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Macchiato

Jull Dawson
©Edición Septiembre, 2017
"Macchiato"
Derechos e-Book Jull Dawson
Prohibida su copia sin autorización.
@2017-09
Portada: E-Design SLG
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SINOPSIS

Max Campbell, es una abogada brillante con un futuro


aún mejor, la oportunidad de trabajar en “Infraestructure,
Financial, Energy & Tecnology Group”, IFET, es lo mejor que
podría pasarle, aunque eso signifique sacrificar su propia
comodidad. Un pasado colmado de incertidumbres y nostalgias
se verá sacudido por la persona menos esperada y solo será
cuestión de tiempo el que sus antiguos secretos sean develados.
Ethan Parker es gerente de proyectos en el área de
tecnologías de la información y la comunicación en IFET, un
empresario implacable, con una ética profesional y personal
inmaculada. Su vida perfectamente estructurada transcurre
entre un trabajo que le apasiona, el amor incondicional de su
familia y sus amigos.
Como si el destino o el azar les jugara una mala pasada,
Max y Ethan se conocen de la manera más inesperada,
modificando sus vidas.
Max deberá luchar con su pasado y aprender que no todos
los hombres son iguales, que a veces la única manera de vivir
de verdad es saltando al vacío y arriesgándolo todo.
Ethan será el custodio del gran secreto de Max, aunque
ella no lo sepa, generando un mar de condiciones que lo
vuelven loco, para bien y para mal.
¿Qué sucederá cuando vuelvan a verse en un ámbito
diferente y cuando la lucha de poder los confronte en vez de
unirlos?
Macchiato es una historia de reencuentros, donde el amor,
la pasión y los secretos van de la mano.

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A Mayte.
Por todo, por tanto.

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AGRADECIMIENTOS

A mis hijas, Emma y Zoe, a mi esposo Diego, por llenar


mis días con sus risas y su amor. Por acompañarme en este
mágico recorrido que es la escritura.
A Marce y Mayte por compartir el “capi a capi” y formar
parte de mi mundo de fantasía al escribir. Por estar siempre del
otro lado del teléfono y por amar a Ethan y a Max tanto como
yo. Porque las emociones compartidas se multiplican, y porque
pasamos por todas ellas siempre juntas.
A Grace, Nita y Roni por ser las mejores correctoras que
una chica pueda tener, con sus ojos expertos y la honestidad
por delante, dándome siempre el consejo justo, desde el cariño
profundo a pesar de las distancias. Porque ese es el apoyo que
se necesita para crecer y me ayudan cada día para conseguirlo.
A ti lector, por elegir esta historia, por darle un espacio en tu
corazón.
Millón de gracias a todos por hacer juntos Macchiato.
Un beso enorme.
Jull

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Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;
no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;
huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;
creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.

Lope de Vega

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195 McGregor Street, Manchester. New Hampshire

En el sector destinado a gimnasio de su espacioso loft, solo se escuchaban los


golpes de sus puños vendados y sus pies descalzos, arremetiendo sin piedad sobre el
saco de arena que oscilaba perezoso frente al ventanal, y la furia con que la tormenta
asolaba la ciudad esa tarde.
El ringtone con el que identificaba las llamadas “especiales” comenzó a aullar
sobre la mesa, sacándolo de su práctica diaria.
Con una última patada se alejó y tomó la toalla que descansaba en el banco de
madera. Secó el sudor de su frente y de su torso desnudo. Se colgó la toalla del cuello
y caminó hacia el teléfono.
—Diga —descolgó la llamada en tono seco.
—Mi hijo va a llamarte, quiero saberlo todo —de ese modo le respondieron.
—¿Cuándo? —preguntó caminando hacia la cocina.
—Pronto.
—Ok —colocó el aparato entre su hombro y la oreja y destapó una botella de
agua mineral— ¿Condiciones?
—Las mismas que la última vez.
—En unos minutos realizo la operación.
—De acuerdo.
El único sonido remanente en el ambiente, era el de su respiración y el de las
gotas de agua de lluvia azotando los cristales.

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Macchiato

Maxine se removió en su cama y se desperezó con lentitud. Entreabrió los ojos


dando un profundo suspiro, su mente la llevó en un santiamén a la larga lista de
tareas que tenía pendiente para ese fin de semana, y su cara se iluminó presa de la
felicidad anticipada.
En un revuelo de sábanas y mantas quedó de pie junto a su cama, descalza
avanzó hacia la ventana, descorrió las persianas y abrió los cristales.
El otoño había llegado a las calles de Providence y las hojas de los árboles se
mecían al compás de la suave brisa. El sol asomaba detrás de algunas nubes y
acariciaba con sus tibios rayos la ciudad.
El perfume en el aire inundó su pecho y sonrió de cara al sol. Amaba los otoños.
Las hojas de los árboles cambiaban su color por una paleta privilegiada de dorados
ocres y rojos de distintas tonalidades e intensidades, que siempre lograba
maravillarla. En su haber contaba con treinta otoños, cada uno más bello, más
mágico e irrepetible que los otros. No por nada era su estación favorita.
El aroma del café recién hecho la despertó de su ensoñación. Dio una última
mirada a la calle que la vio nacer: un par de vecinos conversaban en la esquina, el
empleado postal de toda la vida, haciendo su trabajo, nada fuera de lo común, pero
ahora que no lo vería tan a menudo, supo con mayor rotundidad que iba a
extrañarlo.
Cerró los cristales con suavidad y se envolvió en su bata para bajar a desayunar.
Las medias amortiguaban sus pasos en la escalera de madera, bajó los escalones
despacio, uno a uno, recordando cuando era niña y para estupor de su madre, bajaba
a desayunar deslizándose por el barandal de madera lustrada. Al llegar al último
escalón su mirada se perdió en la colección de marcos que adornaban la pared del
pequeño recibidor, frente a ella veía al menos una foto suya por año hasta el día de
su promoción.
Las recorrió todas, reviviendo esos momentos. Quien viera esas fotografías diría
que su vida estaba colmada de felicidad, en todas ellas abundaban las risas. Allí

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estaba la foto de aquel día en el parque cuando aprendió a montar en bicicleta, no así
del momento en que cayó y raspó sus rodillas con la grava del camino. Y en todas
observó lo mismo, eran un paréntesis, un oasis de felicidad en medio del continuo
devenir de la vida.
Observar esa pared era ver un resumen de su niñez, no tan lejana, no tan feliz, y
una punzada de nostalgia arrugó su corazón.
Inspiró profundo como cada vez que los sentimientos y los recuerdos
comenzaban a abrumarla, dibujó su mejor sonrisa e ingresó con paso vivaz a la
cocina.
—Buenos días mamá, ¿cómo estás? —dijo mientras colmaba su taza de café.
—Buenos días Max, muy bien —esbozó una sonrisa cansada en sus labios.
—¿Qué tal tu guardia en el hospital?
—Todo muy tranquilo, gracias a Dios.
—Mejor así…
Estaba por preparar una tostada cuando su madre la cuestionó:
—¿Max?
—Sí.
—¿Qué pasa? —su madre dejó la taza sobre la mesa.
—¿Con qué? —respondió esquiva mirando por sobre las volutas de café. Ya no
lo puedo evitar pensó con resignación.
—No sé, tú dime. Hace una semana que actúas extraño.
—¿Sí?
—Sí y lo sabes. Vamos dime, ¿qué es?
—Bueno… verás… —dio un largo sorbo de café buscando las palabras
adecuadas— hace ya tres años que trabajo en Goldenberg & Goldenberg y sabes que
buscaba algo más…
—Ajá —Amy tomó la taza entre sus dos manos y puso toda su atención en su
hija.
—Ese algo que estaba buscando llegó hace unos días. La gente de recursos
humanos de IFET se puso en contacto conmigo para el puesto de subgerente legal del
grupo.
Max vio como el rostro de su madre mutaba con cada palabra: orgullo,
sorpresa, felicidad, confusión, miedo. ¿Miedo? ¿Por qué tendría que tener miedo?
—¿Estás bien, mamá? Sé que es repentino, pero…

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—Sí, sí, estoy… muy bien… sorprendida… solo eso… sí, sí… sorprendida —
Amy apenas podía contener los temblores que la azotaban de pies a cabeza.
Sus recuerdos más escondidos podrían salir a relucir, y aún hoy, tantos años
después, no estaba preparada.
—Oookeeey… lamento no habértelo dicho antes, solo trataba de ordenar un
poco las cosas, y ver cómo encarar toda la situación.
—No te preocupes, todo va a salir bien. Y dime, ese grupo tiene oficinas en
varias ciudades…
—Sí, la sede central está en Boston, allí me esperan.
—¿Cuándo?
—El próximo lunes.
—¿El otro lunes?
—Sí. Todo el proceso de preselección hasta ahora fue por teleconferencia, el
jueves por la tarde me confirmaron la última entrevista para el lunes por la mañana.
—Wow… ¿y cuándo pensabas decirme?
—Hoy, ya te dije, solo buscaba el momento, en la semana estamos muy
complicadas y en fin… fueron pasando los días. Y además la cita del lunes fue
gestionada más rápido de lo que imaginaba.
—Me imagino que la salida de hoy con Mary tiene que ver con eso, ¿verdad?
—Algo así, sabes que los padres de Mary tienen un departamento en Boston,
me quedaría allí un tiempo hasta encontrar otro lugar, al menos al principio. Vamos
a ver qué necesitaría llevar, y como esta tarde juegan los Spurs vs Celtics, iremos al
partido. Es en el TD Garden por supuesto.
—¿Van a pasar la noche allí o vuelven a casa?
—Nos quedamos hasta el lunes por la tarde. Si no hay sorpresas de por medio,
comenzaría en mi nuevo empleo el otro lunes.
—Genial, hija, va a ser toda una aventura —dijo impostando una sonrisa que no
alcanzaba a sus ojos.
—Sí, lo será. ¿Vas a estar bien con todo esto? Yo…
—No te preocupes, era cuestión de tiempo que algo así sucediera, aquí lo
importante es que tú vas a estar bien.
—Gracias, no es fácil.
—Lo sé, confía en mí. Todo va a estar bien —apretó con cariño la mano de su
hija y Max no podría estar más que extrañada.

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—Te envío un mensaje cuando lleguemos, así te quedas tranquila.
—Bien, ahora me voy a acostar, veinticuatro horas de guardia no son poca cosa.
—Ya lo creo. Que descanses.
—Cuídate por favor.
—Lo haré.
Amy dejó la taza en el fregadero y puso rumbo a la escalera, para subir a su
dormitorio.
Como cada mañana, luego de su guardia en el Hasbro Children's Hospital, la
ducha fue breve, mientras repasaba mentalmente los casos atendidos. Era su manera
de chequear que todo estuviera en orden y descansar.
Pero esta mañana no era una más.
Se vistió con su pijama favorito y sus pasos esquivaron la cama para detenerse
junto al escritorio, frente a su laptop. Se quedó inmóvil, con su curiosidad y
necesidad de saber, luchando contra los recuerdos y los límites autoimpuestos.
Muy pocas veces la tentación vencía su fuerza de voluntad. Y se odiaba cada
vez que ocurría. En vista de la conversación reciente, este sería uno de esos
momentos. Se sentó nerviosa, en el extremo de la silla.
Abrió el navegador y tecleó las cuatro letras, que puestas todas juntas eran su
más doloroso recuerdo.
“IFET”
El resultado fue inmediato, links, fotos, entrevistas, una formidable cantidad de
información que sentía le era imposible procesar.
Ingresó a la página de “Infraestructure, Financial, Energy & Tecnology Group”,
y contuvo la respiración.
Paseó por el sitio buscando la nómina, el mundo se detuvo a un clic de
distancia.
Unos golpes en la puerta distrajeron su atención de la pantalla, cuando giró se
encontró con la mirada expectante de su hija.
—Mamá… ¿estás bien? Llamé un par de veces y como no respondías abrí la
puerta.
—Sí, claro… solo me distraje. Estaba por acostarme, ¿necesitas algo? —dijo en
tono cortante. Sabía que no era el adecuado pero la sorpresa y el miedo a ser
descubierta pudieron con todo lo demás.
—Confirmé con Mary, paso por ella en media hora. Te envío un mensaje
cuando llegamos a Boston. ¿Ok?

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—No… mejor llámame.
—Pero estás agotada...
—Solo hazlo, —dijo con demasiada firmeza y tras un suspiro agregó—: por
favor.
—Está bien, voy a cambiarme. Que descanses —dijo caminando hasta su madre
y dejando un beso en su frente.
Amy no dijo una palabra. No podía articularlas. Vio a su hija salir de la
habitación, y su mundo se derrumbó. Cerró la laptop de un golpe y se arrojó a la
cama sobre las mantas. Abrazó su almohada y lloró lágrimas amargas hasta quedar
en ese estado límbico, mezcla de sueño y vigilia, pesadilla y realidad.

Mary saludó a sus padres y tomó un juego de llaves del escritorio en el estudio
de su padre, del departamento de Boston.
Se colgó en el hombro su enorme mochila y abrió la puerta mientras su amiga,
con una enorme sonrisa, se acercaba con ágiles pasos a su encuentro.
—Hola Max, ¿cómo estás? —dijo abrazando a su amiga de toda la vida, su
hermana por elección.
—Buenos días Mary, súper ansiosa. Estoy que zumbo —rio dando unos saltos.
Mirar la cara de Maxine era ver la alegría con patas o algo muy similar. Mary
no recordaba cuándo fue la última vez que la había visto tan entusiasmada, extasiada
casi. Su corazón saltó de felicidad, la extrañaría… ¿cómo no hacerlo? Pero la vida era
avanzar, crecer, tomar las oportunidades que se presentaban cuando se presentaban,
y esta era de esas que no pasaban dos veces.
—Te creo, estoy igual. ¡I95 allá vamos! —festejaron saltando al mismo tiempo y
chocando palmas en el aire.
—¡Bostonianos atentos! —se carcajeó Maxine.
Los padres de Mary las observaban desde la puerta principal de su casa, las
vieron acomodar la mochila en la cajuela de Coop, y sí, las chicas habían bautizado al
MiniCooper de Max como Coop, era su compañero de aventuras desde hacía un año
apenas, pero el pobre podría escribir un par de libros con tantas anécdotas.
Max se acercó corriendo al matrimonio para despedirse con un fuerte abrazo de
cada uno. Y corriendo volvió al auto. Una vez acomodadas, ambas saludaron al
cerrar la puerta y emprender el camino.
—¿Lista Mary?

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—Siempre.
—Bien, aquí vamos. ¡Hey! Mira lo que preparé para el viaje.
Del bolsillo de su pantalón sacó un pendrive que insertó en la consola de Coop.
—Mmm… ¿tengo que adivinar? —las cejas de Mary se levantaron risueñas.
—No podrías ni queriendo.
—Ajá.
—Me dediqué un par de horas a buscar música acorde al viaje —respondió toda
seria y fracasando en el intento.
—A ver… —Mary presionó play y sus ojos casi escapan de su rostro cuando los
acordes de Crazy Bitch inundaron el auto.

“All right!Break me down, you got a lovely face


We're going to your place And now you got to freak me out
Scream so loud, getting fuckin' laid
You want me to stay, but I got to make my way”1

—Bueno… no está tan mal —dudó Mary y la música seguía sonando.


—Espera y verás —Max apenas si podía contener la risa. La próxima estrofa era
el golpe de gracia.

“Hey, You're crazy bitch But you fuck so good, I'm on top of it
When I dream, I'm doing you all night
Scratches all down my back to keep me right on”2

—¡Oh por Dios Max! —la cara de Mary era un poema.


—Si no te gusta puedes pasarla, no son todas iguales.
—Naaa… ¿qué más copiaste?
—Algunas para cantar en el camino.
Mary comenzó a adelantar los temas para ver cuáles eran:
1
"¡Correcto! Quiébrame, tienes una cara bonita / Vamos a tu casa Y ahora tienes que asustarme /
grita tan fuerte, consiguiendo una puta encamada / ¿Quieres que me quede, pero tengo que hacer mi
camino "
2
"Oye, eres perra loca. Pero me lo haces tan bien, lo estoy montando / Cuando sueño, te lo estoy
haciendo toda la noche / Los rasguños van hacia abajo en mi espalda para mantenerme en el camino
correcto"

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02-My Immortal
03-Kickstar my heart.
04-Highway to hell.
05-Whole lotta love
06-Dr Feeldgood
07-Come on feel the noise
08-Nightmare
—No están mal, pero el primero queda medio descolocado con el resto.
—¡El primero era solo para ver tu cara, y no me equivoqué, si te hubieras visto!
—Max alternaba la vista entre la subida a la autopista y su amiga.
—¿Te imaginas a mis padres escuchándonos cantando Crazy Bitch? —Mary
puso se mejor cara de horror.
—No, pero puedo imaginarme la cara de MIII madre —sacudió la cabeza de un
lado a otro. Seguro no era una canción que aprobara Amy Campbell.
—Bueno, ya tenemos música especial para viajes.
—No te rías, pero la selección se llama “Road Trip #01”
—¿Uno? ¿Hay más?
—Si todo resulta como debería, este viaje a Boston va a ser el primero de
muchos.
Mary bajó el volumen de la música y se puso de lado para escuchar a Max.
—Voy a quedarme en Boston, pero mi madre, tú y mi vida están aquí, no creo
que pueda viajar todos los fines de semana, espero poder hacerlo al menos un par de
veces al mes.
—Y como no podía ser de otra manera tienes todo programado, ¿verdad?
—Mary me conoces, sabes que soy así, puedo poner Crazy Bitch en el auto
mientras bromeamos. Pero mi vida se basa en certezas, tengo que saber qué va a
pasar para estar preparada, y el ir y venir de Providence a Boston es algo a tomar en
cuenta. No solo son los kilómetros, sino la distancia de ustedes.
—Sí, los cambios cuestan.
—¿Cuestan? ¿CUESTAN? A la gente le cuestan, para mí son casi imposibles,
apenas si puedo manejarlos, es una lucha constante. Necesaria, pero lucha al fin.
—Y yo voy a estar contigo, siempre.
—Lo sé, no podría hacerlo sin ti —y sonrió a su amiga.

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—Bueno Road Trip 01, ¿qué tienes por aquí?
Mary subió el volumen y dijo:
—¡Hey! ¡High way to hell!! AC/DC cada día te quiero más —Max giró y la miró
haciendo un puchero—. Y a ti también.
—¡Vamos Mary!
Y dicho esto, con el volumen al máximo, a tal punto que de los otros
automóviles las miraban al pasar, cantaron a voz de grito:

Livin' easy Lovin' free


Season ticket on a one way ride
Askin' nothin' Leave me be
Takin' everythin' in my stride
Don't need reason Don't need rhyme
Ain't nothin' that I'd rather do
Goin' down Party time
My friends are gonna be there too
I'm on the highway to hell
On the highway to hell
Highway to hell
I'm on the highway to hell3

—Ya casi llegamos, ¿sabes la dirección exacta verdad? —preguntó Mary, segura
de saber la respuesta.
—La cargué en el GPS el otro día e hice el recorrido virtual varias veces —
repuso toda seria.
—¡Ay por Dios! —y estalló en carcajadas, su amiga era terrible.
—¿Y qué problema hay?
—Ninguno Max, pero venía contigo, sé cómo llegar a mi casa —Mary sonreía.
—Lo sé, pero hay cosas que nunca cambian.
—Es cierto: La muerte, los impuestos y Maxine Campbell.
Thomas estaba por ingresar al edificio cuando la vio bajar del auto junto a Max.
—¡Thomas! Qué lindo verte —Mary sonrió.
3
“Vive fácil, ama libremente / Abono en un paseo de una sola mano / no preguntes nada,
déjame ser tomando todo a mi paso / No necesita razón no necesitan rima / No es nada que yo prefiera
hacer
vamos bajando a la fiesta / Mis amigos van a estar allí también / Estoy en la carretera al infierno
En la carretera al infierno / Autopista al infierno / Estoy en la carretera al infierno”

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—Bienvenida a casa Mary —fue la respuesta afectuosa de él, la conocía desde
que nació.
—Thom, ¿te acuerdas de mi amiga Max? Ella se quedará en el departamento un
tiempo.
—Bienvenida Maaaaxx… —y estiró el nombre buscando completarlo.
—Maxine Campbell, Thomas, pero todos me llaman Max —dijo extendiendo la
mano.
—Bien Max, bienvenida entonces, mi esposa y yo, vivimos en la planta baja, lo
que necesites no hace falta más que avisarnos.
—Gracias Thomas.
—Les ayudo con eso —repuso el hombre cuando vio las mochilas en el
maletero de Coop.
—No hace falta Thom, de verdad, esto no es nada, espera la semana próxima —
respondió Mary guiñándole un ojo.
—Bien, las ayudaré entonces.
—¡Gracias! Nos vemos luego.
Las chicas subieron los pocos escalones que separaban la vereda de la puerta
principal del edificio. El ascensor era de esos con rejas, de modelo antiguo. Toda la
construcción parecía salida de un viaje en el tiempo.
Mary dejó la mochila en el suelo y abrió la puerta del departamento. Ingresó
seguida de Max.
Hacía mucho tiempo que no venían y el lugar les pareció mágico. Recorrió el
salón con una mezcla en su corazón de curiosidad y anhelo.
Lo primero que llamó la atención de Max fueron los pisos de madera clara,
pulidos y brillantes, que reflejaban incluso las ventanas repartidas. Las paredes
blancas inmaculadas sin adornos. Los gabinetes de la cocina en un verde pálido y
encimeras de granito blanco. La mesa circular también en madera blanca como las
sillas, con sus almohadones estampados de flores. Era una cocina de cuento.
El sillón en tono natural, tenía como único toque de color almohadones de
varios tamaños, y una mesa baja con herrajes antiguos invitaba a tomar café y leer un
buen libro frente a la chimenea.
Mientras recorría el espacio, Max ya imaginaba cómo decoraría ese
departamento si fuera suyo, quería que lo fuera. Mirando hacia la ventana vio el
escalón que separaba ese sector, lo que lo hacía perfecto para colocar allí una linda
alfombra y el escritorio de cara a la ventana. La vista era una maravilla, trabajar
desde casa sería todo un placer.

20
En un rincón había un pequeño armario, el baño de las visitas y la salida a la
terraza. ¡Oh! podría agregar una mesa redonda y un par de sillones de jardín,
muchas plantas con flores. Sin cerrar los ojos podía ver la composición que estaba
soñando.
Mary dejó las mochilas al lado del sillón y revisaba las alacenas sin perder de
vista a su amiga. Sabía sin lugar a dudas todo lo que pasaba por su ordenada y
creativa cabeza.
Max siguió su recorrido hasta el dormitorio y allí terminó de enamorarse de ese
departamento. Las puertas ventanas daban acceso a la terraza, el piso también era de
madera clara, con el único detalle que dos alfombras rectangulares, mullidas y
blancas enmarcaban la espaciosa cama con cabezal de hierro. En aquel rincón podría
poner una mesita pequeña redonda y un sillón Berger, para la lectura. Cuando llegó
al vestidor y al baño principal, la decisión estaba tomada. Ese departamento sería
suyo, de alguna manera, en algún momento.
Volvió sus pasos a la cocina, y encontró a Mary jugando con su teléfono.
Levantó la vista y le preguntó:
—¿Y? ¿Cómo lo ves?
—Ay Mary, es perfecto —dijo dejándose caer en el sillón.
—Me imagino que ya sabes qué vas a poner y en dónde, ¿verdad?
—Mary Sanders, no podrías tener más razón —repuso haciendo una teatral
reverencia.
—Bien, ¿y ahora qué hacemos?
—Llamo a mi madre para avisarle que llegamos bien, y vamos por el almuerzo
hasta que sea la hora del partido.
—Perfecto, también voy a llamar a casa.

Un sonido estridente, continuo y monocorde le estaba perforando el cráneo. Dio


vueltas a un lado y a otro en la cama, se tapó la cabeza con una almohada y nada.
Seguía sonando como si fuera a acabarse el mundo. ¿O era la sirena de los bomberos?
No, era solo el timbre de su departamento.
Miró el teléfono en su mesa de noche, se había acostado hacía apenas unas
pocas horas, que por supuesto no eran las suficientes. No después de la semana
infernal de trabajo que tuvo, visitando tres oficinas de la empresa en cinco días, una
en cada punto cardinal del maldito país, y habiendo pasado toda la noche en casa de
Giuliana, haciendo de todo menos dormir.

21
Pateó las sábanas fuera de la cama, y se encaminó a la puerta, echando humo
por las orejas.
—¡¿QUÉ?! —ladró con cara de pocos amigos.
—Hola bebé, ¿cómo amaneció mi pedacito de cielo hoy? —Henry se burló y lo
miró descaradamente de arriba abajo al entrar— Cariñito no puedes abrir así la
puerta si no quieres que te salte encima.
—Vete a la mierda —fue toda la respuesta seguida de un sonoro portazo.
—Yo también te quiero.
Henry se acomodó en el sillón, y encendió el televisor en ESPN. Ethan se dio
cuenta que solo estaba usando, y de pura casualidad, unos boxers negros y que su
aspecto no era el mejor.
—Lo siento, estoy cansado y de mal humor —yyy… ese fue su pobre intento de
excusa, por suerte Henry no esperaba mucho más.
Conocía el carácter volátil de su hermano, su poca paciencia para algunas cosas,
su extrema dedicación y perseverancia para otras. Y todo lo combinaba con un
corazón de oro. Solo que pocos, muy pocos, tenían permitido verlo.
—Semana dura, ¿eh?
—Ni que lo digas, martes en Washington, miércoles en Texas, jueves en Los
Ángeles. Y para cerrar mi semana, viernes con Giuliana.
—¿Giuliana? Pensé que ya no se veían más.
—Solo de vez en cuando. Cuando sus vuelos hacen escala en Boston, nos
vemos.
—¿Nada serio entonces?
—Lo serio no es lo mío y lo sabes, y lo mejor es que Giuliana también lo sabe —
Ethan se acercó a la cocina para preparar café, necesitaba un par de litros al menos
para terminar de despertar.
—Diversión sin problemas para ti, ¿eh?
—Para los dos… ¿café?
—Sí, uno grande por favor. Y con Giuliana no estaría tan seguro. Es difícil que
ellas lo vean de ese modo.
—Me voy a duchar —le avisó mientras el extendía la taza colmada—, entonces
ese será su problema, no el mío.
Sus pasos lo llevaron a la ducha, abrió el grifo y se quedó bajo el tibio rocío
recordando la noche anterior. Las palabras de su hermano hicieron eco en su cabeza.

22
Repasando los últimos encuentros con Giuliana notó que algo había cambiado.
Ella se mostraba más cariñosa, siempre quería conversar, le preguntaba por su día y
le contaba sobre el suyo. Y alrededor de un mes atrás le pidió que la acompañara a
buscar una lámpara para su cuarto.
¡Mierda! Estaba en problemas. ¿En qué idioma tenía que hablar para que las
cosas fueran claras? Desde un principio fue honesto y claro, le dijo que no buscaba
nada serio. ¿Acaso pensaba que podía hacerlo cambiar de idea? Si era eso, estaba
muy equivocada.
Giuliana quería algo más por lo visto. Y ahora tenían una incómoda
conversación por delante, no sería en un futuro inmediato. La próxima escala en
Boston sería en unos quince días, entonces hablarían.
Por el momento, se conformaba con terminar de despertarse, e ir con Henry al
partido de básquetbol.
Salió de la ducha, se envolvió una toalla en la cadera y con otra escurrió el agua
de su cabello. Lo llevaba tan corto que no hacía falta peinarlo.
Llegó hasta su vestidor y eligió su ropa para esa tarde. Unas Sneakers y un jean
negro. Una camiseta blanca y una camisa a cuadros. La gorra de los Celtics y estaba
listo para ir al partido.
Llegó hasta Henry, tomó el teléfono y juntos partieron hacia el TD Garden.

—¡Mary estas ubicaciones son espectaculares! —exclamó Max, mientras miraba


embobada cómo las porristas hacían el precalentamiento en la cancha y las mascotas
de los equipos paseaban de un lado al otro.
—Sí, lo son. Un cliente de papá se las obsequió, él no podía venir este fin de
semana y nosotras estábamos aquí. Por eso me las dio.
—¡Genial!
Estaban enviando mensajes por el teléfono a los amigos y comentaban lo que
veían hasta que una voz ronca y pausada dijo:
—Señoritas, ¿nos permiten pasar por favor?
Mary y Max elevaron la vista del teléfono y casi lo dejan caer. ¡Madre de Dios!
Max fue la primera en reponerse de la impresión, solo le tomó un par de
segundos, y le respondió lo más relajada que pudo mostrarse.

23
—Sí… claro. Por favor —recogieron las piernas un poco para que ellos pudieran
pasar y se sentaran en los únicos dos asientos libres que quedaban en todo ese sector
del estadio.
Entre Mary y Max solo bastó una mirada para entenderse. Ninguna de las dos
iba a girar hacia la izquierda por la próxima hora más o menos.
El primer tiempo fue pasando, Spurs 48- Celtics 53.
Escuchaban los gritos de sus recientes vecinos y seguían resistiendo la tentación
de mirarlos. Llegó el primer intermedio que duró lo que un suspiro y Max fue en
busca de un par de Coca-colas. Llegó cuando el segundo tiempo ya había
comenzado.
No le pasó desapercibida la mirada lenta, con que la recorrió su vecino al
acercarse a su asiento.
—Mary, tu Coca, sin hielo —y murmuró en el oído de su amiga—. Por Dios, me
miró de pies a cabeza.
—¿Quién? —disimuló un poco para constatar sus sospechas.
—El de al lado, el de la gorra de los Celtics. Sentí que me puse roja.
—Uno, no lo sentiste, estás roja y dos, si hubieras visto cómo te miró cuando te
fuiste, quizás no hubieras vuelto —rio Mary.
—Sigamos sin mirar y listo.
—Ok.
El segundo tiempo, fue un poco más intenso, y los Celtics se impusieron a los
Spurs por 78-75.
En el intermedio largo, era costumbre que la “KissCam” se paseara por las
tribunas, y todo el estadio miraba las pantallas para ver si eran los afortunados en ser
enfocados.
Sobre el último minuto antes de comenzar el tercer tiempo, lo impensado
ocurrió.
En un segundo o menos, Mary gritó y se ahogó. Max la miró desconcertada y
volvió la vista a la pantalla. Sus ojos se abrieron como platos y giró a la izquierda
como atraída por un imán.
Observándola de frente, sin la bendita gorra de los Celtics estaba su vecino de la
voz ronca. Y en la pantalla la imagen de ellos dos.
Y otra vez, lo única oración coherente que su mente pudo elaborar fue: “¡Madre
de Dios!”
Sus ojos chocaron y ella vio cómo en cámara lenta, él se acercaba, milímetro a
milímetro, todo el griterío de fondo de alrededor de quince mil personas era un

24
murmullo ininteligible. Sus manos atraparon su rostro y lo vio ladear la cabeza tan
solo un poco.
Sin querer, pero sin poder resistirse, volaba a esos labios. Cerró los ojos y su
boca se posó en la suya. La electricidad que la atravesó de pies a cabeza solo podía
ser comparada con la descarga de un rayo, y la intensidad de la luz tras sus párpados
cerrados también. Lo sintió besar primero un labio, luego el otro, un beso lento,
dulce. ¿Tierno? Él se alejó un instante y sus narices se rozaron al cambiar de posición.
Max se dejó llevar por la bruma que la envolvía y con sus manos se sujetó de sus
muñecas, fuerte muy fuerte para no caer. La respiración de ambos cambió, Max solo
escuchaba el bombeo de su sangre rugir en su cabeza.
Cuando la cámara los enfocó, agradeció a todos los dioses conocidos, y por
conocer. Ethan estaba más allá del bien y del mal, fue mirarla y perder el Norte. Todo
desapareció, menos su rostro.
Dejó de pensar y solo la besó.
Todo su cuerpo respondió en consecuencia. Con el único gramo de cordura que
tenía se alejó para terminar el beso en ese instante. Y fue justo en ese momento que
ella eligió tomarlo por las muñecas, y allí se desvaneció el poco sentido común que le
quedaba. Rozó con su nariz la de ella, respiró de su mismo aire y se embriagó de su
aroma. Olía a flores, a menta, a vida.
Y él quiso más.
La acercó e invadió su boca como si ella fuera el último manantial de agua clara
y él fuera el último hombre en salir del desierto.
Luego de lo que parecía una eternidad, logró ir separándose poco a poco, con
besos cortos hasta quedar de frente con la dueña de esa boca, que en cuestión de
segundos puso sus estructuras patas arriba.
Max no sabía si vivía o había muerto y estaba en el cielo. En sus treinta años
jamás, nadie, nunca, la había besado así. Estaba en ese despertar consciente en donde
elegimos dejar nuestros ojos cerrados para seguir soñando. Solo que la gente
alrededor generaba tanto alboroto que no quedaba más remedio que despertar y
volver a la realidad.
Abrió los ojos despacio, para encontrarse con unos lagos de color miel tan
abrumados como los suyos propios, con su vecino de la gorra con las mismas
dificultades para respirar.
Ninguno de los dos podía hablar. Ninguno lo hizo.
Cada uno se acomodó en su butaca.

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Max tocó todos los botones de su teléfono, releyó mensajes, repasó la música en
el aparato, tratando de recobrar un poco de la serenidad que había perdido con ese
beso.
Ethan se calzó la gorra hasta las cejas, cruzó las manos sobre su estómago y
estiró sus piernas todo lo que pudo. Su hermano quiso hablarle, y con un solo gesto
lo despachó.
A mitad del tercer tiempo, Max no podía ni con ella misma. ¿Cómo diablos
había dejado que eso pasara? Y lo peor… ¿qué haría al terminar el partido?
No se creía una cobarde, pero… “mejor prevenir que lamentar” como diría su
madre. ¡Su madre! No quería ni imaginar la cara de Amy si le contara algo así. Se
acercó un poco más a Mary y le susurró en el oído:
—Mary, ¿nos vamos por favor? —su tono suplicante conmovió a su amiga, que
la miró por un par de segundos y luego su mirada se extendió a su vecino que estaba
muy concentrado en algún punto entre la visera de su gorra y el partido, pero que no
movía un solo músculo ni para respirar.
Como si lo hubieran practicado, con absoluta rapidez y sincronización, se
levantaron acomodando sus bolsos bandolera en sus torsos y se retiraron por el
lateral de la tribuna.
Ethan y Henry solo atinaron a seguirlas con la vista. Y de nuevo, cuando Henry
quiso hablar, Ethan lo miró con su ya famosa cara de no-me-jodas, no era de temer,
pero sí a tener en cuenta. Sobre todo, con público presente.
Mary y Max llegaron al estacionamiento, una vez a salvo en Coop, Max apoyó
los brazos en el volante y dejó caer la cabeza derrotada. Por primera vez en los
últimos minutos pudo respirar llenando la capacidad de sus pulmones.
—Maxine Campbell, merezco una explicación —fue todo lo que dijo Mary con
calma.
Tras un largo suspiro, Max se sentó de lado enfrentando a su amiga y
respondió:
—Lo siento.
—Eso ya lo sé, lo que no sé es: ¿qué pasó para que salieras corriendo de esa
manera? ¿De qué me perdí? —Mary no estaba enfadada, solo confundida.
—Es que… yo no soy así, tú lo sabes… —sus ojos apenados estrujaron el
corazón de su amiga— fue… fue como si una fuerza me empujara a él, no lo pude
evitar, no lo pude controlar, nunca me sucedió nada así ni siquiera con Sean…
—Wow… —Mary se recostó en la puerta sacudiendo la cabeza de un lado a
otro.
Max siguió con su explicación.

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—¿Ahora lo entiendes? Eso no puede ser nada bueno Mary, no me gusta que las
cosas sean así, el lunes empieza una nueva etapa en mi vida, no puedo tener la
cabeza enredada de esta manera.
—¿Fue así de intenso, ¿eh?
—Sí lo fue. Créeme que lo fue —bajó la mirada apenada por toda la situación.
—Ok, ¿y ahora qué hacemos?
—¿Seguimos con nuestro plan del día? —una sonrisa de alivio iluminó su
rostro.
Dicho eso, encendió el motor y se dirigieron a la salida del estacionamiento del
TD Garden.

El lunes por la mañana el día amaneció radiante. La última entrevista, había


sido la definitiva.
Terminó de vestirse y se miró de cuerpo completo en el espejo de su vestidor.
Había elegido un traje sastre de pantalón recto color gris plomo con finas rayas más
claras, la chaqueta ni corta ni larga y una camisa color hueso completaban el
conjunto. Una vez subida a sus tacones negros que amaba, se vio perfecta para la
ocasión. Recogió su cabello en un moño bajo muy discreto, tomó su bolso, el celular,
las llaves de Coop y dejó su antigua vida para ir en busca de la nueva, con una
sonrisa imposible en su rostro.
Condujo hasta el número 800 de Boylston Street, y se maravilló con la vista del
Prudential Tower en todo su esplendor. Lo recorrió desde la planta baja hasta donde
la vista alcanzó, cincuenta y dos pisos, eran muchos.
Las oficinas de IPEF ocupaban desde el piso 36 al 38, de seguro la vista desde
allí sería impactante.
Con paso resuelto, se dirigió a la recepción, y se encaminó hacia los ascensores.
Contuvo la respiración durante el ascenso de los 38 pisos. Las puertas se abrieron y
recién en ese momento pudo respirar.
—Buenos días señorita Campbell —la recepcionista se levantó de su asiento y le
sonrió.
—Buenos días —dijo devolviendo la sonrisa.
—La acompaño a la oficina del señor Hammer —con un movimiento de su
mano le indicó el camino.

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Una semana más tarde de aquella primera reunión en el Prudential, mientras se
acercaba a la oficina su cabeza no dejaba de dar vueltas, si bien la empresa era
enorme todos se trataban con mucha familiaridad por decirlo de alguna manera,
tenía la impresión que allí nadie era un número de legajo.
La recepcionista se detuvo ante una oficina de puertas dobles, sin siquiera un
anuncio, la puerta se abrió.
Un hombre no muy alto, con gafas sin montura y una afable sonrisa la saludó.
—Muchas gracias, Katy —despidió a la secretaria y extendió su mano—
señorita Campbell buenos días, por favor tome asiento.
Peter Hammer la alcanzó en dos pasos y le indicó que tomara asiento en los
sillones que se encontraban en su despacho.
—Por favor llámame Peter, aquí todos los hacen.
—Bueno, a mí todos me llaman Max.
—Eso debe traer algunas confusiones —expresó risueño.
—Varias y todas muy divertidas —Max sentía una extraña comodidad.
—Te contaré cómo funcionan las cosas por aquí: en principio esta empresa fue
fundada hace muchos años por Patrick y un par de amigos, eso hace que los lazos
sean menos formales y se extiende a todo el grupo, es como una gran familia, y si
tomamos en cuenta la enorme cantidad de horas que estamos juntos, no es
descabellado verlo así. Cuidamos y velamos por los nuestros, lo que necesites
siempre puedes recurrir a nosotros y lo resolveremos. Luces, asombrada…
—La verdad que sí, me gusta la idea, vengo de Goldenberg & Goldenberg y el
trato era más formal incluso siendo una empresa de menor envergadura que IFET, de
todos modos, permíteme decirte que me siento muy cómoda hasta ahora, hacen que
las transiciones sean fáciles.
—Es nuestro objetivo. Vas a ocupar una de las oficinas de esta planta, aquí está
el despacho de Patrick, que veremos en un momento, el de Ethan Parker nuestro
gerente de proyectos en el área de tecnologías de la información y la comunicación, el
de Frederick Parker con quien vas a compartir responsabilidades un tiempo, Fred va
a retirarse el año próximo y va a ser parte de tu integración a IFET y la oficina de
Bradley Johnson nuestro gerente de infraestructuras. El resto de las oficinas de
subgerentes y asociados se encuentran en las otras plantas que ocupa la compañía en
este edificio, como así también las sucursales de Texas, Los Ángeles y Washington.
¿Abrumada?
Max caminaba a su lado en silencio asimilando todo cuanto Peter decía, IFET
era un monstruo, no es que tuviera dudas en cuanto a su desempeño, esto iba a ser a
todas luces el desafío de su vida. Y estaba más que preparada para asumirlo.

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—Peter, estoy emocionada de estar aquí, no se supone que sean los nervios
¿verdad? —bromeó en respuesta tratando de ganar la batalla con las emociones que
le anudaban la garganta.
—Y nosotros también, creo que hemos hecho una gran elección. Llegamos a la
oficina de Patrick.
Abrió las puertas dobles de madera oscura sin llamar e ingresaron, Eloise, la
secretaria y mano derecha de Patrick los recibió.
—Max, Peter, buenos días.
—Buenos días, Eloise… ¿cómo estás?
—Todo está… muy bien. Bienvenida, Max.
—Buenos días Eloise, muchas gracias.
—Adelante por favor, Patrick los espera.
A Max no le pasó desapercibida esa mirada escrutadora, no de mal modo,
quizás algo invasiva, como queriendo ver más allá.
¡Oh basta ya! Esto es muy extraño, pensó, son los nervios que no deberías tener y
tienes. Se reprendió otra vez.
—Buenos días Maxine, bienvenida a IFET —en acto reflejo ambos chocaron sus
manos en un saludo formal y rápido.
—Buenos días Patrick. Encantada de estar aquí —se encontró a sí misma
mirando a ese hombre a los ojos sin saber por qué.
—Bueno… —esta vez fue Peter quien cortó el momento— si me necesitan estoy
en mi oficina. Nos vemos.
—Hasta luego —dijo Patrick.
—Hasta luego —dijo Max.
Ambos se miraron por la casualidad y una corta risa mejoró el clima haciéndolo
más distendido.
—Dime Max, ¿has conocido tu oficina con Peter?
—No todavía —¿estas eran actividades que hacía el director general? Mmm…
la cosa se estaba poniendo extraña—, hablamos un momento y luego vinimos directo
a ti.
—Entonces permíteme acompañarte —expresó al tiempo que se incorporaba en
toda su altura y guiaba el camino a la salida.
Max lo detalló asombrada una vez más. Ese hombre medía casi dos metros, ella
se consideraba una mujer alta, pero él hacía que con tacones incluidos tuviera que

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mirar hacia arriba para ver sus ojos. Esos que le llamaron la atención desde el primer
momento y todavía no entendía por qué.
Las oficinas compartían piso con la sala de reuniones y la de teleconferencias.
Fred no se encontraba en el edificio, un viaje de negocios lo mantendría en Malasia
por un par de semanas, había salido esta mañana muy temprano, su hijo Ethan
estaba por llegar de un momento a otro. Por lo visto Patrick estaba enterado de todo
lo que pasaba con todos. Se quedó meditando si eso era bueno o malo. Aún no se
decidía cuando llegaron a su destino.
—Llegamos a tu oficina, espero que sea de tu agrado —Patrick sostuvo la
puerta con una mano y con la otra la invitó a pasar.
Ocupaba una de las esquinas del edificio y tenía dos paredes de piso a techo
vidriadas. La vista de la ciudad desde allí era espectacular cuanto menos. El sonido
de sus pasos lentos era amortiguado por una alfombra color caramelo. Los pocos
muebles de madera oscura resaltaban con sus herrajes antiguos pulidos. Posaba sus
ojos de un lado al otro, su anterior oficina tenía un diseño minimalista. Comparada
con esta, era insignificante. Aquí se respiraba poder. No sabía bien cómo era eso,
pero de seguro se parecía bastante a todo esto.
Patrick la observaba desde una distancia prudente, erguido tan alto como era,
con las manos cruzadas en la espalda y la cabeza ladeada un poco hacia la derecha.
Disfrutando la vista y tratando de poner en orden a la avalancha de pensamientos
que lo estaban consumiendo desde hacía un rato.
Ella se veía sorprendida y curiosa, era como ver a una niña en una juguetería
después de la hora de cierre. Su ceño apenas arrugado demostraba que trataba de
contener sus emociones, por supuesto fracasando en el intento. Todo lo que veía era
una contradicción con la mujer segura y controlada que estaba en su oficina unos
minutos antes. Max era un acertijo en sí misma. No muy distinta a él, de todos
modos, tenía mucho tiempo para conocerla. Y cuando Patrick Fisher tenía una idea
en la cabeza, era imposible que estuviera equivocado.
Después de recorrer la oficina un par de veces, cuando le pareció que ya había
recobrado el aplomo necesario, se volvió hacia Patrick, que la miraba expectante.
—Patrick… he quedado casi sin palabras —y no estaba mintiendo ni un poco.
Toda la situación desde que llegó esa mañana estaba jugando con su estabilidad.
Reconocía esos síntomas de otras experiencias en su vida, unas por olvidables y otras
por inolvidables. Eran esos momentos donde se tenía la certeza que algo muy grande
iba a pasar. Esos puntos de inflexión donde todo cambiaba de sentido y tu mundo
tambaleaba.
Frotó sus manos una con otra para calmar su temblor y tragó con dificultad la
bola de nervios que tenía atravesada en la garganta. Patrick sin saber la rescató de su
miseria.

