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CRISTOLOGÍA I
Esta ficha está realizada en base al texto Cristología 1, correspondiente al Plan de Formación para Laicos del Instituto Pastoral Apóstol Santiago,
publicado el año 2007. El texto se encuentra en constante renovación y su publicación ha sido autorizada por Inpas. Se prohíbe la reproducción
total o parcial sin autorización expresa del titular.
1
© Fundación Instituto Pastoral Apóstol Santiago - Arzobispado de Santiago
Moneda 1845
Tel. (56-2) 530 7170
Mail: formacion@inpas.cl
Santiago de Chile
ISBN: 956-8188-19-3
Registro de Propiedad Intelectual: 137.178
2
Introducción
Este módulo forma parte del Plan de Formación de Laicos de la Arquidiócesis. Por ello, es de
suma importancia que los formadores conozcan íntegramente el Plan y sus criterios fundamentales
antes de abordar la programación concreta del módulo. A fin de facilitar esta tarea, se ha incorporado
una primera parte que sintetiza brevemente sus elementos principales. De todas maneras, es
aconsejable que los formadores amplíen esta información con el documento completo del Plan de
Formación. Esta primera parte incorpora además algunas sugerencias para la programación y
evaluación del módulo.
La segunda parte es la “ficha técnica” del módulo. Especifica los objetivos, contenidos
mínimos, criterios metodológicos y criterios de evaluación a los que este módulo debe responder
como parte del Plan. Estos elementos han de ser respetados con la mayor rigurosidad posible a fin
de que, realizados por distintos formadores y en distintos ámbitos, sean homologables, lo que
permitirá una efectiva progresión en el proceso formativo de las personas que participen.
La tercera parte es el desarrollo sintético y narrativo de los contenidos mínimos. Puede ser
trabajada de diversas maneras según el formador lo estime conveniente. Es posible que le pueda
servir, en todo o en parte, como apuntes para los alumnos. También que decida utilizarla como base
o como material auxiliar para desarrollar el suyo propio. Puede ser enriquecida (respetando siempre
los contenidos propios de los siguientes niveles del Plan), aunque no reducida en sus contenidos, en
función del criterio del formador y de la realidad de sus destinatarios. Queremos resaltar que se trata
de contenidos mínimos: esto es, no hemos pretendido un desarrollo acabado de la materia, sino
únicamente señalar qué aspectos no pueden quedar fuera de su desarrollo, a fin de garantizar la
coherencia y la integralidad de los diversos niveles del Plan. Tómese, por tanto, como un documento
base sobre el que el formador ha de realizar su elaboración pedagógica.
Al finalizar esta tercera parte, se indica la bibliografía básica utilizada en la confección del
módulo y alguna bibliografía complementaria.
Esperamos que este material pueda servir de ayuda para los profesores, formadores,
animadores o guías de los procesos formativos de nuestra Arquidiócesis y para sus destinatarios,
ofreciendo una mayor coherencia entre los diferentes cursos que desarrollan los organismos
arquidiocesanos.
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ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
ÍNDICE
Introducción
1. Destinatarios
2. Objetivo general
3. Contenidos
3.1. Los módulos formativos
3.2. Las áreas de contenido
4. Los criterios metodológicos del Plan de Formación
5. Formas de realizar los módulos de Formación Básica
6. Sugerencias para la programación y evaluación del módulo
1. Datos generales
2. Objetivos del módulo
3. Contenidos mínimos
4. Criterios metodológicos
5. Criterios de evaluación
Introducción
Esquema general
2. Jesús de Nazaret
2.1. Jesús, personaje histórico
2.2. Jesús, personaje evangélico
3. La Resurrección de Jesús
3.1. Introducción
3.2. Los acontecimientos
3.3. El significado de estos acontecimientos
3.4. Jesucristo, revelación del misterio de Dios y del hombre
4. La Infancia de Jesús
4
4.1. Sentido y finalidad de los relatos de la Infancia
4.2. Los orígenes de Jesús en Mateo
4.3. Los orígenes de Jesús en Lucas
4.4. En conclusión
7. Las Bienaventuranzas
7.1. Introducción
7.2. Las Bienaventuranzas: el programa del Reino
7.3. En conclusión
+ BIBLIOGRAFÍA GENERAL
- Bibliografía básica
- Bibliografía complementaria
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PRIMERA PARTE
LA FORMACIÓN BÁSICA
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INTRODUCCIÓN
El módulo que presentamos se inserta en el nivel de Formación Básica del Plan de Formación
para Laicos de la Arquidiócesis de Santiago. Este nivel pretende facilitar la integración de la fe y la
vida, ayudando a las personas a estructurar la vida desde la fe en Jesús. Consta, como todos los
niveles del Plan de Formación, de un "tronco común", dirigido a todos los laicos y de un "tronco
específico", dirigido a los laicos que son llamados a prestar algún servicio específico. El módulo que
presentamos forma parte del tronco común.
1. DESTINATARIOS
Los destinatarios de los módulos de la Formación Básica son personas creyentes que han
recibido una formación inicial a través de la catequesis o de procesos comunitarios. Es posible que
algunos de ellos estén prestando ya un servicio eclesial concreto, tal como ministro extraordinario de
la Eucaristía, animación litúrgica o catequesis.
2. OBJETIVO GENERAL
Todos los módulos del tronco común de la formación básica se enmarcan en este objetivo
general, esto es, han de contribuir, desde su perspectiva, a lograr este objetivo. Esto implica que
habrán de tener un fuerte contenido experiencial y preocuparse de la vinculación con la vida
cotidiana de los formandos.
3. CONTENIDOS
Los módulos formativos son lo que podría equivaler a "cursos" o "talleres". Son un conjunto de
objetivos y contenidos que tienen sentido en sí mismos (por ejemplo, Introducción a la Biblia), y que,
al mismo tiempo, se pueden coordinar con otros módulos formando procesos o cursos de más
duración. La duración mínima para realizar un módulo es de 20 horas cronológicas.
Como todo el tronco común del Plan de Formación, el de la Formación Básica consta de
cuatro áreas de contenido, cada una de ellas compuesta por dos o tres módulos. Estas áreas son las
siguientes:
Madurez personal.
Economía, cultura y participación social.
Los módulos pertenecientes a una misma área configuran una cierta unidad, por eso es
conveniente conocer también los otros módulos que la integran, a fin de adquirir una visión más
global del proceso.
Todo el Plan de Formación trabaja con unos criterios metodológicos comunes, que cada
profesor habrá de adecuar al módulo formativo que desarrolle y a los destinatarios con los que
trabaje. Estos criterios son los siguientes:
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1. Aprendizaje significativo1. Generar aprendizajes significativos en las personas, significa
que las personas establezcan conexión entre los nuevos contenidos que aprenden y sus
conocimientos y aprendizajes previos, y entre estos contenidos y sus experiencias vitales.
Sólo se “aprehende” lo que resulta significativo para la persona, lo que adquiere sentido.
Esto implica también facilitar que las personas jerarquicen sus aprendizajes: no todo tiene
la misma importancia. Optar por un aprendizaje significativo implica, por lo tanto, partir de
la experiencia y de los conocimientos previos de las personas, considerándolas como
sujetos activos que construyen su propio aprendizaje, y cuidar que los nuevos
aprendizajes se incorporen a la red de significados que el formando interioriza, esto es,
que se constituyan parte de su experiencia y su conocimiento.
1
Cf. Directorio General de Catequesis 114-117.
2
Cf. ibid., 86.
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contenidos no es sinónimo de la oscuridad en el lenguaje, como a veces pensamos. Los
contenidos más complejos pueden y deben ser “traducidos” a un lenguaje adecuado a sus
destinatarios, utilizando para ello diversos lenguajes: hablado, escrito, audiovisual o
simbólico, de acuerdo con las características de los destinatarios.
Como hemos señalado, aquí únicamente se indican los objetivos y contenidos mínimos del
módulo para poder ser homologado con el resto del Plan de Formación. Al profesor, formador o guía
que lo desarrolle corresponde, por lo tanto:
a) Desarrollar con mayor profundidad los contenidos, acentuar algunos o añadir otros
aspectos que considere relevantes para sus destinatarios concretos.
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Estos aspectos se concretan en la programación de cada profesor. Una programación ha de
incluir, al menos, los siguientes aspectos:
2. Los objetivos concretos. Éstos vienen definidos en el propio módulo, si bien es posible
añadir algunos o matizar otros en función de la realidad concreta.
Para ello, la ficha técnica del módulo incorpora criterios de evaluación, que se refieren a
los mínimos de aprendizaje que se exigen para superar el módulo. A los formadores
corresponde buscar los mejores instrumentos para la evaluación. Por otra parte, es muy
importante que evalúen también la realización pedagógica del módulo. Para ambos tipos
de evaluación es conveniente que consulten el Plan de Formación, que sugiere diferentes
instrumentos para realizarla.
