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En cierta manera parece sencillo definir la Arqueología. Es una disciplina de la que casi todo el
mundo tiene una imagen mental semejante. Caso seguro que esta responde, un poco influenciada
por la iconografía contemporánea, en personas que se dedican a buscar objetos antiguos imbuidos
de cierto aire de Romanticismo. De hecho, una frase recurrentemente escuchada cuando alguien
se dedica a este oficio es: Arqueólogo ¡qué bonito! Más allá de esta idealización, el propio
concepto de Arqueología no es unívoco. Está, y ha estado, sujeto a debate desde los mismos
inicios de la disciplina. En este tema proporcionaremos una definición de Arqueología, la que nos
parece más adecuada, pero no renunciaremos a ofrecer otras distintas. De este modo, se ofrece la
posibilidad de contrastar definiciones y fomentar la reflexión y el sentido crítico. Así mismo, se
darán a conocer otros aspectos y conceptos clave que, aunque no forman parte formalmente de
una definición, si clarifican la descripción de la Arqueología actual.
Entre los primeros se cuenta una buena parte del mundo anglosajón, o mejor dicho,
norteamericano y buena parte de los investigadores de la llamada América latina, Asia y África.
Dado que la Antropología supone el estudio del género humano, de las personas en términos
generales, la Arqueología se entiende por los defensores de esta postura como el estudio del
tiempo pasado de la Antropología. Para ser más precisos, realmente se considera como parte de
la Antropología Cultural o Social, teniendo en cuenta que los antropólogos culturales toman sus
datos de la vida real de las comunidades actuales, mientras que los arqueólogos los toman de las
comunidades del pasado legados a través de sus restos materiales.
En el segundo caso, se citan la mayor parte de los investigadores europeos, quienes consideran
que si la Arqueología estudia el pasado debe ser considerada parte de la Historia. De tal modo
que, en ausencia de documentos escritos, se convierte en la herramienta capaz de llegar dentro
de esta ciencia a la mayor parte del devenir del género humano, es decir, a la Prehistoria. No le
falta sentido a esta corriente que suele apostar además por el empleo de Arqueología para explicar
procesos históricos. Un aspecto controvertido entre quienes piensan de este modo, y sobre el que
nos acabamos de decantar, es aquel que entiende que la Arqueología se circunscribe a unos
determinados límites temporales. Desde nuestro punto de vista es una disciplina trasversal, que
no tiene límites de este tipo, pero hay quien considera, sobre todo dentro del mundo académico,
que únicamente se debe hablar de Arqueología cuando esta se vincula al mundo clásico. Este tipo
de pensamiento domina buena parte de los espacios académicos españoles, aunque
afortunadamente el abanico se va abriendo, permitiéndose entrar dentro de este marco otros
periodos. Es curioso que esta flexibilización se ha realizado sobre todo hacía épocas más recientes,
pero todavía se percibe cierta hostilidad a considerar que también se puede hacer arqueología
prehistórica. El debate al respecto tiene matices que atañen no solo a aspectos meramente
temporales y desde luego también es preciso señalar que hay una diferencia definida entre
arqueólogos y prehistoriadores, sobre todo por el campo de discusión y análisis de unos y otros,
y por la transversalidad de la Arqueología frente a la orientación concreta de la Prehistoria a un
marco temporal concreto.
Como acabamos de señalar, la arqueología se define como ciencia debido a que emplea el método
científico para conseguir sus fines. Este método le dota de transversalidad, pues se pueden
realizar investigaciones arqueológicas relativas a todas las etapas de la Historia, incluyendo la
Contemporánea (existen trabajos muy importantes sobre Arqueología industrial e, incluso,
realizados en los desechos actuales como la Arqueología de la Basura, orientados
fundamentalmente a contrastar con restos materiales algunas hipótesis sobre los hábitos de
nuestra propia sociedad) y en cualquier parte del mundo (incluso en Marte, cuando se confirme
que hubo vida y dejó restos materiales…). Su importancia se incrementa en ausencia de fuentes
de información alternativas a los restos materiales, como pudieran ser los textos o los
informadores orales. Por ello es especialmente útil para el estudio de algunas épocas “oscuras”
como la Prehistoria, la Protohistoria, la Tardoantigüedad y la Alta Edad Media.
Pero para que los restos materiales puedan ofrecer información del pasado, es decir, pasar de ser
evidencia arqueológica a registro arqueológico, es necesario aplicar una serie de metodologías
orientadas a analizar, tomándolos como base, las sociedades que los generaron. Estas técnicas,
denominadas método arqueológico, se vertebran en cuatro fases fundamentales (Renfrew y Bahn,
1991: 65):
1. Observación y recogida de datos (esto es, la documentación de los restos materiales) que
se puede realizar a través de distintas vías:
4. La puesta en valor de los resultados: Una de las obligaciones como arqueólogos, como
científicos en general, es el retorno del trabajo a la sociedad. Este se puede realizar de
varias maneras, siendo la más habitual la publicación y difusión de los resultados, aunque
en el caso de la Arqueología este retorno se puede realizar de otras maneras como la
musealización de los yacimientos, o la preservación y conservación del Patrimonio
Arqueológico bajo unas condiciones adecuadas con el fin de seguir transmitiendo nuestro
legado a las generaciones venideras. Hasta los años 90 del siglo XX el feedback con el grueso
del cuerpo social estaba constreñido y prácticamente solo se realizaba a través de
publicaciones científicas y eruditas, dirigidas a unos pocos iniciados en la materia.
En la actualidad, gracias a las TIC y la era digital esta fase de puesta en valor ha tomado
la importancia que se merece, pero no solo por la posibilidad que proporcionan los nuevos
medios técnicos en cuanto a inmediatez y alcance de la difusión, sino porque entre los
propios arqueólogos, entre los que se empieza a producir un cambio generacional, se ha
Referencias: