma es “un precepto concebido sólo para situaciones
excepcionales”. Además, al tenor de dicho artículo, tal suspensión sólo se puede dar “en la
medida y por el tiempo estrictamente limitados a las exigencias de la situación” y no debe
“ser incompatible con las demás obligaciones que le[s] impone el derecho internacional” a
los Estados.

Dado el rompimiento del orden constitucional y la situación de facto que se vive en


Honduras, este Decreto resulta ilegal. Además, su fin es absolutamente ilegítimo,
irrazonable y contrario a los principios de una sociedad democrática, pues su objetivo es
otorgarle al gobierno de facto los medios “legales” para acallar cualquier expresión e
impedir reuniones o manifestaciones contrarias a sus intereses.

La restricción o suspensión de derechos está exclusivamente prevista por la Constitución


hondureña en el artículo 187, para los supuestos de invasión del territorio nacional,
perturbación grave de la paz, de epidemia u otra calamidad. Ninguno de estos supuestos se
aplica a la realidad hondureña; más bien, se pudo comprobar que la restricción de libertades
fundamentales tiene –como principal finalidad– evitar que los sectores sociales organizados
que se oponen al golpe de Estado puedan ejercer sus derechos de circulación y
manifestación pacífica. En la práctica, el Decreto 011-2009 es un instrumento de control y
represión.

La Misión internacional comprobó la aplicación arbitraria del citado Decreto. Desde su


emisión, cada día el gobierno de facto anuncia los horarios de vigencia mediante cadena
nacional en algunos medios de comunicación, los cuales varían según la región de que se

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trate. Por ejemplo, en el Departamento de Colón el toque de queda se aplica desde las 6 de
la tarde hasta las 6 de la mañana del día siguiente.

Otro ejemplo de la arbitrariedad ocurrió el día viernes 24 de julio, cuando


aproximadamente a las 11:30 de la mañana el gobierno de facto anunció que el toque de
queda para las zonas fronterizas entre Honduras y Nicaragua, iniciaría a partir de las 12
horas y finalizaría a las 6 de la mañana del día siguiente. El objetivo de los golpistas era
impedir las movilizaciones pacíficas de hondureños y hondureñas hacia la frontera de
Honduras con Nicaragua. Como consecuencia de este anuncio, sólo en las ciudades de El
Paraíso y Danlí detuvieron decenas de personas.

Desde que inició la aplicación del Decreto y según fuentes de la Dirección Nacional de la
Policía hondureña, más de mil personas han sido detenidas en todo el territorio nacional
“por violar el toque de queda”; aunque son liberadas algunas horas después, es claro que
todas estas detenciones son arbitrarias.

Estas limitaciones al libre derecho de circulación, las detenciones arbitrarias y las


amenazas, proferidas por voceros del régimen de facto sobre un posible "baño de sangre" si
el Presidente Zelaya regresa a Honduras, los hace responsables directos de promover la
violencia y, además, de la que se pueda desatar al impedir las movilizaciones pacíficas de
sus partidarios.

La Misión internacional sobre derechos humanos en Honduras condena enérgicamente la


utilización del Decreto No. 011-2009, como instrumento de control y represión contra las
personas que se oponen al golpe de Estado; asimismo, urge a la comunidad internacional
tomar todas las acciones necesarias para que el gobierno de facto cese las detenciones
arbitrarias y permita a la población hondureña ejercer con efectividad sus derechos
fundamentales.

Federación Internacional de Derechos Humanos (FIDH)

Centro por la Justicia y el Derecho Internacional (CEJIL)

Iniciativa de Copenhaguen para Centroamérica y México (CIFCA)

FIAN Internacional

Plataforma Interamericana de Derechos Humanos, Democracia y Desarrollo

(PIDHDD)

Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento (CODHES-Colombia)

Suedwind-Austria

Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana José

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Simeón Cañas (IDHUCA-El Salvador)

Asociación Pro Derechos Humanos de Perú (APRODEH)

Instituto de Estudios Políticos sobre América Latina y África (IEPALA-España)

Coordinadora Nacional de Derechos Humanos de Perú

Servicio Paz y Justicia (SERPAJ-Uruguay)

