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Ashley, de 17 años de edad, fue derivada para una reevaluación diagnóstica después de haber
estado diagnosticada de autismo y retraso mental casi toda su vida. Hace poco le
diagnosticaron un síndrome de Kleeftra y la familia desea confirmar los diagnósticos previos y
valorar el riesgo genético para los futuros hijos de sus hermanas mayores.
Según su historia, Ashley empezó a recibir servicios a los 9 meses de edad, después de que los
padres notaran importantes retrasos motores. Empezó a caminar casi a los 2 años y a ir al
cuarto de baño sola a los 5 años. Dijo sus primeras palabras a los 6 años. Le diagnosticaron
retraso del desarrollo a los 3 años y autismo, obesidad y encefalopatía estática a los 4 años. En
una de las primeras evaluaciones se observó una posible dismorfología facial; las pruebas
genéticas de entonces no aportaron nada.
Los padres refirieron que Ashley sabia cientos de palabras sueltas y muchas frases sencillas. Le
interesaban desde hace mucho las matrículas de los vehículos y se pasaba horas dibujándolas.
Su mayor capacidad era la memoria, y podía dibujar con precisión las matrículas de distintos
estados. Ashley había estado siempre muy unida a sus padres y hermanas y, aunque era
cariñosa con los bebes, su interés por los demás adolescentes era mínimo.
Entre los antecedentes familiares de interés de Ashley se cuenta con un padre con dislexia, un
tío paterno con epilepsia y un primo materno con “síndrome de Asperger”. Sus dos hermanas
iban a la universidad y estaban bien.
En la exploración, Ashley aparecía como una joven con sobrepeso que miraba poco a los ojos y
a menudo de soslayo. Tenía una bonita sonrisa y a veces se reía para sus adentros, pero sus
expresiones faciales eran apagadas casi todo el tiempo. Nunca iniciaba la atención compartida
tratando de captar la mirada de los demás. Con frecuencia ignoraba lo que le decían. Para
solicitar un objeto deseado (p. ej., una revista de portada brillante), Ashley se mecía de un lado
a otro y apuntaba con el dedo. Al ofrecerle un objeto (p. ej., un animal de peluche), se lo
llevaba a la nariz y a los labios para inspeccionarlo. Ashley hablaba con voz aguda y una
entonación poco usual. Durante la entrevista usó múltiples palabras y unas pocas frases cortas
que sonaron a memorizadas, pero fueron comunicativas: por ejemplo, “quiero limpiar” y
“¿tienes una furgoneta?”.
En los meses previos a la evaluación, los padres de Ashley observaron que la joven estaba cada
vez más apática. Una evaluación médica concluyó que la causa más probable de sus síntomas
era una infección de vías urinarias, pero los antibióticos, si acaso, parecieron aumentar la
apatía. Ulteriores evaluaciones médicas, llevaron a realizar pruebas genéticas más amplias y a
Ashley le diagnosticaron síndrome de Kleefstra, un raro defecto genético que se acompaña de
múltiples problemas médicos, incluida la discapacidad intelectual. Los padres dijeron que
también a ellos les habían hecho pruebas y habían “dado negativo”.
En concreto, los padres querían saber si los resultados de las pruebas genéticas afectaban a los
diagnósticos ya conocidos de Ashley y a su acceso a distintos servicios en el futuro. Además,
querían saber si sus otras dos hijas debían hacerse pruebas por el riesgo de ser portadoras de
genes relacionados con el autismo, el retraso mental o el síndrome de Kleefstra.
Diagnósticos:
Explicación:
Con respecto al diagnóstico, las pruebas cognitivas de Ashley y sus escasas habilidades
adaptativas en el día a día indican que padece la discapacidad intelectual que contempla el
DSM-5. Además, Ashley presenta síntomas prominentes de los dos criterios sintomáticos
principales del trastorno del espectro del autismo (TEA): 1) deficiencias en la comunicación
social y 2) patrones restringidos y repetitivos de comportamiento, intereses y actividades.
Ashley también cumple el requisito de haber tenido síntomas en las fases tempranas del
desarrollo y poseer antecedentes de deterioro importante que establece el DSM-5 para el TEA.
Un quinto requisito del TEA es que las alteraciones no se expliquen mejor por la discapacidad
intelectual, lo que es un asunto más complicado en el caso de Ashley.
Durante muchos años, clínicos e investigadores han debatido los límites entre el autismo y la
discapacidad intelectual. El porcentaje de niños y adultos que cumplen los criterios del autismo
aumentan según disminuye el CI. La mayoría de las personas con CI inferior a 30 tienen TEA
además de discapacidad intelectual.
