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MÓDULO III

«LA IGLESIA, LOS SACRAMENTOS


Y LA MORAL»

ISCR de Almería (UPSA)


DECA: Infantil y Primaria
(modalidad online)

Prof. Lic. D. Francisco Sáez Rozas


Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

ASIGNATURA
«ECLESIOLOGÍA Y MARIOLOGÍA»

ISCR de Almería (UPSA)


DECA: Infantil y Primaria
(modalidad online)

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Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

ÍNDICE

TEMA 1. APROXIMACIÓN A LA ECLESIOLOGÍA BÍBLICA ................................................................ 4


1.- INTRODUCCIÓN .................................................................................................................... 4
2.- APROXIMACIÓN TERMINOLÓGICA ...................................................................................... 6
TEMA 2. JESÚS, ORIGEN Y FUNDAMENTADOR DE LA IGLESIA .................................................... 10
A.- PERSPECTIVA HISTÓRICA. .................................................................................................. 10
B.- HACIA UN PLANTEAMIENTO TEOLÓGICO DE LA RELACIÓN FUNDANTE DE JESÚS PARA
CON LA IGLESIA. ...................................................................................................................... 11
C.- LA IGLESIA PRIMITIVA, NORMA Y FUNDAMENTO DE LA IGLESIA DE TODOS LOS TIEMPOS
................................................................................................................................................. 13
D.- CONCLUSIÓN ..................................................................................................................... 14
TEMA 3. LA NATURALEZA DE LA IGLESIA .................................................................................... 16
A.- LA IGLESIA ES MISTERIO..................................................................................................... 16
B.- LA IGLESIA ES SACRAMENTO ............................................................................................. 16
C.- LA IGLESIA ES COMUNIÓN ................................................................................................. 18
D.- LA IGLESIA ES EL PUEBLO DE DIOS..................................................................................... 19
E.- LA IGLESIA ES EL CUERPO DE CRISTO ................................................................................. 21
F.- LA IGLESIA ES EL TEMPLO DE DIOS EN EL ESPÍRITU SANTO ............................................... 22
TEMA 4. LAS PROPIEDADES DE LA IGLESIA ................................................................................. 24
A.- LA UNIDAD DE LA IGLESIA .................................................................................................. 24
B.- LA SANTIDAD DE LA IGLESIA .............................................................................................. 26
C.- LA CATOLICIDAD DE LA IGLESIA ......................................................................................... 27
D.- LA APOSTOLICIDAD DE LA IGLESIA .................................................................................... 29
TEMA 5. SERVICIOS Y MINISTERIOS EN LA IGLESIA ..................................................................... 32
A.- EL SACERDOCIO COMÚN DE TODOS LOS BAUTIZADOS..................................................... 32
B.- EL MINISTERIO EN LA IGLESIA ............................................................................................ 33
C.-EL MINISTERIO DE PEDRO COMO SERVICIO DE UNIDAD. ................................................... 34
TEMA 6. MARÍA, MADRE DE DIOS Y MADRE NUESTRA............................................................... 36
a.- LA APARICIÓN DE MARÍA EN LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN ........................................... 36
b.- LA MISIÓN DE MARÍA: ELEGIDA PARA SER LA MADRE DE DIOS ........................................ 37
c.- LA CONCEPCIÓN VIRGINAL Y LA MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA .................................... 37
d.- LA CONCEPCIÓN INMACULADA DE LA VIRGEN MARÍA...................................................... 38
e.- LA «ASUNCIÓN» DE LA VIRGEN MARÍA. ............................................................................ 40

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Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

f.- LA VIRGEN MARÍA «MIEMBRO», «MODELO» Y «MADRE» DE LA IGLESIA. ........................ 40


g.- EL CULTO A LA VIRGEN MARÍA ........................................................................................... 41

TEMA 1
APROXIMACIÓN A LA ECLESIOLOGÍA BÍBLICA

1.- INTRODUCCIÓN

¿Cómo debemos entender hoy la Iglesia? ¿Es una institución social, una ONG que
se preocupa exclusivamente por procurar un mundo mejor, o juntamente con lo anterior,
tiene otra dimensión? ¿La Iglesia ha sido querida por Cristo, o más bien es un “invento”
de sus apóstoles? Es decir, la Iglesia como tal ¿responde a la voluntad de Dios o es fruto
de una decisión humana? Si ha sido fundada por Jesús, es entonces legitimo concluir
afirmando que es un instrumento querido por Dios para la salvación de todos, y, por
consiguiente, ignorarla supondría igualmente ignorar la voluntad de Dios respecto a la
humanidad. Por el contrario, si el origen de la Iglesia está en la iniciativa del hombre no
tendría más relevancia que cualquier otra institución social.

La Iglesia solo puede abordarse correctamente si se la percibe tal y como ella es,
una realidad divina y humana a la vez. Es una realidad humana, porque está formada por
hombres, y por tanto, es sujeto histórico, y a la vez, es una realidad divina, y en cuanto
tal misterio. Por este motivo, el estudio de la Iglesia conlleva percibirla como una única
realidad compleja. El concilio Vaticano II hablará de la Iglesia de forma análoga al
misterio del Hijo de Dios hecho hombre: el Hijo de Dios encarnado se sirve de su
humanidad asumida como instrumento de salvación, de manera semejante, Cristo se sirve
de la realidad visible de la Iglesia como instrumento para hacer que su salvación se siga
haciendo presente en el mundo, de modo especial en los sacramentos (Lumen Gentium
8.).

