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Nació el 15 de febrero de 1820 en Masachussetts en una familia de

cuáqueros activistas. Al principio, a Anthony le interesaba más el


abolicionismo que el sufragio. Fue un tema diferente el que la atrajo
al incipiente movimiento por los derechos de la mujer (la igualdad
salarial), cuando se enteró de que los profesores ganaban al mes el
cuádruple que ella.
Con el paso del tiempo, Anthony empezó a participar en temas
sociales como la abstinencia y la abolición de la esclavitud. Se
manifestó a favor de una vestimenta más cómoda y menos
restrictiva para las mujeres junto a la activista feminista Amelia
Bloomer. En 1851, Bloomer le presentó a la sufragista Elizabeth
Cady Stanton, con quien entabló una amistad que duraría toda la
vida y colaboró en muchas cuestiones relacionadas con la reforma.
Empezó a defender temas como el derecho a la propiedad y el
derecho al divorcio para las mujeres.
En 1866, Stanton y ella fundaron la Asociación Estadounidense por
la Igualdad de Derechos, un grupo dedicado a conseguir la igualdad
de derechos para todos los ciudadanos estadounidenses.
Tras la aprobación de la Decimocuarta Enmienda, que otorgó el
derecho a voto a los hombres que habían sido esclavos, se produjo
una división entre quienes pensaban que los hombres negros
debían obtener el sufragio antes que las mujeres blancas y quienes
querían priorizar el sufragio femenino.
Tras la división, Anthony se dedicó a los derechos de las mujeres a
tiempo completo, publicó un periódico feminista llamado Revolution
y fundó la Asociación Nacional por el Sufragio de la Mujer. Viajaba
por el país durante gran parte del año, dando charlas apasionadas
sobre el sufragio femenino y presionando a los gobiernos estatales
para que concedieran el voto a las mujeres. Se convirtió en la cara
del movimiento sufragista reconocida (y ridiculizada) a nivel
nacional.
En 1872, Anthony se hizo más más visible cuando la detuvieron y la
juzgaron por votar en las elecciones presidenciales. La acusó un
gran jurado compuesto solo por hombres, la juzgó un juez que
ordenó al jurado que la declarara culpable y le impusieron una multa
de 100 dólares que se negó a pagar.
El juicio fue el momento más público y polémico de Anthony, pero
no dejó de manifestarse por los derechos de las mujeres. En sus
últimos años, coescribió una historia sobre el sufragio femenino,
participó en la negociación de la fusión de los grupos sufragistas del
país y siguió recorriendo el país e incluso otros lugares del mundo
defendiendo el derecho a voto.
«Si pudiera vivir otro siglo para ver los frutos de todo el trabajo en
favor de las mujeres», dijo en 1902. Cuatro años después, Anthony
falleció.
Habría que esperar hasta 1920 para que las mujeres votaran
legalmente por primera vez en las elecciones federales de Estados
Unidos. Más de un siglo después de su muerte, las mujeres llevan
pegatinas de «Voté» a la tumba de Anthony en Rochester cuando
hay elecciones, un tributo pequeño pero apropiado para la líder
cuya persistencia allanó el camino de los derechos políticos de las
mujeres.

La filósofa y feminista Flora Tristán nació en París el 7 de abril en


1803.
Su situación de pobreza la llevó a contraer un matrimonio forzado.
En 1826 decidió separarse de su marido, pero esto provoco el inicio
de una larga batalla legal por la custodia de sus hijos, la cual
duraría doce años. Estas vivencias provocaron en Flora un
pensamiento y una actitud revolucionaria que nunca abandonó,
convirtiéndola en una de las precursoras del movimiento feminista
en Perú y Francia. En 1833 decidió viajar a Perú con el objetivo de
recuperar parte de la herencia que le correspondía por su padre,
pero sólo consiguió una pensión anual.
Posteriormente se dedicó a escribir para expresar su pensamiento
revolucionario. En 1835 publicó su primer artículo “La situación de
las mujeres extranjeras pobres en Francia”, tomando como punto de
partida su propia experiencia y denunciando cómo las ciudades
ofrecían envilecimiento a las mujeres que, solas, huían de destinos
y matrimonios desgraciados. Así, propuso asociaciones para
socorrerlas y pinceló uno de los objetivos medulares de su obra: las
mujeres serán las encargadas de llevar “la paz y el amor” a la
sociedad.
Años después escribió Peregrinaciones de una paria (1838) en
lengua francesa —Pérégrinations d'une paria (1833-1834)—, libro
que se convertirá en un bestseller con el paso del tiempo. Es una
obra testimonial en la que la autora mezcla sus vicisitudes históricas
con una novela de aventuras. En ella explica la contradicción en la
situación de las mujeres sometidas como están en un mundo
patriarcal. También señala a las limeñas como mujeres más libres
que las europeas.
Siendo una persona comprometida con la causa obrera, fue una
activa militante del Partido Socialista en Francia. En Londres, logró
acceder a la Cámara de los Lores disfrazada de hombre, lo que le
permitió conocer en carne propia la paupérrima situación de
pobreza en las fábricas y barrios obreros, donde los trabajadores
malvivían inmersos en una sociedad que les daba la espalda. Tras
estas experiencias decidió dedicar sus esfuerzos a la divulgación
del sentir de la clase obrera, resultado de lo cual fue su obra Unión
obrera (1840). En este libro propone la creación y estructura de una
asociación de trabajadores para hacer frente a las miserias del
proletariado.
Flora Tristán no sólo se limitó a luchar por los derechos de la mujer
o por los derechos de los obreros, temas que eran considerados
causas radicales en su época. Asimismo, se opuso a la esclavitud,
al oscurantismo religioso y a la pena de muerte. El 14 de noviembre
de 1844 falleció, víctima de tifus.

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