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Unidad 11

Concepto de canon.

Se denomina canon bíblico a la lista de libros que son aceptados por la Iglesia como textos
sagrados de inspiración divina.
La palabra canon deriva del nombre griego κανών “kanon”, que significa “caña” o “vara”, o
también “norma” o “medida”, que a su vez se deriva de la palabra hebrea ‫“ קנה‬kaneh” que se utiliza
a menudo como un estándar de medición o también para medir cosas en buen estado.
El concepto de “canon” aparecía ya en la filosofía epicúrea para designar los criterios que
servían en la lógica para encontrar el fundamento del conocimiento y para determinar la verdad de
una afirmación. En el cristianismo, especialmente durante los tres primeros siglos, “canon”
designaba todo lo que, para la Iglesia y los cristianos, es ley interna y norma imperativa. De esta
manera, los libros canónicos son los que sirven de regla de vida y de fe, de norma en la creencia y
en la práctica.
El término “canónico” tiene, pues, dos sentidos: un sentido activo, en el que se subraya el
valor de la Escritura para la Iglesia: es canónico un libro porque es regla de creencia y de conducta;
un sentido pasivo en cuanto que estos escritos son conocidos y reconocidos por la Iglesia como
escritura inspirada.
La canonicidad es la propiedad que tienen los libros inspirados de haber sido destinados a la
Iglesia y luego efectivamente reconocidos por ella.

Israel y el canon.

La tradición judía ha recibido, como venidos de Dios y dotados de autoridad, varias obras
que ha reunido en una colección tripartita: Ley, Profetas y otros escritos.
El primer canon, en orden cronológico, fue el de Alejandría.
El primer canon desarrollado de lo que se conoce como Antiguo Testamento es el Canon
Alejandrino, comúnmente llamado Septuaginta o “Biblia de los Setenta”. Su traducción inició en
el siglo III a. C. (c. 280 a. C.), y concluyó hacia finales del siglo II a. C. La Septuaginta fue el texto
utilizado por las comunidades judías de todo el mundo antiguo más allá de Judea, y luego por la
iglesia cristiana primitiva, de habla y cultura griega.
La lista (o canon) de libros bíblicos hebreos inspirados quedó establecida definitivamente
para el judaísmo en el siglo II d. C. por el consenso de un grupo de sabios rabinos que habían
conseguido escapar del asedio de Jerusalén en el año 70 y que habían fundado una escuela en
Yamnia. A estos libros se les conoce como protocanónicos, y forman el Canon
Palestinense o Tanaj.
Por una tradición histórica que data del siglo XVI, se llama protocanónicos a todos los
escritos comúnmente admitidos en el Tanaj hebreo, así como en la Biblia griega de los LXX,
y deuterocanónicos a todos los escritos presentes en la Biblia griega de los LXX, pero no en el
Tanaj. La voz “deuterocanónico” significa “del segundo canon”, en contraposición a la voz
“protocanónico”, que significa “del primer canon”.

La Iglesia y el canon.

La Iglesia, a su vez, ha recibido de la Sinagoga estas Escrituras y esta fe en su inspiración.