Eclesiología es el nombre que, en la teología contemporánea, recibe el tratado que


centra sus reflexiones sobre el tema del origen, naturaleza, constitución y misión de la
Iglesia en cuanto pueblo de la alianza de Dios. La presente asignatura no quiere ser una
aproximación a la Iglesia desde la sociología, ni tampoco ser una historia de la Iglesia.
Más bien pretende ser una respuesta a la pregunta «Iglesia, ¿qué dices de ti misma?» Para
ello va a ser fundamental la nueva comprensión que de la Iglesia brota en el concilio
Vaticano II. Esa es la finalidad.

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Con todo, sería bueno tirar de un poco de historia. Los estudios actuales sitúan el
nacimiento de un tratado propio acerca de la Iglesia a principios del siglo XIV, en la obra
de Juan de Viterbo “De regimine christiano”. Esto no significa que con anterioridad no
se haya reflexionado sobre la Iglesia, especialmente en la edad Patrística y en la edad
Media. Primero la reflexión de la fe tuvo que justificar, frente al judaísmo, la pretensión
del cristianismo de que Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios. Posteriormente, con la
irrupción del islam, se abrió un nuevo frente de reflexión y confrontación. Ahora la Iglesia
buscará presentar la fe cristiana como la “verdadera religión”. Con la irrupción de la
Reforma de Lutero la Iglesia se verá abocada, de una forma más directa, a reflexionar
sobre sí misma, tratando de fundamentar y justificar su pretensión de ser la verdadera
Iglesia de Cristo frente a la reforma protestante, dando lugar a la aparición del tratado
“De Vera Ecclesia”, que será una reflexión propiamente dicha sobre la Iglesia y sus notas
por primera vez (una, santa, católica y apostólica).

No será hasta los concilios Vaticanos cuando realmente el estudio sobre la Iglesia
adquiera un notable avance. En el Concilio Vaticano I serán dos los documentos de
singular relieve. Por un lado, destaca la Constitución Dogmática Pastor Aeternus. Sin
duda, la aportación eclesiológica más significativa, y de todo el Concilio, sería la referente
a la infalibilidad pontificia. El primado papal se vincula a la Iglesia y tiene como finalidad
la custodia de la unidad de ésta por medio de la unidad del episcopado. Por otro lado,
destaca también la aparición del tema de la Iglesia en la otra Constitución Dogmática Dei
Filius. En ésta, después de haber hablado de la necesidad que tiene el hombre de acoger
la fe y de perseverar en ella, expone como Dios ayuda a ello de una doble manera: por un
lado, con la ayuda de la gracia de Dios, y, por otro lado, a través de la Iglesia que lleva
en sí misma el sello de su origen divino.

Con el Concilio Vaticano II, la Iglesia reflexiona por primera vez sobre sí misma
en una doble dirección. Dos Constituciones destacan por encima de las demás en lo que
a nuestro tema respecta. Por un lado, la Lumen Gentium (LG). La Iglesia se define en su
realidad íntima y profunda. Ahora se produce un cambio decisivo. La prioridad la tiene
su carácter de misterio y, por tanto, de objeto de fe. Además, se pasa de una concepción
que veía a la Iglesia principalmente como una sociedad a una concepción más bíblica,
misionera, ecuménica e histórica, donde la Iglesia es descrita como sacramento de
salvación (cf. LG 1).

Junto con estas características también destaca la Iglesia como comunión.


Comunión que tiene un significado básico de comunión con Dios, de la cual se participa
a través de los sacramentos, y que tiene que llevar a la comunión de los cristianos entre
sí, y que se realiza de forma concreta en la comunión de las Iglesias locales entre sí, y en
comunión jerárquica con el obispo de Roma. Por este motivo, con razón se ha dicho de la
eclesiología del Vaticano II: «La eclesiología de comunión es una idea central y
fundamental en los documentos del Concilio» (Sínodo extraordinario de 1985. N.1; EV
9; 1800). La Iglesia va a reflexionar ahora con mucho énfasis acerca de su relación con
el mundo. Destaca la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, constitución fundamental,
ya que en ella se da un gran paso, el de la defensa y la condena, al de la apertura y diálogo.

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En lo que sigue pretendemos abordar de forma muy somera las principales


aportaciones que brotan del concilio Vaticano II, para entender la realidad de la Iglesia,
pero antes nos detendremos en considerar la fundación de la Iglesia por Jesús, y el
testimonio que en la Biblia podemos encontrar de ella.

2.- APROXIMACIÓN TERMINOLÓGICA

Antes de nada, es necesario partir de una aclaración terminológica: ¿qué significa


el vocablo “Iglesia”? En español «Iglesia» deriva del griego “Ekklesia”, a través del latín
“ecclesia”, vocablo elegido por la traducción de los LXX y la Vulgata para traducir el
término hebreo “qahal” que significa “convocatoria” y “asamblea convocada”. A
diferencia del uso griego profano, esta palabra no alude a una asamblea democrática del
pueblo, creada a iniciativa propia y con una autoridad propia, sino al pueblo de la alianza
de Israel, convocado y reunido en virtud de la elección de Dios. En este sentido nos sirve
un texto del Antiguo Testamento que dice: «El día que estabas en el Horeb, en presencia
de Yahvé tu Dios, cuando Yahvé me dijo: Reúneme al pueblo para que yo les haga oír
mis palabras a fin de que aprendan a amarme mientras vivan en el suelo, y se las enseñen
a sus hijos» (Dt 4,10). Es importante este pasaje del libro del Deuteronomio, donde se
pone en labios de Moisés la formula «el día de la asamblea», en recuerdo del día en que
Yahvé le ordenó convocar al pueblo en asamblea para la celebración de la Alianza.
Dándose a sí misma este nombre de «Iglesia», los primeros cristianos van a reconocerse
herederos de aquella asamblea. En ella, Dios convoca a su Pueblo desde los confines de
la tierra.