Para que Ashley pueda cumplir los criterios del DSM-5 referentes tanto al TEA como a la
discapacidad intelectual, las deficiencias y conductas específicas del TEA deben ser más
acusadas de lo que podrían observarse normalmente en personas dotadas de desarrollo
intelectual. En otras palabras, si las deficiencias se debieran solamente a lo limitado de su
capacidad intelectual, cabría esperar que tuviera habilidades sociales y lúdicas del típico niño
de 3 a 4 años de edad. Sin embargo, la interacción social de Ashley no se parece en nada, ni
jamás se pareció, a la de un típico preescolar. Presenta expresiones faciales limitadas, escaso
contacto ocular e interés mínimo por sus coetáneos. En comparación con su “edad mental”,
Ashley muestra importantes restricciones tanto en sus intereses como en la comprensión de las
emociones básicas del ser humano. Además, presenta comportamientos que no se observan
normalmente a ninguna edad.
A los padres les preocupa también la influencia de los resultados de las recientes pruebas sobre
el tratamiento de Ashley y la planificación familiar de sus hermanas. Hay cientos de genes que
pueden intervenir en los complejos problemas neurológicos que conlleva el autismo, pero la
mayoría de los casos de TEA carecen de un origen claro. La enfermedad genética de Ashley, el
síndrome de Kleefstra, se asocia claramente a discapacidad intelectual y síntomas de TEA.
Cuando parece que hay algún cuadro físico o genético o algún factor medioambiental
implicado, esto se consigna como especificador, pero el diagnóstico de TEA no se ve afectado.
El miedo a volar del paciente había comenzado 3 años antes, cuando viajaba en un avión tuvo
que aterrizar en medio de una ventisca. Llevaba sin volar 2 años, y dijo que había llorado al
despegar y al aterrizar. Había ido con su esposa a un aeropuerto en otra ocasión, 1 año antes
de la evaluación, para acudir a la boda de la hija. A pesar de haber bebido cantidad
considerable de alcohol, al Sr. Hendricks le entró el pánico y se negó a subirse al avión. Después
de aquel intento fallido, tendía a presentar mucha ansiedad incluso ante la idea de volar,
ansiedad que le había llevado a rechazar una promoción laboral y una oferta de trabajo en el
exterior porque en ambos casos habría tenido que viajar.
El Sr. Hendricks refirió tristeza y remordimientos desde que había surgido esta limitación,
aunque negó tener los demás síntomas neurovegetativos propios de la depresión. Había
aumentado el alcohol a tres vasos de vino por las noches para poder “desconectar”. Dijo que
no había tenido problemas a causa del alcohol ni síntomas de abstinencia. También dijo no
tener antecedentes familiares de problemas psiquiátricos.
Explicó que no sentía ansiedad en ninguna otra situación, añadiendo que, en el trabajo, los
compañeros lo consideraban un hombre de empresa energético y eficaz, capaz de hablar en
público “fácilmente” ante cientos de personas. Al preguntarle en concreto, dijo que, siendo
niño, la idea de que pudiera atacarlo un animal salvaje lo tenía “petrificado”. Este temor le
había impedido ir con la familia de acampada e incluso dar paseos largos por el campo. De
adulto, ya no le preocupaba que lo atacaran animales salvajes, pues vivía en una gran cuidad e
iba de vacaciones en tren a otras zonas urbanas.
Diagnóstico:
Explicación:
Al Sr. Hendricks le produce tanta ansiedad la idea de volar que no es capaz de subirse a un
avión a pesar de estar muy motivado a hacerlo. Incluso pensar en aviones y aeropuertos le
ocasiona considerable angustia. Este miedo es persistente y le ha producido un deterior
funcional significativo. Por consiguiente, cumple los criterios diagnósticos de la fobia específica.
El DSM-5 contiene también especificaciones pata describir la fobia. En el caso del Sr. Hendricks,
el estímulo fóbico es volar, lo que se codificaría como especificador “situacional”.
(Otros estímulos situacionales frecuentes son los ascensores y los espacios cerrados.)
La mayoría de las personas con una fobia específica temen más a un objeto o situación.
Aunque el Sr. Hendricks niega al principio tener otras ansiedades, sí refiere haber tenido un
temor muy angustioso a resultar atacado por animales salvajes cuando era joven. Este miedo lo
llevó a no ir de acampada y a no hacer senderismo. Ahora vive en un espacio urbano donde es
muy improbable encontrarse con un animal salvaje, pero el DSM-5 permite diagnosticar la
fobia específica incluso si es poco probable encontrar el estímulo fóbico. Desde el punto de
vista clínico, destapar estas fobias es importante porque la evitación no solo puede provocar
malestares y disfunciones evidentes (incapacidad de volar que conduce a la incapacidad de
visitar a la familia o de rendir de forma optima en el trabajo), sino también a tomar decisiones
que podrían no ser del todo conscientes (el miedo a los animales salvajes llevaría a evitar
sistemáticamente las zonas no urbanas):
Además de los animales y las situaciones, existen otras categorías de estímulos fóbicos. Entre
ellas cabe citar la naturaleza (p. ej., alturas, tormentas), las heridas e inyecciones en relación
con la sangre (p. ej., agujas, procedimientos médico invasivos) y otro (p. ej., ruidos fuertes o
personas disfrazadas).