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SEGUNDA PARTE
CRISTOLOGÍA I
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1. DATOS GENERALES
+ Objetivos Cognitivos:
Conocer en profundidad desde la Palabra la persona de Jesús, su relación con Dios como
Padre y el proyecto del Reino.
+ Objetivos actitudinales:
+ Objetivos procedimentales:
3. CONTENIDOS MÍNIMOS
Cualquiera que sea el tratamiento pedagógico que se realice, el Módulo Cristología I incluye
los siguientes contenidos mínimos:
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- La Infancia de Jesús. Sentido y finalidad de los relatos de la Infancia. Los orígenes de
Jesús en Mateo y en Lucas.
- El Bautismo y las tentaciones de Jesús en los evangelios, su significado y sus
implicaciones.
- El Mensaje de Jesús: El Reino de Dios. El Rey en el Antiguo Testamento. La
proclamación y realización del Reino de Dios en Jesús. Las características del Reino de
Dios. Las exigencias del Reino.
- Las Bienaventuranzas: el programa del Reino.
- Actitudes fundamentales de Jesús: Jesús y el Padre, la opción fundamental de Jesús,
Jesús ante la Ley, Jesús ante el Templo, Jesús ante los marginados.
- La ética y el seguimiento de Jesús. La ética de Jesús. El amor, norma suprema de la
moral evangélica. El seguimiento de Jesús y sus exigencias.
- La Pasión y Muerte de Jesús. Su narración en los Evangelios; su significado; el Misterio
Pascual.
4. CRITERIOS METODOLÓGICOS
Queremos señalar que en este módulo de Cristología I, que corresponde a lo que se suele
llamar Cristología Bíblica, no se abordan las cuestiones de la Cristología dogmática (que se ven en la
Formación Superior), y resaltar, por tanto, la importancia que tiene para el módulo el contacto directo
con la Palabra de Dios.
Pero además, queremos llamar la atención sobre la necesidad de tener presente los criterios
metodológicos del Plan de Formación, pues, como es obvio, no se pretende únicamente conocer “los
datos” bíblicos sobre la persona de Jesús, sino fundamentalmente crecer en el conocimiento y
adhesión a su persona y proyecto de vida, para vivir con mayor autenticidad y coherencia nuestra
vida cristiana.
5. CRITERIOS DE EVALUACIÓN
Los objetivos nos indican la dirección hacia la que queremos caminar en el desarrollo del
módulo con los participantes. Sin embargo, es sabido que no todas las personas avanzan de la
misma manera. No pretendemos que todos los participantes logren al cien por cien los objetivos
propuestos, pero necesitamos establecer unos mínimos que sí han de haber logrado para que se
pueda considerar que han superado el módulo, y, por tanto, pueden acceder a otros que lo incluyen
como requisito. Esta evaluación es fundamental para respetar el carácter procesual del Plan de
Formación y permitir una progresión en la formación y el aprendizaje.
Así pues, consideraremos que una persona ha superado el módulo si constatamos que:
Ha descubierto los rasgos principales de la persona de Jesús que nos presentan los
Evangelios.
Ha conseguido un conocimiento y comprensión básicos de los elementos fundamentales
del mensaje del Reino y de la propuesta de vida de Jesús.
Ha asimilado la revelación del rostro paterno de Dios y del verdadero rostro del ser
humano que nos aporta Jesús.
Ha comprendido cuáles son los misterios centrales de la vida de Jesús y su significación
para nuestra vida.
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Ha entendido el significado fundamental de la Pascua de Jesús.
Ha comprendido y asimilado que el seguimiento de Jesús tiene implicaciones y exigencias
concretas para la vida personal, comunitaria y social.
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TERCERA PARTE
CRISTOLOGÍA I
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INTRODUCCIÓN
Para el desarrollo de los contenidos hemos tenido fundamentalmente en cuenta cuatro obras:
Martín Irure y Jesús M. Larrañeta, Catequesis Bíblicas, Ed. CCS, Madrid 1997; Carlos Junco Garza y
Ruy Rendón Leal, La Palabra nos congrega, Ed. Paulinas, México 1986; José Ramón Busto Sáiz,
Cristología para empezar, Sal Terrae, Santander 1991; y el Catecismo de la Iglesia Católica.
Cada capítulo del módulo está pensado para desarrollarlo en dos horas, completando las
veinte horas del módulo. El capítulo primero e introductorio reproduce casi íntegramente (excepto el
último punto) el capítulo tercero del Módulo de Introducción a la Biblia y al Nuevo Testamento, y por
lo tanto solamente sería necesario en caso de que no se hubiera realizado dicho Módulo; en caso
contrario se puede obviar y dedicar más tiempo a los demás capítulos.
En general los contenidos son sencillos y sintéticos, pero abundantes en citas bíblicas, con la
finalidad de trabajarlos en permanente contacto con la Palabra. Al final de algunos capítulos, se
señalan algunas pistas para iluminar y buscar su aplicación a la vida. Por último, se señalan algunas
obras como posible bibliografía complementaria.
ESQUEMA GENERAL
Introducción
2. Jesús de Nazaret
3. La Resurrección de Jesús
3.1. Introducción
3.2. Los acontecimientos
3.3. El significado de estos acontecimientos
3.4. Jesucristo, revelación del misterio de Dios y del hombre
4. La Infancia de Jesús
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5. El Bautismo y las tentaciones de Jesús.
7. Las Bienaventuranzas
7.1. Introducción
7.2. Las Bienaventuranzas: el programa del Reino
7.3. En conclusión
10.1. Introducción
10.2. La Pasión y Muerte de Jesús en los Evangelios
10.3. Su significado
10.4. El Misterio Pascual: Muerte y Vida
+ BIBLIOGRAFÍA GENERAL
- Bibliografía básica
- Bibliografía complementaria
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1. INTRODUCCIÓN AL NUEVO TESTAMENTO Y A LOS EVANGELIOS
En la Biblia, la Palabra de Dios, nos encontramos con la revelación del misterio de Dios en la
historia y con el plan de salvación que tiene para nosotros.
En el Nuevo Testamento y de una manera especial en los Evangelios, Jesús nos habla, nos
sigue hablando cada día. Ellos nos acercan profundamente a Jesús para conocer no sólo sus
palabras, sino sobre todo sus actitudes, su entrega fiel al Padre, su solidaridad con todos los
hombres, especialmente con los pobres y marginados. En ellos encontramos el maravilloso proyecto
que Dios tiene para cada uno de nosotros.
Jesús, con sus palabras y obras, con su vida, lleva a cabo la obra de la salvación,
inaugurando entre nosotros el Reino de Dios. Jesús no escribió nada. Los Apóstoles, fieles al
mandato de Jesús, empiezan a predicar la Buena Nueva y a hacer presente la salvación realizada
por el Señor.
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c) Fechas y autores de los libros.
La composición de los distintos libros se puede situar entre los años 50 y 100 de nuestra era.
El primer escrito parece ser la primera carta de Pablo a los Tesalonicenses, y los últimos, el
evangelio de Juan y su primera carta.
Los autores de los libros son los evangelistas y apóstoles, aunque posiblemente algunos
estén escritos por discípulos de los apóstoles, recogiendo la doctrina apostólica.
Evangelio significa "buena noticia". Los primeros cristianos llamaban así a la obra y al
mensaje salvador de Jesús. A partir del siglo segundo la palabra "evangelio" empezó a designar a los
escritos que hoy conocemos como los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
Los Evangelios nos presentan la vida, doctrina, pasión, muerte y resurrección de Jesús que
ha sido constituido en Nuestro Señor y Salvador. De esta forma nos comunican la "buena noticia" de
salvación en Cristo, para que el hombre se convierta a Dios y a sus hermanos y viva en comunidad.
De los cuatro Evangelios, los tres primeros (Mt, Mc y Lc) presentan entre sí tales semejanzas
que pueden ponerse en columnas paralelas y tener una "visión de conjunto con una sola mirada"
(sinopsis), de ahí que son llamados sinópticos.
El Evangelio fue primero vivido por la comunidad primitiva y después redactado. Los primeros
cristianos alimentaron su fe apoyándose en el mensaje de Jesús, transmitido por la predicación de
los apóstoles (testigos oculares).
Con el paso del tiempo y ante las diversas situaciones que van viviendo las comunidades, ven
la conveniencia de recoger las palabras y los hechos de Jesús. Con estos materiales los evangelistas
elaboran los Evangelios que conocemos, dirigidos o pensados para comunidades cristianas
concretas. Por eso el único Evangelio (la Buena Noticia), se transmite desde cuatro ángulos diversos,
teniendo en cuenta diferentes situaciones de las comunidades cristianas.
Por lo tanto, los evangelistas no pretenden hacer una crónica exacta de los acontecimientos,
ni una presentación fotográfica de la vida de Jesús, ni intentaron reproducir materialmente las
palabras y obras de Jesús. Sino que recogiendo el testimonio de los testigos, la tradición oral y los
primeros escritos, seleccionan, ordenan y adaptan para sus comunidades las palabras y los hechos,
la vida y la obra de Jesús, como anuncio de la Buena Noticia de la Salvación e invitación a la
conversión y a la fe, viviendo en el seguimiento de Jesús.