En el lenguaje cristiano, la palabra «Iglesia» designa a la asamblea litúrgica (cf. 1


Cor 11,18), la comunidad local (cf. 1 Cor 1,2) y a toda la comunidad universal de los
creyentes (cf. 1Cor. 15,9). Estas tres significaciones, asamblea, comunidad local y
comunidad universal, son inseparables. La Iglesia de Dios existe en las comunidades
locales, se realiza en la asamblea litúrgica, especialmente en la celebración de la
Eucaristía.

En la Sagrada Escritura encontramos gran variedad de imágenes relacionadas


entre sí, a través de las cuales se expresa el misterio profundo de la Iglesia (cf. Catecismo
nn. 753-757). Las imágenes del Antiguo Testamento expresan una misma idea, la de
«Pueblo de Dios». En el Nuevo Testamento (cf. Ef 1,22; Col 1,18) emerge con fuerza la
figura de Cristo, en torno al cual se centran estas imágenes. Así la Iglesia es:

a.- Redil, cuya puerta es Cristo. También es el rebaño cuyo pastor es el mismo
Dios.

b.- Campo de Dios.

c.- Muchas veces también se le asemeja a una construcción de Dios, cuya piedra
angular es Cristo.

d.- Otras imágenes son la «Jerusalén de arriba», «la esposa de Cristo», …etc.

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En el Antiguo Testamento.

Aunque al hablar vinculamos directamente la Iglesia al acontecimiento de


Jesucristo, existen en el Antiguo Testamento realizaciones que ya preparaban la Iglesia
del Nuevo Testamento, y que en cierto modo la prefiguraban. Destacan dos formas:

a.- Pueblo de Dios: Hay que decir que en hebreo la palabra pueblo (´am), a
diferencia del griego (laos), designa un conjunto, una comunión, en este sentido indicaría
a todos aquellos que reconocen a Yahvé como único Dios.

b.- La qahal: indica, como ya apuntábamos, el grupo convocado por Dios para el
culto, obligado a ciertas leyes y normas, según la alianza establecida. La constitución de
Israel como comunidad cultual tiene su origen en el éxodo. Y esta “convocatoria “no se
cierra a un grupo. Designa a todo el pueblo de Israel. Israel es una criatura especial. Al
liberarlo de la esclavitud, Dios lo crea como pueblo. Pero es un pueblo que tiene un papel
activo en la historia de la salvación. Israel conoce y ama a Dios, y este amor se acredita
en el hermano. La expresión: «Yo seré tu Dios y tú serás mi pueblo» (Ex 6,7) indica esta
reciprocidad.

El origen de la Iglesia se remonta a los comienzos de la historia de la humanidad.


Dios llama al hombre, no como individuo aislado, sino como ser que es creado en
comunidad, y que solo en comunidad puede encontrar su perfección. Así Dios, en el AT,
escogió un pueblo. La preparación y la historia de la congregación del Pueblo de Dios
comienza con la vocación de Abraham, a quien Dios prometió que sería padre y fundador
de un gran pueblo (cf. Gen 12,2; 15,5-6). Y esta preparación se confirma con la elección
de Israel para ser pueblo y heredad de Dios: «Ahora pues, si de veras escucháis mi voz y
guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos.
Seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa. Estas son las palabras que has
de decir a los hijos de Israel» (Ex 19,5-6).

Israel es, pues, el anticipo de lo que al final Dios hará con todos los pueblos. El
pueblo de Israel es también el lugar de la presencia de Dios en el mundo. A ese pueblo se
le ha confiado manifestar la acción de Dios, como mediador e intermediario, al servicio
de todos los pueblos. La misión conduce a Israel a atestiguar y propagar la salvación. No
obstante, los profetas acusan a Israel de no ser fiel a la Alianza, y de apartarse de Dios.

Los propios profetas anunciarán una nueva alianza, por la que Dios elegirá para sí
un pueblo nuevo: «He aquí que viene días - oráculo del Señor- en que yo pactaré con la
casa de Israel una nueva alianza; no como la alianza que pacte son sus padres, cuando
les tomé de la mano para sacarles de Egipto; que ellos rompieron mi alianza. Esta será
la alianza que yo pactaré con la casa de Israel después de aquellos días -oráculo del
Señor-; pondré mi ley en su interior y la inscribiré en sus corazones, ellos serán mi pueblo
y yo seré su Dios» (Jer 31, 31-33).

En el Nuevo Testamento

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Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

Jesús ve en la Escritura la promesa de Dios de establecer una «nueva alianza» con


los hombres. A esta promesa se refiere Jesús cuando comienza su predicación. El anuncio
del Reino de Dios es el centro de su mensaje. Pero Jesús no lo anuncia sólo, sino que se
va a rodear de un amplio círculo de discípulos. No obstante, el fundamento de la Iglesia
como el Nuevo Israel sólo se comprende si se tiene en cuenta que Jesús llamó a los Doce,
para que fueran sus íntimos, y hacerles participar de su misión de una manera especial.
Entre el numeroso grupo de discípulos, Jesús eligió a doce, a quienes llamo apóstoles (cf.
Mc 3,14ss). Los eligió para que estuvieran con él, y para enviarlos, con su autoridad, a
predicar y expulsar demonios, es decir, a colaborar en la instauración del Reino. Han sido
elegidos para una misión concreta que es continuar la misión de Jesús. El número de doce
no es casual; representan las doce tribus de Israel. La Iglesia es, pues, el nuevo pueblo de
Dios convocado para propagar la salvación.