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—Sí, lo sé, la vista es… impactante. Espero no sufras de vértigo —dijo de
repente temeroso que ese pudiera ser un motivo para la inquietud de Max.
—No, gracias a Dios no. Sería una pena enorme no poder disfrutar esta
maravilla por algo así —respondió con una sonrisa.
Patrick le devolvió la sonrisa y se acercó a la ventana que miraba al este y su
vista se perdió en el horizonte, buceando en el mar de sentimientos que lo tenían
atribulado.
Max lo imitó y se paró justo a su lado contemplando también hacia el vacío.
Luego de un par de minutos, Patrick giró para enfrentarla:
—Debo irme —anunció—. Es tu oficina, siéntete en libertad de hacer en ella lo
que gustes, si necesitas algo, lo que sea, no dudes en llamar a mantenimiento, están
para ayudarte en lo que necesites.
—Muchas gracias Patrick, por todo —dijo mirándolo a los ojos.
—No hay por qué, nos vemos luego —respondió devolviéndole la mirada para
luego girar sobre sus talones y dirigirse hacia la salida.
Lo último que Max escuchó fue el clic de la puerta al cerrarse. Volvió su vista a
la ventana y respiró hondo. Todo vestigio de nervios y dudas se disipó. Fue como si
un gran peso se hubiera evaporado de sus hombros. Respiró hondo una vez, dos
veces y una sonrisa plena iluminó su rostro. Se sentía feliz, se sentía en casa.
Patrick cruzó los metros que lo separaban de su oficina como una exhalación, al
pasar por al lado de Eloise vio la mirada de la mujer y siguió de largo hasta su sillón
dejándose caer en él. Dos segundos más tarde la mujer ingresaba a su oficina, cerraba
la puerta y con los puños en la cadera lo miraba desafiante como pocas veces había
ocurrido desde que se conocían hacía ya casi cuarenta años. Eloise primero había
sido la secretaria de su padre, luego la suya, lo había visto crecer, cometer aciertos y
estupideces como pocas personas a su alrededor. Eloise era familia.
—Patrick Fisher —lo llamó en tono seco— ¿Qué diablos significa esto?
—No lo sé Ely… no lo sé —se sacó la corbata de un tirón y la arrojó molesto al
escritorio—, te juro que no lo sé.
El alto grado de impaciencia y que la llamara por el diminutivo de su nombre,
le dio la pauta de lo perdido que se encontraba. Solo bajo situaciones de mucho stress
afloraba la intimidad necesaria para los apodos cariñosos. Esta era una de esas crisis.
—¿Qué necesitas que haga, Pat? Solo dímelo —casi podía escuchar los
engranajes de la cabeza de Patrick trabajar a ritmo redoblado.
Patrick tamborileaba los dedos en el escritorio con una mano y con la otra
jugaba con su lapicera, pocas veces lo había visto tan alterado.
—Llama a Barnes —exclamó poniéndose de pie.

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—¿Estás seguro que quieres seguir por ese camino, Pat? —el tono de Eloise era
conciliador.
—Sí, llámalo y que venga lo antes posible, no me importa qué esté haciendo ni
para quién. Lo quiero acá, ya.
Ella se acercó al escritorio y lo contempló un par de segundos. Dio un suspiro
quedo y le dijo:
—Está bien, yo me encargo. Sé que no es la mejor idea, pero también sé que no
hay otra opción.
—Gracias Ely.
—Seguro.
Patrick caminó hacia la ventana, y allí se quedó, mirando el vacío.

La mañana fue pasando con visitas, bienvenidas, felicitaciones, algunos


llamados. Alguien salió y dejó la puerta abierta. De espalda a la entrada no vio quién
la observaba desde el umbral.
Unos toques suaves llamaron su atención y comenzó a responder antes de girar
por completo. La frase quedó cortada por la mitad:
—Adelante por fa… —¡Madre de Dios! De nuevo fue lo único que pudo
formular, pero de milagro no lo dijo en voz alta. Reinició su sistema a fuerza de
mucha voluntad y terminó la oración— …vor.
Sentía el corazón desbocado, las manos se le humedecieron y su mente volvió a
ser un lienzo en blanco. Su visión de túnel solo percibía unos ojos miel que la
miraban fijo sin dejarle escapatoria. Y tampoco estaba muy segura si quería escapar o
no.
—¡Buenos días! —su tono ronco y lento la catapultó a la tribuna del TD Garden
y la dejó estaqueada al piso al mismo tiempo.
Pero, así como su voz le aflojó las rodillas, esa sonrisa de todo chico malo
ganador de vas-a-caer-rendida-a-mis-pies la bajó de su ensoñación en un santiamén y lo
miró seria.
No perdió detalle de la mirada lobuna y perezosa que la acarició de la cabeza a
los pies, en camino de ida y vuelta, ni tampoco como el traidor de su cuerpo
respondía en consecuencia.
Y eso le recordó la falta de control que había tenido sobre ella misma la última
vez que lo vio, y la promesa que se hizo de nunca más permitir que eso ocurriera.

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Cuadró los hombros y se acercó a su arrogante y desubicado visitante.
—Buenos días —espetó seria.
—Wow… no sabía que nuestro nuevo amigo Max había traído su propia
asistente —dijo en tono burlón paseándose por la oficina y sin dejar de mirarla.
—¿¡Perdón!? —logró contener con mucho esfuerzo toda la verborragia que la
dominaba cuando escuchaba esa clase de comentarios desubicados.
—Bueno —replicó él levantando las manos en defensa—, no es que me esté
quejando.
Acompañó sus palabras con una ceja arqueada mientras se acomodaba la
corbata.
—¿Y por qué deberías quejarte en todo caso? —su tono ácido destilaba
irritación.
¡Con lo bien que había empezado la mañana! A estas alturas, minuto y medio
de conocerlo ya no lo soportaba. Su paciencia era muy escasa con esta clase de
ejemplares masculinos que creían que por tener una sonrisa bonita, muy bonita e
impertinente en este caso —estaba irritada pero no era ciega— podían avasallar a las
mujeres así porque sí. Bueno, este no sería el caso.
—No, no me quejo. Soy Parker, Ethan Parker —y el extendió la mano.
¡Oh por Dios! ¡No puede ser posible! ¿En serio iba a hacer el numerito de Bond
James Bond? Patético. Una sonrisa tan involuntaria como burlona delató parte de sus
pensamientos.
Ethan quedó con la mano suspendida en el aire y como única respuesta una
cara con gesto irónico que desde lejos se notaba estaba luchando para no estallar en
carcajadas. ¿Quién se creía esa mujer para dejarlo así? Su carácter explosivo se hizo
presente y no midió sus palabras:
—¿Dije algo gracioso? Podrías contarme para reírnos juntos —la mirada mutó
de lobuna a leonina, pero en el mal sentido.
—Parker, Ethan Parker —ella tomó aire y le sostuvo la mirada—. Uno, sí dijiste
algo gracioso y dos, no me rio contigo, solo sonrío —la carcajada, si no la hubiera
contenido, se debería haber escuchado en todo el piso.
¿Qué mierda le estaba diciendo? ¡Qué mujercita más desagradable! Demasiados
humos para ser una asistente, ya se encargaría él de bajárselos.
—Y dime fuente de sabiduría… ¿qué te resulta taaan gracioso? —masticó sus
palabras una a una con furia contenida.

33
—Tú y solo tú Parker, Ethan Parker, que vienes a pavonearte jugando al papel
de 007 y lo único que veo es al súper agente 86 —le dijo con una sonrisa burlona
bailando en sus labios y la cabeza ladeada.
—¿Tienes una remota idea de quién soy señorita respuesta veloz?
—Por supuesto, 007 —replicó elevando una ceja, apretando sin saber los
botones que lo llevaban al límite.
Ethan estaba por explotar al ver esa cara de ángel con mirada de demonio,
porque por más furioso que él estuviera y por más insoportable que ella le pareciera,
no dejaba de ver que la muy víbora con lengua viperina, era preciosa. La puerta se
abrió un poco más y Patrick se asomó:
—Ethan… me pareció que era tu voz.
—Pat, ¿cómo estás?
—Muy bien, —notó la tensión en el aire— ¿nos vemos en la sala de conferencia?
Estoy de camino hacia allí.
—Ok. Ya te alcanzo.
—Veo que ya conociste a Max —dijo Pat con una sonrisa.
—¿Max? —Sus ojos no podían estar más abiertos mientras miraba a uno y otro
con estupefacción— ¿MAX?
—Estábamos presentándonos Patrick, justo cuando llegaste —respondió con
una sonrisa digna de un hada, muy diferente al trato que le había dado a él. Lo miró
de frente como si nada hubiera pasado y le dijo—: Soy Maxine Campbell, todos me
dicen Max. Encantada de conocerte Parker, Ethan Parker —y le extendió la mano con
suavidad.
Ethan dudó por un instante en tomarla o no. Podía dejarla colgando como ella
lo había hecho o demostrar que era un caballero. Ninguno de los dos estaba
preparado para lo que sintieron al juntar sus manos.
Max sintió un calor avasallador envolverla por completo, le nubló la vista, su
respiración se dificultó y se le tensaron hasta los dedos de los pies. Esto era malo,
muy malo.
El hormigueo que Ethan sintió en toda su piel fue a esconderse con su mejor
amigo en los pantalones que se puso en alerta roja. Y eso solo podía significar
problemas. Grandes problemas.
La imagen de Max en el estadio lo golpeó tan fuerte que se sintió tambalear.
¿Esa era la chica de la KissCam? ¿Cómo podía ser eso siquiera posible? Y lo mejor…
¿cómo mierda no se había dado cuenta?

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Para Max el tiempo se detuvo y revivió con brutal intensidad todas y cada una
de las sensaciones de aquel beso. Ese beso que cambió por completo, el significado de
lo que era ser besada. No hubo en su vida uno como aquel y viendo la situación
actual, no lo habría en un futuro tampoco. Un sentimiento de pérdida se anidó en su
pecho.
Si de algo se dio cuenta, era que no podía darle ninguna clase de poder a
Parker. Que trabajaran juntos ya era de por sí, bastante malo. No estaba segura de
poder manejar mucho más.
Gracias a todos los cielos, Patrick llenó el silencio.
—Nos vemos en cuanto puedas, —dio una palmada a la espalda de su ahijado,
y mirándola dijo—: hasta luego Max.
El duelo de miradas podía haber durado por siempre, Ethan supo en ese
instante que ella no sería la primera en claudicar. Decidió dejarla ganar la primera
batalla, él ganaría la guerra. Como siempre.
Su sonrisa ladina apareció y Max quiso borrársela de un plumazo, pero… no,
no le dejaría ver que la alteraba en lo más mínimo. Como si tuviera todo el tiempo
del mundo caminó hacia su escritorio y se sentó en su sillón.
Era una mujer prudente, su madre la crio de ese modo, y sabía ponerse a
resguardo cuando el peligro estaba cerca. ¿Hoy? El peligro vestía un traje de color
negro de corte impecable con camisa blanca y corbata burdeos, que daban ganas de
arrancársela con los dientes. Y para colmo de males, no le quitaba la vista de encima
ni un solo instante. Se sentía… acorralada.
Ethan la miraba como un cazador a su presa. Corre Max, corre pensaba mientras
la veía huir detrás del escritorio y todas sus alarmas se encendieron en su cabeza al
notar el suave contoneo de sus caderas al caminar. Paseó su mirada desde su nuca
hasta los zapatos. Imágenes poco decorosas de esos zapatos negros con taco aguja al
lado de sus orejas invadieron sus pensamientos. Se aclaró la garganta y dijo:
—Eres tú —dio un pequeño rodeo delante del escritorio con las manos en los
bolsillos y la ceja arqueada.
—¿Perdón? —fingir inocencia se le daba tan bien. Ella era una gran actriz.
—Tú y yo, el TD Garden y la KissCam…
—No tengo idea de qué hablas —su tono neutro disimulaba cualquier emoción.
Y ella solo rogaba que todo el calor que sentía en su cuerpo no se reflejara en su
rostro.
—¿No te acuerdas? —estaba a mitad de camino de la sorpresa y el escepticismo.
Era imposible que no se acordara de ese beso. La muy víbora estaba mintiendo.

35
—No tengo nada que recordar. Por si no escuchaste, te repito, no sé de qué
hablas.
—¿No será que necesitas que te lo recuerde? —¡Parker para ya! ¿Qué mierdas
haces? Estás en la oficina, no puedes mover un puto músculo aquí.
Para cuando terminó de formular la pregunta y de notar lo que había dicho,
tenía las dos manos apoyadas en el escritorio y se inclinaba sobre Max, tanto así que
ella se sostenía de los apoyabrazos y su cuerpo estaba pegado al sillón.
—¿Qué estás haciendo Parker? No te atrevas a avanzar un solo milímetro más
—sus ojos reflejaban una firmeza que no sentía.
No en lo absoluto. Lo que sentía era pánico en estado puro. Si la besaba de
nuevo, estaría perdida sin posibilidad de retorno.
—¿Vas a jugar al no me acuerdo de ti? ¿En serio? —y la miró con su ya
patentada mirada no-me-jodas.
—No juego a nada. No sé de qué hablas en mi vida fui al TD Garden —repuso
con toda la cara de piedra que pudo.
—Bueno —Ethan corrió su mano por el pelo sin dar crédito a lo que escuchaba
— si no eras tú, habrá sido tu gemela.
La idea hizo clic en la cabeza de Max.
—Bueno Mary es fanática del básquetbol quizás…
—¿Mary? —preguntó extrañado.
—Mi hermana Mary, no somos gemelas, pero somos muy parecidas.
—Entonces es cierto, una hermana buena y otra mala, mi suerte va en picada —
refutó pedante. Algo en todo esto no le cuadraba.
—Y seguro te lo mereces Parker —escupió sus palabras una a una. Ese hombre
sacaba lo peor de ella.
—Me ofendes… —Ethan se llevó la mano al pecho y fingió estar dolido.
—La verdad siempre lo hace. Eso no me extraña —se puso de pie y comenzó a
ordenar papeles en su escritorio que no necesitaban ser ordenados—. Parker, Patrick
te espera.
—¿Me estás echando? —esa mujercita sí que tenía coraje, eso había que
reconocerlo.
—No, te recuerdo con sutileza que tengo trabajo y que, si tú no haces el tuyo,
deberías al menos dejar que los demás lo hagan.
Ethan la miró por varios segundos. Esa mujer le crispaba los nervios. Sentía
unas ganas de ahorcarla difíciles de controlar y al mismo tiempo de empotrarla

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contra la pared y besarla hasta dejarla inconsciente, solo para que dejara de
responderle de la manera en que lo hacía.
Y por muy loco que pudiera sonar, lo divertía como ninguna otra. Podría pelear
con ella todo el día, nada más que por verla furiosa. Por ahora la dejaría en paz,
Patrick lo esperaba.
—Es verdad, Pat me espera —y en ese instante decidió que la vería furiosa cada
día de la semana. Esa caprichosa no tenía idea con quién estaba hablando, se acercó
un poco más al escritorio, bajó su cabeza hasta quedar a centímetros de la de ella y
con su voz ronca, sexy como el infierno dijo—. ¡Qué tengas una hermosa mañana!
Le guiñó un ojo y sin darle oportunidad de responder nada, dejó la oficina.
Max quedó muda y petrificada en su sillón. ¿Cómo podía decirle algo como eso
después de la conversación, por ponerle un nombre diplomático, que habían tenido?
Fue cuando descubrió que estaba paralizada por el miedo que le causaba que la
besara y mareada por el perfume que dejó en su oficina.

Ethan estaba llegando a la Sala de Conferencia donde lo esperaba Pat, cuando


vio quién estaba de salida. Cruzaron un saludo.
—Barnes, ¿tú por aquí?
—Así parece, Parker. ¿Cómo estás?
—Muy bien, ¿y tú?
—Bien, nos vemos.
—Seguro.
El ascensor cerró sus puertas dejando tras del detective ese halo de misterio que
siempre lo caracterizaba. Ojos inquisidores y lealtad de hierro.
—Pat, ¿querías verme? —se aflojó la corbata y se dejó caer en el sillón.
—Así es, ¿cómo está el tema Graham?
—A decir verdad, estaba mejor la semana pasada cuando hablamos por
teléfono.
—¿Y eso que implica? —El tono con que Ethan habló, dejaba ver a las claras que
las complicaciones no eran menores.
—Bueno, Nakamura apareció en el juego y quiere hacer negocios con Graham.
Ahora tenemos una seudocompetencia entre manos que no me interesaba tener.

37
—¿Por qué seudocompetencia? Nakamura Tec Inc. ES competencia y de la
seria.
—Pero Junior no lo es. Toda la división de informática y aplicaciones está a
cargo de Hikaru Nakamura no de Hiroki. Si bien depende económicamente del
imperio paterno está bajo su exclusiva responsabilidad.
—No veía muchas posibilidades que Hiroki quisiera dividirse, su postura
siempre fue muy tradicional en ese aspecto.
Mientras hablaban Pat ya había servido un café para Ethan y otro para sí
mismo. Lo acercó al escritorio y se sentó en su sillón de nuevo.
—Gracias Pat.
—De nada, continúa.
—Sí, pasa que Hikaru, conocido por todos como Junior —hizo una pausa y rio
—, ha tenido problemas.
Terminó la frase gesticulando las comillas con los dedos en la última palabra.
—¿Qué clase de problemas? —Pat prestó más atención, problemas ajenos,
podrían significar beneficios propios.
—Junior es el menor de los hijos de Nakamura, sus dos hermanos mayores
tienen la misma conducta dentro y fuera de la empresa que el viejo Hiroki, Hikaru es
otra cosa. Resultó ser la oveja negra de la familia, el hijo díscolo que nunca pensó que
tendría, sobre todo basándonos en la educación que recibieron sus tres hijos. Estuvo
una temporada de vacaciones en Tailandia, con excesos de mujeres, de ruleta y otras
sustancias.
—¿Drogas? —Patrick no entendía cómo nada de todo esto había salido a la luz.
—Ajá, papá Hiroki se encargó de cubrir todo…
—No todo por lo visto —lo interrumpió divertido. Parecía que estaba mirando
esos programas de chismes de los famosos de Hollywood y no el reporte de
actividades de su ahijado.
—Lo tapó todo, solo que tengo la gente adecuada escuchando y viendo en los
lugares correctos —respondió enarcando una ceja. Esa actitud pedante era ya su
firma en los negocios.
—¿Y eso cómo va a afectarnos? Porque si te ocupas es porque te preocupas…
—Junior no puede perder el trato con Graham —reveló en tono neutro.
—¿Qué pasa si lo pierde? —inquirió Pat.
—Queda fuera del imperio Nakamura. Su padre le dio una última oportunidad
para enmendar su comportamiento. E Hiroki es conocido por su mano de hierro, si lo
dijo lo hace.

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—Junior está en problemas —dijo sonriendo Pat.
—Junior tiene muchos problemas, y el más grande de todos soy yo. No voy a
permitir que se quede con la patente de Graham, porque la quiero para IFET, la
quiero para mi división.
Patrick quedó en silencio un par de minutos analizando toda la situación, había
mucho más en juego que tan solo lo que habían hablado, esto a grandes rasgos era
enorme, pero si escarbaban un poco más las connotaciones eran impresionantes.
Ethan bebía su café en silencio, sabía que la mente de Patrick no paraba un
segundo y le había dado mucha información inesperada.
Pat se reclinó en su asiento y cruzó las manos, era su gesto de preocupado,
quienes lo conocían lo sabían.
—Los Nakamura no son gente fácil, en los años que conozco a Hiroki sé de su
honor, pero también de sus recursos, y no todos son tan transparentes como me
gustaría que fueran. En resumen, son peligrosos. Y su hijo por lo que me cuentas está
desesperado o está por estarlo. Y un hombre peligroso y desesperado no es una
buena combinación.
—Lo sé Pat. Lo sé.

¡Al fin viernes!


El lado emocional de Max estaba extasiado y su físico agotado. Si bien Frederick
se encontraba fuera del país, ambos recibían la misma información y trabajaban
buena parte de la mañana conectados en teleconferencia y por las tardes cada uno lo
hacía solo.
Fred era el extremo opuesto a su hijo menor Ethan, tan correcto y propio, en las
dos semanas que llevaban conociéndose y trabajando juntos, jamás lo vio exaltarse
por algo, o responder de forma impropia. Conversar con él era un verdadero placer.
Más conocía a Fred, menos podía creer que fuera el padre del idiota de Parker.
Descubrió además que compartían la línea de pensamiento, con lo cual el
traspaso de la gerencia legal no sería inconveniente alguno. Algo más tenían en
común: ambos eran adictos al trabajo. Max no dejaba su escritorio hasta que todo lo
pendiente del día no estuviera terminado. Sin importar la hora.
Eso hacía que sus jornadas laborales fueran algunos días, en extremo extensas.
Al dar las cinco la mayoría del equipo se retiraba a sus hogares, ella en cambio ponía
rumbo al coffe corner en busca de la cafeína necesaria para terminar el día.

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Algunas de las secretarias y asistentes lo tenían como punto de reunión antes de
despedirse, hasta el día siguiente. En esos casos era cuando Max se enteraba de todos
los chismes y la trastienda de la empresa, no es que prestara especial atención, pero
no podía evitar escuchar. Sobre todo, cuando por una broma cruel del destino, el
tema preferido de todas sin excepción, era las aventuras y desventuras del gerente de
proyectos, el arrogante de Ethan Parker.
Max no disponía de tiempo para interesarse por las noticias de la noche
bostoniana y alrededores, pero por lo que podía escuchar con disimulo mientras
preparaba sus macchiatos de la tarde, él participaba de muchas de las fiestas y los
eventos de su círculo de amigos y conocidos.
En la oficina no tenía “amigas”, y no es que le faltaran voluntarias. Eso no
impedía que todas o casi todas, suspiraran por Ethan. Si tan solo de hablar de él, en
el ambiente parecían flotar corazones.
Max no podía entender este tipo de actitudes, era evidente que el hombre
estaba como un tren, pero era tan arrogante y creído, aunque tuviera sobrados
motivos para su propia desgracia, era muy desagradable. Irritante, muy frustrante.
El último informe de la semana estaba terminado y recién eran las 18.30, un
pequeño milagro para celebrar.
Apagó su computadora, tomó su bolso y se encaminó al ascensor. Tenía por
delante casi sesenta y cuatro horas de no ver la cara del pesado de Parker. Segundo
motivo de festejo.
Por lo visto, había tomado como un desafío personal, molestarla en cada
oportunidad que tenía, y si no, se la procuraba. A veces era despectivo, otras
demasiado encantador y peligroso. Aunque lo disimulara a la perfección, en cada
ocasión lograba alterarla.
Mientras esperaba el ascensor, soltó el stick de su cabello y dejó caer libre sus
ondas castañas sobre su espalda, moviendo con lentitud su cabeza de un lado al otro.
Ethan estaba saliendo de su oficina, con la mano sujetando todavía el pomo de
la puerta, cuando la visión de Max aflojando su peinado captó su total atención.
Un deseo incontenible de ser él quien desordenara su cabello lo dejó paralizado
en el suelo, conteniendo la respiración. ¿Desde cuándo a él le pasaban estas cosas?
El ringtone del celular de Max, lo instó a moverse y como el cobarde que no era,
retrocedió dos pasos recluyéndose en su oficina. La alegría del saludo con que
atendió la llamada agrió el rastro de buen humor que le quedaba. ¿A quién saludaba
tan feliz? Vio las puertas del ascensor cerrarse, dejándolo molesto y en la ignorancia.
—¡¡Hola!!
—Hola Max, ¿Cómo estás?

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—Saliendo de la oficina, agotada.
—¿En serio?
—Sí, Mary, fue una semana terrible por decir lo menos —se colocó el teléfono
en el hombro y se acercó a Coop. Había llegado al estacionamiento.
—Quería saber si este fin de semana venías a casa…
—No —dijo con tono apenado—, me avisó Thomas que esta tarde llegó el
pedido de Pottery y quería acomodar primero y relajarme después, no tengo energía
para nada más. ¿Por qué no vienes tú?
—Mis padres organizaron una fiesta con sus amigos y no puedo faltar. Te extraño.
—Yo también, si no es la semana próxima, prometo ir a la siguiente. ¿Ok?
—Genial.
—¿Hablamos luego? Ya salgo para casa.
—Seguro, besos.
—Besos.
En el otro extremo del estacionamiento estaba Ethan, masticando su malestar
después de verla desaparecer en el ascensor. Para pasar el mal rato, decidió
organizar la salida de esa noche con su hermano Henry. Necesitaba relajarse, sacarse
los problemas de la oficina un rato de la cabeza. Solo eso.
La salida del viernes duró hasta la mañana del sábado, Ethan desayunaba con
su hermano. La cabeza le dolía, y su humor no había mejorado mucho, la salida lo
había entretenido bastante, pero algo empañaba su humor esta mañana ¿Sería el
cansancio? ¿Cuál? ¿El cansancio de la semana, o el cansancio de la rutina? Esas eran
preguntas que no podía responderse.
Revolvía ausente su bebida, escuchando el monólogo de Henry, cuando un
Minicooper blanco estacionó en la acera de enfrente sacándolo de sus pensamientos.
De un tiempo a esta parte parecía que esos cochecitos inundaban la ciudad, los veía
por todas partes. Recordándole por supuesto a su más que molesta propietaria.
Elevó la vista de su macchiato para ver descender del vehículo al objeto de su
fastidio permanente. Del asiento trasero tomó una mochila y se dirigió hacia la
esquina. Caminaba tranquila, disfrutando del paseo, le llamó la atención su manera
de vestir, siempre la había visto muy formal en la oficina. Llevaba unos leggins,
zapatillas y una sudadera con capucha todo en color negro. Se detuvo en la puerta
del estudio de danza.
Se sentía extraño al observarla todo el rato, no era correcto, pero a estas alturas
a él le resultaba inevitable. Se acomodó en la silla y la vio atravesar las puertas
blancas de madera. El estudio ocupaba el primer piso de todo el local de la esquina,

41
por lo que sabía a dónde dirigir su mirada. Las ventanas eran de piso a techo y al no
ser tanta la distancia casi podía ver la totalidad del salón. Se imaginó el piso de
madera, veía los espejos en las paredes, como las ventanas estaban abiertas, si
prestaba mucha atención, podía escuchar los acordes de la música. Era un ritmo
cadencioso de tambores y laudes. Todos los pelos del cuerpo se le erizaron al mismo
tiempo.
¿Qué mierda? ¿Qué estaba pasándole?
Las enormes ventanas le ofrecían una imagen inmejorable, vio como Maxine se
agachaba para guardar la sudadera y se colocaba en la cadera una faldita de gasa roja
con lo que parecían monedas y borlas, se quitó la camiseta, quedando solo con un top
también negro de finos tirantes que dejaba al descubierto su pálido vientre, el cabello
suelto le caía en ondas en su espalda.
La música subió un poco de volumen y fue mudo testigo de su danza, la
perfección de sus movimientos, la cadencia y los golpes de sus caderas, ondulando
de forma sensual ese cuerpo, descubriendo sus curvas. Queriendo tocarlas, sentirlas.
Devorándola con los ojos. Deseándola. ¿Cómo era posible que bajo esa niñata
caprichosa y con aires de sabelotodo, se escondiera una mujer hecha de fuego que,
con solo mirarla, lo hacía prenderse en llamas?
No veía nada más, no escuchaba nada más, solo estaba consciente de esa diosa
del Olimpo que lo arrastraba hacia el infierno.

Sus jornadas de trabajo desde hacía años eran en extremo extensas, casi todas
las semanas viajaba a las oficinas del grupo, pasando incluso husos horarios y todo
hacía que, al momento de dormir, se sumiera en la más absoluta inconsciencia en
cuestión de segundos.
Pero, su rutina había sufrido más de un revés. Por las noches a Ethan le costaba
conciliar el sueño, y había pasado mucho tiempo desde que le ocurriera algo así.
El final del día ya no lo encontraba rememorando sus reuniones de trabajo, los
contratos firmados o los proyectos pendientes, no.
De un tiempo a esta parte, llegaba a su casa, y pasaba horas tratando de no
pensar en… Campbell. ¡Dios! Lo sacaba de sus casillas, tan orgullosa y siempre con la
respuesta perfecta para todo, la solución idónea y el tono adecuado, de sonrisa
amable y tan correcta.
Con todos. Menos con él.

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Su padre estaba encantado de trabajar con ella, Henry consideraba que era una
persona muy agradable, Pat la miraba extraño, pero, tenía una muy buena opinión
sobre su trabajo. En pocas semanas se había ganado el cariño y el respeto de todos los
asociados. Parecía que con el único que no congraciaba era con él. Extraña situación
porque hasta donde recordaba jamás tuvo problemas con sus colegas.
Nunca. Hasta Max.
La continua competencia en la que estaban era frustrante y agotadora. Y traía
consigo dos consecuencias inmediatas: primero que las mini batallas diarias las
ganara Campbell, ya fuera por la respuesta más ácida o por su mirada penetrante
cuando ni le respondía y se alejaba con su cabeza bien erguida ninguneándolo como
ninguna mujer antes de ella había hecho. Todavía no se decidía qué le molestaba
más: su silencio reprobatorio o el hipnótico balanceo de sus caderas al caminar
alejándose de él. Generando así la segunda consecuencia: no podía sacársela de la
cabeza por más que lo intentara. Y Dios era testigo de cuánto quería dejar de pensar
en ella. Esta situación no traería nada bueno, y él lo sabía. Lo que no sabía era cómo
evitarla.
Este lunes por la mañana Ethan se despertó de muy mal humor, otra vez. No es
que tuviera por costumbre un agradable despertar, pero sus mañanas iban en franca
decadencia. No hallaba la manera de conjugar las dos mujeres que se debatían la
atención en su cabeza, la mujer que veía a diario, esa formal y seria, con la mujer de
sus sueños, que era todo fuego y pasión.
Aunque catalogarlos de sueños era menospreciarlos cuanto menos, eran
rotundas pesadillas. Sobre todo, porque se despertaba sudado y excitado como le
ocurría en su adolescencia. Maldita mujer que lo traía loco.
Luego de una ducha larga y con agua muy fría, se envolvió en la enorme toalla
blanca y puso rumbo a la cocina en busca de la primera dosis de cafeína. Con el
ánimo ya calmo, se dirigió al vestidor para terminar de prepararse para un día de
oficina.
Desde el primer encuentro se había propuesto jugar con ella, ahora ya no estaba
tan seguro de quién jugaba con quién. Y se estaba tornando peligroso. No podía
permitir que ella llevara el control, y estaba fracasando en el intento. Algo tenía que
hacer, y mientras más pronto, mejor.
Llegó a la oficina una hora antes de lo usual, tenía carpetas que revisar,
llamadas que concretar y una reunión de todo el equipo que mínimo se llevaría un
par de horas de su escaso tiempo, su vuelo a Washington estaba programado para
despegar del Logan International Airport a media tarde.
Ingresó al estacionamiento y puso los ojos en blanco. El Minicooper de su
tormento ya estaba estacionado en su plaza asignada.

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¿Qué diablos estaba haciendo en la oficina tan temprano? Pensó masticando su
repentino mal humor.
Todo el camino a su oficina lo hizo sumido en la incomodidad que lo invadía
cuando sabía que ella estaba cerca.
Dejó en la silla de su escritorio su portafolio y se encaminó a preparar su primer
macchiato del día.
El piso estaba desierto, las secretarias no habían llegado aún, y el personal de
mantenimiento se habría retirado temprano. La música clásica ambiental, tampoco
estaba sonando. Todo estaba en silencio.
Un par de metros antes de llegar al coffe corner, escuchó a alguien cantar. ¿Max?
Se preguntó sorprendido. Una sonrisa de lado se instaló en sus labios, se detuvo en el
umbral de la puerta.
En un rincón de su mente, el único capaz de armar una oración coherente,
pronunció su nombre con la cadencia de una letanía: Max. No como pregunta, sino
como respuesta. La cuestión es que le sonó como la respuesta a todo.
La miraba en silencio, sabiendo que contaba con segundos, un minuto o dos,
como máximo, para embeberse de su imagen. La miraba azorado, la luz de la
ventana acariciaba su figura y sintió una desconocida opresión hacer hueco en el
medio de su pecho.
Quería ser él quien la rozara.
Desde el sábado que la vio bailar su cerebro estaba por completo enredado.
Enojo, frustración, deseo, admiración. Ahora podía sumarle celos y eso era lo que le
faltaba.
Supo en ese instante que estaba acabado.
La vio revolviendo con la cuchara en su taza, la escuchó cantar mientras lo
hacía, relajada y feliz. En ese instante descubrió que ella, el aroma a café y las
mañanas eran las tres cosas que quería tener todas juntas. Ese momento fue su
epifanía, un velo se corrió de su realidad. Una sonrisa de satisfacción se instaló en su
rostro, y antes de asustarla, se aclaró la garganta y la saludó.
—Buenos días, Max —dijo suavemente.
Nunca la llamaba por su nombre, salvo cuando se despertaba solo, en su cama,
agitado y tembloroso. Bueno, hoy no era un día más. ¿No?
Maxine no daba crédito a lo que escuchaba. ¿Ese fue un saludo amable? Pensó
mientras giraba despacio para encontrarlo apoyado con un hombro en la puerta y
una sonrisa colgando de sus labios.
—Buenos días, Ethan —respondió amable. Al fin y al cabo, ella solo respondía
de la misma forma que él la trataba. ¿No?

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—Pensé que iba a estar solo viniendo tan temprano —contestó a la vez que
avanzaba con pasos lentos hacia la mesada.
Maxine estaba acostumbrada a sus desplantes, pero la desazón que la invadió la
sorprendió. “Demasiado lujo que se mostrara amable, ya apareció el verdadero Parker”. Y
con su repentino mal humor le retrucó:
—Bueno Parker, quédate con tu soledad. Voy de salida —tomó su taza con
brusquedad, su ceño fruncido y el tono áspero dieron sobrada cuenta de su malestar.
Lo pasó de lado, con pasos presurosos, tomó de la mesa su teléfono y lo dejó
solo, en el más absoluto silencio.
Ethan no podía hablar, había elegido muy mal sus palabras y con la historia que
tenían en común no podía culparla.
¡Dios! ¿Cómo pudo errar tanto las palabras? Y lo peor… ¿cómo carajo iba a
arreglar algo así sin quedar en evidencia?
Más preguntas sin respuestas, y parecía que la lista se hacía cada vez más
extensa. Corrió con exasperación la mano por su pelo, la mañana recién comenzaba y
ya le estaba por explotar la cabeza.
Con pasos perezosos, víctima de sus propias palabras y de la estupidez que lo
poseía cada vez que Max estaba cerca, llegó hasta la mesada para preparar su primer
café del día. Su jornada, por no decir la semana, ya pintaba ser toda una maldita
pesadilla. Otra vez.
Caminó hasta su oficina haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, con
cada paso que avanzaba luchaba por no cometer la imprudencia de ir hasta la oficina
de Max, nada bueno podría surgir de querer hablarle en ese momento. Y así,
rumiando su frustración cerró la puerta y se dejó caer en el sillón.
Maxine era consciente de cada sonido que la envolvía. Antes de encerrarse en
su espacio le pareció escuchar incluso que Ethan revolvía su taza con inusitado
entusiasmo, seguro debería estar muy feliz después de haberle amargado el
desayuno. ¡Idiota arrogante!
¿Cómo era posible que lograra descontrolarla de esa manera? Eso era algo que
no podía seguir ocurriendo, no es que él se diera cuenta, confiaba en que estaba
guardando las apariencias muy bien, pero en su interior sabía que estaba haciendo
mella en su vida. Cuando estaba cerca de ella pasaba por todos los estados de ánimo
a la vez, miedo, incertidumbre, anhelo.
Miedo de no poder disimular cuánto la afectaba, desde su perfume que la
intoxicaba hasta el tono de su voz, tan ronco y sensual que se sentía desfallecer. Sobre
todo, cuando se ponía en plan chico malo su voz sonaba como un susurro, uno que
movilizaba hasta la última célula de su cuerpo, como la promesa de lo prohibido
dicha en secreto.

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Incertidumbre, los “¿qué pasaría si…?” se arremolinaban en su cabeza
privándola de paz. La tentación era demasiada, como era demasiado lo que podría
perder si sucumbía a sus deseos.
Y después estaba el anhelo, de verlo, de tenerlo cerca, muy cerca, de tocarlo, de
volver a besarlo como aquella vez, o más. Esa ansia que competía con las ganas de
estrangularlo cada vez que se comportaba como esta mañana.
Estaba segura que él bien podría ser su perdición. Nunca antes le había pasado
algo así, desde la primera vez que lo vio en aquel bendito partido en el TD Garden
todo estaba patas arriba.
Nadie había logrado encenderla de esa manera con un beso, todavía podía
sentir el calor y el sabor de sus labios. Ni siquiera con Sean había vivido esta
tormenta de emociones.
Sean… su nombre puso una sonrisa en sus labios.
Habían coincidido en la escuela desde el jardín de niños, siendo vecinos era
inevitable, como lo fue su amistad, ambos hijos únicos crecieron compartiendo todo
como los hermanos que no eran.
Ya en el instituto Sean se entregó a su segundo amor y formó su propia banda
de música con otros amigos de la escuela, y como hacían todo juntos, ella también
formaba parte, no cantaba nada mal y pasaban ratos muy divertidos en el garaje de
los señores Collins preparando covers de sus temas favoritos. Después de unos meses
y algunas presentaciones en los eventos escolares, los invitaban a cuanta fiesta
hubiera. Eran algo así como la banda oficial de Providence High School y las horas de
ensayo sucediéndose unas tras otras hicieron lo suyo. Para el fin del verano antes del
último año del instituto ya eran novios.
Con Sean llegó el primer beso, la primera caricia. Su primer amor y su primera
noche de pasión. Recordarlo todavía la llenaba de ternura, también había sido la
primera vez para él, y fue tan tierno y considerado, se sintió tan amada que creyó
que nada en el mundo los podría separar. Y así fue por cuatro años. La universidad
no fue problema, ella cursaba en Harvard, él en Yale y los momentos robados al
estudio y las responsabilidades valían las horas de extrañarse. Estando a punto de
graduarse, Sean recibió la noticia que soñó desde que tenía seis años. Lo esperaban
en el CERN para trabajar sobre su tesis. ¿El segundo amor de Sean era la música? La
física nuclear el primero. Y ella no sería quien interfiriera en sus sueños.
Amándose como lo hacían, fue una decisión difícil de tomar, pero la mejor de
todas. Y en ellos quedó lo hermoso que fue su tiempo juntos, se amarían toda la vida,
de eso no había duda. Pero ya no de la misma manera. Así las cosas, eso tampoco
impedía que cuando se encontraran no sucumbieran uno en brazos del otro.
Sean era especial. Siempre lo fue. Siempre lo sería.

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Pero, desde aquel bendito beso todo había cambiado. Ya no estaba segura que
Sean fuera el amor de su vida. Su primer amor seguro. Y el resto estaba en pausa.
Le daba la sensación de que todo este tiempo hubiera estado esperando, lo que
no sabía a ciencia cierta, era qué. Y ese anhelo, esa incertidumbre, ese no saber qué
esperar era el sentimiento que la embargaba cuando Ethan estaba cerca, esa
sensación de salto al vacío, vértigo en estado puro.
Gracias a todos los cielos por ahora podía mantener todo bajo control, pero cada
día, cada encuentro hacía tambalear sus defensas. Los muros que bien sabía levantar
a conciencia para protegerse a sí misma, ya no eran tan firmes, ni tan altos, ni tan
inquebrantables.
Para colmo de males trabajaban juntos, era la receta para el desastre, como ver
un tren descarrilar en cámara lenta y no poder hacer nada en lo absoluto para evitar
la colisión.
Toda esa impotencia, esa frustración, mezcladas con el deseo y el anhelo no
podían ser nada bueno. Tenía la casi certeza que estar con él era un antes y un
después, y si apenas podía con las sensaciones de un solo beso no quería ni
imaginarse lo que sería algo más con Ethan Parker.
Para cuando se dio cuenta del rumbo que habían tomado sus derroteros
mentales, su café intacto y frío estaba sobre el escritorio y ya era hora de la reunión
informativa de los lunes.
Sacó del cargador su celular y le envió un mensaje a Mary.

“¡Buenos días! ¿Cómo viene tu semana para vernos?


Te extraño <3 “

Inspiró hondo y sacudió la cabeza un poco, necesitaba enfocarse en el trabajo


pendiente y dejar todas estas cuestiones para cuando fuera su tiempo libre. Nota
mental: ocupar las horas hasta caer en coma.
Con una sonrisa triste se dirigió a la sala de reuniones. Al pasar por la oficina de
Ethan, la puerta entreabierta le permitió ver su interior. Por un momento perdió
conciencia de sí misma.
Él se hallaba de espaldas a la puerta mirando a través del cristal el paisaje de
Boston a sus pies, podía ver con claridad la tensión de sus antebrazos, llevaba las
mangas de su camisa recogida hasta los codos y los puños cerrados con fuerza a la
altura de la cadera. El chaleco de su traje se ajustaba a su espalda, remarcando cada
inspiración y exhalación a un ritmo hipnótico. Esa imagen imponente quedó opacada
cuando lo vio bajar la cabeza en franca derrota.

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Desde hacía dos horas que Ethan estaba dándole vueltas al asunto. Cómo salir
de este atolladero en el que se encontraba parecía algo imposible, y no podía ocurrir
en peor momento.
Tenía por costumbre sostener largas conversaciones con su padre Frederick, en
el jardín de su casa paterna, con un par de Stella Artois en la mano, mientras
esperaban por la cena en familia que su madre religiosamente organizaba cada
domingo. El hecho que estuviera en Malasia desde semanas había interrumpido su
ritual y eso le molestaba, necesitaba hablar con alguien. Con urgencia.
Por un lado, estaba la patente de Graham, que se complicaba cada día más, le
gustaban los desafíos, lo impulsan en cualquier ámbito de su vida, pero esto se
estaba pasando de castaño oscuro. Nakamura era como una bomba de tiempo
ambulante, no sabía cuándo iba a explotar, ni dónde ni cómo lo afectaría, pero siendo
la competencia directa esperaba repercusiones en cualquier momento, a cualquier
escala.
Por otro estaba Giuliana, que por lo visto quería algo más que la relación de
amistad con beneficios que tenían desde algo más de un año. Motivo por el cual
tenían una conversación pendiente en la próxima escala de la enamorada muchacha.
Por supuesto Henry, no era la persona idónea para este tipo de conversación,
poco sabía de las patentes al no pertenecer al Grupo y con respecto a las mujeres en
su vida, le diría que todo esto que le pasaba era producto del mal karma, por andar
por la vida rompiendo corazones. Como si tuviera la culpa de no enamorarse.
De algo estaba muy orgulloso, y lo decía sin reparos, jamás mentía ni engañaba.
Él era un hombre hecho y derecho, tenía su familia, sus amigos, sus colegas, una
carrera brillante y muchos años por delante para encontrar la mujer con la cual uniría
su vida. Nunca hacía promesas que no pudiera cumplir y si las cosas se torcían, como
el caso de Giuliana, lo aclaraba de inmediato. No podía decir “te amo” si no lo sentía.
Y todavía a sus treinta y tres años, eso no había ocurrido. Estaba seguro que en algún
momento llegaría y tendría un matrimonio pleno y feliz como el de sus padres. Era
cuestión de esperar por la mujer adecuada.
Mientras tanto su vida se veía convulsionada por Maxine, su tormento
personal, que no dejaba de rondar cada rincón de su mente, y no lo dejaba en paz ni
un puto minuto del día. Era casi un milagro que lograra terminar su trabajo a tiempo.
¿Pero qué lo atraía de Max de esa manera casi insana? Que le fuera por
completo inaccesible seguro tendría mucho que ver, los desafíos le resultaban
irresistibles. La pregunta era ¿a qué nivel? Por Dios, estaba en juego su carrera, si no
lograba concentrarse pronto, iba a tener serios problemas.
Sin darse cuenta siquiera, se había levantado de su sillón y caminado hasta el
panel de cristal. La vista desde su oficina siempre le ayudaba a centrarse, ya ni eso le
servía.

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Dejó escapar un gruñido de pura frustración acumulada y su cabeza cayó
pesada, abrumado por tantas vueltas sin sentido.
Como atraído por un imán, giró de repente para encontrarse con la puerta de su
oficina abierta y nada más que el vacío como única visión. Eso le recordó la reunión
pactada para cada lunes, tomó su iPad y puso rumbo a la sala de conferencias.
Las dos horas de reunión programadas se extendieron a tres, de qué diablos se
habló, no tenía ni idea. En forma automática había tomado notas en su iPad, de allí
podría deducir a grandes rasgos de que se trataba, pero si tuviera que decir que la
recordaba con exactitud, mentiría.
De lo único que fue consciente en las malditas tres horas, que a él le parecieron
tres siglos, fue de Max.
Se la veía muy concentrada, hablaba y gesticulaba con todos, de vez en cuando
sonreía y en esas ocasiones la oficina se le antojaba más luminosa a pesar de que no
lo miró en ningún momento. No sabía cómo se las había ingeniado, pero pudo
ignorarlo con gracia durante esa pequeña eternidad sin problemas.
Cerró los ojos un momento para despejar su mente y al menos prestar la debida
atención al cierre de la reunión, al abrirlos Patrick clavó sus ojos en él.
—Bueno, a pesar de la demora, me alegro que hayamos cubierto todos los
puntos programados para esta semana. Nos vemos luego.
Todos los presentes comenzaron a levantarse para volver a sus respectivas
oficinas. Max fue la primera en salir.
Cerró su iPad y cuando estaba por ponerse de pie, Pat le dijo:
—Ethan, ¿tienes un minuto? —La mirada de Pat no dejaba lugar a otra
respuesta que no fuera la afirmativa.
—Por supuesto. Dime.
—Mejor dímelo tú —retrucó acomodándose de nuevo en la silla a sus anchas,
dispuesto a esperar lo necesario para encontrar las respuestas que estaba buscando.
Ethan lo conocía como nadie. Y esa actitud más que ninguna otra.
—¿Qué quieres saber?
—Empecemos por lo básico: ¿qué te pasa? Y no me digas nada o cansado
porque puede ser cierto en parte, pero no lo es todo, quiero saber lo que no me estás
contando.
Giuliana fue la mejor opción, siendo parte del problema, no quería mentir, pero
tampoco quería compartir todo lo que le pasaba cuando buena parte de todo eso
todavía no lo terminaba de comprender.