2. JESÚS DE NAZARET
Si tenemos en cuenta los criterios históricos modernos, son pocos los datos históricos que
tenemos de Jesús. Es hijo de María y nació el año 6 ó 7 antes de Cristo. Fue discípulo de Juan el
Bautista durante un tiempo, probablemente en torno a Qumran, el Mar Muerto y el río Jordán, pero se
separa de él y se dedica a predicar la llegada inminente del Reino de Dios, comenzando por su
región, en Cafarnaum, el centro de Galilea.
Si no hay documentos históricos sobre Jesús, es porque fue uno más entre los judíos
comprometidos de su época. Sin embargo, los datos que aportan los evangelistas sobre la actuación
de Jesús y sobre su tiempo, coinciden con lo relatado por el historiador judeo-romano Flavio Josefo.
Jesús, en continuidad con los profetas, anuncia la llegada del reino mesiánico. Pero este
reino no se instaurará mediante una revolución política. Jesús anuncia que la esperada actuación de
Dios en este mundo comienza ya, que ya se nota su presencia. Anuncia la llegada inminente del
Reino de Dios, que llega gratuitamente y para todos, siendo sus primeros destinatarios los más
pobres. El Reino de Dios está vinculado a la persona de Jesús, o sea, a la aceptación de su persona
y predicación; lo que significará un punto de conflicto en la vida de Jesús.
Jesús tiene éxito al comienzo, es seguido al principio por sus signos, por su predicación de la
inminente llegada del Reino de Dios, con la que se va a hacer presente la felicidad que todo el
mundo desea. Pero enseguida la predicación de Jesús empieza a entrar en conflicto.
La llegada del Reino de Dios supone el final de la estructura política y religiosa sobre la que
se mantiene Israel: la ley y el templo (cf. Jn 11,50s). Y esto no es del gusto del judaísmo, ni fariseo ni
saduceo. En segundo lugar, ¿es verdad que el Reino llega con Jesús? En torno a este punto se va a
jugar la condena a muerte. ¿Jesús trae un mensaje de parte de Dios o es un impostor? Ciertamente
Jesús no logró convencer a las autoridades de la legitimidad de su misión. Y en tercer lugar, ¿es
verdad que el Reino de Dios está ofrecido a todos gratuitamente, sin que lo tengamos que merecer?
Si nosotros tenemos que merecer el amor de Dios, entonces Jesús es un falso profeta.
3
Cf. M. Irure y J. Larrañeta , Catequesis Bíblicas, 147-149.
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Jesús asume el conflicto cuando decide subir a Jerusalén, pues sabe que significa
enfrentarse a las autoridades. Esto provoca las deserciones entre sus seguidores. Jesús lo sabe y lo
asume. Asume la muerte que prevé le va a sobrevenir y ofrece su vida por el Reino de Dios.
Cuando nos acercamos a la persona de Jesús en los Evangelios, tenemos que tener en
cuenta dos realidades, que aunque parecen evidentes, a veces olvidamos. En primer lugar, que
Jesús es un hombre histórico concreto; un judío, que vive en el ambiente judío de su época y que
practica la religión judía. Y en segundo lugar, que los evangelistas al escribir después de la muerte y
resurrección de Jesús, presentan una imagen “divinizada” del Jesús histórico; o sea, nos presentan a
Jesús con la luz nueva que nace de la fe pascual; desde la fe en Jesús como Hijo de Dios. Esto no
quiere decir que los evangelistas se inventen la persona histórica de Jesús ni su mensaje, pero nos
transmiten solamente los aspectos del Jesús histórico que pueden ayudar más a sus comunidades y
siempre iluminados desde la fe.
Tenemos que cuidar siempre el afirmar con la misma intensidad la humanidad y la divinidad
de Jesús. Jesús es hombre al cien por ciento e Hijo de Dios al cien por ciento. Muchos cristianos, en
el fondo de su corazón, no conciben a Jesús como un hombre auténtico; le atribuyen quizás un
auténtico cuerpo de hombre, pero no una auténtica psicología y una auténtica vida de hombre. Algo
así como si el Hijo de Dios se hubiera puesto un vestido de hombre (el cuerpo), pero no fuera
hombre realmente.
El hombre histórico Jesús de Nazaret es la encarnación del Hijo de Dios, que nos revela el
nuevo rostro de Dios. En Jesús Dios abraza toda nuestra humanidad (menos el pecado) y nos da su
vida para salvarnos y llevarnos a Él. Y en Jesús se nos revela el proyecto de humanidad que Dios
tiene para nosotros, que no excluye lo humano, sino que busca la liberación integral del hombre y el
desarrollo pleno de todo lo que es verdaderamente humano.
Quizás valga la pena que nos detengamos un momento a pensar y tomar conciencia de cómo
vemos nosotros a Jesús; cuáles son nuestras imágenes sobre Jesús; nuestra imagen preferida de Él.
Si ponemos el acento en la humanidad o en la divinidad; si disminuimos o aumentamos la
importancia de una u otra... Puede ayudarnos el hacer una especie de “credo” personal en Jesús.
3. LA RESURRECCIÓN DE JESÚS4
3.1. Introducción
Con la luz de la fe en el Resucitado se relee toda la vida de Jesús, sus palabras y sus
hechos, para ser anunciados como la Buena Noticia de la Salvación, que es llamada a la conversión
y a la adhesión personal a Jesús (la fe), para vivir en su seguimiento.
Por eso también nosotros empezamos por la resurrección de Jesús, antes de ver su vida y
mensaje en la Palabra de Dios.
En primer lugar nos hablan del sepulcro vacío, como un signo «negativo»: Jesús no está en el
sepulcro (cf. Mt 28,1-8.11-15; Mc 16,1-8; Lc 24,1-12; Jn 20,1-10). Y en segundo lugar, la experiencia
«positiva» de las apariciones de Jesús a distintas personas: a María Magdalena (cf. Jn 20,11-18); a
las mujeres (cf. Mt 28,9-10); a los dos caminantes de Emaús (cf. Lc 24,13-35); a los "once" (cf. Lc
24,36-43; Jn 20,19-20.24-29). Nosotros podríamos añadir, además, la transformación que se produce
en la vida de estas personas cuando son invadidos por la fuerza del Resucitado, como otro signo
positivo de la resurrección de Jesús.
Los relatos de las apariciones son la forma como los primeros testigos de la resurrección nos
cuentan su experiencia del encuentro con el Señor resucitado; y se trata de una experiencia inefable,
mística, pues es un encuentro directo con Dios. Así pues, tratan de transmitirnos algo de esta
experiencia «inexpresable» a través de las categorías que tienen a su alcance. Hay cinco elementos
presentes en todos los relatos: a) Una situación concreta: están los apóstoles o las mujeres; b) Jesús
les sale al encuentro inesperadamente; c) Jesús les saluda; d) hay un reconocimiento, a veces
costoso; e) el Resucitado les da una misión (cf. Mt 28,8-10).
Los relatos nos van mostrando, también, dónde nos podemos encontrar con el Señor
resucitado: en el partir el pan, en la Palabra, en el camino de la vida, en la comunidad - iglesia (cf. los
discípulos de Emaús y el encuentro con María Magdalena).
Después los evangelistas nos muestran, de diversas formas, las ascensión de Jesús y la
donación del Espíritu Santo (cf. Mc 16,19-20; Lc 24,50-53; Hch 1,4-12; 2,1-13; Jn 20,21-23), para
anunciarnos la plena glorificación de Cristo, su no presencia visible entre nosotros y la nueva
presencia en el Espíritu.
Estos acontecimientos nos hacen ver que la muerte de Jesús no ha sido un fracaso, sino un
paso a la VIDA. La Nueva y Verdadera Pascua: el paso de la muerte a la Vida (cf. Lc 24,18-27). Son
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la glorificación plena que el Padre da a su Hijo (cf. Jn 17,5.24; Flp 2,6-11). Son el SI de Dios al estilo
de vida de Jesús, a su opción fundamental.
Jesús ha sido fiel a Dios y Dios ha sido fiel a Jesús. Dios no ha abandonado a Jesús y lo ha
resucitado de entre los muertos. ¡Jesús vive!, no ha acabado, no está muerto. Y vive en todo lo que
es y en lo que fue. No sólo en el sentido que pervive un líder en sus ideas y en sus seguidores. Jesús
está vivo para nunca más morir; está vivo en el ser de Dios.
“Decir que Jesús ha resucitado significa que Jesús tenía razón. Es decir, Dios es como Jesús
dijo que era, como Jesús lo reveló. Y los hombres nos hemos de relacionar con Dios como Jesús
dijo, y nos debemos relacionar entre nosotros como Jesús se relacionó con nosotros, entregando su
vida por los que amaba... El sentido de la historia de la humanidad y de la vida está en ser como
Jesús... Jesús es el hombre como Dios quiere que sea el hombre. Ser hombre es ser como Jesús.”5
El sentido de la vida es ser y vivir como Jesús.