En el NT la Iglesia se manifiesta como la comunidad fundada por Jesús para la


salvación. Su fe en que Jesús es el Mesías prometido es lo que le hace tener conciencia
de ser la comunidad final de la salvación. La escena final en el monte (Mt 28,16-20) es
muy instructiva, «a los once discípulos postrados en adoración» Jesús se les revela como
el Señor universal, dotado de «todo poder en el cielo y en la tierra» y, por tanto,
capacitado para fundar en medio de ellos una comunidad de discípulos universal: «id y
haced discípulos míos a todos los pueblos». Son enviados, y, por tanto, constituidos
apóstoles para que todos puedan llegar a ser discípulos de Jesús.

Cuando los apóstoles comenzaron a anunciar el Evangelio en Jerusalén, muchos


creyeron y se hicieron bautizar. Estos primeros creyentes se iban incorporando a la
comunidad eclesial naciente. Y esta pequeña comunidad cristiana, reunida en torno a los
doce, se comprenderá a sí misma como la “nueva Iglesia de Dios”. Muy pronto esta
Iglesia naciente va a experimentar la persecución, como Jesús mismo predijo1. Este
rechazo inicial incrementó en ellos el sentimiento de ser algo nuevo dentro de la variedad
religiosa que ofrecía el mosaico del judaísmo de la época.

A la hora de reflexionar sobre la primera actividad de los apóstoles, es necesario


observar qué características presenta en la obra de Lucas «Hechos de los Apóstoles». Es
obvio que por las razones y características del curso deberemos ser, obligatoriamente,
breves y someros.

En la Teología de Lucas y Hechos de los Apóstoles

Si nos preguntamos acerca del origen de la Iglesia, y sobre todo acerca de la


Iglesia primitiva, tendremos que acercarnos al libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch)
(también las cartas de Pablo y las Pastorales). El libro de Hch, como se ve en el prólogo,
es la segunda parte del evangelio de Lucas. El punto de enlace es la ascensión de Jesús.
El libro no pretende ser una historia completa, sino señalar los acontecimientos más
importantes respecto a la expansión del evangelio. Por eso, más que las dificultades

1 «Se desató una violenta persecución contra la iglesia de Jerusalén; todos, menos los apóstoles,
se dispersaron por Judea y Samaría» (Hch 8,1).

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internas de la Iglesia, lo que interesa es la misión, la Iglesia como instrumento de Cristo


para la salvación de la humanidad.

La estructura y contenido del libro nos lleva a comprender que primero se predicó
la buena nueva a los judíos, y solo después que estos la rechazaran, se anunció a los
paganos. Por tanto, narran la aventura de la Palabra de Jesús que, partiendo de Jerusalén,
se extiende hasta Roma. Dentro de la obra adquiere especial importancia Pentecostés
(Hch 2,1-16). Según San Juan Pablo II: «La era de la Iglesia empezó con la “venida”, es
decir, con la bajada del Espíritu Santo sobre los Apóstoles reunidos en el cenáculo de
Jerusalén con María, la madre del Señor. Dicha era empezó en el momento en que las
promesas y las profecías que explícitamente se referían al Paráclito, al Espíritu de la
verdad, comenzaron a verificarse con toda su fuerza y evidencia sobre los apóstoles.
Determinando así el nacimiento de la Iglesia» (Dominum et vivificantem, n. 25). Con
Pentecostés culmina la pascua de Jesús; muerto y resucitado sube a los cielos y envía el
Espíritu Santo. Empieza la era y misión de la Iglesia.

Y ¿cómo era la vida de la Iglesia primitiva? En la vida de la comunidad se


ejercían carismas y ministerios. Destacan estos puntos: perseveraban en la enseñanza de
los apóstoles, en la fracción del pan, en la oración y en la comunión fraterna, tenían todas
las cosas en común y las distribuían según las necesidades de cada uno. Entre los
principales ministerios o servicios que la comunidad necesitaba Hch señala dos:

a.- El servicio de la Palabra, es decir, la predicación del evangelio. Hay que


destacar en este servicio el papel de los doce apóstoles. Eran testigos, y en esto consistía
su misión: anunciar la buena nueva. Estos elegían a algunos miembros de sus
comunidades, les imponían las manos y los enviaban a otros lugares (Hch 13,2-3).

b.- El servicio de presidir la comunidad y de servirla en sus necesidades materiales


y espirituales. A partir de ahí se irán estableciendo una serie de ministerios en función de
las necesidades de la comunidad.

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TEMA 2
JESÚS, ORIGEN Y FUNDAMENTADOR DE LA IGLESIA

Es este un punto importante antes de seguir adelante en nuestra reflexión. Como


decíamos, si Jesús fundó la Iglesia, entonces ésta responde al plan de salvación querido
por Dios. Íntimamente ligada a esta cuestión es necesario reflexionar sobre la Iglesia
apostólica, que se convierte en norma y fundamento de la Iglesia de todos los tiempos.

A.- PERSPECTIVA HISTÓRICA.

Sería conveniente, antes de entrar de lleno en la cuestión, ver cómo ha ido


surgiendo, en el transcurso de la historia, la relación de Jesús con la Iglesia. Ya en el NT
la Iglesia aparece, como vimos, con trazos germinales y pluriformes. En Pentecostés se
encuentra el lugar preeminente de dicho desarrollo, así como también el protagonismo de
los apóstoles, particularmente de Pedro y de Pablo. Además, aparecen también las
exigencias para pertenecer a esta primera comunidad: la conversión a la fe en Jesucristo,
el bautismo, la celebración de la eucaristía, el amor a Dios y los hermanos, ... (cf. Hch
2,38.42-47). Por otro lado, en los escritos de Pablo y el resto de escritos
neotestamentareos van apareciendo ya elementos teológicos y organizativos de la Iglesia
naciente.