49
—Sí estoy cansado, además estoy preocupado por la patente de Graham, está
tomando más tiempo del que estaba estipulado y el cronograma puede ajustarse,
pero para todo hay un plazo máximo, y bien sabes que no me gusta salirme de mis
planificaciones.
—Ajá —dijo Pat cruzándose de brazos y esperando más— ¿Qué más?
—¿Qué quieres decir con más? ¿Te parece poco?
—No, para nada, es bastante, pero nada que no hayas podido manejar antes. Lo
que me lleva a la segunda pregunta, si no es profesional ¿será personal?
—Y si es personal, ¿por qué siquiera estás preguntándome?
—Porque por sobre todas las cosas eres mi ahijado y sé que algo te pasa, eres
todo un hombre, pero sabes que puedes contar conmigo siempre.
—Lo sé Pat… —y su corazón se oprimió al querer ocultar con molestia la
preocupación que alguien que amaba sentía por él— y está Giuliana también.
—¿Está embarazada?
—Nooo… ¿cómo se te ocurre semejante cosa?
—Bueno, es una posibilidad ¿no?
—Ni remotamente.
—Ok, ok, entonces, ¿qué es? Si me quieres contar por supuesto —dijo
levantando las palmas en signo de rendición.
—Me siento en la escuela, hablando con el director… —rio por primera vez en
la mañana.
—Bueno soy el director de algo…
—Giuliana y yo somos amigos, estamos juntos desde hace algo más de un año,
creo por lo que nos está pasando, que ella quiere avanzar en la relación y yo no lo
veo factible.
—¿No la amas?
—No —la certeza de sus palabras lo asombró—. La quiero mucho, nos
divertimos juntos, pero hasta ahí llega lo mío.
—Tienes todo resuelto entonces —dijo tanteando el terreno, su intuición pocas
veces le fallaba.
—Sí, puede decirse —respondió poniéndose de pie para dar por terminado el
interrogatorio—. Si quieres Pat seguimos otro día, debo revisar algunas cosas antes
de irme y mi vuelo sale en un par de horas.
—¿Texas?

50
—Sí, Washington puede esperar hasta la semana próxima —se puso de pie, Pat
lo imitó.
—Estamos en contacto.
—Ok, como siempre. Gracias.
La respuesta de Pat vino con forma de abrazo. Se separaron y puso rumbo a su
oficina.
Su teléfono vibró con la entrada de un mensaje de texto, hablando del diablo
este se asoma, dice el refrán. Giuliana…

“¡Hola E! me cambiaron la escala y esta noche llego a Texas…


¿nos vemos? XOXOXOX”

No estaba de humor para “verse” con Giuliana, esperaba verla en unos días,
pero qué más daba, la ventaja sería sacarse una preocupación de todas las que tenía.

“Hola, seguro, te llamo llegando. Beso”

Miró la hora y decidió pasar por su casa primero, comer algo rápido y llegar al
aeropuerto con tiempo. Un poco de orden era necesario. Las cosas empezaban a
cambiar, ya era hora.
Pasó por delante de la oficina de Max, y su humor se agrió incluso más, si es
que eso era posible, ella se hamacaba de un lado al otro en su sillón giratorio, y
conversaba y reía con alguien en el teléfono.
Mierda, mierda, mierda.
Apuró el paso y el ascensor como convocado abrió sus puertas, pulsó el botón
de la planta baja tantas veces como pudo, hasta que las puertas se cerraron y
comenzó el descenso hasta el estacionamiento del edificio. Gracias al cielo, toda la
semana le tocaba estar fuera, y no volvería a este maldito edificio hasta el viernes en
la mañana.
Ni bien Max volvió a su oficina, su celular vibró con una llamada entrante, el
rostro sonriente de Sean en la pantalla le alegró el día.
—¡Hola extraño! —lo saludó bromeando.
—Hola preciosa, ¿Cómo estás?
—Muy bien, en la oficina, ¿y tú? —respondió y pensó siempre tan dulce.

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—Terminando unas cosas aquí, el miércoles llego a casa de mis padres y quería saber
qué planes tienes para el fin de semana.
—Si no muero de cansancio entre medio, no tengo planes para el fin de semana
—contestó risueña.
—¡Genial! ¿Te parece bien que nos encontremos el viernes a la noche?
—Me parece perfecto, te envío luego la dirección de casa por WhatsApp.
—¿Te estás quedando en el departamento de los Sanders?
—Sí.
—No te preocupes, sé llegar. No tienes idea las ganas que tengo de verte.
—Yo también quiero verte. Hasta el viernes.
—Nos vemos pronto. Un beso.
—Otro para ti.
Terminó la llamada y se desperezó en su silla, la semana había comenzado
horrible, pero Sean volvía a Boston. Y eso era justo lo que necesitaba, salir de la
rutina, estar con alguien que la hiciera reír.

El vuelo había sido tranquilo, pudo dormir un rato y revisar algunos


documentos.
Un taxi lo llevó desde el Aeropuerto Internacional de Dallas-Fort Worth al
Hyatt Regency DFW.
Dejó la maleta y el porta trajes en el armario y se dispuso a tomar una ducha
para despabilarse. En el viaje al hotel, se comunicó con Giuliana e iban a encontrarse
para cenar en poco más de una hora.
Vestido con un traje de saco y pantalón gris marengo, con camisa blanca
esperaba a Giuliana en el Grand Met Lounge del hotel, como siempre que se
cruzaban sus caminos en Texas. Se sentó en la barra unos minutos antes de la hora
acordada. Pidió su segundo Martini Seco, asumiendo de plano que era una mala
idea. Necesitaba sus cinco sentidos para verse esa noche con Giuliana, y necesitaba
de al menos cinco Martinis para llevarlo a cabo.
La mirada del barman se dirigió a la puerta y la suya lo acompañó. Giuliana
caminaba con gracia sobre unos tacones de infarto. Su vestido negro sin breteles y de
falda con un ligero vuelo hasta las rodillas, parecía flotar a su alrededor siguiendo el
compás de su cadera al caminar.

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Ethan dejó su bebida sobre la barra y fue a su encuentro. La tomó de la mano y
dejó un beso en la comisura de sus labios. Caminaron juntos hasta la mesa que estaba
dispuesta para ellos esa noche.
Una seguidilla de imágenes se mostró en su cerebro, mezclando lo que sintió
alguna vez, con lo que sentía ahora y con lo que se suponía que tenía que sentir, sin
llegar a ninguna conclusión satisfactoria. Sus sentimientos eran tan dispares que lo
mantenían en estado de alerta a pesar del alcohol que había ingerido.
Conversaron de sus semanas laborales, de alguna anécdota graciosa, Giuliana
siempre tenía alguna nueva para contar, de las novedades de algunos amigos que
tenían en común, para terminar de hablar de ellos mismos al momento del postre.
—¿Cuándo vuelves a Boston? —preguntó ella mientras hundía la cuchara en su
creme brulee. Si de algo no se privaba eran los postres, pasaría unos minutos más en la
cinta cada mañana, pero no podía renunciar a ellos.
—Viajo el miércoles a L.A. y de allí el viernes por la mañana a Boston. No tengo
todavía la agenda de la próxima semana —dio un sorbo a su expresso. Con una mano
sostenía el asa de la taza y con la otra, sacudía pelusas inexistentes del mantel de
lino.
Tenía que hablar con Giuliana, explicarle lo que le estaba pasando y lo que no
podría pasar entre ellos. Pero ¿cómo hacerlo sin lastimarla? Se la veía tan feliz que
pudieron verse unos días antes, entusiasmada con las posibilidades. Y él se sentía un
miserable por no amarla como ella lo amaba a él y como sin dudas merecía ser
amada.
—¿Cariño, estás bien? —la mano femenina alcanzó la suya y ya no pudo rehuir
la mirada. La sincera preocupación en las palabras lo aplastó. Y con ello la idea de
dar por terminada esa relación que no los llevaría a ningún lugar que no fueran las
sábanas de su suite número 1104.
—Sí —inspiró hondo y agregó—, cansado… un poco.
Giuliana dejó su postre, Ethan firmó la consumición que sumarían luego a los
cargos de la suite.
Le tendió la mano para acompañarla a los elevadores y ella se pegó a su
costado, buscando la calidez que tanto extrañaba en cada viaje, en cada oportunidad
que estaban separados.
Abrió la puerta y eso selló su destino. Al menos por las siguientes horas.
Antes de siquiera parpadear Giuliana se colgó de su cuello besándolo con todas
sus ganas contenidas en días de enormes distancias. El beso lo sorprendió con la
guardia baja, y perdió de vista por un segundo, el motivo que lo había llevado a
aceptar la cena en primer lugar.

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Su mente atribulada por la culpa, el afecto que sí sentía por ella, y su cuerpo
frustrado de noches de sueños húmedos y días de deseo contenido en la mujer
equivocada, perecieron bajo el calor de la pasión que Giuliana desataba con cada
beso y cada caricia.
El deseo nubló su buen juicio y se perdió en sus brazos, en sus labios, como
tantas veces el último año. Abrazó su cintura con desesperación, y escaló por su
espalda hasta la nuca, inmovilizándola, desatando en su boca la hoguera que lo
consumía desde hacía semanas.
Bloqueó su mente a cal y canto a cualquier otro pensamiento o recuerdo que no
fuera Giuliana.
Ella se deshizo de sus zapatos y el movimiento los hizo trastabillar hasta que la
espalda de Ethan chocó de lleno contra la pared junto a la puerta. Soltó su cabello y
su boca resbaló a la curva de su cuello, el gemido ahogado que escuchó lo encendió
aún más. El vapor del alcohol se desvaneció junto con el vestido negro anidado a sus
pies.
Giró con ella en brazos, apoyó sus frentes juntas para tomar aire y arrancarse el
saco y los zapatos. Las manos de Giuliana volaban por sus brazos, apresando,
arañando, apretando todo cuanto encontraba a su paso.
Desabotonó con celeridad la camisa y la bajó por sus hombros mientras Ethan
devoraba su cuello de un lado al otro, dejando su piel enrojecida por su barba crecida
y el calor de la fricción. Siguió el contorno de su cintura y llegó a la cadera, el encaje
negro sobraba y de un tirón lo arrancó profundizando su beso hasta casi hacerla
desfallecer.
Se deshizo del pantalón y los boxers.
Extendió sus brazos en busca de la suavidad de sus piernas, dibujó su contorno
ascendiendo en forma voraz, la sujetó por los muslos y la elevó pegada a la pared
protegiéndole la espalda de los golpes con sus propias manos.
En medio del remolino de caricias y besos, Giuliana enroscó las piernas en la
cintura de un Ethan cada vez más consumido por el fuego que lo envolvía,
desesperado por hundirse en esa mujer, con manos rápidas se protegió para
responder a cada impulso, a cada anhelo.
Giuliana sollozaba su nombre, de manera casi inentendible, cuando Ethan se
hundió en ella y dejó escapar todo el aire de los pulmones. No podía respirar, sus
ojos negros de deseo, nublados de éxtasis, solo percibían el calor de su piel, el
perfume que lo envolvía y lo mareaba, que lo ahogaba y lo liberaba al mismo tiempo.
Besó sus labios con hambre, con las ansias del ayer y con la desesperación de ya
no tener un mañana. Ella arqueó su espalda y sus labios ya no pudieron retenerla.

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Dibujó con su boca todo el contorno de su rostro, lamiendo y succionando,
empujándola al borde del abismo.
Giuliana clavó los talones en su espalda y el balanceo de su cadera, en perfecto
contrapunto con la suya, lo desató por completo, se hundió en ella cada vez más
profundo, cada vez más rápido, hasta que todo alrededor colapsó, el grito de ella
apenas contenido le dio vía libre para su propia liberación.
Un gruñido animal trepó por su garganta, desbaratando la frágil burbuja que
los contenía.

El edificio Nakamura Plaza, estaba ubicado en el centro de Boston, erigiéndose


orgulloso por sobre todos los demás, con su estructura de hierro y vidrio, desafiando
las alturas. Era el centro neurálgico de Hiroki Nakamura, desde allí manejaba su
imperio Nakamura Tec Inc. Era el responsable de miles de personas, todo y todos
caían ante su dominio.
Excepto su hijo menor: Hikaru. Pero eso tenía modo de corregirse, para hacerse
a su modo, el único correcto.
Llevaba esperándolo diez minutos cuando su secretaria lo anunció.
—Padre, pido su perdón por mi retraso —formuló en su fluido japonés
inclinándose de forma respetuosa, con la intención de regenerar los vínculos filiales.
Sin éxito por supuesto.
Hiroki sentía la más profunda de las decepciones con respecto a su hijo, solo la
posibilidad de caer en el deshonor había logrado que le diera la única y última
oportunidad a Hikaru.
—Tu compartimiento no tiene excusa posible. Si no vas a presentarte a tiempo,
no regreses. ¿He sido claro?
El tono duro de sus palabras, cambiaban la cadencia dulce del idioma japonés
en una especie de ladrido, tan sutil como una bala. E Hikaru sabía de la dureza y la
inflexibilidad de su padre. Su vida colgaba de hilos en extremos delgados.
Su padre ocultó de un modo impresionante su pequeña aventura en Tailandia y
sus terribles consecuencias. Si no fuera por Hiroki Nakamura y sus contactos de
perfiles algo dudosos, todo el mundo tendría conocimiento de su semana de juerga
en el Twinpalms Phuket, donde aquella muchacha de la que no recordaba ni su
nombre, había muerto de una sobredosis. Y con ella se llevó el paradero de unos
cuántos kilogramos de heroína, propiedad de un integrante de los yakuza. Con lo cual
ahora tenían cierto poder sobre Nakamura, y la postura de su familia por

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generaciones de no pertenecer a este nefasto grupo estaba puesto en jaque por las
indiscreciones de Hikaru.
Esa delicada situación sería algo que manejaría Hiroki por su lado, sin embargo,
era muy útil como medio de coerción en la búsqueda del cambio de actitud de
Hikaru, tanto a nivel personal como empresarial. Ya no confiaba en él, pero ante el
mundo debían mostrarse inquebrantables. La única manera que sus enemigos no los
subestimaran.
—Sí padre —declaró sin una gota de emoción en sus palabras. La ira y la
impotencia que sentía bullían en su interior.
—Han pasado semanas del último avance con las patentes de Graham. Quiero
ese tema zanjado en un máximo de cuatro semanas. Si no puedes ocuparte de unas
simples patentes, no puedes tampoco dirigir la división de informática y
aplicaciones. Saldrás de la empresa y de esta familia si el plazo no se cumple.
—Lo entiendo padre —repitió de modo mecánico, sin mirarlo siquiera. Hiroki
se paseaba por su oficina, con las manos cruzadas en la espalda sin reparar en la
figura de su hijo. El dolor del fracaso que sentía como padre, le impedía ver otra cosa.
Hiroki llegó al centro de su oficina y despidió a su hijo sin ninguna clase de
miramientos.
—Puedes retirarte ahora —dijo mirándolo con total apatía.
—Adiós, padre —murmuró respetuoso con una inclinación. Hiroki no
respondió el gesto. No lo consideraba su igual y se lo marcaba en cuanta
oportunidad pudiera.
Hikaru salió disparado del edificio, en busca de la única solución posible a su
dilema.
No podía competir con nadie porque no estaba en condición de afirmar su
triunfo, como así tampoco podía arriesgarse al fracaso.

Patrick revisaba su correo electrónico, cuando Eloise lo llamó por el teléfono


interno.
—Patrick, tu cita de las 15.00 está aquí.
—Hazlo pasar. Gracias —y la comunicación se cortó.
Abotonó su saco llegando al centro de su oficina y allí saludó a Barnes.
—Gilbert, es bueno verte… ¿todo en orden?
—Igual Pat, todo bien.

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—Me imagino que vienes porque tienes el informe que te pedí —su voz
denotaba una firmeza que no sentía en lo absoluto.
—Por supuesto. El informe está en este pendrive —declaró dejando el
dispositivo sobre el escritorio.
—Correcto, ¿y el resumen cuál es?
—Tenías razón.
El mundo de Patrick Fisher dejó de girar en ese instante al escuchar esas dos
palabras, y todo lo que estaba a su alcance le indicaba que había comenzado a girar
en sentido contrario. Era un hombre muy inteligente, con una intuición prodigiosa,
motivo por el cual, pocas cosas, muy pocas realmente escapaban a su ojo sagaz. Y eso
le daba la razón en más oportunidades de las que quisiera.
Esta en particular, era una de esas veces en las que estar equivocado hubiera
sido lo más sensato, por su bien, y por el de todos los implicados.
Tras un momento de estupor, logró recuperarse lo suficiente para proseguir con
la conversación que tenía entre manos.
—Ajá. ¿Alguien más lo sabe?
—Nadie, solo ustedes dos.
—Muy bien, por ahora quiero que quede de ese modo.
—Por supuesto —asintió. La discreción era su especialidad.
—¿Quedó algún punto sin cubrir de todos los requeridos por falta de tiempo o
recursos?
—Ninguno, todo fue muy simple y transparente.
—Perfecto.
—Adjunté una carpeta de viejas fotografías que me pareció serían de tu interés.
El nudo en la garganta de Patrick era cada vez mayor y difícil de disimular.
—Muchas gracias Gilbert, te lo agradezco de verdad.
—No hay por qué. Dada la naturaleza del informe me imaginé que era lo
correcto —respondió con una pequeña sonrisa al tiempo que se puso de pie para
retirarse.
—Nos vemos, Gil.
—Cuando quieras.
Patrick aflojó el nudo de la corbata y se sirvió una copa grande de agua helada.
Dio un par de vueltas alrededor del escritorio con la vista fija en el pendrive,

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rondándolo, midiéndolo, como si fuera el enemigo, cuando en realidad era solo
portador de confirmaciones, porque la verdad la había descubierto semanas atrás.
Pero una cosa era parecer y otra muy distinta es ser.
—Ely no estoy para nadie, por ningún asunto hasta que te avise —dijo con muy
poco preámbulo al teléfono y cortó la comunicación.
Se sentó frente al monitor y conectó el dispositivo. Varias carpetas separadas
por temas aparecieron en la pantalla. Fue directo a la carpeta de fotos y las fue
pasando una a una.
Estaba por la segunda vuelta de la galería cuando notó que estaba conteniendo
la respiración de a ratos.
¿Cómo pudo pasar algo así?
Una combinación de angustia, orgullo y reproche lo surcaba a partes iguales,
era mucha información para procesar de golpe, y debía digerirla lo mejor posible
antes siquiera de pensar en hacer algún tipo de reclamo. Las implicancias podrían ser
contraproducentes y no estaba en sus repentinos planes. Porque fiel a su costumbre,
ya estaba planeando y anticipando.
Con el pequeño detalle que toda esta situación jamás la hubiera siquiera
imaginado.

El martes Ethan despertó a las seis de la mañana, sofocado de calor, al abrir los
ojos descubrió el motivo: Giuliana estaba dormida abrazada a él. Con esa expresión
satisfecha que a él tanto le gustaba y que ahora solo lo hacía sentir un imbécil.
Quiso deshacer el abrazo sin despertarla, pero no lo logró y unos ojos
adormilados lo saludaron.
—Buenos días, cielo —dijo Giuliana a la vez que se estiraba y dejaba un beso
corto en sus labios.
—Hey, no quería despertarte —fue todo lo que se le ocurrió decir, eso y
responder su beso con otro en la frente.
Giuliana se reacomodó sobre él para terminar de despertar. No tuvo el efecto
buscado.
—Giuly… —dijo removiéndose un poco incómodo. Y ella lo notó:
—¿Qué pasa? Estás raro…
—No estoy raro —se defendió.

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Giuliana se cubrió con las sábanas y se sentó encarándolo.
—Sí lo estás —dijo inquieta.
—Ok —concedió— tenemos que hablar —la mirada ilusionada y expectante lo
golpeó con la fuerza de un titán.
—Siempre fui honesto contigo y lo sabes, soy así no puedo evitarlo —buscó sus
manos y las besó con delicadeza— eh… creo que… tengo la sensación de que no
estamos en la misma página en esto que tenemos.
Giuliana palideció, su imaginación tomó la dirección opuesta al escuchar el
“tenemos que hablar” no estaba preparada para esta opción. Nada nunca la
prepararía.
—No te entiendo… estamos juntos… nos amamos… —dejó de hablar cuando lo
vio negar con la cabeza sus palabras.
—Sí estamos juntos, si te quiero, pero no te amo.
—¿De qué estás hablando? ¿Es por mis viajes? ¿Hay alguien más? —quiso
desenredar sus manos entrelazadas, pero Ethan no se lo permitió.
—¡Suéltame! —exclamó.
—Escúchame por favor —suplicó tomando las dos manos de ella en una de las
suyas y levantado su rostro para poder verla a los ojos. Lo destrozaba que llorara por
él—, necesito que me mires para que veas la verdad en mí… por favor Giuly mírame.
Ella lo miró y vio en sus ojos un amor infinito que él jamás podría corresponder.
—No te amo como tú me amas a mí, no puedo darte lo que quieres porque no
lo siento, y prefiero que me odies a mentirte y a amarte menos de lo que mereces.
Ella sonrió.
—¿Qué?
—Dijiste que no estábamos en la misma página… y me recordó algo que vi una
vez: no estamos en el mismo libro, ni siquiera en la misma librería.
—Muy oportuno, pero quiero que sepas que esto es muy doloroso para mí, más
de lo que en este momento puedas imaginar, pero creo que mientras más tiempo
pase, nos sentiríamos peor.
Ella inspiró profundo un par de veces, buscando algo de compostura. Y su
mirada se ancló en sus manos juntas, lo sentía tan correcto, ¿cómo era posible que no
lo fuera? Las llevó a sus labios y las besó, lento y dulce, sabiendo que nunca lo haría
otra vez.
—Ven aquí —susurró acercándose y abrazándola.

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Todos los muros cayeron en ambos, y quedaron juntos, piel con piel, llorando la
pena de un amor que no alcanzó y de otro que nunca llegó. Cuando las lágrimas
remitieron, poco a poco, Giuliana se levantó:
—Voy a cambiarme —anunció con voz serena.
—Te acompaño…
—No.
—Pero…
—Es mejor para mí. Ethan por favor —y se fue dejándolo solo en la cama
compartida.

Mediodía de viernes y Parker seguía sin pisar la oficina. El día no podría ir


mejor, con algo de suerte, no se lo cruzaría hasta el lunes.
Y como el diablo siempre aparece cuando lo invocan, las puertas del ascensor se
abrieron dejándola expuesta a la verborragia de su pesadilla.
—Buenos días Max —saludó un más que tranquilo Ethan.
—Buenos días Ethan —respondió una más que sorprendida Max.
No es que le impresionara verlo en la oficina, de hecho, hubiera sido un
pequeño, muy valorado y poco probable milagro que eso no ocurriera, era su aspecto
lo que no comprendía.
Vestía impecable como de costumbre, olía de maravillas para no ser menos, su
barba de varios días no podía quedarle más sexy ni que lo hiciera con esa intención.
Su mirada era distinta, estaba abatido, y él no era persona de dejarse vencer en nada,
¡si lo sabría ella!
Vino a su mente la imagen de él, del lunes antes de la reunión en su oficina y se
preguntó ¿tendría que ver con eso? Lo vio alejarse rumbo a su oficina y una punzada
de angustia se instaló en medio de su pecho. Con todo, estando lejos, cerca, burlón, o
belicoso lograba trastornarla. Era hora de poner un punto final a eso.
Ethan le envió los mails con las novedades de las sucursales y fue todo lo que
supo de él, muy formal, ceñido a un trato profesional. Se encerró en su oficina el
resto de la tarde y a las 18.00 se retiró puntual. Sean pasaría a buscarla en poco
tiempo y debía alistarse.
Después de terminar su trabajo y de despedirse hasta el lunes Ethan manejó
hasta su casa. Vestido como estaba se dejó caer bajo el agua helada de la ducha, tenía
un dolor de cabeza épico, le latían las sienes, le zumbaban los oídos. Salió de la

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ducha media hora después, con el mismo dolor de cabeza. Llegó hasta la cocina, se
sirvió un vaso grande de agua y se tomó dos analgésicos.
Se desvistió y, desnudo como estaba, se tumbó en la cama cayendo en la más
absoluta inconsciencia. Al menos por un rato.
Ruidos de tambores y laudes, le llegaban desde lejos. Un ombligo se acercaba y
se alejaba, ondulándose al son de la música. El sonido de monedas siendo sacudidas
por la cadera de cierta mujer lo terminó de despertar. Un giro y una cortina de
cabello claro ocultaba la espalda de la bailarina, pero él sabía muy bien de quién se
trataba. Y su amigo entre sus piernas en estado de alerta, por lo visto también. Se
incorporó de repente, jadeando y exclamando su nombre.
¡Mierda! ¿Cómo era posible que estuviera pasándole esto? A él.
Ethan llegó al bar arrastrado por Henry, no estaba de humor, la visión de
Maxine llevaba torturándolo y empalmándolo todos los putos días. Odiaba sentirse
así, a merced de sus instintos y necesidades, y más odiaba que fuera por su culpa.
Maldita mujer que lo traía loco. Nunca le había pasado cosa semejante con las
mujeres en su vida.
¿Y Maxine? Lo ignoraba de cabo a rabo, y cuando se dirigía a él era solo por
cuestiones laborales, y nunca de manera agradable, siempre fría y distante, con un
cartel en la cabeza de “Soy inalcanzable para ti”.
Henry con su paciencia infinita, guardó silencio y se encargó de buscar una
mesa para ambos. Una vez acomodados, se acercó a la barra y pidió dos cervezas.
Ethan había apoyado los codos en la mesa, y la cabeza colgaba entre sus manos,
abrumado, enojado. Con la situación que se le escapaba de las manos, con esa mujer
que lo tenía en ese estado y con él mismo por no poder remediarlo.
El bar estaba colmado de gente, y no podía ver desde donde estaba el escenario.
Un cartel en la puerta de acceso, rezaba que esa noche habría música en vivo, se
presentaban los “Wilds Elves”, por lo visto un grupo que ya destacaba desde hacía
unos años, que comenzaron haciendo covers y fueron creciendo poco a poco, y ahora
tenían sus propias composiciones.
Después de las primeras canciones hicieron un receso y al subir al escenario, el
cantante de la banda se dirigió al público presente.
—Hola a todos —saludó con la mano mientras acomodaban dos taburetes
extras que le acercaron y las luces bajaban, creando un ambiente más íntimo—, esta
noche queremos hacer algo especial.
La gente prorrumpió en aplausos y silbatinas. Rio un poco avergonzado,
aunque costara creerlo.

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—Es nuestra primera vez aquí, y hace un rato, apenas antes de comenzar con el
show —bajó la vista y comenzó a afinar la guitarra—, la banda y yo nos encontramos
con una pareja de amigos muy especiales.
Ethan se incorporó un poco en el asiento y solo lograba ver ese pelo ensortijado
de color rojo, por el movimiento se dio cuenta que se dirigía a alguien en particular
del público. Eso, y que la gente miraba y aplaudía hacia un rincón.
—Nos conocemos desde que la banda se formó y pasábamos horas y horas en el
estudio improvisado en su casa, practicando, ensayando. Porque ellos formaron
parte del grupo original cuando todavía no teníamos siquiera un nombre. Seguro que
alguna de esas viejas canciones la podemos hacer bien. Vengan chicos, suban —dijo
poniéndose de pie.
Más aplausos y silbidos. El cantante extendió su mano, la llevó a sus labios y la
besó. Y una pareja subió al escenario.
Un par de jugadores de rugby, por el tamaño de sus cuerpos, entorpecía la vista
de Ethan, que no lograba ver nada.
—¡Hola! —dijo la mujer misteriosa, con mezcla de risa y timidez,
acomodándose en el banco alto.
“Esa voz… ¡no, no puede ser! Me estoy volviendo loco” pensó Ethan.
—Hola —secundó una voz masculina—. ¿Cantas conmigo nena? —preguntó el
acompañante en ese tono cercano que demostraba cuánto se conocían.
La guitarra comenzó a sonar con su punteo armónico, y la complicidad se hizo
presente en el escenario.
Él comenzó a desgranar la letra con esa voz de tono bajo y aterciopelado, ella lo
acompañaba moviéndose al ritmo de sus acordes, transportada en la magia de la
música…

Aren't you something to admire,'cause your shine is something like a mirror


And I can't help but notice, you reflect in this heart of mine
If you ever feel alone and the glare makes me hard to find
Just know that I'm always peering out on the other side4

Arrastrado por la curiosidad, se levantó de su asiento y fue acercándose al


escenario.

4
No eres algo para admirar, porque tu brillo es algo así como un espejo// Y no puedo dejar de
notar, tu reflejo en este corazón mío // Si alguna vez te sientes solo y el resplandor me hace difícil de
encontrar // Solo sé que siempre estoy tirando hacia fuera en el otro lado

62
La misteriosa invitada comenzó a cantar al tiempo que sus pies se clavaron en el
suelo y sus ojos se desorbitaron, al ver sentada en el taburete, con micrófono en mano
y sumida en la letra, compenetrada con el cantante, a Maxine.
Las emociones lo traspasaban entero mientras escuchaba la letra de la canción
adaptada a una versión para dos voces. Esa voz lo atraía como un imán, mezcla de
ternura y sensualidad. Dulce y etérea.
La última estrofa sonaba y él no daba crédito a sus pensamientos, mucho menos
a sus sentimientos:

…Girl you're my reflection, all I see is you


My reflection, in everything I do
You're my reflection and all I see is you
My reflection, in everything I doYou are, you are the love of my life…5

La gente en el pub hacía palmas, tronaban sus dedos, acompañaban a los


cantantes en los estribillos, todo el mundo cantaba y reía. Todos menos Ethan, que
permanecía de pie contemplando el escenario, con sus ojos clavados en Max.
Ella era lo único que veía, lo único que escuchaba, lo único que percibía.
Era consciente solo de ellos dos, el resto pasó a formar parte de un gran borrón.
Salió de su estado de trance cuando los silbidos y aullidos fueron tan altos que era
imposible no escucharlos.
Max sonriente y feliz recorrió la audiencia saludando y agradeciendo. Su
sonrisa se borró en el instante en que sus miradas colisionaron. El abatimiento que
vio esa tarde en Ethan había desaparecido para dar paso a la más tangible de las
furias, daba la impresión que iba a salirle humo por las orejas de un momento a otro.
Sentía sus ojos clavándola en su sitio, oscuros y amenazantes, su respiración era
notoria desde la distancia en la que se encontraban, veía con claridad prístina su
pecho subir y bajar en un denodado esfuerzo en contener todas y cada una de las
emociones que lo recorrían y que no eran pocas, mucho menos buenas.
¿Qué era lo que le tenía de ese modo?
Después de agradecer y saludar a la banda, Sean la tomó de la mano para bajar
del escenario. Cuando descendieron los cuatro escalones, la alzó como tantas veces,
dio un par de vueltas y depositó un beso en su nariz al posarla en el suelo.
Mala idea, muy mala idea. Un puñetazo salido de la nada misma, lo hizo volar
por los aires.
5
...Nena eres mi reflejo, todo lo que veo es a ti // Mi reflejo, en todo lo que hago Eres mi reflejo y
todo lo que veo // es a ti. Mi reflejo, en todo lo que hago, eres Tú, tú eres el amor de mi vida…

63
La gente dio un paso atrás, abriéndose como olas en un estanque, dejando en el
centro a Ethan furioso y descontrolado, con los puños cerrados al punto de tenerlos
blancos. Max aceleró los pasos para llegar hasta Sean. Cuando comprobó que el
golpe no era tan fuerte como parecía, se levantó como una tromba y lo encaró:
—¿Qué diablos te ocurre? —espetó con enojo contenido— ¿Te volviste loco?
Ethan no le respondió. Su mirada estaba anclada en Sean, viéndolo levantarse y
acercarse a Maxine y protegerla con su cuerpo, mirándolo con desafío. Su postura se
tornó más amenazante, se irguió tan alto cuanto era, rotando su cabeza de un lado al
otro, distendiendo su cuello de la tensión que lo embargaba, dispuesto a seguir con
sus golpes si ese imbécil la tocaba una vez más.
Henry se ubicó entre medio de los dos, con las manos extendidas, para evitar el
inminente enfrentamiento. Max apenas podía contener a Sean.
Entonces Henry se volvió hacia su hermano y con las manos en sus hombros le
dijo:
—¡Ethan! ¡Ethan! —insistió cuando su hermano no reaccionaba— ¡Ethan
mírame! —ordenó.
Ante la firmeza del agarre y del tono, la mirada velada de Ethan se posó en la
de su hermano.
—Nos vamos. Ahora —dijo Henry. Y no era una sugerencia— Max —llamó.
—Dime… —balbuceó consternada.
—¿Vas a estar bien?
Max asintió y se volvió a atender el golpe de Sean. Su cabeza trataba de
entender qué diablos le pasaba a Ethan para hacer algo como aquello. Por el
momento se ocuparía de Sean el fin de semana, el lunes vería qué hacer con Parker y
su actitud. Ahora no era el momento. Pidió un taxi y se fueron rápidamente.
Henry arrastró a Ethan hasta su departamento, lo sentó en el sillón y fue a la
cocina por un par de cervezas.
En el momento que cruzó el umbral, tomó consciencia de sus actos, se había
ganado el premio al imbécil de este siglo y de los próximos cuatro o cinco por lo
menos.
¿Qué mierda vas a decirle cuando la veas el lunes? Ese pensamiento se repetía en
forma constante. El sonido de las cervezas al chocar con la mesa, lo sacó de sus
elucubraciones.
Henry lo miraba y no articulaba palabra. Se miraron un par de minutos y el
silencio permanecía. No así su paciencia.

64
—¿Qué? —preguntó exasperado al límite— Dime lo que sea que estás pensando
—reclamó.
—El tema aquí no es lo que yo pienso, es en qué carajos estás pensando tú.
Ethan se levantó y comenzó a caminar sin sentido por el salón.
—¿Y bien? —preguntó Henry al ver que el mutismo de Ethan retornaba— Me
hago viejo y no respondes.
—No pensé… —dijo con resignación.
—¿En serio? ¡No me jodas! No se me hubiera ocurrido nunca… —socarró.
—Henry.
—No me vengas con Henry, ¡Henry mis pelotas! ¿Qué mierda te pasa Ethan?
Anda, dímelo de una vez.
Buscó otra cerveza en el refrigerador y tomó asiento de nuevo.
—Te doy la versión corta, no estoy de humor para mucho detalle…
—Ok, te escucho.
Ethan bebió el resto de su cerveza de una vez, mientras buscaba las palabras
correctas. Dejó la botella en la mesa de centro y revolvió su cabello con exasperación.
Su cabeza cayó en el respaldo del sillón y su mirada se perdió en el cielorraso. Henry
aguardaba en silencio.
—El martes cuando estuve en Texas, rompí con Giuliana. Desde hace semanas
no puedo dejar de pensar en Max. A todas horas.
—Y eso es malo porque… —dejó la frase a medio camino.
—Eso es muy malo por muchas razones: trabajamos juntos, no me soporta,
hasta hace poco créeme que era mutuo —sonrió burlón— y por si no te diste cuenta
está con ese imbécil.
—¿Por qué dices que es un imbécil? ¿De qué lo conoces?
—De nada, ni me interesa, es un imbécil porque se mete con lo que es mío.

Sean estaba acostado sobre las mantas en la cama de Max, con una bolsa de
hielo sobre su rostro.
Ella llegó con dos tazas humeantes de café, y las dejó sobre la mesita de noche.
—¿Quieres que ya cambie el hielo? ¿Un analgésico? —le ofreció llena de culpa,
al fin de cuentas había recibido un golpe y era evidente que ella era el motivo.

65
—No, quiero que te acuestes a mi lado, estoy bien bebé, esto no es nada… —
respondió y en un gesto tierno que siempre la desarmaba besó sus nudillos.
—Yo… no sé ni qué decir.
—Ssshhh, no pasa nada, de verdad, deja de darle vueltas, no es tu
responsabilidad, mucho menos tu culpa.
Maxine suspiró molesta y tuvo que contar hasta diez para no gritar de pura
frustración.
—Deja de pensar en él… —musitó Sean, acariciando cada uno de sus dedos con
parsimonia.
—No quiero ni siquiera pensar en Ethan.
—Mmm... Tú no quieres pensar en él y yo solo quiero pensar en ti.
—Sean…
—Max… te amé, te amo y siempre te amaré, aunque no podamos ser, siempre
vas a estar aquí —dijo llevándose su mano al corazón.
—Y qué se supone que haremos con eso, es decir…
—Solo seremos tú y yo…
—Sean…
—La única en mi corazón has sido tú.
—Solo en tu corazón… —lo interrumpió enarcando una ceja y con una sonrisa
burlona colgándole de los labios.
—No soy un monje, pero nadie, nunca, en estos años, ha ocupado tu lugar y
nadie lo hará. Fuiste mi primera novia, mi primera mujer, mi primer y único amor —
la miraba a los ojos, de manera profunda y sincera, sentía que no tenía escapatoria y
que no quería encontrarla tampoco, al menos por esa noche.
—También fuiste mi primer… todo y lo sabes.
Maxine bajó la mirada, jugando con sus propios dedos, buscando dentro de sí
lo necesario para detener lo que estaba ocurriendo.
Pero no. No lo encontró.
—Lo sé, ven aquí… déjame amarte mientas estoy aquí, déjame sentirme en
casa… otra vez.
Sean recorrió con pereza el rostro de Maxine, la besó con dulzura infinita, la
amó despacio, como solo él podía hacerlo, con la certeza del que sabe qué caminos
recorrer. Esos que descubrieron juntos mucho tiempo atrás, entre risas y caricias,
demorándose en todos aquellos puntos que sabía le gustaban, que la rendían…

66
Dieron las tres de la madrugada cuando Henry se fue del departamento
dejándolo en su miseria, dos packs de cerveza más tarde y a pesar de ello no se sentía
ni siquiera un poco mareado.
La revelación de la pasada noche pudo más que cualquier acumulación de
alcohol.
Max le gustaba, le atraía, pero hasta hacía unas horas se había dado cuenta con
la intensidad que todo ocurría.
Hablar con Henry le dio perspectiva, por decirlo de alguna manera. La tenía
calada en los huesos, como nunca antes en su vida le pasó con ninguna mujer.
¿Tendría que sacarla de su sistema y ya? No era su estilo, mucho menos el de
ella. Además… ¿qué pasaría después? El trabajo se convertiría en una pesadilla,
incluso peor de lo que estaba siendo estos días.
Solo pensar en qué podría estar haciendo Max con ese idiota le hacía hervir la
sangre. Si de algo tomó conciencia es de la verdad implícita cuando la gente se
enfurece y dice que ve de color rojo.
¡Vaya que es cierto! Rememorando las horas pasadas, todo a su alrededor se
teñía de color rojo sangre, los puños se le apretaban y le costaba respirar.
Una inhalación profunda. Dos. Tres.
¿Qué diablos voy a hacer? Esa pregunta seguía sin respuesta después de varias
Stella Artois y muchas vueltas.
Recostado en el sillón buscaba en el cielorraso la solución a sus problemas.
Corrió sus manos crispadas por su rostro y revolvió su cabello. El cuerpo le picaba, le
zumbaba. De nuevo esa incomodidad que lo envolvía cuando la tenía cerca, o como
en estos momentos, con solo pensarla.
“Parker no seas pendejo” se reprendió cuando su cabeza voló a la imagen de Max
en el escenario, y una ola de calor escaló desde sus pies para terminar mareando sus
sentidos.
Esto no le pasaba desde los quince años, con la diferencia que ahora no eran
solo las ganas, era una necesidad visceral. Una jodida necesidad. Quería sentir otra
vez aquel beso y más.
Porque había más y lo quería para él. Y… se supo en problemas.
Enormes problemas.

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Toda su vida fue un hombre centrado que sabía lo que quería y cómo
conseguirlo. Superaba desafíos, no se dejaba vencer por las tentaciones.
Con Max, su mundo se puso de cabeza con un beso.
No creía que lo perdonara por su escena de celos a lo macho alfa, más razón
para mantenerse alejado de ella, por el bien de los dos. Con el pequeño detalle que no
lo veía como una tarea posible, de ninguna maldita manera. En ningún futuro,
mediato o no mediato.
Ninguno del todo.
Era imposible.
Dicen que el hombre que conoce a los demás es inteligente, y el que se conoce a
sí mismo es sabio. Bueno, tanto como sabio no era, pero se conocía lo suficiente para
saber que esta batalla no la tenía ganada ni de lejos.
Max era una maldita tentación que lo alteraba demasiado. Era escalofriante y
estimulante en partes iguales. Tenía el mismo grado de tentación que de pánico. Las
mismas ganas locas de salir a buscarla para nunca dejarla ir como de esconderse en
un iglú en el Polo Sur.
Max… su nombre, una letanía en sus labios.
Max… su nombre, impulsando cada latido de su corazón.
Max… su nombre, abrumando sus pensamientos.
Abrió los ojos y su rostro se desvaneció en el aire. Arrastró sus pies hasta la
terraza, con la luna iluminando los últimos rastros de la noche y las estrellas por toda
compañía. Si tan solo su vida estuviera libre de nubes como esa noche.

Después de un par de horas en el campo de golf, Patrick quería volver a su casa.


El silencio a su alrededor apenas roto por sus pasos sobre la grava o el sonido
sibilante de la pelota surcando el aire, era ensordecedor. Solo conseguía escuchar en
forma permanente el ruido de su cabeza procesando todas las novedades de los
últimos días.
¿Qué demonios iba a hacer?
Sabía que abrir las puertas del pasado sería una tarea difícil, no sabía qué tan
difícil.
Dejó su bolsa de golf en el locker del club y fue directo a su automóvil para
llegar lo antes posible a su casa. Con un gran esfuerzo, evitó mirar las fotos que
Barnes le había dejado con su informe, y que descargó en su celular en forma

68
inmediata. Llevaba viendo esas fotografías como un loco obsesivo desde hacía días.
Era hora de tomar decisiones, con todo lo que ello implicaba.
Este no era un comportamiento usual en él y no podía permitírselo por más
tiempo.
Estacionó el auto en el garaje y se dirigió a la cocina por la puerta trasera.
Nunca su casa le pareció tan solitaria como ese día.
Puso a calentar el agua y cuando estuvo lista, preparó su té. Sus pasos lo
guiaron sin intención consciente a su estudio.
El sol atravesaba los cristales, bañando con su luz la estancia, difuminando los
colores. El aroma del Earl Grey era su única compañía. Eso o se estaba poniendo
demasiado nostálgico.
Tomó de la mesa auxiliar el cofre de madera que fuera de su madre y con todo
cuidado lo llevó hasta su escritorio. Contempló la caja como si fuera una bomba a
punto de explotar. Bebió unos sorbos de su té y continuó mirándola.
Una mueca, casi un intento de sonrisa, se dibujó en sus labios. Esa caja era una
bomba y estaba muy consciente que todo iba a explotar por los aires apenas la
abriera.
Pulsó el control remoto del equipo de sonido y las notas de Love of Life de
Queen en versión instrumental llenaron el silencio, inundando su memoria de
recuerdos, una vez más.

Era el verano del 85, estaba recién graduado de abogado y a punto de disfrutar sus dos
meses sabáticos antes de zambullirse de lleno en el estudio de su padre. Sí, IFET antes de ser
lo que hoy día se conocía como uno de los grandes holdings del país, había sido tan solo un
estudio jurídico.
Ese verano cambiaría su vida de manera sorprendente, y hasta hoy, llegaban las
consecuencias.
Salió de su casa paterna hecho una furia, la conversación con su padre lo enardeció lo
suficiente para irse dando un portazo como nunca antes había sucedido.
¿Casarse él con Denise? No había forma de que eso fuese a suceder, pero por lo visto esa
novia suya tenía sus recursos.
Arrojó el bolso en el asiento trasero de su auto y condujo sin rumbo fijo hasta que la I95
le mostró un cartel: Providence 25 millas.
Sin pensar tomó dirección hacia ese lugar donde nadie lo conocía y podría desaparecer
por las siguientes ocho semanas. Todos sus problemas se pusieron en pausa al divisar el cartel
de bienvenida a Providence.