Estos acontecimientos son la señal de que Jesús está vivo, pero ya no es visible en el mundo.
Se ha ido a la derecha del Padre y desde allí nos ha enviado al Espíritu para que empiece el tiempo
de la Iglesia, el tiempo del testimonio hasta que Él vuelva de nuevo al final de los tiempos (cf. Ap
22,20; 1Cor 16,22).
“Jesús resucitado congrega a la Iglesia. La Iglesia es el grupo de personas que confiesan que
el Señor vive y que orientan su existencia (desde lo que contemplan y aceptan en el acontecimiento
de la Resurrección): Dios nunca abandona al hombre justo, (aunque a veces pueda parecer lo
contrario); merece la pena ser como Jesús y realizar en nuestra vida su mismo itinerario,
convencidos de que en ese itinerario de Jesús es donde está el sentido del mundo y el sentido de la
historia”6 y de la vida de cada uno de los hombres.
5
J.R. Busto, op.cit, 108-109.
6
Ibid., 110.
7
Cf. ibid., 111-115.
24
“Muchas veces y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros antepasados por
medio de los profetas, ahora en este momento final nos ha hablado por medio del Hijo, a quien
constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo también el universo” (Heb 1,1-2). Dios sale a
nuestro encuentro y podemos llegar a Él por múltiples caminos. Pero los cristianos reconocemos que
Dios ha salido a nuestro encuentro de una manera nueva y sorprendente en Jesucristo, el Hijo de
Dios. Y por lo tanto, Jesucristo se convierte para nosotros en el lugar privilegiado de la revelación de
Dios: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí... El que me ve a mí, ve
al Padre” (Jn 14,6.9; cf. 1,18). Por esta razón, nosotros no podemos aplicar sin más nuestras ideas
previas sobre Dios a la persona de Jesús; sino que iremos confrontando nuestros conceptos sobre
Dios con lo que nos revela Jesús en su persona, en sus palabras y en sus obras; iremos
acercándonos con humildad al conocimiento del Padre en lo que nos revela la vida de su Hijo entre
nosotros.
Pero Jesús no sólo revela al Padre, sino que para el cristiano revela también lo que está
llamado a ser el hombre y la mujer. Para el creyente la persona humana de Jesús es la imagen más
perfecta de Dios; en Jesucristo, el Hijo de Dios, se realiza verdadera y plenamente la imagen de
Dios, y por lo tanto en Él descubrimos de una manera plena lo que significa ser hombre y mujer, cuya
esencia consiste en ser imagen de Dios. Por eso Jesús nos revela lo que está llamada a ser
realmente la persona humana. Y este proyecto lo realizaremos en la medida que reproduzcamos en
nosotros la imagen de Dios. “Estamos llamados a reproducir la imagen de su Hijo” (Rom 8,29)8.
Precisamente porque creemos que en Jesús se nos revela quién es Dios y quién es el
hombre, el conocimiento y seguimiento de la persona de Jesús son fundamentales para nuestra vida
cristiana. De hecho así lo entendieron nuestros primeros hermanos en la fe y esa necesidad da
origen a la redacción de los Evangelios, como ya hemos visto. Y esta necesidad vital es la que
fundamenta también nuestro curso: ¿quién es Jesús? ¿qué hizo? ¿cómo vivió? ¿cómo realizó en su
persona, su vida y actuación el proyecto, el ser imagen de Dios?
4. LA INFANCIA DE JESÚS10
Hasta hace muy poco tiempo, los llamados "evangelios de la infancia" (Mt 1-2; Lc 1-2) se han
entendido y se han leído como si fueran una especie de biografía sobre los primeros años de Jesús.
Desde hace medio siglo, los estudiosos de la Biblia coinciden en atribuirles un gran contenido
teológico, semejante al profundo y elaborado prólogo de San Juan, aunque Mateo y Lucas utilicen un
género literario diferente. Los cuatro evangelistas pretenden presentar al Hijo de Dios, hecho
hombre, en quien creen después de que ha resucitado y a quien siguen sus respectivas
comunidades.
8
Cf. ibid., 114.
9
Documento de Puebla, 196.
10
Cf. M. Irure.y J. Larrañeta, Catequesis Bíblicas, 159-166.
25
Así pues, los relatos de la infancia son «presentaciones» de Jesús como Hijo de Dios: ¡Jesús
viene de Dios! Como todo el Evangelio no pretenden hacer una biografía de Jesús, sino que son el
"anuncio, la buena noticia" de que Dios nos ha enviado a su Hijo para nuestra salvación. Y esto es lo
que quieren anunciarnos Mateo y Lucas desde el inicio de su Evangelio; y además lo hacen de una
forma distinta teniendo en cuenta a las comunidades a las que se dirigen.
Mateo nos presenta a Jesús desde el inicio, a través de la genealogía, como hijo de Abraham,
hijo de David, el Mesías Salvador, el Emmanuel. Insiste en afirmar que en Jesús se cumplen las
profecías del Antiguo Testamento (como hará en todo su Evangelio), resaltando su condición divina
de Mesías enviado para la salvación universal.
Mateo nos presenta a Jesús como Hijo de Dios, afirmando su condición divina desde el inicio,
por su concepción virginal en el seno de María; aunque, como buen judío, resalta la figura de José
(cf. Mt 1,18-24).
De esta forma nos presenta el nacimiento de Jesús comparándolo con el de Juan el Bautista
(los dos relatos se pueden ir leyendo en paralelo: Lc 1,5-25 y 1,26-38), mostrando la superioridad de
Jesús sobre Juan. En el relato de la anunciación María ocupa el lugar central, aceptando y
entregándose incondicionalmente al plan de Dios. También Lucas afirma la concepción virginal de
Jesús y proclama su fe en la divinidad y origen divino de Jesús.
4.4. En conclusión
26
por el Espíritu) y Dios. Ambos insisten en la concepción virginal de Jesús y subrayan el tema de la
universalidad de la salvación (cf. Mt 2,1s; Lc 2,31-32).
Pero no debemos olvidar, que Mateo, Lucas y Juan, en su prólogo, nos anuncian que el Hijo
de Dios se ha hecho carne, hombre, uno de nosotros. Dios ha querido realizar la obra de nuestra
salvación a través de la «encarnación» del Hijo; o sea, no desde el poder y la imposición, sino desde
el abajamiento y la radical solidaridad con nosotros. Es, como si desde el inicio, los evangelistas nos
hicieran una doble advertencia. Tenemos que estar atentos para saber descubrir la revelación del
misterio de Dios y del proyecto que tiene para nosotros, en la persona, la vida y el mensaje de Jesús
de Nazaret. Y nos advierten, también, sobre la forma como nosotros continuamos la misión salvadora
de Jesús, que no puede ser otra que desde la encarnación y la solidaridad.
El relato del bautismo de Jesús nos lo han transmitido los cuatro evangelistas. Los cuatro
tienen conciencia de que este acontecimiento constituye un comienzo, el punto de arranque de la
actividad de Jesús. Durante los tres primeros siglos del cristianismo no se celebró expresamente el
nacimiento de Jesús. Este acontecimiento quedaba englobado en la Fiesta del Bautismo, momento
en el que Jesús «nació» a su misión pública salvadora.
La descripción del bautismo de Jesús nos es presentada en los cuatro evangelios de una
forma grandiosa y solemne, para mostrarnos la importancia y el significado de este acontecimiento
en su vida. Vamos a tratar de ver ambas cosas analizando los relatos de cada evangelista.
Marcos (1,9-11) nos da la versión más sobria del hecho. Para él lo importante viene después
del bautismo: Jesús vio rasgarse el cielo y al Espíritu que bajaba hacia Él en forma de paloma, y
escucha la voz dirigida a él: "Tú eres mi Hijo amado". Marcos ve en el bautismo de Jesús la llegada
del Mesías, tal como anunciaron los profetas (cf. Is 40,3ss).
Mateo (3,13-17) es más explícito. Jesús va a bautizarse al Jordán; Juan se resiste (Jesús es
superior a Juan), pero Jesús quiere "cumplir toda justicia". Se abren los cielos y el Espíritu se posa
sobre Él. Es el encuentro directo entre Jesús y el Espíritu. Ahora la voz del cielo se dirige a todos los
presentes: "Este es mi Hijo amado..." (3,17), como si también fuera dirigida a nosotros.
Lucas (3,21-22) expresa de forma más original el carácter inaugural del bautismo de Jesús,
colocando al Bautista en la cárcel antes de que Jesús fuera a bautizarse (3,19-20). Así, con Juan
terminaría la historia de Israel y con el bautismo de Jesús comenzaría el tiempo de salvación por
excelencia. Jesús se bautiza junto con otros, en medio del pueblo. Una vez bautizado, se puso en
oración (3,21), como en todos los momentos decisivos de su misión, según Lucas, se dejó llenar por
el Espíritu y escuchó la voz del cielo.
