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Asesor
Juan Manuel Martín Uribe Cano
Doctor en Filosofía
UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
INSTITUTO DE FILOSOFÍA
MEDELLÍN 2022
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Contenido
1. Introducción................................................................................................................... 4
2. Bios politikos: la necesidad de un reconocimiento comunicativo entre sujetos
políticos .................................................................................................................................. 7
2.1. Reconocimiento Comunicativo: Imaginación Representativa, Pensar-juzgar
Extensivamente ................................................................................................................. 12
2.2. Reconocimiento Comunicativo: Pensar-juzgar Extensivamente en el Entramado
Público-político ................................................................................................................. 16
2.3. Acción y Reconocimiento Comunicativo .............................................................. 22
2.4. Reconocimiento comunicativo: distinguir, identificar, conocer mediante la
memoria, el juicio o la acción ........................................................................................... 27
2.5. Compendio: Reconocimiento Comunicativo, Pensar-juzgar extensivamente desde
la Imaginación ................................................................................................................... 30
3. Fenomenología del Hombre Capaz y Reconocimiento Comunicativo ................... 32
3.1. Reconocimiento Comunicativo: Los Agentes como Centro de Decisión y de
Responsabilidad ................................................................................................................ 34
3.2. Reconocimiento comunicativo: poder decir, poder actuar, poder narrar-se .......... 39
3.2.1. El Reconocimiento Comunicativo desde el Poder-decir ................................ 41
3.2.2. Reconocimiento Comunicativo desde el Poder-actuar: ................................. 46
3.2.3. Reconocimiento Comunicativo desde el Poder-narrar-se .............................. 51
4. Entramado consumista: pérdida del juicio político ................................................. 55
4.1. Genealogía de esfera social: su significado social y político ................................. 56
4.2. La esfera de lo social en el pensamiento político moderno y sociedad de consumo
60
4.3. Psicología y hermenéutica del animal laborans: el empresario de sí y el
consumismo ...................................................................................................................... 63
4.4. Animal laborans: el empresario de sí y la deuda capital ....................................... 70
4.5. Pérdida del juicio: la banalidad del mal en los falsos positivos como dispositivos
de seguridad del biopoder y no reconocimiento comunicativo ........................................ 75
5. Reconocimiento comunicativo: fundación desde las prácticas sociales y políticas 90
5.1. Reconocimiento comunicativo: el reconocimiento de sí en el momento ético de la
estima de sí y planes de vida ............................................................................................. 97
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1. Introducción
Con el concepto de reconocimiento comunicativo, siendo este una construcción teórica desde
la práctica hermenéutica de distintos textos (Aristóteles, Kant, Arendt, Ricoeur, Foucault,
Habermas, Honneth), se quiere hacer de una categoría con la que los sujetos políticos, en el
entramado de las relaciones humanas, edifiquen unas relaciones en las que se pueda realizar
un reconocimiento de las distintas opiniones y puntos de vistas que tienden a una fundación
institucional.
para que este ejercicio de reconocer se amplie en sus formas a partir de estas facultades, se
propone, siguiendo Ricoeur, una serie de acepciones o “polisemias” del verbo reconocer que
pueden surgir desde estas facultades.
Actitud que tiene sus incidencias sobre los sujetos que se encuentran en los distintos
sectores anteriormente mencionados, puesto que tal ensimismamiento tiene la característica
de que el sujeto no se halla en una predisposición de incluir al otro bajo una práctica del
reconocimiento comunicativo, y por tanto carece de la regla primordial para juzgar y pensar
genuinamente en cada una de estas esferas, regla que consiste en el ejercicio de la
imaginación y representación crítica de los demás puntos de vistas.
cumpliendo con el derrocamiento de grupos guerrilleros que hacían parte del conflicto
armado. Y, por otra parte, los falsos positivos fueron implementados para generar una
“seguridad democrática”, cuyo objetivo era sojuzgar toda subjetividad contraria al modelo
político, jurídico, económico y moral que se pregonaba desde el Estado.
Y de este modo muchas personas que no tenían nada que ver con el conflicto armado,
pero que pensaban y juzgaban de manera distinta al Estado, se vieron estigmatizadas como
guerrilleros, y hasta se vieron sojuzgados y dominados por prácticas de muertes sistematizada
que se encubrían en los falsos positivos.
Por último, en el capítulo cuarto, el lector tiene a mano un intento teórico por
ensanchar el reconocimiento comunicativo en su dimensión práctica en el acto de fundación
de instituciones justas (Ricoeur) estables y duraderas (Arendt). Y para esto se toma a la
identidad narrativa de cada persona con sus proyecciones de planes de vida junto a las
practicas sociales a modo de ser el punto nodal del reconocimiento comunicativo entre
sujetos políticos. Por este motivo el objetivo de la política es fundar una institucionalidad en
la que se pueda efectuar un vivir-bien con y para el otro desde el reconocimiento
comunicativo del otro con sus aptitudes y sueños de una vida buena, tomándose al otro en las
decisiones como un otro generalizado con pleno derecho de desarrollar sus prácticas y
capacidades en el entramado social y político.
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Al mismo tiempo este camino permite que la forma y contenido del bios politikos sean
erigidos desde la misma capacidad humana para interactuar con los demás, y crear así una
realidad humana autónoma y libre. La cual se encuentra en concomitancia con valores
intersubjetivos que nos erigen en la cualidad de seres humanos plurales, valores éticos-
políticos que consisten en la solidaridad, el respeto, la autoestima y la responsabilidad mutua
ante los juicios de los demás que permiten llegar a un diálogo y entendimiento intersubjetivo.
Esta vida política fundada desde la participación plural es posible desde la deliberación
sin coacciones de los asuntos humanos, es decir, desde la participación de unos con otros
bajo la condición de libres e iguales que desde la antigua Grecia se conoce con los conceptos
de isonomía e isegoría. Conceptos que constituyen la libertad y la igualdad de cada ciudadano
de poder destacarse en la medida que pueden hablar y ser escuchados, ver y ser vistos por los
demás cuando deliberan de asuntos como: la infraestructura de la comunidad, la distribución
de la riqueza pública en la educación y cultura, salud, pensión, la consecución de derechos
con los cuales toda persona pueda ser reconocida en su identidad junto a su comunidad, entre
otros. Por ello que la deliberación política y su posterior reconocimiento parten de la
construcción de un puente intersubjetivo que crean los actores políticos desde la
comunicación libre y plural.
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Este puente intersubjetivo que tiende hacia la fundación cuenta con un espacio público
agonal, cuyo fundamento está en la dinámica de la persuasión exenta de violencia y modos
de coacción. Consistiendo entonces que dentro la interacción y praxis política se dan posturas
conflictivas y agonísticas en las que el otro es “un adversario de legitima existencia y al que
se debe tolerar. Se combatirán con vigor sus ideas, pero jamás se cuestionará su derecho a
defenderlas” (Mouffe, 1999, p. 16), visto que es el esgrimir las ideas la dinámica en la que la
deliberación se ensancha como una práctica libre a partir del llamado o solicitud (Ricoeur,
1996) a los demás para el trato de los asuntos ciudadanos, en los que se trata de llegar
acuerdos desde el poder comunicativo y mancomunar cooperaciones solidarias ante los
asuntos del bien común.
De esta manera se hace que este espacio intersubjetivo sea instituido para la toma las
decisiones concretas, cuyo fin es el fundar un estado de cosas en la polis. Puesto que, la praxis
(acción) mancomunada tiende a “la fundación [como] la acción política primordial, el único
hecho importante que [establece] el campo político público y [hace] posible la política”
(Arendt, 1996, p. 151). Por eso que la acción fundacional se posibilita desde la deliberación
plural e intersubjetiva de los asuntos humanos a partir de la interacción comunicativa de los
distintos actores políticos que hacen parte del bios politikos e institucional.
Sin embargo, para este acto fundacional se ha de tener en cuenta que la estructura política
y jurídica de los Estados y de las democracias modernas se encuentran caracterizadas por ser
un especio imbuido por los intereses meramente económicos, y en los que los profesionales
de Estado y tecnócratas y burócratas que se han instalado con sus intereses privados en la
política, haciendo que ella tenga una funcionalidad administrativa para la supervivencia del
animal laborans. Y este hecho -el cual será tratado en el capítulo III- se manifiesta con un
carácter de dificultad y de limitación muy importante para una dinámica plural y deliberativa
por parte de los ciudadanos en los asuntos políticos.
Con tal situación los pocos espacios públicos en los que la deliberación ciudadana se logra
instituir se encuentran representados en la agenda pública como en los movimientos sociales,
en campañas de líderes sociales y comunitarios, en asambleas universitarias, populares y
salas comunales, entre otros. Estos espacios públicos son en gran medida los espacios
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públicos en los que se da la deliberación ciudadana, que a su vez pueden ser de naturaleza
espontánea, pero que aun así se interesan por las cuestiones de interés público, creando
asociaciones que se configuran como espacios autónomos y libres con la capacidad de ser un
filtro ante las exigencias públicas políticas.
ciudadana desde posturas agonales que son entendidas como la lucha de opiniones de las
distintas personas y comunidades, opiniones que van de lo jurídico, lo religioso, lo
económico, lo social, lo étnico, hasta la determinación libre de la identidad personal, entre
otros.
De este modo que, para este constructo, y para que el reconocimiento comunicativo
fundamentado desde el pensar-juzgar extensivamente se ensanche tanto en el campo teórico
como en el práctico en el acto de fundación, la fenomenología del hombre capaz bajo la égida
del verbo modal “yo puedo” que propone el filósofo francés Paul Ricoeur (1996 y 2006) es
subsidiaria para la construcción del reconocimiento comunicativo.
Con este talante, la idea de capacidad estará siempre presente en toda esta construcción
del reconocimiento comunicativo tanto desde Arendt y el pensar juzgar extensivamente,
como desde Habermas y su acción comunicativa, también a partir de Ricoeur y su
fenomenología del hombre capaz, puesto que “el acento principal hay que ponerlo en el verbo
12
Sobre el vocablo reconocer, que sirve aquí para poner a prueba las concepciones
lexicográficas, las ideas madre se reducen a tres:
III. Confesar, mediante la gratitud, que uno debe a alguien (algo, una acción). (Ricoeur,
2006, p. 26)
en mente aquellos juicios que Kant llamó estéticos y reflexivos (tercera Crítica), y que en
Aristóteles son llamados juicios prácticos. Estos tipos de juicios, el reflexivo y el práctico,
permiten cortejar, dialogar y juzgar lo particular que es inherente al acontecimiento político,
y asimismo generan un puente intersubjetivo de reconocimiento dentro de la esfera pública
política.
Y en este orden, para saber qué son los juicios determinantes y los juicios reflexivos, hay
que partir de la primera Critica kantiana. Puesto que, en aquella, los juicios que logran
emerger son juicios determinantes y universales en la medida en que estos juicios obligan al
asentimiento. Y este obligar al asentimiento se encuentra fundamentado a partir de que lo
particular, que caracteriza a los objetos de la experiencia sensible, se relacionan con el
entendimiento y con lo universal y necesario que son los conceptos del entendimiento. Y este
relacionar, subsumir o sintetizar lo sensible con lo conceptual y universal es gracias a la
imaginación.
De aquí que para comprender como se logra este relacionar o sintetizar se ha de comenzar
desde las dos facultades que son totalmente heterogéneas, y en las que se fundamenta el
conocimiento humano, a saber: la sensibilidad (intuición) y el entendimiento (concepto).
Facultades que se llegan a encontrar en concomitancia a partir de la imaginación que es la
que hace posible la relación entre ellas y propiciar el conocimiento humano.
Sobre esto, por una parte, con la pasividad o receptividad de la sensibilidad es posible que
se nos den los objetos particulares que se encuentran en el exterior como una experiencia y
sensación, y, por otra parte, con la capacidad espontanea que tiene el entendimiento poder
pensar los objetos exteriores bajo una categoría o concepto. Pero el pensar lo particular de
la experiencia en lo general o universal del concepto es posible a partir de la relación, síntesis,
unión o subsumir de lo heterogéneo (intuición-objeto y entendimiento-concepto) que elabora
la imaginación, esto es, que la imaginación hace posible una unión entre la intuición y el
concepto, homogenizando y esclareciendo el carácter diverso y ciego que caracteriza a las
intuiciones con el fin de que sean organizadas y orientadas a un conocimiento conceptual por
el entendimiento.
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En este sentido, lo diverso que son todos los objetos de la intuición logran tener una unidad
a partir de la imaginación trascendental que produce una síntesis y esquema, el cual viene a
ser esa idea que se representa la mente de los objetos particulares externos que luego se
subsumen o se determinan en un concepto o categoría del entendimiento. En palabras de
Kant:
lo primero que debe sernos dado a priori para el conocimiento de todos los objetos,
es lo múltiple de la intuición pura, la síntesis de esto múltiple por la imaginación es
lo segundo, pero todavía no suministra conocimiento alguno. Los conceptos, que le
dan unidad a esa síntesis pura, y que consisten solamente en la representación de esta
unidad sintética necesaria, hacen lo tercero para el conocimiento de un objeto que se
presenta, y se basan en el entendimiento. (KrV A78-9/B104)
Con esto se puede caracterizar a la imaginación a manera de la facultad con la que se
representa un objeto particular, esté o no esté inmediatamente presente, también se puede
concebir de modo en que ella es la facultad que logra hacer la síntesis necesaria de lo
heterogéneo, y relacionar lo particular y universal para “[…] suministrar a un concepto su
propia imagen cuando la imaginación produce la síntesis. Tal imagen se define como
esquema” (Arendt, 2003, p. 146). A este respecto Ricoeur (2006) señala que el esquema que
se representa la mente a partir de la imaginación es “[…] un método para proporcionar
imágenes a un concepto” (p. 69). En efecto, el esquema o idea es la síntesis necesaria que
hace la imaginación de lo heterogéneo, porque en tal síntesis se encuentra representado lo
universal del concepto (entendimiento) y, a su vez, lo particular del objeto (intuición). Cosa
que significa que en el esquema o imagen que produce la imaginación se encuentra en
relación con el entendimiento en cuanto se relaciona con lo conceptual, y se relaciona con la
sensibilidad en tanto que la representación mental (imagen o idea) que se hace es semejante
al objeto sensible.
Por ello para Kant sin la imaginación trascendental y el esquema o imagen que se produce,
no sería posible ningún tipo de conocimiento, porque con la imaginación trascendental como
la tercera facultad del conocimiento humano es con la que se ordena y representa lo particular
y se relaciona a un concepto en general, siendo posible el conocer, reconocer e identificar un
objeto y hacer juicios sobre él: comunicarlo.
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Pero la imaginación cuando se trata de la sociabilización de los hombres tiene otras dos
funcionalidades. La primera, -y siguiendo la lectura que hace Arendt (2003) de la tercera
Critica kantiana en sus Conferencias sobre la filosofía política de Kant-, es la que permite
emitir juicios reflexivos que logran “otorgar […] los ejemplos al juicio” (p. 146), los cuales
vendrían a ser algo parecido a lo que son los esquemas. Puesto que el ejemplo es un particular
que tiene la funcionalidad en sí de actuar semejante a un concepto, pero es una regla general
que no obliga, pero si guía al juicio a encontrar su objeto (Arendt, 2003). Esto es, que
mediante la representación del particular de Aquiles los griegos al hablar de la valentía en el
sentido de una virtud se remitían a este personaje, o de la virtud discursiva a Pericles, a razón
de que mediante la imaginación se los representaban, reflexionaban y los utilizaban de
ejemplo para hablar de la valentía y discursividad como virtudes a seguir en la vida pública.
Y por esta razón los ejemplos del juicio son similares a los esquemas determinantes, aunque
no obligan al asentimiento, y ello porque de igual manera guían a las juicios reflexivos para
que adquiera validez ejemplar en cuanto se relacionan con otro particular (Arendt, 2003).
Este espectador del mundo puede contar la Historia (history) en el sentido de un proceso
universal y relatar los acontecimientos singulares (stories), puesto que, tal y siguiendo la
afirmación de nuestra autora subsidiara aludiendo a la autoridad de Maquiavelo: “la historia
[history] era solo el libro inmenso que contenía todas las historias [stories] de los hombres”
(Arendt, 2003, p. 107), que pueden ser contadas por el espectador del mundo que al mirar
retrospectivamente la Historia [history] encuentra la narración [story] singular, por ejemplo
de Aquiles, y sustraer reglas validas y ejemplares para los agentes venideros que comenzaran
nuevos acontecimientos singulares y que serán narrados en virtud de ser una historia [story].
Así que este tipo de espectador del mundo, tal y como se verá más adelante, será el gran
subsidiario del espectador del mundo interior cuando se hable desde Ricoeur de la identidad
narrativa y del reconocimiento de sí en la cualidad de ser un agente capaz de narrar-se.
particulares en concomitancias los unos con los otros dentro de la trama de las relaciones
humanas.
De este tipo de juicio lo primero que hay que afirmar es que el actor político en cuanto
tiene la facultad de juzgar junto a otros actores, sus juicos son prácticos; y lo segundo, es que
se encuentran cimentados en el discernimiento y en el sentido común, cuya dinámica opera
junto a la imaginación representativa al momento de comunicar y socializar los distintos
actores los unos con los otros. Siendo de este modo las capacidades políticas por excelencia
que hacen que los sujetos políticos juzguen y piensen como actores políticos sensatos, que
interactúan unos con otros dentro de un escenario público mediante las opiniones con las que
deliberan.
Y, en esta medida, en cuanto que se delibere y se tome decisiones ante las acciones
políticas, siguiendo a Ricoeur (1996 & 2006) y a Arendt (2003), el hombre prudente
aristotélico y el sujeto crítico kantiano, emparejados respectivamente con cada autor
anteriormente mencionados, son el paradigma del sujeto político que ejerce el
reconocimiento comunicativo. Porque ambos sujetos en el momento de la deliberación y de
la decisión se encuentran inmediatamente en un intercambio de opiniones, intercambio en el
que ponen en auge la phronesis y el sensus communis e imaginación respectivamente como
las capacidades humanas con las cuales los actores políticos puede comunicarse y actuar en
conjunto.