Pero no será sino en la Patrística, particularmente con San Ambrosio y San


Agustín, cuando el tema de la formación de la Iglesia se convertirá en un planteamiento
teológico. A partir de estos santos padres, la formación de la Iglesia se presenta en la
imagen misteriosa del nacimiento de ésta del costado del Crucificado. El verdadero
fundamento de la Iglesia es la cruz y la resurrección de Jesucristo. La importancia de la
cruz como fundamento de la Iglesia se manifiesta, sobre todo, en el hecho de que, en los
textos de la eucaristía, se habla de la sangre de la nueva alianza. La muerte de Jesús es,
por consiguiente, el fundamento de la nueva Alianza y del Pueblo de Dios.

La sangre y el agua, que botan del costado de Jesús crucificado (cf. Jn 19,34),
simbolizan, según la interpretación de los Padres de la Iglesia, los dos sacramentos
fundamentales que edifican la Iglesia: el bautismo y la eucaristía. La cruz no puede
separarse de la resurrección. Gracias a los acontecimientos de la pascua se reunieron de
nuevo los discípulos dispersos y al mismo tiempo recibieron la misión de enseñar a todas
las gentes, y hacer de ellas discípulos de Jesús. Finalmente, la fundación de la Iglesia se
consuma con el envió del Espíritu Santo del día de Pentecostés; la Iglesia se presenta
entonces públicamente como el nuevo Pueblo de Dios, siendo el Espíritu Santo el
principio vital de la Iglesia. Esta idea tan fecunda será asumida por la reflexión
contemporánea (cf. Catecismo n.766).

Con la Ilustración y la controversia modernista se plantea de forma crítica esta


cuestión. Para los ilustrados, la Iglesia no fue fundada por Jesucristo. Ya el Concilio

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Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

Vaticano I declaró que el mismo Cristo «decidió edificar la Iglesia», y la opinión de la


época aparece sintetizada en un escrito del momento llamado el Juramento
antimodernista (1910) que dice: «La Iglesia fue instituida inmediata y directamente por
Cristo mismo, verdadero e histórico, mientras vivía entre nosotros». Será en el Vaticano
II cuando esta temática encontrará un enfoque más completo y articulado en los números
2-5 de LG.

B.- HACIA UN PLANTEAMIENTO TEOLÓGICO DE LA RELACIÓN


FUNDANTE DE JESÚS PARA CON LA IGLESIA.

Para poder profundizar en el misterio de la Iglesia, conviene primeramente ver


como su origen se encuentra en el designio de Dios de salvar al hombre, y en su
realización progresiva en la historia, es decir, la razón de la Iglesia hay que buscarla en
Jesús, en su mensaje y en sus obras, en su vida, muerte y resurrección. La Iglesia, es obra
de Jesús. Él anunció el designio salvífico de Dios para la salvación del mundo. En ese
plan salvífico de Dios la Iglesia tiene una labor insustituible→ser el instrumento del
anuncio de la redención, ser el cauce por el cual hoy se nos comunica esa salvación.

El Vaticano II ha sido el primer Concilio que ha ofrecido un amplio planteamiento


teológico de la relación originaria y fundante de Jesús para con la Iglesia. Va a ser en la
Constitución Dogmática Lumen Gentium 2-5 donde se dé una visión procesual de la
fundación de la Iglesia por Jesucristo. Lumen Gentium 2 dice que Dios Padre es quien
convoca la santa Iglesia, «prefigurada desde el origen del mundo, preparada en la
historia de Israel, constituida en los últimos tiempos, manifestada por la efusión del
Espíritu y que se consumará al fin de los siglos»2.

I.- La Iglesia, pues ha sido prefigurada desde el origen del mundo.

II.- La Iglesia ha sido preparada en la historia de Israel. La convocatoria del


pueblo de Dios comienza en el momento en el que el pecado rompe la comunión de los
hombres con Dios y de los hombres entre sí. La reunión de la Iglesia, por decirlo de alguna
manera, es la respuesta de Dios al caos provocado por el pecado.

• La preparación lejana de esta convocatoria comienza con la vocación de


Abraham, a quien Dios promete que llegará a ser padre de un gran pueblo (cf. Gen
12,2).
• La preparación inmediata comienza con la elección de Israel como pueblo de
Dios (cf. Ex 19, 5-6). Por su elección, Israel debe servir de signo que apunte a que
Dios quiere convocar, en el futuro, a todos los pueblos (cf. Is 2,2-5).

2 El compendio del Catecismo de la iglesia católica va a enseñar que la Iglesia tiene su origen en
el plan salvífico de Dios. Y especifica los puntos siguientes: a.- Fue preparada en la Antigua
Alianza con la elección de Israel; b.- fundada por las palabras y acciones de Jesucristo, fue
realizada, sobre todo mediante su muerte y Resurrección; c.- Más adelante, se manifestó como
misterio de salvación mediante la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés. D.- Al final de los
tiempos alcanzará su consumación como la asamblea de todos los elegidos (cf. n. 149).

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Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

• No obstante, los mismos profetas acusan a Israel de haberse olvidado de la Alianza


(cf. Jer 2), de manera que anunciarán una alianza nueva y eterna (cf. Jer 31).