Alianza Social Continental

Solidaridad Mundial

IBIS – Dinamarca

Centro de Estudios Tricontinental

El 28 de junio de 2009, en Honduras, la democracia se puso en tensión; también se pusieron


a prueba las capacidades del sistema interamericano para evitar golpes de Estado y la
interrupción de la institucionalidad. Hasta el momento, se pensaba que los cuartelazos eran
cosa del pasado, pues en los últimos 15 años ningún intento de asonada militar había tenido
éxito en América Latina. Lo sucedido en Honduras rompió con la creencia de que se había
superado la apelación a los militares para resolver diferendos políticos o crisis de
gobernabilidad. Los militares fueron la pieza decisiva para derrocar al presidente Manuel
Zelaya. Solo con su apoyo fue posible sacarlo de la residencia presidencial y llevarlo a
Costa Rica contra su voluntad. Si el presidente hubiera sido juzgado en el país por los
poderes Judicial y Legislativo se hubiera desatado una grave confrontación política, más
aún cuando algunos sectores populares respaldaban fuertemente a Zelaya. El gobierno de
facto instalado tras el golpe, encabezado por Roberto Micheletti, sobrevivió en medio de un
gran rechazo externo, sostenido por una oligarquía cohesionada y convencida de que
derrocar a Zelaya, sin importar los costos, implicaba salvar al país del chavismo. Fue un
golpe de Estado exitoso, restaurador de un viejo orden oligárquico que se pensaba
superado.

El poder de las Fuerzas Armadas

Históricamente, tal como sucedió en otros países de América Latina, las Fuerzas Armadas
hondureñas supervisaron y controlaron a la ciudadanía: más que orientadas a la defensa
externa, se configuraron como una fuerza de control político interno. Desde el siglo XIX
Honduras fue definida como un «país bananero», con una pequeña elite económica local
apoyada por compañías estadounidenses, que gobernaba con la mano dura de los militares.

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Desde el inicio del proceso de democratización, sin embargo, parecía que el país se
modernizaba políticamente al ritmo del resto de América Latina. Pero como también ocurre
en otros países de la región, el incompleto control democrático sobre los militares funcionó
como el elemento decisivo de la ruptura del Estado de derecho. A ello se agrega una
conducción civil muy débil por parte de Zelaya, elegido presidente en 2005, quien había
emprendido políticas que polarizaron al país, acercándose a la liga bolivariana encabezada
por Hugo Chávez. Esto activó la resistencia de la oligarquía, la clase política tradicional
encabezada por el Partido Nacional y sectores conservadores de la propia fuerza política de
Zelaya, el Partido Liberal, liderados por Micheletti, además de la resistencia de la justicia y
los sectores medios. A esta cruzada anti-Zelaya se agregaron los factores de poder más
importantes de la política hondureña, que solo actúan en el momento preciso: los militares
y el clero. El golpe de Estado hizo trizas el principio firmado por los países
latinoamericanos en la Carta Democrática Interamericana, en el sentido de que ya no eran
posibles los golpes militares, ni viables ni legítimos los gobiernos emanados de ellos.
Micheletti pudo gobernar Honduras por más de seis meses y resistió el embate de la
comunidad internacional, principalmente de América Latina y Estados Unidos.

Algunos antecedentes históricos

Aunque Honduras no experimentó una guerra civil como sus vecinos, fue parte activa de
los conflictos regionales y su territorio funcionó como base de operaciones de grupos
paramilitares. Fue en esa etapa, en los 80, cuando se solidificó la relación entre las Fuerzas
Armadas hondureñas y las estadounidenses: Honduras se convirtió en un aliado de EEUU
en la estrategia de derrocamiento del gobierno revolucionario de Nicaragua y en el esfuerzo
para evitar el triunfo del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en
El Salvador. Las Fuerzas Armadas de Honduras se beneficiaron de esta alianza: Honduras
adquirió, mediante préstamos muy generosos, un escuadrón de aviones F-5, con lo cual
EEUU le otorgó un rol privilegiado a la Fuerza Aérea de ese país. En reciprocidad, el
gobierno hondureño permitió a EEUU el uso militar del aeropuerto de Palmerola-Soto
Cano, donde se estableció una fuerza estadounidense que permanece hasta hoy, empleada
para la guerra contra el narcotráfico en la región.