Juan, aunque no describe el bautismo de Jesús, nos muestra a Juan Bautista dando
testimonio de su bautismo: "He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba
sobre Él" (1,32). Juan Bautista contrapone a su bautismo con agua el bautismo con Espíritu Santo de
Jesús, y ése es, en concreto, la prueba de que Jesús es el elegido de Dios.
11
Cf. ibid., 169-172; 177-180.
27
5.2. Significado e implicaciones
En continuidad con el relato del Bautismo de Jesús, en el que se nos anuncia su unción por el
Espíritu y el inicio de su misión, los evangelios sinópticos nos muestran a Jesús, llevado por el mismo
Espíritu, para ser tentado por el demonio (cf. Mc 1,12-13). Con frecuencia esto de la tentación nos
suena extraño a los cristianos, pues en general pensamos que es algo malo. Pero no es así, la
tentación en sí carece de moralidad. Más bien, nos habla de las distintas posibilidades que tenemos
de realizar una acción y la necesidad de descubrir la que corresponde al plan de Dios.
Y esto es lo que nos quieren mostrar los evangelios. Jesús en su bautismo toma conciencia
de que es el Mesías enviado por Dios para la salvación del mundo, pero ¿cómo realizar esta misión?
A lo largo de la vida de Jesús se le presentan varias posibilidades de realizarla ¿cuál es la que
corresponde al deseo de Dios? Los sinópticos sintetizan en un relato el interrogante y la búsqueda
que acompañó toda la vida de Jesús y su opción; lo que Juan sintetiza en una frase (cf. Jn 12,27).
Lucas 4,1-4: La acción transcurre en el desierto, evocando los cuarenta años de Israel por el
desierto. En la prueba donde fracasó Israel triunfará Jesús. ¿Hay algo más necesario que saciar el
hambre? Y si es necesario ¿por qué no hacer un milagro? Jesús opta por lo humano, por realizar su
misión confiando y aceptando los planes de Dios sin recurrir a lo extraordinario, al milagro fácil y a la
solución brillante (cf. Dt 8,2). Jesús no hará uso de ningún poder excepcional para cumplir su misión.
Lucas 4,5-8: En lo alto del monte, recordando Dt 34,1-4, a Jesús se le presenta la posibilidad
de conquistar la nueva tierra sin necesidad de luchar y sufrir. Es la tentación de ejercer un dominio
absoluto, de realizar un mesianismo político (que por cierto era lo que esperaba el pueblo). Jesús
recuerda al demonio que no se puede adorar más que a un sólo Señor (cf. Dt 6,13), señalando la
28
distancia que existe entre el poder terreno y el mundo de Dios. Es la tan habitual tentación del poder,
que pone en peligro la integridad del compromiso con Dios.
Lucas 4,9-12: Ahora se nos presenta una tentación de tipo religioso: ganarse la admiración y
veneración del pueblo con la ayuda de lo portentoso, de la intervención divina espectacular; o sea,
imponer desde arriba el reconocimiento de su mesianismo y de su divinidad. Jesús opta por el
camino marcado por su Padre, que supone el ocultamiento en su condición humana y el respeto a la
libertad del hombre.
Lucas 4,13: Es el epílogo, que nos manda a la última tentación del demonio en los relatos de
la pasión (cf. 22,3.42; 23,35-37), en la que Jesús reafirma su opción por realizar la voluntad del
Padre, aunque pase por la entrega de la vida y no por lo portentoso, ni por el poder, ni por la
imposición.
Los sinópticos nos quieren enseñar, en síntesis, como la instauración del Reino implica lucha
y esfuerzo para mantenerse fiel al plan de Dios. A Jesús se le presentó la posibilidad (el deseo, la
tentación) de llevar a cabo su obra por medios portentosos. Pero optó por lo sencillo, por lo humano,
por el lento germinar de la semilla, por la paciencia de la espera, por la libertad del hombre.
Jesús sintió la tentación de realizar su misión acomodando el poder con el querer de Dios. Su
opción demostró que son irreconciliables. La Iglesia, a lo largo de la historia, ha vivido la misma
tentación, y su opción no siempre ha sido la misma de Jesús. Y la Iglesia que somos nosotros
también vivimos las mismas tentaciones, y nos tendremos que preguntar si nuestras opciones son
las mismas que tomó Jesús.
La función del rey es doble: debe asegurar la paz con los demás pueblos y debe implantar la
justicia y el derecho para defender a los oprimidos y desvalidos. Desgraciadamente la monarquía en
Israel y Judá, salvo honrosas excepciones, fue un fracaso en esta doble tarea (cf. Ez 34; 1Sam 8,10-
18).
Ante este fracaso se da la promesa del reinado universal de Dios sobre todas las naciones
(cf. Zac 14,9; Is 24,23). Para llevar a cabo este reinado Dios se valdrá de su Ungido (o Cristo), que
es el futuro rey del linaje de David (cf. Jer 23,5-6; Is 11) que implantará la justicia y el derecho
defendiendo al oprimido (cf. Is 9; 11; 29,20; 61,1ss).
Pero Jesús no sólo anuncia, sino que también realiza el reinado de Dios. Su presencia y
manifestación, sus obras y palabras, sus signos y milagros, y sobre todo su muerte y glorificación
hacen presente el Reino de Dios. Los evangelistas afirman cómo las curaciones (cf. Mt 4,23-25), la
expulsión del demonio (cf. Lc 11,20) y sobre todo la proclamación de la Buena Noticia a los pobres
(cf. Mt 11,2-6; Lc 7,18-23), son señales de la presencia del Reino de Dios. Con Jesús empieza el
Reino (cf. Lc 16,16).
El Reino de Dios que se ha hecho presente en Jesús significa la victoria sobre el mal (cf.Lc
11,20; Jn 12,31; 16,11) y sus diversas manifestaciones: odio, violencia, injusticia, opresión, etc. Es el
acontecimiento de salvación y de gracia (cf. Mc 2,16-17; Lc 7,34), de liberación a los oprimidos por
los males físicos o morales (cf. Lc 4,16-21; 13,10-17), de hermandad y solidaridad (cf. Lc 6,27-35; Mt
5,43-48; 25,31-46). Quizás en esta línea se deba entender el mensaje original de las
bienaventuranzas (cf. Lc 6,20-26; Mt 5,1-12): los oprimidos son bienaventurados porque ya ha
llegado el Rey, cuya función es implantar la justicia y el derecho defendiendo a los oprimidos.
El Reino de Dios es el valor absoluto de nuestra vida. Es el tesoro escondido y la perla por lo
que se deja y se vende todo lo demás (cf. Mt 13,44-46). Por eso hay que buscar primero el Reino y
todo lo demás vendrá como añadidura (cf. Mt 6,33). Por ser el valor absoluto exige la conversión (cf.
Mt 4,17), como veremos más adelante.
30
+ Reino de Dios en el mundo:
Los valores que se desprenden del Reino (justicia, verdad, amor, paz, etc.), hay que vivirlos y
construirlos desde este mundo. El Reino de Dios no consiste en pura interioridad o espiritualización,
sino que abarca todas las esferas de la vida personal y comunitaria (cf. Lc 19,8-10). Por eso exige un
nuevo estilo de vida: poner en práctica la Palabra de Dios (cf. Mt 7,21-27; 13,18-23); vivir las
bienaventuranzas (cf. Mt 5,1-12; Lc 6,20-26); ser luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mt 5,13-16);
desprenderse de las riquezas (cf. Lc 18,21-27), etc. En una palabra: seguir el camino de Jesús (cf. Mt
16,24-28).
Jesús declara ante Pilatos que su reino no es de este mundo (cf. Jn 18,36), o sea, no sigue
los caminos y criterios del "mundo" (como realidad opuesta a Dios y a su plan), como son los bienes
materiales, el prestigio o el poder que se absolutizan; pero está en el mundo, para transformarlo de
acuerdo al proyecto de Dios.
Todos los hombres estamos llamados a construir el Reino de Dios y a ingresar en él; no sólo
los judíos, sino también los gentiles (cf. Mt 8,11-12; 21,43; 22,1-10). Sin embargo, esta universalidad
pasa por el amor preferencial de Jesús por los pobres, los marginados y los pecadores (cf. Lc 4,16-
22; 6,20-23; 7,22-23; 15,1-2; Mt 9,10-13).
+ Reino en tensión:
+ Reino escatológico:
El Reino de Dios está ya presente en el mundo, pero su plenitud se dará al final de los
tiempos (cf. Lc 22,16-18). Nosotros vivimos la etapa intermedia, en la que con nuestras palabras y
obras colaboramos a la edificación del Reino iniciado por Jesús, dando así testimonio de Él (cf. Jn
15,27; Hech 1,8; 8,12). En nuestra oración imploramos "venga tu Reino" (cf. Mt 6,10;Lc 11,2).