69
Se registró en el Christopher Dodge House, una bella mansión del año 1858 devenida
en Bed&Breakfast estratégicamente bien ubicada cerca del centro de la locación. Dejó el
equipaje en su habitación y salió a recorrer las calles arboladas, para limpiar su mente de una
vez y dejar todo atrás, al menos por un tiempo.
Se detuvo a tomar un café y un sándwich como almuerzo, el lugar era precioso con unas
mesas afuera del negocio, de hierro color blanco y una atención inmejorable, con vistas a un
hermoso parque.
Su vista se paseaba entre las personas que iban y venían, conversando, solas, de paseo,
de compras. ¡Cuánto hacía que no se detenía a disfrutar de esas cosas sencillas de la vida!
Abonó su almuerzo y tomó una bocanada profunda de aire. Estaba cansado de todo, de
todos quienes lo rodeaban, siempre esperando que hiciera lo correcto y él por supuesto
cumpliendo con todo el mundo. A veces pensaba que la única que en realidad lo entendía, era
Carol, su madre.
El paseo lo llevó hasta el parque y el destino a ella.
Cuando la encontró entre el paisaje se le cortó la respiración. La miró, parpadeó
incrédulo, y la miró de nuevo. Una sonrisa como las que ya no recordaba que tenía, se instaló
en sus labios.
Sin saber cómo, comenzó a caminar en su dirección. Nervioso se alborotó el cabello un
poco más y de pie a pocos pasos de ella, la observó sin pudor.
Esa belleza estaba concentradísima en su lectura, sobre una manta a cuadros, recostada
sobre un viejo árbol.
Ella levantó la vista del libro y lo miró. El mundo dejó de girar en ese instante, sus ojos
verdes lo hipnotizaron y no pudo sonreír más aún, anclado en su mirada dulce y
transparente.
—Hola —dijo él.
—Hola —respondió ella. Y todo a su alrededor volvió a la vida.
Ella se rio y él se sintió en la gloria. Las risas cómplices no se hicieron esperar cuando se
dieron cuenta cómo estaban vestidos, los dos con jeans, él con zapatillas negras y ella de color
verde, y ambos con camisetas de la banda Queen, la favorita de los dos.

Una sonrisa triste acompañó los últimos restos de su taza de té.

70
La despedida de Sean en el Logan Airport fue más difícil de lo que alguna vez
hubiera imaginado. Tantos años de conocerse, tantas cosas vividas y compartidas
que jamás se le ocurrió que él podría ser un capítulo en su vida, uno que tuviera fin.
Serían grandes amigos siempre, pero estar juntos ya no más. La noche del
viernes fue el punto de inflexión en su historia de amor. Una última noche de amor y
ternura. Toda la vida lo amaría, ¿cómo no hacerlo? Pero ya nada era igual. Él se
merecía encontrar una mujer con la que compartir su vida, sus proyectos, y ella
estaba claro que no lo sería.
Eso sin contar que no podía quitarse de la cabeza al idiota de Parker.
Conducía por la I-90W a considerable velocidad, cuando se dio cuenta que
podían incluso multarla. ¡Por Dios! Es que ese hombre la sacaba de quicio hasta en la
distancia. Pobre de él y su alma cuando se lo cruzara. Redujo la velocidad y tomó por
la Boylston Street hasta el Prudential Tower. Estacionó el auto en su lugar asignado y
vio con desazón que el auto de Ethan estaba en su sitio.
La llamarada de furia que la recorrió de los pies a la cabeza no tenía precedente.
El dolor que le produjo la llave del auto casi incrustándose en su mano, la sacó de sus
violentas fantasías cuyo único protagonista era el idiota de Parker.
Respiró hondo varias veces para focalizarse y recordar que estaba en la
empresa. Todo había ocurrido fuera de la oficina y allí lo solucionarían. Un lugar
donde no pusiera en riesgo su trabajo por quien a las claras no valía la pena y, sobre
todo, cuando estuviera calmada para poder controlarse.
El ascenso al piso treinta y ocho llevó menos tiempo que lo usual o al menos,
eso le pareció. Siendo ya avanzada la mañana, todos estaban en sus puestos, de
modo que llegar a su oficina se convirtió en una lenta tortura donde todos la
saludaban extrañados por su horario de llegada. “Debería haber grabado un mensaje y
me evitaba tanta repetición molesta” pensó mientras dirigía sus pasos al coffe corner.
Al entrar sintió un alivio por partida doble, la soledad del recinto le dio la
bienvenida y, por otro lado, no se había cruzado con Parker todavía. Las cosas
podrían ir peor ¿no?
La puerta entreabierta de la oficina de Ethan le permitía ver todo lo que
necesitaba.
Cuando llegó muy temprano esa mañana, esperaba encontrar a Max a solas
para disculparse por lo ocurrido el viernes, pero para su sorpresa ella no estaba en su
oficina como era su costumbre. Fueron pasando las horas y seguía sin dar señales. La
solución era preguntar si alguien sabía algo, pero el infierno iba a enfriarse antes de
que él mismo se pusiera en evidencia en la oficina, y ya tenía bastante con tener que
disculparse con ella por culpa de lo que hizo por ese imbécil.

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Algo en el ambiente cambió, agudizó el oído y enfocó todos sus sentidos hacia
la puerta. Max había llegado e iba por un café antes de siquiera dejar su bolso en el
escritorio.
¿No había desayunado? ¿Se le hizo tarde estando con el idiota ese? La furia le
roía las entrañas mientras se inventaba todas las excusas para su posible llegada tan
tarde en la mañana. La cereza del pastel fueron las imágenes de Max enredada en la
cama con ese idiota. Se aflojó la corbata y empujó su sillón con impulso asesino.
Revolvió su pelo y dirigió los pasos al panel de cristal. Una lástima que no fueran
ventanas, le faltaba el aire, sentía que se ahogaba.
Dobló las mangas de su camisa hasta los codos, hasta la ropa le molestaba. Con
una larga exhalación dejó su oficina y caminó hasta el coffe corner.
Y allí la encontró, su bolso en la silla, y el celular sobre la mesa redonda. Sola.
De espaldas a él. Todo ruido ambiente desapareció. Cerró la puerta muy despacio,
sin emitir un solo sonido.
Se recostó sobre la puerta con los brazos cruzados en su pecho y dejó de
respirar.
Estaba preciosa, llevaba el cabello recogido en un moño flojo, algunas hebras
claras de su cabello caían por el costado de su rostro y el vestido largo hasta las
rodillas se ajustaba a sus curvas sin exageración, permitiéndole imaginar todo cuanto
había debajo de la tela, aumentando sus ansias de ver más allá. Sus piernas lo traían
loco y esos zapatos… deberían prohibirlos en el protocolo de vestimenta de la
oficina.
La llama de furia que anidaba en su pecho desapareció, y en su lugar la llama
del deseo se expandió, anegándolo todo.
Hasta la última célula de su ser se sentía atraída por Max. Tomó consciencia
cuando ya había cruzado la mitad del espacio que los separaba.
Decidió saludar para romper el hielo y no asustarla, ya bastantes problemas
había entre ellos como para sumarle uno más.
Absorta en sus pensamientos preparaba el café cuando su perfume la envolvió.
¡Dios! La tenía tan alterada que hasta lo olía. Cerró los ojos y trató de serenarse:
fracaso absoluto. Ese perfume la mareaba, la intoxicaba al punto casi, de no dejarla
pensar con claridad.
—Buenos días Max —escuchó petrificada y sus sentidos se alertaron aún más.
Giró despacio para no caer de la impresión, mientras la furia crecía desbocada
al ritmo de su respiración.
—¿Buenos días? ¿En serio? —dijo apuntándolo con la cuchara. La voz se le
escuchó filosa y amenazante.

72
—En serio. Buenos días. Tenemos que hablar —Ethan la miraba directo a los
ojos.
—Serán para ti, y en realidad yo no tengo nada que hablar —respondió
manteniendo su mirada en los ojos miel de Ethan.
—Ok, entonces me puedes escuchar…
—Sí claro, como si me interesara algo de lo que tienes para decir —dejó la
cuchara sobre la mesa e intentó tomar sus cosas para irse.
La mano de Ethan retuvo la suya y lo impidió.
—¡Déjame!
—No —dijo suavizando el agarre, pero sin liberarla por completo.
Max no podía con las emociones que la embargaban, estaba a punto de
colapsar. Por ello se defendió:
—¿Estás demente o qué? He dicho que me sueltes, ahora —dijo en voz baja,
pero con lanzas de fuego en la mirada.
—A veces creo que sí —murmuró él y agregó—: Max, voy a soltarte, pero
necesito que me escuches, por favor —su voz era como una plegaria.
—Suéltame, no me toques —negoció— y entonces te escucho.
—Gracias —al dejar libre su mano, el cosquilleo que sentía desapareció.
—Eres una rata Parker, me haces esto aquí porque sabes que no puedo armar
una escena, porque no soy como tú —escupió cada palabra en un intento de sofocar
la sensación de frío que la cubrió cuando él soltó su mano.
Ethan dio unos pasos en redondo, buscando las palabras adecuadas para llegar
a Max, nada estaba saliendo como lo había planeado, tenía que encontrar la manera y
debía hacerlo rápido.
—Lo siento Max, de verdad lo siento.
—¿Esa es tu disculpa? Eres patético Parker —lo interrumpió.
—Yo… —inspiró profundo— siento haberte hecho pasar por una situación tan
penosa.
—¿Eso es lo que sientes? —preguntó con sorpresa— ¿no sientes el hecho de
haber golpeado a alguien que me importa y que no tiene nada que ver contigo, sin
ninguna razón aparente?
—Eso no es cierto… —increpó ya perdiendo un poco de la paciencia que tanto
trabajo le había costado juntar.

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—¿Qué cosa no es cierta? ¿De qué estamos hablando? ¿Recuerdas que yo estaba
ahí Ethan? —se tapó la cara con las manos, exasperada de toda la situación y que de
la conversación no condujera a ninguna parte.
—Es cierto que lamento por lo que pasaste, pero no lamento haberlo golpeado
¿Ok? —respondió rápido y sin medir las palabras. Cuando se dio cuenta lo que dijo,
tuvo las certezas a todas sus incertidumbres. Y solo había un camino a seguir.
Max quedó muda otra vez.
Ethan sentía picarle las palmas de las manos por alcanzarla, por abrazarla, pero
no podía hacer nada al respecto. En cambio, giró sobre sus talones y fue directo a su
oficina. El sonido de la puerta estrellándose contra el marco sacó a Max de su
estupor. Llevó sus pertenencias a su propia oficina y salió como una exhalación hacia
la de Ethan. Entró sin llamar y lo encontró sentado en su escritorio con las manos
sujetando su cabeza, con la respiración agitada.
La sensación de deja vú la invadió.
Cerró la puerta y avanzó lo suficiente para quedar de pie delante de él.
—Ethan… —lo llamó despacio.
—Vete —le dijo sin siquiera mirarla. Por favor pensó.
Esa fue la gota que colmó el vaso. Fue demasiado.
—Eres un imbécil, Ethan —le increpó— no puedes ir por ahí golpeando a las
personas. A las personas que me importan.
Ethan levantó la cara y fijó su mirada en una muy enfadada Max.
—No me mires con esa cara… —lo amenazó.
—¿Te importa? ¿Ese… —la expresión de Max lo hizo elegir mejor las palabras—
él te importa?
—No es de tu incumbencia Parker, ese no es el punto…
—Claro que es de mi “incumbencia” —dijo en tono bajo y pausado, marcando
las comillas con sus dedos, a medio camino de la molestia y la ironía.
—No, no lo es —respondió desafiante.
—Y un infierno sí lo es —dejó la seguridad que le brindaba el estar detrás del
escritorio y en tres pasos estuvo frente a Max.
—¿Ah, ¿sí? ¿Y eso por qué? —preguntó altanera con las manos en la cintura.
Hasta en esa postura era hermosa toda enojada, perdiendo el control poco a poco.
Ethan se acercó un paso más. Estaban tan cerca que, incluso subida a esos tacos
de infarto, tenía que elevar el rostro para poder mirarlo a la cara.

74
—Porque todo lo que tiene que ver contigo es de mi maldita incumbencia. Por
eso —dijo mirando sus ojos, bajando a su boca, recorriendo de arriba abajo ese
cuerpo que temblaba de pies a cabeza.
Y ella se supo en problemas una vez más, como en el estadio.
Más allá de lo que se habían dicho, más allá de todo, moría porque la besara de
nuevo y sabía que moriría si lo hacía. Pero también sabía que no sería ella quien lo
buscara.
Ellos mismos, sus idas y vueltas, lo que sentía cuando lo veía y cuando no, era
demasiado.
Ethan era un tornado que pasaría por su vida y arrasaría todo a su paso. Y no
estaba dispuesta a que eso ocurriera en lo absoluto. De manera que con un esfuerzo
titánico logró mantenerse de pie, a pesar de la cercanía, de casi saborear su boca, de
sentir el calor de su cuerpo envolverla como un halo.
Él la miró de una manera que hizo que su alma se encogiera, no tenía idea de
qué pasaría un instante después y eso la aterraba.
—Max, sé que para ti no hay excusa para mi comportamiento, pero quiero,
necesito que entiendas que no lo pude evitar, yo… reaccioné, él te abrazó y yo… no
lo pude manejar. Aunque me odies, no me soportes y peleemos todo el día, no puedo
dejar de pensar en ti y está mal y lo sé. Y eso hace que pierda los estribos contigo
como nunca antes me pasó en la vida. Estoy en un infierno del que no puedo salir ¿y
sabes qué? Tampoco sé si quiero salir.
Max apenas respiraba.
¡Dios! Escucharlo, sentirlo así, era verse en un espejo.
Él su antítesis, él su reflejo.
Si no se desmayaba en ese instante, tendrían que darle una medalla o algo.
Ethan siguió hablando, ausente de sus derroteros mentales.
—También sé que no soy bueno para ti. Todo esto —dijo señalando a uno y otro
con el vaivén de su mano—, que generamos juntos, no es lo que te mereces. Esto es
mi culpa y debo vivir con ella.
—Yo… —Max buscaba las palabras en el vacío. ¿Qué podría decir a eso? —
Ethan no sé... no creo poder con esto ahora, es… —dio un paso hacia atrás y cuando
estaba en medio del giro para irse, Ethan la detuvo tomándola del brazo.
—¿Sabes qué? —sus pupilas dilatadas, oscureciendo por completo sus ojos— Si
tengo que vivir en el infierno haré que valga la pena.
Con un movimiento suave y firme la atrajo hacia sí, para sorpresa de Max que
aterrizó directo entre sus brazos sin posibilidad de reacción. En un segundo Ethan
cerró el brazo alrededor de su cintura y con la mano libre sujetó su nuca. Bajó su boca

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hasta su mejilla rozando apenas la cálida piel, en busca de la comisura de sus labios y
susurró pegado a su boca:
—Me vuelves loco, eres una constante tentación que no puedo resistir.
De Max escapó un leve jadeo mezcla de anhelo, miedo, sorpresa. Y fue todo
cuanto Ethan necesitó para perder el último gramo de razón que le quedaba.
Cerró los ojos y se dejó llevar.
La besó como nunca en sus treinta y tres años besó a nadie. Fue tocar sus labios
y todas sus emociones descontroladas encontraron la paz y el remanso. Se abandonó
en su suavidad y su calor, demorándose en cada rincón, explorando su boca,
redescubriendo su sabor y su candor.
Max perdió la batalla sin siquiera comenzar a pelear.
Sus brazos escalaron hasta el cuello de Ethan y allí encontraron su lugar. Se
pegó a él por instinto y respondió a su beso como nunca imaginó que lo haría.
Las piernas de Ethan ya casi no lo sostenían, desanduvo sus pasos con Max
todavía en sus brazos hasta quedar apoyado en el borde de su escritorio con ella en el
arco de sus piernas. Dios lo ayudara a mantener ese beso dentro de los límites
razonables del decoro, porque no creía poder hacerlo tan solo con su fuerza de
voluntad. Sentía que volaba cada vez más alto para de repente caer y estrellarse en
esos labios que sabían a gloria.
Max flotaba libre de pensamiento y culpa, en algún rincón de su mente, un
resto de cordura le indicó que no estaba en sus cabales. Su corazón se encargó de
acallar cualquier cosa que la alejara de Ethan y su abrazo, de Ethan y ese beso que era
más, mucho más que el primero.
Por primera vez en su vida, lo único que tuvo sentido fue estar donde estaba,
con quien estaba, por mucho que todo indicara lo contrario.
Su cabeza daba miles de vueltas y por eso comenzó a alejarse, sintiendo que
moría con cada milímetro que se alejaba de sus labios. Inspiró hondo y juntó los
restos de su voluntad. Abrió los ojos y de nuevo, como aquella primera vez, él no
estaba mejor que ella.
Ethan mantuvo los ojos cerrados un momento, tomó su cuello con las dos
manos, delineó el contorno de sus labios con los pulgares, despacio… muy lento. Se
separó lo suficiente para quedar frente a frente con apenas una capa de aire entre
ambos.
Ella podía sentir el calor de sus labios, el aliento tibio de su respiración
volviendo a la normalidad.
Su corazón todavía latiendo desenfrenado por el hombre junto a ella,
impidiéndole pensar, sin saber qué decir, abrumada por lo que acababa de descubrir.

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Lo vio tragar grueso e incorporarse despacio, iba a decir algo cuando la calló
con un beso suave, efímero como el aleteo de una mariposa.
—No voy a decir que lo lamento porque no es cierto. Adiós Max.
Ethan besó su frente y se marchó, tomó el saco de camino a la puerta y
desapareció rumbo a los ascensores.
Las piernas de Max no la sostuvieron mucho más, se desplomó en la alfombra
mientras la sensación de vacío la recorría dejando frío a su paso.

Ethan salió de la oficina como una exhalación. No tenía muy claro cómo es que
podía caminar, con el tremendo enredo en el que estaba su cabeza.
Recorría los pasillos de memoria sin mirar a dónde iba, solo a sabiendas de a
dónde se dirigía. Afuera. A la salida.
A algún lugar en donde pudiera pensar con claridad y ese tornado de
emociones en el que estaba en ese momento no se lo comiera vivo. Se puso su saco a
los tirones, verificó tener las llaves del auto y el teléfono, y continuó su camino hacia
los ascensores. De alguna manera veía a la gente moverse y hablar, pero no
distinguía qué decían o a quién. Todo era un gran borrón con sonido de estática
como fondo.
Lo único que sentía con exacerbada precisión era el tronar de su sangre en sus
venas, los latidos desbocados de su corazón y el sabor de Max en sus labios.
Pulsó vehemente el botón de llamada del ascensor. Una vez, dos veces. ¿En
dónde estaba el maldito aparato que no aparecía?
Giró sobre sus pasos y abrió la puerta que lo llevaba a las escaleras de servicio;
sin siquiera darle un segundo pensamiento, bajó los pisos a la velocidad del rayo. Sus
pasos largos y apresurados devoraban los escalones. En un tiempo que no supo
cuánto fue, ya estaba frente a la puerta de la planta baja.
De repente su mente le dio la voz de alto y todo su cuerpo se tensó. ¡Demonios!
Parecía un crío huyendo de esa manera, pero si no lo hacía no podría aseverar qué
hubiera pasado. No estaba muy seguro de no haber traspasado límites que no
deberían ser cruzados. No por falta de ganas por supuesto, no era el momento, ni el
lugar, ni la manera. Si bien Max había respondido a su beso, ¡y de qué manera! Había
mucho que resolver entre ambos para siquiera plantearse la idea. Sacudió la cabeza
tratando de despejar sus pensamientos, cuando se dio cuenta que estaba sosteniendo
el pomo de la puerta con excesiva firmeza. Su mano agarrotada y sus nudillos

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blancos dieron cuenta de ello. Respiró hondo y abrió la puerta que lo llevaba al hall
de entrada del Centro Comercial del Tower Prudential.
No podía irse sin más de la oficina, pero necesitaba tomarse un rato. Enfocó sus
pasos hacia la salida principal y hacia allí se dirigió.
Caminaría por la Gloucester St. las diez cuadras que lo separaban de la
explanada del Charles River. El agua siempre había surtido un efecto calmante en él
y hoy lo precisaba más que nunca antes.
Con ese plan en la mente renovó sus energías y ya estaba enfilando los primeros
pasos cuando algo captó su atención: siempre ingresaba y salía del edificio por el
estacionamiento por lo tanto desconocía que allí se encontraba Pandora.
En el despacho Max perdió la noción del tiempo que estuvo en el suelo.
¿Segundos? ¿Minutos? No lo sabía. Ni siquiera se lo cuestionaba. Era tal la
revolución que sentía en su cuerpo y en su alma que nada más importaba.
Supo desde la primera vez que lo vio que Ethan le traería problemas. Resistió
semanas cuando se lo encontró en IFET. Y ahora…
Se había enamorado de Parker, Ethan Parker.
Y vaya que no hay problema más grande que ese. Si todo fuera miel sobre
hojuelas sería genial. Pero no lo era. ¿O sí? Su mente atribulada y su corazón
acelerado no le permitían pensar. Como pudo se levantó del suelo, esa imagen de sí
misma era tan patética que no se la olvidaría nunca más en su vida, pero qué
remedio…
Cuando Ethan abandonó la oficina, se sintió desfallecer, por demasiadas
razones y todas juntas. Fuera de sus brazos se sentía desamparada, vacía. Soltó el
agarre al borde del escritorio y abrazó su cuerpo con fuerza. Se irguió y caminó con
paso lento pero seguro hasta su oficina.
En el recorrido de una a la otra, prestó atención a sus compañeros por si alguien
había visto u oído algo fuera de lo normal. En apariencia todo estaba en orden y eso
la dejó un poco más tranquila. Ahora la preocupación era Ethan. ¿A dónde habría
ido? ¿Qué pasaría por su cabeza? Lo vio y sintió tan consternado cuando se alejó de
su lado que no podía culparlo por dejarla en el suelo. De hecho, estaba segura que ni
se dio cuenta que eso había sucedido. Ethan podía ser muchas cosas, pero ante todo
era un caballero. Lo que la llevaba al otro motivo de sus dudas: ¿Qué pasaría con
ellos ahora? ¿Había un “ellos”? ¿Podría alguna vez haber un “ellos”?
Necesitaba pensar con claridad de manera urgente. Necesitaba de su Mary, de
sus consejos, de sus retos y de sus risas. Tomó el celular, abrió la aplicación de
mensajería instantánea y escribió: “Mary te necesito UGT”.
La respuesta no se hizo esperar: “Estoy entrando a reunión, pero termino y te
llamo”

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Max respondió un sencillo “Ok”.
Ya más tranquila y sabiendo que el auxilio y alivio estaban próximos, comenzó
a avanzar en el trabajo del día.
De a ratos su mente traidora volvía sobre Ethan y se obligaba a volver a sus
tareas, le costaba un mundo, pero con tesón lo conseguía. Solo tenía que avanzar una
carpeta a la vez hasta que Mary se desocupara.
En todo ese tiempo nada supo de Ethan. No volvió a la oficina, no la llamó. La
más absoluta nada.
Eran las ocho de la noche cuando el celular de Max comenzó a sonar con la
canción “Crazy Bitch”. Desde que se había mudado a Boston, era el ringtone de
llamada de Mary. Una sonrisa de genuina alegría mezclada con profundo pesar se
instaló en su rostro.
Se levantó de su sillón giratorio al tiempo que respondía.
—¡Hey! Hola.
—Max hola. Lo siento, la reunión se extendió un poco —dijo Mary suspirando y
agregó—: demasiado para mi gusto, pero no hay más remedio que la paciencia.
Max la escuchaba mientras iba de camino a los sillones de espalda al ventanal
de su oficina con unas carpetas en la mano. Era tarde, estaba cansada y todavía debía
revisar media docena de dossiers. Ni modo. Lo haría lo más cómoda posible.
Apoyó las carpetas en la mesa de centro, se acomodó en el sillón y se sacó sus
zapatos.
—No te preocupes, tuve, tengo y tendré con qué entretenerme —respondió
cómplice—, esto es de nunca acabar, hoy peor que nunca —suspiró.
—Basta de vueltas —dijo de repente Mary—, ¿Qué pasó?
—Mary… ¿qué no pasó sería lo más breve?
—Ningún más breve —sentenció decidida—, quiero saber todo y con detalles.
—Ok. Aquí vamos…
Max relató lo más apegado a la realidad todo lo ocurrido, con Ethan desde la
noche del viernes en el pub, pasando por la mañana cuando llegó a la oficina después
de dejar a Sean en el aeropuerto, hasta la pelea en su oficina.
—¿Y qué más? —preguntó Mary—, hasta ahora todo lo que me cuentas es lo
esperable. ¿Max?
—Me besó… —respondió incluso bajando la cabeza como si su amiga pudiera
verla—, y yo le correspondí.
—¿¡Nooo!? —gritó Mary del otro lado del teléfono.

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—Sí, así como lo escuchas, me tomó del codo, me giró… —las palpitaciones de
Max se dispararon a medida que avanzaba en el recuerdo de la escena—, me atrapó
en sus brazos, me besó y yo me derretí.
—¡Ay que me muero de amor! —dijo Mary muy emocionada.
—¡Mary por Dios! —exclamó desesperada.

El ringtone de un teléfono sonó en el desierto loft. De inmediato un hombre salió


de la única otra habitación con puerta dejando entrever las volutas de vapor. El suelo
se empapó a su paso.
—Kurai —respondió la llamada en tono seco.
—Tengo algo para ti —fue la respuesta en japonés de su interlocutor.
—La línea es segura, continua.
—Te envié un mail con las especificaciones del trabajo.
Mientras hablaba se sentó frente a su notebook y abrió el correo. Lo pasó por el
desencriptador y sonrió malévolo ante la información recibida.
Del otro lado Hikaru aguardaba con impaciencia. Kurai era excelente en su
trabajo, si lo tomaba. Su humor era en extremo volátil, y era lo que determinaba la
toma de sus decisiones.
—Bien. Mismo monto. Misma cuenta.
—Correcto —asintió Hikaru disimulando su alivio.
Al fin las cosas se estaban encaminando, Parker y todo el equipo de IFET se
enterarían que no era bueno estar en contra de un Nakamura.
La llamada se cortó sin más dilación.
En total modo operativo Kurai se vistió de pies a cabeza en cuero negro. Calzó
su casco bajo el brazo y dejó el loft. Su moto, una Ducatti Diavel Dark lo esperaba en
el garaje.
Tenía trabajo pendiente.

Estuvo mirando el agua, los botes, la gente durante un tiempo que no pudo
contar. En su mente todo se había detenido excepto el retumbar furioso de su
corazón. Todavía no discernía qué pasaba, pero era pensar en Max y su palpitar

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cambiaba drásticamente de velocidad. Si de milagro estaba calmado, pensarla lo
aceleraba.
Hoy sin embargo algo había cambiado. Recordarla le brindaba una paz que no
recordaba haber sentido nunca. Pero había tanto por resolver entre ambos, que no
tenía idea en qué podía terminar todo aquello.
Devolvió las cuadras que lo llevaron a la rivera y fue derecho al
estacionamiento. Encendió el auto y llamó a Henry. A los dos timbres, su hermano
respondió:
—Doctor Parker.
—Hola —dijo en tono tranquilo.
—¿Qué te pasa? ¿Dónde estás? —preguntó Henry alarmado.
—¿Cómo sabes que me pasa algo? Pensé que eras pediatra, no vidente —
socarró buscando volver al tono habitual de sus conversaciones.
—Te conozco… habla.
—Esto es una mala idea, estás ocupado y…
—No estoy ocupado, estoy de guardia, pero la tarde está tranquila ¿Quieres
venir y tomamos un café?
—Ok, nos vemos.
—Te espero en mi consultorio.
—Hecho —cortó la comunicación.
Tal y como lo había previsto a los pocos minutos estacionó en el Boston
Children`s Hospital, dejó su saco en el asiento del copiloto y miró otra vez el
teléfono. Quería llamarla, hablarle, las ganas de saber de ella le quemaban, pero su
cerebro le decía dos cosas: él no estaba listo todavía y si la conocía al menos un poco,
ella necesitaría algo de espacio.
Ingresó a la recepción, el parecido con Henry era notable y ya todos sabían
quién era.
La conversación con su hermano duró un par de horas en el consultorio, con
tres interrupciones de por medio y dos tazas de café, pero bien había valido la pena.
Terminada la guardia de Henry fueron a su casa, pidieron comida china y siguieron
conversando durante la cena.
¡Y él que pensaba que podía con su padre y nadie más!
Henry no estaba solo porque quería, sus horarios eran tan locos como los suyos
propios, con largas jornadas de treinta y seis horas de guardia dos veces a la semana
y el teléfono a disposición de los pacientes veinticuatro horas al día, siete días a la
semana. No era un grado de dedicación que muchas mujeres pudieran tolerar. Ellas

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pensaban que sí, pero máximo a la tercera cita interrumpida o noche de desvelos, la
cosa comenzaba a ponerse turbia.
Pero Henry era así, todo compasión y dedicación a sus pacientes. Esa tarde lo
había escuchado desde el escritorio privado de su consultorio mientras atendía a una
pequeña de unos cuatro años. No escuchaba con mucha nitidez, pero la conversación
lo conmovió, la dulzura con que trataba a la niña, la contención con su mamá, le
dieron una nueva visión del carácter de su hermano.
Luego de la cena volvió a su casa, se duchó quedándose bajo el rocío de la
lluvia hasta que sintió todo su cuerpo laxo y sin la tensión acumulada durante el día.
Se puso un pantalón pijama largo y se recostó sobre las mantas. Sus pies cruzados a
la altura de los tobillos y sus manos entrelazadas en su nuca. Y así permaneció toda
la noche, contemplando el cielorraso de su cuarto hasta que prácticamente amaneció.
Cerró los ojos unos segundos. La visión de Max en sus brazos lo envolvió,
revivió el temblor de su cuerpo al abrazarla, el ardor de su beso y la calma en su
corazón lo colmó de dicha.
Cuando abrió los ojos, la decisión estaba tomada.
Se duchó veloz. Con la toalla amarrada a la cintura llegó al vestidor, eligió un
traje azul oscuro con corbata al tono, y una impecable camisa blanca.
Tomó las llaves de auto y puso rumbo a la oficina. Estacionó en el segundo
subsuelo como siempre y se sorprendió al ver el Minicooper de Max en su puesto.
¿Qué hacía allí tan temprano? Si todavía no eran ni las siete de la mañana.

Subió los treinta y ocho pisos en el ascensor tratando de descubrir qué hacía
Max a estas horas en la oficina.
Las puertas se abrieron y se encontró con el piso desierto, la suave música de
cámara se escuchaba muy baja y nada más. Continuó su camino directo a la oficina
de Max, un sentimiento extraño lo embargó. Cuando ella trabajaba la puerta siempre
estaba cerrada, que estuviera entreabierta no hizo más que espolear su curiosidad,
pero sobre todo su preocupación.
Se acercó y empujó con suavidad para poder ingresar. Esos zapatos que lo
volvían loco estaban desparramados en el suelo, algunas carpetas en la mesa de
centro, y un par sobre una dormida Max en el sillón.
¿Se había quedado toda la noche? ¿Por qué?
Cerró tras de sí y camino hasta encontrarse frente a ella. La imagen lo sacudió
de la cabeza a los pies.

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Los pies cruzados a la altura de sus delicados tobillos, apenas acomodados de
costado, con una mano descansando sobre su abdomen y la otra por sobre su cabeza.
Veía el movimiento acompasado de su calmo respirar. Su expresión de paz con la
insinuación de una sonrisa colmó de ternura su corazón. Se acuclilló frente a ella y
retiró un mechón de su cabello rebelde hacia atrás, muy despacio para no
despertarla. Si hubiera podido detener el tiempo y quedarse así, muy cerca, velando
sus sueños, ajenos al mundo, lo hubiera hecho. Y de nuevo creció en él ese
sentimiento de plenitud, de saber que estaba en el lugar correcto.
Y lo más importante, que estaba con la persona correcta.
Buscó en derredor y vio una taza vacía. “Seguro que no cenó”, ese pensamiento le
hizo fruncir el ceño. Su preocupación llegó a niveles que le eran totalmente ajenos,
aunque familiares. Recordó en un instante cuando de niño tenía que hacer
presentaciones de trabajos para la escuela, y se pasaba hora tras hora encerrado,
hasta que quedara perfecto, para sus expectativas por supuesto, y su madre se
asomaba toda preocupada por la puerta de su dormitorio para que bajara a comer. La
pobre mujer pocas veces tenía éxito, pero lo cabezota del hijo era igual a su amor por
él, así que ahí llegaban los enormes vasos de leche y sus sándwiches preferidos.
Sacudió la cabeza con una sonrisa volviendo al presente y se puso de pie.
Guardó en el bolsillo del pantalón su teléfono y las llaves del auto, se quitó el
saco y lo colocó sobre Max. Ella se removió bajo el calor de la prenda y respiró
hondo. Una sonrisa iluminó su rostro aun estando dormida, contagiándolo,
llenándolo de satisfacción.
Tomó la taza y salió de la oficina sin hacer el menor ruido.
¿Desde cuándo preparas desayunos? Se preguntó mientras esperaba que la cafetera
hiciera su trabajo.
La verdad es que él nunca hacia desayunos, cuando se encontraban con Giuly
fuera de Boston, lo hacían en hoteles y cuando era en la ciudad, siempre era en el
departamento de ella, así que no.
Nunca le hacía desayunos a nadie. Hasta hoy.
La cafetera pitó y lo sacó de sus pensamientos. Miró con atención los gabinetes
frente a sí y recordó que las chicas guardaban allí sus “cupcakes de emergencias”
como les decían. Abrió un par de puertas hasta encontrar la correcta. Tomó uno de
vainilla con chispas de chocolate, un par de servilletas de papel y el mug con el
primer Macchiato que alguna vez preparó para una mujer, con una sonrisa satisfecha
se dirigió a la oficina de Max. Al entrar la vio todavía durmiendo, su actitud
orgullosa mutó con esa imagen a una llena de ternura.
Max lo sorprendía. Despierta era un huracán en tacos altos, dormida era la brisa
suave de una mañana de verano.

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Apoyó su carga en una de las esquinas de la mesa de centro, llevó las carpetas
en las pilas separadas hasta el escritorio y se sentó frente a Max. Le daba pena tener
que despertarla, pero ya estaba por llegar la gente al piso y lo más importante, ella
tenía que desayunar y él tenía que hablar.
Se inclinó sobre ella y dejó un beso suave en su frente, Max suspiró bajito y él
quiso escucharla suspirar el resto de su vida.
Algo alertó a Max que era hora de despertarse, y se removió inquieta, abrió
despacio los ojos para acostumbrarse a la luz, y chocó de frente con la mirada miel
que la acompañó toda la noche en sus sueños.
—Hola… —dijo él ayudándola a sentarse.
—Hola —respondió ella mirándolo a los ojos. ¿De verdad estaba allí? —. Eh…
ya vuelvo.
Max se levantó y se escabulló en el baño de su oficina.
Ethan acomodó los almohadones del sillón, la taza en la mesita y cuando ya no
sabía qué hacer, Max volvió. Su rostro más despejado y la sonrisa en sus labios. Le
tendió la mano y la acompañó a sentarse. Miró sorprendida la mesa.
—¿Todo esto es para mí? —preguntó curiosa.
—Sí —solo esa palabra salió de su boca, atravesándola con la mirada.
—¿Y tú no desayunas? —dijo revolviendo la taza.
—Ya tomé mi café antes de salir —ahora ya no miraba solo sus ojos. Parecía un
interrogatorio, uno muy divertido.
—Oh…
—Sí, oh…
—Estás muy hermético esta mañana —agregó nerviosa por el rumbo de sus
propios pensamientos. Si él continuaba mirándola así, no respondía de sus actos.
—Y tú muy hermosa —los ojos de Max se abrieron aún más, inhalando de
golpe muy profundo.
Max bajó la vista a la taza y rio bajito, él quiso besarla y jamás detenerse, pero
todavía no era el momento. Ya casi.
—Max —dijo con dulzura— tenemos que hablar.
—Sí, creo que sería una buena idea —dijo mientras dejaba la taza de nuevo
sobre la mesa.
—Pero antes dime… ¿qué pasó para que durmieras aquí? Cuando llegué esta
mañana y vi tu auto en el aparcamiento no supe qué pensar…

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—Me quedé trabajando y se pasaron las horas, quería terminar con esas
carpetas —desvió la mirada y frunció el ceño en dirección al escritorio—, cosa que no
logré por supuesto.
—Ajá… bueno hay dos pilas, una grande y otra pequeña, quizás avanzaste
mucho —respondió con un guiño juguetón.
—Sí avancé, pero no terminé —protestó Max con una exhalación profunda.
—Sé que lo resolverás —dijo orgulloso.
Max desenvolvía el cupcake bajo la atenta mirada de Ethan que no se perdía ni
uno solo de sus movimientos.
—¿Quieres? —preguntó Max mirando al muffin y a él en camino de ida y
vuelta.
—No —él trago grueso y se relamió el labio inferior—. No quiero cupcake.
Max comprendió el sentido exacto de esas palabras en cada poro de su piel. Sus
mejillas enrojecieron al punto de arderles y él se regocijó en el hecho de exponerla y
verla tan vulnerable. Por él.
Escondió su rubor tras la taza por unos segundos y luego la dejó sobre la mesa,
había llegado el momento. Se volteó de lado para quedar frente a frente. Ethan tomó
una de sus manos en las suyas y las acarició suavemente, tomándose un momento
para organizar sus palabras.
—Max —la nombró con mezcla de dulzura y anhelo—, lamento haberme ido
ayer tan de repente.
—No pasa na… —comenzó a disculparlo, pero los dedos de él en sus labios la
callaron al instante.
—Sí, sí pasa. No fue correcto, aunque fue lo único que pude hacer. Lo que pasó,
tú, tu beso, tu piel, la forma en que respondiste a mí… —él suspiró abrumado por
sus palabras—, fue mucho más de lo que podía manejar y tuve que huir —bajó la
mirada avergonzada.
Al buscar los ojos de Max los notó turbados, expectantes, y entendió que quizás
le faltó explicarse un poco más. Alzó la mano que tenía entre las suyas y la besó
despacito.
—Lo que sentí contigo, lo que siento por ti, jamás me pasó. Me abruma, me
exalta, me arrolla de una manera tan devastadora, que siento que nazco y muero
cada vez que te veo, que te tengo cerca. Y todo eso se potencia si te tengo en mis
brazos —movió su cuerpo hacia adelante en busca de más cercanía.
Max lo miraba arrobada y extasiada. Escuchar sus palabras, sentir cómo le
vibraba el alma con cada una, hizo que todo alrededor desapareciera. Su corazón

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comenzó a latir desenfrenado como la tarde de ayer, cuando en un instante todas sus
incertidumbres se convirtieron en certezas.
Podía ser de día o de noche, podría envolverlos la más absoluta de las calmas o
estar en medio de un bombardeo, Max solo sentía a Ethan, el calor que irradiaba su
piel, el aroma de su perfume que la embriagaba hasta hacerle perder los sentidos.
Como si ella fuera una luna y él su planeta, volaba atraída hacia esos labios con la
fuerza de un millón de gravedades, como el primer día que lo vio, como aquel
primer beso.
Él soltó una mano y la anidó en su cabello, sujetándola con el grado de firmeza
y suavidad justas y necesarias. Sintió su cuerpo languidecer, la calidez la embargó de
pies a cabeza. Abrumada y plena sus labios colisionaron con los de Ethan.
Un beso que empezó tierno, muy dulce, explorando cada recoveco,
adueñándose por completo de sus sensaciones y de sus pensamientos.
Ethan sentía la sangre hervir en sus venas, ardiendo cada vez más, lo único que
podía escuchar por encima del latido furioso de su corazón eran los suspiros de Max,
y todavía no sabía cómo era eso posible. El corazón le latía tan fuerte que dolía.
Max escaló por sus brazos, enredó sus manos en su cabello y tiró suavemente
de él. Acarició sus mejillas y él perdió el poco autocontrol que le quedaba. En un solo
movimiento se incorporó y avanzó sobre Max, hasta dejarla tendida en el sofá,
debajo de él, acomodándose, ondulándose, buscando la misma proximidad que él
mismo necesitaba.
Dejó su boca para trazar con besos y mordiscos todo el contorno de su rostro,
bajando muy despacio por su cuello. Esquivando tela, descubriendo piel. Perdiendo
la cordura y encontrando el camino al cielo.

Desde el silencio de su loft, Kurai contemplaba en su monitor la escena que


tenía lugar en la oficina del piso 38 del Prudential Tower.
Su auto exigencia, casi desmedida, le hacía difícil por no decir imposible, poder
delegar parte de su trabajo en nadie. Motivo por el cuál, él mismo se encargaba de
todo, incluso de colocar micrófonos y cámaras. A esta altura de su carrera eso ya no
representaba riesgo alguno y dependiendo del objetivo en cuestión, le gustaba
tomarlo como un desafío. Lo cierto es que siempre los ganaba todos.
Por supuesto que el Prudential, fue otro más en la lista. Dos noches atrás todo
había sido debidamente instalado y ahora observaba el fruto de su esfuerzo.

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Tomó un sorbo de su té verde y sonrió complacido. Nunca tenía dos
representados al mismo tiempo, pero este caso era especial, y si los eventos tomaban
el rumbo que él imaginaba, toda la situación se pondría de lo más interesante.
Sentado a la mesa, con la vista clavada en la pantalla y el sonido apagado, algo
llamó su atención.
La pelirroja se revolvió en la cama buscándolo, sonriendo como solo ella sabía
hacer para desconcentrarlo de lo que fuera que estuviera haciendo. Lo único que
consiguió fue una mirada dura acompañada de un gruñido.
—Vete. Tengo que salir —dijo bloqueando la pantalla con su huella digital, y
cerrándola—. Tómate un taxi.
Kurai sacó dinero de su billetera, lo dejó sobre la mesa y siguió su camino
derecho al baño, sin prestar atención a las piernas largas que pateaban con furia las
sábanas y mostraban a la pelirroja en su brillante desnudez.
Llevaba unos minutos bajo el rocío caliente de la ducha cuando escuchó el
portazo que lo dejaba en su más que adorada soledad.
Sonrió de lado. Le gustaba jugar con ella de esa manera, a veces le dejaba creer
a la pobrecita que tenía alguna especie de control sobre él y su deseo. No podría estar
más equivocada, aunque le pusiera empeño.
Todo, siempre sucedía cómo, cuándo y donde él lo quería.
Sin excepciones.

Max flotaba en medio de la bruma en que la dejaban los besos de Ethan. Su


boca, sus manos… parecían estar en todas partes y jamás se sintió mejor.
En algún rincón de su mente sabía que tenían que parar. Se estaban empujando
mucho más allá de los límites. Pero también confiaba en que Ethan se detendría justo
a tiempo. No tenía bases para confiar en él de esa manera, pero no podía evitarlo.
Con Ethan todo era extremo.
Se sentía tan a salvo, como hacía unos días se sentía en peligro. Juntos eran la
tormenta perfecta. La traía en un vaivén de emociones que nunca había
experimentado. Se sentía por primera vez viva. La sensación de la sangre
burbujeando en sus venas por él, era adictiva.
Con besos cada vez más cortos Ethan fue separándose de Max. Tenía que parar,
o todo iba a volar por los aires. El dolor al separarse de ella fue tan real, lo sufrió en
cada centímetro de su cuerpo.

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¿Cómo diablos había pasado algo así en tan poco tiempo?
Se sostuvo con los antebrazos apoyados en el sillón para no aplastarla y se
quedó contemplándola directamente a los ojos con sus rostros apenas separados por
una fina capa de aire. Era tan hermosa, las mejillas arreboladas, sus labios hinchados
y palpitantes por los besos compartidos, la mirada brillante.
Toda ella mostraba su arrobamiento, su vulnerabilidad y él se sintió poderoso
como nunca antes. Ella estaba así, por él. Y algo muy en lo profundo comenzó a latir,
y en su eco le decía que era solo por él.
Como un rayo el recuerdo de su padre contándole cómo se enamoró de su
madre lo atravesó. Clavó en ella sus ojos, mirando más allá, maravillado y exultante.
Y por primera vez en sus años de vida se sintió vulnerable.
Había encontrado en quien menos lo imaginaba, de la manera más fortuita, a su
mitad, a la única mujer que quería a su lado. No la quería en su cama, bueno eso
también, por eso estaban como estaban en ese momento, la quería sobre todo en su
vida, en sus proyectos, en sus sueños, para juntos hacerlos realidad.
Como si su vida fuera un rompecabezas y Max la pieza que faltaba.
Completándolo, iluminándolo, transformándolo.
Recuperar la cordura y el aliento nunca le costó tanto. Se separó poco a poco y
quedó frente a esos ojos que lo tenían hechizado día y noche.
—Hola —dijo rozando sus narices.
—Hola —Max suspiró bajito y él sintió su corazón hincharse un poco más. La
ayudó a sentarse y quedaron otra vez muy juntos.
—¿Qué vas a hacer hoy?
—Me cambio y continúo trabajando, debo terminar con esas carpetas o no
tendré paz —respondió con un mohín que encontró adorable. No recordaba haberlo
visto antes.
—Bueno, debo ordenar algunas cosas y me voy sobre el mediodía.
—Ajá —“Las oficinas del grupo” pensó.
—La primera parada es Texas…
—Los Ángeles y Washington —terminó la frase por él.
—No.
—¿No?
—Esta semana me quedo en Washington, debo dar un corte al tema de Graham.
Está tomando más tiempo del previsto y no lo puedo permitir.
—Bueno, no soy la única freaky control por aquí…

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—No —dijo riendo—, no lo eres. Traje algo para ti.
—¿Sí? ¿Qué es?
La curiosidad de Max se disparó a niveles astronómicos.
—Toma.
Max se percató en ese instante de la bolsa que reposaba en el suelo al lado del
sofá. La tomó con manos temblorosas por la ansiedad y la emoción. Le encantaba
todo lo que allí vendían. Pandora.
Se acomodó en el sillón y antes de abrir la delicada bolsa, se estiró y dejó un
beso en su mejilla. Su barba incipiente le hizo cosquillas y sintió cómo se le erizaba
toda la piel. Volvió a perderse en su mirada, mezcla de sorpresa y ternura. Brillante
como la suya propia, con la luz de un millón de fuegos ardiendo.
Pudo contemplar su reflejo en sus ojos segundos, minutos. No lo sabía, tampoco
importaba. Era como si el tiempo se detuviera cuando estaban juntos. Parpadeó un
par de veces para enfocarse en lo que tenía entre manos.
De la hermosa bolsa sacó una caja redonda y chata. Dejó la bolsa en la mesa de
centro y abrió la caja con cuidado. La clásica pulsera de Pandora apareció ante sus
ojos. Un círculo perfecto, en plata de ley, que remataba su cierre en un broche
redondo. Delicado. Tan hermosamente perfecta.
Ella sabía que esas pulseras eran base para agregarles dijes, que la empresa
llamaba “charms”. Por lo visto a Ethan se lo habían comentado, porque también tenía
uno. Todo facetado en cristal murano, que destellaba mil luces.
—Cuando me mostraron todos los que tenían, este llamó mi atención, es como
tú, perfecto, transparente, reflejando e irradiando la luz, y tu luz, fue la que me llegó
al corazón.
Lo miraba fascinada y una lágrima rodó por su mejilla. Antes que terminara su
recorrido, sintió el toque trémulo de los dedos de Ethan, secándola.
—Hey —con la mínima presión elevó su rostro hasta que pudo mirarlo a los
ojos—, no llores…
—No lloro —dijo haciendo un ruidito gracioso con la nariz.
—¿No?
—Bueno sí, pero de emoción. Gracias, es muy hermosa.
—De nada y sí, es muy hermosa, pero no tanto como tú —la ayudó a
colocársela y besó dulcemente el dorso de su mano.