En este orden, Arendt (2003) interpreta el pensar y el juzgar crítica y extensivamente como
ese pensamiento que surge desde la misma capacidad de pensar por sí mismo (Selbstdenken),
pero que a su vez es capaz de ponerse en el lugar del otro. De ahí que el pensamiento crítico
en primera instancia se constituye desde la esfera de la libertad del pensamiento, el cual
consiste en ese diálogo silencioso de sí consigo mismo. Y que en una segunda instancia
depende del examen público para su validez a modo de ser tomado en virtud de un
pensamiento crítico, porque para el pensar críticamente es tan indispensable el momento
intimo que se tiene consigo mismo, como es igual de imprescindible la comunicación de tales
pensamientos ante los otros que lo pondrán en tela de juicio.
Y para tener claro en qué se fundamenta el pensamiento crítico, Kant (2015) define el
criticismo y el uso público de la razón o del sano entendimiento con las siguientes líneas: en
la “ilustración solo se exige libertad y, por cierto, la más inofensiva de las que pueden
llamarse libertad, a saber: la libertad de hacer uso público de la propia razón en todo respecto”
(pp. 4-5), y más delante de estas líneas reafirma “el uso de la razón debe de ser libre siempre,
y es el único que puede producir la ilustración de los hombres. […] Entiendo por uso público
1
Con Ricoeur (2006), y sin alejarse del pensar-juzgar extensivamente, se toma la sabiduría práctica aristotélica,
esto es, el discernimiento-prudencia en virtud de que sea el punto de partida del reconocimiento de sí como
“centro de decisión” y de responsabilidad de lo que se dice, hace y de lo que se narra, siendo este tipo de
reconocimiento otro punto central en el que se fundamenta el reconociendo comunicativo entre sujetos políticos.
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de la propia razón el que alguien hace de ella en cuanto sabio ante la totalidad del público
lector” (p. 5).
De esto que la Ilustración sea una época que ha dejado como tradición el criticismo, el
cual se pone en práctica cuando al hacer uso público y libre de la razón se hace público el
pensamiento y el juicio ante una totalidad de actores. Y en esa medida se pone en evidencia
que con la Ilustración la idea de espacio público con su publicidad (totalidad) del
pensamiento ante los demás es algo familiar a la esfera pública-política (Ricoeur, 1996).
Puesto que, con el hacer uso público el pensamiento se pone en auge el sano entendimiento
cuya característica no es más que la manera en la que se logra superar y liberarse de toda
privacidad, inclinación, creencias y opiniones sin fundamento: prejuicio, dogmatismos y
cosmovisiones (ideología) a la hora de hacer un examen público a toda doctrina.
Sabe usted bien que yo no suelo ver las objeciones racionales solamente por el lado
de su posible refutación, sino que procuro, al mismo tiempo, entretejerlas con mis
propios juicios y les doy el derecho a echar por tierra todas las opiniones anteriores
que haya podido acariciar. Siempre confío en que, enfocando imparcialmente mis
juicios desde el punto de vista de otros, pueda llegar a obtener una tercera cosa que
aventaje a lo que anteriormente pensaba. (Kant, citado en Arendt, 2003, p. 83)
Con esto, el pensar por sí mismo se da en la misma medida de tener la capacidad de pensar
poniéndose en el lugar de los demás, ello con el fin de aprehender e imaginar los distintos
discursos con los cuales ensanchar el propio juicio, es decir, que el pensamiento crítico se
basa en hacer uso autónomo del propio entendimiento, y al mismo tiempo aprehender los
demás juicios como un acto heurístico con el cual poder tener un panorama más amplio de
los distintos puntos de vista en el instante de hacer el juicio político, siendo así entonces que
se ejerce el modo de pensar-juzgar extensivamente.
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A este objetivo solo se llega cuando al situarse desde los demás puntos de vista la
imaginación logra, junto al juicio, que las personas se representen aquellos puntos de vistas
que pertenecen a los demás actores políticos. Es decir, esta capacidad de aprehender por el
pensamiento y por la imaginación los juicios de los demás permite que en el acto del
reconocimiento comunicativo las personas se relacionen unas con otras, “comparando
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[nuestro] juicio con otros juicios no tanto reales como más bien meramente posibles, y
poniendo[nos] en el lugar de cualquier otro” (Kant, citado en Arendt, 2003, p. 84),
permitiendo de este modo que los agentes se lleguen a imaginar los asuntos desde un lugar
en el escenario público político que de hecho no están.
Para esto, Habermas (1992) propone que las emisiones simbólicas racionales u opiniones
con pretensiones de validez con las que se comunican los sujetos políticos se encuentran
cimentadas en los siguientes tres mundos y tres actos del habla:
El segundo mundo es el mundo social, el cual se fundamenta por una rectitud normativa
que hace referencia a un mundo de la vida en la que socializan los participantes bajo el
compartir ciertos valores que tiene en común. Dentro de este mundo de la vida, que se puede
relacionar con el espacio público político de Arendt2, los sujetos que hacen parte tienen la
posibilidad de relacionarse mediante un acervo de saberes, los cuales pueden ser
interpretados y producidos por ellos mismos en la interacción comunicativa con la que
socializan en el mundo de la vida. Y en esta producción de nuevos saberes por sujetos con
capacidad de acción y discurso se crean nuevo estado de cosas en el mundo gracias a los
actos del habla ilocucionarios.
Y el tercero es el mundo subjetivo, cuya acción está cimentada en los actos del habla
perlocucionarios, esto es, actos del habla con los que se quiere causar algo en los otros
actores. De aquí que de este mundo subjetivo se pretende por parte del hablante una
veracidad expresiva, que sea autónomo y consciente de las emisiones simbólicas (opiniones)
que emite ante los demás actores.
Por ello en la interacción con los otros cada sujeto hablante tiende a generar con sus juicios
una imagen o impresión de sí mismos en las que manifiesta sus intenciones y su identidad
junto con sus vivencias, visto que como se verá más adelante con Ricoeur, hay que “[…]
tener en cuenta el hecho de que el enunciador y el agente tiene una historia, son su propia
historia” (Ricoeur, 2006, p. 134). Historia que el hablante puede escrutar desde ese diálogo
silencioso de sí consigo mismo y que puede escenificar mediante los juicios que emite ante
los demás cuando da sus apreciaciones y al significar el mundo.
De este modo, y hecha esta identificación de estos tres mundos y actos del habla,
Habermas propone sintetizarlos bajo el concepto de acción comunicativa. Ello con el fin de
generar ese puente con el cual se pueda dar las pretensiones de validez de las emisiones
simbólicas con las cuales se quiere llegar a un reconocimiento intersubjetivo en una situación
y contexto dado, y con el que los actores políticos cimientan un entendimiento y un acuerdo
2
Habermas (2000) en el perfil filosófico y político que hace de Alfred Schütz afirma que ese “espacio
fenoménico” que es el espacio público y que Hannah Arendt como politóloga se dedicó a rastrear las formas en
cómo él debe de ser instituido, Alfred Schütz lo analizó bajo el concepto husserliano de “mundo de la vida” con
la finalidad “descriptiva de cómo funciona de hecho este espacio fenoménico que constituye el horizonte de la
vida diaria” (p. 358).
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común. De aquí que con esto tres mundos y actos del habla Habermas encuentra “la
existencia de una conexión interna entre cuestiones de significado [de cada acto del habla] y
cuestiones de validez. Entender una manifestación simbólica significa saber en qué
condiciones podría aceptarse su validez” (Habermas, 1992, p. 189).
En tal sentido, en el de posibilitar las condiciones con las cuales se erige un aceptar como
valida una emisión simbólica, con la acción comunicativa, en primera instancia, las emisiones
simbólicas del sujeto se corresponden con un estado de cosas en el mundo. Para que así en
segunda instancia sean reconocidas y aceptadas dentro de un mundo de la vida en el que
socializan los actores políticos, y de este modo poder comenzar un nuevo estado de cosas en
el mundo a partir de la capacidad que tiene toda persona para iniciar e insertar nuevas cosas
dentro del mundo compartido con otros. Para que, en una tercera instancia, con estas
emisiones que hace el sujeto dentro del mundo de la vida, él se manifieste dramatúrgica o
narrativamente junto a sus vivencias y se afirme con una identidad dentro del espacio público.
Esto implica que las emisiones simbólicas se hacen valer cuando su manifestaciones
entablan una relación con un estado de cosas en el mundo físico, social y subjetivo, puesto
que así el juicio toma carácter racional, lo que da a su vez una motivación a los demás actores
políticos a tomar la postura de emitir juicios racionales con el cometido de que sus juicios
sean válidos y aceptados intersubjetivamente. Puesto que con esta motivación los actores
políticos con el propositito de ser reconocidos intersubjetivamente y llegar a un
entendimiento racional, se relacionan en un mundo en el que “se presentan unos frente a otros
con pretensiones de validez que pueden ser reconocidas o puestas en cuestión” (Habermas,
1992, p. 143).
De hecho, con las mismas pretensiones de validez que emite cada actor político se trata
de dar diversos puntos de vistas sobre la situación, pero para que estas pretensiones no queden
emitidas unilateralmente, y para que sean recocidas en un plexo intersubjetivo, los actores
políticos se ven en la situación de emitir juicios en la acción comunicativa y de pensar-juzgar
extensivamente, porque “para ambas partes la tarea de interpretación [de la situación]
consiste en incluir en la propia interpretación la interpretación que de la situación hace el
otro” (Habermas, 1992, p. 145).
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Por lo tanto, las pretensiones de validez y aceptación con las cuales se alcanza un
reconocimiento comunicativamente están precedidas por una interpretación y comprensión
de los enunciados racionales de los demás actores que han de ser tenidos en cuenta para
formar los propios enunciados. En virtud de que con esta manera de proceder se erige la
oportunidad de que a los sujetos políticos se les ensanche la posibilidad de tener la pretensión
de entenderse, reconocerse y coordinarse en las posibles acciones a las que llegan a partir de
la deliberación, del consenso común o del entendimiento que a su vez otorga el “realizar cada
uno sus propias intenciones” (Habermas, 1992, p. 162). Además, que esta interpretación de
los enunciados de los demás con los cuales el sujeto político ensancha su propio juicio en
virtud de llegar a un entendimiento se basa en el aceptar la validez racional de los enunciados
de los demás.
Estos enunciados que suceden en el pensamiento del otro, y que precisamente le es ajeno
a los demás sujetos políticos, se orientan a una comunicación con miras a un entendimiento
gracias al reconocimiento de los juicios que se erige en virtud de la imaginación
representativa y su concomitante pensar-juzgar extensivamente.
He aquí que esta argumentación conduce a decir, en primer lugar, que tanto el poder
comunicativo como la acción y el reconocimiento comunicativo descansan en la misma
pluralidad de sujetos políticos que pueden interactuar e interpretarse los unos con los otros
en las deliberaciones con las cuales llegar a un entendimiento para actuar en concomitancia.
Y, en segundo lugar, esta estructura plural presupone un significado de poder comunicativo
plural que Habermas identifica en Hannah Arendt bajo un poder que tiene la finalidad de
salvaguardar la identidad personal y comunitaria, por ello Habermas (2000) arguye que
Por lo demás, el mundo de la vida viene definido por la tarea de asegurar la identidad de
los individuos y de los grupos en el espacio social y en el tiempo histórico. En la acción
comunicativa los individuos aparecen como seres inintercambiables y se manifiestan en
26
su subjetividad. A la vez que tiene que recocerse unos a otros como seres responsables de
sus actos, esto es, como seres capaces de un entendimiento intersubjetivo. (p. 209)
De forma que el poder de la acción y reconocimiento comunicativo descansa entonces en
la capacidad que tienen los actores políticos en llegar a un entendimiento en una
comunicación sobre una acción común. Y como tal, el poder comunicativo que se ejerce en
el espacio público-político es un poder que tiene sus cimientos en la pluralidad y en los juicios
representativos de sujetos políticos, los cuales se reúnen para deliberar y actuar en común
acuerdo. De este modo que el poder comunicativo, según Habermas, lleva en sí mismo una
comunicación libre de coacciones que de igual manera reside en pretensiones de validez
racional que es connatural al habla, y afirma: “el poder se forma en la acción comunicativa,
es un efecto grupal del habla en la que el entendimiento se convierte para los participantes
en un fin en sí mismo” (Habermas, 2000, p. 208), y en consecuencia el poder comunicativo
está “anclado en el reconocimiento fáctico de pretensiones de validez resolubles
discursivamente y, susceptibles en principio, de crítica” (p. 222).
De forma que con este querer interpretar, comprender y aceptar las pretensiones de
validez de los juicios de los demás con el pensar-juzgar extensivamente, el reconocimiento
comunicativo recoge de Habermas esta pretensiones de validez que son suscitadas desde la
acción comunicativa que descansa en los actos del habla locucionarios, ilocucionarios y
perlocucionarios. Esta síntesis de estos tres actos del habla en la acción comunicativa tiene
como cometido darles a los juicios un estatuto de racionalidad y por ende de validez.
En efecto, el mismo acto del reconocimiento comunicativo, con el cual los actores
políticos deliberan e interpretan una situación en concomitancia con miras a un
reconocimiento intersubjetivo y en un entendimiento sobre las mismas acciones a llevar a
cabo, se cimienta desde el tener una mayor panorámica de puntos de vistas interpretativos de
la situación desde la imaginación representativa, la cual conlleva al pensar-juzgar
extensivamente, consolidando la posibilidad de incluir en nuestros juicios las
interpretaciones racionales de las situaciones de los demás participantes, y así nos permite
juzgar como actores políticos sensatos.
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de [que] los productos de la acción, como vicisitudes, hazañas y palabras [con las que
nos relacionamos son de] por sí mismas tan transitorias que apenas si sobrevivirán a
la hora o al día en que aparecieron en el mundo, si no fuera porque el hombre las
conserva primero en su memoria, porque de ellas hace relatos. (Arendt, 1996, p. 221)
La anterior cita implica que el cometido con que la polis se instituye, es para crear ese
espacio en el que acciones y palabras tomarían una permanencia y duración, como también
dejarían de ser “transitorias”, pues con la polis las acciones y palabras de los agentes
encontraron un lugar en el cual pueden ser conocidas por la memoria, no solo personal sino
también colectiva, para así ser recordadas y narradas. Por eso la polis es el espacio en el que
se reconocen y salvaguardan la acción y la palabra que todo héroe homérico necesitaba para
ser agente de grandes gestas.
Y en tal sentido con la polis se llega a fundar ese lugar donde la palabra y la acción se
aseguran junto con la grandeza de los nuevos acontecimientos que surgen del poder obrar
conjuntamente, en efecto, “la fundación de la ciudad es la fundación de una memoria que
narra las acciones y las gestas, y consienten que de alguna manera estas sean inmortales por
el recuerdo y su transmisión” (Bárcena, 2006, p. 101). Siendo entonces que con la
institucionalidad de la polis se erige un espacio en el que las acciones no quedan en un
anonimato ni en un olvido, sino que ellas son conocidas y reconocidas por las palabras con
las que se quiere explicar y narrar las acciones en virtud de que las palabras con las que se
narra son la memoria de la acción, como también son las que “produce este compartir-el-
mundo-con-los-demás” (Arendt, 1996, p. 234).
Asimismo, el espacio público-político es esa memoria que hace perdurar nuestros actos y
palabras, también otorga la posibilidad de que con nuestras opiniones nos afirmemos en el
mundo a la vez que manifestamos nuestra identidad, esto es, nos da la posibilidad de ser
vistos y escuchados, de aparecer ante los demás actores políticos tal y como es nuestra
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De aquí que también el opinar y hacer juicios dentro del mundo de la vida sea narrar
[story] nuestra identidad personal junto a nuestras vivencias que se revela a modo de
apariencia “porque aparecemos y desaparecemos y porque en este ir y venir dejamos un rastro
una historia posible […] un testimonio, una palabra que narre lo extraordinario de la llegada
del hombre al mundo” (Bárcena, 2006, p. 122). Por ello, la polis es la memoria y el lugar en
el que cada uno se manifiesta en calidad de actor político con pretensiones de validez y de
reconocimiento de su identidad dentro del mismo espacio público que es un mundo en el que
podemos aparecer y dar testimonio de nuestra identidad mediante el juicio reflexivo y
representativo.
Y dado a que es precisamente con estos juicios representativos con los que se narra, y se
dialoga con otros, es con ellos con los que se crea un puente hacia una memoria, en la que
las palabras y las acciones con que cada agente se relaciona con los demás son y serán
reconocidas y perduran bajo al egida de la amistad, porque en el diálogo amistoso, en el que
se juzga extensivamente y se ejerce el reconocimiento comunicativo, se puede comprender,
reconocer y recordar la identidad que es narrada en el momento en que se da el testimonio
en el espacio público. Por lo cual,
se adentren a compartir y comprender el mundo público político desde el punto de vista del
otro. Puesto que, al relacionarse cada sujeto político, cada uno hace praxis del
reconocimiento comunicativo y al ejercicio del pensar-juzgar extensivamente, porque
mientras que el intercambio de palabras en la amistad se sustente en la polis, como esa
memoria que permite al mismo tiempo referirse a un mundo común que se manifiesta para
discutirlo en amistad, la polis será ese espacio en el que dejar huellas mnémicas que serán
reconocidas, recordadas y narradas por otros.
Por eso mismo, la amistad política es la manera en que la violencia no insurge ante la
autoridad de la palabra y el acto libre que se manifiesta en el campo público político, pues la
amistad política es tanto la hacedora y también la guardiana de la memoria que es la polis de
los actos humanos, como también es la que permite pensar juzgan representativamente en el
acto del reconocimiento comunicativo.
dar cuenta de un mundo, comprenderlo, darle sentido, y reconocer a otros a manera de actores
políticos con derecho de participar en los asuntos, y de fundar un estado de cosas en la polis,
que de igual manera serán recordados.