III.- La Iglesia, instituida por Cristo. Va a ser el Hijo de Dios el que comience su
Iglesia con el anuncio del evangelio. LG 53 se centra en la relación de la Iglesia con el
Reino de Dios. Y es aquí donde por única vez se usa la palabra “fundación” cuando se
dice que «el misterio de la Santa Iglesia se manifiesta en su fundación», y más adelante
dice que la «Iglesia dotada de los dones de su fundador [...] recibe la misión de anunciar
en la tierra el germen y el inicio de este reino». El número es bastante importante en sus
afirmaciones:

a) Por un lado, no se identifica la Iglesia con el Reino, sino que ella es solo germen
e inicio de éste.
b) Por otra parte, se anuncia que Jesús fundó la Iglesia. Pero no hay que ver esta
fundación en un acto concreto. Hay que hablar de una fundación a lo largo de toda
la actividad de Jesús, tanto terreno como exaltado. En el movimiento de
convocación del Jesús terreno, en el puesto de Pedro, en la misión de los apóstoles,
en su círculo de discípulos, en la última cena, ..., hay elementos de esta fundación
que, tomados independientemente no son totalmente significativos, pero que
todos unidos muestran que la fundación de la Iglesia debe entenderse como un
proceso histórico, que va más allá del Jesús terreno, y llega hasta el Cristo glorioso
que derrama su Espíritu sobre la comunidad (Pentecostés) y los envía.
c) En su vida histórica, Jesús realizó una serie de actos documentados por los
evangelios, por medio de los cuales fundó su Iglesia: destacan la predicación del
evangelio, la vocación de los primeros discípulos, la elección de los doce

3«El misterio de la santa Iglesia se manifiesta en su fundación. Pues nuestro Señor Jesús dio
comienzo a la Iglesia predicando la buena nueva, es decir, la llegada del reino de Dios prometido
desde siglos en la Escritura: «Porque el tiempo está cumplido, y se acercó el reino de Dios» (Mc
1,15; cf. Mt 4,17). Ahora bien, este reino brilla ante los hombres en la palabra, en las obras y en
la presencia de Cristo. La palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo (cf.
Mc 4,14): quienes la oyen con fidelidad y se agregan a la pequeña grey de Cristo (cf. Lc 12,32),
ésos recibieron el reino; la semilla va después germinando poco a poco y crece hasta el tiempo de
la siega (cf. Mc 4,26-29). Los milagros de Jesús, a su vez, confirman que el reino ya llegó a la
tierra: «Si expulso los demonios por el dedo de Dios, sin duda que el reino de Dios ha llegado a
vosotros» (Lc 11,20; cf. Mt 12,28). Pero, sobre todo, el reino se manifiesta en la persona misma
de Cristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, quien vino «a servir y a dar su vida para la redención
de muchos» (Mc 10,45). Mas como Jesús, después de haber padecido muerte de cruz por los
hombres, resucitó, se presentó por ello constituido en Señor, Cristo y Sacerdote para siempre (cf.
Hch 2,36; Hb 5,6; 7,17-21) y derramó sobre sus discípulos el Espíritu prometido por el Padre (cf.
Hch 2,33). Por esto la Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y observando fielmente
sus preceptos de caridad, humildad y abnegación, recibe la misión de anunciar el reino de Cristo
y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de
ese reino. Y, mientras ella paulatinamente va creciendo, anhela simultáneamente el reino
consumado y con todas sus fuerzas espera y ansia unirse con su Rey en la gloria. (LG 5).

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Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

apóstoles, y el papel especial otorgado a Pedro, la institución de la Eucaristía, su


muerte y Resurrección y, posteriormente, el envío del Espíritu Santo.

IV.- La Iglesia manifestada por el Espíritu Santo. Es en Pentecostés, con el envió


del Espíritu Santo, cuando la Iglesia se va a manifestar públicamente. Como ella es
convocatoria de salvación para todos los pueblos, la Iglesia es, por su misma
naturaleza, misionera, enviada por Cristo para llevar a todos los pueblos la buena
noticia de la salvación (cf. Mt 28, 19-20).

V.- La Iglesia, será consumada en la gloria. Pero la Iglesia es peregrina. Solo


llegará a su perfección en la gloria del cielo

De todo lo dicho se sigue que la Iglesia, ciertamente, no fue fundada o instituida


por unas palabras concretas, o por unos actos individuales y aislados de Jesús. La Iglesia
halla su fundamento en el conjunto de la historia de la salvación de Dios con los hombres.
Puede hablarse entonces de una fundación gradual de la Iglesia, prefigurada desde el
principio, preparada por la historia del pueblo de la antigua alianza, instituida por las
obras del Jesús histórico, realizada por la cruz y resurrección de Jesús y revelada por el
envío del Espíritu Santo (cf. LG 5). Hay elementos de esta fundación que, tomados
independientemente, no son totalmente significativos, pero que todos unidos muestran
que la fundación de la Iglesia debe entenderse como un proceso histórico, que va más allá
del Jesús terreno, y llega hasta el Cristo glorioso que derrama su Espíritu sobre la
comunidad (Pentecostés) y los envía.

Gracias a la permanencia entre los suyos, Él continúa la obra que fundó, la hace
crecer y desarrollarse, y la va llevando, poco a poco, a su cumplimiento. Por eso podemos
hablar que Jesús sigue, por mediación de su Espíritu, siendo el fundamento vivo de su
Iglesia.

C.- LA IGLESIA PRIMITIVA, NORMA Y FUNDAMENTO DE LA IGLESIA


DE TODOS LOS TIEMPOS

La importancia de la época apostólica de la Iglesia es decisiva por razón del


carácter definitivo de la revelación plena que es Jesucristo, puesto que después de Él «no
hay que esperar ya ninguna revelación pública» (DV 2). De ahí que esta época sea norma
y fundamento para la Iglesia de todos los tiempos. Desde un punto de vista más
sociológico e histórico, esta época apostólica, con su testimonio inspirado, el NT, puede
dividirse en tres períodos: el período apostólico, el período sub-apostólico y el período
post-apostólico.

A.- El período Apostólico (hasta el año 65)

Desde muy pronto los cristianos se convirtieron en una comunidad reconocida, en


la cual, el bautismo tenía la función de designar los seguidores de Jesús. El uso frecuente
que la expresión «Koinonia» (comunidad/comunión) tiene en el NT (13 veces),
manifiesta la forma de vida de estos primeros bautizados. El modelo de la comunidad
cristiana en este período lo hemos visto al estudiar la comunidad primitiva de Hechos de
los Apóstoles. Pero, progresivamente, la comunidad primitiva se encontró con un nuevo

13
Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

y decisivo desafío: la entrada de los gentiles, que va a ser asimilada a partir del llamado
Concilio de Jerusalén (Hch 15). Evidentemente se trata de un período dominado por la
importancia de los apóstoles.