En efecto, Jesús las cita como palabra de Dios (Mt 22,31; Mc 7,13; Jn 10,34ss) que deben ser
enteramente cumplidas (Mt 26.34). Los Apóstoles, y sus discípulos, han hecho lo mismo de tal
manera que afirman que es el Espíritu Santo quien ha hablado por boca de David (Hch 28,25) y se
argumenta con la Sagrada Escritura como una autoridad divina (Rom 3,2; 1 Cor 14,21).
El decreto de San Dámaso del año 382, enumera la primera lista de libros canónicos. Dice lo
siguiente: “Asimismo se dijo: Ahora hay que tratar de las Escrituras divinas, qué es lo que ha de
recibir la universal Iglesia Católica y qué debe evitar. Empieza la relación del Antiguo Testamento:
un libro del Génesis, un libro del Éxodo, un libro del Levítico, un libro de los Números, un libro del
Deuteronomio, un libro de Jesús Navé, un libro de los Jueces, un libro de Rut, cuatro libros de los
Reyes, dos libros de los Paralipómenos, un libro de ciento cincuenta Salmos, tres libros de
Salomón: un libro de Proverbios, un libro de Eclesiastés, un libro del Cantar de los Cantares;
igualmente un libro de la Sabiduría, un libro del Eclesiástico. Sigue la relación de los profetas: un
libro de Isaías, un libro de Jeremías, con Cinoth, es decir, sus lamentaciones, un libro de Ezequiel,
un libro de Daniel, un libro de Oseas, un libro de Amós, un libro de Miqueas, un libro de Joel, un
libro de Abdías, un libro de Jonás, un libro de Naún, un libro de Abacuc, un libro de Sofonías, un
libro de Ageo, un libro de Zacarías, un libro de Malaquías. Sigue la relación de las historias: un
libro de Job, un libro de Tobías, dos libros de Esdras, un libro de Ester, un libro de Judit, dos libros
de los Macabeos. Sigue la relación de las Escrituras del Nuevo Testamento que recibe la Santa
Iglesia Católica: un libro de los Evangelios según Mateo, un libro según Marcos, un libro según
Lucas, un libro según Juan. Epístolas de Pablo Apóstol, en número de catorce: una a los Romanos,
dos a los Corintios, una a los Efesios, dos a los Tesalonicenses, una a los Gálatas, una a los
Filipenses, una a los Colosenses, dos a Timoteo, una a Tito, una a Filemón, una a los Hebreos.
Asimismo un libro del Apocalipsis de Juan y un libro de Hechos de los Apóstoles. Asimismo las
Epístolas canónicas, en número de siete: dos Epístolas de Pedro Apóstol, una Epístola de Santiago
Apóstol, una Epístola de Juan Apóstol, dos Epístolas de otro Juan, presbítero, y una Epístola de
Judas Zelotes Apóstol. Acaba el canon del Nuevo Testamento. (Denzinger Nº 84).
Para la formación del Antiguo Testamento se usa casi la totalidad de la Septuaginta, pero
excluyendo algunos libros por consejo de San Jerónimo, entre los cuales están los Libros III y IV de
los Macabeos, el Libro III y IV de Esdras, el Libro de Enoc, el Libro de los Jubileos y el Libro
II, III y IV de Baruc.
A su vez esta lista se repite en el III Concilio Cartaginense del año 397. Lista repetida en el
Concilio de Florencia (1439-1445).
Finalmente el Concilio de Trento fijó definitivamente el canon de las Sagradas Escrituras
(1545-1563). En la Sesión IV del año 1546 se lee: “El sacrosanto, ecuménico y universal Concilio
de Trento, legítimamente reunido en el Espíritu Santo, bajo la presidencia de los tres mismos
Legados de la Sede Apostólica, poniéndose perpetuamente ante sus ojos que, quitados los errores,
se conserve en la Iglesia la pureza misma del Evangelio que, prometido antes por obra de los
profetas en las Escrituras Santas, promulgó primero por su propia boca Nuestro Señor Jesucristo,
Hijo de Dios y mandó luego que fuera predicado por ministerio de sus Apóstoles a toda criatura
[Mt. 28, 19 s; Mc. 16, 15] como fuente de toda saludable verdad y de toda disciplina de costumbres;
y viendo perfectamente que esta verdad y disciplina se contiene en los libros escritos y las
tradiciones no escritas que, transmitidas como de mano en mano, han llegado hasta nosotros desde
los apóstoles, quienes las recibieron o bien de labios del mismo Cristo, o bien por inspiración del
Espíritu Santo; siguiendo los ejemplos de los Padres ortodoxos, con igual afecto de piedad e igual
reverncia recibe y venera todos los libros, así del Antiguo como del Nuevo Testamento, como
quiera que un solo Dios es autor de ambos, y también las tradiciones mismas que pertenecen ora a
la fe ora a las costumbres, como oralmente por Cristo o por el Espíritu Santo dictadas y por
continua sucesión conservadas en la Iglesia Católica. Ahora bien, creyó deber suyo escribir adjunto
a este decreto un índice [o canon] de los libros sagrados, para que a nadie pueda ocurrir duda sobre
cuáles son los que por el mismo Concilio son recibidos.
Son los que a continuación se escriben: del Antiguo Testamento: 5 de Moisés; a saber: el
Génesis, el Exodo, el Levítico, los Números y el Deuteronomio; el de Josué, el de los Jueces, el de
Rut, 4 de los Reyes, 2 de los Paralipómenos, 2 de Esdras (de los cuales el segundo se llama de
Nehemías), Tobías, Judit, Ester, Job, el Salterio de David, de 150 salmos, las Parábolas, el
Eclesiastés, Cantar de los Cantares, la Sabiduría, el Eclesiástico, Isaías, Jeremías con Baruch,
Ezequiel, Daniel, 12 Profetas menores, a saber: Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas,
Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, Malaquías; 2 de los Macabeos: primero y segundo. Del
Nuevo Testamento: Los 4 Evangelios, según Mateo, Marcos, Lucas y Juan; los Hechos de los
Apóstoles, escritos por el Evangelista Lucas, 14 Epístolas del Apóstol Pablo: a los Romanos, 2 a los
Corintios, a los Gálatas, a los Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses, 2 a los Tesalonicenses, 2 a
Timoteo, a Tito, a Filemón, a los Hebreos; 2 del Apóstol Pedro, 3 del Apóstol Juan, 1 del Apóstol
Santiago, 1 del Apóstol Judas y el Apocalipsis del Apóstol Juan. Y si alguno no recibiera como
sagrados y canónicos los libros mismos íntegros con todas sus partes, tal como se han acostumbrado
leer en la Iglesia Católica y se contienen en la antigua edición vulgata latina, y despreciara a ciencia
y conciencia las tradiciones predichas, sea anatema. Entiendan, pues, todos, por qué orden y
camino, después de echado el fundamento de la confesión de la fe, ha de avanzar el Concilio mismo
y de qué testimonios y auxilios se ha de valer principalmente para confirmar los dogmas y restaurar
en la Iglesia las costumbres” (Denzinger Nº 783-784).
Finalmente, hay que anotar que el Concilio Vaticano II muy claramente habla de la unidad
de ambos Testamentos, pues "Dios es el autor que inspira los libros de ambos Testamentos, de
modo que el Antiguo encubriera el Nuevo, y el Nuevo descubriera el Antiguo"(Dei Verbum Nº 16)
Habla, además, de una pre-eminencia de los evangelios,(Dei Verbum Nº 18) con lo cual la
discusión sobre una jerarquía en los escritos bíblicos, o de un “canon en el canon” ha recibido un
punto de orientación: la primacía de los evangelios.