Por esta razón, el mundo es aquel espacio que los hombres y mujeres han construido para
relacionarse los unos con los otros, poder comprenderlo, comenzar nuevas cosas en él y poder
dejar ese testimonio con el cual ser recordados y reconocidos. Es un espacio común a todos,
en el cual se llega a dar cuenta de una realidad objetiva y experimentarla tal y como es en
cuanto que el asunto particular se manifiesta, ante una pluralidad de participantes, en calidad
de ser un fenómeno político plural.
son las distintas ideas de los demás, el juicio tomara sabiduría practica y por tanto sensates
ante las acciones y discursos de los demás.
Con estas facultades cada sujeto político se interrelaciona con los demás en virtud de
desarrollar las propias aptitudes y capacidades políticas. Y en tal sentido, los agentes con
estas facultades, y a razón de seres plurales tal y como se desarrollan en la socialización en
un espacio público, logran desarrollar en cada uno de ellos mismo una “[…] naturaleza [de]
iniciar [ser iniciadores: beginners] y, por lo tanto, establecer inicios a lo largo de nuestras
vidas” (Arendt, 2003, p. 32), debido a que cada hombre y mujer en la medida en que es capaz
de socializar con el otro mediante la acción y el discurso es un nuevo comienzo.
que se dice. De modo que con el mantenimiento de sí consecuente con lo que se dice, aparece
la responsabilidad, que bajo la concepción lucida de Ricoeur consiste en que (1996)
No haber nacido es la mayor de las venturas, y una vez nacido, lo menos malo es volver
cuanto antes allá de donde es uno venido.
Sófocles.
Con el anterior epígrafe termina Hannah Arendt su libro Sobre la revolución, y cuenta Arendt
que el mismo Sófocles, por medio de Teseo quien fuera el fundador de Atenas, afirma que la
razón por la cual es “[…] posible que los hombres corrientes, jóvenes y viejos, pudiesen
soportar la carga de la vida: era la polis, el espacio donde se manifiestan los actos libres y las
palabras del hombre, la que podía dar esplendor a la vida” (Arendt, 2013, p. 465). Y en este
sentido, en el de la carga gravosa de la vida, Ricoeur (1996 & 2006) con su hermenéutica del
sí mismo, plantea una fenomenología del hombre capaz de modo que él sea agente y
sufriente, y que se atestigua en concepto de ser una certeza en el mundo en estas dos
cualidades del Ser. Y de aquí que el hombre capaz de obrar, en cuento se adentra a la trama
de las relaciones humanas de las que hace parte el otro distinto de sí, entra en la desventura
33
en la que deviene la vida, muchas veces por la violencia que genera otro, y hace de este un
ser sufriente; pero, este entrar en relación con el otro distinto de sí también hace a este ser
capaz un agente de grandes gestas, cuya faceta Arendt identifica, siguiendo al trágico
Sófocles, como la manera en la que se hace posible soportar y darle esplendor a la vida en la
polis, y que Aristóteles puso bajo la égida de la amistad, la philia.
De esta forma Ricoeur comienza su fenomenología del hombre capaz desde el poder-
hacer soportable la vida en la polis a partir de la dialéctica de la identidad del sí mismo (ídem)
con la identidad del otro distinto de sí (ipseidad) que permite que todo agente se atestigüe y
se reconozca como un qué (carácter) y un quién reflexivo capaz de introducir nuevos eventos
al mundo de la vida compartido con otros.
Y con esto último, en el compartir con el otro, la dialéctica de sí mismo con lo otro distinto
de sí no solo se remite a la constitución del sujeto desde la experiencia consigo mismo, sino
que para que ella esté completa, todo sujeto también se atestigua y reconoce mediante la
experiencia relacional con una alteridad mundana ineludible. Y en tal medida “las
capacidades en cuestión no son solo atestadas por individuos, sino también reivindicadas por
colectividades y sometidas a la apreciación y a la aprobación pública” (Ricoeur, 2006, p.
173). En consecuencia, en la atestación de sí se evidencia un sujeto que se inquieta en dos
fases, la primera es el encuentro reflexivo consigo mismo que le hace reconocerse en sentido
de un sujeto capaz de decir, actuar, contar-se, al igual que de imputarse de aquellas acciones
que dice hacer y narra. Y en la segunda se atesta con aquellas virtudes en concepto de ser un
sujeto que tiene las aptitudes para interrelacionarse con alteridades mundanas en igual de
condiciones y capacidades.
Y es precisamente en esta doble relación con la alteridad (con el otro de sí mismo que es
la identidad ipse, y con el mundo plagado de alteridades con las mismas capacidades) en la
que el sujeto es un cogito herido y sufriente (Melet, 2015), puesto que el sí mismo se
atestigua en su actuar como un ser finito, efímero y limitado en su mismo actuar, que las
circunstancias en las que se despliegan sus acciones y discursos son cambiantes y hasta
azarosas, y también de su carácter inmemorial de muchos actos de su vida que no se dejan
recordar en la narrativa. Como también es sufriente ante las acciones de los demás, acciones
34
Pero, es este sujeto sufriente y herido el que permite a su vez adentrar en una
fenomenología del hombre capaz a modo de formar una resistencia ante el mundo hiriente.
Siendo entonces el hombre capaz un resistir mediante la atestación y la fuerza de ser un “[…]
conatus, esfuerzo y deseo por resistir en la existencia” (Ricoeur citado en Malet, 2015, p. 6)
juntos a los demás. Es decir, que en la relación consigo mismo y con el otro distinto de sí se
edifica un vivir-juntos, cuyo erigir se encuentra desde la certeza de su propia existencia como
un conatus, deseo de afirmarse en la existencia mediante la atestación y la confianza y la
estima de sí mismo y del otro como un hombre capaz y frágil que se relaciona con una
alteridad tanto intima (ipseidad) y también mundana en el momento de iniciar nuevos hechos
en el mundo.
De ahí que este hilo argumentativo de Ricoeur lleva a reconocer que su hermenéutica del
sí y su filosofía del actuar humano no se ocupa solo en su capacidad de hablar, de acción y
narrativa, sino que ella también hace su recorrido por la vulnerabilidad y fragilidad de los
hombres, es decir, a los hombres no solo se los toma en su pluralidad y en la potencialidad
de ser actores con la capacidad de comenzar e insertar nuevas cosas en el mundo público
político, sino que también hay que concebirlo en calidad de pasividad, fragilidad,
receptividad, y limitaciones.
Para iniciar el desarrollo de una fenomenología del hombre capaz, el filósofo francés parte
desde lo que Bernard Williams significó como “reconocimiento de responsabilidad” y
“centros de decisión”. Y para comenzar este derrotero nuestro autor se remite a Aristóteles,
35
esto con el fin de encontrar en este periodo, si bien no dentro de un marco filosófico del sí
(ipseidad) como reconocimiento de sí mismo, por lo menos sí un reconocimiento desde la
capacidad lingüística que desarrolla Aristóteles en su Ética.
En este orden de ideas, el reconocerse a sí mismo sea el darse cuenta de que se es alguien
con las capacidades de realizar ciertas actividades, y que en esta medida es responsable de
ellas, pues el hombre que se reconoce responsable se reconoce como centro de decisión. Y
en este acto de reconocimiento, el hombre toma conciencia de que es causa y principio de las
acciones y de que las palabras con las que delibera (boulésis) lo que él mismo puede llegar
hacer, las cuales son las mismas que justifican y les da brillo a sus actos. En otras palabras,
el ser capaz por medio de la acción-discurso de crear acontecimientos, es ser “centro de
decisiones”, es saberse dueños de las acciones con las que se puede cambiar un estado de
cosas en el mundo y tener la capacidad de que surjan nuevas experiencias y sentidos
inesperados.
En tal caso son los propios agentes los que tienen, en primer lugar, la responsabilidad de
darle al mundo un cambio, y en segundo lugar la responsabilidad de imputarse como agentes
de sus actos, puesto que, aunque
[…] un agente sea causa por el solo hecho de que advenga, por su acción, un nuevo estado
de cosas; que se le pueda culpar de ello y exigirle reparación; que, sin embargo, haya actuado
en un estado anormal, por infortunio, deshonra, causa sobrenatural: este trastorno complica
el estado de cosas sin que el agente deje de ser aition. (Ricoeur, 2006, p. 101)
Por ello, el ser principio (arché) de toda acción es la manera con la que el análisis del
reconocimiento de responsabilidad logra progresar bajo el sentido del deseo deliberado
(boulésis) en las acciones. Para esto, Ricoeur se remitirá desde el plano filosófico y
lingüístico a Aristóteles y a su teoría del mesotes.
De aquí que Aristóteles, a partir de la teoría del mesotes, busque el término medio con el
cual encontrar la guía de toda acción para que sea virtuosa y loable, y que de igual manera
dependa del mismo agente que delibera qué acción hacer. Búsqueda que pretende poner a los
agentes en el lugar de ser la causa de las acciones en cuanto que ellos, de acuerdo con su
virtud o sus vicios (sus modos de ser), son los generadores de las acciones, porque “tanto la
virtud como el vicio están en nuestro poder” (Éti, Nic., III, 5, 1113b 5-10). Y en tal tenor, los
hombres son el principio de sus acciones por excelencia o por defecto, puesto que ellos se
erigen con el carácter de ser el “centro de decisiones” y los que se reconocen como los
responsables de ellas.
De esta forma, lo que el filósofo Estagirita busca en su Ética es que la virtud, siendo una
disposición (hexeis) para el actuar humano bajo una deliberación, ella es a su vez la función
humana (ergon) y acto que allana el camino a la felicidad o a la vida buena, la cual depende
(epi) del mismo (autos) agente. En efecto, al vivir bien se llega por medio de una disposición
virtuosa (areté) que se encuentra y depende del sujeto que actúa.
Con este depender de nosotros mismos es la forma en la que se pone a los hombres en la
línea de ser el centro de decisiones, resultando de ello que “la fuente [de la virtud y de la
felicidad] está en nosotros, en nuestras actividades. [Y] en esto reside la condición más
primitiva de lo que llamamos reconocimiento de sí mismo” (Ricoeur, 2006, p. 112), debido
a que es “en la decisión, [que depende de nosotros donde se] halla su concepto guía el
reconocimiento de responsabilidad” (p. 114), porque está en la voluntad (deseo-boulésis) de
cada sujeto en llevar o no llevar a cabo una acción. Por lo que la acción hecha por virtud o
por defecto se encuentra precedida por una deliberación del sujeto cuyo peso más específico
es lo que se está llamando “centro de decisión” y reconocimiento de responsabilidad.
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Por eso la decisión virtuosa (la prohairesis) está orientada desde el deseo (boulésis), que
es un tipo de voluntad que se encuentra delimitada por una deliberación hecha anteriormente,
pues “el objeto de la deliberación es algo que está en nuestro poder es deliberadamente
deseado, la elección será también un deseo deliberado de cosas a nuestro alcance” (Éti, Nic.,
III, 3, 1113a10) que se delibera a partir de la regla del justo medio, es decir, desde la sabiduría
práctica, pues el deseo será sopesado para que la decisión junto con sus medios no queden en
el mero parecer (Éti, Nic, III, 4, 1113a 15-30) y darle la fuerza de una ética razonada, debido
a que con la sabiduría práctica se razona las condiciones y los medios para la realización de
la acción en cuanto que se sopesa la situación.
Esta sabiduría práctica, a la vez que está fundamentada en las disposiciones adquiridas
(ipse- hexeis) y en el carácter habitual (idem-ethos) con que se dirige la acción según el punto
medio que el hombre prudente (phronimos), determina la búsqueda de lo mejor para los
agentes que deliberan con el fin de actuar conjuntamente.
En efecto, la sabiduría de juicio o práctica (phronesis) con la que logra deliberar el hombre
prudente es de acuerdo a la norma que se toma sobre el justo medio en cada función (ergon)
o virtud (areté), justo medio que se encuentra entre el exceso y el defecto, porque “si el justo
medio, en las virtudes morales, lo determina la regla (orthos logos) llamada también norma
(horos), esta es la obra de la sabiduría práctica” (Ricoeur, 2006, p. 117) que se toma de
acuerdo al hombre que delibera y a los demás hombres que deliberan junto a él; de esta
manera el hombre sabio toma la prudencia o sabiduría práctica para deliberar el bien supremo
de la acción (aition), inicio (archein) o de la decisión preferencial (prohairesis) teniendo en
consideración lo mejor para los hombres en la situación.
De todo lo dicho anteriormente se encuentra que los agentes toman cuenta de un estado
de imputabilidad en el “reconocimiento de responsabilidad” y que son “centro de decisión”
cuando ellos con la sabiduría práctica (phronesis), la virtud y su concomitante deliberación,
toman la decisión y la acción preferencial. Pues desde Aristóteles se considera que toda
deliberación sobre las acciones futuras depende de nosotros mismo, concediendo de este
modo que los dos anteriores estados de imputabilidad en el momento de reconocerse como
principio (arché) de la sabiduría práctica es “ese discernimiento, esa mirada en situación de
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incertidumbre, dirigida a la acción que conviene” (Ricoeur, 2006, p. 119) a los hombres
políticos (zóon politikos).
De esto, que se pueda identificar que, en cuanto que los agentes se interpretan deliberantes
y prudentes ante las acciones, son ellos los que se constituyen en una certeza de que son el
“centro de decisiones” y logran un “reconocimiento de responsabilidad”, al tiempo que la
sabiduría práctica o de juicio a modo de ser la manera de sopesar la situación y su acción
conveniente, es la actividad de los que deliberan y que “Aristóteles incluso la remarco [la
phronesis] como opuesta a la sabiduría de los filósofos [y] significa obtener y tener la mayor
panorámica posible sobre las posiciones y puntos de vistas desde los que se considera y juzga
un estado de cosas” (Arendt, 1997, p. 112).
Y con este tenor, según Arendt, este tipo de discernimiento es lo que Aristóteles designó
como phronesis, que consiste, y en esto se asemeja a la capacidad de la imaginación y del
pensar extensivamente que vemos en Kant, en que con la sabiduría de juicio se logra tener
un panorama más amplio de la situación y de las acciones futuras. Es decir que el
descernimiento nos permite que sean prudentes tanto los juicios que dependen de nosotros
como nuestras acciones, y que en esta medida vinculemos en nuestros juicios, los juicios de
los demás para tener un panorama más amplio con el cual poder ser mediante nuestras
virtudes fuente de aition y de archein en el escenario publico político.
Por tanto, el análisis ricoeuriano de la fenomenología del hombre capaz que se inicia a
partir del mundo clásico griego, y que siguiendo a Bernard Williams se significó con el
“reconocimiento de responsabilidad” y “centros de decisión”, otorga que los actores políticos
se constituyan en seres capaces de ser “centros de decisión”, de pensar-juzgar
extensivamente en las deliberaciones (boulésis) que dependen de ellos mismos en virtud de
llegar a un entendimiento racional e intersubjetivo de futuras acciones (Habermas) y
responsables de estas capacidades.
3
Hannah Arendt es recurrente en utilizar a Sócrates y a Kant a modo de ejemplos de este diálogo silencioso
que se llama pensamiento, y cita el Gorgias platónico en el que se dice: “es mejor […] que muchos hombres
no estén de acuerdo conmigo y me contradigan, antes que yo, que no soy más que uno, esté en desacuerdo
conmigo mismo y me contradiga” (2003, pp. 46-47). Y es este modo de pensar consecuente el que se encuentra
40
Significando esto que, dentro de la dialéctica existente entre la mismidad e ipseidad, esta
última le permite al sujeto tomar el estatuto de reflexividad sobre sí mismo e interpretarse en
el sentido de ser agente de acción, de ser el autor de lo que hace en cuento que es “centro de
decisión” de la acción y que por ello depende de él. En efecto, con la identidad ipse se adentra
a una identidad reflexiva que le permite al sujeto señalarse como un “¿quién?” que está
inmerso en la historia y en la acción, y que a su vez reflexiona sobre sí mismo en la historia
narrada (story).
Este hecho paradigmático es el que le permite a Ricoeur reflexionar sobre las capacidades
con las que el hombre se encuentra en confianza de reconocerse a sí mismo y a los demás
dentro del campo práctico. Siendo entonces que con el verbo modal en primera persona
“puedo” se “constituye la espina dorsal del análisis reflexivo [ipse], en el que el "puedo",
considerado en la variedad de sus usos, proporcionaría su mayor amplitud a la idea de acción
tematizada por primera vez por los griegos” (Ricoeur, 2006, p. 123). Estos usos que se
desarrollaran a continuación y como se ha afirmado en distintas ocasiones son el poder decir,
poder hacer, poder narrar-se, poder imputarse y hacer promesas, “verbos que hacen referencia
a las filosofía del lenguaje, la filosofía de la acción, la narración y la moral” (Franco, 2014,
p. 6).
Por otra parte, vale aclarar que la temática de imputación siempre estará latente en el
transcurso de la fenomenología del hombre capaz, puesto que el concepto de imputación hace
que se tenga siempre presente que el sujeto se adscribe y se reconoce responsable de las
en Kant en el desarrollo de la razón práctica “cuyo centro es el libre albedrío” (Arendt, 1996, p. 156), que se
fundamenta desde ese diálogo silencioso y que da una ley práctica.
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palabras y los actos que hace que ocurran intencionalmente, llegando al punto álgido de
reconocimiento en la imputación a él mismo en la narrativa como personaje de acción.