El Reino de Dios por ser el valor esencial, hay que adquirirlo a toda costa y exige una
respuesta libre y radical: la conversión (cf. Mt 4,17; 22,11-14). La conversión no es un simple
sentimiento interior, sino que es algo que se manifiesta en la opción desde la que construimos
nuestra existencia y en las actitudes que tomamos hacia Dios y los hermanos (cf. Lc 19,1-10; Jn 8,1-
11). La conversión es un nuevo nacimiento (cf. Jn 3,3), en el que acogemos la vida nueva que Dios
nos regala por la donación de su Espíritu y empezamos a vivir como hijos del Padre y hermanos de
todos los hombres, al estilo de Jesús, por Él, con Él y en Él, siendo hijos en el Hijo.
El Reino de Dios está allí donde Dios reina, allí donde Él y su proyecto son el valor absoluto,
allí donde las opciones, las actitudes y la entrega de Jesús se hacen carne en nuestra vida y
transforman la realidad y la historia en Historia de Salvación. La pregunta fundamental que nos
tenemos que hacer los cristianos no es, pues, dónde está el Reino, sino si Dios reina en mí y hago
presente el Reino con mi vida.
7. LAS BIENAVENTURANZAS
7.1. Introducción
Nos manifiestan quién es Dios: no es neutral; está del lado de los pobres. Son los predilectos
de Dios, no por méritos propios o porque sean mejores que los demás, sino porque así es Dios: ama
gratuitamente a quien lo necesita y quiere velar por los que se encuentran desamparados de toda
ayuda humana.
Pero de esta forma, se nos manifiesta también que el Reino de Dios que inaugura Jesús, es
la construcción de una nueva sociedad y de unas nuevas relaciones humanas. El mensaje de las
bienaventuranzas es la proclamación de un don (el amor, gratuito e incondicional, de Dios por los
más desvalidos, que se hace presente y real en Jesús) y se convierte en tarea para los seguidores
de Jesús, enviados a continuar la construcción del Reino. Por eso, las bienaventuranzas se
convierten también para el cristiano en programa de vida, en el programa del Reino. “Dios renueva y
potencia al hombre comunicándole su propia vida (el Espíritu); dotado de ella, es tarea y
responsabilidad del hombre crear una sociedad verdaderamente humana.
32
El primer paso para la creación de la nueva humanidad es el cambio de vida, la conversión
que pide Jesús en conexión con el anuncio del Reino. Sin un cambio profundo de actitud por parte
del hombre, que lo lleve a romper con el pecado y la injusticia, no hay posibilidad de comenzar algo
nuevo. Pero la opción del hombre por el Reino de Dios supone además un compromiso personal,
como el que hizo Jesús en su Bautismo, de entregarse por amor, para construir una humanidad
diferente, de acuerdo al proyecto de Dios. Y, como en el caso de Jesús, el compromiso de entrega a
los demás pone al hombre en sintonía con Dios, y la respuesta de Dios es la comunicación de su
Espíritu, la infusión al hombre de su fuerza de vida y amor, que lo capacita para esta tarea”12.
Veamos, pues, siguiendo el Evangelio de Mateo (5,3-10), en qué consiste este programa para
la construcción del Reino, para la realización de la nueva sociedad donde reine Dios.
“Las condiciones para que se realice la nueva sociedad son dos: la renuncia a toda ambición,
expresada en la opción por la pobreza (5,3: Dichosos los que eligen ser pobres), y la fidelidad a esa
renuncia a pesar de la oposición que suscita (5,10: Dichosos los que viven perseguidos por su
fidelidad).
La opción por la pobreza, es la puerta de entrada al reino de Dios, es decir, abre la posibilidad
de una sociedad nueva, porque extirpa la raíz de la injusticia, la ambición humana que lleva a la
acumulación de la riqueza, a la búsqueda del prestigio social y al dominio sobre otros (cf. 1Tim 6,10).
Optar por la pobreza significa tomar partido por Dios y, con Él, por el bien del hombre y la propia
plenitud (cf. 6,24; Col 3,5)”13.
La comunidad de personas que ha realizado esta opción y se mantiene fiel a ella, “irá
suscitando en la humanidad un movimiento liberador. Los oprimidos encontrarán en el nuevo tipo de
relación humana una esperanza y una alternativa a su situación. La liberación se expresa de tres
maneras: los que sufren por la opresión encontrarán el consuelo (cf. 5,4); los sometidos heredarán la
tierra, es decir, gozarán de plena libertad e independencia (cf. 5,5); los que ansían justicia verán
colmada su aspiración (cf. 5,6)”14.
12
J. Mateos y F. Camacho, El horizonte humano, 67-68.
13
Ibid., 68-69.
14
Ibid., 70-71.
15
Cf. ibid., 71.
33
relación auténtica con Dios. Jesús proclama "hijos de Dios" a los que procuran la felicidad de los
hombres, mostrando así que Dios es incompatible con la opresión, el sometimiento y la injusticia”16.
7.3. En conclusión
Las bienaventuranzas son la proclamación del programa del Reino, del proyecto de Dios para
nosotros. Son un don y una tarea. En Jesús y el Espíritu, Dios se hace don para nosotros, nos
entrega su vida y su amor gratuito e incondicional. Y enriquecidos por su Don, nos confía, a los
seguidores de Jesús, la tarea de continuar la construcción del Reino; la tarea de construir una
sociedad nueva, la familia de Dios, donde todos seamos y vivamos como hijos y hermanos, con la
dignidad y plenitud de vida que Dios quiere para todos sus hijos, y por la que nos entregó a su propio
Hijo. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no
perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16).
Jesús vive una relación tan íntima y especial con Dios que se dirige a Él llamándole «Abba»
(papá, padre. cf. Mc 14,36). Algo totalmente inusitado e impensable para un judío. De hecho nunca
se usa esta expresión en todo el Antiguo Testamento y en la época de Jesús hasta se evitaba
pronunciar el nombre de Dios y se utilizaban sinónimos (como por ejemplo: el Altísimo, Señor, etc.).
Jesús habla de «mi Padre» (cf. Mt 7,21; 10,32; 11,27; Lc 2,49; Jn 6,32.40; 14,23; 15,1) y de
«vuestro Padre» (cf. Mt 5,16; 6,14-15; Mc 11,25; Jn 20,17). Jesús nos viene a mostrar que Dios es
nuestro Padre (cf. Mt 6,9; Lc 11,2), a quien nosotros podemos acudir con gran confianza (cf. Mt 7,7-
11; Lc 11,9-13). Así nos revela plenamente la misericordia y ternura de Dios hacia todos los
hombres. Nosotros somos hijos de Dios (cf. Jn 1,12; 1Jn 3,1) porque recibimos el Espíritu que nos
hace clamar: Abba, Papá (cf. Rom 8,15-30; Gal 4,6).
Jesús nos habla también de la relación que vive con su Padre. Jesús y el Padre viven unidos,
son uno (cf. Jn 10,30; 17,21), de tal forma que quien conoce a Jesús conoce al Padre (cf. Jn 8,19).
Su Padre está con Él (cf. Jn 16,32), y Él es el Hijo que nos puede revelar los secretos del Padre (cf.
Jn 1,18; 6,46; Mt 11,25-27).
Jesús es el enviado del Padre (cf. Jn 5,36; 6,38-39.44; 7,29). Por eso su alimento es cumplir
su voluntad y llevar a cabo su obra (cf. Jn 4,34) hasta el final (cf. Jn 17,4; 19,30). Toda la vida de
16
Ibid., 71-72.
34
Jesús se realiza en un clima de oración: en los momentos importantes (cf. Lc 3,21), en la intimidad
(cf. Lc 5,16; 6,12; 9,18) y públicamente (cf. Lc 10,21-22; Jn 11,41-42; 17). Y así termina su vida: con
una oración a su Abba (cf. Mt 27,46; Mc 14,36; 15,34; Lc 23,46).
De una forma sencilla, clara y sintética, podríamos decir que la opción fundamental de Jesús;
la razón, el motor y la fuerza de todas sus actitudes y acciones; aquello por lo que vivió y entregó la
vida, fue realizar la voluntad del Padre; Él vivió para la voluntad de Dios. El motor que mueve a
Jesús, lo que da sentido a su vida, es el cumplimiento de la voluntad de Dios. “Mi alimento es hacer
la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 4,34; cfr. 6,38).
Como ya sabemos, la Ley era para los judíos lo más importante y central de su vida; hasta el
punto que la habían exagerado ampliándola en 613 preceptos que regían hasta los más pequeños
actos de la vida de cada día (cf. Mc 7,1-23; Mt 23,16-25). Jesús reacciona ante esta realidad y se
opone totalmente: quebranta el ayuno (cf. Mc 2,18), descuida las purificaciones legales (cf. Mc 7,21-
23), toca a los leprosos (cf. Mc 1,40-42), hace curaciones violando el sábado (cf. Mc 3,1-6; Lc 13,10-
17; 14,1-6; Jn 5,1-18; 7,21-24; 9,14). De esta forma coloca al hombre y las relaciones de amor y
solidaridad por encima de todo (cf. Mc 2,27).