Lutero y el canon.

El Canon del Antiguo Testamento protestante fue estipulado por Martín Lutero en el
siglo XVI. Aunque en un primer momento Lutero pensó en excluir también algunos libros del
Nuevo Testamento, finalmente optó solo por aplicar el Canon Palestiniense a la traducción latina de
la biblia, excluyendo así un total de 7 libros del Antiguo testamento. Así el Antiguo Testamento
protestante quedó en gran parte, idéntico al de la Biblia hebrea o Tanaj. En un apéndice incluyó
los 7 Deuterocanónicos, con el título de: “Apócrifos: Estos Libros no se consideran iguales a las esc
rituras, pero son útiles y buenos de leer”.

Criterios de Canonicidad en el Nuevo Testamento.

La Tradición, entonces, ha señalado tres criterios que guiaron a la Iglesia en el


reconocimiento de los libros inspirados:
a) el origen apostólico,
b) el uso en la liturgia y
c) la pureza de la doctrina.
Tres criterios que van unidos entre sí y que suponen la especial asistencia del Espíritu Santo
a la Iglesia en esta selección de los libros canónicos.

Origen apostólico.

Sólo se consideran canónicos aquellos libros que pertenecen al período de la revelación


fundante, que culminó con la venida de Cristo y la actividad de los Apóstoles.
No obstante la importancia de este criterio, sin embargo, no es suficiente para explicar el
proceso de canonización del Nuevo Testamento, ya que sabemos que varios libros no fueron
directamente escritos por los Apóstoles y que algunos de ellos fueron de elaboración tardía.
Este sería el caso, entre otros, de la carta a los Hebreos, la cual hoy se acepta pacíficamente
que no fue escrita por Pablo, o la carta II de Pedro que parece fue escrita después de la muerte del
Apóstol y sería posterior a otros escritos, como la Didajé y la carta de Clemente. Sin embargo, la
Iglesia más tarde reconoció tales escritos como apostólicos, es decir, como expresión de la fe
normativa de la Iglesia apostólica, mientras que los otros escritos fueron considerados post-
apostólicos.

Uso litúrgico.

La Iglesia primitiva muy pronto comenzó a incorporar en la liturgia los escritos que retenía
de origen apostólico, porque veía en ellos unos documentos escritos que participaban de la
autoridad del testimonio y de la enseñanza oral de los Apóstoles.
Sin embargo, este criterio solo, como tal, no daría pié suficiente para ver allí el fundamento
de la canonocidad, por cuanto que algunas iglesias de la antigüedad utilizaron además otros escritos
en la liturgia, como por ejemplo la I carta de Clemente. Apostolicidad y tradición litúrgica deben ir
estrechamente ligadas para ayudar a comprender este proceso de reconocimiento por parte de la
Iglesia.

La pureza del Evangelio.

Un último criterio que se tuvo en cuenta para la aceptación de un determinado libro en el


canon, fue el de la pureza del Evangelio, o sea el de la conformidad con el mensaje esencial. De esta
manera, el criterio de la verdad fue importante, ya que en la era apostólica hubo no sólo libros
canónicos, reconocidos por la Tradición, sino también una serie de escritos que, aunque se referían
a la vida de Jesús, sin embargo, no estaban en conformidad total con el evangelio. Este es el caso de
varios escritos que reciben el nombre de “apócrifos”.

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