De este modo, se toma de nuevo los actos del habla que van desde los locucionarios,
ilocucionarios y perlocucionarios, también a la semántica y la pragmática, pues la filosofía
del lenguaje desde la pragmática que Ricoeur designa como organon, será ese puente que
edificará el paso del poder asignarse a sí mismo desde el decir, al poder asignarse a sí mismo
desde el actuar (filosofía de la acción), de igual manera que lo será hacía la analítica de la
narratividad en el asignarse personaje de acción dentro de una historia narrada. Es decir, que
con la pragmática y la interlocución se abre el camino hacia un estudio del quién, que va
avanzando cada vez más al reconocimiento de sí mismo y que alcanza su punto cumbre en la
narratividad.
En esta medida los ciudadanos aparecen en el lugar de ser los creadores y portadores de
los temas de los que se deliberan y con los que interaccionan comunicativamente, esto es,
que los ciudadanos se manifiestan en virtud de ser generadores de la práctica de un
reconocimiento comunicativo que es la dinámica misma del mundo de la vida (Schütz-
Habermas) o del mismo espacio público político (Arendt).
42
Esta dinámica comunicativa genera así un poder que, en la medida en que se habla sin
coacciones entre personas iguales y libres, se mantiene en auge tanto el espacio de aparición
como el mismo diálogo, puesto que el poder hablar sin coacciones es el presupuesto
ontológico mismo del espacio público político, de la misma opinión y de la posibilidad de
llegar a acuerdos y cooperaciones intersubjetivas.
Para estas pretensiones, Ricoeur (1996 & 2006) desarrolla dentro de su fenomenología del
hombre capaz la capacidad del hablar, y para ello se adentra en la semántica, pragmática y
en los actos del discurso con el cometido dar respuesta a la pregunta ¿quién habla? De igual
forma Habermas (1992) propone dentro de su programática de la acción comunicativa una
antropología pragmática con la cual llegar a una autonomía de las decisiones en un
entendimiento y reconocimiento intersubjetivo, y para esto, también se adentran en los actos
del habla y en la pragmática. De manera que se tomaran a estos dos autores para desarrollar
la capacidad de poder decir dentro de la construcción teórica del reconocimiento
comunicativo.
En este orden de ideas, Habermas siguiendo a Austin significa bajo qué dinámicas se
identifican cada uno de esto tres actos del habla, los cuales Ricoeur (1996 y 2006) emplea
para caracterizar el poder decir del hombre capaz con el fin de que cada agente se autodesigne
en la interlocución. Con esta temática, el filósofo alemán se adentra a una programática y
antropología de una pragmática formal que posibilite mediante los actos del habla llegar,
tanto a un reconocimiento de sí como a un reconocimiento y entendimiento intersubjetivo
que se encuentra inherente a la acción comunicativa, y por tanto, “los actos del habla
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Con los actos locucionarios el hablante expresa estados de cosas; dice algo. Con los actos
ilocucionarios el agente realiza una acción diciendo algo. El rol ilocucionario fija el modo en
que se emplea una oración ('M p'): afirmación, promesa, mandato, confesión, etc. En
condiciones estándar el modo se expresa mediante un verbo realizativo empleado en primera
persona del presente de indicativo; el sentido de acción se pone particularmente de manifiesto
en que el componente ilocucionario del acto de habla permite la adición de hiermit (hereby,
«por la presente»): «(por la presente) te prometo (te ordeno, te confieso) que p». Por último,
con los actos perlocucionarios el hablante busca causar un efecto sobre su oyente. Mediante
la ejecución de un acto de habla causa algo en el mundo. Los tres actos que distingue Austin
pueden, por tanto, caracterizarse de la siguiente forma; decir algo; hacer diciendo algo; causar
algo mediante lo que se hace diciendo algo. (Habermas, 1992, pp. 370-371)
De aquí resulta la concepción que con los actos del habla se da el primer paso para la
autodesignación en la interlocución, puesto que con la anterior caracterización se puede
aseverar que ellos permiten que la pragmática y la semántica entren en cierta dialéctica. Y
esto debido a que en una situación y contexto dado (pragmática) los actos del habla
ilocucionarios se remiten, con su significado (semántica) a un estado de cosas en el mundo,
y por tanto “[…] el enfoque reflexivo [la pragmática] se articula sobre el enfoque referencial
[la semántica] mediante la teoría de los actos de discurso” (Ricoeur, 2006, p. 127), con el fin
de que con la misma filosofía del lenguaje el sujeto de la enunciación sea un sujeto que se
autodesigne en la interlocución (pragmática) como se desarrollara a continuación.
Siguiendo esta línea Ricoeur entiende que por medio de los actos de discurso el hombre
capaz puede garantizar lo que anteriormente con Aristóteles se categorizó como deseo
deliberado y acción sensata, y poder considerarse reflexivamente mediante el poder decir y
el poder deliberar a modo de causa o iniciadores. En este objetivo, se toma los actos de
discurso ilocucionarios, y también la pragmática moderna para afirmar que el hablar deviene
en “hacer cosas con las palabras” (Austin citado en Ricoeur, 2006, p. 126) o “hacer diciendo
algo” (Habermas, 1992, pp. 370-371).
Precisamente con estas afirmaciones se adentra a los actos del habla ilocucionarios y con
ellos en un enfoque reflexivo y de la autodesignación, puesto que los enunciados ya no solo
se limitan a una semántica ortodoxa, sino que ellos le dan paso a la enunciación dentro de la
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interlocución, puesto que, con “[…] la enunciación, cuya teoría de los actos del lenguaje
(speech-acts), […] pasamos de una semántica, en el sentido referencial del término, a una
pragmática, es decir, a una teoría del lenguaje tal como se emplea en determinados contextos
de interlocución” (Ricoeur, 1996, p. 18). Es decir, los actos del habla que se someten a los
escenarios y contextos particulares en los que se manifiestan los interlocutores, son con los
que se reconocen los agentes de las acciones del habla.
Porque con un enfoque pragmático se constituye una filosofía del lenguaje reflexiva (ipse)
con la que se manifiesta el “¿quién habla?”, puesto que dentro de la interlocución el poder
decir tiene un instrumento reflexivo con el cual valorar la enunciación y su enunciado que
hace realizable un manifestar de los agentes, y este elemento es la fórmula sintáctica en la
que se habla en primera persona del singular indicativo: “yo juzgo que…”, cosa que implica,
a su vez, que los agentes puedan reconocerse como capaces de crear un discurso sensato, que
se desarrollar dentro de un acuerdo de reglas comunes.
En este punto, Habermas, al igual que Ricoeur, hablan de un marco normativo o del
mundo de la vida en el que el decir contiene un sentido y una dirección hacia algo o alguien
al que se le remite, una normatividad que se encuentra constituida desde la interlocución que
es: yo-tú que puede edificar un nosotros.
Por esta razón el hablar y expresar las emisiones simbólicas que se dan en la interlocución
“dependen de contextos situacionales que a su vez son fragmentos del mundo de la vida de
los participantes en la interacción” (Habermas, 1992, p. 358). Mundo de la vida en el que el
“[…] aspecto ilocutorio de todos los enunciados, incluido el que entrañan los propios
constatativos bajo las formas del «afirmo que…»” (Ricoeur, 2006, p. 127), se logra expresar
un “yo” ante un “tú” y un “nosotros” (comunidad) que puede juzgar el mundo desde sus
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vivencias para llegar a un común acuerdo, y que en este juzgar se autodesigna en “situaciones
de interlocución en las que la reflexividad contemporiza con la alteridad: la palabra
pronunciada por uno es una palabra dirigida a otro” (Ricoeur, 2006, p. 128).
En esta misma línea Habermas señala que el éxito de los actos del habla ilocucionarios
está en el plexo de relaciones interpersonales de una comunidad en el que los actores en la
comunicación entran en relación con la alteridad, llegando a entenderse entre ellos cuando
juzgan sobre algo en el mundo, de manera que este éxito comunicativo se produce mientras
que los actores hagan parte de el mismo mundo de la vida de la comunicación que constituye
el mismo cimiento de entendimiento y reconocimiento.
Por lo cual, cuando el decir deviene en hacer por medio de actos ilocutivos y performativos
bajo la forma sintáctica de “yo prometo que…” “yo afirmo que…” el “yo” que es señalado
como sujeto de la oración y de acción dentro de una situación de interlocución, se manifiesta
desde el punto de vista sintagmático a modo de ser irremplazable, y que Ricoeur siguiendo a
G. G. Granger señala como anclaje, debido a que el “yo” del acto ilocucionario es señalado
en primera persona del singular insustituible y distinta de otra, es el sujeto y persona hablante
que utilizando los deícticos espaciotemporales habla aquí y ahora.
En síntesis, para los sujetos que conllevan la práctica del reconocimiento comunicativo,
el momento de reconocimiento de sí desde el poder-decir esta arraigado en el acto del habla
ilocutivo, en el que se descubre que la enunciación: “yo prometo que…”, se está remitiendo
a una persona que se atestigua o reconoce dentro de la situación de interlocución como
enunciador, es decir, con la formula ilocutiva el “yo” que siempre se dirige a un “tú”, y que
incluso puede referenciar a un “nosotros” dentro de un contextos dialogal, está determinado
por la sintaxis, la pragmática y los deícticos aquí y ahora; de manera que la persona está en
la circunstancia de reconocerse y reconocer en la interlocución a los demás como seres
capaces de decir e irremplazables en su subjetividad dentro del mundo de la vida.
Además, con los actos del habla ilocutivos no solo se manifiesta el “yo” que dice, sino
que este decir es también un hacer, y por ello “si decir es hacer, es en términos de acto como
hay que hablar del decir [de forma que] el lenguaje se inscribe en el plano mismo de la
acción” (Ricoeur, 1996, p. 21) dándose la posibilidad de que decir y hacer por medio de los
46
Por ello, dentro del carácter contextual en el que se emplean los actos del habla locutivos,
ilocutivos y perlocutivos, las realizaciones de discusión racionales en virtud de una validez
en los enunciados con miras a un entendimiento, en el que se manifiestan las personas como
autónomas e irremplazables en sus discursos, es lo que Ricoeur (1996) valora en Habermas,
y afirma el filsoofo francés, señalando plausible el direccionar del filósofo alemán, que:
[una] «comunidad ilimitada de comunicación» no tiene otra función que enunciar, en el plano de
las presuposiciones, la perfecta congruencia entre la autonomía del juicio de cada uno y la espera
del consenso de todas las personas concernidas en la discusión práctica. (pp. 310-311)
3.2.2. Reconocimiento comunicativo desde el poder-actuar:
Al igual que la anterior capacidad, la capacidad del poder hacer, si bien se ha tematizado,
se ha hecho de una manera indirecta. Así que, para adentrarse de manera directa a una
filosofía de la acción, y siguiendo la vertiente de Ricoeur (1988, 1996 & 2006), se toma como
punto de partida la semántica y pragmática de la acción, teniendo como fin el dar cuenta a la
pregunta ¿quién actúa?, y de atribuir al agente la capacidad de iniciar nuevos estados de cosas
en el mundo físico y social. Y también seguir constituyendo el concepto de reconocimiento
comunicativo en cuanto este está relacionado desde los actos del habal ilocucionarios con el
poder decir-actuar, y por ende con la iniciativa o natalidad.
Con tal objetivo, con el reconocimiento comunicativo se quiere significar a los actores
políticos, por una parte, en su aptitud de ser iniciadores que se reconocen y adscriben
intersubjetivamente como agentes que introyectan nuevos hechos en el mundo de la vida, y,
por otra parte, a modo de agentes responsables de sus acciones. Siendo así que el
reconocimiento comunicativo llega a tener dentro de la capacidad de actuar un estatuto
ontológico que reside en la natalidad (Arendt) y que Ricoeur tematiza bajo el concepto de
47
iniciativa. Así pues “la iniciativa, diremos, es una intervención del agente de la acción en el
transcurso del mundo, intervención que causa, efectivamente cambios en el mundo”
(Ricoeur, 1996, p. 101) que se desarrollan dentro de un conglomerado de conceptos y
prácticas.
Por eso para poder dar respuesta al ¿quién actúa? dentro de la red conceptual de la acción,
se dirá que esta estructura está constituida por unas “nociones primeras o categorías sin las
cuales no se podría dar a la acción su sentido de acción” (Ricoeur, 1988, p. 11), y estas son,
a saber: el agente, las circunstancias e intenciones, motivos, deliberaciones, elección
preferencial, razón de actuar, fines, mociones voluntarias e involuntarias y responsabilidad.
De esta forma, para una filosofía de la acción en la que el agente sea dueño de su acción
y se reconozca a sí mismo como responsable de ella, Ricoeur (1996) comienza tal análisis
desde la semántica de la acción. Y de este análisis señala que el agente se encuentra ausente
de la acción y de la misma red conceptual de acción bajo la que ella se desarrolla. Puesto que
el análisis de la red conceptual de la acción está fundamentado en el orden de la concepción
de la relación causal de corte humeano, esto es: “la noción de causa [… en] el sentido que ha
dado Hume, de antecedente inidentificable separado del efecto y ligado a este último de
forma contingente” (Ricoeur, 1988, p. 13) se encuentra en análisis que hace la semántica de
la acción de toda la red conceptual.
lógica entre la causa y el efecto, en la medida en que puedo mencionar una sin mencionar la
otra” (Ricoeur, 1996, pp. 45-56).
De modo que esto lleva a Ricoeur (1996) afirmar que una “ontología del acontecimiento,
impersonal por naturaleza, es la que, a mi juicio, estructura todo el espacio de gravitación de
la teoría de la acción e impide un tratamiento temático explícito de la relación acción-agente”
(p. 59). Y por este motivo la forma de explicar el actuar humano dentro de la semántica de la
acción hace que el agente aparezca en calidad de ser éticamente neutro, debido a que, si el
agente con su intención y la acción son dos acontecimientos totalmente distintos, entonces
no hay manera en la que a los agentes se les pueda vincular y se reconozcan ellos responsables
de su acción.
no así de las objetos, porque es la misma persona la que tiene ciertas cualidades físicas y la
que tiene ciertos pensamientos; 3) y estos predicados psíquicos que son pensamientos,
voliciones e intenciones, son los que se atribuye toda persona a sí misma y a otra distinta de
sí, porque toda persona identifica que la misma capacidad psíquica las tiene el otro, y de esta
manera la adscripción se hace efectiva y atribuibles en cada uno. Esto es, lo que Ricoeur
(1996) llama lo psíquico en cuanto que ello es atribuible y reconocido a toda persona, es
decir, a cada uno lo mismo (idem-mismidad).
De aquí que la atribución efectiva tanto a sí mismo y al otro distinto de sí de los predicados
psíquicos, también se puede, afirma Ricoeur, con los predicados prácticos, dando espacio a
que los agentes se reconozcan intersubjetivamente actores que se autodesignan o adscriben a
sí mismos y a lo otro distinto de sí la posesión de los predicados prácticos que conllevan al
poder hacer dentro del mundo de la vida.
puesto que estas aptitudes solo toman sentido y efectividad cuando ella es también observada
en lo otro distinto de sí.
En otras palabras, el poder actuar es poder hacer que ocurran de manera intencional
acontecimientos dentro del entorno en el que se desenvuelve el agente junto a otros, logrando
que este hacer intencional sea la manera en la que una persona se adscriba la acción hecha, y
siendo a su vez esta inmersión en concomitancia, la forma en la que se da la novedad que es
inherente a la acción humana, puesto que, en todo momento los hombres nuevos, que nacen
por segunda vez, se adentran al campo público teniendo la capacidad de someter los asuntos
humanos a un cambio constante, y que tiene su presupuesto en la siguiente formulación
arendtiana: “el hecho de que el hombre sea capaz de acción significa que cabe de esperar de
él lo inesperado, que es capaz de realizar lo que es infinitamente improbable” (Arendt, 1998,
p. 202).
El criterio es, pues, que esto inesperado, que son todos los nuevos comienzos en el mundo
práctico, pertenece a cada agente, y ello en cuanto que cada actor político se adscribe y
reconoce a sí mismos y al otro distinto de sí como agentes con la capacidad de actuar,
haciendo de tal manera que la acción de cada agente se interrelacione con la de cada otro.
Por ello, en la interacción se efectúa un comienzo práctico que acontece dentro de las demás
51
acciones que se entrelazan con otros comienzos que apenas toman existencia, o con
comienzos ya existentes, porque antes de que todo hombre se inserte en la trama, ya en esta
existen acciones que incluso durarán después de que todo hombre salga de la trama.
Pero, dentro de esta trama, todo nuevo comienzo tiene en sí mismo efectos que se
entrelazan con otras acciones, las cuales generan otros efectos. Y de tal dinámica surge la
siguiente pregunta: ¿cómo un agente puede imputarse y reconocerse agente de su acción
dentro de tal integración de acciones? La respuesta a esta pregunta está en la narración que
el sujeto actuante hace sobre sí, narración que lo lleva a asumir la iniciativa de la acción
mediante la declaración en la narración “fui yo quien hizo tal acción” y así atestiguarse y
adscribirse como hombre capaz de actuar y de narrar su acción a modo de un personaje dentro
de la trama de las relaciones humanas.
ende narrar-se, reconocerse y atestiguarse como sujetos de acción, al mismo tiempo que se
da la constitución del sí reflexivo en cuanto que con la “[…] teoría narrativa alcanza su pleno
desarrollo la dialéctica concreta de la ipseidad y de la mismidad” (Ricoeur, 1996, p. 107).
De esta dialéctica se puede decir que tanto la identidad idem como ipse al momento de
constituir la identidad personal están en juego siempre con la permanencia en el tiempo. Y
en esta medida, la permanencia de la identidad personal en la trama se remite a un tiempo
pasado que se manifiesta en el presente vía la narración o construcción de la trama (mythos)
como representación de la acción (mimesis), y también de la historia de vida bajo la cual se
desarrolla la acción y la identidad del personaje; además, como se acotara más adelante,
dentro de esta dialéctica que trata de construir la identidad personal desde la narrativa de la
acción, la identidad idem tiende a recubrir a la identidad ipse, pues es la concordancia de las
acciones las que se impone a la discordancia en la elaboración de la narración.