Pese al proceso de democratización del sistema político que se inició en 1980 con las
elecciones para la Asamblea Constituyente, las Fuerzas Armadas de Honduras lograron
conservar un lugar protagónico, sin desaparecer del juego público, ya fuera como
importantes agentes económicos o como agentes del orden público. En los 90, una vez
producidas las transiciones a la democracia en el istmo centroamericano, la debilidad
institucional y legal favoreció la extensión de las actividades delictivas, con el avance del
crimen transnacional cometido por las maras. Honduras pasó de situarse en el ojo del
huracán de las guerras de los 80 a sufrir una clara descomposición social producto de la
debilidad del Estado y de las condiciones sociales que ubican al país –junto a Haití, Bolivia
y Nicaragua– entre los más pobres del continente.

La ausencia de juicios a los militares por los abusos de derechos humanos cometidos
durante los gobiernos autoritarios creó un sentido de impunidad que se diseminó en la
sociedad y en los organismos de seguridad. Ni las policías ni los ciudadanos hondureños
han internalizado la idea de rule of law, de imposición del derecho y supremacía de la
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justicia. El sistema de sanciones es arbitrario y no prevalecen reglas éticas y morales que
garanticen el cumplimiento de la ley. Pese al aporte de los organismos de defensa de
derechos humanos, son conocidos la parcialidad y el descrédito de la justicia.

La reducción de las fuerzas militares hondureñas, parte de las reformas civiles que se
implementaron también en Guatemala, El Salvador y Nicaragua, incluyó el fin del servicio
militar obligatorio y la creación de un sistema voluntario. Este cambio no apuntaba a la
necesidad de profesionalizar a las Fuerzas Armadas: su objetivo era eliminar un mecanismo
de control social en un contexto en el cual se había redefinido la escala de las amenazas tras
los acuerdos de paz en los países vecinos. Así, la Ley Constitutiva de las Fuerzas Armadas,
aprobada en octubre de 2001, fijó una serie de pautas para instaurar la supremacía civil y
ratificó el carácter de servidores públicos de los militares, pero no estableció una política de
defensa clara.

A esta situación hay que agregar el contexto de una sociedad altamente polarizada, con una
reducida clase alta y media alta y una ampla clase baja marginalizada. El desempleo es
elevado y la movilidad social, bajísima. Todos estos elementos limitan las oportunidades de
inserción social y económica. En este contexto, los jóvenes tienen pocas oportunidades de
mejorar su futuro. En consecuencia, la alternativa de sumarse a las maras o a otros grupos
criminales es una opción atractiva para muchos. Si a esto le añadimos que en muchos casos
los jóvenes solo alcanzan una educación precaria, que provienen de hogares desintegrados
o a cargo de una madre que trabaja –entre otras razones, por la migración masculina a
EEUU–, entonces es posible entender cierta predisposición a no respetar las reglas, así
como el alto grado de alcoholismo y uso de drogas. El resultado es una fuerte cultura de la
clandestinidad, proclive a la transgresión de la ley, en la cual la impunidad se transforma en
resentimiento social y, en momentos de crisis, también en resquemor político.

El golpe de Estado

El artículo 272 de la Constitución de Honduras establece que las Fuerzas Armadas son
profesionales, no deliberativas y apolíticas y que están supeditadas al control civil. Sin
embargo, en ese mismo artículo se les otorgan funciones políticas: «defender la integridad
territorial y la soberanía de la República, mantener la paz, el orden público y el imperio de
la Constitución, los principios de libre sufragio y la alternabilidad en el ejercicio de la
Presidencia de la República». Esas contradicciones en la definición misma de sus funciones
explican el papel político de los militares hondureños.

