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KANDUR EL OGRO

Un hombre que cazaba en compañía de su hermano vio el nido de unos guacamayos en un


elevado peñasco. El hombre derribó un árbol para hacer con sus ramas una escala. La apoyó
contra el peñasco y dijo a su hermano que trepara hasta el nido. El muchacho subió, pero al
intentar coger a los pichones, sus padres le atacaron furiosos, picoteándole y golpeándole con las
alas.

El joven aterrorizado y lloroso quiso bajar, pero el hermano molesto por las lamentaciones del
niño, derribó el árbol y se internó en el bosque. El chico se quedó allí agarrado de la roca. Cayó la
noche y se durmió, al amanecer los padres de los polluelos salieron a buscar alimento, con las alas
le golpearon la cara, los retoños desde su nido se burlaron del joven. Pasó otra noche y volvió a
amanecer, cuando el Sol estaba en lo más alto el muchacho decidió explorar el peñasco. Abajo en
el bosque, un jaguar que pasaba por allí vio la sombra, intentando inútilmente atraparla. El niño a
pesar del hambre no pudo menos que reírse y el jaguar miró hacia arriba irritad, luego le preguntó
qué hacía allí. Contó el niño como su hermano lo abandonó, también le hablo del nido. El jaguar
interesado en los polluelos quiso verlos, el muchacho se los arrojó, entonces el jaguar los devoró
con sumo placer. Agradecido el jaguar, puso contra el peñasco el árbol y el muchacho pudo bajar.
La fiera se lo llevó sobre sus lomos hasta un riachuelo para que saciara su sed.

El félido le dijo que como no tenía hijos le gustaría convertirse en su padre para cuidarlo, el chico
subió de nuevo a sus lomos y el animal lo llevó a su cubil. Dentro de la cueva había un tronco en el
suelo, estaba ardiendo, los indígenas no conocían el fuego, por lo que el niño se sorprendió. El
jaguar le dio un trozo de carne asada y le explicó los usos del fuego. Llegada la noche, el niño sintió
el calor de las llamas y vio la luz que procuraban. Por algún tiempo vivieron juntos, el jaguar dio al
joven un arco y flechas, con las que mató a la esposa de la bestia; porque ella no era nada amable
y le enseñaba los colmillos, el jaguar se limitó a decir: ¡No me importa! El muchacho quiso volver a
su casa y el jaguar le mostró el camino, pero le dio este consejo: si una roca o un árbol aroeira te
llaman, deberás responderles, si te llama un árbol podrido y muerto, quédate callado.

Efectivamente en el camino la roca y el árbol aroeira le hablaron y él les contestó, pero también
contestó al tronco podrido, con esto condenó a su gente a una existencia, en la que se harían
viejos y morirían alrededor de los cincuenta años. Unas millas más lejos escuchó otra voz y de
nuevo respondió, era el maléfico ogro Kandur, que se alimentaba de carne de hombres y animales.
El ogro lo metió a una gran cesta y se internó en el bosque, el niño engaño a Kandur haciéndole
poner la cesta en el suelo, el joven levantó la tapa de la cesta y salió fuera. Puso en la canasta una
gran piedra para que el ogro no se percatara de su fuga al sentir cuan ligera estaba. El muchacho
corrió hasta que llegó a su aldea. Contó a su familia sus aventuras y los llevó a la morada del
jaguar, éste les dio un leño humeante; explicándoles la naturaleza del fuego, les recomendó
cuidarlo como era debido. Desde aquel día los indígenas conocieron el fuego.

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