Por ende, y para ahondar en la dialéctica que se viene anunciando, se distinguirá en qué
dinámicas se halla cada identidad, a saber, la idem e ipse, y como la identidad personal y la
narrativa acumulan en el carácter a amabas identidades. Y sin embargo, vale aclarar que,
aunque la identidad personal no es la identidad narrativa, ambas entran en relación integra en
cuanto ellas están constituidas desde la dialéctica del idem e ipse, pues sin ánimo de reducir
la identidad personal a la narrativa, Ricoeur (1996) señala que “[…] la intervención de la
53
Entonces, una vez acotado esto, se señala que la noción de identidad bajo la significación
de mismidad (idem) tiene tres estadios, el primero es la identidad numérica que designa una
cosa o persona como una sola y la misma respecto a sí misma (unidad); el segundo cae bajo
la concepción de la identidad cualitativa que permite identificar a partir de la semejanza del
objeto o persona de sí consigo mismo como el mismo a pesar de que aparezca, desaparezca
y reaparezca; y el tercer estadio constituye la noción de identidad como mismidad a partir de
la continuidad ininterrumpida que tiene un objeto consigo mismo entre el primer estadio de
desarrollo y el último, incluso ante la amenaza del cambio en el tiempo en el que cae todo
objeto de posible experiencia. Por ello, ante esta conminatoria del tiempo y el cambio un
objeto se reconoce como el mismo (unidad) cuando a pesar del cambio guarda en su
desarrollo una permanencia en el tiempo de sus cualidades.
En consecuencia, estos tres estadios bajo los que cae la identidad mismidad es lo que le
permite argüir a Ricoeur (2006) junto a Kant que: el esquema trascendental de sustancia se
encuentra en relación con los tres modos de tiempo que son la permanencia, la sucesión y la
simultaneidad, y como tal, encontrar “entre las categorías de la relación, como condición de
posibilidad de pensar el cambio en cuanto llega a algo que no cambia, al menos en el
momento de la atribución del accidente a la sustancia” (Ricoeur, 1996, p. 112). En efecto,
bajo la forma relacional de lo que permanece, cambia y la simultaneidad en el tiempo es lo
que da la posibilidad de categorizar la identidad-sustancia en el sentido de mismidad.
54
Y con esta posibilidad del cambio, el carácter (idem) en cuanto en relación con la ipseidad
puede ser constituido desde la recopilación o adquisición de identificaciones con las que toda
comunidad o persona puede tomar para su identidad nuevas cualidades y modos de ser,
nuevos valores, normas, ideales, modelos o héroes con los que pueda así constituir y adquirir
nuevas costumbres. Y, por ende, el carácter en cuanto también se encuentra constituido a
partir de tener en sus bases la identidad ipse es tomado a modo de disposiciones adquiridas
en las que es posible reconocer a una comunidad o persona.
costumbres que se van contrayendo (ipse) pasan a ser disposiciones o costumbres que se
mantienen en el tiempo como las mismas, otorgando a una persona o comunidad el poder
reconocer-se -pese al cambio- por su carácter como el mismo (idem), y “esto demuestra que
no se puede pensar hasta el final el idem [carácter] de una persona sin el ipse, aun cuando el
uno encubra al otro” (Ricoeur, 1996, p. 116)
Así, constituida la identidad personal desde la mediación del carácter a manera de ser unas
disposiciones adquiridas y sedimentas y, por ende, a modo de síntesis de lo heterogéneo que
es el idem e ipse, se puede afirmar que la historia personal es la manera en cómo se conoce
la identidad personal, porque las vivencias, tanto nuevas como las que se van consolidando
constituyen una historia personal y a las vez una identidad personal.
En este capítulo, a partir de autores como Arendt (1998), Foucault (2002 y 2007),
Bauman (2007) y Lazzarato (2013), se pretende reflexionar sobre “ese entramado de
relaciones humanas que sucintamente llamamos «sociedad de consumidores»” (Bauman,
2007, p. 24), o sociedad de laborantes (Arendt, 1998), cuya dinámica se rige a partir de
discursos y normas que tienen como cometido que el sujeto (animal laborans, homo
economicus o el empresario de sí) se constituya a partir de una autodisciplina que lo encamina
a producirse y consumirse en un capital humano. De aquí que el itinerario de este sujeto para
56
En esta clave, se rastrea que el mundo político se ha visto recluido a una mera
funcionalidad de la sociedad de consumo. Pues a partir de las formas en las que se logra
coartar a los hombres a meras formas de producirse y consumirse como un capital humano,
y a salvaguardas sus propios intereses desde el ensimismamiento de la propia subjetividad,
se ha llevado de esta manera a que las facultades de acción y discurso e imaginación con las
cuales se puede compartir, cuidar, comprender y darle un sentido al mundo, se ven socavadas
para que el animal laborans pueda desplegarse con su ávido consumismo en la esfera pública,
suplantando al hombre capaz de acción, de juzgar pensar extensivamente y de comenzar
nuevos acontecimientos.
Este fenómeno, el de suplantar un sujeto por el otro, ha sido rastreado en los distintos
sectores que conforman la institucionalidad colombiana, puesto que bajo el concepto de
animal laborans, y su ensimismamiento del pensamiento y juicio, se ha identificado al Estado
colombiano, junto a sus mandatarios, clase política y jurídica, y al mismo ejercito que han
incentivado y ejecutado los llamados falsos positivos como dispositivos con los cuales
sojuzgar la vida de los distintos actores políticos que hacen parte de la sociedad civil y del
entramado público.
De esta distinción, resulta que la esfera privada se caracteriza por ser el lugar en el
que los miembros se encuentran bajo los lazos biológicos que se imponen y se experimenta
como una necesidad natural a la vida familiar. Y también por lo oscuro de los intereses
privados representados por la despótica fuerza del cabeza de familia (el despotés) en cuanto
que los interese se supeditan a un solo punto de vista, en este caso en el cabeza de familia,
que obliga a los demás miembros a compartir un solo interés.
Otra característica bajo la cual se identifica la vida privada es que en esta se encuentra
la vida (zōē) bajo el sometimiento de las necesidades, no solo de los lazos familiares, sino
que también de los biológicos. Necesidades que se satisfacen llevando a cabo la actividad de
producir lo necesario a partir de la labor del cuerpo, para así consumir y hacerle frente a la
imperatividad de las necesidades y lograr tenerse a sí mismo y a la especie en supervivencia.
Siendo entonces esta forma de vida la más natural y la menos pública y plural de todas,
debido a que, en ella, si bien se vive en compañía de otros, esta compañía se caracteriza por
la forma en que el individuo se comporta, a saber: como otro más de la especie, donde no
hay lugar para diferenciar entre él y la especie misma en el proceso de la labor, visto que en
el momento en que el individuo se mantiene con vida, hace que la especie también lo haga,
y viceversa.
Por este hecho el individuo no puede distinguirse de los demás, porque él se encuentra
sometido a la necesidad al igual que los demás (especie), y por lo tanto, en la polis griega no
58
En cambio, en la esfera pública solo se reúnen entre iguales en la medida en que todos
son libres de actos y palabras ante los demás, y tienen el poder de actuar concertadamente
con otros. Este poder de libertad e igualdad se identifica bajo los principios de isegoría e
isonomía, principios que consisten en que cada ciudadano de la polis tiene el derecho, la
libertad y la oportunidad de ver y ser visto, de escuchar y ser escuchado ante otros y de revelar
su identidad personal.
vida privada de publicidad y cíclica que es impuesta por la necesidad, y por ende, no tiene la
capacidad de romper con tal ciclo e iniciar así acontecimientos inesperados y distinguirse de
los demás, dado que solo sus “actos” son cíclicos con el cometido de mantener el proceso de
la vida misma.
En efecto, resulta que solo con la creación del espacio público y de la polis se llegó
a conocer otro modo de vida, cuyo surgir siempre está en correspondencia con que los agentes
se reúnen en libertad e instituyen, a partir de la acción y el discurso, lo que suele llamarse la
trama de los asuntos humanos que estructuran un mundo común, o hablando
aristotélicamente el bios politikos.
En efecto, con este espacio, los hombres pudieron descubrir otro tipo de vida (bios)
diferente a la domestica (zōē), esto es, descubrieron la vida de la libertad de acción y de
hablar en unión con otros hombres en igual de condiciones. En otras palabras, con la
fundación de la esfera pública, la asociación natural (zōē) cuyo lugar es la familia, se
identificada a modo de ser un punto de contrapartida ante la organización política (bios
politikos) en virtud de que esta última se rige por la libertad, el discurso, la acción y la
igualdad, y aquella por la necesidad, la conducta o el comportamiento en virtud de que el
individuo es la especie y en que todos son uno, además por la desigualdad dada por la
jerarquía del parentesco.
Dicho esto, Arendt (1998) con suprema lucidez rastrea en su genealogía sobre la
esfera social el primer síntoma del borramiento de la línea de lo privado y de lo público
cuando en la traducción latina (romana), a cargo de Séneca y de santo Tomas, se traduce el
zóon politikon aristotélico como: “«animal socialis» [y como] «homo est naturaliter
politicus, id est, socialis» (el hombre es político por naturaleza, esto es, social)” (Arendt,
1998, p. 38). De modo que, el concepto determinante que es lo social (societas) en sentido
de ser un asunto político es de origen romano, y aunque este término de lo social no se
encuentra en la terminología política de los griegos, Arendt señala que tal cosa no quiere
decir que ellos ignoraran esta parte del hombre que tiende a vivir en compañía natural. Sino
que la tradición griega veía en esta inclinación social una semejanza en común que el hombre
60
en calidad de animal laborans tiene con el resto de los animales. Razón por la cual esta
inclinación natural no sería mediante la cual se diferenciarán los hombres de los animales.
Sin embargo, el pueblo romano, uno de los más políticos en la historia de occidente,
con el concepto societas nunca perdió el significado y la carga política, sino que “en un
principio […] indicaba una alianza entre el pueblo para un propósito concreto, como el de
organizarse para gobernar o cometer un delito” (Arendt, 1998, p. 38). Tan solo, en el sentido
en el que se verá a continuación, lo social se convierte en un problema cuando esta
característica en la modernidad se escenifica como una esfera que logra borrar toda línea
divisora entre lo privado y lo público.
4
Hannah Arendt encuentra este surgimiento en el pensamiento moderno tomando en cuenta a pensadores de la
talla de Locke, Adam Smith y Marx. Y afirma que una de las causas, y quizás la más importante por la que se
dio la emancipación y la aparición del animal laboran en la esfera pública fue debido a su fertilidad. Esta
fertilidad de la labor se encuentra fundamentada a partir de lo que Marx descubrió como superávit de
productividad, cuyo significado está en que luego de haberse empleado el esfuerzo para producir el objeto de
consumo necesario, por ejemplo, un pan, quedan en el hombre todavía fuerzas por seguir produciendo más
panes en masa. Este poder de seguir produciendo en masa y almacenar que tiene el animal laborans fue lo que
le permitió, dice Hannah Arendt, a Locke afirmar que la labor de nuestros cuerpos es la causa de la propiedad
privada, a Smith que es la forma de hacer riqueza, y a Marx que es la actividad más preponderante y humana.
61
destaca por haber borrado los límites que otrora separaban lo privado de lo público, por haber
convertido en virtudes y obligaciones públicas el hecho de exponer abiertamente lo privado,
y por haber eliminado de la comunicación pública lo que se niegue a ser una confidencia
privada, es decir, lo social se caracteriza por una extimidad de nuestros intereses.
Por eso la sociedad tiene la característica de hacer manifiesto los intereses privados,
que antes eran propios de la vida familiar, en el espacio público, teniendo como efecto que
la política pasa a ser una actividad supeditada a las administración de la sociedad y de la vida
(zōē) que se lleva en ella. Fundamentando que el principal objetivo de la política sea el lograr
salvaguardar la seguridad del bienestar y la reproducción de la sociedad. Dicho en otros
términos, cuando lo social emerge, la política se subordina y es funcional al mercado de
bienes y servicios y por ende a la admiración de las necesidades que han ascendido desde el
espacio privado al ámbito público-político, tratando de darles una armonía a este
conglomerado de intereses que surgen desde lo privado, para de tal forma asegurar cada
necesidad o interés.
Pero esta esfera no solo tiene el efecto de haber revocado esta línea distintiva y haber
suplantado al hombre de acción libre por el animal laborans con sus procesos de vida, sino
que también ha logrado construir un sistema político gubernamental en el que la política se
convierte en algo funcional ante las exigencias de los intereses. Y por ende, ella entra a
62
Así pues, se puede ver que con la modernidad la forma de gubernamentalidad en tanto
una macro-familia (burocracia) ha triunfado la abundancia y el conformismo por producir y
consumir del animal laborans sobre el hombre de acción con su discurso y capacidad de
introducir asuntos nuevos al mundo en común que tienen los hombres. Este triunfo, que
5
" La economía es la ciencia del comportamiento humano, la ciencia de comportamiento humano
como una relación entre fines y medios escasos que tienen usos que se excluyen mutuamente”
(Robbins citado en Foucault, 2007, p. 260).
63
parece categórico, es el efecto del haber sacado al animal laborans de su lugar privado, de
su ocultamiento ante el espacio público, y precisamente llevarlo hasta él.
Empero, si bien este supuesto del liberalismo clásico tiene estos cimientos en la
actualidad con la privatización de las formas de riqueza y con el salvaguardar el bienestar de
estos intereses, el neoliberalismo toma este supuesto y va allende haciendo de su práctica
gubernamental una forma de dominar y gobernar tanto la vida individual y poblacional en
virtud de fundamentar la estructura social, política y jurídica en la producción y distribución
del capital, es decir, de la deuda.6 Así la deuda funciona como un dispositivo de captura sobre
el individuo y la sociedad “en cuanto dispositivo de producción y «gobierno» de las
subjetividades colectivas e individuales” (Lazzarato, 2013, p. 35).
6
Ya Hannah Arendt en La condición humana señaló que la palabra “capital” tiene su raíz latina en la
palabra caput, la cual los romanos la empleaban para designar dentro de su decálogo jurídico al
causante de una deuda (1998, p. 95). Y en este sentido, Lazzarato (2013) en La fábrica del hombre
endeudado manifiesta muy bien que el dispositivo de gubernamentalidad del Neoliberalismos es la
relación que se edifica entorno a la deuda entre acreedor-deudor.
65
Ante esta lógica, la uniformidad que sugiere la sociedad de consumo es la del vivir
en el conformismo de acuerdo con un solo interés y una opinión, cuya característica se
encuentra en las dinámicas domésticas, pero en este caso el interese común es el de la
competencia individualista que estructura las relaciones humanas direccionadas al
consumismo y a la edificación del éxito personal a modo de empresario de sí.
Por ello Bauman supo muy bien designar estas relaciones en el sentido de que son
“los encuentros de los potenciales consumidores con sus potenciales objetos de consumo, se
convierte poco a poco en los ladrillos con que se constituye ese entramado de relaciones
humanas que sucintamente llamamos sociedad de consumidores” (2007, p. 24). Relaciones
que se encuentran cimentadas en un individualismo que pretende socavar todo tipo de
66
relaciones colectivas con el fin de que cada uno pueda llegar a “ser el propietario de sí
mismo” y así gastar sus energías en alcanzar el éxito personal (Fromm, 1996).
El éxito personal del empresario de sí desde el consumismo tiene como pilar más
importante el ensimismamiento de la subjetividad, en el que el yo constituye su identidad
desde los objetos de consumo que obtiene y edifican su propio éxito. Este modus operandi
que se instala desde unas pautas sociales que moldean la subjetividad y se posiciona a partir
de discursos que implican una objetivación desde la recompensa del éxito personal, es la
tarea que tiene la sociedad de consumidores para subjetivar y orientar a sus miembros. Pues
la subjetividad de los consumidores está constituida desde la materialización misma de los
objetos que consume y que son recomendados por el marketing a ser consumidos. Con este
cometido, la sociedad de consumismo elabora y oferta un mercado de identidades que pueden
ser constituidas (compradas) a partir de los objetos “elegidos” que le permiten desempeñarse
a manera de buen consumidor y de persona exitosa.
Estas lógicas de poder son lógicas que pretenden adecuar o moldear las conductas que
se instauran en el comportamiento de los sujetos, y con cuyo fin pretende gobernar sobre las
acciones de los sujetos. De este modo, Foucault en su etapa genealógica desarrollo una lógica
del poder gubernamental que actúa de forma indirecta sobre los sujetos orientándolos a que
se desenvuelvan bajo ciertos comportamientos estipulados. Así el poder gubernamental del
neoliberalismo junto al consumismo y su marketing actúan sobre los sujetos en sus conductas
dirigiéndolas bajo las siguientes lógicas del poder que Foucault (1988) en El sujeto y el poder
llegó a señalar:
En efecto, lo que define una relación de poder es que es un modo de acción que no actúa de
manera directa e inmediata sobre los otros, sino que actúa sobre sus acciones: una acción
sobre la acción, sobre acciones eventuales o actuales, presentes o futuras […]. Es un
67
Para este logro, el del éxito personal y el de pertenencia, el sujeto tiene entonces que
recolectar objetos que serán “importantes” para la edificación y el autogestionar su éxito
personal si es que quiere que sea reconocido, y obtener o mantener el estatus social que desea.
Por ello, el sujeto (animal laborans) se debe amoldar a las obligaciones “contractuales” que
propone la sociedad de consumidores, siendo en estos términos que la regla es “consumir
[para] invertir en todo aquello que hace «al valor social» y la autoestima” (Bauman, 2007, p.