El golpe de Estado fue precedido por una serie de medidas que anticipaban la ilegalidad de
las decisiones de Zelaya. El 8 de mayo, el Procurador General de la Nación, actuando como
garante de la Constitución, solicitó a la Corte Suprema que declarara la ilegalidad y nulidad
de la decisión del Poder Ejecutivo de llamar a una consulta popular para habilitar la
reelección no inmediata del presidente. Antes de consumarse el golpe de Estado, el 25 de
junio, el presidente Zelaya destituyó al general Romeo Vásquez como jefe del Estado
Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas por negarse a distribuir los materiales electorales
para la consulta del domingo siguiente (28 de junio), que abriría el camino a esa reforma
constitucional. La consulta fue declarada ilegal por la Fiscalía, el Congreso y el Tribunal
Supremo Electoral. La Corte Suprema ordenó a Zelaya que restituyera a Vásquez en su
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cargo, ahondando el enfrentamiento entre los poderes del Estado. Dos días antes de la
asonada, Vásquez había negado la posibilidad de un golpe: «Nosotros [los militares]
estamos más bien buscando el uso de la razón y no de la fuerza para que los conflictos se
resuelvan en la mesa del diálogo», afirmó en entrevista telefónica que ofreció desde
Tegucigalpa, y agregó: «Los tiempos [de golpes militares] han cambiado, la institución
tiene como estrategia el fortalecimiento de la democracia». Según el defensor de los
Derechos Humanos de Honduras, Andrés Pavón, Vásquez tiene conocidos lazos con el
narcotráfico: «Él es un hombre de la comunidad de inteligencia de América Latina, cercana
a las estructuras de la DEA y la CIA». La justificación legal del golpe se basó en la
inconstitucionalidad de la consulta. El decreto Nº 141-2009 del 28 de junio de 2009
acordaba separar al ciudadano José Manuel Zelaya Rosales del cargo de Presidente
Constitucional de la República de Honduras por las reiteradas violaciones a la Constitución.
En un informe solicitado por el Congreso de EEUU, se sostiene que se aplicó la ley
constitucional en sintonía con el sistema legal hondureño. «Sin embargo, el traslado del
presidente a otro país fue en abierta violación del Artículo 102 de la Constitución, lo que
aparentemente está bajo investigación de las autoridades hondureñas.» . Los artículos 304 y
306 de la Constitución permiten llamar a la fuerza pública para hacer cumplir con los
mandatos de la Corte. Pero nada dicen todas estas figuras jurídicas de deportar a Zelaya, de
noche, y trasladarlo a Costa Rica en un avión militar. Más aún: el principal asesor legal de
los militares admitió que «la decisión de sacarlo a Costa Rica la tomamos nosotros como
Fuerza Armada». Curiosa legalidad.

La doctrina militar hondureña genera contradicciones. Vale la pena analizar esta frase de la
página oficial de las Fuerzas Armadas: «Cuando las leyes pierden su efecto yendo contra el
pueblo, los poderes públicos, el orden y la justicia que debe prevalecer bajo la fuerza de la
libertad. Con sumo agrado le damos paso a la fuerza de la razón aunque esta esté sostenida
por las armas». Y agrega, unos párrafos más adelante: «Nuestras Fuerzas Armadas
observan con admiración el trabajo enorme de la Junta Militar de Gobierno, que tan solo en
cuatro meses llegó a demostrarnos que para gobernar un pueblo, se hace justo y necesario
llevarlo si es posible de la mano». El mensaje se torna aún más confuso cuando expresan:
«Garantizamos que las Fuerzas Armadas vamos a actuar con profesionalismo y
transparencia porque se ha demostrado en el pasado y en el presente que la institución
castrense es totalmente apolítica. No hay sesgo, eso garantiza que somos servidores
públicos, respetuosos de la autoridad constituida y estamos a la disposición del Tribunal
Supremo Electoral». Estas frases demuestran que el comandante en jefe –es decir el
presidente– no es su autoridad, que niega su pasado dictatorial y que afirma que son las
Fuerzas Armadas las que determinan la supremacía de la ley.