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Patrick dio tres golpes suaves a la puerta de la oficina de Max y aguardó unos
segundos, impaciente como cada vez que la veía. Si tan solo ella supiera todo lo que
despertaba en él. Todavía era muy pronto para que lo supiera.
Para que esa puerta se abriera, otras debían tocarse primero y de verdad que no
sabía por dónde empezar.
Eso era muy raro en él, pero estaba de cabeza. Nunca se lo hubiera imaginado,
pero así eran las cosas. Siempre fue un hombre correcto, equilibrado y ahora estaba
en posición de arreglar situaciones que ni siquiera sabía que existían. En otras
circunstancias sería implacable, pero por muchas razones, en esta oportunidad, tenía
dudas.
Dudaba en volver a verla, dudaba en no verla. Quería pedir explicaciones, pero
¿eran necesarias? Si todo caía por su propio peso.
Y luego de repasar cada día, cada hora, cada minuto compartido, hasta entendía
su accionar.
¿Podía culparla? Definitivamente no.
¿Se sentía dolido? Como nunca antes en su vida.
¿Quién era el responsable de toda esta situación de mierda? Él mismo sin duda.
Si hubiera actuado según su corazón, si no se hubiera dejado llevar por las
presiones familiares y por las mentiras, todo hubiera sido tan distinto.
Pero, así las cosas, se sentía a la vez resentido por tanto tiempo perdido. Por no
haber podido disfrutar del amor más puro que jamás alguien puede sentir. Tenía que
lograr superar esos sentimientos, tenía que madurar toda la situación y dar un paso
al frente. Se lo debía a sí mismo, pero por sobre todo se lo debía a Max, el poder
empezar de nuevo.
Una historia limpia de mentiras, al fin.
Max escuchó los nudillos en la puerta y supo de quién se trataba. Siempre
golpeaba igual, la misma cadencia, el mismo ritmo. Su rostro se iluminó con una
sonrisa. Era curioso al menos, lo bien que se llevaba con Patrick. La conexión entre
ambos fue inmediata. Cerró la planilla sobre la que estaba trabajando y respondió.
—Adelante.
La puerta no tardó en abrirse y él ingresó a su oficina.
—Buenos días Patrick ¿Cómo estás?
—Hola Max, no te levantes por favor —dijo cuando vio su intención.
—Ok —y extendió su mano indicando el asiento delante de su escritorio—
¿Qué te trae por aquí?

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—Nada grave —sonrió—, quería comentarte que en el día de hoy llegarán unas
invitaciones de Krammer Jhonson Inc, trabajamos juntos en muchas ocasiones a lo
largo de los años —cruzó una pierna sobre la otra acomodándose en el sillón para
continuar con su relato—, por ese motivo la asistencia del grupo directivo de IFET no
es obligatoria, pero…
—Como si lo fuera —acotó Max
—Chica lista —Patrick guiñó un ojo y su sonrisa se amplió otra vez.
—¿Y cuándo es?
—La cena es el viernes, entregarán algunos reconocimientos, premios a la
trayectoria, y si las cuentas no me fallan, uno de los socios se retira este año.
—Pero dijiste grupo directivo…
—Es cierto, si bien no estás nombrada oficialmente como miembro de la Junta
—Pronto lo serás, pensó— estás compartiendo funciones con Fred, que sí lo está. Para
los fines prácticos, es lo mismo. Y por sobre todas las cosas, me encantaría que
asistieras… ¿Lo harás?
—Por supuesto Pat, no podría negarme.
—¡Genial! Bueno, mi misión aquí está cumplida con éxito —Pat se puso de pie
en ese instante—, nos vemos luego.
Max lo miraba con una extraña sensación, de un tiempo a esta parte, le parecía
que las palabras de Pat tenían un doble mensaje y a ella se le estaba escapando cuál
era.
En ese momento, por ejemplo, ¿Por qué le hacía tan feliz que ella fuera a la
famosa cena? ¿Estaría viendo de más? ¿Qué pasaría por su cabeza? ¿Debería
preocuparse?
No, eso no era posible. No tenía el tipo ni de fijarse en mujeres tan jóvenes y
mucho menos en el ámbito laboral. Si algo tenía claro de Patrick era su absoluta ética
en el trabajo. Igual, algo estaba pasando, el tiempo diría qué.
—Hasta luego, Pat.
Él giró sobre sus talones y caminó hacia la puerta, antes de cerrarla, la miró una
última vez.
Cuando llegó a su oficina, se quitó el saco y la corbata, se ahogaba. Lo colocó en
el respaldo de su sillón y fue hasta el mueble donde tenía su cafetera.
La mayoría de los ejecutivos le pedirían el café a su secretaria, bueno, él no era
la mayoría y para rematar la situación, conocía a Ely desde que era un niño, nunca se
le hubiera ocurrido pedírselo. La conocía demasiado bien, no era algo que fuera ni
por asomo posible.

91
Se preparó un café doble y lo bebió de pie junto a la ventana mirando la ciudad
a sus pies. El día nublado, como su estado de ánimo, no lo hacía sentir mejor.
Necesitaba serenarse y pensar con claridad, necesitaba dejar el pasado atrás y
enfocarse en el futuro. Por supuesto era más sencillo de proponer que de hacer.
Con el último sorbo los recuerdos lo envolvieron, el aroma de su taza se mezcló
con el de su memoria.
La mañana de su partida a la mentira. La mañana en la que decidió que lo que
decían los demás pesaba más que lo que él sentía. La mañana que mató sin piedad la
ilusión de un amor que no por nuevo era pequeño.

Se había encontrado con Amy para desayunar, luego dieron un paseo breve por el
parque en donde se conocieron y más tarde subieron a su habitación con alguna excusa tonta
que ya ninguno se creía, pero hacían cada vez a modo de juego.
La conversación con su padre lo había dejado de muy mal humor, no podía creer hasta
dónde llegaban las mentiras de Denise. Pero su padre le creía a ojos ciegos, un hombre con sus
códigos, incapaz de una artimaña semejante, no podría concebir que la bella hija de su amigo,
mintiera de manera tan descarada. Si la chica decía estar embarazada, era porque lo estaba y
no dudó en buscar a su hijo por todos lados hasta que dio con él y le dio la buena nueva a viva
voz.
Las cosas caerían por su propio peso, con el correr de las semanas, pero mientras tanto
sus semanas sabáticas, llegaron a su fin, tenía que regresar y hacer frente a esa infamia.
Acostado en su cama, con Amy enredada en su torso y piernas, quedándose dormida
después de hacer el amor durante horas, se sentía un miserable.
Tenía que regresar y debía decírselo. ¿Pero qué le diría? Mi exnovia todavía no se
entera que es ex, y le dijo a mi familia que seré padre y es mentira…
Era de locos, también tenía claro que su estadía en Providence, por el motivo que fuera,
era de algunas semanas y ya habían llegado a su fin. Debía comenzar su trabajo en el estudio
de su padre apenas retornara, ver cómo se solucionaba toda esa situación y Amy debía
regresar a sus estudios de medicina. Una relación a distancia no funcionaría, y además… ¿lo
que tenían podría llamarse una relación?
Se sentía bien con Amy, feliz, tranquilo, pero todo era demasiado bueno para ser real.
Era algo pasajero, que duraría el tiempo de sus vacaciones. Seguro que todo lo que le pasaba
con ella era producto de la novedad y del aire de libertad que respiraba en ese lugar.
Nunca se propuso tener un futuro porque no tenía caso ni pensarlo. Tenían vidas y
responsabilidades muy diferentes.

92
Lo curioso era que a pesar de tener todo tan claro en su cabeza, su corazón parecía no
opinar lo mismo. Con solo pensar en irse de Providence se le cerraba la garganta y se le
estrujaba el pecho como nunca antes.
Quería convencerse de que era producto de la manera de ser de Amy y que el pensar que
podría lastimarla con esta decisión lo hacía sentirse por completo ruin.
Ella era dulce, cálida y transparente. No había falsedad alguna en sus acciones y eso lo
tenía fascinado. Sí, concluyó que era eso, un estado que la distancia se encargaría de remediar
con seguridad. Una vez en casa y en su rutina, todo volvería a la normalidad y tanto Amy
como Providence se convertirían en un bonito recuerdo.
Amy se removió inquieta y entreabrió los ojos, la luz de la tarde bañaba la cama e
inundaba la habitación.
Pat se bajó un poco y se colocó de costado para quedar a su altura.
—Hola bonita —dijo, “esto va a doler” pensó.
—Hola… —le respondió sonrojándose.
Eso a él le encantaba, pocas mujeres que él conociese tenían alguna clase de pudor,
mucho menos por algo tan sencillo como decir la verdad. Amy era bonita. No tenía una
belleza despampanante, ni siquiera tenía conciencia de cuán atractiva era. Y en ello radicaba
todo su magnetismo. Ella era bonita en lo simple, con su cara lavada, recién despierta incluso
con todo el cabello revuelto desparramado en la almohada. Su sonrisa iluminaba todo a su
alrededor y con eso era suficiente para tenerlo atrapado como la polilla a la luz.
Varios besos más tarde y antes de perder la poca fuerza de voluntad que había logrado
juntar desde la mañana, se levantaron y se vistieron. Salieron de su habitación y caminaron
de la mano hasta el frondoso árbol donde se conocieron y pasaban horas conversando. Otra
cosa curiosa, jamás hablaron de futuro. ¿Sería acaso una señal de que esto no daba para más?
Decidió que lo mejor era tomarlo de ese modo. Era lo más conveniente, sobre todo para
él. Se sentaron de frente con las piernas cruzadas, y las manos juntas. El sol amenazaba con
esconderse en el horizonte y los colores del cielo eran dignos de la paleta de un pintor.
El tiempo se detuvo para Patrick, no escuchaba el transitar de los autos ni de la gente,
ni siquiera el canto de los pájaros. Toda su atención estaba puesta en Amy, que lo miraba con
la misma devoción del primer día. La había notado un poco callada pero no la veía triste.
—¿Estás bien?
—Sí, ¿por qué me preguntas? —respondió extrañada y frunció un poco el ceño.
—Nada en particular, pero estás más callada hoy —besó su mano y ladeó la cabeza
mirándola a los ojos. Buscando en ella una fortaleza que él no sentía en lo absoluto. Amy
estaba bien, pero no lo estaría y sería su culpa.
—No pasa nada, hoy me di cuenta que pasaron muy rápido estas semanas —dijo en un
suspiro y bajando la cabeza.

93
—Así es, me pasa lo mismo. Siento que se esfumaron.
Un manto de silencio los cubrió. Era el momento de poner las cosas en su lugar, con
todo el dolor que eso les iba a causar.
—Amy, estas semanas fueron maravillosas, en muchos sentidos, porque tú lo eres…
—Pat, yo… —lo interrumpió, pero él siguió hablando. Si no lo hacía ahora que había
comenzado, temía no poder terminar.
—Déjame terminar por favor —rogó en un hilo de voz—, cuando llegué te dije que me
quedaba por unas ocho semanas, ya es hora de volver a casa.
Hizo una pausa para tomar aire y vio cómo la luz de la mirada de Amy se apagaba.
Algo estaba muy mal. No quería ni pensar en la probabilidad de que ella se hubiera
enamorado, no era posible en tan poco tiempo, ¿no? No, seguramente ella estaba igual de
entusiasmada que él y con el tiempo se le pasaría. Sí, era eso. Tenía que serlo.
—Esta mañana hablé con mi padre, me esperan en la oficina el lunes sin falta —omitió
casi la totalidad de las razones por las cuales lo esperaban en Boston—, viajo esta tarde.
Pat tenía las manos de Amy entre las suyas y notó cómo a medida él hablaba su
temperatura corporal descendía a pasos agigantados. Un leve temblor que comenzó en los
dedos, las manos, subió por sus brazos hasta que todo su cuerpo vibraba. La mirada triste lo
envolvió y ya no pudo respirar.
Todo se sentía tan mal, esto no era correcto, sus entrañas se lo gritaban, pero estaba
atado de pies y manos por una mentira infame. Nada podía hacerse, salvo dejar que Amy
continuara con su vida.
—¿Te… te vas? Pero…
—Es lo mejor. Tú tienes tu vida y yo la mía, y así como están las cosas es muy
complicado pensar en seguir con esto que tenemos más allá de lo que fue. Una hermosa
aventura, el mejor de los recuerdos. ¿No te parece?
Amy inspiró muy hondo un par de veces, cuadró los hombros y se sacudió las manos
para liberarlas. El dolor en sus ojos, mezclado con… ¿con qué? Desilusión. Eso era,
desilusión, lo dejó paralizado. Una cosa era suponerlo, pero ver cómo se desmoronaba segundo
a segundo el cúmulo de emociones que ella evidentemente sentía era mucho más duro de lo
que podía manejar.
—Sí me parece. Estoy muy segura que voy a tener el mejor de los recuerdos de esta
aventura —remarcó la última palabra con cierto tonito burlón—. Adiós Patrick.
Amy se levantó sola, no permitió que la ayudara. Le dio una última mirada, y negó con
la cabeza con marcada desazón.
Patrick se incorporó de un salto, no podía dejarla ir de ese modo. Todo en él clamaba que
hiciera algo.

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—Amy espera… —pidió con desespero tratando de tomarla de la mano otra vez. Pero
Amy no se le permitió. Se abrazó a sí misma, dio dos pasos hacia atrás y suspiró.
—Adiós Patrick —retrucó cortante. Giró sobre sus talones y se alejó de él
definitivamente.

La migraña y el dolor en su pecho lo trajeron de nuevo al presente.


Recién ahora entendía las miradas de ese día.
Recién ahora comprendía la desilusión tras el dolor.
Recién ahora veía con claridad la magnitud de su error.

El teléfono de Max comenzó a sonar con la canción Toxic de Melanie Martínez,


desde que la escuchó en la radio supo que esa, era la canción para Ethan…

Baby, can't you see I'm calling


A guy like you Should wear a warning
It's dangerous I'm fallin'…6

El lunes pasado Ethan había viajado a las oficinas del grupo, después de
acompañarla a su casa cerca del mediodía, para que descansara apropiadamente,
según sus palabras.
Llegó esa noche a Los Ángeles y desde el martes estaba en Washington, y desde
que se fuera la llamaba al menos dos veces al día, cerca de media mañana y luego a la
noche. Jamás se hubiera imaginado que era tan atento y dulce.
—¿Ya te dijo Pat de la fiesta del viernes?
—Sí, quiere que vaya —respondió con un suspiro.
—Yo quiero que vayamos juntos —dijo muy seguro.
—Pero Ethan… —su tono asombrado le causó gracia.
—¿Muy pronto? —preguntó risueño. Max hasta podía ver su ceja levantada con
esa actitud de suficiencia que a ella le encantaba.
—Y… yo diría que sí, un poco.
6
Bebé, no puedes ver que te estoy llamando // Un hombre como tú debería vestir una
advertencia // Eres peligroso, estoy cayendo…

95
—¿Qué tal si prometo comportarme?
—Te escucho…
—Estoy llegando el viernes sobre las seis de la tarde, eso me deja el tiempo justo
para ir a mi casa a cambiarme y pasar por ti.
—No escuché nada sobre buen comportamiento aún… —agregó coqueta. Se
moría por verlo, pero hacerlo delante de toda esa gente, era muy pronto y lo
extrañaba demasiado.
—Prometo besarte hasta la inconsciencia en tu casa y ser un perfecto caballero
en la fiesta —al menos lo intentaría—, y luego…
—¿Luego qué, Parker? —inquirió altiva, por suerte él no veía que tenía rojos
desde el pelo hasta los zapatos.
—Luego veremos. Puedo ponerme muy creativo…

Max iba de un lado al otro de su departamento absolutamente incapaz de


serenarse en vista de la noche que tenía por delante.
Había salido temprano de la oficina como todos, para tener tiempo suficiente
para prepararse para la cena de gala por el 50mo aniversario de Krammer Jhonson Inc.
en el Fairmont Copley Plaza.
La cena en sí era lo de menos, contaba en su haber varias desde que trabaja en
Goldenberg & Goldenberg, ninguna tan impactante, pero una cena era solo eso, una
cena. Sabía por Pat que también habría reconocimientos a la trayectoria de algunos
de los ejecutivos, y ese estilo de cosas, lo usual en cenas de aniversario.
Lo que la tenía de los nervios era su acompañante. En poco más de una hora
Ethan tocaría el timbre de su puerta y sentía tantas o más mariposas en su estómago
que si fuera una quinceañera. No lo veía desde el martes al mediodía, pero habían
hablado por teléfono, se enviaron mensajes, pero no parecía suficiente. No cuando
deseaba verlo y tenerlo cerca con ganas casi insanas.
Para colmo de males, nadie de la oficina sabía nada de lo que ocurría entre
ellos, que se enteraran en la cena no era apropiado de ninguna manera. Pero cómo
evitar que se trasluciera en su rostro y en sus actitudes el cúmulo de sensaciones que
la embargaban cuando tan siquiera lo recordaba, no podía imaginar lo que sería
cuando lo tuviera a escasos centímetros.
La tarde en el salón de belleza había obrado maravillas en su cabello pese a la
humedad del día. Llevaba apenas marcadas unas ondas y el baño de luz le sentó de
maravillas. Corrió a la cocina cuando la pava silbó, nada mejor para ese momento

96
que un té de manzanilla y anís, como esos que le preparaba su madre antes de rendir
los exámenes. Colocó la bolsa de té en su taza alta, regalo de Mary cuando se mudó a
Boston, agregó el agua hirviendo y dos cucharadas de miel.
Miró la hora en su teléfono. Las seis de la tarde. Ethan llegaba en el vuelo de las
17.45, si todo ocurrió según lo agendado, estaría saliendo del aeropuerto en unos
minutos. No quería ni verificar el estado de los vuelos, si por alguna extraña
circunstancia hubiera habido una demora, su sistema nervioso no lo soportaría y
colapsaría sin remedio.
Se acercó a la ventana y observó el cielo gris tras los cristales. Bebió un sorbo de
su té y allí permaneció de pie, tratando de calmar los latidos de su corazón y el
remolino de pensamientos que giraba sin control en su cabeza.
¿Cuándo llegaría Ethan?
¿Cómo se comportaría en la reunión?
¿Los demás asociados notarían algo?
De ser así, ninguno diría nada, pero seguro que lo pensarían. Todavía dudaba
sobre qué sería peor.
¿Y al terminar la fiesta? Esa era la peor de las incertidumbres. El sonido de una
llamada entrante la distrajo de su línea de pensamiento. Aceleró los pasos hasta la
barra desayunadora de la cocina para responder. Los acordes de Melanie Martínez
dibujaron una sonrisa en su rostro.
—Hola.
—Hola hermosa, ¿cómo estás?
—Aquí, preparándome en casa —dijo dando un sorbo de su taza.
—Aterrizamos hace algunos minutos, pero no tenía cobertura, estoy
terminando con mi equipaje ahora, estimo que en media ahora llegaré a casa.
Su mente soñadora, como pocas veces, se regocijó con la frase “llegaré a casa”,
su corazón reforzó su marcha a paso doble y casi se ahoga con el té.
—Max ¿estás bien? ¿Qué pasó? ¡Max! —preguntó preocupado.
—Sí… sí, solo me ahogué con el té. Debo beber más despacio —agregó para
mantener las apariencias.
—Por favor… que si no vas esta noche me quedo sin cita —respondió ya más
tranquilo y risueño.
—¡Oh! ¿Esto es una cita? Y yo que pensaba que era una reunión de trabajo —
dijo fingiendo un tono apesadumbrado que no engañaba a nadie.
—Digamos que eres mi cita de esta noche, aunque esta no es una cita.

97
—Parker, Ethan Parker, no te creía un hombre de citas.
—Pues lo soy. Ve haciéndote a la idea.
Si la cabeza le daba vueltas un rato atrás, ahora podía asegurar que sobre los
hombros tenía un trompo. ¡Ethan Parker en una cita! Aunque no quisiera
confesárselo ni a ella misma, Ethan había logrado enamorarla sin ninguna intención.
Él proponiéndose conquistarla… de pensarlo la hacía vibrar de pies a cabeza.
Ethan tomó su maleta de la cinta de entrega de equipajes y aceleró sus pasos
para el check out. Con el porta traje en una mano y su maleta en otra, recorrió el salón
del Logan Airport en tiempo record. Tenía los minutos contados para alistarse y
pasar a buscar a Max.
Tomó un taxi y dio instrucciones muy precisas de qué calles tomar para llegar a
su casa lo más rápido posible. Subió los escalones de la entrada de dos en dos.
Tenía por costumbre desarmar su equipaje apenas llegaba, dejando la ropa en el
lavadero de su departamento, dentro del canasto, para que Berta, quien se encargaba
de las tareas domésticas se ocupara en su próxima visita, en el gancho de la puerta
dejaba los trajes para ser llevados a la tintorería. Bueno, hoy no era ese día.
Dejó sus bártulos al costado de la puerta de entrada y ya, por ese día tendría
que alcanzar. Vació los bolsillos sobre la mesa de noche y antes de poner a cargar el
celular, envió un mensaje a Max:

“Hola bonita!
Ya estoy en casa, paso a buscarte en una hora. XX”

Miró la pantalla por unos instantes por si acaso recibía respuesta. Treinta
segundos después, enfiló al cuarto de baño.
Dejó toda la ropa en el cesto e ingresó al rocío de la ducha. El agua tibia
recorriendo su cuerpo, lavando cada gramo de ansiedad, dando paso a la alegría
abrumadora que sentía con solo pensar que la vería en pocos minutos.
No le dio tiempo de afeitarse como hubiera querido, peinó con las manos su
cabello y fue directo a su vestidor.
Eligió una impoluta camisa blanca y la extendió sobre la cama. Retiró la funda
del esmoquin negro que había elegido para esta noche. Medias y boxers negros.
Buscó los gemelos de platino que su padre le regaló en su cumpleaños número
treinta y los dejó sobre la mesa de noche. Le restaban diez minutos para cambiarse y
salir a tiempo.

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Ethan se sabía un hombre atractivo, que no fuera por la vida haciendo muescas
en el cabecero de su cama no lo hacía idiota. Pero el reflejo de su espejo, lo único que
le ofrecía era un metro noventa de ansiedad y puro nervio, todo lo contrario de lo
que él era y representaba.
Realizar el moño de su corbata jamás le fue difícil, hasta hoy. Parecía que la tela
tuviera vida propia, y se retorciera bajo el comando de sus dedos. ¿Qué diablos le
pasaba? Era desesperante.
Miró la hora y se resignó. En su vida sabía elegir las batallas para luchar, esta
no era una que fuera a ganar por trivial que fuera. Así como estaba, sin afeitar y el
corbatín colgando de su cuello, y los dos últimos botones de su camisa abierta,
tendría que salir. El cuerpo entero le zumbaba de anticipación. Ajustó los gemelos a
los puños de su camisa y salió a paso rápido de su vestidor.
El viaje a casa de Max era de unos diez minutos, cuando aparcó el auto en la
puerta de su casa, descubrió que solo tardó cinco.

Max se enfundó en su vestido y cuando estaba por calzarse los zapatos, el


timbre de su departamento sonó, sobresaltándola.
Dejó los zapatos en el suelo y fue hasta la puerta. Sabía que era Ethan, algún
vecino lo dejó pasar, pero de igual modo se asomó por la mirilla.
El ritmo de su corazón duplicó o triplicó su marcha, no sabría con exactitud: la
imagen ante sí le quitó la respiración. Cómo diablos iba a mantener la compostura
toda la bendita noche, era un misterio. Respiró muy hondo tratando de serenarse,
fracasando estrepitosamente, por supuesto. Con manos temblorosas se aferró al
pomo de la puerta. Ni modo, a cada segundo la situación empeoraba. Al mal paso
darle prisa, siempre le decía Amy. No es que ver a Ethan lo fuera, pero seguro que no
iba a sentirse más tranquila. Su cuerpo vibraba con saber que estaba detrás de la
puerta.
Giró la perilla y al compás del clic de la cerradura, exhaló fuerte, cuadró los
hombros y la sonrisa se le dibujó en la cara.
Allí estaba él, con las manos en los bolsillos del pantalón, el moño deshecho y
mirando muy concentrado la punta de sus zapatos.
—Hola —saludó Max apoyándose en la puerta. Era eso, o desplomarse al suelo.
El aroma de su perfume la dejó sin aire, con sus neuronas haciendo cortocircuito. Si
en el día a día Ethan era un hombre muy atractivo, vestido con esmoquin era un
pecado caminando—, pasa —dio un paso al costado sin soltarse de la puerta.

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Ethan deseaba verla como nunca en sus años de vida había deseado nada. Su
corazón tronando en el pecho, la piel hormigueando por alcanzarla, el aire se volvió
más denso y todo su cuerpo se alarmó.
Estaba poniendo en orden sus pensamientos cuando la puerta se abrió. No
pudo prepararse en lo absoluto para lo que sintió. Una electricidad desconocida para
él hasta ese momento lo recorrió de pies a cabeza, estaba muy seguro que así se
sentiría ser alcanzado por un rayo. Todas sus terminaciones nerviosas sobrecargadas,
estimuladas al máximo, todo a su alrededor se desvaneció. Max ocupaba su campo
de visión.
Ethan avanzó por algo más que la simple voluntad, todo su ser atraído,
absorbido por la presencia de Max. Como imanes, polos opuestos. Buscándose en el
espacio, atraídos por la primaria necesidad de complementarse, fundirse con el otro.
Pasó a su lado, sintiendo la estática del ambiente ocupando cada espacio entre
ambos. Giró para no dejar de mirarla mientras cerraba la puerta. Nunca la había visto
descalza, tenía unos piececitos preciosos que lo volvían tan loco como los zapatos de
tacón de infarto que siempre usaba.
Max se despegó de la puerta y a medio paso fue arrasada por Ethan, que
incapaz de contenerse por un solo instante más salió a su encuentro, a sus brazos, a
devorar su boca. Se colgó de su cuello y se fundió en ese beso con sabor a
desesperación, a reencuentro, a ausencia y bienvenida.
La suavidad de la piel de Max lo estaba llevando por caminos muy peligrosos
en vista de la cena que tenían por delante. Le costó un mundo dejar su abrazo, sus
labios, la miel de su boca. Pero si no paraba en ese momento, probablemente no
saldrían de ese departamento en todo el fin de semana.
Sus respiraciones agitadas y las frentes juntas eran todo lo que podían percibir
fuera de ellos mismos. Sus miradas ancladas la una en la otra.
—Tenemos que ir a la cena —suspiró Ethan contra sus labios.
—Sí, tenemos que ir…
—No era pregunta —sonrió de costado y dejó un beso en su cuello bajo la tierna
oreja.
—¿No? —se separó unos centímetros para mirarlo con exagerado asombro.
—No, solo la enunciación de una trágica realidad —dijo rozando apenas con
sus labios el níveo cuello de camino a la otra oreja. La succionó suavemente y la
mordió.
Max dejó caer la cabeza hacia atrás, arqueándose a él, rendida a sus emociones.
Una sonrisa traviesa de puro orgullo masculino, se instaló en su perfecta boca. Ella
estaba así… por él.

100
—Eres un exagerado, es una cena nada más… —dijo en un susurro apenas
audible. La única frase medio coherente que su cerebro pudo armar.
—Si tuvieras una muy lejana idea de todo lo que quiero hacer en este momento,
no estarías tan segura. Vámonos antes de que cambie de idea —dijo al tiempo que
tomaba el rostro de Max entre sus manos y la miraba profundamente a los ojos,
descubriendo sus deseos, ahondando en su alma.
El cuerpo de Max se paralizó un instante ante ese comentario, y un calor
abrumador la cubrió como un manto.

Llegaron al Fairmont a tiempo, un valet tomó las llaves del auto, Ethan se
apresuró a ayudar a Max a incorporarse en la acera. La noche estaba preciosa, el cielo
despejado de nubes y las estrellas parecían incluso estar más cerca.
Ya en el último peldaño él la giró hacia sí y el tiempo se detuvo, los sonidos de
la ciudad callaron.
—Espera un instante —pidió mirándola primero a los ojos, recorriendo
ávidamente su rostro.
—¿Pasa algo? —Max no esperaba que se detuvieran allí.
—Pasa que no voy a poder besarte mientras estemos dentro y muero de ganas
de hacerlo.
Con una mano retiró un mechón de su cabello, que travieso jugaba cerca de su
boca, lo colocó detrás de la oreja y ancló su mano en la nuca de Max, con el otro
brazo abarcó su estrecha cintura y la pegó a su cuerpo. La contempló un poco más y
bajó su boca tan despacio hacia la de Max que ella pensó que moriría de anticipación.
Jugueteó con sus labios, rozándolos, tentándolos, el tiempo suficiente para que un
pequeño jadeo escapara de Max. Cerró más su abrazo y la besó, con dulzura primero
hasta que la urgencia que sentía de ella, hizo el beso más profundo.
Un auto estacionándose a pocos metros logró romper el hechizo, con un suave
beso en la punta de su preciosa nariz se separó lo necesario, le ofreció su brazo y
juntos ingresaron al Hotel.
Desde la acera de enfrente, alguien guardó la cámara donde registró todos los
movimientos de la incauta pareja. La camioneta negra con cristales del mismo color,
aceleró por la St James Avenue y se perdió en el tráfico de la noche.
Ethan se ocupó de los abrigos de ambos y la guio hasta el salón donde se
celebraría la cena de Krammer Jhonson, ante la mirada maravillada de Max.

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Era impresionante, su forma ovalada y su techo abovedado le daban la
sensación de estar en una burbuja en una realidad paralela. Las ventanas altas con
arcos y vidrios repartidos, esos cortinados dorados, que competían en majestuosidad
con las gloriosas arañas colmadas de cristales, dándole al salón las luces y brillos
justos para una noche de ensueño. La vista se le perdió en el fresco pintado en el
techo, un cielo salpicado de nubes que le recordaba al cielorraso encantado del
comedor de Hogwarts en las películas de Harry Potter. Todo era perfecto, de un
buen gusto y una exquisitez pocas veces vista, al menos para ella.
Ethan la observaba encantado, retiró la mano de su cintura y la dejó avanzar un
par de pasos sola, disfrutando del panorama.
En el extremo opuesto del salón estaba Patrick dialogando con unas personas
que Max no conocía. Cuando sus miradas se cruzaron él le sonrió, pero su gesto se
tornó tierno cuando vio la actitud posesiva de Ethan al conducirla hacia la mesa que
tenían asignada.
Un camarero se acercó con copas de champan, y antes de retirarse ajustó sus
gafas en lo que parecía un movimiento mecánico, que no pasó desapercibido para
Ethan.
La noche transcurría entre conversaciones amenas y distinguidas compañías,
cuando de repente el último invitado ingresó al salón.
Patrick dejó de hablar al verlo. Ethan giró sobre su hombro para ver de quién se
trataba. Max miraba a uno y otro sin entender mucho, hasta que su vista se fijó hacia
las escaleras.
Hikaru Nakamura en persona, saludando a unos y otros como si nadie
conociera su historia, con una sonrisa en su rostro y haciendo despliegue de toda la
educación que sus padres le inculcaron y que pocas veces dejaba traslucir.
El dinero y el poder no lo eran todo, en la vida no solo había que ser, sino
parecer, al menos eso siempre decía su madre, pero Junior no parecía haberlo
entendido del todo.
Lo que sí había asimilado de su padre era el tener a los amigos cerca y a los
enemigos aún más. Con paso decidido se acercó al pequeño grupo de directivos de
IFET con una copa en la mano.
La tensión era tangible, pero Ethan no iba a permitir que nadie, absolutamente
nadie lo notara. Miró a Max y le guiñó un ojo, regalándole una pequeña sonrisa.
—Parker —saludó Hikaru.
—Nakamura, bienvenido. Tenía entendido que tu padre nos honraría con su
presencia esta noche —dijo con toda la intención enmascarada detrás de su sonrisa.

102
—Mi padre está de viaje, lamentablemente no pudo acercarse —respondió con
el mismo tono.
Max miraba a uno y a otro, divertida con esa puesta en escena de “mi casita es
más grande que tu casita”, los chicos y las competencias de testosterona siempre
juntas. Con un gran esfuerzo evitó reírse y mantuvo su expresión libre de burlas.
—Patrick, me alegro de verlo —saludó girando hacia el presidente de IFET—,
han pasado meses desde la última vez.
—Es cierto, mucho tiempo. Permíteme que te presente a Maxine Campbell,
nuestra nueva asociada en legales.
—Señorita Campbell —extendió la mano e inclinó la cabeza de manera
respetuosa—, buenas noches.
—Encantada de conocerlo —respondió de manera correcta y extendiendo su
mano en saludo.
—El placer es todo mío —dijo Hikaru mientras tomaba su mano y la besaba
para su asombro.
Ethan lo miraba con furia asesina, si sus ojos tuvieran dagas, Hikaru estaría en
problemas más serios de los que tenía. Pat no perdió detalle de esa reacción y sonrió
para sus adentros. Algunas cosas iban cayendo por su propio peso.
La conversación continuó por unos minutos más, hasta que anunciaron que la
cena estaba por comenzar.
Ethan, antes que Hikaru tuviera siquiera oportunidad de mirar otra vez a Max,
y temiendo no poder contenerse como ya le había pasado con Sean, le ofreció su
brazo muy galante y la escoltó hasta la mesa. Corrió su silla y se sentó a su lado, a
pesar que las identificaciones de los lugares en la mesa dijeran lo contrario.
Max no salía de su asombro, ya había tenido una muestra de qué tan pasional
podía ser Ethan, pero si bien no demostraba mucho abiertamente y se había
comportado como un perfecto caballero toda la velada, no dejaba de notar en esos
pequeños gestos su grado de posesividad. No era un gran despliegue a lo macho
cabrío, pero lo dejaba notar. En otra oportunidad quizás se hubiese sentido molesta,
de hecho, con Sean no le toleraba ese tipo de cosas, pero con Ethan le parecía tan
normal, tan natural. Se sentía ligeramente halagada.
—Ethan —lo llamó por lo bajo mientras acomodaba la servilleta en su regazo.
—Dime amor… —respondió bajito con su sonrisa de lado.
Max sentía que se derretía, y que iba a estrangularlo, todo en el mismo
momento. Pero no iba a darle el gusto de reaccionar al mote cariñoso, el ambiente no
estaba para exasperarlo más. Él trataba de parecer distendido, pero a ella no la
engañaba, los demás parecían no notarlo o… también disimulaban.

103
—¿Sabes que está mal que cambies de asientos verdad? —preguntó como si se
tratara de un niño pequeño.
—Sí.
—Pero igual lo haces…
—Claro —respondió como si fuera lo más lógico en el mundo.
—¿Estás buscando problemas?
—No, pero nadie, absolutamente nadie va a separarme de tu lado, ni en esta
noche ni nunca.
Max tragó en seco, lo que comenzó como una tontería para ver hasta dónde iba
a llegar en esa competencia sin sentido que se había entablado con Hikaru, estaba
tomando otro matiz, mucho más profundo e íntimo de lo que el lugar y las
circunstancias les permitían. Lo curioso era que a Ethan todo eso parecía no afectarle
en lo más mínimo. Estaba segura que no había demostrado nada abiertamente
durante la noche por su exclusivo pedido.
Y tras la afirmación reciente, solo le quedaba especular con lo que pasaría, una
vez que Ethan tuviera libertad de acción. Su cuerpo se incendió ante las perspectivas.
En la mesa continuaban las conversaciones y ella sonreía y asentía ausente de lo
que se decía. Ethan había terminado de comer y pasó su brazo por detrás de su silla.
En ese momento de las entregas de recordatorios y mucho discurso de
agradecimientos, todos miraban hacia el centro del salón donde se llevaba a cabo la
acción.
Ethan con un solo dedo recorría su espalda desnuda, dibujando figuras,
trazando caminos. Estimulando cada poro a su paso, incendiando cada milímetro de
piel con su suave contacto. Escaló hasta su nuca y allí detuvo su andar. La
respiración se le quedó atascada en el pecho.
Masajeó levemente su nuca, y tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no
dejar caer su cabeza en muda rendición. Cuando Ethan notó el cambio en el ritmo de
su respiración, deslizó un único dedo hacia abajo, vértebra por vértebra. Estaba por
perder la cabeza delante de quinientas personas.
El maestro de ceremonias dio cierre a las formalidades de la noche e invitó a los
presentes a inaugurar la pista de baile. Cuando algunas parejas comenzaron a bailar
Ethan se levantó, cerró los botones de su saco y de pie a su lado con la mano
extendida dijo:
—Max, ¿vamos?
A ella se le escaparon las palabras, asintió levemente y tomó la mano que le
ofrecía. La electricidad acumulada en su cuerpo salió disparada hacia ese punto de

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contacto sacudiéndola hasta los huesos. El brillo en la mirada de Ethan, le dio la
pauta que la sensación había sido mutua.
Los acordes de Just a kiss de Lady Antebellum, llenaron el ambiente. Los brazos
de Ethan envolvieron su cintura y la presionó suavemente contra su cuerpo. Estiró
sus manos y las ancló en su nuca. El leve balanceo era lo único que los mantenía
anclados al piso.
Ethan la miraba a los ojos sin asomo de dudas, con la transparencia de quien
sabe lo que quiere y de qué es lo que correcto. Su aroma la envolvió y ya nada
importó. Bajó su nariz respirando sobre la suave piel y se detuvo a un par de
centímetros de su oído, y con esa voz que le doblaba las rodillas, tarareó para ella
mientras escuchaba:

“Lyin' here with you so close to me


It's hard to fight these feelings when it feels so hard to breathe
Caught up in this moment, caught up in your smile
I've never opened up to anyone So hard to hold back when
I'm holding you in my arms
But we don't need to rush this
Let's just take this slow7

Ethan interrumpió la melodía de la canción y depositó algunos besos rápidos


bajo su oreja, bajando apenas por su cuello, dejándola vulnerable y temblorosa.

“…Just a kiss on your lips in the moonlight


Just a touch of the fire burning so bright
No I don't want to mess this thing up
I don't want to push too far
Just a shot in the dark that you just might
Be the one I've been waiting for my whole life
So baby I'm alright, with just a kiss goodnight…”8

7
Tumbada aquí contigo tan cerca a mí // es difícil combatir estos sentimientos, // cuando
respirar es (sienta) tan duro, // atrapada en este momento, // atrapada en tu sonrisa. // Nunca me he
abierto a nadie, tan difícil contenerse, cuando te sostengo // en mis brazos. pero no necesitamos
acelerar esto, vamos a tomarlo con calma.
8
Solo un beso en tus labios a la luz de la luna, solo una caricia al fuego que arde tan brillante,
no, no quiero estropear esto // no, no quiero empujar demasiado, solo palos de ciego // tú quizás
podrías ser el que he estado esperando mi vida entera. // Así que nene, estoy bien con sólo un beso de
buenas noches

105
—¿Max? —la llamó y frotó sus manos arriba y abajo de su espalda.
—Sí… —susurró con los ojos cerrados.
—Vámonos —su voz mezcla de súplica y mandato. ¿Y quién era ella para
negarse a su pedido si lo único que quería hacer era irse de una buena vez?

“…I know that if we give this a little time


It'll only bring us closer to the love we wanna find
It's never felt so real, no it's never felt so right…”9

—Ok —se separó un poco para poder verlo y agregó—, ¿en cuánto termine la
canción?
—Por supuesto, me encanta bailar contigo.
—A mí también.
Finalizó la canción y se acercaron a la mesa para despedirse.
—¿Ya se retiran? —preguntó Pat, mirando a uno y otro.
—Sí —fue Ethan quien respondió—, debo acompañar a Max a su casa y
tuvimos una semana muy larga.
—Max, que descanses —dijo dejando un beso en su mejilla para asombro de
ella—, Ethan conduce con cuidado, nos vemos el lunes.
—Gracias Pat. Hasta el lunes —dijo Max.
—Estamos hablando —acotó Ethan.
Salieron del salón y el valet se encargó de buscar el auto.
—Este no es el camino a mi casa —dijo Max mirando por la ventanilla del
automóvil de Ethan e imaginando la respuesta.
—No, no lo es —respondió muy calmado.
—Ajá… estás muy seguro de ti mismo esta noche —expresó con cierto aire
divertido.
Ethan apartó por un instante la mirada del camino y la observó con una
intensidad que incineró cada hueso del cuerpo de Max. Sus ojos reflejaban tanto, que
una cierta incertidumbre se abrió paso. Siempre supo que su vida sería puesta patas
arriba en cuanto le diera permiso a Ethan de entrar en ella. Él era como un huracán
que no se detenía por nada ni por nadie. Pero, así como podía llevarla a lo más alto,
podía arrastrarla por lo más bajo. Y a estas alturas, ya sabiendo qué sentía por él y
9
Sé que, si le damos a esto un poco de tiempo, nos llevará un poco más cerca del amor que
queremos encontrar. Nunca ha sido tan real, // no, nunca se ha sentido tan bien.

106
sobre todo sabiendo cuánto, la más lejana posibilidad de perderlo abría un hueco en
su alma.
—Bueno… no solo esta noche… —dijo Ethan con exagerada vanidad y
guiñándole un ojo.
—Eres incorregible Parker, Ethan Parker —agregó moviendo la cabeza a un
lado a otro con una sonrisa en sus labios.
—¿Vas a seguir llamándome así mucho tiempo más?
—Es que si hubieras visto lo que yo vi en ese momento lo entenderías.
—Supongo. Ya llegamos —dijo y apagó el motor. Giró para mirarla de frente—,
¿estás segura que quieres estar aquí?
Esa pregunta la desarmó por completo. Los dos se tenían unas ganas insanas,
apenas si podían contenerse y se les notaba, pero incluso en esas circunstancias, él se
tomaba el tiempo para asegurar su bienestar.
—Sí, estoy segura y… ya conoces mi casa, es justo que conozca la tuya, ¿no te
parece?
Le tomó la mano entre las suyas y le dio un beso pequeño, que no hizo más que
desatar las mariposas en el estómago de Max.
La ayudó a bajar de su Jaguar XE y la condujo a las escaleras que conducían al
tercer piso, el suyo.
Una noche de sorpresas por lo visto. Nunca se hubiera imaginado que Ethan
viviera en un espacio así. Había dado por sentado que sería el típico loft de soltero,
con pocos muebles, mucho cuero negro y patas cromadas. Sin embargo, nada que
ver.
La cocina integrada, con muchos electrodomésticos, la mesa con seis puestos
frente a las puertas ventanas por donde se accedía a una pequeña terraza. La puerta a
continuación de la cocina, seguro eran del cuarto de baño y vestidor.
En diagonal a la mesa había un sillón de tres cuerpos con almohadones rayados
de colores, una lámpara alta, un par de mesas auxiliares y toda esa pared colmada de
libros de piso a techo. Recorrió con la vista lo títulos, la variedad era asombrosa.
Un ruido en la cocina la distrajo de su exploración, Ethan había preparado un
par de copas sobre la mesa.
—¿Agua? ¿Vino? —preguntó señalando con una mano el refrigerador y con la
otra, la pequeña bodega en los gabinetes inferiores.
—Mejor agua, ¿desilusionado?
—Para nada —se giró y sirvió las copas.

