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María, tienes la mirada perdida, como tantas madres a quienes la mirada se les pierde cuando sus hijos
sufren o mueren. A lo largo de tu vida ¿cuántas veces la mirada se te quedó perdida? ¿No se te quedó
perdida en el horizonte, el día que viste que tu hijo salía de Nazaret para ir a evangelizar a los pobres?
¿Hacia dónde mirabas cuando crucificaban a Jesús? En el Gólgota, ¿no buscabas con la mirada al ángel
Gabriel para que te dijera de nuevo: “No temas, María…, nada hay imposible para Dios”. Dinos, María,
¿qué hacías para recuperar tu mirada de mujer creyente en esos momentos tan difíciles? Necesitamos
saberlo para decírselo a los millones de personas que viven actualmente en el mundo con la mirada
perdida: mujeres que huyen de la hambruna con sus niños en brazos, mujeres prostituidas por las mafias,
gente que vaga de un lugar a otro huyendo de la violencia o que contempla las ruinas de lo que fue su
hogar…
María Rivier, enséñanos a tener una mirada como la tuya, una mirada contemplativa. Ayúdanos a mirar
atentamente la realidad y a unir nuestros brazos para seguir trabajando sin descanso por un mundo más
justo y más fraterno.
• María ¡cuántas veces hemos sentido que un nudo en la garganta nos dejaba la boca entreabierta, como la
tienes tú en esta imagen! Cuando el dolor nos ahoga, parece que nos consuela abrir un poco la boca para
respirar o suspirar. Al mirar tu rostro, y al mirar tu boca, sentimos que tú también tienes un nudo en la
garganta, porque el dolor te ahoga. Y tu dolor nos hace presente el dolor de tantas madres que han tenido
y tienen a sus hijos muertos en sus brazos. María Rivier, enséñanos a leer en los rostros la expresión del
dolor, a estar muy atentas ante el dolor ajeno. Danos entrañas de misericordia ante cualquier forma de
sufrimiento.