La «amenaza chavista» permitió construir fantasías irracionales para justificar el golpe de


Estado, como la que expresó el comandante del Ejército hondureño, general Miguel Ángel
García Padget, quien afirmó: «Para un líder suramericano, Honduras, la sociedad
hondureña, sus Fuerzas Armadas pararon ese plan expansionista de llevar al corazón de
EEUU un socialismo disfrazado de democracia». Pero sin duda la expresión más
contundente del rol político que jugó el Ejército fue la del coronel Herberth Bayardo
Inestroza, principal asesor jurídico de los militares: «No hay que ser tan inteligente para
darse cuenta de lo que ha sucedido en Bolivia, Ecuador y Venezuela, para saber qué es lo
que viene. En esos países han establecido control sobre el ejército, y controlando el ejército
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se da lo demás». Reveladoras declaraciones, que dan cuenta de que la prescindencia
política no es una cualidad de los militares hondureños.

El golpe, de acuerdo con los objetivos de los grupos conservadores, fue exitoso, pues logró
extirpar la amenaza chavista, cuyo símbolo era Zelaya. Las fuerzas de izquierda que habían
participado del gobierno y ocupado segmentos importantes del Partido Liberal fueron
excluidas, y se reconstruyó la «legalidad» política mediante las elecciones del 29 de
noviembre, donde se impuso el candidato del Partido Nacional, Porfirio Lobo, quien
asumió la Presidencia el 27 de enero de 2010. La democracia hondureña apareció como
restaurada y la normalidad política y las relaciones externas del país fueron rehabilitadas.

El sistema interamericano en su laberinto: dos diplomacias en tensión

Antes de la asonada en Honduras, uno de los últimos intentos exitosos de golpe de Estado
en América Latina había ocurrido en abril de 1992 en Perú, cuando Alberto Fujimori
disolvió las dos Cámaras del Congreso para ampliar los poderes presidenciales, lo que fue
considerado un atentado de un poder del Estado sobre otro. Pero no fue una asonada
militar. En 1993, Jorge Serrano intentó algo similar en Guatemala, tratando de imitar a su
amigo peruano, pero fracasó y tuvo que renunciar. En otras palabras, Serrano no consiguió
el respaldo de los militares, que sí había obtenido Fujimori, y por eso no logró su objetivo.
En Haití, el general Raoul Cedrás lideró un golpe de Estado contra el presidente Jean-
Bertrand Aristide, quien logró retornar a su cargo tras una negociación en la Organización
de las Naciones Unidas (ONU) bajo la presión de Bill Clinton. Los episodios golpistas
continuaron. Ya en el siglo XXI, el 11 de abril de 2002, se intentó infructuosamente
derrocar a Hugo Chávez. El gobierno de facto –que contaba con el apoyo de un sector de
las Fuerzas Armadas– no duró más de 40 horas y Chávez regresó airoso al poder,
respaldado por la comunidad interamericana y por la Organización de Estados Americanos
(OEA), que emitió una enérgica condena a la ruptura de la constitucionalidad en
Venezuela. Más tarde, a inicios de 2004, la grave y larga crisis de gobernabilidad en Haití
llevó a la caída del presidente Aristide, quien buscó refugio en el exterior. Con ello se inició
una etapa de ocupación internacional del país que se prolonga hasta hoy, en lo que en su
momento fue calificado por sectores diplomáticos y políticos como un atentado a la
soberanía del empobrecido país. En Ecuador, las recurrentes crisis de gobierno han llevado
a la destitución, renuncia o revocación de diferentes presidentes, aunque no como resultado
directo de golpes de Estado.

Con estos antecedentes, la crisis de Honduras no tomó completamente por sorpresa al


sistema interamericano. La Carta de la OEA sostiene que la soberanía de los Estados es un
elemento fundamental que debe regir las relaciones entre los países. Pero al mismo tiempo
muchos documentos de la organización, elaborados y consignados por gran cantidad de
gobiernos, aluden a la aplicación de embargos, suspensiones o expulsiones (Honduras fue
suspendido, lo cual no preocupó mucho al gobierno de facto) si la democracia es vulnerada.
La OEA está entrampada entre, por un lado, la necesidad de respetar la soberanía y la
autodeterminación política, y, por otro, la urgencia de la acción internacional tras atentados
contra la democracia o gravísimas crisis de gobernabilidad, que pueden llevar al despliegue
de fuerzas militares multinacionales como en Haití.