107
Max continuó leyendo rápidamente los lomos de los libros, algunos los conocía,
otros no. Ethan tenía títulos de literatura clásica, de música, algunas novelas de
misterio.
A continuación, se hallaba el sector de dormitorio. La exquisitez de la cama la
dejó sin aliento, muy alta como a ella le gustaban, las sábanas y el edredón blancos,
algunos almohadones en color natural y tostados le daban la nota de color. La
ventana también miraba hacia la terraza.
—¿Te gusta? —preguntó inquieto y le ofreció su copa.
—Es hermoso. Te lo deben decir siempre —respondió y quiso morderse la
lengua. Ahora resulta que parecía que quería saber cuántas mujeres habían pasado
por su cama.
—Mi mamá opina que es un poco pequeño, mi papá me acompañó a buscar
algunos de los muebles y para Henry mientras haya ESPN y Stella Artois en el
refrigerador, es el paraíso.
Max lo miró con una mezcla de curiosidad y diversión, y un poco de
escepticismo. No le mencionó otras mujeres, pero no parecía que estuviera mintiendo
tampoco. Eso era al menos raro.
—Y si la pregunta tiene que ver con cuántas mujeres han pasado por aquí,
lamento desilusionarte, pero ninguna.
—No puede ser…
—¿Por qué no? Ven aquí —la tomó de la mano y atravesaron las puerta-
ventanas para llegar a la terraza.
No era muy grande, pero la vista era impresionante. Algunas pocas macetas
con arbustos, una mesa redonda con cuatro sillas de exterior en hierro blanco.
—Max —la llamó dulcemente y colocó un mechón de su cabello hacia atrás, que
la suave brisa había desordenado—, este es mi espacio, donde lo más importante
para mí tiene su lugar. No soy hombre de muchas conquistas, aunque en radio
pasillo se cuente otra cosa. Sí estuve en una relación que duró casi un año, pero
éramos sobre todo amigos.
—¿Solo amigos? —preguntó con cierta incredulidad.
—No, digamos que más incluso que amigos con derechos, la quise mucho, de
hecho, lo sigo haciendo, pero no estaba enamorado y por eso se terminó. Y no, nunca
nos vimos aquí.
—No pregunté nada —aclaró defendiéndose Max.
—Ya lo sé, pero es normal que te lo cuestiones. Yo no puedo siquiera pensar en
alguien que no seas tú.

108
—Y por eso estamos aquí…
—Por eso estamos aquí.
—Ven… —le dio un beso en la comisura de sus labios y la llevó de vuelta al
interior del departamento.
Los ojos de Max se quedaron estancados en la guitarra al lado de la cama.
—Esa es la única chica que ha estado aquí —abrazó a Max desde atrás y miraba
por sobre su hombro.
—No sé nada de guitarras, pero es hermosa.
—Es una Gibson Les Pauls #9-0850 pero se la conoce como “Believer Burst”.
—¿Tocas?
—Algo, para eso es la pedalera y el Marshall —Max se giró en el arco de sus
brazos y al notar su confusión agregó— el amplificador.
—¿Y vas a tocar para mí?
—Mmm… puede ser, pero por ahora, prefiero tocarte a ti.
Y allí se terminó la conversación.

Max apenas respiraba, toda su vida, su mundo reducido a ese mismo instante
en el que Ethan la miraba y lograba llegar a su alma de alguna manera. Todas las
dudas y las incertidumbres reducidas a escombros, desapareciendo en el aire, como
las hojas que son barridas por el viento en el otoño.
Ethan besó la punta de su nariz con una suavidad que la sorprendió, sabiendo
de la desesperación con la que se marcharon de la cena. Olisqueó todo el camino a su
oreja. Dejó otro beso en su carne sensible y dibujó con su aliento tibio el contorno de
su rostro hacia el otro lado. Las emociones la embargaban de tal manera que la
estaban superando a pasos agigantados.
Subió sus manos hasta posarlas en la nuca de Ethan, tomó su corbata de moño
que colgaba del cuello de su camisa y lo deslizó suavemente mientras su cabeza caía
rendida ante las caricias de él.
Ethan besó y lamió el femenino cuello de un lado al otro, una vez, dos veces,
hasta que la escuchó gemir bajito y cambió su tortura por besos más húmedos y
sonoros. Degustando el dulce sabor de su piel, respirando su perfume,
embriagándose de ella como soñó durante las últimas semanas, despierto y dormido,
en sus fantasías y en sus pesadillas.

109
Ethan hundió su boca en la curva de su hombro y allí permaneció mientras
recorría su espalda desnuda de arriba abajo, apretando, dibujando, buscando cada
vez más piel.
Siguió escalando hasta su cuello, y con dos dedos, destrabó el broche que
sujetaba su vestido. El clic hizo eco en las entrañas de Max, y una ola de anticipación
la barrió de pies a cabeza. La tomó por la nuca y su beso fue voraz, dando vueltas
llegaron al borde de la cama. Ethan se separó y la miró con tal intensidad, que una
corriente de electricidad pura, sacudió su corazón. Muy despacio tomó el vestido de
Max y lo dejó resbalar poco a poco por sus brazos hasta que anidó a sus pies.
La palidez de su piel lo enardecía, tan perfecta, tan suave. Con cada trazo de su
barba, su vello se erizaba, todo su cuerpo se abría ante él.
Max empujó el saco por los hombros y terminó al lado de su vestido. Pasó sus
manos por todo el largo de sus brazos, sintiendo la definición de sus músculos, la
calidez de su cuerpo. Llegó a sus manos, tomó una y besó el interior de su muñeca.
Ante la atenta mirada de Ethan retiró el gemelo. Hizo lo mismo con la otra manga.
Escaló nuevamente hasta sus hombros, y bajó por el contorno de su cuello. La
incipiente barba le hacía cosquillas en la punta de los dedos. Siguió su recorrido y fue
desprendiendo botón a botón, dejando un beso en cada porción de piel que quedaba
al descubierto. Lo escuchó suspirar su nombre…
—Max…
La camisa fue historia. Ethan la abrazó y besó con desesperación, sus manos
apretando, descubriendo. El sonido de sus respiraciones eclipsándolo todo.
Max bajó por su espalda presionando con las yemas de sus dedos, y un gruñido
de satisfacción escapó de la garganta de Ethan. Dibujó el contorno de su cintura y
desprendió cinturón y botones. Con un movimiento rápido él salió de sus
pantalones, las medias y los zapatos.
Cayeron atravesados en la cama, el pelo de Max desparramado en el edredón,
tomó una de sus piernas y la enroscó en su cintura. Presionando, probando,
volviéndola loca.
Apoyó uno de sus codos en el colchón, enredó sus dedos con la mano de Max y
se detuvo un instante para saborear el momento.
Contemplarla fue su perdición, tan entregada, vulnerable. Su piel de alabastro
resplandecía sobre el edredón blanco, allí por donde su barba había pasado, notaba
un suave color rosado.
Con una mano sostuvo las dos de ella, y con un dedo juguetón dibujó su piel en
interminables espirales, sintiendo cómo la electricidad crecía entre ambos,
empezando en ese punto exacto donde la tocaba y se extendía por su brazo, subiendo
más y más, abarcándolo todo, iluminando hasta el último rincón de su ser.

110
Max tensó su espalda en un arco perfecto, sumida en el placer que ese lento
recorrido le daba a su piel, despertando cada poro, adivinando el próximo destino,
anhelándolo con toda la fuerza de su alma. Sus ojos se cerraron aún más fuerte y su
boca formó un óvalo perfecto, donde el grito fue tan fuerte que era mudo. O gritaba o
sentía. El toque de Ethan era mucho más de lo que en alguna de sus fantasías hubiera
imaginado.
¡Y por todos los dioses! Solo la estaba acariciando...
La mano de Ethan encontró la última barrera.
Desancló su mirada de la expresión de éxtasis del rostro de Max. Barrió con
deseo cada centímetro de piel hasta alcanzar el último de sus obstáculos.
La prenda tan blanca como su piel fue rindiéndose ante el comando de su
mano, resbalando por esas piernas eternas que lo invitaban a besarlas en camino de
ida y vuelta.
Max dejó de pensar, ahogada en su bruma de placer. Incapaz de hacer cualquier
otra cosa que no fuera sentirlo. Sentía la piel ardiendo allí donde él miraba, y esa
misma piel se encendía en llamas a su toque. Levantó sus pies y el encaje blanco voló
por los aires. Lo escuchó gruñir y sus manos se soltaron.
Ethan dejó un camino de besos desde su cuello, pasando por el medio de pecho,
acunando y besando a consciencia sus senos, degustando las cimas como fruta
madura. Se acomodó entre sus piernas y siguió bajando hasta el ombligo. Lo lamió y
mordisqueó hasta que Max levantó la cabeza y sus miradas se cruzaron una vez más.
Hizo cosquillas con sus dientes y sus besos hasta que la tuvo rendida una vez más.
Una risa masculina y la más sexy que Max jamás hubiera escuchado reverbero en los
cristales.
—Eth... —no pudo decir más.
—Me encanta que me llames así —dijo desatendiendo por un instante su
misión.
—¡¡¡ETH!!! —gritó Max con desenfreno cuando la boca de él subía muy
despacio por el interior de sus muslos, besando y succionando todo a su paso.
Max retorció las sábanas entre sus dedos, necesitaba tocarlo, sentirlo. 
Su cabeza se hundió en el colchón y sus hombros se elevaron, clavó sus talones
en la baja espalda de Ethan, acercándolo, abrazándolo.
Inspiró rápido y hondo elevando su cuerpo para poder observar a ese hombre
que estaba haciendo maravillas con sus manos y su boca. 
Hundió las manos en su cabello e intentó arrastrarlo hacia arriba. Ethan
adivinando su intención le dejó hacer impulsándose hasta encontrar sus labios.

111
Sus sabores mezclados en un beso infernal, desataron las pocas ataduras que
perduraban en Max.
Sus manos recorrieron los brazos de Ethan, reconociendo cada recoveco, cada
músculo en tensión.
Quiso girar y dejarlo de espaldas, pero no logró moverlo ni un milímetro.
—Pequeña traviesa... —dijo contra su boca. Y se dejó caer con total abandono. 
Max lo escaló hasta sentarse en su cadera, notando en su centro el fuego y la
desesperación de Ethan. Tomó su rostro con ambas manos deleitándose en su barba
incipiente, trazando con sus dedos el contorno de su boca. Jugando con sus orejas,
mordiendo despacito cada trozo de piel.
Las manos de Ethan vagaban por sus piernas de arriba a abajo, acompañando
con su cadencia la cadena de besos que Max dejaba en su cuello.
El balanceo de las caderas de Max lo estaba volviendo loco. La cascada de pelo
les cayó en derredor, apartando el resto del mundo, ahogándolo en su perfume,
respirándola, saboreándola, escuchando solo sus suspiros.
Siendo el amo y señor de sus gemidos.
Sus corazones latiendo como tambores de guerra al mismo compás, con la
misma intensidad.
Ethan modelaba su cintura mientras se ondulaba sobre su cuerpo cada más
fuerte, cada vez más rápido. Aumentando las ganas, inflamando el deseo. 
Max se tensó una vez más y apretó sus hombros, soltando sus labios y su
cabeza cayó hacia atrás en una liberación explosiva e inesperada, ardiente y
arrolladora.
—Eth... —gimió fuerte y su cuerpo tembloroso se desplomó sobre él.
Ethan la cobijó en sus brazos y giró cubriéndola con su cuerpo. Besó su frente y
sus párpados cerrados. 
Despejó su rostro de los cabellos rebeldes. 
—Max... —dijo mezcla de suspiro y súplica. Ella abrió los ojos y la inmensidad
de su alma se abrió ante él.
—Eth... —jadeó embargada de emociones.
Un beso tierno y cargado de sentimientos la calló una vez más.
Ethan se incorporó lo suficiente para deshacerse de sus boxers. Se estiró hasta la
mesa de noche y el ruido del papel rasgado fue lo único que se escuchó.
Tomó uno de sus pies y lo besó, lamió todo el camino arriba, mientras se
acomodaba entre sus piernas, buscando su cielo y llegando a su infierno.

112
Las piernas de Max lo apresaron y sus manos dibujaron su paso por la espalda,
memorizando músculos y tendones, sintiéndolo temblar mientras su respiración se
descontrolaba.
Apoyó los codos y antebrazos para no aplastarla, con una mano jugueteaba con
su pelo. Y con la otra recorría el contorno de su rostro, deleitándose en esa mirada
arrobada, en la calidez extrema de su piel.
Con dos dedos tomó su barbilla y reclamó su boca con fuego desatado al
hundirse en ella despacio muy despacio, conquistando cada milímetro de su cuerpo,
marcándolo como propio, desde ese momento y para siempre.
Max separó sus labios en busca de aire, y chocó de frente con la mirada oscura
de Ethan. Tan oscura como la suya. Se perdió en su intensidad, en la fuerza de ese
hombre que conquistó su cuerpo y su alma. Sus respiraciones sincronizadas incluso
en ese loco compás, con la adrenalina y el fuego corriendo por sus venas, sintiendo
que se fundían en ese abrazo.
Sus ojos se anclaron sin necesidad de reclamo alguno, necesitando confirmar
que lo que fuera que estuviese pasando era real. Ethan comenzó a mecerse muy
despacio, prolongando el placer, arrastrándola al delirio. Conquistando en cada
estocada un poco más.
—Eth...—un ruego, su condena.
Más rápido, más profundo, hasta perderse en esa mujer que se lo daba todo.
—Max... mírame —una orden, una súplica.
—Sí... —suspiró bordeando la incoherencia.
—No... dejes... de... mirarme —dijo en cada acometida, con los dientes
apretados a punto de perder el control.
Max se sujetó a sus hombros, clavando los dedos en su carne, apretándolo
contra sí con sus talones, con su cadera saliendo al encuentro, en la danza más
primaria de todas.
Ethan la sintió tensarse a su alrededor y supo que estaban al borde del abismo.
Gritaron al unísono sus nombres mientras perdían consistencia y sus cuerpos
flotaban en esa dulce languidez. El cuerpo de Ethan colapsó sobre Max, hundiendo
su rostro en el femenino pecho, escuchando ese palpitar enloquecido del que se sabía
absoluto responsable.
Cerró los ojos y dejó que su aroma lo envolviera hasta recobrar la calma.
Max acariciaba su cabello húmedo y revuelto, mientras todos los sentidos
volvían muy despacio a pertenecerle. Pasaron segundos o quizás fueron minutos.
Sus latidos ya en calma dieron la bienvenida a la más dulce de las noches.

113
Ethan se tumbó de costado y arrastró a Max a su lado, la cubrió con las mantas
y besó el tope de su cabeza. Ella dormía sobre su pecho y se sintió el hombre más
poderoso del mundo.

La oficina que Hikaru tenía en su casa era enorme.


Ubicada en la planta baja sobre el lado oeste de la propiedad, las vistas del
jardín eran inmejorables. Paredes repletas de piso a techo de libros que jamás había
leído, pero que vinieron con la casa, y una imponente chimenea de piedra
completaban la imagen. El reloj de pie marcaba las cinco de la madrugada y en el
cielo la luna ya había desaparecido para dar paso al nuevo día. La botella de armañac
reposaba sobre el escritorio, el tapón de cristal había caído a la alfombra y él se
paseaba caminando en círculos delante de la chimenea bebiendo su trago número…
¿quién podría llevar la cuenta?
La camisa sacada del pantalón y su mirada extraviada daban debida cuenta de
su estado, por dentro y por fuera.
Una niñez colmada de reglas, obligaciones, con una educación intachable,
regida por la rectitud y la honorabilidad, que solo lograron hartarlo, al punto de
despreciar todo lo que tenía que ver con su familia. Todo. Excepto el poder de los
Nakamura.
Ahogaba el desprecio hacia sus progenitores en fiestas y excesos, que poco a
poco fueron más frecuentes y menos discretas. Todo su mundo se desmoronaba a
pasos agigantados y tenía muy pocas opciones. No podía hacer desaparecer a su
padre, todavía estarían sus hermanos. De modo que por el momento si bien no
podría recuperar la confianza y el respeto de su padre, al menos tenía que
permanecer dentro del imperio Nakamura. Y una vez su posición estuviera
asegurada, sus planes continuarían avanzando paso a paso, hasta hacerse del total
control de la empresa. Si su padre se consideraba a sí mismo un hombre poderoso, él
se encargaría de demostrarle al mundo, cuánto poder se puede acumular, con las
decisiones y los amigos correctos.
Él se merecía mucho más que las migajas que Hiroki le arrojaba.
Apoyó una mano en el borde y contempló los leños en llamas.
Bebió de un trago el contenido del vaso. El ardor del brandy bajando por su
garganta se mezcló con el calor que el odio desataba en él. Su mirada endurecida, sus
pupilas dilatadas, sus ojos inyectados en sangre, mitad furia contenida y mitad
resplandor. Arrojó el vaso vacío a las llamas, chispas de fuego y cristal estallaron en
el silencioso crepitar de la hoguera.

114
Tomó su cabeza con ambas manos y clavó su mirada en el techo, buscando
controlar su agitada respiración. Caminó de vuelta a su escritorio y tomó la botella de
coñac y el teléfono descartable que utilizaría en esta ocasión. Se dejó caer en el sillón
de cuero y presionó el botón de discado rápido, con el único número almacenado.
Bebió un par de tragos directo de la botella y sosteniéndola por el cuello, la
apoyó en su pierna. Con su cabeza recostada en el sillón y sus ojos cerrados, esperaba
ser atendido.
Un timbre. Dos. Al tercero alguien atendió.
—No son horas —escuchó el ladrido a través del aparato.
—Quiero acelerar las cosas —retrucó en el mismo tono. No se iba a dejar
amilanar, al fin y al cabo, era quien pagaba, por muy peligroso que fuera el sujeto.
—No es lo acordado —respondió ya muy molesto.
—Lo sé. Pero a estas alturas sabes que, si la tocas a ella. El efecto es doble.
—Eso y más —contestó con plena certeza.
—Entonces hazlo. Duplicaré el último importe girado.
—Correcto —la comunicación se cortó.
Hikaru soltó el teléfono, que se deslizó por su cuerpo hasta rebotar sobre el
almohadón. Una sonrisa de autosuficiencia se instaló en su rostro.
Todo estaba resultando mucho mejor de lo que había planeado. Su padre no
tenía idea de lo que él estaba planeando.
Pobre infeliz, pensó.
Contaba los días que lo separaban de su libertad, para dejar de una vez y para
siempre el yugo que le imponía ser un Nakamura. Todavía no entendía cómo era
posible que sus hermanos no se rebelaran, que aceptaran con sumisión absoluta todo
cuanto su padre decía. Él no sería un títere en manos de ese viejo idiota, no más.
Su sonrisa se amplió aún más y bebió un par de tragos.
Exhaló mirando al techo y una risa macabra llenó el ambiente. Lágrimas corrían
por sus mejillas y la risa se volvió incontrolable. Se puso de pie, y trastabillando llegó
hasta la escalera. Se apoyó en la lustrada madera de la baranda y siguió con la
mirada el recorrido de los escalones forrados en la alfombra carmesí; el techo y las
paredes dieron un par de graciosas volteretas antes de asentarse ante sus ojos. La risa
volvió, hacía meses que no estaba tan afectado por el alcohol.
¡Já! Su padre y sus imposiciones.
Bebió de un tirón el resto del contenido de la botella y la arrojó por sobre su
hombro.

115
El estruendo del vidrio estrellándose sobre el piso de mármol, fue la campana
de largada para el gran desafío, que implicaba en su estado, llegar hasta su
habitación.

La llegada de la madrugada trajo consigo, la determinación que hacía falta para


emprender ese viaje al pasado que llevaba postergando por semanas.
Ver a Max la noche anterior hizo sonar todas las alarmas en su cabeza, no poder
demostrar todo lo que sentía por ella, compartir su día a día de la manera correcta le
estaba corroyendo las entrañas. No quería seguir siendo un espectador en su vida,
mirando desde la vidriera como chiquito pobre, asomado a la tienda de dulces.
Había llegado la hora de jugar sus cartas, tenía muchas preguntas, algunas
respuestas caían por su propio peso, pero jamás en su vida había dado por sentado
nada, no comenzaría ahora.
Fueron demasiados errores, uno tras otro, errores de hacer, de no hacer, de
decir, por no decir. Esos últimos eran los peores, y los que derivaron en esta horrible
situación.
En él había estado la equivocación inicial, de él dependía ahora que todo llegara
a buen puerto. La idea era por demás alucinante y paralizante.
De un tiempo a esta parte, su muy ordenada vida, iba dando tumbos de un lado
al otro, como bandazos de un barco en medio de la tormenta. Gracias a todos los
cielos, su vida privada no interfería con su trabajo. Pero de no solucionar esta
situación, llegarían los problemas.
Ajustó el temporizador de su cinta de correr, y continuó con su trotar los
últimos quince minutos de ejercicios.
Correr y quemar la energía excedente siempre había sido su salvación, en esa
cinta, su mente se focalizaba de a un problema a la vez, y más veces de las que jamás
reconocería, en esos momentos a solas, era cuando hallaba las mejores soluciones.
Subió a la carrera las escaleras que lo llevaban a su cuarto, encendió la música
ambiental con el mando a distancia y fue directo a la ducha mientras las notas de
Under Presure inundaban el aire…

♪♪ …Pressure pushing down on me


Pressing down on you, no man ask for
Under pressure that burns a building down

116
Splits a family in two
Puts people on streets… ♪♪10

Salió de la ducha con un exceso de entusiasmo, que hasta él mismo se


sorprendió. Quizás fuera el simple hecho de volver a verla a pesar de las
circunstancias, quizás fuera el empezar a corregir de alguna manera sus errores.
Aunque en realidad fuera el error más grande de su vida.
En cinco minutos ya se había vestido, zapatos náuticos, pantalón de jean, una
camisa celeste y su cazadora favorita de cuero marrón. Bajó las escaleras, llegó hasta
su BMW y salió del garaje.
Se detuvo un momento con las manos en el volante y tuvo que respirar muy
hondo, un par o tres de veces. Sacó de la guantera sus anteojos y se los colocó. Pulsó
un par de botones y la música clásica llenó el espacio, aplastando al mismo tiempo, la
catarata de recuerdos que se venían sucediendo uno tras otro, desde que decidió
viajar a Providence.
Hacía años, muchos años que no tomaba esa ruta bajo ninguna circunstancia. Se
conocía muy bien, un pie en esa autopista y no pararía hasta llegar a su casa. Y así
estaba pasando. No tuvo ni que buscar en el GPS cómo llegar. Amy seguía viviendo
en la casa que había sido de sus padres. Podría llegar así estuviera con los ojos
cerrados. Le tomó toda su fuerza de voluntad y buen criterio, no acelerar más de lo
permitido para llegar más rápido.
A medida que los kilómetros iban pasando, sentía el tiempo retroceder,
borrando en cada metro ganado, cada lágrima, cada tristeza, haciendo florecer de
nuevo la esperanza en su corazón.
No era estúpido, no pretendía retomar lo que habían dejado, mejor dicho, lo
que él había arruinado, tantos años atrás. Pero la sola idea de verla, de tenerla cerca,
era un alivio a su corazón oprimido por el dolor y la vergüenza.
Algunas preguntas necesitaban ser respondidas, pero sobre todo iba en busca
de perdón.
Llegó a la esquina de Snow St. y Westminster St.
Estacionó frente a la casa y apagó el motor. El color de los árboles no había
cambiado con el paso del tiempo. Los ocres y dorados enmarcaban el paisaje. Y la
suave brisa arremolinaba las hojas caídas en la vereda.
Providence tenía en su memoria aroma a tarta de manzanas.

10
…La presión me está aplastando // Una presión que nadie pidió // Bajo presión arden edificios
// Las familias se dividen y la gente se queda en la calle…

117
Miró hacia la casa, buscando actividad tras las ventanas. Las cortinas de la
segunda planta se mecían con el suave viento. No había querido llamar antes de ir,
como sería lo apropiado porque temía la reacción de Amy.
¿Y si no lo recibía? ¿Y si se negaba en rotundo a hablar con él?
Al menos de este modo, contaba con el efecto sorpresa y podría verla, unos
instantes en el peor de los casos.
Gilbert le había dejado un detallado cronograma de los horarios de Amy en el
hospital en su informe. De no mediar nada extraño, estaba a diez metros y pocos
segundos de ver su rostro otra vez. Por fin.
Cruzó la calle, con sus pasos largos y elegantes. Subió los seis escalones de la
entrada y pulso el timbre dos veces.
El tiempo se detuvo, el viento dejó de soplar, y él contuvo la respiración.
Escuchó el cerrojo destrabarse y su corazón comenzó a latir de nuevo, muy despacio,
hasta que la puerta se abrió y se descontroló por completo.
Allí estaba Amy, hermosa. La misma serena belleza de tantos años atrás y con
sus ojos abiertos por la sorpresa y la respiración atascada en su pecho.
—Patrick... —susurró.
—Hola Amy... —respondió con una serenidad que no sentía.
Tuvo que reprimir todos sus impulsos al verla. Lo único que podía pensar era
en abrazarla y reconfortarla de alguna manera.
Otra vez su egoísmo, ganando la batalla. Priorizando qué quería para él, sin
pensar cuánto o cómo le afectaría a Amy su visita. Debían hablar, era muy
consciente, pero en ese momento se sentía la peor escoria del mundo. Otra vez.
—Discúlpame —se excusó Amy—, la sorpresa arruinó mis modales. Pasa por
favor —dijo abriendo más la puerta y dándole paso.
—Gracias y soy yo quien debe disculparse. Debí llamar antes de venir, pero...
—Pero... —replicó Amy con una ceja enarcada. El mismo gesto de Max, pensó.
—Pero temía que no quisieras recibirme —se sinceró.
Amy llegó hasta el medio del salón y antes de sentarse le dijo:
—Algún día llegaría este momento —suspiró resignada—, siempre lo supe.
Aunque traté de demorarlo lo más que pude. ¿Prefieres un té o café?
—Café si me acompañas...
—Claro, vamos a la cocina.
Patrick se quitó su chaqueta y la apoyó en el respaldo del sillón.
La observó caminar muy resuelta, y todo su cuerpo recordó al de ella con total

118
precisión. La suavidad de su piel, su perfume a flores silvestres golpeó su memoria,
aturdiéndolo una vez más. Su silueta pequeña no había cambiado mucho con el paso
de los años.
Como la primera vez que se vieron coincidían en el vestuario, una sonrisa se
instaló en sus labios. Amy usaba unos jeans como él, zapatos muy bajos color suela y
una camisa blanca. Llevaba el cabello más corto y le quedaba precioso.
Al pasar delante de la escalera su corazón dio un vuelco. Una variada colección
de fotos de Max, adornaban la pared. Podía ver un resumen de la vida de su hija en
diferentes marcos a lo largo de los años. Fotos de bebé con Amy, sus abuelos, el
primer día del jardín de niños, en el parque con su bicicleta rosada…
Sus ojos se llenaron de lágrimas, y una emoción desconocida se instaló en su
pecho. Mezcla imponente de amor, orgullo y ternura. Supo de primera mano lo que
es caer enamorado de su propia sangre a pesar del tiempo y la distancia.
Amy vio la transformación en las expresiones de Patrick y tuvo que apoyar de
nuevo las tazas en la mesada para que no resbalaran de su mano.
¡Dios! ¿¡Qué había hecho!?
Sintió en ese instante el peso de sus decisiones y de sus acciones, el dolor del
arrepentimiento barrió su cuerpo de pies a cabeza. Dejó caer su cabeza hacia adelante
con los ojos cerrados, buscando focalizarse en ese momento.
Tenían mucho de qué hablar y estaba convencida que habría un antes y un
después a partir de ese momento. Sacudió su cabeza a un lado y a otro, tomó las
tazas y se acercó a Pat.
—¿Negro y dos de azúcar? —dijo brindándole la taza. Jamás pudo olvidar
como tomaba su café.
—Siempre —sonrió y la siguió a la mesita junto al sillón, bajo la ventana de la
cocina.
Dieron un par de sorbos a sus tazas hasta que Amy rompió el silencio.
—Hay tanto para decir que no sé por dónde empezar... ¿cómo lo supiste? —
preguntó confundida.
—A primera vista —confirmó y dejó la taza en la mesita—, si hubieras conocido
a mi madre sabrías de qué hablo. Son iguales, ni mi hermana se parece tanto, son
como gotas de agua. Luego hice mis averiguaciones por supuesto.
—Y te demoraste estas semanas, ¿por qué?
—Porque quería hacer las cosas bien, aunque fuera con treinta años de retraso.
Amy… —suplicó y le retiró la taza de las manos— estás temblando...
—Lo siento... —intentó zafarse sin lograrlo— yo…

119
—Tú hiciste un gran trabajo, criando sola a una hija maravillosa.
—No lo hice sola, mis padres me ayudaron — comenzó a explicar.
—Lo hiciste sin mí, a eso me refiero. Si no hubiera sido por mi estupidez, lo
hubiéramos hecho juntos.
—Eso no podemos saberlo, Patrick. Podría no haber resultado tan bien, éramos
muy jóvenes...
—Yo sí lo sé. Siempre lo supe.

El leve resplandor de un rayo de sol asomando entre las nubes dio de pleno en
el rostro de Ethan. Con todo lo ocurrido el día anterior desde su llegada a casa desde
el aeropuerto hasta esa misma madrugada, lo último que se le hubiera ocurrido
pensar era en cerrar las cortinas.
Se acomodó entre las sabanas notando la calidez del cuerpo desnudo de Max
pegado al suyo. Inspiró el perfume de su pelo justo detrás de la oreja y dejó un par
de besos suaves para no despertarla.
Ella suspiró bajito y él sintió cómo su pecho se llenaba de una profunda calidez,
muy diferente a la pasión y el deseo, pero que lo inundaba todo, recorriéndolo
completo, llenando cada pedacito de su ser, completándolo, iluminándolo.
Sintiéndose pleno por primera vez en toda su vida.
Se reincorporó lo suficiente para sostener su cabeza con la mano y así poder
contemplar a Max. Dormía de costado, de espaldas a él. Tapando lo justo con la
sabana, dejando al descubierto sus esbeltas piernas y parte de su espalda. La tenue
luz se posaba su piel de alabastro brillando de manera tenue. Apoyó con suavidad su
mano en la de Max y fue subiendo… acariciando su piel hasta el hombro, y a su paso
su vello de erizaba y ella suspiraba hondo, disfrutando en sueños de su toque.
Invitándolo sin saber a perderse en ella otra vez.
Besó la curva de su cuello y la sintió estremecer con las cosquillas.
Ella sonrió dormida y él quiso estar a su lado cada día de su vida. Esperar que se
despertara adivinando sus sueños, respirando el aroma de su piel, envuelto en su
calidez. Sintiendo el latir acompasado de su corazón.
Ethan besó su hombro desnudo otra vez y salió de la cama muy despacio para
no despertarla. Podría pasar horas contemplándola, pero no habían cenado mucho la
noche anterior y quería preparar el desayuno. Tomó un mechón de su cabello que
caía ensortijado sobre su rostro, lo llevó detrás de la oreja y la escuchó suspirar bajito

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ante la suave caricia. Acomodó las sábanas para cubrirla un poco más y que no se
enfriara y marchó hacia la ducha.
Se sorprendió cerrando la puerta del cuarto de baño, por lo general la dejaba
abierta, viviendo solo como lo hacía, el ruido de la ducha en las mañanas no
despertaba a nadie. Bueno, esa mañana no era una más. Max dormía en su cama, y
eso lo hacía el hombre más feliz del mundo, quería tener que cerrar la puerta todas y
cada una de las mañanas. En cualquier otro momento de su vida quizás se hubiera
sorprendido de tener esa línea de pensamiento, pero desde que conoció a Max todo
estaba girado, si fuera un barco habría dado una vuelta de campana.
El rocío tibio de la ducha lo ayudó a terminar de despejar su cabeza, se bañó y
enjuagó en tiempo récord. Salió envuelto en una toalla blanca directo al vestidor, si
no ponía tela de por medio además de su fuerza de voluntad, el desayuno quedaría
postergado.
Un pantalón de deporte y una camiseta más tarde puso rumbo a la cocina.
Se asomó al sector de su apartamento que hacía de dormitorio y la vio. Se había
girado hacia el otro lado y dormía con el atisbo de una sonrisa abrazada a su
almohada. 
Encendió la cafetera y puso a calentar la sartén en la hornalla, mientras se
hacían las tostadas. No tenía idea de qué desayunaba Max en su casa, pero apostaría
por lo seguro, algo de huevos, tostadas, fruta y café. 
El movimiento sobre la cama llamó su atención. Max estaba sentada en medio
de un nido de sábanas blancas, cubriendo su desnudez y acomodando su pelo con
tierna coquetería. ¡Dios! Era tan bella... Y era suya.
—Buenos días, amor —dijo dejando la cafetera sobre la mesa y alcanzando el
borde de la cama en pocos pasos. Se sentó, y con dos dedos levantó su barbilla para
mirarla directo a los ojos—, ¿desayuno? —agregó dejando un corto beso en sus
labios.
—Buenos días —respondió risueña—, mmm… huele riquísimo. No sabía que
cocinabas.
—Lo básico, como para no morir de hambre... en el primer cajón del vestidor
hay camisetas, y demás, usa lo que quieras.
—Gracias, vuelvo en cinco minutos —se envolvió en la sábana y se perdió de
vista tras la puerta de madera blanca.
Ethan se levantó moviendo la cabeza en negación y una sonrisa burlona, hasta
envuelta en cuatro metros cuadrados de tela era hermosa.
Caminó hacia la mesa y terminó de presentarla para el desayuno.

121
Los cinco minutos fueron quince en realidad, había recuperado su ropa interior
y aceptó el ofrecimiento de Ethan, rebuscó en los cajones y eligió una camiseta blanca
de mangas cortas, que a ella le llegaban casi hasta los codos y que hacía más de
vestido corto, le llegaba hasta la mitad de sus muslos. Peinó su cabello con los dedos
y se lo dejó suelto, ni pensaba perder tiempo en la búsqueda de una secadora de
cabello por seguro inexistente. 
Cuando llegó a la cocina se paró en el marco de la puerta y observó la escena.
Ethan servía los huevos, las tostadas estaban en el plato en medio de los dos puestos
y un bol de frutas acompañaba la taza de café.
¿Podía ser tan perfecto? Casi que parecía irreal, y el miedo hizo eco en su
interior. ¿Qué pasaría si lo perdiera?
Sacudió la cabeza para evitar esos pensamientos y concentrarse en su presente.
Ethan corrió su silla y al acomodarla dejó un beso en el hueco de su cuello y
otro en la comisura de sus labios. La dejó sentada allí, con todo su cuerpo
revolucionado una vez más.
Desayunaron en medio de un cómodo silencio, Max estaba sorprendida ante la
naturalidad con que todo se daba.
—¿Qué planes tienes para hoy? —preguntó y mordió la última de sus tostadas.
—Los sábados voy a danza por las mañanas...
—Lo sé —dijo y se arrepintió al instante, iba a quedar como un acosador y no
era así.
—¿Lo sabes?
—Ajá —no iba a poder esquivar la respuesta ni que el mundo se acabara.
—¿Y cómo es eso señor súper informado? —preguntó sentándose derecha en la
silla y cruzando los brazos con furia divertida.
—Hace unas semanas atrás —comenzó a explicar Ethan—, salimos con Henry
un viernes a la noche y terminamos desayunando el sábado en la cafetería que está
enfrente del estudio de danza. Te vi bajar del auto y subir al estudio.
—Sigo escuchando...
—¿Qué te hace pensar que hay más para contar? —a ese juego podían jugar de
a dos
—Tu cara, algo me dice que estás saltándote una parte...
—Bueno —se resignó a decir toda la verdad—, desde mi lugar podía ver a
través de los ventanales del primer piso y te vi bailar.
—¡No puede ser!

122
—Sí, fuiste la razón de mis pesadillas por semanas después de eso.
—¿Tan mal bailo? —estaba disfrutando del inesperado interrogatorio.
—No, todo lo contrario… —rio divertido.
Terminaron su desayuno y como coordinados fueron a dejar las tazas sobre la
mesada. Levantar la mesa para el desayuno se estaba convirtiendo en un entretenido
juego de toques por aquí y por allá.
Con la mesa despejada coincidieron enfrente del fregadero, con la electricidad
corriendo desenfrenada por las venas y todo un día por delante con la agenda libre.
Ethan dio un paso al costado y la atrapó contra el mármol color arena. Colocó
ambos brazos a su costado y la miró desde arriba.
Se relamió los labios sin poder contenerse.
Max lo miraba hacia arriba, descalza era mucho más baja que él, con sus bellas
piernas desnudas y su camiseta blanca como todo atuendo, le hacía volar la cabeza.
Ella enroscó los brazos en su cuello tensionado y lo miró coqueta.
Se le estaba por escapar el corazón por la boca de un momento a otro. Jamás en
sus treinta años de vida se había sentido así por nadie.
Hasta que conoció a Parker, Ethan Parker. 
Él bajó su rostro hasta su oreja y dejó un sinfín de besos suaves en el lóbulo,
subiendo y bajando la nariz, disfrutando de su olor, absorbiéndolo, en cada
respiración. Acelerando los latidos de su corazón. Con un pie Ethan separó sus
piernas y se puso justo en medio apretándola un poco más fuerte contra la mesada,
en un movimiento lento y profundo que hizo que su cabeza cayera rendida hacia
atrás. 
—¡Eth! —suspiró rendida. 
 —¿Sí? —rio contra su piel en un beso húmedo.
—¡Dios! 
—No... solo Ethan —ella sintió más que vio su sonrisa arrogante. 
—¡ETH!
—¡Mmm... chica mala! Sabes cómo me pone que me digas Eth —en un
movimiento fluido la subió a la mesada.
Max se sintió mareada de repente, no lo esperaba en absoluto y el cambio de
posición solo logró que todo alrededor de ellos se evaporara.
Ethan tomó el bajo de su camiseta y alborotando su cabello en dos segundos la
prenda se hallaba sin orden en el piso de la cocina. 

123
Max hizo lo mismo, coló sus manos por debajo de la camiseta y tiró hacia
arriba. Quedaron mirándose a los ojos en un mágico instante mientras que John
Mayer tocaba la guitarra, y las notas de Gravity se escuchaban de fondo. 
Con ambas manos Ethan tomó su rostro y la besó con dulzura. Max se colgó de
sus muñecas y se entregó al momento, renunciando de plano a su ida al estudio de
danza.
No iría a ningún lado que no fueran los brazos del hombre que tenía enfrente.
Ethan recorrió sus costados con la yema de los dedos, despertando cada
milímetro de piel, que se erizaba caliente ante su toque.
Enganchó con los pulgares la prenda femenina y dando un paso hacia atrás
desapareció para hacerle compañía a su camiseta en el suelo. Y se perdió en el hueco
tibio de su cuello una vez más.
Desató con premura los cordones de la cintura de su pantalón y tomó las
piernas de Max para enroscarlas en su torso.
Dos pasos más tarde el pantalón había desaparecido por completo y él
depositaba con mucho cuidado a Max en medio de la cama ya desordenada.
Los besos de Ethan y los suspiros de Max se mezclaban en perfecta sincronía
con las notas dulces de la guitarra y la luz del día entibiaba sus cuerpos entrelazados
una vez más.
Las nubes oscurecieron la tarde del domingo y los encontró abrazados, ambos
de cara a la ventana, con la expresión llena de paz y el alma satisfecha. Un rayo cruzó
el cielo gris plomo y el sonido estridente del teléfono de Ethan rompió el silencio.
Giró rápido para atender la llamada y no despertar a Max.
—Hola mamá —moduló al ver quién llamaba— ¿cómo estás? 
—Hola mi cielo. Muy bien, organizando la cena de esta noche, tu padre llega la
semana que viene de viaje, pero de todos modos quiero cenar con mis hijos... si no es
molestia claro —remarcó las últimas palabras en tono de broma.
—No, por supuesto que no, pero...
—Llamaba para confirmar porque me pareció extraño que no me avisaras
durante la semana...
—Lo siento... estuve... distraído… —si su madre supiera.
Con ese pensamiento en su cabeza perdió la mirada en la nívea espalda de Max,
contando sus lunares, llevando su dedo de una al otro, memorizando cada una de
esas magníficas constelaciones.
—Ethan —lo llamó en tono dulce—, ¿está todo bien cariño?
—Sí mamá, lo está. ¿Podemos hablar en un rato por favor? Tengo que...

124
—Claro mi vida —lo interrumpió imaginando el porqué de la distracción de su
hijo menor—, hablamos luego. Te quiero. Cuídate.
—Yo también te quiero mamá. Besos.
Colgó la llamada con una sonrisa en sus labios, su madre iba a adorar a Max, lo
sabía. Y por mucho que lo sorprendiera, no era una situación que lo tuviera nervioso
en lo absoluto. 
Ya eran las cinco de la tarde, y tenía dos opciones por delante, llevaba a Max a
su casa o la llevaba a casa de sus padres. Y la verdad fuera dicha no se sentía capaz
de hacer ninguna de las dos, porque para Max sería muy pronto, de hecho, para
cualquiera en sus cabales, y segundo, porque no quería separarse de ella jamás. 
En las últimas horas, él, Ethan Parker, dueño absoluto de su voluntad, desde
siempre, se había convertido en un rematado adicto a Maxine Campbell. Lo sabía. Lo
sentía en cada fibra de su ser. 
Max se revolvió en la cama y se giró para enfrentarlo escondida tras la sábana.
Con el pelo un poco revuelto y la mirada brillante era lo más adorable que hubiera
visto en su vida, y era toda suya. 
Y eso lo tenía tan cristalinamente claro como que el sol se asomaba en las
mañanas y se escondía por las noches.
—Buenas tardes dormilona.
—Buenas tardes... ¿qué hora es?
—Alrededor de la cinco, ¿vas a algún lado?
 Max se reincorporó y arremolinó las sábanas a su alrededor. Ese gesto de cierta
timidez ante su desnudez, lo desarmó por completo.
—Debería ir a mi casa... prepararme para empezar la semana... ¿y tú no tienes
que ir a ningún lado? —lo miró como quien mira a un niño pequeño que
descubrieron con el tarro de las galletas en horas no debidas.
—Eh... —Ethan dudó qué decir, entre lo que quería y lo de debía, y allí fue
cuando cayó en la cuenta que Max sabía o había escuchado la conversación con su
madre—, en realidad sí, pero no quiero.
—¿Y cómo es eso que no quieres? Hasta donde sé por lo que tú mismo
contaste, los domingos cenas con tus padres, Fred está fuera, pero igual...
 Ethan atrapó sus manos y las besó con delicadeza, callando ante la sorpresa a
Max.
—No es que no quiera cenar con mi familia, tan solo no quiero separarme de ti.

125
—Eth... —suspiró conmovida. En serio que no podía ser más perfecto ni a
propósito. Y aunque la idea hacía eco en su interior, sabía que lo mejor era irse a su
casa— Yo tampoco quiero separarme de ti, pero…
—Pero ¿qué?
—Debemos volver a la realidad, tú a casa de tu madre por un rato y yo a mi
departamento, y mañana nos vemos en la oficina...
—Hablando de oficina. ¿Qué quieres hacer?
—¿Con respecto a qué? —la pregunta de Ethan la tomó desprevenida.
—A nosotros, claro está... —ladeó la cabeza y le sonrió como solo él podía
hacerlo.
—Ah... eh... no lo sé... fue todo tan repentino que no lo pensé... —una colección
de situaciones, deambulaban por su cabeza estrellándose unas con otras sin tener
nada en claro.
—Si quieres mantenerlo en perfil bajo, lo haría por ti, porque si fuera por mí, lo
gritaría a los cuatro vientos...
—Lo sé.
—¿Y entonces qué te aflige? —Ethan no entendía.
—No quiero apurar las cosas, pero tampoco quiero que te sientas mal... y no sé
qué hacer, nunca estuve en esta situación y es muy difícil.
—Tranquila amor, iremos poco a poco, y nada pasará.
—Gracias, de verdad. 
—De nada. Lo que sea que te haga feliz.
Max se deshizo de sus manos entrelazadas y se colgó de su cuello una vez
más...

El lunes por la mañana amaneció como pocos, o eso era al menos lo que sentía
Ethan Parker.
El sol brillaba más, el aire se sentía más puro y toda la ansiedad de no tener a
Max para con él toda la noche quedaba opacada por la expectativa que le generaba
saber que iba a verla en un rato. Si ella supiera todo lo que él había sentido al
acompañarla a su casa, de seguro que no querría separarse nunca más de su lado. Esa
bandada de insectos que anidaron en su estómago todo el bendito fin de semana,

126
volaban desorientados chocando unos contra otros al despedirse en la puerta de su
departamento.
El único momento de inquietud fue cuando al bajar del auto, tuvo una llamada
de Giuly y la silenció sin responder. No estaba seguro de si Max llegó a verla, pero su
primer instinto fue no cortar la magia del momento y dejar a su exnovia o lo que
fuere para más tarde. 
Luego de unas horas de sueño no estaba tan seguro de su decisión. Tendría que
resolver lo de Giuliana de una vez por todas y luego sí, hablar con Max.
Se preparó como cada mañana, pero en la mitad del tiempo usual, no es que
estuviera apurado por llegar a la oficina ni mucho menos. 
Su cita de las ocho en punto lo estaba esperando cuando ingresó a la oficina
quince minutos antes.
—Graham —extendió la mano a modo de saludo. Podrían ser muy buenas
noticias o, por el contrario, muy malas—, buenos días. Has llegado temprano —abrió
la puerta y le cedió el paso al interior de su oficina.
 —Buenos días Ethan, quiero terminar con este tema de una vez —respondió
tomando asiento frente al enorme escritorio de madera pulida.
—Bien, supongo que me traes noticias —dijo apoyando los brazos en los
costados de su sillón y acomodando todo su cuerpo hacia atrás.
—Así es, mis asociados y yo, firmaremos con ustedes.
—¿Y qué te trajo tan temprano? No me quejo, pero es inusual.
—La verdad, si bien las dos opciones eran bastante similares, los beneficios y
demás, me gusta tratar con gente honesta y sensata.
 —¿Y eso qué implica con exactitud?
 —Que la última conversación con Nakamura fue un tanto extraña.
Para Ethan no era "extraña" la palabra que hubiera utilizado. Graham
desconocía los verdaderos problemas y peligros que adquirir su patente ponía en
juego. Hikaru era un hombre desesperado, quizás demasiado, y eso lo tornaba por
demás peligroso.
—Entiendo —agregó Parker y cruzó las manos sobre su abdomen al
acomodarse en su sillón—, hay mucho en juego para Nakamura, asumo que es eso lo
que se vio en su proceder. 
—De hecho, me pareció hasta peligroso, creo que es la sensación que me dio.
Por consiguiente, no puedo confiar en alguien así para tratar ningún negocio. Y si
mis instintos son los correctos la fusión con IFET es lo más acertado.

