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Según los pobladores de Iquitos, que han visto a este enano, tiene la habilidad para
transformarse en cualquier otra persona que él desea para engañar visitantes o las personas que
viven en la selva. Puede aparecer como un miembro de la familia o un amigo cercano, para de esta
manera, engañar a los pobladores y conducirlos por caminos imposibles de recordar, con la
finalidad de introducirlos en lo profundo de la selva y hacerlos perder.
Los que han logrado escaparse de los engaños de este enano, cuentan que la única forma de
identificarlo es que éste logra cubrir en todo los posible sus pies, ya que puede cambiar de
apariencia, pero no puede cambiar la forma de sus pies, porque tiene un pie de humano y un pie
de cabra.
Según esta leyenda, una familia fue a la selva con la finalidad de conseguir leña para una actividad,
los padres dejaron en un campo plano a sus dos hijos, que tenían 4 y 7 años, dándoles como
advertencia que no jueguen ni conversen con nadie, al irse los padres, el niño de 7 años vio en un
árbol a un vecino de su casa que le hacía señas desesperadamente para que le dé el alcance, pero
como el niño recordó la advertencia de sus padres no le hizo caso, al volver sus padres, les contó lo
sucedido, los padres fueron a buscar a su vecino, pero lo único que hallaron, fueron unas huellas en
el barro de un pie de humano y una pezuña de cabra.
Asustados, llorando de pena, deseaban ser aves para poder volar donde su mamá. El monte tuvo
pena y los convirtió en pequeños pájaros y volaron. Pero cuando llegaron a su pueblo, vieron que ya
nadie había: todos habían muerto.
Desde entonces, no dejan de volar y volar. Y cuando se posan en lo alto de un árbol, cansados de
buscar a su madre, hacen oír su canto lastimero ayaymamá.
En medio del bosque vivían tres hermanos con sus padres. Cierto día ellos salieron a
cazar animales dejando a sus hijos solos en casa, bajo el cuidado del hermano mayor. Los
niños extrañaban a sus padres, por lo que, aprovechando que su hermano mayor se
quedó dormido, salieron rumbo al bosque en busca de sus padres.
Avanzaron por senderos y trochas angostas, hasta que cayó la noche y los dos niños
estaban perdidos en medio de la espesa jungla. Empezaron a llorar de hambre y
desesperación, y el cansancio también se había apoderado de ellos. Lloraban y pedían
que su mamá estuviera para auxiliarlos. Entonces el espíritu del bosque al ver a los dos
pequeños desprotegidos, sintió compasión y los convirtió en pequeñas aves para que
vuelen de regreso a su casa.
Al llegar a casa se enteraron que su madre murió de tristeza al darse cuenta de la pérdida
de sus dos hijos. Desde ese día los hermanitos vuelan por la selva emitiendo su canto que
suena como un lamento «ayaymama» en alusión al pésame de su madre.
Después el hombre con el propósito de engañarlos les dijo: hijos mañana nos iremos a buscar
churos; al día siguiente la madre de los niños se levantó tempranito, les llamó y los vistió con el
mejor traje que ellos tenían; oculto de su marido les puso en sus bolcillos, granos de maíz y
pequeñas piedrecitas y les dijo que en cuanto entran al monte que rieguen los granos de poco a
poco, y así lo hicieron hasta que se terminaron los granos, pero ya cerca al sitio, donde el padre los
dejaría. Llegaron, y el hombre preparó una pequeña barbacoa, en donde ellos podían más o menos a
alcanzar. Los acomodó en ese sitio y les dijo: espérenme aquí que en seguida regreso voy a traer los
churos, los niños se quedaron contentos comiendo sus fiambres que llevaron, terminaron de comer
ellos jugaban y jugaban, las horas pasaban, la tarde llegaba; los niños se afligían lloraban llamando
a su padre que ya había regresado a su casa.
Por último, la noche llegó se oscureció los niños querían regresar, pero no podían porque era muy
oscuro. Se acostaron y durmieron; despertando de un sueño, lloraban llamando a su madre; pero no
oían ni rumores de gente. Amaneció el día y comenzaron a buscar el camino. Luego encontraron las
piedritas, pero los granos de maíz las palomas los comieron. Guiados por las piedritas al segundo
día llegaron a su casa. Sus padres los recibieron muy alegres les dieron de comer, los convidaron la
comida; niños quedaron satisfechos después de comer. Al siguiente día su padre nuevamente los
llevó más lejos, los niños ya no llevaron nada y llegando a un lugar donde ellos ya no podían
regresar; allí comenzó a crecerles plumas de color blanco, en los brazos y por todo el cuerpo. Las
uñas comenzaron a desarrollarse transformándose en garras, la boca se transformó en pico,
Comenzaron a volar y a alimentarse de pequeños gusanos e insectos. Desde entonces, no dejan de
volar y volar. Y cuando se posan en lo alto de un árbol, hacen oír su canto lastimero ayaymamá.