83) algo edificante del éxito personal, lo que significa que el empresario de sí ha de
capitalizarse desde los utensilios que puede consumir para la manutención de su éxito.
mismo, y esté en la constante necesidad de consumir para el éxito personal, siendo este el
medio por el cual los empresario de sí mismos se conviertan en productos a reconstruir por
sí mismos, para así venderse como productos exitosos al precio que sea. Es decir que lo que
se encuentra latente en la economía globalizada del neoliberalismo y del consumismo es la
producción de subjetividades como la materia prima de la producción de mercancía, y su
paradigma es el empresario de sí el cual a su vez participa en la producción de las demás
mercancías.
Asimismo, Foucault (2007) señala que un ingreso o un salario no es más que la renta
por el capital humano prestado, "una renta-salario, de manera que es el propio trabajador
quien aparece como si fuera una especie de empresa para sí mismo” (p. 264), y en esta forma
de comercializarse la labor de nuestros cuerpos es como el animal laborans se convierte en
la fuente a todo ingreso salarial a futuro a partir del conjunto de aptitudes físicas y
psicológicas-cognitivas, y del propio éxito personal.
pocas veces se diga con las letras y casi nunca se debata públicamente) [es el de] convertir al
consumidor en producto, elevar el estatus de los consumidores al de bienes de cambio”
(Bauman, 2007, p.83). Y al querer cimentar este tipo de vida, el animal laborans moderno
debe de estar pendiente en todo momento de cuál es la tendencia de moda (Trending Topic)
y de los ejemplos de éxito personal más conspicuos en la sociedad de consumidores para
poder construir su identidad desde las pautas de marketing, es decir, desde las ofertas y
demandas que hay en el mercado con el fin de ser tendencia y que su éxito personal este
igualmente asegurado.
Lograr este tipo de vida requiere que el sujeto esté en constante reinvención de sí
mismo, que se identifique con la sociedad a la que quiere pertenecer y ser reconocido, y tener
así por lo tanto la piedra de toque con la cual obtener el reconocimiento de la identidad que
añora. Y, sin embargo, en virtud de que esta identidad es constituida desde los objetos de
consumo que se esfuman tan rápidamente como han sido adquiridos, el sujeto va
constituyendo una identidad inestable que lleva al cambio incesante de un objeto por otros,
de un deseo por otro, y se fundamenta en una existencia liquida sin cimientos sólidos que
orienten la vida.
Una subjetividad liquida que provoca que las planificaciones existenciales sean
fluctuantes y endebles, que se cambie de rumbo ante las circunstancias adversas por la razón
de que es un asunto pesado y no uno de fácil acceso como lo son los objetos de consumo,
porque todo lo que no causa placer inmediato es pernicioso, a razón de que la subjetividad
liquida es desapegada a toda relación que trata edificar o que edifica de manera duradera.
Y de este modo, dado que los objetos van cambiando su estadía en el mundo tan
rápidamente, al igual que ellos el sujeto consumidor se ve afectado. Y en este sentido,
70
siguiendo a(2007), también los sujetos se ven condicionados al cambio en sus ganas, deseos
y aspiraciones, y por lo tanto, hablando heracliteanamente el pathos del cambio, que en este
caso es mercantil, el cual hace que el sujeto padezca en su subjetividad estos cambios, y se
interprete según este devenir supeditado al mercado, visto que todo producto de consumo
nuevo, señala el sociólogo, necesita para sí mismo que los consumidores tengan nuevos
deseos y necesidades, haciendo de la subjetividad un caso líquido, inestable y ensimismado
en el mancomunar nuevos objetos. En consecuencia, tanto la subjetividad del consumidor y
la objetividad del objeto a consumir han padecido un cambio en sus estructuras, como
también las mimas relaciones interpersonales.
Con esta línea argumentativa abierta por Foucault se puede dividir el empresario de
sí en dos categorías, la primera es el empresario de sí que se sumerge en el entramado del
mercado de libre competencia del neoliberalismo y rige sus relaciones humanas en términos
meramente económicos, y el segundo es el empresario de sí que ha sido individualizado y
precarizado por el neoliberalismo y que se ve en la situación de prestar su capital humano.
Y, sin embargo, con estos dos tipos de empresarios de sí como una unidad empresarial
es la forma con la cual el capital-deuda comienza a movilizarse junto a la economía y las
maneras de dominio. Porque cuando la deuda entra a ser una relación de poder entre acreedor-
deudor ella comienza a moldear y a producir las subjetividades que se desenvuelven en los
ámbitos sociales y políticos, siendo así que “el crédito o deuda y su relación acreedor-deudor
constituyen una relación de poder especifica que implica modalidades específicas de
producción y control de la subjetividad (una forma particular de homo economicus, el
«hombre endeudado»)” (Lazzarato, 20013, p. 36). Y con este fin de dominio sobre estas
esferas, la subjetividad del animal laborans se ve atravesada por unos discursos y prácticas
de subjetivación para invertir y explotar su capital humano desde la competencia contra otros,
siendo a su vez que estos discursos y practicas le exigen que constituya su propia identidad
desde unas pautas que lo llevan al crédito como el medio por el cual invertir y constituir su
identidad y poder competir, formándose de este modo con el empresario de sí la movilidad
de la deuda capital.
subida y baja de salarios, el que unos trabajen más que otros, la renta al crédito, la paga de
impuestos altos, la desigualdad entre los grandes capitales y los pequeños y en la que aparece
el creidito en virtud de ser la manera en cómo hacerle frente a esta desigualdad, entre otras.
Para que los sujetos acepten este tipo de desigualdades con las que se estructura la
sociedad neoliberalista, esta sociedad cuenta con una intervención activa en la producción y
regulación de los sujetos a partir de dispositivos prácticos y discursivos que aseguran el
comportamiento competitivo como: la pedagogía orientada a la competitividad, al
rentabilizarse y autogestionarse en su educación, las terapias de coaching, la literatura de
autoayuda, la propaganda motivacional entre otras.
pagar y solventar la deuda. Poniéndose en evidencia que con la deuda la vida (zoé) de los
sujetos se ve comprometida en su integridad.
En efecto, con el intento de saciar la deuda por medio del sacrificio, la vida sacrificada
no logra solventar la deuda, porque la deuda capital es una deuda que no tiene manera en
cómo ser espiada, a causa de que ella siempre tiende a agravarse constantemente por el
motivo de que la deuda “se encuentra estructuralmente configurada como impagable en el
sistema de la religión capitalista” (Hernández, 2018, p. 385), haciendo así que el sacrificio
sea algo inocuo pero necesario para la dinámica misma de la deuda capital.
Sin embargo, esto solo constituye un aspecto de la cuestión, pues este acto de
hipotecar la vida tiene otra vertiente que se plasma en el empresario de sí que pretende jugar
dentro del entramado de la libre competencia neoliberal y el consumismo. Así que el
neoliberalismo con su dispositivo del empresario de sí competitivo (el animal laborans
moderno) quiere mantener en auge la economía de competencia y con ella la deuda capital
como dispositivos de control, y así sojuzgar las formas de gobierno y de control social,
político, económico y jurídico. Y para sojuzgar estas esferas el neoliberalismo cuenta con
actuar e intervenir sobre ellas desplegando unas técnicas gubernamentales y en tal sentido
formar “[…] un Estado o una democracia no de derechos ni de ciudadanos, sino de
empresarios, en la que son la competencia y el juego económico mismo los que producen
consenso político y legitimidad, antes que el contrato social o la participación de los
ciudadanos” (Hernández, 2017, p. 170).
4.5. Pérdida del juicio: la banalidad del mal en los falsos positivos como
dispositivos de seguridad del biopoder y no reconocimiento comunicativo
[…] la estrella de la esperanza
76
Se dijo que este exponer ha hecho que la política entendida como bios politikos
devenga en administradora de la vida como zōē, y en esta medida la política se convierte en
algo funcional a la administración de la vida biológica, haciendo así que devengan los
conceptos de biopoder y biopolítica. Y en esta dinámica la vida (zōē) se convierte en materia
prima de la cual se puede disponer como mercancía de bienes y consumo (el empresario de
sí). Además, el punto de atención estuvo en rastrear que estas prácticas gubernamentales
hicieron que el zóon politikon en cuanto es definido a modo de ser un animal dotado de
palabra, pierde su capacidad para juzgar al igual que su espacio, y es sustituido por el animal
laborans junto con su ensimismamiento y su incapacidad para juzgar y por ende de pensar-
juzgar extensivamente que constituye el reconocimiento comunicativo, puesto que carece de
reglas para tal práctica debido a que su psicología está guiada a satisfacer solo sus
necesidades de consumo.
Ahora bien, en este apartado se tiene como cometido desarrollar cómo este
ensimismamiento de la subjetividad del animal laborans, que anteriormente se caracterizó
en el empresario de sí, ahora se caracteriza en los soldados, entidades e instituciones políticas
del Estado colombiano, los cuales han carecido de reglas para juzgar-pensar extensivamente,
y por ende implementaron el falso positivo como dispositivos de guerra para vigilar y
sojuzgar la vida de distintos actores públicos, acallándolos tanto política y biológicamente en
muchos casos, resultando, por tanto, de tal manera que el reconocimiento comunicativo brillo
por su ausencia en la esfera pública-política colombiana.
77
Por consiguiente, para comenzar este análisis, se puede decir, siguiendo a Foucault
(2000), que el biopoder es un poder que trata de estatizar al hombre y se dirige hacia este en
cuanto que es un ser viviente (animal laborans), implementando sobre él “el poder de hacer
vivir y dejar morir” (p. 218). Es decir, el biopoder plasma sobre el hombres técnicas con las
cuales dirigir la vida individualizada a unas formas regularizas con las cuales pueda
sobrevivir o perecer la vida, construyendo de este modo un hacer vivir con el que se defiende
la vida de unos, y con el hacer morir dirigido al terminar con la vida de otros, significando
esto que se salvan unas vidas para que se pierdan otras vidas. En pocas palabras se constituye
la vida de unos a partir del detrimento y el sacrificio de otros como lo planteo Agamben con
el homo sacer.
Para esto, el biopoder cuenta con dos tecnologías de suma importancia, a saber: una
es el anatomopoder (poder disciplinar), y la otra la biopolítica, las cuales se ejerce desde la
configuración burocrática gubernamental. Con la primera tecnología se captura al hombre y
se ejerce sobre su cuerpo individualizado un control con fines de convertirlo en algo útil de
acuerdo con sus capacidades y docilidad, para así integrarlo en el entramado de relaciones
económicas, como se vio con el empresario de sí y las técnicas de subjetivación. Por otra
parte, con la segunda tecnología, esto es, la biopolítica, no se abarca la vida individual
cercando el cuerpo del animal laborans, sino que se administra la vida en términos
poblacionales, lo que significa que regula la vida de la esfera social junto a su natalidad,
mortandad, educación, salud pública desde decisiones administrativas.
y yo creo que, justamente, una de las transformaciones más masivas del derecho
político del siglo XIX consistió, no digo exactamente en sustituir, pero sí en completar
ese viejo derecho de soberanía —hacer morir o dejar vivir— con un nuevo derecho,
que no borraría el primero, pero lo penetraría, lo atravesaría, lo modificaría y sería un
derecho o, mejor, un poder exactamente inverso: poder de hacer vivir y dejar morir.
El derecho de soberanía es, entonces, el de hacer morir o dejar vivir. Y luego se instala
el nuevo derecho: el de hacer vivir y dejar morir. (p. 218)
Sin embargo, en el segundo curso, Foucault (2007) se remite al poder gubernamental
en el sentido de un poder que se ejerce indirectamente sobre los cuerpos con la dinámica de
hacer vivir y dejar morir. Así, para Criscione (2016), Foucault se vio en la situación teórica
de pasar de la biopolítica caracteriza a modo de un poder directo sobre el cuerpo, a la
gubernamentalidad con dinámicas en las que el poder es ejercido de manera indirecta, puesto
que el biopoder en su manera directa y bélica ha perdido su incidencia en la nuevas
sociedades neoliberales centrales.
Este marco dialéctico entre estos conceptos es importante para la comprensión del
escenario y contexto colombiano en el que se implementa una “«gubernamentalidad bélica»
que permite pensar los derroteros de la guerra contemporánea como una forma específica de
gobierno” (Bautista et al., 2020, p. 284), y que emplea tanto el bioderecho, el anatomopoder,
la biopolítica, y también la necropolítica en los falsos positivos.7 Así estas prácticas se
implementaron para configurar a los falsos positivos como dispositivo para la vigilancia, el
control y gobierno sobre los cuerpos de los sujetos individualizados y las comunidades o
poblaciones.
En otras palabras, estas tecnologías son conceptos con los cuales se pretende
comprender y describir un fenómeno social y político como son los falsos positivos, los
cuales se dieron en el contexto de un conflicto armado de más de cincuenta años para asegurar
la muerte sistemática, la desaparición forzosa, estigmatización moral, política y jurídica,
creando y acentuando una cultura del miedo y por ende una limpieza social de aquellas
“manzanas podridas”, futuros criminales o máquinas de guerra en construcción que se
encuentran por fuera de los estamentos éticos, económicos y políticos del poder
gubernamental.
7
Los falsos positivos son determinados como ejecuciones extrajudiciales, esto es, son ejecuciones que se
realizan por fuera de combate, y por ende son ejecuciones de lesa humanidad e imputadas a actores militares
del Estado. En tal caso, y siguiendo a Rojas (2020), son ejecuciones que se dan en campos de batallas ficticios
ante un enemigo que se ha constituido desde diversos discurso de estigmatización y persecución, o por simple
afán de dar resultados ante los incentivos políticos por bajas “guerrilleras” en combate.
80
como: los líderes sociales, los jóvenes ciudadanos, los líderes campesinos, sindicatos y
estudiantes de universidades, a los cuales se pretende eliminar (hacer morir) o disciplinar
(hacer vivir) directa o indirectamente, ejerciendo un biopoder sobre los cuerpos
individualizados o a comunidades enteras con el fin de que se alineen a las políticas
hegemónicas del Estado.
[…] tan sólo cuatro días después de haber iniciado su mandato, expidió el Decreto
1837 del 2002, mediante el cual declaró el «estado de conmoción interior».
Posteriormente, con el Decreto 2002 del 2002 otorgó facultades extraordinarias a la
fuerza pública para combatir a los grupos criminales, bajo la consideración de que
«dentro de los principales soportes de la acción delincuencial de tales organizaciones
se encuentra […] la mimetización de sus integrantes dentro de la población civil»
(Presidencia de la República, 2002c: artículo 11). […] En diciembre del 2003, el
Congreso de la República aprobó una reforma constitucional presentada por el
Gobierno (Acto Legislativo 02, 18 diciembre del 2003), que permitía a los militares
ejercer funciones de policía judicial, realizar empadronamientos y practicar, sin orden
judicial, capturas, allanamientos e interceptación de comunicaciones, entre otras
atribuciones. (Criscione, 2016, p. 65)
Asimismo, el 17 de enero del 2005, el Ministro de Defensa decretó la Directiva 029,
en donde decretaba un pago de recompensa por toda captura o abatimiento en campos de
combate de cabecillas de fuerzas armadas por fuera de la ley, o que otorgaran información
82
sobre estos cabecillas con la que pudieran dar captura exitosa. Estas recompensas iban desde
el pago con dinero, hasta al reconocimiento con medallas de honor, ascensos o vacaciones.
Asimismo, ose emitieron varios decretos en los cuales se daban “recompensas económicas
legalmente aprobadas (Decretos: 128 de 2003, 2767 de 2004, 1400 de 2006, 1058 de 2008 y
Directivas del Ministerio de Defensa Nacional No. 029 del 2005 y 015 y 016 del 2007)”
(Rojas & Benavides, 2017, pp. 34-35).
Ciertamente, para que los falsos positivos se implementaran bajo una práctica
sistemática y de recreación de muertes a personas inocentes e indefensas, se requirió una
concordancia con los estamentos jurídicos decretados como los mencionados anteriormente.
Estas normas igualmente tenían el objetivo de evaluar el desempeño militar y policial ante el
terrorismo, desempeño que se tenía que manifestar en las bajas en combate.
Por lo tanto, para dar en estos decretos buena evaluación se crearon campos de
batallas ficticios en los cuales se dieron abatimientos de “guerrilleros”. Estos campos ficticios
tienen el carácter de que la “[…] vida [es] sacrificada sin ninguna objeción: se incluye en un
espacio donde no hay ley, donde lo impensable tiene lugar para poderla excluirla de manera
tajante, anulada bajo cualquier pretexto, sometida para que la estructura estatal pueda
permanecer” (López, 2017, p. 269). Es decir, que los campos de combate ficticios donde se
daban las ejecuciones extrajudiciales eran parte del Estado de excepción, del bioderecho,
pues en estos espacios se suspende el derecho mismo de cada joven, de cada líder social,
ambientalista, sindicato, para así implementar el derecho o el poder biopolítico del soberano
sobre la vida.
Por lo cual, en una primera instancia los primeros casos de falsos positivos que se
dieron a conocer ante la opinión pública a mediados del 2008 fueron los diecinueves jóvenes
de Soacha, los cuales fueron seducidos con trabajo en otra residencia del país, siendo llevados
luego a un lugar distante de sus residencias. Estos lugares a los que fueron llevados estaban
demarcados por un escenario y contexto de presencia guerrillera con el fin de darles
credibilidad a los campos de batalla ficticios, en los que serían asesinados los jóvenes a
sangre fría y posteriormente uniformados como guerrilleros abatidos en combate, de esta
manera “el general Rodríguez Barragán quien contrató servidores públicos de policía judicial
para que acomodaran la escena donde se presentaban los supuestos combates antes de que
llegaran los investigadores de la Fiscalía para iniciar las pesquisas judiciales” (El Tiempo,
24 de junio de 2015, citado en Rojas y Benavides, 2017, p. 32).