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El golpe de Estado en Honduras generó una fuerte polémica. El repudio provino
principalmente de la diplomacia multilateral, encabezada por el presidente de Costa Rica,
Oscar Arias, quien diseñó el «Plan Arias» para lograr la restauración de Zelaya. Sin
embargo, el mismo día del golpe las tensiones geopolíticas y militares se incrementaron.
Chávez amenazó incluso con realizar una acción militar en Honduras, lo que polarizó el
debate sobre las soluciones posibles a la crisis. Esto puso en guardia a las Fuerzas Armadas
hondureñas, que volvieron a encender luces de alarma una semana después, el 5 de julio,
cuando un avión argentino intentó aterrizar en Tegucigalpa: viajaban, además de Zelaya, la
presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, y el presidente de Ecuador, Rafael
Correa. El intento fue impedido por el despliegue de transportes militares en la pista de
aterrizaje. La OEA fue incapaz de activar los mecanismos interamericanos de resolución de
conflictos. Quedó atrapada entre la diplomacia activa tradicional, expresada principalmente
en el Plan Arias, la novedosa y sui géneris acción concertada bolivariana y la falta de
activismo, los dos primeros meses, de los países más influyentes del continente (Brasil,
EEUU, México e incluso Cuba, con una influencia importante en el Caribe y muchos
intereses en Honduras a través de sus cooperantes médicos). A esto se añade la fuerte
cohesión del gobierno golpista, que logró resistir todos los embates externos.

La primera medida de la OEA fue la suspensión de Honduras. El secretario general de la


organización, José Miguel Insulza, se sumó a la propuesta de intentar la restitución de
Zelaya mediante una negociación en el contexto del Plan Arias. A este esfuerzo, en los
meses de julio y agosto, se agregó la condena al gobierno de facto por parte de casi todos
los países del hemisferio y de Europa. Pero esto no amilanó a los golpistas. Hacia mediados
de septiembre, el gobierno de facto ya había consolidado su posición y Zelaya, como
presidente itinerante, no tenía muchas opciones. Optó por la más audaz: reingresó a
Honduras desde El Salvador y buscó refugio en la Embajada de Brasil, donde permaneció
hasta el 27 de enero de 2010.

Los vínculos militares entre Honduras y EEUU

¿Cuál es la relación entre los militares estadounidenses y los hondureños? La tradicional