B.- El período sub-apostólico (último tercio del siglo I) y post-apostólico


(inicios del siglo II)

A partir del año 66 los grandes apóstoles han muerto mártires. Este último tercio
del siglo I, más que conocerse nuevos nombres de varones apostólicos, éstos se cubren
con el manto de los apóstoles (de ahí el nombre de sub-apostólico). En este momento de
la vida de la Iglesia, su testimonio se convierte en menos misionero y más pastoral y
estable para consolidar las Iglesias constituidas anteriormente.

Otro cambio interno fue el progresivo dominio de los gentiles, que ya se inició
en la etapa anterior. De hecho, la destrucción de Jerusalén comportó que la Iglesia de
Jerusalén no perpetuase su función preeminente. Y así al final del siglo I la Iglesia de
Roma es ya calificada como la que «preside en la caridad». Progresivamente se van a ir
aplicando a la Iglesia los antiguos privilegios que el AT atribuía al pueblo de Israel: ser
«un pueblo escogido, un sacerdocio real, una nación santa», se convierten ahora en
calificativos propios de los cristianos (1 Pe 2,9s).

Pero lo más significativo en esta etapa es que, tras la desaparición de los grandes
apóstoles, la destrucción de Jerusalén y la creciente separación del judaísmo, se empiezan
a configurar los elementos base de una institución eclesial ya regularizada. La
desaparición de los apóstoles creó en la Iglesia una situación nueva, que le va a obligar a
encontrar sucesores del particular ministerio que éstos ejercían. Las comunidades locales
experimentaron la necesidad primera de consolidarse, así como de mantenerse en la
catolicidad de la Iglesia una. Esta misión fue asumida por aquellos que sucedían a los
apóstoles. De esta forma, hacia el año 110 San Ignacio de Antioquia da ya testimonio
consolidado del triple grado del ministerio apostólico: obispos, presbíteros y diáconos.

Con el último escrito del NT, la 2ª Carta de Pedro, concluirá propiamente la Iglesia
primitiva en su época apostólica y por tanto en su fase constitutiva y fundante (DV 4).
Época caracterizada fundamentalmente por dos aspectos:

1.- La consignación por escrito del Nuevo Testamento.

2.- La institucionalización de la “comunidad naciente” en la cual emerge la


función progresiva de los sucesores de los apóstoles.

D.- CONCLUSIÓN

Podemos concluir esta amplia reflexión diciendo que la Iglesia tiene su origen en
el amor de Dios Padre, manifestado en Cristo y en el Espíritu Santo. La Trinidad, que se
ha revelado de una forma especial en la vida de Jesús, en su muerte y Resurrección, y en
el envió del Espíritu Santo, sigue presente y actuando en el mundo, de modo especial, a
través dela Iglesia.

14
Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

Es el Espíritu Santo el gran don que hace nacer a la Iglesia, y que la acompaña en
el discurrir de la historia. Pentecostés es el momento de la «inauguración solmene». El
proyecto del Padre, prefigurado en el AT, anunciado y realizado por Cristo, es inaugurado
solemnemente por el Espíritu Santo. Pentecostés es fundamental, pues, para comprender
y vivir el misterio de la Iglesia, pues es el Espíritu el que hace “ser” y “vivir” a la Iglesia.

El Espíritu Santo es el «vivificador» de la Iglesia, el que la impulsa y sostiene, el


que la convierte en una comunidad capaz de comunicar la vida de Cristo a la humanidad
en cada momento de la Historia. El Espíritu Santo sigue presente4:

• En la Sagrada Escritura, inspirada por Él.


• En la Tradición viva de la Iglesia.
• En el Magisterio de la Iglesia que Él asiste.
• En la liturgia sacramental, donde entramos por su medio en comunión con Cristo.
• En la oración, en la que Él intercede por nosotros.
• En los carismas y ministerios, a través de los cuales se construye la Iglesia.
• En los signos de vida apostólica y misionera.
• En el testimonio de los santos, donde nos enseña como la salvación de Cristo es
capaz de transformar a la persona.

4 Cf. Catecismo, n. 688.

15
Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

TEMA 3
LA NATURALEZA DE LA IGLESIA

A.- LA IGLESIA ES MISTERIO

En la exposición precedente hemos insistido en que la Iglesia tiene una dimensión


estrictamente visible y humana, pero también hemos afirmado que hay en ella algo que
transciende lo que podemos ver y comprobar. En definitiva, solo podemos comprenderla
adecuadamente desde la perspectiva de la fe, pues la realidad de la Iglesia se basa, en
última instancia en la voluntad salvífica de Dios Padre, y en la obra de salvación que Él
realiza por Jesucristo en el Espíritu Santo. Por una parte, es Iglesia visible, terrestre, pues
para cumplir su misión y organización necesita también unas leyes y estructuras, Por otra
parte, es una realidad espiritual, es decir, llena del Espíritu de Cristo, a la que solo se
puede comprender plenamente desde el plano de la fe. En ella está presente el misterio de
salvación de Dios.

El Vaticano II, cuando afirmó en el capítulo I de la LG que la Iglesia es un


misterio, ya respondió a la pregunta de si existe una definición sobre ella. En efecto, más
que definir la Iglesia lo que puede hacerse es describirla, tal y como recordó el Sínodo de
1985: «el concilio describió de diversos modos la Iglesia: como pueblo de Dios, cuerpo
de Cristo, esposa de Cristo, templo del Espíritu Santo, familia de Dios. Estas
descripciones de la Iglesia se complementan mutuamente y deben entenderse a la luz del
misterio de Cristo o de la Iglesia en Cristo».