Jesús libera al hombre de la ley y le hace ver que ésta sólo tiene su sentido en el auténtico
amor a Dios y al prójimo (cf. Mc 12,29-31). Por eso Jesús, el nuevo Moisés, supera y lleva a plenitud
la ley (cf. Mt 5,17-48), mostrándonos así una meta superior: ser perfectos como el Padre (cf. Mt
5,48). Ya no se trata de la ley por la ley; se trata ahora de lograr la perfección a través del amor (cf.
Mt 7,12). Esta meta se alcanzará en la medida en que el hombre se adhiera no a la ley, sino a la
persona de Jesús y a su estilo de vida.
El Templo constituía para el judío el centro religioso y cultual, el lugar de encuentro con Dios
(cf. 1Re 8). Además, debido a las peregrinaciones que tenían que realizar año tras año (cf. Ex 23,17;
Dt 12,2-12; 14,23; 16,5-6.11), significaba una fuerte suma de ingresos. Jesús expulsa a los
vendedores del templo, la casa de su Padre (cf. Jn 2,13-17), y además anuncia la destrucción del
templo (cf. Mt 24,2) y su reconstrucción en tres días (cf. Mt 26,61; Jn 2,19-22), declarándose Él
superior al Templo (cf. Mt 12,6).
Con estas actitudes nos muestra Jesús que su persona, una vez resucitada de entre los
muertos, es el lugar de encuentro entre el hombre y Dios. Al sustituir el culto material que se
realizaba en el templo por un culto en Espíritu y Verdad (cf. Jn 4,23-24), nos hace ver que el único
culto agradable a Dios, es el culto de la vida diaria, del amor y de la justicia (cf. Mt 12,7), de la
reconciliación fraterna (cf. Mt 5,23-24), de vivir realizando la voluntad del Padre (cf. Rm 12,1-2).
Jesús sabiendo que su misión salvífica no la llevaría a cabo únicamente anunciando con
palabras tranquilas la Buena Nueva del Reino, se nos manifiesta también en una actitud valiente y
libre, denunciando el mal que descubre en la sociedad de su tiempo, especialmente la ambición, que,
como ya vimos, es el primer obstáculo para la construcción del Reino.
35
Jesús denuncia ante el poder económico el peligro de las riquezas (cf. Lc 18,24), ya que
poner el dinero como valor absoluto se opone a Dios (cf. Lc 16,13; Mt 6,24), nos estorban para ver al
prójimo necesitado (cf. Lc 16,19-31) y se convierten en fuente de injusticias (cf. Lc 16,9; 19,8). Por
eso exige a sus discípulos la renuncia a sus bienes para realizar el proyecto del compartir (cf. Lc
12,33; 14,33; 19,8).
Ante el poder político Jesús se muestra totalmente libre y crítico. Denuncia la actuación de
Herodes (cf. Lc 13,32; Mc 8,15), «desacraliza» el poder y el estado (cf. Mt 22,15-22) y ante Pilatos se
muestra libre y crítico de su situación (cf. Jn 19,8-11).
Ante el poder religioso, representado por los escribas, fariseos, saduceos y sumos
sacerdotes, Jesús se muestra valiente para denunciar su legalismo, su hipocresía, ambición y
opresión que ejercen sobre el pueblo (cf. Mt 23,1-36; Lc 11,37-54).
Jesús nace (cf. Lc 2,1-7), vive (cf. Lc 9,58) y muere (cf. Mt 27,39-50; Gal 3,13; Rom 8,3; 2 Cor
5,21; Col 2,14) como marginado. Durante su vida lo acusan de comilón y borracho, amigo de
publicanos y pecadores (cf. Mt 11,19), perturbado mental (cf. Mc 3,21), revolucionario (cf. Lc 32,2; Mt
27,63), contado entre los delincuentes (cf. Lc 22,37), muere fuera de la ciudad como un “maldito
colgado de un madero”.
Jesús hace una opción fundamental por los marginados; son ellos los destinatarios de su
misión (cf. Lc 4,17-19). Su predicación a los pobres es señal de que Él es el Mesías (cf. Mt 11,4-6).
Por eso ellos son los bienaventurados (cf. Lc 6,20-23) ya que viene el Rey que implantará la justicia y
transformará la realidad de opresión y marginación en que viven (cf. Lc 1,52-53; 4,16-22). Convive
con todos ellos: prostitutas, samaritanos, leprosos, pobres, niños, viudas, ignorantes, enfermos, etc.
En sus parábolas de misericordia (cf. Lc 15) resalta su interés y su bondad hacia el pecador, lo
mismo en las actitudes concretas que tuvo hacia ellos (cf. Lc 7,36-50; Jn 8,1-11). Jesús se identifica
con los pobres y marginados desde adentro, en su vida y en su práctica; su identificación es tan
plena, que en base a nuestra solidaridad con ellos seremos juzgados (cf. Mt 25,31-46).
Como vimos al inicio del curso, no pretendemos únicamente conocer los datos bíblicos sobre
la persona de Jesús, sino fundamentalmente crecer en el conocimiento y adhesión a su persona y a
su estilo y proyecto de vida, para vivir con mayor autenticidad y coherencia nuestra vida cristiana, y
responder y realizar con mayor plenitud el proyecto que Dios tiene para nosotros.
Por eso nos parece oportuno terminar este capítulo, en el que hemos reflexionado sobre las
actitudes de Jesús, realizando una confrontación con nuestras actitudes de vida. Señalamos a
continuación algunas preguntas, a modo de pistas, que nos puedan servir para realizar dicha
confrontación.
La ética pretende regular el comportamiento moral del hombre. La ética puede fundamentarse
sobre la religión (moral religiosa) o sobre la razón humana (ética filosófica). En ambos casos, se fijan
unos valores que hay que intentar alcanzar y traducirlos en actitudes y comportamientos.
Teniendo en cuenta lo que hemos visto en los temas anteriores, podemos afirmar que Jesús
marcó un ideal ético a sus seguidores, pero fundamenta el comportamiento moral sobre bases
diferentes a las exigencias del judaísmo ortodoxo y a las de cualquier tipo de filosofía.
Desde el Evangelio de Jesús, la base ética del cristiano será la «teología del amor». La
realización del hombre no estará en función del cumplimiento de normas legales, sino en el
compromiso vital con un Dios que es amor, que ama y que desea ser amado. Jesús no fue un
moralista, ni propuso una moral concreta. La ética de Jesús se revela a través de su vida. Jesús
muestra quién es Dios, cómo actúa y cómo, en consecuencia, debe obrar el creyente en ese Dios
que se manifiesta en Jesús.
Jesús revela a Dios como Padre («Abba»). Es un Padre misericordioso y cercano a todos,
pero muy especialmente amoroso con quienes necesitan misericordia y perdón. Para éstos (pobres,
incultos y pecadores) el Evangelio se convierte en Buena Noticia. A quienes hasta ese momento se
les cerraba la puerta de la salvación, se les va a proclamar dichosos y amados preferencialmente por
el Padre Dios.
Jesús no se limita a denunciar la ineficacia del sistema moral farisaico, sino que además
brinda un nuevo programa de vida, en el que la norma suprema es el amor. Mateo, en el sermón del
monte (cf. Mt 5-7), nos muestra el ideal del comportamiento cristiano hacia el que hay que tender, en
confrontación con el cumplimiento de las leyes judías. Es más fácil regirse por la ley que por la ley
del amor. La ley indica lo que se debe evitar; el amor, lo que en cada momento se debe hacer. No
ama necesariamente quien cumple la ley; pero, quien ama cumplirá la ley. Dar culto a la ley es tan
absurdo como despreciarla.
La ética de Jesús es mucho más exigente que la judía. El cristiano debe situarse más allá del
marco legal. La moral evangélica se sitúa más allá de la ley. No se trata tanto de observar leyes,
cuanto de ajustar la propia existencia a la vida y programa de Jesús.
17
Cf. M. Irure y J. Larrañeta, Catequesis Bíblicas, 219-223.
18
Cf. Ibid.
37
Frente al temor, el cristiano debe relacionarse con Dios por el amor; y este amor se manifiesta
en el amor al prójimo. La entrega y el compromiso nacen del amor que une al creyente con Dios y
con sus semejantes. Es la doble dimensión del amor (cf. 1Jn 4,16-21).
Una de las constantes más claras en el Evangelio es el hecho que Jesús, tan pronto como
inicia su misión, reúne un grupo de personas que lo seguían, que vivían como Él, que se conocían
entre ellos y compartían el mismo destino. Es el grupo de los discípulos de Jesús, en el que estaban
los «doce» (cf. Mt 10,1-4), los 72 (cf. Lc 10,1-20) y un grupo muy numeroso (cf. Lc 6,17; 19,37).