presencia en Honduras desde comienzos de los 80 incluye actualmente a miembros de la
Fuerza Aérea, la Marina, el Ejército, la Infantería de Marina y de Reservas. Además, EEUU
mantiene una base militar en Soto Cano (Palmerola), ubicada a 97 kilómetros de la capital,
operativa desde 1981, cuando fue activada por el gobierno de Ronald Reagan. Este
aeropuerto fue utilizado como una base de operaciones de los grupos
contrarrevolucionarios nicaragüenses entrenados y financiados por la CIA. La estrecha
colaboración militar incluye asimismo la participación de oficiales hondureños en cursos de
instrucción estadounidenses en mayor proporción que la de cualquier otro país de América.
La relación es sólida en operaciones de paz, lucha antinarcóticos y ayuda humanitaria. Con
posterioridad al golpe contra Zelaya, el Departamento de Estado indicó que «las tropas
norteamericanas conducen y proveen de asistencia logística para una serie de ejercicios
bilaterales y multilaterales (…) y seguirán conduciendo esas actividades regionales pese a
la suspensión de la cooperación con el régimen de facto o las Fuerzas Armadas
hondureñas». Los militares hondureños son conscientes de la importancia de estos lazos. El
jefe de las Fuerzas Armadas de Honduras, Vásquez Velásquez, aseguró al diario local La
Prensa que EEUU es el aliado militar más importante del país. Por su parte, el actual
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comandante de la aviación de Honduras, general Luis Javier Prince Suazo, estudió en la
famosa Escuela de las Américas, al igual que el jefe del Estado Mayor Conjunto, general
Romeo Vásquez. La vinculación preferencial también se refleja en la visita del pastor Stuck
Johnson, teniente coronel retirado de la Fuerza Aérea de EEUU, a los miembros del Cuartel
General de las Fuerzas Armadas hondureñas, a quienes felicitó por el rol de la institución
en el golpe. Al finalizar el evento, el general Romeo Vásquez entregó al pastor un obsequio
como muestra de hermandad y respeto. La posición de EEUU fue ambivalente. El gobierno
deportó a Honduras a Bianca Micheletti, hija del presidente de facto, que trabajaba en la
embajada hondureña en Washington. Pero, por otra parte, el embajador estadounidense ante
la OEA, Lewis Anselem, calificó de «irresponsable e idiota» el regreso de Zelaya a su país.
En general, se esperaban decisiones más contundentes por parte de Barack Obama. Por otra
parte, se logró detener el bloqueo del Congreso de EEUU para la designación de Arturo
Valenzuela como subsecretario de Estado para el Hemisferio Occidental y de Thomas
Shannon como embajador en Brasil a cambio de reconocer el resultado de las elecciones en
Honduras. Según Robert White, el senador republicano Jim DeMint logró que el
Departamento de Estado admitiera que «es esencial que estas elecciones [en Honduras] se
lleven a cabo y sean reconocidas». Los legisladores republicanos Ileana Ros-Lehtinen y
Lincoln y Mario Díaz-Balart viajaron a Honduras, en una visita no oficial, ratificando la
ambigüedad y la división que existe en EEUU respecto a la posición frente al golpe de
Estado. Ellos viajaron en apoyo al gobierno de facto y en rechazo a la política
estadounidense de condena a la asonada militar. La directora de la Oficina en Washington
para Asuntos Latinoamericanos (WOLA, por sus siglas en inglés) advirtió sobre las
consecuencias de esta jugada: «Estos miembros del Congreso tuvieron una regresión a la
mentalidad de la Guerra Fría. Es tiempo de que se den cuenta de que estamos en 2009».

Hay que recordar también que Zelaya dijo que el avión militar hondureño que lo envió a
Costa Rica hizo una escala para reabastecerse de combustible en la base estadounidense en
Soto Cano. Si bien Robert Appin, portavoz del Comando Sur, lo negó en un correo
electrónico enviado a The Associated Press, resulta difícil aceptar que hubo un
desconocimiento total por parte de las fuerzas norteamericanas. Los objetivos de despliegue
de las Fuerzas Armadas de EEUU fuera de su territorio en cuerpos multinacionales, según
expresa su posición estratégica, dan pie a pensar que al menos conocían los movimientos de
las tropas hondureñas. Durante una visita a Brasil, Zelaya habló de la escala en Soto Cano y
manifestó sus sospechas acerca de la complicidad de EEUU, aunque agregó que no cree
que hayan estado involucrados altos funcionarios del gobierno de Obama.

Pero así como no está claro hasta qué punto EEUU estaba informado del golpe, tampoco
pudo dilucidarse si conocía la operación de regreso de Zelaya a Honduras, ni si Brasil
comunicó anticipadamente su decisión de otorgar refugio al ex-presidente. Ambas
informaciones deberían aclararse para disipar las dudas acerca del comportamiento del
gobierno de Obama.

La organización «School of the Americas (SOA) Watch», que propone cerrar la Escuela de
las Américas, asegura que el golpe confirma los efectos desestabilizantes de los graduados
de esa institución. La Escuela de las Américas, que pasó a llamarse Instituto del Hemisferio
Occidental para la Cooperación de Seguridad, entrenó, como ya se señaló, a numerosos
militares hondureños. No obstante, no hay reportes de SOA Watch que confirmen la
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participación directa de militares norteamericanos en el golpe. Es cierto que, desde la
asunción de Obama, no se han realizado cambios en el Comando Sur, y que la Embajada de
EEUU en Honduras es una de las más pobladas del hemisferio, pero esos datos no son
suficientes como para afirmar que los militares estadounidenses estuvieron directa o
indirectamente involucrados en la crisis de Honduras.

