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Colegio Santa Isabel de Hungría.

Doctrina Social de la Iglesia.


5º “A” y “B”.
La relación entre capital y trabajo.
Superar la innatural e ilógica antinomia entre capital y trabajo —exasperada a menudo artificialmente
por una lucha de clases programada - es, para una sociedad que quiere ser justa, una exigencia
indispensable, fundada sobre la primacía del hombre sobre las cosas. Solamente el hombre - empresario
u obrero— es sujeto del trabajo y es persona; el capital no es más que “un conjunto de cosas”.

Papa Juan Pablo II, encuentro con trabajadores y empresarios, 1982

…Y el trabajo es lo que hace al hombre semejante a Dios, porque con el trabajo el hombre es un
creador, es capaz de crear, de crear muchas cosas, incluso de crear una familia para seguir adelante. El
hombre es un creador y crea con el trabajo. Esta es la vocación. Y dice la Biblia que «Dios vio lo que había
hecho, y todo era algo muy bueno» (Gn 1,31). Es decir, el trabajo tiene en sí mismo una bondad y crea la
armonía de las cosas —belleza, bondad— e involucra al hombre en todo: en su pensamiento, en su acción,
en todo. El hombre está involucrado en el trabajo. Es la primera vocación del hombre: trabajar. Y esto le
da dignidad al hombre. La dignidad que lo hace parecerse a Dios. La dignidad del trabajo.

Una vez, en Cáritas, a un hombre que no tenía trabajo e iba a buscar algo para su familia, un
empleado de Cáritas le dijo: “Por lo menos puede llevar el pan a su casa” — “Pero a mí no me basta con
esto, no es suficiente”, fue su respuesta: “Quiero ganarme el pan para llevarlo a casa”. Le faltaba la
dignidad, la dignidad de “hacer” el pan él mismo, con su trabajo, y llevarlo a casa. La dignidad del trabajo,
tan pisoteada por desgracia.

“Mundo del capital” “Mundo del trabajo”


Conformado por un grupo restringido, pero muy Conformado por la vasta multitud de gente que no
influyente, de los empresarios, propietarios o disponía de los medios de producción y que
poseedores de los medios de producción. participa en el proceso productivo exclusivamente
a través del trabajo.
El trabajo se convertía de este modo en mercancía, que podía comprarse y venderse libremente en el
mercado y cuyo precio era regulado por la ley de la oferta y la demanda, sin tener en cuenta el mínimo
vital necesario para el sustento de la persona y de su familia. Además, el trabajador ni siquiera tenía la
seguridad de llegar a vender la «propia mercancía», al estar continuamente amenazado por el
desempleo, el cual, a falta de previsión social, significaba el espectro de la muerte por hambre.

Consecuencia de esta transformación era «la división de la sociedad en dos clases separadas por un
abismo profundo». Tal situación se entrelazaba con el acentuado cambio político. Y así, la teoría
política entonces dominante trataba de promover la total libertad económica con leyes adecuadas o, al
contrario, con una deliberada ausencia de cualquier clase de intervención. Al mismo tiempo
comenzaba a surgir de forma organizada, no pocas veces violenta, otra concepción de la propiedad y
de la vida económica que implicaba una nueva organización política y social.

Tal conflicto ha surgido por el hecho de que los trabajadores, ofreciendo sus
fuerzas para el trabajo, las ponían a disposición del grupo de los empresarios, y
que éste, guiado por el principio del máximo rendimiento, trataba de establecer
el salario más bajo posible para el trabajo realizado por los obreros.
Este conflicto, interpretado por algunos como un conflicto socio-económico con carácter de
clase, ha encontrado su expresión en el conflicto ideológico entre el liberalismo, entendido
como ideología del capitalismo, y el marxismo, entendido como ideología del socialismo
científico y del comunismo, que pretende intervenir como portavoz de la clase obrera, de todo
el proletariado mundial. De este modo, el conflicto real, que existía entre el mundo del
trabajo y el mundo del capital, se ha transformado en la lucha programada de clases,
llevada con métodos no sólo ideológicos, sino incluso, y ante todo, políticos. Es conocida
la historia de este conflicto, como conocidas son también las exigencias de una y otra parte.
El programa marxista, basado en la filosofía de Marx y de Engels, ve en la lucha de clases la
única vía para eliminar las injusticias de clase, existentes en la sociedad, y las clases mismas.
La realización de este programa antepone la «colectivización» de los medios de producción, a
fin de que a través del traspaso de estos medios de los privados a la colectividad, el trabajo
humano quede preservado de la explotación.