La fobia especifica acompaña casi siempre a otros trastornos de ansiedad, además de a los
trastornos depresivos, por consumo de sustancias, de síntomas somáticos y de personalidad. El
Sr. Hendricks niega que el consumo de alcohol le este ocasionando malestar o disfunción, por
lo que no parece cumplir los criterios de ningún trastorno del DSM-5; no obstante, si se explora
más a fondo, quizá aparecería que la ingesta nocturna de alcohol si es fuente de problemas en
algún ámbito de la vida. Si resulta que la fobia a volar es un síntoma de otro trastorno (p. ej.,
una manifestación de agorafobia), ese otro trastorno (la agorafobia) sería el diagnóstico más
preciso del DSM-5. Sin embargo, según parece, el Sr. Hendricks tiene una fobia específica
bastante típica.
CASO 9.5 – DOLOR ABDOMINAL
La Sra. Ehrlich dijo que antes había trabajado regularmente y que tenía “bastantes amigos”,
pero que el dolor abdominal recurrentes había arruinado su vida social y sus perspectivas de
trabajo. El año pasado había perdido un empleo por absentismo laboral y había faltado a varias
entrevistas de trabajo a causa de los brotes de la enfermedad de Crohn. Había tenido citas de
adolescentes, pero seguía sola desde la universidad. Con respecto a todo esto, “no es el final
del mundo, pero ¿cómo te sentirías tú?”. Al ser miembro de un grupo de apoyo virtual de
trastornos digestivos, la Sra. Ehrlich enviaba a diario correo electrónicos a otros miembros.
Añadió que la única persona de la familia que la “captaba” era una tía que también tenía la
enfermedad de Crohn.
El equipo médico principal no lograba obtener información colateral de otros médicos previos,
por el estudiante de medicina sí pudo contactar con la madre de la Sra. Ehrlich. Esta no sabia
exactamente ni los nombres ni los números de teléfonos de los médicos de su hija, pero sí
recordaba algunos de los hospitales y, aproximadamente, algunos nombres de médicos. Añadió
que la hija no quería que ella interviniera en sus problemas de salud y que ni le había dicho que
estaba fuera, ni mucho menos que estuviera ingresada. Explicó que le habían diagnosticado la
enfermedad de Crohn hacía 2 años, durante el último semestre en la universidad. La madre
calculaba que la Sra. Ehrlich había sido ingresada al menos seis veces, y no las dos veces que
había dicho la propia paciente. Ni el equipo de digestivo ni el estudiante de medicina pudieron
localizar al gastroenterólogo de la Sra. Ehrlich, cuyo nombre la paciente solo podía escribir
fonéticamente.
Cuando el quepo de digestivo se fue, la Sra. Ehrlich le dijo al estudiante: “ya me siento mejor”.
Se quitó rápidamente la vía intravenosa y empezó a vestirse. El estudiante fue a buscar al
equipo digestivo. Al regresar, la paciente se había ido.
El estudiante de medicina pasó gran parte del día siguiente llamando a los hospitales y médicos
que encajaban en las descripciones dadas por la paciente y su madre. A primera hora, uno de
los médicos devolvió la llamada y explicó que había tratado a la Sra. Ehrlich 6 meses antes en
un hospital cercano al hogar de la madre. Aquel ingreso había sido sorprendentemente
parecido: después de una estancia breve, había huido rápidamente tras una colonoscopia
normal.
DIAGNÓSTICO:
EXPLICACIÓN:
Los síntomas subjetivos, como los psiquiátricos y el dolor, son más fáciles de fingir. Los
pacientes con trastorno facticio pueden decir, por ejemplo, que tiene depresión tras la muerte
de un ser querido que en realidad no ha muerto. Pueden añadir sangre a una muestra de orina,
ingerir insulina o Warfarina, inyectarse material fecal o decir que han tenido una crisis
epiléptica. Es muy fácil aprender a fingir enfermedades. La Sra. Ehrlich podría haber aprendido
a fingir la enfermedad de Crohn, por ejemplo, en internet o copiando los síntomas de su tía, si
de verdad la tiene. También podría haber aprendido en el trabajo como celadora de hospital.