En todo caso, la indefinición del gobierno de Obama fue evidente. Osciló entre sumarse a la
posición predominante en América Latina de condena al golpe y reclamo de retorno de
Zelaya, al reconocimiento de las elecciones antes de su realización, como forma de
restaurar la democracia, sin insistir en la vuelta del presidente depuesto al poder. El
subsecretario de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental, Arturo Valenzuela, señaló
ante la OEA que la elección no implicaba legitimar el golpe de Estado, sino que constituía
una oportunidad para permitir al pueblo ejercer su soberanía. Pero la actitud tiene
consecuencias imprevisibles. El periodista Tim Padgett, que realizó una serie de notas en
Honduras, advirtió los errores del gobierno de Obama: no solo la aceptación de las
elecciones sino también la vuelta a la Guerra Fría que implicó la instalación, sin consulta
con los vecinos, de bases militares en Colombia. Padgett citó a Christopher Sabatini,
director del Consejo de las Américas: «No se puede usar una elección para limpiar la
pizarra después de un golpe de Estado. Ello solo amenaza con hacer retroceder las normas
democráticas en América Central por décadas». Y no fue la única posición contraria al
reconocimiento de los comicios. La analista hondureña Leticia Salomón afirmó: «Cómo es
posible que se garantice que las elecciones serán legales si están los militares en la calle,
con sus fusiles apuntando a la ciudadanía y dispuestos a reprimir, cómo es posible que haya
sectores retardados en el ámbito internacional que estén pensando reconocer estas
elecciones donde los militares juegan un papel de gendarme».

Por último, cabe concluir este análisis preguntándose si los militares serán sujeto de juicio
político o judicial por su actuación fuera de la ley en el golpe del 28 de junio. Por el
momento no se vislumbra esta posibilidad. Por ello, seguramente se fortalecerá su rol
político como «garantes de la estabilidad», rol autoasignado por la autonomía real de la que
gozan, por encima de los poderes del presidente, el Congreso y la Justicia. Está claro que el
28 de junio la ley se violó en dos sentidos: se rompió la «cadena de mando» constitucional,
al subordinarse a otros poderes del Estado (el Legislativo y el Judicial) en lugar del
Ejecutivo, y no se actuó conforme a derecho en la captura y traslado de Zelaya a Costa
Rica. Por eso, si no se revisa, política y legalmente, la actuación de los militares en la crisis,
se habrá retrocedido notablemente en los tibios avances que se habían logrado en la
construcción de relaciones cívico-militares democráticas.

La crisis de Honduras genera importantes repercusiones en los sistemas de prevención de


conflictos tanto a escala regional como hemisférica. Los mecanismos subregionales, como
el Sistema de la Integración Centroamericana (SICA) y el Tratado Marco de Seguridad
Democrática, fueron rebasados. Igualmente, la Carta Democrática Interamericana mostró
ser un documento no vinculante, ante la imposibilidad de ser usado como referente
multilateral con resultados efectivos para hacer retroceder una violación del orden
democrático. Reaparece así la amenaza a la democracia en Honduras, y en el resto de la
región, mediante la utilización de las Fuerzas Armadas como soporte para resolver
conflictos políticos. En Honduras se reconstituyó la institucionalidad política tras las
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elecciones del 29 de noviembre de 2009 y la asunción de Lobo, pero la democracia quedó
herida y debilitada.

En este marco, no hay que soslayar la importancia de efectivizar la conducción democrática


de las Fuerzas Armadas. Para evitar que esta historia trágica se repita en otro país, pues el
golpe es una amenaza para todos los pueblos de América Latina, es necesario garantizar el
control civil pleno de las Fuerzas Armadas. La búsqueda de un equilibrio entre la
estabilidad económica y política, por una parte, y la terquedad de perdurar en el poder, por
otra, puede derivar en un descuido a la necesaria institucionalización de los militares. Con
ello se avalan diferentes formas de autonomía militar, que encubren el temor a actuar sobre
las Fuerzas Armadas, consideradas como el único actor con capacidad de plantear una
alternativa al recambio democrático, o el temor a perder un aliado utilizable como soporte
político ante una imprevista pérdida de dominio. O, como hemos visto en Honduras, se crea
el riesgo de una restitución conservadora, ilegítima y antidemocrática, que nunca hubiera
triunfado sin la arbitraria colaboración de los militares.

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