127
—No podría estar más de acuerdo contigo. Esta misma tarde envío toda la
información al departamento legal y proseguiremos con la firma de contratos y
demás. Me alegro mucho que hayamos arribado a esta situación. 
—Yo también Ethan.
La reunión con Graham terminó muy poco después y dio paso a un sinfín de
mails y armados de carpetas de parte de su gerencia hacia el sector de legales.
Una sonrisa se impuso en su rostro, y su nombre, Max, hacía eco en los confines
de su mente.
Nunca había estado así por nadie. Y por más que quisiera percibir alguna
incomodidad o inseguridad, no la encontraba. La noche anterior cenando con su
madre casi le cuenta todo acerca de Max, pero no era el momento, quería hacerlo
primero con Fred. Guardando bajo siete llaves sus emociones permaneció en silencio
con respecto a casi todas las novedades, solo dijo que su amistad con Giuly no estaba
en su mejor momento y que por un tiempo indefinido no volverían a verse.
El teléfono dentro de su bolsillo vibró dando paso a una llamada entrante. Le
sorprendió quién lo llamaba.
—¡Buenos días Pat! —saludó con su permanente sonrisa. Parecía que nada
podría quitársela de momento—, ¿cómo estás?
—Hola Ethan, ven a mi oficina de inmediato —respondió en tono autoritario
sin dar casi lugar a réplicas. Pero estaba hablando con su ahijado y no replicar no
estaba en su vocabulario.
—¿Qué sucede Pat? No es propio de ti, y estoy en medio de algo, ¿puede ser
más tarde? —dijo en el tono más conciliatorio que pudo.
—Ethan por favor ven —fue toda la respuesta que obtuvo.
—Ok. Voy para allá.
 Cerró la sesión en computadora, y se dirigió a la oficina de Patrick.
Sus pasos largos y ligeros lo llevaron en un minuto a su destino, Eloise no
estaba en su escritorio como de costumbre, otra rareza de la mañana y ya le
empezaban a hacer ruido. Algo estaba pasando.
La puerta de acceso a la oficina de Pat estaba entreabierta, como nunca estaba.
Antes de siquiera golpear su padrino le dio paso.
—Pasa Ethan por favor —dijo Pat. El saco de su traje gris marengo colgado sin
orden en el respaldo del sillón, la corbata encima, y su camisa arremangada hasta los
codos le dieron la pauta a Ethan que algo muy grave estaba sucediendo.
—¿Vas a decirme qué pasa? —preguntó muy preocupado. Su adrenalina se
disparó cuando Pat se giró y vio su cara descompuesta.

128
—Patrick.... —lo llamó una vez más.
—Míralo tú mismo —dijo extendiéndole un sobre de papel manila tamaño
carta.
El bendito sobre estaba abierto y fue en busca de su contenido. El corazón dejó
de latir en su pecho cuando miró la primera de las fotos.
Max bailando con Patrick, en la cena del viernes. La siguiente solo el rostro de
Max en primer plano.
La cabeza le daba vueltas, no tardó en concluir que alguien en la fiesta había
tomado esas fotografías, si bien estaban ampliadas, para un mayor efecto dramático
por lo visto, y cumplieron muy bien su objetivo, los ángulos mostraban a las claras
que quien fuera que las tomará se movió entre ellos con una alarmante comodidad. 
Lo segundo que llamó su atención es que en todas estaba Max, sola o
acompañada, bailando, riendo, incluso comiendo. Se habían tomado toda la noche
para armar ese dossier. 
 El nombre Nakamura estaba marcado a fuego en su campo de visión. Lo sabía
y lo sentía con cada fibra de su ser.
—¿Por qué? —fueron las únicas palabras que pudo esbozar.
—Por ti y por mí —Pat se dejó caer en el sillón y bebió de una sola vez el
contenido de su botella de agua.
—Por mí lo entiendo, en parte, pero... ¿por ti?
—Sí, por mí. Sé que tienes algo con Max, y ahora entiendo por qué lo dejaste
con Giuliana. Pero Max significa mucho para mí también.
Las palabras de Patrick le cayeron como un balde de agua fría, nunca se
hubiera imaginado esa respuesta. 
—¿De qué carajos estás hablando Patrick? ¿Tú y Max? ¿Acaso estás loco? —
Ethan se incorporó y daba paseos cortos e inconexos frente al escritorio.
No podía creer lo que su mente y las palabras de Patrick estaban asociando.
—Sí estoy loco, pero no por lo que piensas.
—Explícate —reclamó cruzando los brazos en su pecho, la única manera de
mantener las manos quietas.
—No me interesa Max en ese sentido, no sé cómo siquiera se te ocurre a ti y
mucho menos entiendo cómo Nakamura la involucra en todo esto.
—¡Lo sabía! Sabía que ese hijo de puta estaba detrás de esto, pero...
—El pero que te falta es muy sencillo: Maxine es mi hija.
—¿¿¿QUÉÉÉ??? ¿De qué estás hablando? ¿Cómo que es tu hija?

129
—No es momento de detalles... —comenzó diciendo Pat— pero me enteré de su
existencia hace poco más de un mes.
—¿Cómo...? —Ethan sin querer habló en voz alta.
—¿Cómo? Sencillo, es igual a mi madre cuando tenía su edad. Llamé a Barnes e
investigó, y sí, estaba en lo cierto. Su madre fue el amor de mi vida y nuestra relación
duró un verano. Pero vamos a lo importante —resumió la historia en dos frases. No
estaba de humor para dar explicaciones ni tenía el tiempo para hacerlo.
—Dime —Ethan estaba conmocionado por decir lo menos.
—Debemos mantenerla alejada lo más posible —desbloqueó su teléfono y
buscó el último mensaje que había recibido. Se lo extendió a Ethan con el pulso poco
firme, como jamás le había ocurrido en la vida.
Ethan lo tomó y leyó el mensaje de remitente desconocido con número privado.
Seguro era un teléfono prepago imposible de rastrear y lo más probable era que ya
estuviera en el fondo del río más próximo.

"SI TE QUEDAS CON LO MÍO, TE QUITARÉ LO TUYO"

Ethan sintió en carne propia lo que era que las pelotas se subieran a la garganta
y el teléfono cayó de sus manos.
 —¿Qué pasa Ethan? —Pat dio la vuelta al escritorio y quedó parado a escasos
centímetros de él.
—Esta mañana cerramos trato con Graham, iba a presentarte el informe a la
tarde con todo listo. Estaba redactando el mail para legales cuando me llamaste...
—¡Mierda! —Patrick corrió sus manos exasperadas, por su cabello en camino de
ida y vuelta varias veces. 
 La sensación de terror lo consumía a niveles insondables.
Ethan recogió el teléfono y lo colocó sobre el escritorio. Dejó caer sus brazos
sobre sus piernas abiertas, y su cabeza abatida encontró refugio en medio de su
pecho.
Respiró una bocanada de aire profundo y en pocos segundos tomó algunas
decisiones. Nadie podía decir que no era excelente trabajando bajo presión.
—Vamos a contratar seguridad extra para Max. ¿Ella sabe que tú eres…?
—No todavía. Tengo que coordinar con Amy. Pero ahora con todo esto no sé si
es mejor que lo sepa o no —dijo abatido Patrick.
 —Es difícil, pero creo que mientras menos sepa es mejor —agregó Ethan.

130
Algunas ideas ya iban tomando forma en su cabeza, imaginando mil y un
escenarios posibles.
—Esto no podría estar pasando en peor momento —exclamó Pat al caminar con
paso cansado de vuelta hacia la ventana.
—¿Por qué lo dices? —preguntó extrañado.
—Porque ahora Max está en doble peligro. Si la lastiman a ella nos afecta a los
dos, además del impacto en la empresa. 
—¿Y qué sugieres entonces?
—Que te alejes.
—¿Qué estás diciendo? ¿Te volviste loco o qué? ¿Cómo carajos se te ocurre
pedirme una cosa así? —Ethan se levantó y caminó hasta encontrase frente a frente a
Patrick.
—Ethan —lo llamó con tono serio. El aire se estaba caldeando, los ánimos no
eran los mejores y la situación podría salirse de control de un momento a otro.
—¿Ethan qué? ¿Con qué derecho me pides que deje de ver Max?
—Con todo el derecho que me da saber que estás saliendo con mi hija. Con ese
derecho. 
La conversación quedó sumida en un absoluto silencio luego de esas certeras y
nefastas palabras.
Ambos con la respiración agitada, ambos con el mismo terror de que algo le
pasara a Max.
Ambos amándola hasta lo indecible.
Ambos con un amor nuevo, distinto y no por eso menos profundo.
Ninguno de los dos vio a Max acercarse a la puerta y permanecer inmóvil a
pocos pasos de la oficina de Patrick, tratando de darle un sentido a lo que acababa de
escuchar.
"Estás saliendo con mi hija"... "Estás saliendo con mi hija"...
Las palabras de Pat resonaban en su cabeza como el eco en una cueva oscura,
una y otra vez en una tortura sin fin...
¡Ethan estaba saliendo con la hija de Pat!
La rabia que le hacía sentir el haberle creído cada palabra la estaba cegando,
apenas si podía distinguir la ruta delante de ella y no chocar en su huida. Porque sí...
Su mundo se desmoronó al escuchar sin intención esas terribles palabras tras la
puerta entornada. Solo atinó a buscar su bolso y salir de allí... El piso se tambaleaba
bajo sus pies, las paredes se cernían sobre su cabeza y su corazón dejó de latir para

131
luego tomar impulso y escalar a su garganta. Se ahogaba en ese pasillo. Necesitaba
salir de allí de manera inmediata o se desplomaría, y eso sí que jamás lo permitiría. 
Corriendo entre la bruma salió del edificio.
Aceleró a Coop hasta estar en plena I93 antes de empalmar con la I95. Su instinto
le ordenaba salir de ese lugar y buscar refugio en su casa, el único lugar donde se
sentiría segura al fin.
Y esas malditas palabras continuaban persiguiéndola, acorralando su cordura.
"Estás saliendo con mi hija."
¿¡Pat tenía una hija!? Increíble todo lo que desconocía todavía de la gente con la
que compartía tantas horas al día.
Como una revelación, ante sus ojos apareció la imagen del teléfono de Ethan
sonando en la cocina, la tarde del domingo y la manera en que él lo silenció, sin
descolgar la llamada, ni tampoco comentar nada.
"Giuly <3" rezaba la pantalla brillante. 
El corazón dolía con cada latido. Bombeando de a ratos lento, agónico y cuando
parecía que iba a detenerse por completo, latía furioso, violento, haciendo que la
sangre ardiera en sus venas como si fuera ácido, quemando todo a su paso.
Incendiando sus ilusiones, convirtiéndolas en cenizas.
Siempre supo de alguna manera que no podía confiar demasiado en los
hombres. Lo sabía y se sentía una idiota. El único hombre que no le mintió y que no
la defraudó, hizo su vida en otro continente poniendo más de un océano de por
medio.
Si en algún momento creyó que su visión del mundo romántico era cínica, acá
estaban las pruebas para rebatirlo. 
La única pareja que le había servido de ejemplo, habían sido los padres de su
amiga Mary. 
Había perdido a sus abuelos cuando era muy pequeña y desde entonces fueron
Amy y ella. Solas contra el mundo. 
Las lágrimas nublaban su visión, y fue cuando decidió bajar la velocidad.
Respiró hondo para calmarse y las lágrimas siguieron cayendo sin control por sus
mejillas. 
Pocas veces lloraba con tanta intensidad, sus sentimientos, esos sentimientos
siempre estaban controlados, acorralados en el fondo de su alma. No traía nada
bueno que salieran a la superficie, como en ese momento.
Cuando era muy pequeña no hacía preguntas, al menos ninguna que recordara
con certeza, y de seguro ya había olvidado las respuestas de Amy.

132
Luego pasaron los años y bastaron dos oportunidades, de respuestas esquivas y
diferentes para que su mente armara el cuadro real: su madre no sabía quién era su
padre, o no sabía dónde estaba, o el más triste de los casos, sabía todo y no quería o
no podía decirle.
Y además de todo aquello, que ya era de por sí bastante malo, veía el dolor que
le causaban a Amy sus preguntas, por lo que con pocos años y muchas angustias,
decidió no preguntar más.
Solo se quedó con los sentimientos que todo eso le generaba, inseguridad,
temor, ansiedad. Y ese secreto anhelo, de tener una familia normal. Y ahora de adulta
entendía que ese normal, no era otra cosa más que funcional. El típico cuadro, madre
padre en la misma ecuación y no como en su caso, en una misma persona.
Nada más triste que añorar lo que nunca se tuvo ni se va a tener, y a la vez, la
culpa por sentir que deseaba lo ajeno, lo que tenía Mary, sin saber a ciencia cierta
donde terminaba el anhelo y comenzaba la envidia. Y se odiaba a sí misma por
sentirse así. 
Jamás habló con nadie respecto a sus sentimientos, ni siquiera con Mary, mucho
menos con Amy.
¿Qué podía decir a estas alturas? Nada. Nada relevante. Nada que calmara el
dolor anclado en su alma, oculto tras una máscara de autosuficiencia inquebrantable
que de tanto mostrarla al mundo había terminado por creérselo.
Hasta hoy.
Hasta que su mundo se derrumbó. 
Hasta que Parker, Ethan Parker, logró vencer las murallas de su corazón.
Desarmando defensa a defensa. Convirtiendo en polvo todas las advertencias que su
cerebro le gritaba.
Y ahora le tocaba a ella juntar todos y cada uno de los pedazos de su corazón y
ver cómo unirlos para que, de alguna manera, en algún momento, volviera a latir.
Miró por costumbre el espejo retrovisor y vio cómo un auto negro con los
cristales tintados se acercaba a muchísima velocidad, aceleró un poco más, y vio
cómo la sobrepasó por su izquierda a escasos centímetros de su auto. Su mente
quedó en blanco, asustada, jamás se había cruzado con un maniático al volante. El
auto aminoró la velocidad al punto que casi lo choca, y un par de segundos antes
aceleró otra vez para perderse en la autopista.
Estacionó frente a la casa de su madre y corrió a la puerta de acceso. 
Con manos temblorosas logró abrir la puerta en el tercer intento.
Escuchó el ruido corto y seco de la madera estrellarse contra el marco, cuando
ya iba por la mitad de la escalera.

133
Dejó su bolso en el piso y se arrojó vestida como estaba sobre la cama. 
Abrazó a la almohada con fuerza inusitada y un grito de dolor reverberó en los
cristales.
El sonar del teléfono de su casa materna la despertó de su estado somnoliento,
ese estado a medias cuando no sabemos si soñamos, recordamos o pensamos,
sumidos en nuestro interior, ajenos a casi todo lo que nos rodea.
Miró alrededor desconcertada, sus ojos hinchados le dolían y la poca luz en el
cuarto hacía latir su cabeza, escuchando el ritmo de su sangre como tambores de
guerra.
Dejó que atendiera el contestador automático y se reincorporó en la cama. Miró
la hora en su celular, las ocho de la noche. Vio que tenía mensajes de cuatro contactos
diferentes. Su madre, Mary, un par de Pat y todos los demás de Ethan. Había al
menos diez llamadas perdidas. También de él.
Iba a dejar el vil aparato sobre la cama cuando el aviso de poca batería llamó su
atención. Lo silenció por completo y lo conectó para cargar. Necesitaba hablar con
Mary.
Solo con Mary.

La noche caía poco a poco de manera inexorable, cubriéndolo todo de


oscuridad y misterios, así como el ánimo de Hiroki que cada instante estaba más
sombrío.
Hacía unas horas las peores noticias llamaron a su puerta.
Tantos años trabajando con Kurai hicieron posible que contara con algo
parecido a la lealtad, todo lo leal que el dinero pudiera comprar por supuesto y que
supiera de primera mano en qué se había convertido su propio hijo, víctima de sus
debilidades: un asesino.
Que se sumaba a la otra noticia que ya conocía desde esa misma tarde cuando
su teléfono privado, ese del cual tenían acceso muy pocas personas de su entorno,
sonó, dándole una muy vasta idea del alcance de Fujitsu y su gente, y la más terrible
de todas las posibilidades para un padre: su hijo menor moriría de manera lenta,
dolorosa e irremediable en manos de esa pandilla de criminales.
Su imagen perfecta, la conducta en apariencia inmaculada tanto en los negocios
como en su vida privada, ya de nada servirían. Su hijo tenía una deuda muy grande
y la cancelaría con su vida muy pronto.

134
Giró el vaso en su mano y como una revelación, vio que los dos problemas
tenían una única solución: Kurai.
Todos pensaban que su corazón no existía, que era un frío trozo de roca en el
mejor de los casos, a tal punto que algunas veces él también lo pensaba. Pero cuando
el dolor en su pecho lo atravesó como un rayo, supo que todavía estaba allí, latiendo
con la misma desazón que el día que falleció su esposa.
Tan acostumbrado estaba a esconder sus sentimientos, sus pesares, sus
problemas, que hasta los escondió de sí mismo.
Y aunque estuviera lleno de vergüenza por la conducta de Hikaru, aunque
mereciera el más grande de los deshonores, podía pretender que no era así en lo
absoluto para todos, allegados y ajenos, pero no consigo mismo. No cuando veía los
ojos de Hikaru y veía el rostro perfecto de su esposa, la única mujer que en verdad
amó.
Solo por ella tendría que salvar a su hijo de alguna manera.
Y debería hacerlo desde las sombras, al fin y al cabo, él seguía siendo un
Nakamura y ciertas acciones jamás serían develadas.
Su secretaria se despidió por el día y recién en ese momento se liberó del saco y
la corbata.
Caminó despacio hasta la biblioteca que ocupaba toda la pared sur de su oficina
y presionando un disimulado botón, uno de los paneles se deslizó dejando a la vista
el secreto bar.
Tomó un vaso pequeño, vertió Sake hasta el borde y lo bebió de un solo trago.
Se sirvió otro más, allí parado donde se encontraba, y recién con el tercero y la
garganta en llamas, caminó de vuelta a su sillón de director y se dejó caer, ondeando
con una mano el fuego líquido en el vaso. Sus ojos negros resplandecieron mirando
el vacío y se permitió al fin un único instante de debilidad cuando una lágrima rodó
con agonía por su mejilla.

Max escribió un mensaje corto en respuesta a Pat, un mail a Peter en recursos


humanos y dejó cargando su teléfono; arrastrando los pies caminó hasta el baño.
Encendió la luz y abrió el grifo de la ducha para templar el agua mientras se quitaba
la ropa con movimientos lentos.
Deslizó la puerta de cristal templado de la ducha e ingresó a ese espacio de
calor que tanto necesitaba su alma helada, la bruma de alrededor se mezclaba con la
de su interior.

135
“¡Dios! ¿Cómo es posible sentirme así?"
Ese pensamiento repicaba en cada rincón de su cabeza una y otra vez.
Trató de vaciar su mente y que el agua se llevara sus penas.
Limpió con la mano el espejo empañado de vapor y no pudo reconocerse en el
reflejo. Su cabello enmarañado, sus ojos enrojecidos debido al llanto y el rostro
hinchado, mostraban a las claras la debacle de su interior.
Escuchó al salir de la ducha el sonido de un mensaje entrante de Mary, se
envolvió una toalla enorme y mullida alrededor de su cuerpo y fue caminando hasta
el teléfono mientras secaba un poco su cabello con una más pequeña.

"Maxie hermosa, paso por ropa en mi casa y sigo viaje a la tuya.


Te quiero, ya llego"

Una sonrisa casi imperceptible curvó sus labios.


Se calzó sus medias rayadas favoritas, unos leggins gris melange y una camiseta
de los Celtics, esa que había comprado antes del juego donde conociera al dueño de
su corazón. Suspiró muy hondo cuando se dio cuenta de la ironía de sus actos, no
había forma alguna de mantenerse alejada de él. Se colaba en cada pequeño detalle.
El timbre de la puerta la distrajo un segundo. Bajó corriendo las escaleras,
sabiendo que necesitaba ese abrazo más que el aire.
Abrió la puerta y los brazos abiertos de Mary la esperaban con su bolso en el
suelo. Ninguna de las dos dijo nada, no era necesario. Desde pequeñas se habían
entendido sin palabras, a veces un gesto era más que suficiente.
Mary puso el cerrojo en la puerta y las condujo al enorme sofá de la sala. Se
sentaron juntas y enfrentadas, como siempre lo hacían en plan de confidencias, con
sus manos entrelazadas.
Apenas vio los ojos de Max, Mary sintió en carne propia el dolor y la
desesperación de su amiga. Tenían una larga noche por delante en la que quizás,
hasta fuera posible que ni hablaran.
A Max le costaba mucho abrirse a los demás, contar sus sentimientos, sobre
todo cuando no eran bonitos. Y Mary lo comprendía como nadie, sus silencios, sus
miradas, incluso cuando tan solo Max fijaba la vista en el piso, como en ese
momento.
Algo muy serio estaba pasando y no se iría de allí hasta llegar al fondo de la
situación, no importaba cuánto tiempo le tomara. Mary volvió de la cocina con dos
grandes tazas con té, Earl Grey para Max y Prince of Wales para ella.

136
—Max… ¿y tu madre? Pensé que estaría...
—Mamá está en Washington, organizando una campaña de vacunación para un
grupo de aldeas en África Central, se fue hace un par de días, vuelve en tres
semanas.
—Me imagino que no sabe nada de lo que está pasando, ¿verdad? — preguntó
tomando asiento en el sillón.
—No… no sabe nada, me envió varios mensajes y se los respondí, pero no la
quiero preocupar —respondió bajando la mirada.
—Max... mírame por favor —dijo en tono muy suave—, háblame. Estoy aquí
para ti.
Un hondo suspiro se escuchó en el silencio de la noche. Max tomó la taza con
sus manos temblorosas y bebió un sorbo serenando sus sentidos.
—Te conté de Ethan… —comenzó su relato y Mary asintió—. Me sentí con él
como con nadie en mucho tiempo, creo que jamás lo hice. Algo en mi interior me
decía que era demasiado perfecto para ser real, y así como vino ese pensamiento lo
aplasté, no quería que fuera cierto, quería creer, quería confiar, por primera vez en
mi vida quise saltar al vacío por alguien... —la voz de Max comenzó a quebrarse.
—Maxie... cielo —consoló Mary y retiró la taza de sus manos.
—Hoy por la mañana, me acerqué a la oficina de Patrick, estaba hablando con
Ethan, no eran temas del trabajo. Escuché muy claro cuando Pat le dijo, más bien le
recriminó que estaba saliendo con su hija.
—¿Estás segura? Es muy raro que diga algo de eso en la oficina.
—¡Mary! Le dijo y cito "estás saliendo con mi hija, entiéndelo Ethan".
—Pues sí, más claro imposible —dijo Mary con tono apesadumbrado.
—Ya ves... ni siquiera sabía que Patrick estuviera casado mucho menos que
tuviera una hija.
—¿Qué piensas?
— Qué... —respondió Max con aire ausente.
—¿Qué piensas? Algo llamó tu atención de esa frase y quedaste como perdida.
—Estaba recordando, el otro domingo cuando Ethan me llevó a casa, antes de
salir recibió un mensaje que descartó de plano, solo vi quién lo llamaba, el contacto
estaba agendado como Giuly y un corazón.
—¿Un corazón? ¡Estás de broma! —se carcajeó Mary.
—Seguro ella misma guardó su número en el teléfono, no es algo que Eth…
Ethan haría.

137
—Claro —asintió Mary.
—Lo que no entiendo es que nadie en la oficina supiera de esa tal Giuly —dijo
haciendo muecas con su rostro en tono de burla.
—¿Por qué lo dices? —preguntó Mary, si no fuera que todo el asunto lastimaba
mucho a su amiga, sería casi divertido. En ese momento lo único que quería era
encontrar a ese tal Parker y patearle las pelotas. Ya tendría su oportunidad.
—Porque cuando las demás chicas comentaban en la oficina, parecía todo un
misterio con quién estaba o dejaba de estar Ethan y siendo el ahijado de Patrick creo
que lo hubieran sabido, es muy raro. ¿Y lo más extraño sabes qué es?
—¿Qué de todo? Déjame decirte que esto parece un culebrón.
—Y yo la protagonista —rio sin ganas Max—. Lo raro es que le haya hecho esto
a la hija de Patrick, nosotros nos conocemos desde hace poco tiempo, y me dijo que lo
habían dejado, pero a ella debe conocerla de toda la vida. No sé, no es algo propio de
él, no al menos del Ethan que creí conocer...
—Pero todo indica que sí, ¿verdad?
—Todo indica que sí, y eso es lo que más me molesta.
—¿Qué él haya mentido?
—No, el haber creído a ciegas sus palabras. Estoy más dolida conmigo misma
que con él. Debí protegerme como siempre lo hice.
—Ya era hora que bajaras la guardia Maxie y lo sabes —sentenció Mary con
gesto apenado.
—¿Para sentirme así? Muchas gracias, pero no.
—Para sentir Max, solo para sentir.
—¡No quiero esto! No… quiero... sentirme… así…
—Lo sé cielo, lo sé. Todo esto se va a solucionar, ya lo verás —Mary se estiró
hacia adelante y la abrazó muy fuerte.
—¿Cómo Mary? — lloriqueó en su hombro.
—No lo sé, pero esto no puede terminar así.
Quedaron abrazadas un rato tan largo que no podrían contar si fueron minutos
u horas.
Max se reincorporó en el sillón más serena, había vaciado su mente y su
corazón con la persona en quién más confiaba en el mundo. Y sus lágrimas... bueno,
esas se habían agotado un rato antes.
—¿Sabes qué necesitamos?

138
—¿Un trasbordador espacial con destino a alguna de las lunas de Júpiter?
—Estaba pensando en una maratón de Twilight, ¿a qué sí?
—Tienes razón... —y una sonrisa triste acompañó su mirada— ¿Vemos las
cinco?
—Las que hagan falta, cuántas veces hagan falta.
—Te quiero Mary, no sé qué haría sin ti —dijo con ojos de cachorrito.
Mary era como su hermana, lo había sentido así toda la vida.
—¡Tonta! Yo te quiero más.
El amanecer de un nuevo día las encontró durmiendo abrazadas mientras
Edward y Bella se besaban en aquel campo de violetas.

Patrick contemplaba la ciudad bajo sus pies y su cabeza era un torbellino de


ideas, que iba descartando una tras otra, sin encontrar respuestas.
Ethan rompió el silencio que inundaba la oficina.
—¿Cuándo vas a hablar con Max?
—Cuando vuelva su madre... —respondió sin despegar sus ojos del cristal.
—¿Qué vuelva de dónde? —nada era sencillo por lo visto. Cada tema que
tocaban se enredada por una cosa o por la otra.
—Está fuera de la ciudad por unas semanas, por un compromiso
impostergable, en cuanto llegue hablaremos los dos con nuestra… con Max.
—Puedes decir nuestra hija Pat, lo es. 
—Sí lo es, pero siento que no es justo que pueda decirlo en voz alta sin que ella
lo sepa —Pat corrió la mano por su cabello una vez más. Quienes lo conocían, sabían
de los nervios detrás de ese insignificante gesto. 
—Parece justo, de alguna manera —añadió Ethan—, dime algo… ¿por qué
quieres que me mantenga alejado de Max? ¿Qué tiene que ver eso con Nakamura?
—Parece tener ojos y oídos en todas partes, si cree que tenemos problemas con
ella y que puede separarse del staff, quizás, solo quizás, exista la posibilidad de
mantenerla alejada de sus amenazas.
—Voy a hacer lo posible... —el cuerpo de Pat giró hasta enfrentarlo y se quedó
sin palabras.

139
—Ethan, promételo —rugió Patrick, su mirada se tornó fría como el acero,
muestra inequívoca de su determinación.
—Tienes mi palabra que haré lo que haga falta para mantenerla a salvo, pero
me estás pidiendo semanas, Pat. Semanas.
Ethan chequeó los mensajes en su teléfono y vio que el último que le enviara a
Max no tenía respuesta, aunque había sido leído.
Una sensación muy incómoda se apoderó de su interior, distinta incluso a la
que tuvo durante toda la conversación con Patrick.
Tipeó unas palabras y esperó mirando el teléfono una respuesta.
—¿Qué sucede Ethan? Estás clavado al suelo...
—Max no responde —dijo con tono monocorde.
—¿Cómo que no responde? ¿De qué hablas? —dijo acercándose al centro de la
oficina.
—Que ya tengo tres mensajes enviados y recibidos pero ninguna respuesta.
—¿Llamaste? 
—Recién.... e ingresó directo al buzón de voz.
Salieron al mismo tiempo con paso apresurado rumbo a la oficina de Max en el
mismo piso, la puerta apenas entornada los recibió.
La computadora estaba bloqueada pero no apagada, no estaban su abrigo ni su
bolso. La silla estaba girada, y no acomodada frente al escritorio como siempre la
dejaba Max al retirarse de su oficina.
Se notaba que se había marchado con prisa.
Lo que ellos no sabían era a dónde ni por qué. 
El temor y la incertidumbre serpenteaban en sus rostros sin nada que pudieran
hacer para evitarlo. La seguridad del edificio estaba comprometida y las opciones se
les estaban agotando a paso redoblado.
—Voy a su departamento, quizás se sintió mal y se tomó el resto del día —
anunció Ethan muy poco convencido de sus palabras encaminándose a la puerta.
—Prometiste alejarte hace cinco minutos —reclamó Patrick.
—¿Tienes una idea mejor? Que yo vaya a su departamento, para Max será más
natural a que te presentes en su casa. ¿No crees?
—No es la mejor opción, pero es la única por ahora —dijo resignado—.
Avísame por favor en cuanto sepas algo.
—Seguro.

140
Ethan casi corrió a su propia oficina. Abrió la puerta tan fuerte que rebotó
contra la pared. De un manotazo y casi sin detenerse sacó su billetera y las llaves del
cajón. En su vida el corazón le había latido tan fuerte.
Algún planeta se alineó porque llegó junto a los ascensores y uno de ellos abrió
sus puertas en el piso.
El trayecto hasta el subsuelo se le hizo interminable. Corrió una vez más hasta
su auto y lo puso en marcha.
A una velocidad más que excesiva condujo como un loco por las calles de la
ciudad hasta el departamento donde vivía Max. No se detuvo en ningún semáforo, y
en pocos minutos llegó a su destino. 
En la puerta del edificio estaba el portero que lo observaba tocar el timbre del
departamento como un poseído.
Se le acercó despacio.
—Buenos días señor, ¿busca a alguien?
—¿Qué? —respondió brusco y mirando por sobre su hombro.
—Le preguntaba al señor si buscaba a alguien —repitió ya con menos
paciencia, aunque recordó haberlo visto con Max unos días antes. 
—Sí claro —se excusó, y cambió un poco su actitud belicosa—. Soy amigo de
Max... ella faltó al trabajo hoy y estamos preocupados, no es usual que lo haga, usted
me entiende — dijo un poco más calmado.
—La verdad que no, pero de todos modos la señorita no se encuentra.
—¿Cómo que no está? —preguntó o se preguntó, las palabras escaparon de su
boca antes de siquiera procesarlas.
—Así como lo escucha, llegó hace un rato y a los pocos minutos se retiró —
declaro de una vez sin intención de agregar mucho más.
—Le agradezco mucho. Hasta luego.
—Adiós.
Ethan caminó hasta su auto, desbordado en más de un sentido. Max no estaba.
Y no tenía a quién más acudir. Era nueva en la ciudad, sus amigos estaban en
Providence, no respondía el teléfono, y si no la encontraba pronto estaba muy seguro
que se volvería loco.
Toda clase de posibilidades cruzaban su mente, quitándole la paz, dejándolo
vulnerable y expuesto a un sinfín de sensaciones que desconocía y que no sabía cómo
gestionar.
Debía volver con Patrick, él seguro sabría dónde vivía Max con su madre o
podía ponerse en contacto con Amy.

141
Se abrochó el cinturón y golpeó el volante con impotencia.
Antes de poner rumbo a la oficina le envió las novedades por mensaje a
Patrick. Tendrían que ver cómo resolverían el alejamiento de Max de las oficinas.

Hikaru Nakamura, dormía envuelto en la blancura de sus sábanas. 


El enterarse que IFET había obtenido la patente de Graham fue un golpe duro
muy difícil de asimilar a pesar de las botellas de tequila y vodka que desfilaron por
sus manos.
No estaba en sus planes que eso sucediera tan pronto, y era un contratiempo
mayor, llegados a este punto ni sacando del juego al imbécil de Parker y a su
noviecita de turno, podría evitar que su padre lo separara del imperio. Con lo cual
todos sus planes se habrían ido a la mierda, así sin más.
En medio de su borrachera descomunal, logró llegar a su habitación, quitarse la
ropa y tirarse en el centro de su cama tamaño king, sin compañía alguna, por primera
vez en muchos días, para rendirse al dulce sopor del alcohol. 
Se durmió casi de inmediato con la ilusión que la mañana siguiente podría
organizar algún plan maquiavélico que le permitiera seguir con sus ya malogrados
planes.
Eran las once en punto de la mañana cuando el sonido sibilante de una bala
amortiguada atravesó el cristal de una de las ventanas del piso superior y dio de
lleno en el blanco. 
El cuerpo de Hikaru se sacudió de manera imperceptible dejando escapar el
último aliento de vida, mientras que la sangre pintaba de un profundo carmesí las
inmaculadas almohadas de pluma y lino egipcio.
A doscientos cincuenta metros de distancia Kurai desarmó el trípode y lo
acomodó en su espacio ahuecado en la espuma negra, desmanteló su rifle Chey Tac y
lo guardó en el mismo estuche, que luego guardó en su mochila de piel hecha a
medida. Antes de ajustarse el casco y salir volando de allí en su moto, envío un
escueto mensaje por su teléfono satelital cifrado. 
El trabajo estaba hecho.
La lluvia se desató a su alrededor borrando las huellas de los neumáticos,
desfigurando su partida de ese lugar.

142
Hiroki contemplaba sin emoción aparente, el andar cansino de las agujas del
reloj que reposaba en la pared de su oficina, justo frente a su escritorio.
 Una mañana como tantas otras y sin embargo tan diferente. Faltaban pocos
minutos para que su plan se llevara a cabo, sin embargo, la excitación que solía sentir
cuando sus planes eran ejecutados con total precisión estaba ausente. Nadie sabía del
peso de las decisiones sobre sus hombros, y nunca nadie se enteraría de lo sucedido
ese día. Tendría que aprender a convivir con ese sentimiento que le estaba
carcomiendo las entrañas y no tenía idea de cómo lo haría.
La manecilla del reloj llegó de manera inexorable a la hora señalada, la hora
exacta en que perdería su alma para siempre.
El tic tac que retumbaba en el silencio ensordecedor de su rutina se interrumpió
con un mensaje entrante a su teléfono de asuntos especiales. 
Las nubes se cerraron en un día gris plomo, y un rayo brilló con malicia
atravesando el cielo a las once en punto de la mañana. El rugido monstruoso del
trueno retumbó en cada cristal de la ciudad, sacudió la tierra y le dio a Hiroki la
bienvenida al infierno.
Sintió el calor de las brasas consumir su helado corazón hasta dejar un hueco
vacío y marchito en medio de su pecho. Dos lágrimas resbalaron de sus ojos, dejando
una huella ardiente hasta perderse en su camisa. Fue lo último que se permitió sentir
esa mañana. 
Hiroki Nakamura no dio conferencias de prensa. El mutismo extremo fue su
mejor aliado dadas las circunstancias poco claras, para todos menos para él, del
fallecimiento de su hijo menor.
Nadie supo cuáles serían los pasos a seguir, ni dónde se llevaría a cabo la
ceremonia final del joven Nakamura.
Cuatro autos negros y enormes hicieron su ingreso por la rotonda Freedom del
Copp's Hill Burying Ground del centro de Boston.
Abrían y cerraban la formación guardaespaldas de la familia Nakamura.
 En el segundo vehículo iba el cuerpo sin vida de Hikaru Nakamura. Y en el
tercero su padre. Solo. 
No permitió que nadie lo acompañara esa mañana para que nadie supiera cuál
era la última morada de su hijo menor, la vergüenza de la familia a ojos de casi todos.
La deshonra que debía ser desterrada de una vez y para siempre de la dinastía.
Pero el dinero todo lo puede, de modo que de manera oculta fue él quien lo
acompañó hasta el final. Había una curiosa simetría en que fuera él quien le hubiera
dado la vida, y quien se la quitara.

143
Su traje de tres piezas y camisa negros lograron disimular las manchas
húmedas que dejaron sus lágrimas al caer, esas mismas que se había prohibido tener
unos días atrás. Pero el día tan claro y en contrapunto con su vida ahora oscura,
fueron demasiado, incluso para el todopoderoso Hiroki Nakamura, al ver cómo
descendía el ataúd de caoba lustrada en la tierra abierta. 
Sus hombres lo esperaban al lado de los autos, y la única compañía eran el
empleado del cementerio cumpliendo su labor y un pajarraco negro que posado en
un árbol a unos metros lo observaba ladeando la cabeza de a ratos.
Se inclinó ante él como hacía meses casi años que no lo hacía, despidiendo con
respeto y dolor a su hijo pequeño, mientras su rostro se superponía en el recuerdo al
de su esposa.
Caminó hacia atrás dos pasos antes de girar y dirigirse al auto que lo esperaba.
La puerta se cerró con un ruido sordo y pudo ver mientras se alejaba por la calle
interna, cómo el cuervo remontaba vuelo para perderse en la luz del sol hasta ser
invisible en medio de un cielo azul celeste.
Desde el asiento trasero de su auto tomó la última decisión con respecto a
Hikaru que se permitiría en mucho tiempo. Sacó del bolsillo interno de su saco el
teléfono y buscó el contacto.
Esperó con calma aparente que atendieran la llamada. Fueron cinco segundos
eternos, pero era lo correcto.
—Fisher —atendió Patrick sin reconocer el número entrante.
—Patrick, soy Hiroki —dijo en tono neutro, o al menos todo lo que podía serlo
luego de la mañana que había tenido.
—Lamento tu pérdida Hiroki, y lo digo de verdad, puedo no estar de acuerdo
con la forma en que se manejaron los negocios entre nuestras compañías por muchas
razones, pero Hikaru es tu hijo. Lo lamento.
—Gracias Patrick. Viniendo de ti, en estas circunstancias, significa mucho.
—De nada, no quiero ser descortés, pero estoy sorprendido por tu llamado…
—Mi mensaje es muy concreto —dijo Hiroki y se aclaró la garganta antes de
continuar hablando—, hemos tenido diferencias en el pasado, y es muy probable que
por ello nunca trabajemos juntos en el futuro. Pero algo tengo que decirte, que seguro
entenderás.
—Dime.
—Tu hija y mi hijo están en paz.
—¿Por qué dices algo así?
—Con mi hijo fuera del juego, tu hija ya está a salvo, lo sabes.

144
—Sí, pero… —rebatió Patrick, las connotaciones de esas palabras eran muy
graves.
—Tú no tienes nada que ver, lo tengo claro como nadie, ha pasado lo que tenía
que pasar para el bien de todos.
—Entiendo —un nudo de pena se alojó en el pecho de Patrick al comprender
con exactitud que sus sospechas eran ciertas.
—Adiós Patrick —se despidió con voz serena pero afectada, muy a pesar de sus
esfuerzos por esconder sus emociones.
—Adiós Hiroki.
La llamada se cortó en ese instante.

Las semanas laborales para Ethan habían vuelto a la normalidad, viajaba de una
punta del país a la otra durante los días hábiles, y los fines de semana se la pasaba
recluido en su departamento, custodiado por Henry, el hermano devenido en
confidente como él mismo se apodaba.
—Papá vuelve este domingo por la mañana lo sabes… ¿verdad Ethan? —
preguntó Henry, abriendo las ventanas y persianas para dejar ingresar la luz del día.
—Sí, lo sé… —respondió arrastrando las palabras y los pies hasta el cuarto de
baño.
—Voy a preparar café, ¿ok? —medio gritó asomándose al pasillo mientras su
hermano cerraba la puerta en busca de privacidad, una que había perdido los fines
de semana desde que Max hubiera desaparecido de su vida.
—Haz lo que quieras —gruñó de malos modos.
Diez minutos más tarde, despierto y duchado, Ethan se sentó a la mesa frente a
una humeante y enorme taza de café.
—A ver, ¿qué quiere hacer el niño hoy? —Henry estaba en todo plan divertido
con tal de sacar del hueco oscuro en el que se encontraba su hermano.
—No me jodas… —masculló en respuesta con la mirada fija en la madera
pulida.
—Vamos Ethan, algo tienes que hacer, no puedes seguir así, nunca te vi así, me
preocupas bro…
—No deberías…
—Sí debo… hablemos, anda dime, ¿qué quieres hacer?

145
Ethan dio un hondo suspiro buscando muy dentro de él algo de paciencia. Que
no estuviera de humor, no le daba motivos para tratar mal a Henry, que lo único que
quería era ayudar. Que él no pudiera ser ayudado era otra cuestión.
Dejó la taza despacio sobre la mesa, con un movimiento lento estiró sus largas
piernas y las cruzó a la altura de los tobillos. De costado podía ver cómo las
partículas en el aire danzaban bajo la tenue luz del sol, y su mente lo llevó de cabeza
a esa misma luz bañando la espalda desnuda de Max en su cama. Un escalofrío
recorrió todo su cuerpo desde las pestañas hasta los pies.
Sacudió la cabeza para despejar esos dolorosos recuerdos y enfocó sus ojos
enrojecidos en los de Henry.
—¿Qué quiero hacer? Salir corriendo a buscarla, cargarla sobre mi hombro
como cualquier hombre de las cavernas que se respete y no dejarla ir nunca jamás de
mi lado. Eso quiero hacer, pero no puedo.
—No me has dicho nada hasta ahora o muy poco, pero… ¿por qué no puedes?
¿Volvió con el tipo ese, que probó tu gancho derecho o qué?
—¿¿Qué??… ¡¡No!! Bueno, creo que no, mejor que sea no, porque no respondo
de mí.
—¿Y entonces? No puedo ayudarte si no sé nada…
—Eres mi hermano y confío en ti, se lo he prometido a Patrick.
—Eso no me dice nada…
—Maxine es hija de Patrick y le prometí, por lo de Nakamura, la persecución en
la autopista incluso que tuvo de camino a su casa y que fue en parte motivo de su
licencia, que seguro es obra de él también y todo lo demás, que me mantendría
alejado de ella hasta que pudieran hablar y ponerse al corriente, y eso sucedió hace
tres semanas.
—¿Y no puede ser antes? —Henry preguntó preocupado.
—No, Amy está viniendo de Washington este sábado, por lo que me dijo Pat
forma parte de una organización que envía vacunas a África y otras cosas.
—Sí ya sé cuál, me invitaron este año a participar.
—¿Sí? Vaya… ¿y lo harás?
—Quizás el próximo año. Pero volviendo a ustedes… entiendo por qué estás
alejado, pero ella… ¿por qué lo está?
—No lo sé.
—¿Cómo es que no lo sabes?

146
—Sencillo, no lo sé. La única vez que respondió mi llamada fue para decirme
que me mantuviera fuera de su vida que no quería verme nunca más y cortó la
comunicación.
—Entonces…
—Me quiere lejos, y prometí estarlo.
—Estás atado de pies y manos con tus propias palabras.
—Algo así…
—¿Y qué vas a hacer?
—Cumplir mi palabra mientras sea posible.
—¿Y luego?
—Ir a por ella.
Henry se levantó de la mesa, y al pasar por detrás de su hermano le palmeo la
espalda en muestra de apoyo.
Siguió de largo hasta la cocina, rebuscó entre los cajones y volvió a su lado con
los menús de las diferentes casas de comida de la zona para pedir el almuerzo.
Por la tarde jugaban otra vez los Celtics vs los Spurs, y aunque tenía las
entradas en el bolsillo de su chaqueta, le pareció poco oportuno visitar el mismo
lugar donde todo había comenzado.

El sol despertó a Patrick esa mañana de sábado, escuchó la alarma del


despertador puntual a las siete de la mañana desde el vapor de su ducha.
Amy llegaba en un par de horas y no pudo dormir en toda la noche. Habían
acordado que la pasaría a buscar por el aeropuerto y la llevaría a su casa, eso les
daría un rato para conversar y terminar de ponerse de acuerdo en lo que le dirían a
Maxine, cuando la vieran al llegar a Providence.
Luego de la primera visita no volvieron a verse, toda la comunicación fue a
través de llamadas y mensajes.
¿Quién diría que a sus años podía todavía sentirse de ese modo? Con solo
escuchar el sonido de un mensaje entrante. En general adivinaba que era Amy, por la
hora, o por las ganas, de verdad no lo sabía.
En pocos minutos estaba afeitado y vestido, zapatos y pantalón negros, camisa
blanca con un par de botones abiertos y una chaqueta gris plomo completaban su
atuendo.