Efectivamente, los asesinatos a sangre fría con los falsos positivos obedecían a una
estimulación acorde a recompensas a militares y policías por asesinar a personas, y luego
ante la prensa pública presentarlos como resultados de la políticas del gobierno de la
Seguridad Democrática. Construyendo de este modo una propaganda de una victoria del
gobierno ante los terroristas. Porque los falsos positivos también obedecían en su atrocidad
cometida a toda una política de guerra que los medio de comunicación incentivaban y
caracterizaban bajo una victoria de la Seguridad Democrática, y el poder afianzar de este
84
Sin embargo, los falsos positivos no se quedaron solo como un dispositivo de muerte
directa, sino que con los falso positivos se buscó poner la máscara de enemigo interno y de
traidor al sentimiento patriótico del “corazón grande”. Siendo así que se creó un personaje
traidor a este sentimiento.
De esta forma el “enemigo interno” no solo se dirigía a los grupos alzados en armas
o políticos contradictorios y resistentes al poder estatal, también se dirigía a toda persona con
pensamientos de izquierda, desde comunistas hasta socialistas, y a los demás actores públicos
preestatales anteriormente mencionados. Siendo de esta manera que se constituyó a este
personaje como un personaje que puede encarnar en cualquier ciudadano. Además, esta
ideologización del personaje que es un enemigo interno, no solo se movilizó dentro de las
estructuras militares y policiales, también logró movilizarse dentro de sus propias familias y
en sectores importantes de la población (Rojas, 2017).
Por lo cual aquel que tenga una postura crítica es catalogado como un colaborador o
un miembro de los grupos armados por fuera de la ley. Y de ahí que los “[…] escenarios
como el de los “falsos positivos”, no sólo eliminando al “enemigo”, sino creando nuevas
condiciones de existencia de ese “enemigo” (Bautista et al., 2020, p. 284) que permite crear
todo un ambiente de sospecha y de llamar a este enemigo crítico que se desenvuelve dentro
de la misma comunidad de “guerrillero” y “terrorista”, y así tener la posibilidad de legitimar
su muerte porque están identificados como personas amenazantes y por ende se deben abatir.
En efecto, una psicología de lealtad y orden ante el Estado llevó a que los soldados
encarnaran en ellos mismo el discurso de que son ellos los que simbolizan en todo momento
la moral social y el orden ante los actos de terrorismo. Y en tal medida eliminar toda persona
que trate de alterar el orden, sea de pensamiento o acto y que esté por fuera del pensamiento
del orden estatal.
Por otra parte, el personaje del “enemigo interno” se vio encarnado en las personas
que aparecían como falsos positivos, a las que se les hacía retención y desaparición forzosa
junto a las torturas. Esto con un doble cometido, en primer lugar, de estigmatizar a las
víctimas, y, en segundo lugar, con el fin de disciplinar a las personas espectadoras. De ahí
que estas prácticas se fundan en dinámicas de violencia física, las cuales fueron efectuadas
como prácticas de guerra que tiene como objetivo neutralizar al enemigo y de disciplinar el
cuerpo individual, y también tener efectos amenazantes y disciplinares en los individuos
espectadores.
86
Estas prácticas pretenden que el terror sea el instrumento institucional que demuestre
el poder sin límites del Estado, puesto que estas prácticas quieren subscribir sobre el cuerpo
y la subjetividad de las personas, directa (victima) o indirectamente (espectador), su poder
ilimitado. Queriendo generar de este modo un estado psicológico que quebranta toda
subjetividad crítica o solidaria, debido a que el terror de ser estigmatizado y asociado con
grupos o personas terroristas desarticula las relaciones.
El terror y la amenaza con sus prácticas se convierten entonces en unas técnicas para
la recreación sistemática del asesinato vía la necropolítica, el disciplinamiento y el control
social, con las cuales se pretende corregir y salvar a las “manzanas podridas” y reinsertarlas
a la población civil normalizada. En definitiva, se busca que los falsos positivos sean
dispositivos inmunizadores y extirpadores (Díaz et al., 2018), de cualquier síntoma o
manifestación que ponga en peligro la democracia. Y si estas técnicas y prácticas son poco
fiables, el poder soberano pasa de hacer vivir mediante el vigilar y controlar, al dejar morir
o más bien al hacer morir.
Por lo tanto, para el alcance de estas atrocidades cometidas por las Fuerzas Armadas
era necesario entrar en un Estado de excepción que modificara e implementara nuevas leyes
y discursos bélicos, los cuales incentivara un actuar irreflexivos de los soldados que se refleja
tal y como dice Rojas (2020) en “una desconexión moral y profesional en los victimarios, lo
que evidenciaba a su vez la pérdida de la sensibilidad humana en sectores sociales, una
estrategia de guerra sucia, psicológica y política desarrollada desde la institución militar”
(pp. 19-20).
El mal, de tal manera, llegó a ser una respuesta a varias circunstancias como: al
discurso terrorista y anticomunista. También estuvo guiado por el afán enceguecido de las
remuneraciones económicas, por la presión de un rendimiento militar en la guerra que se
plasma en las bajas en combate, en la que se “presionó para que los soldados rasos actuaran
convencidos de que se encontraban cumpliendo un deber patriótico al representar la moral
social” (Rojas y Benavides, 2017, p. 31). En este marco, el mal también estuvo guiado por la
psicología militar que se encuentra en relación con la cosmovisión militar que se fundamenta
en el discurso bélico (violencia), y en este sentido es pertinente de nuevo la cita de Arendt
(1997) en la que dice que las ideologías “se oponen a la comprensión [y llevan] a la
presunción de que el contenido de lo político es la violencia” (p. 98).
88
Por este hecho del terror que se ejerce desde el poder biopolítico, que Arendt lo vio
en los totalitarismos y en los campos de concentración, y que en nuestra actualidad
colombiana se experimenta desde la muerte sistemática a los actores público-políticos
preestatales con los falsos positivos, es importante a la par de Arendt encontrar esa facultad
que aleje de la superficialidad y de la carencia de pensamiento en la que se encontró
Eichmann, y en Colombia las Fuerzas Armadas y diversas entidades estatales.
Superficialidad que se evidencia desde la incapacidad de pensar por sí mismo
representativamente y ejercer el reconocimiento comunicativo con y para el otro. O hablando
kantianamente: de pensar haciendo uso público de la razón, y poder tomar una actitud de
pensar el presente, tal y como afirma Foucault (2015), y así poder pensar-juzgar
representativamente el presente en el que se encuentran, y poder distinguir entre lo bueno y
lo malo del mandato que se es dado.
Por lo tanto, la actitud de pensar el presente reside, tal como ha señalado Bárcena
(2006) en su libro Hannah Arendt: una filosofía de la natalidad, en que “los hombres
necesitan pensar por sí mismos y que, además, pueden hacerlo, porque la ausencia de
pensamiento y de independencia irreflexiva no es estupidez, sino una muestra banalidad” (p.
96). En definitiva, la banalidad de no pensar, y que es potencial para llevar hacer el mal, se
encuentra por la ausencia del Sapere aude kantiano.
público de la razón. Así pues, la concreción del mal es más probable cuando no se hace uso
de las facultades de pensar-juzgar representativamente, o ejerciendo el reconocimiento
comunicativo cuyo fundamento se encuentra precisamente en la capacidad que brinda la
imaginación para pensar-juzgar representativamente en el que se incluye el otro en el poder-
obrar. Y en esta medida, siguiendo a Bárcena (2006) que afirma que Hannah Arendt
desarrolla un estudio antropológico-político donde exalta a la facultad de la imaginación y a
la facultad del juicio como las facultades de la libertad política, pues cuando se ejercita la
imaginación se logra reflexionar sobre los demás puntos de vistas alternativos la de cada uno,
se llega, con esta actitud y actividad, a un pensar libre en tanto que con la imaginación se
reflexiona y por tanto se juzga ampliamente.
Siendo entonces que con esta actitud se supera toda subjetividad que es incapaz de
liberarse de su mero querer y capricho. Debido a que los juicios políticos son susceptibles de
reconocimiento en la medida en que se toman, reconocen y piensan sobre los juicios de los
demás, que simultáneamente se encuentran y comparten un mundo de la vida común y
objetivo, en el cual se relacionan los distintos agentes, y pueden pensar-juzgar
representativamente.
De esta forma, este mundo plural que se aparece y en el que pueden aparecer los
distintos agentes está sujeto a la comprensión e interpretación de su propio ser, es decir,
sabiendo que el espacio público-político con sus acontecimientos estructuran un ser-en-el-
mundo plural, el mundo se manifiesta ante “el lenguaje, sale el mundo para nosotros”
(Gadamer, 1983, p. 78) como un ser susceptible de ser compartido, cuidado y comprendido
en su diversidad. En efecto, por medio de la pluralidad de interpretaciones y comprensiones
que se puedan dar a este mundo-político-factico, que se manifiesta desde la pluralidad de
juicios-políticos-hermenéuticos con los que los distintos actores pretenden significar,
90
objetivar y reconocerse en este mundo entre sí, es que se puede compartir a modo de un ser-
en-el-mundo-con-otros.
Pero las Fuerzas Armadas y funcionarios públicos colombianos que emplearon los
falsos positivos a manera de biopoder soberano, nunca salieron del ensimismamiento de su
subjetividad, puesto que al encontrarse bajo la autorreferencia o la histerología que propone
Dufour (2007) de uno-mismo-con-uno-mismo, no pudieron tomar conciencia ni de sus actos
en relación consigo mismos, ni mucho menos en relación con los demás. Porque en el
momento en que las entidades colombianas se encontraron en una posición de empresarios
de sí estuvieron enceguecidos por ese afán y egoísmo de remunerar por baja dada en los
combates ficticios y por llevar hasta las consecuencias últimas la ideología de las políticas
de gobierno. A razón de que por el ensimismamiento de la subjetividad, a la que lleva todo
discurso ideológico, no lograron hacer uso público de la razón como una actitud crítica, y en
consecuencia perdieron la capacidad de pensar-juzgar al no reconocer las demás voces que
pretendían acallar y negarles y desconocer su capacidad de obrar y crear historias, y en efecto,
negándoles el derecho de un reconocimiento comunicativo con el que fundar instituciones
justas en la cuales se puede edificar un vivir-juntos (Ricoeur, 1996), y de vivir en paz.
pensar-juzgar extensivamente se dan dinámicas con las cuales los sujetos políticos “[…] se
aproximan e incorporan a la vida política, se enfrentan a lo político. Esto es, un proceso de
aprendizaje en el cual se construyen e interiorizan las valoraciones preferenciales, lealtades
y simbologías políticas” (Saldarriaga, 2015, p. 42) de los demás sujetos políticos. Es decir,
que introyectan un aprendizaje del otro en su singularidad y diferencia desde el compartir y
valorar el espacio público de aparición.
La socialización política, con estas dinámicas, es el lugar en el que cada agente ejerce
el reconocimiento comunicativo desde la imaginación representativa, puesto que, como se
desarrolló en el primer capítulo, la imaginación provee la capacidad de que cada sujeto haga
un aprendizaje de las emisiones simbólicas (opiniones) de los demás, e incluirlas en las
propias para que su propio juicio se vea ensanchado e incluya al otro en su juzgar, esto es,
que reconozca al otro en su discurso. A esto, que con el ejercer el reconocimiento
comunicativo, cada persona pone en juego sus opiniones e identidad, y ello con el fin de
participar en el acto de fundación de una polis, cuya constitución tiene en su cometido el
vivir-juntos en instituciones justas.
En este punto es fundamental señalar que a partir del pensamiento crítico, que va
acompañado de la imaginación, cada persona en la interlocución con los demás puede
aprehender por la mente o por el pensamiento y distinguir, identificar, conocer mediante la
memoria, el juicio o la acción, aceptar y tener por verdadero —acepciones del
reconocimiento que propone Ricoeur (2006) siguiendo el examen lexicográfico de Grand
Robert de la langue Françoise— aquellas acciones y juicios que precisamente le son ajenas
a cada persona, pero que aun así se las imagina, representa y las interpreta para incluirlas
(Habermas, 1992 & 2000) en sus propias acciones y opiniones a modo de un acto heurístico
para aumentar su sabiduría práctica, y así reconocer los actos y juicios de los demás con el
cometido de llegar a un reconocimiento comunicativo y a un entendimiento.
En efecto, esta ampliación del contenido teórico y práctico, tanto del reconocimiento
comunicativo y también de la esfera pública-política, es en virtud de que las personas quieren
94
con sus opiniones simbolizar el mundo desde sus historias de vida en la que se ve implicada
sus deseos, porque en la esfera pública-política hay que “[…] tener en cuenta el hecho de que
el enunciador y el agente tiene una historia, son su propia historia” (Ricoeur, 2006, p. 134)
que abarca la vida íntima, privada, social junto a las capacidades sociales y proyectos.
Historia que las personas pueden examinar desde ese diálogo silencioso de sí consigo mismo,
y que puede poner en escena mediante los juicios que emiten ante las demás personas cuando
da sus apreciaciones para significar el mundo de la vida.
Así que para este fin fundacional, las personas han de ampliar la identidad narrativa
junto a sus capacidades y propósitos existenciales a partir de la imaginación representativa,
y ejercer el reconocimiento comunicativo con su concomitante pensar-juzgar
extensivamente, debido a que en el momento en que las personas amplían la visión de su
propio mundo de la vida, en el que aparecen otros con igual pretensiones de reconocimiento
en su identidad narrativa con sus planes, se logra edificar un reconocimiento y entendimiento
intersubjetivo que permite fundar instituciones en las que se reconoce los derechos de cada
persona.
Por eso que la trama de las relaciones humanas o el espacio público-político sea la
dinámica en la que reside el quehacer principal del acto de fundar un vivir-juntos. Esto, en
tanto que las acciones que se realizan en la socialización política con el cometido de llevar a
cabo el acto instituyente, son establecidas desde la pluralidad de actores que pretenden
socializar y actuar concertadamente, creando “[…] ciertamente una «sociedad» o
«coasociación», en el antiguo sentido romano de societas, que quiere decir alianza” (Arendt,
2013, p. 278) y así formar una red relacional en la que cada uno pueda relacionarse, tanto
desde sus capacidades políticas que son la acción, el discurso y la imaginación con su pensar
juzgar-extensivamente, como también desde sus intencionalidades que se desarrollan junto
con sus capacidades y prácticas sociales (Ricoeur, 2006).
tener en cuenta que para el instituir en las democracias modernas hay un multiculturalismo y
diferencias etnoculturales, las cuales cuenta a su vez con una variedad de identidades en
minorías que tienen la pretensión de ser reconocidas en su identidad, sea personal y
comunitaria. Y, por ende, es importante tomar a modo de punto de partida, para el acto
instituyente, la identidad narrativa de cada comunidad o persona. Pues la identidad narrativa,
siguiendo a Ricoeur, no solo se remite a la dimensión constructora de una historia de vida
(ídem) en el pasado, sino que también ella logra planificarse desde la dimensión de la
identidad narrativa a futuro (ipse), siendo de tal forma como se puede construir un plan de
vida a partir de las capacidades de cada persona o comunidad que se manifiestan en la
formación institucional.
Así que para poder tener conocimiento de que se es un agente capaz, el sujeto entra
en ese diálogo silencioso consigo mismo, el cual se conoce desde Sócrates como pensamiento
–y que el mismo pensamiento socrático lo pone en juego desde el adagio délfico de conócete
98
a ti mismo. Acto del pensamiento que con Aristóteles se conoce por medio de la deliberación
del deseo (boulésis), y que tiene como característica principal el llevar a las personas a una
interpretación hermenéutica de sí mismas desde la virtud8.
8
Sin embargo, de la manera en la que se desarrollará más adelante, la constitución y realización de los planes
de vida que han de pasar por la mediación tanto del cuidado de sí y del cuidado del otro desde la solicitud al
otro que es el amigo, como también ha de pasar por el tamiz de las instituciones justas, esto es, por la justicia.
Porque en el cuidado de sí y del otro están los cimientos de la justica, así que “ocuparse de uno mismo y
ocuparse de la justicia viene a ser lo mismo” (Foucault, 1994, p. 52), puesto que, la justicia siempre implica una
alteridad, puesto que “al ocuparse de uno mismo uno va a convertirse en alguien capaz de ocuparse de los
demás. Existe una relación de finalidad entre el ocuparse de uno mismo y el ocuparse de los demás” (Foucault,
1994, p. 66).
9
“Este nuevo discurso [el aristotélico] introduce términos de otra naturaleza: fin, felicidad, virtud (en el sentido
de excelencia), que implican normas y valor. […] la excelencia añade la dimensión estimativa” (Ricoeur, 1988,
p. 26)
99
de vida buena, los cuales llegan a constituir la realización de la vida de los hombres en la que
la virtud es el eje de acción.
Con este retorno a sí mismo reflexivamente desde la estima de sí, la práctica del
reconocimiento comunicativo hace que las personas se reconozcan y devengan éticamente
responsables de sí, porque cada agente al reconocer sus capacidades se torna responsable de
ellas y de la edificación de los propios proyectos. En este sentido, todo agente es responsable,
y ello implica, siguiendo a Foucault (1994), que bajo el concepto griego de epimélei/cura sui
(el cuidado de uno mismo) las personas se reconocen responsables desde el cuidado, el
ocuparse y conocerse a sí mismo. Hecho que Foucault (2015) también lo categoriza desde la
modernidad con la Aufklärung kantiana, diciendo que es una actitud que consiste en una
crítica-histórica-ontológica-de-nosotros-mismos, esto es, un tomarse como sujeto y objeto de
estudio para interpretarse en su tiempo (actualidad).
Así que, con ambas conceptualizaciones se propone una situación en la que las
personas toman un modo de vida (ethos), y toman una actitud crítica (estudio) en la que se
interpreta éticamente en su existir. De esto que por ethos y actitud se pueda entender
100
[…] somos responsables de cultivar ciertos valores y principios como parte integral
de la identidad personal y de cultivar especialmente las capacidades de elegir y actuar.