Actualmente, el conflicto presenta aspectos nuevos y, tal vez, más preocupantes: los
progresos científicos y tecnológicos y la mundialización de los mercados, de por sí fuente
de desarrollo y de progreso, exponen a los trabajadores al riesgo de ser explotados por
los engranajes de la economía y por la búsqueda desenfrenada de productividad.

La respuesta de la Iglesia.

Ante la antinomia planteada en diferentes momentos históricos entre capital y trabajo, la Iglesia ha
puntualizado lo siguiente:

 Ante la realidad actual, en cuya estructura se encuentran profundamente insertos tantos conflictos,
causados por el hombre, y en la que los medios técnicos —fruto del trabajo humano— juegan un
papel primordial se debe ante todo recordar un principio enseñado siempre por la Iglesia. Es el
principio de la prioridad del «trabajo» frente al «capital». Este principio se refiere
directamente al proceso mismo de producción, respecto al cual el trabajo es siempre una causa
eficiente primaria, mientras el «capital», siendo el conjunto de los medios de producción, es
sólo un instrumento o la causa instrumental. Este principio es una verdad evidente, que se
deduce de toda la experiencia histórica del hombre.

 Entre trabajo y capital debe existir complementariedad. La misma lógica intrínseca al proceso
productivo demuestra la necesidad de su recíproca compenetración y la urgencia de dar vida a
sistemas económicos en los que la antinomia entre trabajo y capital sea superada. La Iglesia
afirmaba que ambos eran en sí mismos legítimos. « Ni el capital puede subsistir sin el trabajo,
ni el trabajo sin el capital ».Se trata de una verdad que vale también para el presente, porque
« es absolutamente falso atribuir únicamente al capital o únicamente al trabajo lo que es
resultado de la efectividad unida de los dos, y totalmente injusto que uno de ellos, negada la
eficacia del otro, trate de arrogarse para sí todo lo que hay en el efecto ».

 En el corazón de dicha antinomia está, por último, el olvido de la persona. Se ha realizado de modo
tal que el trabajo ha sido separado del capital y contrapuesto al capital, y el capital contrapuesto al
trabajo, casi como dos fuerzas anónimas, dos factores de producción colocados juntos en la misma
perspectiva «economística». En tal planteamiento del problema había un error fundamental,
que se puede llamar el error del economismo, si se considera el trabajo humano
exclusivamente según su finalidad económica. Se puede también y se debe llamar este error
fundamental del pensamiento un error del materialismo, en cuanto que el economismo incluye,
directa o indirectamente, la convicción de la primacía y de la superioridad de lo que es
material, mientras por otra parte el economismo sitúa lo que es espiritual y personal (la
acción del hombre, los valores morales y similares) directa o indirectamente, en una posición
subordinada a la realidad material. No se ve otra posibilidad de una superación radical de este
error, si no intervienen cambios adecuados tanto en el campo de la teoría, como en el de la práctica,
cambios que van en la línea de la decisiva convicción de la primacía de la persona sobre las
cosas, del trabajo del hombre sobre el capital como conjunto de los medios de producción.
La subjetividad confiere al trabajo su peculiar dignidad, que impide considerarlo como una simple
mercancía o un elemento impersonal de la organización productiva. El trabajo,
independientemente de su mayor o menor valor objetivo, es expresión esencial de la persona,
es «actus personae». Cualquier forma de materialismo y de economicismo que intentase reducir
el trabajador a un mero instrumento de producción, a simple fuerza-trabajo, a valor exclusivamente
material, acabaría por desnaturalizar irremediablemente la esencia del trabajo, privándolo de su
finalidad más noble y profundamente humana. La persona es la medida de la dignidad del
trabajo: « En efecto, no hay duda de que el trabajo humano tiene un valor ético, el cual está
vinculado completa y directamente al hecho de que quien lo lleva a cabo es una persona »

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