147
Tomó el teléfono de la mesa de la noche y bajó con paso veloz las escaleras.
Necesitaba salir de su casa en ese instante, necesitaba pasar ese día para que todo
quedara atrás y poder comenzar un nuevo capítulo en su vida.
No era de hacerse ilusiones en vano, sabía que la conversación con Max sería
larga y casi seguro dolorosa, pero confiaba en su buen juicio para que todo sucediera
de manera natural y de la mejor manera posible, si es que existía alguna.
Amy era quién más le preocupaba, y las consecuencias en la relación con
Maxine.
Ya habría tiempo para ir manejando las situaciones a medida se fueran
presentando.
Encendió el auto y la música de Queen una vez más fluyó a su alrededor.
En pocos minutos ya estaba tomando la I90, para luego desembocar en la I95 de
camino al T.F. Green Airport.
Caminó por los pasillos de paredes vidriadas hasta llegar a una de las cafeterías
de la cadena de Starbucks del edificio, no era de sus preferidos, pero tenía una línea
de visión directa de la puerta seis, por donde llegaría Amy.
Pidió un café grande con una porción de torta de manzanas y se acomodó en la
coqueta mesita. El vuelo de Amy estaba programado para las 10.15 AM.
Faltaba media hora que, conociéndose, se le haría eterna. Decidió dejar de
pensar y sacó su teléfono, en algo tenía que entretenerse.
Revisó el correo, respondió un par de mails de trabajo, algunos de sus
compañeros de golf. Se anotó en línea para el siguiente campeonato local cuando la
voz en off de la señorita operadora captó su atención.

Su atención por favor, se anuncia el arribo del vuelo UA352 proveniente de Dulles
International Airport, por la puerta seis.

La distinguió en medio de la gente que avanzaba hacia las cintas de transporte


de las maletas. Tan bella como siempre, su cabello recogido en un moño flojo, su
cartera y la chaqueta colgando de su brazo y en la mano un libro de Stephen King,
que él mismo le había recomendado en una de sus charlas de medianoche.
Amy alcanzó la maleta y él ya estaba a su lado.
—Buenos días, Amy —la saludó a medida que se acercaba y dejó un beso suave
en su mejilla.

148
—¡Hola! Buenos días —respondió dulce y alegre. Tenía muchas ganas de verlo,
aunque en ningún momento se lo mencionara y hasta incluso le costara reconocerlo
para sí misma.
—Dame tu maleta, yo la llevo —pidió amable y extendió su brazo para que
Amy se aferrara a él.
—Gracias —dijo aceptando el gesto.
—¿Quieres tomar algo? ¿Tienes hambre? —preguntó deteniéndose frente a la
cafetería que le hizo compañía ratos antes.
—No Pat, gracias. Desayuné en el hotel y te juro que tengo el estómago cerrado.
Conversaban mientras iban de salida en busca del auto, tomados del brazo
como treinta años y toda una vida atrás.
El viaje fue ameno hasta que el teléfono de Amy vibró con una llamada
entrante.
—Hola Maxie —atendió la llamada sin dejar de mirar a Patrick.
—Hola mamá, ¿cómo estás? —saludó alegre desde el otro lado.
—Muy bien, llegando en un ratito a casa, ¿a qué hora llegas tú? —preguntó
inquieta. Quería saber cuánto tiempo tenía para prepararse, si es que podía hacerlo,
antes de ver a su hija y confesar que le había ocultado la verdad por treinta años.
—¡Sorpresa! Estoy en casa…
—¿Ya? —miró con desesperación a Patrick que ante las palabras de Maxine
tragó en seco— ¡Genial! Nos vemos en un rato entonces.
—Estoy deseando verte mama, te extrañé mucho.
—Yo también Maxie, besos.
—Besos —se despidió y cortó.
Amy comenzó a temblar de tal manera que Pat ni pudo poner en marcha el
auto.
—Amy, cariño, todo va a salir bien —decía mientras ella se deshacía en llanto
sobre su hombro.
—Va a odiarme, lo sé —apenas podía contener sus emociones.
—No lo sabes, no lo sabemos. Max es una mujer inteligente y seguro que va a
entender todo lo que pasó y el porqué de las cosas. ¿No crees? —dijo acariciando su
cabeza con ternura, escondiendo sus propios miedos. Y mostrando una entereza que
no estaba seguro de sentir.
¿Y si la perdía ahora que la había encontrado? No quería ni podía tener esa
línea de pensamiento, no eran de ayuda, y no aparejaban nada bueno.

149
Todo saldría bien, tenía que salir muy bien. En su mente no existía otra
posibilidad.
Amy se deshizo del abrazo para asombro de Patrick.
—¿Qué pasa, Amy?
—Me voy en taxi —replicó alterada.
—No puedes irte sola en taxi, yo te llevo —dijo muy resuelto.
—Pat mira —suspiró bajito y a él se le encogió el corazón un poco más—, no
puedo llegar a casa contigo, Max ya está allí. ¿Cómo voy a comenzar siquiera a
hablarle contigo en la misma sala? Lo entiendes, ¿verdad? —dijo acariciando su
mejilla.
Patrick tomó sus manos y las llevó a sus labios, las besó con ternura y guardó
silencio unos instantes. Amy tenía razón, pero sentarse a esperar mientras ella hacía
frente a todo sola, no era algo que le gustara, pero tampoco era su decisión, y debía
respetarla.
—Vamos —concedió—, buscaremos un taxi —dijo saliendo del auto y fue a por
la pequeña maleta en el asiento trasero.
Con las manos en los bolsillos, miraba cómo se alejaba el vehículo de techo
amarillo. Fue muy consciente que dejó de respirar con regularidad en el momento
exacto que la puerta se cerró, alejando a Amy otra vez de su lado.
Cuando el taxi dobló hacia la izquierda y tomó la rotonda de Hillsgrove,
devolvió sus pasos al auto y puso rumbo a Boston una vez más.

Max observaba desde la ventana la calle que la vio crecer, cuando vio bajar del
taxi a su madre con un semblante extraño. Algo la perturbaba, y no era solo
cansancio por el viaje.
La conocía muy bien para saber que había algo más que las horas de avión y los
días fuera de casa.
Amy tomó un té con su hija y fue a cambiarse, o al menos eso dijo, necesitaba
estar sola un momento, armarse de valor y encontrar las palabras que tantas veces
sepultó bajo capas y capas de culpa.
Bajó los peldaños de la escalera lustrada y vio como si fuera por primera vez,
las fotos sobre la pared empapelada.
Todas eran de Max, una o dos de cada año de su infancia, armando un collage
de niñez, y su mente traicionera, agregaba como una broma macabra la imagen de

150
Patrick de fondo. Mirando con ternura a su hija, sin una gota de reproche hacia sus
mentiras.
La omisión puede ser la peor de las mentiras en circunstancias como estas y ella
era la principal responsable.
Pero esa etapa quedaría atrás en esa tarde. Basta de ocultamientos, de
respuestas esquivas. Por años le había robado a su propia hija, la persona que más
amaba el derecho a la verdad.
Quizás Maxine pudiera perdonarla como lo hizo Patrick, que ella misma pasara
página, era muy difícil.
Max salió de la cocina y se encontró con los ojos llenos de lágrimas de Amy.
—Mamá —la llamó preocupada.
—¿Sí mi cielo? —secó de manera fugaz sus mejillas.
—¿Podemos hablar por favor? —preguntó extendiendo la mano.
—Claro, vamos a la sala, tenemos mucho para decir.
Llegaron a la sala en silencio y cada una se acomodó frente a la otra, como
tantas veces, sobre todo cuando Max era pequeña.
—¿Qué pasa mamá? —preguntó sin poder contenerse por más tiempo— Me
tienes preocupada desde que llegaste.
—Quiero que me escuches hasta el final y luego me dices todo lo que piensas o
me preguntas.
—¿Má? —la interrumpió, la conversación se presentaba muy rara y algo muy
dentro le decía que no era nada bueno.
—Maxie por favor, si me interrumpes no creo poder decir todo y no quiero que
falte nada.
—Ok —convino poco convencida.
Amy vio las dudas en la mirada de Max, y el nudo en su estómago se apretó
aún más fuerte. Era el momento de la verdad.
—Cuando eras pequeña, me preguntaste algunas veces por tu padre —vio a
Max asentir con la cabeza y copiar su gesto, al retorcer los dedos de puro
nerviosismo—, y todas esas veces esquivé la respuesta correcta. Siempre fuiste una
niña muy lista, y dejaste de preguntar cuando notaste que no ibas a obtener una
respuesta.
La barbilla de Max tembló y su respiración se aceleró.
—Bien, es hora de que sepas la verdad, no puedo ocultarlo por más tiempo…

151
—¿Por qué ahora? —miró asombrada a su madre, otra vez pensando en voz
alta.
—Porque es hora de que lo sepas y las circunstancias me impiden ocultarlo por
más tiempo. El día que me contaste que irías a trabajar a IFET, mi mentira se vino
abajo y era cuestión de tiempo para que esto pasara…
—¿IFET? ¿Qué tiene que ver mi trabajo con mi padre? —Max no daba crédito a
lo que estaba escuchando.
Amy suspiró hondo y supo que tenía que decirlo todo junto.
—Patrick Fisher es tu padre —dijo cerrando los ojos, pidiendo perdón una vez
más.
—¿¿Qué?? ¿Có-cómo es posible? ¿Patrick? ¿Es una clase de broma o qué? —casi
gritaba de la impresión.
Max se levantó del sillón y comenzó a dar paseos cortos por la habitación.
—No Max, no es broma.
—Ni se te ocurra tratarme de manera tan condescendiente…
—No lo hago Max, pero tienes que calmarte.
—¿Calmarme? ¿Quieres que me calme? Bien… ¡no puedo hacerlo!
Max fue a la cocina y sirvió un vaso enorme de agua con manos temblorosas, lo
bebió todo de una sola vez y lo depositó en el fregadero.
Giró y tuvo que tomarse de la mesada de la isla de la cocina para no caer al
suelo, las rodillas casi no la sostenían. Respiró hondo varias veces tratando de
encontrar algo de calma, tenía muchas preguntas, demasiadas quizás.
Sintió cómo subía la bilis por su garganta, ahogándola, desatando en su interior
una tormenta de emociones que creía ya no sentir.
Años habían pasado, desde que se cuestionó quién era y por qué su padre no
estaba con ellas. Siempre lo había culpado por el abandono, y ahora ya no tenía ni
siquiera esa certeza.
Volvió a la sala y su madre seguía allí, de pie frente a la ventana, abrazada a sí
misma y podría jurar que la vio incluso más pequeña, como si con el hecho de hablar
se hubiera encogido.
—¿Qué pasó para que él se fuera?
Amy sintió el suelo moverse a sus pies, revivir todos esos recuerdos era
demasiado doloroso.
—Conocí a tu padre una tarde en el parque, se acercó comenzamos a hablar, a
conocernos, me enamoré de él casi en el instante que lo conocí y creí que era

152
recíproco. Él estaba de vacaciones podría decirse, llegó a Providence por un par de
meses hasta que tuviera que comenzar a trabajar en el estudio de su padre. Para
cuando llegó el tiempo que él se fuera, descubrí que estaba embarazada de ti —una
lágrima solitaria rodó por su mejilla, recordando esa tarde soleada donde su corazón
se partió en millones de pedazos.
—¿Y sabiéndolo se fue? —Max se sentó en la mesa de centro incapaz de
mantenerse en pie.
La imagen de Patrick Fisher que conocía caía desecha en pedazos,
resquebrajada como un fino cristal tras un golpe. El dolor de la desilusión golpeó
duro en su pecho.
—Nunca lo supo —sentenció Amy y se giró para enfrentar a Max.
—¿Cómo…? ¿Por qué no se lo dijiste?
—Orgullo, estupidez, a estas alturas es muy confuso, no quería que se quedara
conmigo, con nosotras —corrigió sonriendo— por obligación, no era la manera
correcta.
—Pero te quedaste sola…
—No me quedé sola, cariño, tenía a tus abuelos, e iba a tenerte a ti, una parte
también de él.
—¿Qué te dijo al irse? Fue un bastardo… —agregó furiosa— ¿Qué clase de
hombre hace algo así? Pero me va a…
—¡Maxine Campbell! —llamó su madre— no hables así de tu padre…
—¿Mi padre? ¡Ja! ¿Mi padre dices? Esa palabra le queda muuuuy grande… —
casi gritó.
—¡Sí! Es tu padre, y no sabes casi nada todavía, no te enseñé a juzgar a las
personas así de rápido
—Dime entonces… ¿qué más tengo que saber? —repuso muy seria.
Amy suspiró y buscó las palabras adecuadas.
—Al poco tiempo de él irse, fue noticia en los periódicos. Las columnas sociales
de aquel entonces estaban exultantes, la gran boda del único hijo del mejor abogado
de Boston con la hija de uno de los socios, Danielle… no, Denise algo, no me acuerdo
el apellido, y decían los chismes que ella estaba embarazada, resultó que no lo estaba
y por eso se divorciaron algunos meses más tarde, pero para mí fue sumar dos con
dos en ese momento. Patrick se iba a cumplir con su obligación y lo nuestro no había
sido más que un amor de verano, con la diferencia que para mí fue mucho más, por
mucho más tiempo.
—¿Todavía lo amas? —preguntó ya absorta en la historia.

153
—¿Por qué preguntas? —quiso saber Amy.
—Porque nunca formaste nueva pareja… es una posibilidad, ¿no?
—No es una posibilidad cielo, es mi realidad, nunca dejé de amarlo. Nunca
dejaré de hacerlo.
—¿Y Patrick sabe quién soy yo? —la curiosidad y el miedo la recorrieron de
pies a cabeza por partes iguales.
—Sí —asintió Amy sin lugar a dudas.
—¿Desde cuándo? ¿Por qué no me lo dijo?
—Max…
—¿Lo sabía y me mintió todo este tiempo?
—No. Lo supo en cuanto pusiste un pie en su oficina, parece que eres igual a
Carol, su madre, entonces envió a alguien a investigar…
—Barnes…
—¿Quién?
—Gilbert Barnes, es su hombre de confianza para estas cosas, siempre trabaja
con él por lo que sé. Si se lo pidió a alguien, fue a Barnes. ¿Y entonces?
—Entonces vino a verme hace algunas semanas atrás, ya tenía planificado mi
viaje a Washington y acordamos que te diría toda la verdad apenas llegara a casa. Y
aquí estamos.
—Sí, aquí estamos…
—Max, es mucho para procesar, lo sé, pero necesito saber si estamos bien o al
menos vamos a estarlo.
—No sé cómo estamos mamá en realidad, pero confío en que vamos a estar
bien.
Amy apoyó su mano en las de Max y las dejó allí… buscando un consuelo, un
contacto que no llegaba.
Max miraba fijo el piso, y la cabeza recorría miles de opciones de caminos a
seguir, todas al mismo tiempo.
Las conversaciones con Patrick tenían una nueva interpretación a la luz de esta
verdad. Las miradas, las veces que lo encontraba observándola. Ahora todo tenía
sentido, encajaba como un rompecabezas gigante. Y ella era la pieza que lo mantenía
unido.
Se levantó muy despacio y dejó un beso en la frente de Amy. Tomó su abrigo, el
bolso y las llaves de Coop. Tenía que salir de allí.

154
Encendió el reproductor de música y las notas de Skinny Love llenaron el
ambiente.

Come on skinny love just last the year


Pour a little salt we were never here
My, my, my, my, my, my, my, my
Staring at the sink of blood and crushed veneer
I tell my love to wreck it all
Cut out all the ropes and let me fall
My, my, my, my, my, my, my, my
Right in the moment this order's tall
I told you to be patient
I told you to be fine
I told you to be balanced
I told you to be kind
In the morning I'll be with you
But it will be a different kind
'Cause I'll be holding all the tickets
And you'll be owning all the fines11

Se sentía débil, vulnerable. Años habían pasado desde que su propia identidad
le jugaba esa mala pasada.
¿Qué hacer? ¿Qué sentir?
Amaba a su madre, pero no sabía si podría perdonar tanto silencio, tanta
soledad acumulada, tantas dudas. Esas mismas que la marcaron de manera
indeleble.
Conducía camino a Boston cuando la verdad la alcanzó como un rayo y detuvo
los latidos de su corazón.
Ella era la hija de Pat.
¡Ella era la hija de Pat!
¿Estarían hablando de eso en la oficina? ¿Ethan lo sabía y tampoco dijo nada?

11
Vamos amor sin futuro, dura el año entero añade un poco de sal, nunca estuvimos aquí antes,
mi, mi, mi... mirando fijamente el fregadero de sangre y apariencia machacada // Le dije a mi amor que
lo arruinara todo, corta todas las cuerdas y déjame caer, mi, mi, mi...justo en este momento, eso es
mucho pedir // te dije que fueras paciente, y te dije que estuvieras bien, y te dije que estuvieras
centrado, y te dije que fueras amable, y por la mañana estaré contigo, pero será una clase diferente de
amor, yo sujetaré todos los tickets y tú serás el que deba pagar todas las multas.

155
La rabia que sentía opacaba el saber que no se referían a Giuly, sino a ella
misma… su cabeza era una gran confusión.
Necesitaba a Mary, y necesitaba estar sola.
Necesitaba con desesperación a Ethan, y no podría verlo hasta saber toda la
verdad.
Tenía muchas preguntas sin respuesta.
Se encontró sin darse cuenta en la bajada de Washington St de la I95, y no era
casualidad que dos millas adelante estuviera la casa de Patrick.
Una sola vez fue a su casa acompañada de uno de los socios, Peter, para firmar
unos documentos, tan así, que no tenía registro consciente de saber su dirección.
Sin embargo y contra todo pronóstico allí estaba, avanzando por la calle
arbolada mientras el sol se escondía en el horizonte. Un nudo de ansiedad y nervios
se instaló en su cuerpo. La respiración se le agitó y sintió más que supo que habría un
antes y un después a partir de ese momento. La misma sensación que tuvo al entrar
por primera vez al edificio que ocupaba IFET.
Ella era una persona centrada y cabal, que no creía que la suerte y el destino
tuvieran algo que ver con el futuro. Uno tomaba decisiones, uno era responsable de
lo que pasaba y de lo que no en su vida. Estaba a cargo de las causas y de las
consecuencias.
Y si eso era cierto… ¿qué estaba pasándole con Patrick y todo lo que tuviera que
ver con él?
No tenía una explicación racional para eso.
Estacionó a Coop en la acera y subió los cinco escalones sin prisas. Acomodó su
pelo y respiró hondo.
Pulsó el timbre y antes que pudiera arrepentirse, la puerta se abrió.
Patrick estuvo en su casa todo el día pendiente del teléfono, de alguna noticia
de parte de Amy, lo único que recibió fue un mensaje corto.
“Ya hablé con Max. Vamos a estar bien.”
Cuando quiso seguir la conversación, Amy se desconectó. No podía culparla,
de seguro la tarde habría sido muy intensa.
Como atraído por un imán se acercó a la ventana y allí la vio. Maxine
estacionaba en la puerta de su casa.
Con paso trémulo se acercó a la puerta y espero paciente que llamara. Sus
manos volaron al pomo apenas escuchó la campanilla.
Se la veía tan perturbada, como una chiquilla asustada, que el corazón se le
apretó en el pecho un poco más.

156
—Hola, Max —dijo en tono quedo.
Maxine levantó la mirada de sus manos y descubrió en sus ojos las preguntas
sin una gota de reproche.
—Hola… Patrick.
—Pasa por favor —dijo abriendo la puerta de par en par.
Cerró despacio y apoyó en acto reflejo su mano en la espalda de Max
invitándola a ingresar a su casa, la sintió dar un pequeño salto de sorpresa.
—Iba de camino a la cocina para prepararme un té cuando escuché tu auto
estacionar. ¿Compartes una taza conmigo? —la invitó para romper el silencio.
Maxine lo miró sin disimulo unos instantes antes de responder.
—Claro —asintió y lo siguió a la enorme cocina. Dejo su abrigo y el bolso en un
banco alto, cerca de la mesada y se sentó en el otro.
Patrick abrió la alacena, bajó las tazas y una caja de madera con diferentes tés.
—¿Earl Grey? —preguntó.
—Mi favorito —sonrió en respuesta.
—Y el mío... —dijo poniendo a calentar el agua. Acercó las tazas y la tetera a la
barra donde estaba sentada Max.
—Wow… mismo té.
—Así es, supongo que no debe ser lo único, aunque si lo fuera… también
estaría bien, ¿no crees?
—Sí… supongo.
—Me imagino que tienes muchas preguntas o no estarías aquí luego de hablar
con tu madre.
La pava silbó y Patrick vertió el agua en la tetera.
—Pat… Patrick…
—Hey… puedo seguir siendo al menos Pat, ¿no? Tenemos mucho por hablar y
Pat es más corto —agregó a la vez que le guiñaba un ojo en complicidad.
—Ok… ¿puedo… preguntar cómo te diste cuenta…? —una sonrisa de puro
amor se instaló en los labios de Pat— Mamá me dijo que me parezco a alguien… —a
Max nunca le había costado tanto encontrar las palabras como en ese momento.
—Te pareces a mi madre, Carol. De hecho, tengo una fotografía en mi escritorio
de cuando tenía tu edad, poco más o menos, y si no fuera por la ropa y el peinado,
serían la misma persona, es algo referente a la traspolación genética. Luego vamos y
te la enseño —

157
Patrick sirvió el té en las tazas y colocó una frente a Max—. Puedes preguntarme lo
que quieras, lo sabes.
—Ahora lo sé… y dime, ¿qué pensaste? ¿Qué sentiste? —preguntó.
—Fue muy extraño —dijo en un suspiro y dejó la taza sobre la mesada—, no
suele pasarme que la vida me sorprenda, todo sucede por algún motivo y siempre, o
al menos desde hace mucho tiempo controlo esos motivos. Cuando te vi caminar
hacia mí ese primer día, fue como si hubieran sacudido la alfombra bajo mis pies. Y
el rostro de tu madre apareció flotando detrás de ti. Supe que eras nuestra. Lo sentí
en mi sangre.
Max lo miraba con la cabeza ladeada, y se reconoció en ese gesto tan casual.
—Me miraste de un modo extraño, en ese momento pensé que eran mis nervios,
pero Eloise también me miró extrañada.
—Ni me lo recuerdes, cuando te fuiste Ely entró como una tromba en mi oficina
—dijo riendo.
—¿Por qué?
—Porque Ely fue primero secretaria de mi padre, conoció a mi madre por
supuesto y cuando te vio enseguida vino a por explicaciones.
—¿Y luego?
—Luego hice mis averiguaciones y fui a visitar a tu madre —Max casi se ahoga
con el té—, sí estuve en Providence, volví después de casi treinta años, que Amy siga
viviendo en casa de tus abuelos, fue muy conveniente, por cierto.
—Ya veo…
—¿Qué cosa? —preguntó curioso ante la mirada de Max.
—Nada.
—Max… anda dime —pidió con una sonrisa.
—Es una tontería mía, con seguridad, pero me pareció que cambiaste de
expresión al hablar de mamá.
—Max, hay algo que debes saber —repuso serio—, cuando conocí a tu madre
no lo supe hasta que fue tarde, pero tu madre fue y es el amor de mi vida. Aunque no
podamos ser.
—¿Y por qué dices que es tarde?
—Supongo que pasó mucho tiempo, muchas cosas… no lo sé. Me estás mirando
extraña y no dices nada… no es propio de ti.
—Tienes la cabeza ladeada…
—Tú también —replicó riendo.

158
—Por eso te miraba… pero además tengo otra pregunta.
—Dime entonces…
—¿Ethan sabe quién soy?
—Sí —vio cómo la mirada le cambió y supo que tenía que decir algo más—, se
lo dije hace unas semanas cuando pediste la licencia y estábamos con ese problema
de Nakamura…
—¿Y eso que tiene que ver?
—Recibí amenazas si ese proyecto seguía en pie, que te involucraban
directamente, suponemos que notaron lo que había entre Ethan y tú también, y
decidimos que lo mejor era mantenerte alejada, por eso no se cuestionó tu licencia y
por eso Ethan se mantiene alejado de ti, porque yo se lo hice prometer hasta que
supieras la verdad de parte de tu madre y de mí. Hay mucho más para decir, pero no
será ahora, son solo detalles, luego los conversamos.
—Ya veo… —todo comenzaba a acomodarse en ese carrusel infernal que tenía
Max por vida en las últimas semanas — estaba de plano equivocada con él…
Había despachado todos los intentos de Ethan por acercarse basada en un error,
y él no había hecho otra cosa que no fuera protegerla y respetar su palabra dada,
tendría que corregir eso también.
—Un poco, pero nada que no tenga solución —y apretó su mano en gesto
cariñoso, el primero que se permitía en toda la tarde.
—¿Tú crees? —dudó Max.
—No, yo lo sé —dijo muy seguro.
En las pocas horas que pasaron juntos pudo notar tantas cosas en común, las
expresiones al hablar, los gestos con las manos, algunos no todos.
Lo que llamó la atención de Max fue encontrarse a sí misma en él, en el color de
la piel, en su textura, en la forma de las orejas.
Pat tenía algunas pecas, de color marrón claro, igual que ella. Salpicadas por
aquí y por allá, sin marcar un patrón fijo. Chiquitas algunas, más grandes otras.
¿Cómo no se dio cuenta antes?
A cada instante que pasaban juntos le parecía descubrir más cosas en común,
sumando emociones y sensaciones, que no por nuevas y desconocidas eran
pequeñas.
Se debían una oportunidad, ninguno de los dos fue culpable de no haberse
encontrado hasta ese momento.
Fueron las malas decisiones de una juventud no tan lejana quizás, pero que
habían quedado en el pasado, y las que no, deberían.

159
No valía la pena seguir arrastrando pesares y tristezas, nada cambiaría.
La vida y las circunstancias les jugaron una muy mala pasada, y ahora esa
misma vida les daba la oportunidad de comenzar su propia historia.
Los minutos pasaron mientras se contemplaban sin disimulo, borrando
barreras, derribando muros, dejándolos expuestos con el alma en las manos, uno
frente al otro, sintiendo como la genuina alegría del encuentro se colaba por cada
parte de su ser, y ese lazo invisible que une padres e hijos se hacía presente entre
ellos.
El silencio se rompió con el primer sollozo de Max.
Patrick se acercó muy despacio, y estiró su mano, desbordado de emoción como
nunca antes en su vida.
Ambos de pie, frente a frente, con la emoción del reencuentro brotando por
cada poro, con la luz de un amor desconocido inundándolo todo.
Con aroma a esperanza, a nuevo, a familia.
Cuando el sol se ocultó en el horizonte, los dejó reconociéndose en un abrazo
por demás esperado y bienvenido.
Max se despidió y cuando subió a su auto, buscó el teléfono en su bolso, y
escribió un mensaje a Amy.

“Estamos bien mamá. Descansa, hablamos mañana.


Te quiero <3”

Llegó a su casa agotada en cuerpo y mente.


Dejó el bolso y el abrigo en el armario de la entrada. Y puso a cargar el teléfono,
no tenía mensajes nuevos y necesitaba descansar, aclarar las ideas y decidir cómo
seguiría con su vida que ya estaba dada vuelta de pies a cabeza.
Se dio una ducha rápida y se cambió con su pijama favorito, un pantalón corto
y una camiseta de breteles finitos eran suficientes, con la casa calefaccionada como
estaba, se calzó sus medias de rayitas y fue por un vaso de leche fría y unas galletas
de nuez como única cena.
Toda la noche durmió inquieta, despertándose con imágenes de Ethan que
trastocaban su sueño. Lo extrañaba de una manera visceral, le hacía falta el calor de
su cuerpo, el aroma de su piel.

160
No creía que él fuera a volver, era orgulloso tanto o más que ella misma, por lo
tanto, quedaba en sus manos hacer algo al respecto. Por la mañana lo llamaría y vería
qué hacer.
La música de su vecino la despertó de ese letargo tortuoso que fue su noche. La
letra nunca le había llegado tan hondo en el corazón.

Say something I'm giving up on you


I'll be the one If you want me to
Anywhere I would've followed you
Say something I'm giving up on you
And I, I'm feeling so small
It was over my head I know nothing at all
And I will stumble and fall
I'm still learning to love Just starting to crawl
Say something I'm giving up on you
I'm sorry that I couldn't get to you
Anywhere I would've followed you
Say something I'm giving up on you
And I will swallow my pride
You're the one that I love And I'm saying goodbye
Say something I'm giving up on you
And I'm sorry that I couldn't get to you
And anywhere I would have followed you
Oh, say something I'm giving up on you
Say something I'm giving up on you
Say something12

Tenía que hacer algo, tenía que decir algo antes de perder al único amor de su
vida. Había vivido de primera mano toda su vida, con las consecuencias de no decir
las verdades a tiempo.

12
Di algo, estoy perdiendo la fe en ti Seré el hombre de tu vida, si quieres que lo sea. // A
cualquier sitio, te hubiera seguido, di algo, estoy perdiendo la fe en ti // Y yo, yo me siento tan
pequeño, no lo entendía no sé nada de nada. // Y me tropezaré y me caeré, todavía estoy aprendiendo
a amar, estoy solo empezando a gatear. // Di algo, estoy perdiendo la fe en ti. Lo siento por no poder
llegar hasta ti, a cualquier sitio, te hubiera seguido, di algo, estoy perdiendo la fe en ti. Y me tragaré mi
orgullo, tú eres a la que quiero, y estoy diciendo adiós. // Di algo, estoy perdiendo la fe en ti. Lo siento
por no poder llegar hasta ti, a cualquier sitio, te hubiera seguido, di algo, estoy perdiendo la fe en ti. Di
algo, estoy perdiendo la fe en ti.

161
Encendió la cafetera para prepararse su macchiato de cada mañana, con una
sonrisa y una determinación renovada.
Eso no le pasaría a ella. No lo iba a permitir. El timbre de la puerta fue
interrumpido por una serie de golpes en la madera que la sobresaltaron. Corrió hasta
la puerta mientras se cerraba su bata y se asomó por la mirilla en puntas de pie.
Ahí estaba Ethan, despeinado y con la barba crecida. Con las palmas apoyadas
en la madera y su cabeza hundida en el pecho.
Su corazón escaló hasta la garganta latiendo furioso, queriendo escapar de su
prisión para encontrarse con su mitad. Con manos temblorosas y un millón de
sensaciones viajando por sus venas abrió la puerta.
La música seguía sonando como puesta en un bucle sin fin que solo ahondaba
las heridas de tanta distancia y tanto silencio inútil entre ellos.
Ethan levantó la cabeza y sus ojos oscuros le dijeron con esa imagen todo lo que
necesitaba saber de su tiempo separados, habían vivido en un infierno, estando lejos
uno del otro.
—Hola —dijo en un suspiro, pero un dedo de Ethan se posó en sus labios
haciéndola callar. El calor de su toque la recorrió de arriba abajo como un rayo en
medio de la tormenta.
—Sé que no me quieres ver ahora, pero te lo suplico... solo escucha lo que tengo
para decir y luego si lo deseas me marcharé.
Max asintió con la cabeza y el corazón estrujado.
Verlo allí, de pie, con la camisa arrugada a medio salir de los pantalones, el
cabello alborotado y la expresión desesperada estaban llegando más hondo en su
alma de lo que quería permitir y mucho menos admitir.
Tragó grueso y se dispuso a escuchar lo que fuera que quisiera decirle. Así
como a un reo se le permiten las últimas palabras antes de su condena a muerte, ella
haría lo mismo.
Ethan la miró a los ojos, bajó por su nariz, se demoró unos instantes en esa boca
que desde el primer día fue su perdición, por lo que decía, por lo que callaba, por su
sabor y por su calidez.
—Tú eres mi vida, mi luz, mi todo. Mi amor por ti lo arrasa todo y a la vez lo
construye. No es un amor de esos que se consume descontrolado y arde con
desesperación. No. No lo es. La maravilla de lo que siento por ti radica en que no es
un amor escandaloso como siempre me imaginé que sería. Tengo un amor sereno, y
lo quiero contigo, porque lo quiero para toda la vida y quizás un poco más. Seré lo
que necesites que sea, esperaré el tiempo que tenga que esperarte. Porque no puedo

162
vivir sin ti, porque no puedo vivir a medias. Porque sin ti no es vida. Porque no
quiero vivir sin ti.
—Ethan... —suspiró bajito y entrelazó los dedos bajo su mentón, él necesitaba
hablar, y ella escuchar, aunque el latido furioso de su corazón no colaborara en lo
absoluto.
—Te esperaré amor… el tiempo que haga falta para que vuelvas a mí, para
perderme en ti, porque es de la única manera en la que puedo encontrarme y ser yo
mismo.
—No quiero que esperes… —vio el dolor relampaguear en los ojos de Ethan y
lo sintió en su piel— porque estoy aquí para ti, hoy y siempre si así lo quieres.
Un huracán llamado Ethan Parker la arrasó por el aire y estrelló sus labios
juntos.
A pulso la levantó en vilo y sus piernas hallaron destino enroscadas en la
cintura de Ethan.
Con un puntapié cerró la puerta y apoyó su preciosa carga contra la pared.
Ethan despegó sus labios un instante para inhalar todo el oxígeno que pudo antes
perderse en su níveo cuello.
Buscando más piel y más calor, surgiendo al fin de ese infierno helado que era
su ausencia. Ahogándose en su olor a flores frescas, bebiendo de boca hasta la última
gota de agua clara, saciando su sed de ella.
Max, casi no respiraba, perdida en medio de la bruma de placer que la
consumía poco a poco, enloqueciendo con cada toque, erizando los poros de su
cuerpo. Sentía la piel ardiendo allí por donde Ethan pasaba, despertando sus nervios,
quemando con cada beso el mínimo resquicio de razón.
—Ethan… —suspiró su nombre.
—Dime lo que quieres… —murmuró en su cuello, calentando aún más su piel
—, dímelo —la urgió lamiendo su cuello de un lado al otro, llevándola al borde del
abismo.
—¡Eth! —lloriqueó indefensa— no… pares… —susurró por completo
desarmada.

—Chica mala —sonrió contra su boca— sabes cómo me pones cuando me


llamas así —dejó un reguero de besos cortos en el contorno de su rostro encendido—
y todavía no me dices qué quieres… —mordió su labio inferior y lo estiró con sus
dientes.
Max se apretaba cada vez más fuerte contra Ethan, subiendo y bajando,
resbalando por la pared, consumida por el deseo.

163
Un grito ahogado se escapó de sus labios entreabiertos, rojos de la fricción y los
mordiscos.
—Si no me dices… —gruñó en su boca con la voz ronca de anhelo y la vibración
la atravesó como un diapasón—, voy a tener que parar hasta que me lo digas —un
beso húmedo y largo anidó en el hueco de su cuello.
Max clavó los talones en su espalda baja y la cabeza rebotó contra la pared.
—A ti… —jadeó en medio de la bruma de su pasión— te quiero a ti…
—Mmm…. me gusta eso —habló bajito justo debajo de su oreja — ¿y dónde me
quieres…?
Todo el interior de Max se tensó al sentir el aliento caliente de Ethan en su
cuello.
—¿Y dónde me quieres? —jugueteando con su cordura.
Empujando contra Max con cada palabra, la sostuvo con su cadera mientras
deslizaba por sus brazos su bata y la revoleó por los aires.
Max enfocó sus ojos en los de Ethan, apoyó sus frentes juntas y dijo con un hilo
de voz:
—En mí —besó fugaz sus labios y repitió—, te quiero en mí. ¡Ya!
La risa masculina de Ethan reverberó en su pecho, y la risa se hizo cómplice
entre los dos.
—Sujétate —ordenó y su mirada la hizo temblar.
La tomó fuerte del costado de su cadera y con zancadas largas y apresuradas
llegó al dormitorio de Max. La cama revuelta les dio la bienvenida.
Con ella todavía enroscada en su cintura se quitó los zapatos, y desprendió su
pantalón.
Max se arrodilló en la cama y abrió la camisa de Ethan de un brusco tirón que
hizo explotar los botones por el aire, el pantalón y los boxers anidaron en el suelo.
Ahuecó su rostro con las manos y besó la punta de su nariz, bajó por una
mejilla, mordisqueó el mentón, se detuvo otro instante en su boca y deslizó sus
manos por los brazos en busca del ruedo de la camiseta. En un movimiento agitó el
cabello de Max y la prenda cayó sin orden en algún rincón del cuarto.
Max gateó hacia atrás, para acomodarse en medio de la cama, ella subía y su
ropa interior y el short bajaban, perdiéndose de su vista.
Desnuda y expuesta en más de un sentido, sus ojos chocaron de frente con la
mirada febril y oscura de Ethan.

164
Nunca lo había visto de ese modo, resplandecía de pasión, su cuerpo vibraba, la
respiración agitada e inconexa, su mirada oscura por el deseo y brillante de amor.
Él gateó sobre ella hasta quedar suspendido de sus brazos, mirándola desde
arriba como un león a su presa, y jamás se sintió más segura de nada en su vida.
—Te amo Ethan… —dijo colgándose de sus muñecas y a escasos milímetros de
su boca— te amo.
—Y yo a ti chica mala, has tardado una eternidad en decírmelo —besó sus
labios con esmero y dedicación—. Te amo Max, como un loco desesperado, con todo
lo que soy y más. Nunca me dejes, por favor —suplicó con los ojos brillantes.
—Jamás —y cerró su declaración arrastrándolo con un beso voraz.
Ethan separó sus rodillas aún más, haciendo lugar, buscando el ángulo exacto,
para con una sola estocada, invadirla de una vez. El grito de placer de Max repicó
contra los cristales hasta que los labios de Ethan se cerraron sobre ella, bebiendo cada
uno de sus jadeos, y suspiros.
Sus movimientos fueron lentos y cadenciosos hasta que el vórtice de la pasión
los consumió y se volvió fuerte y demencial, escalando cada vez más alto, con el
fuego recorriendo la piel mojada y el sonido de sus cuerpos juntos ocupaba cada
rincón.
Ethan entrelazó las manos de Max con una de las suyas por encima de la
cabeza, besó sus labios y se hundió en su cuello.
Con la mano libre se ancló de su cadera, manteniendo el ritmo y aumentando la
profundidad, sintiendo cómo el remolino del orgasmo de Max encadenaba el suyo en
un grito visceral y desgarrador.
Los temblores de su cuerpo llevado al límite lo desplomaron sobre Max.
—Ssshh —lo calló cuando él quiso levantarse para no aplastarla— no te atrevas
a moverte de donde estás —dijo masajeando su cabello húmedo y ensortijado.
—Soy demasiado pesado…—se quejó un poco, disfrutando de la tierna caricia.
—Y a mí me encanta…—dijo recuperando casi por completo el ritmo de su
respiración— ¿Eth? —una alarma se encendió en su cabeza.
—Mmm… —tan agitado que apenas podía articular las palabras.
—Mírame por favor —pidió algo aturdida.
Ethan levantó la cabeza sobre el pecho de Max y vio la confusión en sus ojos.
—¿Qué pasa, amor? —preguntó ya alarmado.
—Es que… —las palabras escaparon de su boca y su vista desorbitada se fue
directo a la unión de sus cuerpos todavía juntos.

165
Ethan tomó su mano y la llevó a su corazón, dejó un beso tierno en sus labios.
—La verdad no lo pensé, no estaba preparado para que llegáramos a esto, en
todo momento mientras pensaba en venir hasta aquí, mis planes no eran más que
llegar hasta la puerta y que con mucha suerte me escucharas —sin soltarse de su
agarre apoyó sus dedos en el mentón tembloroso de Max—, pero visto como son las
cosas, ¿sería tan terrible? Al fin es una cuestión de tiempos nada más. Quiero una
vida contigo Max. Quiero una familia contigo. No me preocupa cuándo.
Maxine suspiró enamorada, el huracán Ethan se le había metido en el alma, en
su corazón, en su vida, abriéndose camino poco a poco y sin pedir permiso.
Desbaratando su vida, llenándola de amor y vida.
—¿Sabes qué? A mí tampoco. Te amo Parker, Ethan Parker. Y también quiero
una vida contigo, porque además no me imagino una vida sin ti.

166
Boston Medical Center, Massachusetts. New England.

El reloj de pared marcaba las once de la noche cuando consultó por última vez,
los minutos pasaban lentos y agónicos.
Su cabeza siempre fría para las situaciones imprevistas, estaba por completo
ausente, estaba extasiado y asustado a partes iguales y eso era mucho decir.
Cerró los ojos un segundo y revivió en cada gramo de su cuerpo todo lo que
sintió la primera vez que vio a su hijo en una ecografía siete meses atrás.
Ese vértigo inconmensurable, que solo podía compararse con la caída libre
desde un abismo. Ese mismo instante donde se es tan vulnerable y tan fuerte al
mismo tiempo, donde los miedos y el orgullo se complementan, donde crecen uno
con el otro.
Un quejido quedo en la cama a su lado lo volvió a la realidad, Max estaba con
contracciones cada vez más seguidas, era cuestión de minutos para tener a su hijo en
los brazos.
El embarazo de Max había sido maravilloso, nada auguraba que el parto no lo
fuera, pero el miedo que sentía no lo dejaba respirar.
Ella era una leona, tan fuerte y tan valiente, estaba tan orgulloso de la mujer que
tenía a su lado que no veía la hora que fuera su esposa.
Proposición a la que Max se había negado en rotundo no una, sino dos veces.
Con la excusa que un embarazo no es motivo para casarse, la primera vez, y
aduciendo que el bebé necesitaba de toda la atención posible la segunda, y ya
tendrían tiempo más adelante para boda y fiesta.
Otra contracción y la enfermera fue en busca de la obstetra. Ethan salió de la
habitación un segundo para avisar a la familia cómo estaban Max y el bebé, no los
había visto llegar, pero sabía que encontraban en la sala de espera.
Con pasos rápidos llegó a la salita del piso, y un nudo de emoción escaló en su
garganta. Amy y Patrick tomados de la mano, con ese amor maduro que trajeron los
años de distancia y que poco a poco encontraba su lugar. Su madre, y su padre
conversando con ellos, en una escena que jamás imaginaron compartir. Y Henry que
ingresaba por la otra puerta con una bandeja con café para todos, previendo una
larga noche.
El grito de Max llamó la atención de todos.
—Ya viene, vuelvo en un rato —dijo apurado y desapareció por la misma
puerta por la que entró.

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La doctora ya estaba ubicada entre las piernas de Max, dando instrucciones con
una rigurosa calma.
Ethan se acercó a la cabecera de la cama, tomó las manos de Max y juntos
trajeron a este mundo al hijo de ambos tres pujos más tarde.
Max apenas podía hablar embargada por la emoción, cuando un pequeño bulto
celeste fue depositado en los brazos de Ethan para que se lo acercara.
La sonrisa de Ethan era imposible de grande, con una mano corrió un mechón
de cabello húmedo y lo puso detrás de su oreja. Besó su frente, su nariz y sus labios
con besos cortos y temblorosos.
—¿Él está bien? —preguntó ansiosa y expectante.
—Es perfecto, y hermoso como tú.
Ethan se acercó un poco más y lo dejó en brazos de Max.
—Hola Ben… hola amor. Bienvenido hijo.
—Te amamos peque —agregó Ethan besando la cabecita llena de cabello rubio
revuelto.
Las enfermeras acomodaron y limpiaron a Max, bajo la atenta mirada del
pequeño Parker que solo quería volver a los brazos de su madre.
Ethan fue a buscar a la familia. Al llegar a la sala estaba entrando Mary.
—Hola a todos —dijo Mary, y corrió a los brazos de Ethan —, ¿Maxie está bien?
—Están los dos muy bien, ya pueden pasar.
Max estaba casi sentada con el pequeño en brazos, con la carita cansada y
radiante de pura felicidad.
—Wow, están todos aquí ¡Qué alegría! —dijo con lágrimas en los ojos— Es hora
de presentarlos entonces. Familia, conozcan a Benjamin Patrick Campbell Parker.
Ya por la mañana y solos los tres en la habitación, Ben se despertó. Max dormía
agotada.
Ethan se acercó a su bolso primero y retiró una pequeña caja de terciopelo
negro; cargó a su hijo en brazos.
—Es hora de tener una conversación tú y yo —y su dedo fue atrapado en el aire
por el pequeño glotón— vas a ayudarme a convencer a mamá, ¿verdad peque?
Un ruido suave a su espalda le dijo que Max estaba despierta.
—¿Convencerme de qué? Si puedo saber, claro… —dijo risueña.
—Ben y yo queremos proponerte algo…—comenzó el discurso muy serio.
—Eth… —la sonrisa le impidió decir más.

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—A un Parker puedes resistirte… ¿pero a dos? Lo veo difícil —colocó una
rodilla en el suelo, y con su mano libre abrió la cajita.
—Imposible resistirse —respondió con la cara iluminada y extendiendo la
mano.
—¿Eso es un sí? —Ethan no podía creer lo que escuchaba.
—Es un sí enooooorme —atrapó el rostro de Ethan con sus manos y frotó sus
narices una con la otra.
Ethan dejó a Ben en brazos de Max y colocó el anillo en el dedo anular.
Besó los labios de su futura esposa y juntos, tomados de la mano, besaron la
cabecita de Ben.

FIN

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