La responsabilidad está unidad indefectiblemente a la vida humana, en cuanto por
nuestra capacidad de estimarnos somos responsables de construir nuestra propia
identidad mediante un proyecto de vida. (Obregón, 2016, p. 39)
De este modo, lo que es estimable en toda persona son tanto sus capacidades de elegir
(deliberar) como también las de poder iniciar e introducir cambios en el mundo de la vida, y
en esto “[…] consistirá precisamente en actuar de tal forma que uno pueda quererse a sí
mismo” (Foucault, 1994, p. 60). En efecto, este momento hermenéutico-reflexivo del
10
Arendt (1996) habla de una cultura animi en la que las personas cultivan sus capacidades para cuidar del
mundo público-político, pues los hombres y mujeres de acción han de cultivar su mente (cultura animi) para
cuidar del mundo. Y con su talento filológico Arendt deriva el concepto de cultura del verbo colere, cuyo
significar denota cultivar, colonizar, ocuparse de algo, atender, conservar y aumentar. Por ello, siguiendo a
Cicerón, quien fue el que empleo este término con fines espirituales, y quien habla de excolere animum para
significar el cultivar el alma, la mente, y ocuparse de sí mismo que no es más que cuidar y conservar el legado,
la tradición del actuar humano.
101
Por una parte, se identifica, que son con los patrones de excelencia (areté) o reglas
constitutivas bajo las que cada acción se hace para que sea considerada buena su ejecución.
Patrones valorativos o bien reglas o normas que son aplicadas en virtud de la idealización
común del bien hacer dentro de una colectividad, a saber, “[…] son actividades cooperativas
cuyas reglas constitutivas se establecen socialmente; los patrones de excelencia que les
corresponde en el nivel de tal o cual práctica vienen de más lejos que el ejecutante solitario”
102
(Ricoeur, 1996, pp.181-182). Siendo así que, esta concepción de la estructura de las prácticas
sociales es la que integra una interpretación y estimación de la acción buena en cuanto que
se sigue una normatividad de acción.
Tal normatividad que se encuentra cimentada desde una orientación social que rompe
así de una vez con una interpretación solipsista de la acción que se plasma en el empresario
de sí. Y al hacer tal ruptura, los patrones de excelencia integran más bien una interpretación
de sí mismo en la acción y de la valoración del poder hacer desde el saberse interpretar
virtuoso desarrollando tal práctica, a la vez que se añade la estima del otro que juzga las
acciones bien hechas.
de sí mismas en sus capacidades que desarrollan, ellas se ocupan de igual manera de los
demás para que sus intencionalidades del deseo de tener una vida plena se vean concretada.
Con este hecho, la estima de sí, que se menciona en el sentido de una confianza en sí
mismo y en el otro, es fundamentalmente para el desarrollo de las aptitudes prácticas, pues
ella no está completa sin la acción con y para el otro y de su desarrollo dentro de una polis
con instituciones justas.
Sin embargo, dado que en el espacio público hay una correlación de acciones de
diferente naturaleza, en el espacio publico pueden surgir acciones con las que los agentes se
tomen como un agente sufriente al padecer de las acciones de los demás, y con ello se toma
a los hombres en sus capacidades a modo de seres finitos, mortales, frágiles y vulnerables.
En efecto, con ello se pone de manifiesto siguiendo a Butler (2017), que la vulnerabilidad y
fragilidad de los hombres es una de “[…] las condiciones de la sociabilidad y de la vida
política que no puede ser estipulada en términos contractuales y cuya negación y
105
A modo que, ser sufriente constituye la misma fuerza de unión de los hombres, y
este sufrir no se limita tan solo a la capacidad de actuar desde la finitud y la mortalidad
inherente al actuar humano, sino que se puede encontrar, como se vio con en el anterior
capítulo con las políticas de Estado que implementaron los falsos positivos, que el
sufrimiento se encuentra tanto en los estatutos del dolor físico y la muerte (necroplítica), en
el dolor mental (prácticas disciplinares), como también se encuentra en la negación de la vida
(biopolítica). Prácticas en la que hay un ataque a la integridad de la identidad del poder-hacer,
puesto que la negación recae en la identidad personal e impide que ella se proyecte desde sus
capacidades (políticas y sociales) con las cuales introyectar nuevos estados de cosas en el
mundo y narrar su historia de vida.
Con tales limitaciones, las cuales son inherentes al hombre en su finitud de actuar o
que también son introyectadas desde el exterior por un otro que emplea la violencia, las
personas son también un ser en pasividad que se encuentran ante la finitud de su actuar y
mortalidad: son pura vulnerabilidad. De manera que toda persona en calidad de ser una
totalidad finita está en carencia en el mismo actuar, siendo así que ante esta carencia toda
persona hace un llamado o solicitud de un otro distinto de sí, que es el amigo en virtud de
que la carencia lleva a la necesidad de un otro.
función proveer a lo que uno es incapaz de procurarse por sí mismo” (1996, p. 192), pues, en
la amistad se tiende a la estabilidad de carencias y limitaciones en las que se encuentra todo
agente en su capacidad de actuar desde sus cualidades finitas. Por ello que se haga la
insistencia, desde el reconocimiento comunicativo con su poder dialogal y desde el mismo
Ricoeur, que la solicitud al otro sea esa garantía de estabilidad ante la carencia y fragilidad
humana, y más bien potencie el actuar humano
Esta razón de ser de la amistad es la manera en cómo las capacidades de cada persona
entran en una relación con las de otro y se potencian, puesto que en la solicitud y la amistad
se edifica una reflexividad compartida de la “vida buena” con sus concomitantes proyectos
de vida. En consecuencia, se tiene que en el llamado a la amistad cada agente encuentra un
incremento en la confianza de actuar, esto es, que cuando se actúa conjuntamente la
autoestima o confianza aparece en forma de ser un acto de reciprocidad en el intercambio de
dones en el que las personas se valoran mutuamente, y donde el dar y el recibir son simétricos.
Además, se llega a estimar las capacidades, no solo por lo que con ellas se pueda
hacer, puesto que en el poder-hacer “[…] el núcleo del enfoque de la capacidad no es
entonces solo lo que la persona realmente termina por hacer, sino también lo que ella es de
hecho capaz de hacer” (Sen, 2012, p. 265) desde sus propias virtudes. En suma, se estima y
se reconoce tanto la capacidad misma de las personas como también se reconoce el poder-
hacer conjuntamente.
En este orden de ideas se afirma, para seguir con la temática abierta por el
reconocimiento comunicativo y con Ricoeur, pero ahora bajo el matiz de Honneth, que en la
consecución de la vida buena en la amistad se encuentra implícita la solidaridad y la
responsabilidad en cuanto que ellas son la respuesta a un llamado y solicitud ante la
carencia.
En efecto, las personas tienen el deseo general de ser reconocidas en sus interacciones
en la singularidad que lo diferencia del otro, y por ello cada agente sabe que para ser
considerado ha de adentrarse en relaciones solidarías y responsables en las que la
autorrealización y el reconocimiento individual está en desarrollo con el reconocimiento del
otro, “[…] porque las cualidades que se le reconocen en tanto que persona de derecho,
precisamente las comparte con todos los demás miembros de la comunidad” (Honneth, 1997,
p. 108).
una interacción social, otorgando así un ensanchamiento del derecho de la praxis social y
política.
que ese otro desarrolle sus competitividades con las que se autorrealiza como una persona
capaz.
Y, no obstante,
Dicho esto, se reconoce que la interacción social confiere que las personas en cuanto
entran en el escenario de la socialización tienen la potencialidad de reconocer y de desplegar
un universo de representaciones de sus competencias sociales desde el punto de vista de la
solidaridad. Significando esto que, mientras que los hombres se solidaricen, ellos pueden
hacerse una representación de cada uno en sus capacidades como también que hacen parte
del entramado público.
las que se funda el vínculo social y un vivir-juntos, como asimismo alcanza la efectividad de
un reconocimiento del derecho que goza cada uno. Y en este sentido
Así, el valor del compartir reside en que las proyecciones de la identidad narrativa
tienden a la fundación de instituciones en las que se logre mantener en auge una vida buena
que se comparte con otro en común. Por ello, en las instituciones se ha de buscar las formas
113
y condiciones en las que las personas puedan llevar a una feliz realización sus propias
intenciones, en cuanto que, como se ha señalado en este apartado, existen objetivos éticos-
políticos compartidos. En efecto, “el reconocimiento es una estructura del sí que se refleja en
el movimiento que lleva a la estima de sí hacia la solicitud, y a esta hacia la justicia” (Ricoeur,
1996, p. 327).
el tercero es, de entrada, sin juegos de palabras, tercero incluido por la pluralidad
constitutiva del poder. Así se impone un límite a cualquier intento de reconstruir el
vínculo social solo sobre la base de una relación dialogal estrictamente diádica. La
pluralidad incluye terceros que nunca serán rostros. Se incluye así un alegato en favor
del anónimo, en el sentido propio de la palabra, dentro del más amplio objetivo de la
verdadera vida (Ricoeur, 1996, p. 204).
Por consiguiente, es fundamental el rol que cumplen los ciudadanos en tanto tienen
la oportunidad de la fundación de la voluntad pública. Pues, esta importancia reside en que,
para el diseño de tal fundación, los ciudadanos tienen propósitos comunes, los cuales son
respaldados desde la solidaridad y responsabilidad de actuar concertadamente que logran
explayarse más allá de las relaciones interpersonales, y abarca a una institucionalidad plural
que incluye a terceros.
responsabilidad, con los que las instituciones justas, estables y duraderas puedan sostener
un buen-vivir-juntos. Haciendo de tal manera que en este construir y sostener esté arraigado
el tomar parte de la fundación misma de la institucionalidad. Puesto que, se pretende que en
este diseñar la institucionalidad se erijan metas comunes en las que las personas logran
reconocerse mutuamente a manera de agentes comprometidos en el actuar para que sus vidas
lleguen a realizarse.
comunidad política. Pues en el distribuir justamente tanto los bienes, los derechos como las
cargas se erige un querer vivir-juntos.
Con esto se reconoce que la dinámica de la esfera política y del derecho se ven
movilizadas desde los conflictos sociales, morales, políticos y jurídicos, porque con la lucha
por el reconocimiento se constituye una responsabilidad por parte del ciudadano de
permanecer en la esfera pública-política con el cometido de instituir un diálogo en el que
esgrimir las distintas opiniones se edifica un enriquecimiento y ensanchamiento de las
distintas esferas en las que se tiende a vivir-juntos desde la pluralidad.
Esto implica, como señala Honneth (1997), que las diversas luchas por la libertad han
generado emancipaciones (luchas de liberación), reivindicación de derechos y libertades, y
han generado un reconocimiento de minorías que no contaban con un reconocimiento. Estas
luchas han podido fundar dentro del entramado institucional-jurídico derechos que no solo
se quedan en su concepción de libertades negativas, sino que también en las libertades
positivas y libertades de desarrollo del bienestar social. En esta perspectiva, las luchas por el
reconocimiento que se configuran en la trama institucional recogen un poder que modifica el
asentamiento de injusticias y promueven, más bien, subjetividades y prácticas que favorecen
el ejercicio de las libertades con las que fundar e insertar nuevos hechos en el mundo de la
vida, hechos que al mismo tiempo permiten ensanchar y dinamizar la esfera del derecho.
117
De este modo sería un error el querer designar lo justo solo a su aplicación económica.
Porque la concepción de distribución se puede ampliar desde las dinámicas institucionales a
un repartir funciones con las que los ciudadanos puedan participar de la formación y
fundación de una polis con instituciones justas y Constitucional. En este orden Arendt (2013)
acota que “la palabra «constitución» […] significa tanto el acto constituyente como la ley o
normas de gobierno que son «constituidas», están incorporadas en documentos o escritos […
como también es el] resultado del designio consciente de todo un pueblo para fundar un
nuevo cuerpo político” (p. 232).
De esto que los ciudadanos son capaces de participar desde espacios públicos
espontáneos que tienen en sí poder constituyente, espacios como los movimientos sociales,
campañas de líderes sociales y comunitarios, asambleas universitarias, populares y salas
118
comunales. De aquí que, los ciudadanos se muestren capaces de hacer de sí mismos actores
responsables en el participar en los asuntos públicos según se van mostrando estos últimos
en la esfera pública.
En estos espacios los ciudadanos cada vez que se manifestaron, “siempre que hicieron
su aparición, surgieron [a modo de] órganos espontáneos del pueblo, no solo al margen de
todo partido […] sino en forma inesperada para ellos y sus dirigentes” (Arendt, 2013, p. 412),
aparecieron como entes autónomos con la responsabilidad de actuar de acuerdo con las
exigencias públicas y ciudadanas.
A su vez, este participar consigue que toda persona llegue a reconocerse como sujeto
de derecho y reconocer al otro en el mismo estatuto, haciendo explícito que en el querer vivir-
juntos de acuerdo con las capacidades y proyectos de vida está presente el sentido de la
justica. Puesto que el vivir-juntos logra explayarse más allá de las relaciones interpersonales
y llega a estructurar una relación con las instituciones. Formándose así la idea “del cada uno:
a cada uno su derecho” (Ricoeur, 1996, p. 202).
En el seno de las ciencias sociales se ha hecho evidente que hay que proceder a una
distinción de los derechos subjetivos en derechos liberales de libertad, derecho
político de participación y derechos sociales al bienestar. Con la primera categoría se
designan los derechos negativos que protege la persona en cuanto a la libertad de su
vida y a sus propiedades frente a las ilegitimas intervenciones del Estado; con la
segunda categoría los derechos positivos que le asisten en cuanto a la participación
en los procesos públicos de la formación de la voluntad, y con la tercera
exclusivamente aquellos derechos positivos que le permiten participar de modo
limpio en la distribución de los bienes fundamentales (Honneth, 1997, p. 141)
Desde este punto de vista, una dialéctica entre estos tres aspectos del derecho, como
se ha venido desarrollando a partir de la premisa ricoeuriana de la intencionalidad ética de
una vida buena, y por ende de un reconocimiento comunicativo mutuo en estos derechos,
constituye uno de los aspectos de magna importancia para el poder-obrar juntos en la misma
fundación.
Y ello en cuento que, en primera instancia, se reconozca que cada persona tiene el
derecho de la libre elección de un modo de vida buena, teniendo el resultado de que se
desarrolla la libertad privada de elección, No obstante, no hay que olvidar que aquella libre
elección desde la privacidad también hace parte de la esfera de la sociedad civil y de las
capacidades llamadas sociales, para que esta elección no quede en una autorreferencia y
ensimismamiento de la subjetividad.
120
En otras palabras, y en esto coinciden autores como Honneth (1997), Mouffe (1999),
Ricoeur (2006) y Butler (2017), para ejercer el derecho a la libre elección de un plan de vida
121
6. Conclusiones
De manera que este espacio público civil se constituye en un filtro, en él fluyen una
gran diversidad de opiniones con las que deliberar los ciudadanos, y por ello se hizo necesario
de un concepto bajo el que se pueda dar acuerdo entre la diversidad de opiniones, y ello se
conceptualizó con el reconocimiento comunicativo, el cual tiene en su práctica el tener en
consideración al otro en sus opiniones. Reconocimiento que no quedaría Enel espacio
público-civil, sino que él sería también un mecanismo con el que se tenga en consideración,
por parte del aparato estatal constitucional, las opiniones y decisiones que se toman en los
espacios públicos que surgen desde las prácticas políticas de los ciudadanos, y se les dé una
solución. Y dicho reconocimiento comunicativo entre estas partes que constituyen el vivir-
juntos tiene como telos la mancomunación de juicios y de proyectos éticos-políticos que se
emiten para fundar una polis con instituciones justas, duraderas y estables.
En este sentido, las prácticas del reconocimiento comunicativo ponen en escena que
es en la acción en consideración con los otros en cómo se edifica la fundación de un vivir-
juntos. Por ello, en la interlocución con el otro es imperioso que los agentes implicados
tengan la tendencia y predisposición de ejercer la facultad de la imaginación, pues ella junto
a la facultad del juicio (lexis), de acción (praxis), de entendimiento (concepto), memoria
(retención y rememoración de las acciones del pasado), junto al sensus communis y la
sabiduría práctica, pues ellas son las facultades por excelencia que ponen en relación a los
distintos interlocutores en la socialización de las opiniones. Así que son estas facultades, y
123
Para dicha inclusión en las emisiones simbólicas, los sujetos políticos en el poder
decir, actuar y narrar-se en el plexo de las relaciones humanas (Ricoeur, fenomenología del
hombre capaz) cuentan a su vez, desde la imaginación, con el poder aprehender por la mente
o por el pensamiento y distinguir, identificar, conocer mediante la memoria, el juicio o la
acción, aceptar y tener por verdadero (acepciones del verbo reconocer que se recogen desde
Ricoeur), las acciones y opiniones de los otros, las cuales le son ajenas, pero que incluso así
se las imagina, representa de manera crítica y las incluye en los juicios para ampliar el
panorama de la situación, y emitir de manera prudencial las opiniones con las que se quiere
erigir un vivir-juntos.
Este acto heurístico ha sido considerado como la sabiduría práctica que le concierne
a cada agente, pues al tener en cuenta al otro en sus opiniones, lo hace con el cometido de
actuar de manera prudente y de llegar a un reconocimiento comunicativo y a un
entendimiento intersubjetivo.
Pero las pretensiones de ser aceptado, valorado y estimado dentro del mundo de la
vida solo cobran efectividad cuando este reconocimiento es tanto para el sí mismo como para
el otro distinto de sí. En otras palaras, en el reconocimiento de sí mismo en las capacidades
y proyectos de vida que se llevaran a cabo en el entramado social, se pasa por tamiz de la
identificación del otro y de sus aptitudes, identificación que lleva a un saberse de sí mismo y
del otro en sentid de ser otro generalizado con el que se puede actuar conjuntamente desde
la solidaridad para que cada proyecto se vea realizado al igual que la identidad personal con
sus cualidades se autorrealice en el acto de fundación.
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