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Melissa Yordan – AVANCE CRÓNICA

María se aferró al volante mientras avanzaba hacia el hogar de su madre, Martha. El sol del
mediodía inundaba el interior del automóvil, calentando su rostro y haciendo que sus ojos cafés
brillaran con emoción y ansiedad. El camino se extendía ante ella, una carretera que conducía a
un lugar saturado de recuerdos y emociones. En su mente, revivía las tardes colmadas de risas
compartidas en esa residencia, donde el tiempo parecía detenerse en cada confidencia y abrazo
materno. La razón detrás de su viaje era un llamado de su madre para almorzar y pasar la tarde
juntas, una invitación que representaba un rayo de esperanza en medio de la tormenta emocional
de los últimos meses. Aquella tarde prometía ser un alivio para su corazón herido, pero también
un desafío, un intento por reparar la relación que se había comenzado a fracturar debido al secreto
que había compartido y que había sacudido los cimientos de su cercanía.

Meses atrás, en un momento de valentía y confianza, María había confesado con su progenitora
su orientación sexual: “mamá soy lesbiana, me gustan las mujeres”. Recordaba cómo sus manos
temblaban ligeramente mientras le revelaba su verdad más íntima. Pero, en lugar de recibir el
apoyo y la comprensión que esperaba, el silencio cayó como un pesado manto sobre ellas. Fue
como si ese mutismo, en vez de unir sus corazones en comprensión mutua, hubiera construido un
gran muro entre ellas. No hubo discusiones ni gritos, algo que había temido en lo más profundo
de su ser, en cambio, la falta de palabras y el distanciamiento gradual comenzaron a moldear su
relación. Las llamadas telefónicas, que solían ser largas conversaciones llenas de risas y
confidencias, se volvieron menos frecuentes y más cortas. Cada vez era más difícil encontrar
temas de conversación que no tocaran la dolorosa grieta que se había abierto entre ellas. Los fines
de semana juntas, que solían ser momentos de alegría compartida, se hicieron cada vez más
escasos. Anhelaba el tiempo en que podía hablar abiertamente con su madre y recibir su
comprensión incondicional. Sin embargo, cada intento de acercamiento parecía tropezar con la
barrera invisible que Martha construido, una barrera influenciada por sus creencias arraigadas y
miedos profundos.

Mientras seguía conduciendo una pregunta persistente se apoderó de su mente: ¿Cuál era la
verdadera razón detrás del rechazo de su madre? A medida que avanzaba por la carretera,
comenzó a comprender que sin duda alguna era la religión lo que había construido un muro
infranqueable entre ambas mujeres. Recordó cómo la habían criado desde temprana edad en un
hogar donde los valores y el respeto a Dios eran fundamentales, moldeando su fe con la asistencia
puntual a misas dominicales y la participación en diversas actividades religiosas. Para su mamá,
la idea de que dos personas del mismo sexo se enamoraran era considerada un pecado
abominable, una desviación inaceptable de los principios morales que habían guiado su vida. La
lucha interna entre su devoción religiosa y el amor que sentía por su hija había desencadenado un
conflicto doloroso que amenazaba con romper los lazos que alguna vez las habían unido de
manera indisoluble.

Transcurrieron un par de minutos hasta que María se detuvo por fin frente a la casa de su madre,
con el corazón latiendo con fuerza en su pecho. Después de apagar el motor del auto con un
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suspiro tranquilo, se tomó un momento para respirar profundamente antes de abrir la puerta del
vehículo. A pesar de los nervios, la esperanza llenaba su ser. Al descender del automóvil,
encontró a su madre de pie en la puerta de la casa con una amplia sonrisa iluminando su rostro.
Sus brazos se extendieron en un gesto acogedor, listos para abrazar a su hija. Aquella acción y su
sonrisa eran significativos. Hacía meses que no experimentaba el cálido abrazo maternal que
tanto anhelaba. La sonrisa de Martha parecía indicar que, quizás, su madre estaba dando los
primeros pasos hacia la aceptación de su orientación sexual. Con paso decidido, María se acercó
a ella, sus ojos se encontraron, y en ese momento, todas las preocupaciones y tensiones se
desvanecieron.

Dentro de la casa, el aroma irresistible de la lasaña de maduro llenó la cocina, como una cálida
bienvenida que despertó recuerdos felices de su infancia. El olor de los plátanos maduros
horneados se mezclaba con la fragancia de la salsa de tomate casera que había sido preparada con
esmero por Martha. Tanto su hermana menor, Melissa, como el esposo de su madre se unieron a
la mesa con sonrisas de anticipación. Después del almuerzo, madre e hija se refugiaron en la sala,
compartiendo charlas y risas que evocaban la cercanía que siempre habían tenido. Hablaron de
diversos temas, desde recuerdos de la infancia hasta las últimas noticias locales, mientras el sol
de la tarde bañaba la sala con una luz cálida y reconfortante. En ese momento, experimentó una
creciente esperanza de que ese día no solo fuera un reencuentro, sino que también marcara un
nuevo capítulo en su relación. Mientras compartían anécdotas y pensamientos, María sentía que
cada palabra y cada risa compartidas estaban ayudando a sanar la brecha que se había formado
entre ellas. Esperaba con gran fervor que estos momentos pudieran unirlas nuevamente.

Sin embargo, a medida que el día se despedía y la noche caía lentamente sobre la casa, un giro
inesperado cambió la dinámica entre madre e hija. Con Melissa ya en su hogar y el esposo de la
casa encerrado en su cuarto disfrutando de una película, la vivienda quedó envuelta en un silencio
tenso como si la atmósfera misma anticipara la tormenta que se avecinaba. Ambas mujeres se
dirigieron al estudio, un rincón tranquilo donde en otros tiempos compartieron momentos de
intimidad y confidencias. María ocupó la silla del escritorio mientras su madre se sentó frente a
ella. La habitación parecía cargada de palabras no dichas, como si el oscurecer hubiera traído
consigo una expectación palpable. La expresión de su madre cambió por completo, miró
fijamente y comenzó a hablar con voz y tono desafiantes:

— ¿Por qué le contaste a Jeimy que eres lesbiana? Puedes ser lo que quieras, pero esas cosas no
se cuentan a la familia, ¡qué vergüenza que ellos se enteren! —sus cejas se fruncieron, y sus ojos
reflejaban una mezcla de incredulidad y desaprobación.

—Yo le cuento a quién se me dé la gana. —Respondió María con voz temblorosa—. No puedo
ocultar quién soy.

Deseaba llorar, pero María se esforzó al máximo por contener las lágrimas que amenazaban con
brotar. Su garganta se sentía apretada, y una mezcla de emociones intensas le agitaban el pecho.
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Quería ser fuerte, resistir las palabras afiladas de su madre que parecían perforar su corazón con
cada respuesta. Aunque por dentro se sentía destrozada, su rostro solo reflejaba ira y
determinación. Sus labios apretados formaban una línea firme, y su mirada se clavaba en la de su
madre con una intensidad que no dejaba lugar a dudas sobre su convicción. No obstante, cada
frase pronunciada era como un cuchillo que cortaba aún más profundo el alma de María.

Calif. 5.0

Pareciera que es la vergüenza familiar lo que se apodera en Martha.

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