Algunos de ellos han sido llamados explícitamente por Jesús, respondiendo positivamente al
llamado, lo dejaron todo y le siguieron (cf. Mt 4,18-22; Mc 2,13-14). Otros, en cambio, a pesar del
llamado, no han querido seguirlo, como sucedió con el rico (cf. Lc 18,18-23) u otros (cf. Jn 6,66).
Para ser discípulo de Jesús es necesario e indispensable «seguirlo» (cf. Mt 10,38; Jn 8,12;
10,27). Se le sigue a Jesús porque Él es el Maestro (cf. Mt 8,19; Lc 7,40), porque Él es el Camino, la
Verdad y la Vida (cf. Jn 14,6), es decir, el camino vivo y verdadero que conduce al Padre.
Seguir a Jesús no significa imitar, reproducir una imagen, ni hacer lo mismo, sino algo más
profundo y radical, que podría sintetizarse en un «unirse a», «confiar en», «vivir con», «obedecer», lo
que según Juan equivale a «creer» (cf. Jn 8,12). Seguir a Jesús es seguir su camino (cf. Lc 9,57-62).
Seguir a Jesús es participar en su suerte, compartir el mismo destino del Maestro: no tener
dónde reclinar la cabeza (cf. Lc 9,57-58); ser odiados y perseguidos por el «mundo» (cf. Jn 15,18ss);
llevar su cruz (cf. Mc 8,34s); beber su cáliz (cf. Mc 10,38); compartir su cruz y su gloria (cf. Mt
8,19.22; 16,24; Jn 12,26).
A lo largo de los temas anteriores ya hemos estado viendo, explícita o implícitamente, las
diversas exigencias para los discípulos de Jesús. Recordamos que la conversión es la exigencia
radical y recopilamos las otras brevemente.
El discípulo debe esforzarse por vivir la igualdad, evitando la ambición y la arrogancia (cf. Mt
18,1-10; 23,8-12) y debe ser el último de todos, el servidor de los demás (cf. Mt 20,20-27; Lc 22,26-
38
27; Jn 13,12-17). Si alguien debe ser preferido, serán los más pequeños y necesitados (cf. Lc 4,16ss;
Mt 18,1-4; 19,13-15).
Y la vida de oración debe ser parte constitutiva de la existencia del discípulo (cf. Mt 6,5-15;
14,23).
La Virgen María nos es presentada como el modelo y prototipo de los discípulos de Jesús (cf.
Lc 8,19-21; 11,27-28). Es la Virgen orante (cf. Hch 1,14), oyente de la Palabra y practicante (cf. Lc
1,38.45; 2,19.51), la Virgen oferente (cf. Jn 19,25-27). María oyendo y practicando la Palabra de
Dios, en la doble vertiente del amor hacia Dios y hacia los hermanos, nos muestra el camino
fundamental del seguimiento de Jesús.
10.1. Introducción
Los relatos evangélicos de la pasión y muerte de Jesús son historia hecha por creyentes,
interpretada a la luz de la fe pascual. A la luz de la Resurrección, la comunidad primitiva llega a
reconocer plenamente la identidad de Jesús, el sentido de su vida, de su sufrimiento y de su muerte.
Son recuerdos y testimonios transfigurados por la fe pascual, más interesados en el profundo sentido
de los hechos que en su exacto desarrollo.
Jesús llega a intuir su muerte violenta (cf. Mt 8,31-32; 9,30-32; 10,32-34). La causa de la
muerte de Jesús hay que buscarla en su misma vida. Su muerte es incomprensible sin su vida, y ésta
lo es sin aquél para quien él vivió: su Dios y Padre.
Jesús anunció el Reino de Dios, la liberación total y definitiva; llamó a la conversión no sólo
exterior sino en profundidad; actuó con libertad; increpó a los externamente «piadosos» y «buenos»;
mostró predilección por los pobres y pecadores; antepuso el servicio al poder, la justicia al culto; fue
poco formalista en la observancia de la ley, amigo de los que no la observaban, abierto a los que no
la conocían... Por todo ello, por su radical libertad y su enfrentamiento con los poderes, sobre todo
religiosos, Jesús molestaba y decidieron quitárselo de en medio. La muerte fue la consecuencia
lógica y prevista de su estilo de vida.
19
Cf.ibid., 227-231; y J. R. Busto, op. cit., 133-154.
39
10.3. Su significado
La muerte de Jesús ha sido un asesinato (cf. Hch 2,23; 3,15; 4,10), no fue algo casual, sino
que se debió a la oposición que fue creando la persona, la actividad y la doctrina de Jesús. Fue
condenado por la autoridad religiosa por blasfemo (cf. Mt 26,57ss). Fue condenado por el poder civil
por sedicioso y agitador de masas que pone en peligro la seguridad del imperio (cf. Jn 19,12; Lc
23,8-12). Los poderosos llevaron a la muerte a aquél que era un reproche vivo de su modo de vivir y
actuar (cf. 1Ts 2,15).
Pero también podemos decir que Jesús murió voluntariamente por nuestra salvación, para
liberarnos del pecado y de todas sus consecuencias (cf. 1Ts 5,9-10). Jesús, libre y voluntariamente
optó por un género de vida, y aceptó los riesgos que comportaba (cf. Jn 10,17-18; 12,27; 13,1-3;
18,5-6) y por lo mismo aceptó «libremente» -no pasivamente- la muerte que otros le causaban.
Jesús asume la muerte que implica vivir fielmente el proyecto del Padre en un mundo de
pecado. “Dios no quiere la muerte de Jesús, como tampoco quiere nuestro sufrimiento”. Pero lo que
sí quiere Dios es “la fidelidad, la respuesta amorosa a la entrega amorosa del Padre”. “Dios quiere el
amor fiel de Jesús; y el amor fiel de Jesús, en un mundo de pecado, lleva aparejada la muerte en
cruz”20.
Jesús, muriendo en la cruz, expía los pecados de la humanidad (cf. Rm 3,25); resucitando,
venció a la muerte (secuela del pecado) y restauró la vida. Cuantos creyentes compartan la muerte
de Jesús se integrarán también en su vida plena (= Resurrección).
La actitud de Jesús ante el sufrimiento ilumina y transforma el sufrimiento del hombre. Jesús
sufrió y murió por alguien, no por algo: por obedecer la voluntad de Dios y por solidaridad con los
más necesitados. Jesús fue un ser-para-los-demás; totalmente para Dios y para los hombres. Por
eso es el único y verdadero Sacerdote; porque sólo Él consigue la comunión entre Dios y el hombre,
y lo realiza siendo totalmente de Dios y radicalmente solidario con el hombre.
Teniendo como referencia la actitud de Jesús, podemos decir, también, que la actitud del
cristiano ante el sufrimiento y la muerte, excluyen el masoquismo, el dolorismo, la resignación, la
evasión, pero también la explicación. Jesús no responde al porqué del sufrimiento, sino que sufre con
nosotros. Jesús dio sentido a su sufrimiento viviéndolo por los demás en el servicio a Dios y en la
solidaridad con los hombres que sufren. Y creemos que esa manera de vivir el sufrimiento recibió de
Dios el sí de la Resurrección.
Dios nos ha regalado la salvación en Cristo Jesús; “ya estamos salvados en Cristo; ya
estamos sentados en los cielos con Cristo (Ef 2,6). Sin embargo estamos sentados todavía en
esperanza. El haber recibido el Espíritu de Jesús es tener las primicias de esa salvación. El sentido
de la vida humana es ser hombres como Jesús, reproducir la imagen del Hijo, corresponder al amor
20
J. R. Busto,139-140.
21
Ibid.,141.
40
incondicionado del Padre hasta la entrega de la propia vida, como hizo Jesús. Eso es lo que ahora
ha de ser realizado en mi propia existencia; ésa es la tarea que tengo por delante”.
“El hecho de que Jesús haya vencido a la muerte y al pecado y que Él haya correspondido al
amor gratuito de Dios, ha conseguido que el conjunto de la creación haya correspondido ya. Pero yo
no he perdido mi individualidad personal ni mi libertad. Todo lo de Jesús tiene que irse realizando en
mí, y conmigo en todos los que están a mi lado: el resto de la humanidad”22.
Queremos concluir el módulo recordando tres números del Documento de Puebla, que nos
parecen una buena síntesis y conclusión de todo lo que hemos visto en el curso.
Por eso, el Padre resucita a su Hijo de entre los muertos. Lo exalta gloriosamente a su
derecha. Lo colma de la fuerza vivificante de su Espíritu. Lo establece como Cabeza de su Cuerpo
que es la Iglesia. Lo constituye Señor del mundo y de la historia. Su resurrección es signo y prenda
de la resurrección a la que todos estamos llamados y de la transformación final del universo. Por Él y
en Él ha querido el Padre recrear lo que ya había creado. (...)
22
Ibid., 154.
23
Puebla 194, 195, 197.
41
+ BIBLIOGRAFÍA GENERAL
- Bibliografía básica:
JUNCO GARZA, C. y RENDÓN LEAL, R., La Palabra nos congrega, México 1986.
- Bibliografía complementaria:
42