La consecuencia de esta realidad de “misterio” de la Iglesia es que su esencia no


se puede reducir a un único concepto. La comprensión de la Iglesia nos desborda, de ahí
la necesidad de expresar lo que ella es con imágenes, preferentemente sacadas de la
Biblia. Solo es posible describir a la Iglesia con la ayuda de múltiples imágenes y
conceptos que se completan entre sí; cada uno de ellos expresa un aspecto de su esencia:
así se dice que la Iglesia es Pueblo de Dios, grey, edificio, casa de Dios, Cuerpo de Cristo,
templo del Espíritu Santo, etc. Es conveniente tener desde ahora en cuenta que ninguna
de esas imágenes agota lo que la Iglesia es, más bien nos describen la Iglesia desde
diversos aspectos, y todos estos aspectos confluyen en lo que la Iglesia es.

Vayamos desmenuzando cada una de las imágenes que el Concilio, y en especial


la LG, aplican a la Iglesia, para comprender mejor su realidad interna y profunda.

B.- LA IGLESIA ES SACRAMENTO

16
Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

«La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la íntima


unión con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1).

Según el Concilio, la Iglesia se describe como «Sacramento». Ser «sacramento»


de la unión de los hombres con Dios es el primer fin de la Iglesia. Como la comunión de
los hombres radica en la unión con Dios, la Iglesia es también sacramento de la unidad
de todo el género humano. Con el término sacramento se traduce el término latino
sacramentum o mysterium. Con el concepto «sacramento» se quiere expresar que existe
una realidad visible que remite a otra realidad oculta, que en este caso es el misterio de la
salvación. Es decir, el término mysterium no designa algo incognoscible, sino que es
equivalente a una realidad divina portadora de salvación, y que se revela de manera
visible. Conviene tener en cuenta que el texto dice que «la Iglesia es en Cristo», lo cual
nos indica que el ser y la misión de la Iglesia están entroncados en el ser y la misión de
Cristo.

Jesucristo es el autor de la salvación, mientras que la Iglesia es el sacramento


visible de esta salvación. El texto remite a Jesucristo, y afirma su supremacía sobre la
Iglesia, ya que ésta no tiene más luz que la que irradia Cristo sobre el mundo:

«” Cristo es la luz de los pueblos. Por eso, este sacrosanto Sínodo,


reunidos en el Espíritu Santo, desea vehementemente iluminar a todos
los hombres con la luz de Cristo, que resplandece sobre el rostro de la
Iglesia, anunciando el Evangelio a todas las criaturas”. Con estas
palabras comienza la Constitución dogmática sobre la Iglesia del
Vaticano II. Así, el Concilio muestra que el artículo de la fe sobre la
Iglesia depende enteramente de los artículos que se refieren a Cristo
Jesús. La Iglesia no tiene otra luz que la de Cristo; ella es, según una
imagen predilecta de los Padres de la Iglesia, comparable a la luna cuya
luz es reflejo del sol» (Catecismo, n. 748).

Por esto el Vaticano II ve a la Iglesia como «una notable analogía» con el misterio
de la Encarnación. Así como el Verbo encarnado actúa a través de la naturaleza humana,
de manera semejante el Espíritu de Cristo obra a través de la estructura visible de la Iglesia
(LG 8). El concilio, al usar este concepto de sacramento, quiere expresar la doble
dimensión de la Iglesia, humana y divina, visible e invisible, que hace que sea «una
realidad compleja» (LG 8). Es propio de la Iglesia «ser a la vez humana y divina, visible
y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente
en el mundo y, sin embargo, peregrina. De modo que en ella lo humano este ordenado y
subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente
a la ciudad futura que buscamos» (SC 2).

Por otra parte, la Iglesia, en cuanto sacramento, no solo remite a Cristo, sino que
también no hace presente su salvación. Los siete sacramentos son los signos y los
instrumentos mediante los cuales el Espíritu Santo nos da hoy la gracia de Cristo que es
la Cabeza. La Iglesia, que es su cuerpo, contiene y nos da la gracia invisible que ella
significa. En este sentido analógico ella es llamada sacramento.

17
Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

C.- LA IGLESIA ES COMUNIÓN

Con la renovación del Vaticano II se va a recuperar otro concepto importante como


es el de «comunión» aplicado a la Iglesia, aunque como tal, nunca se defina así a la Iglesia.
Este concepto tiene un significado básico de comunión con Dios, del cual se participa a
través de la Palabra y los Sacramentos. Dicha comunión lleva a la comunión de los
cristianos entre sí, y se realiza concretamente en la comunión de las Iglesias locales.
Cuando hablamos de la Iglesia como «comunión» no estamos hablando de algo sin
importancia a la hora de contemplar la esencia de la Iglesia, sino una dimensión
constitutiva; de hecho, las imágenes bíblicas utilizadas para significar la Iglesia tienen
sabor de comunión: redil, grey, vid, Cuerpo de Cristo y Pueblo de Dios.

El origen y fundamento de la eclesiología de comunión se remonta a la comunidad


original que es la Santísima Trinidad. Dios es comunión, vida compartida y unidad. La Iglesia
hunde sus raíces en la comunión trinitaria: Padre, Hijo y Espíritu Santo. De este modo, la
comunión de las tres divinas personas es para la Iglesia su modelo, su fuente y su fin.

a) Es comunión con el Padre, que nos creó y nos ha llamado a participar de su


vida.

b) Comunión con el Hijo. La comunión con el Padre se realiza de manera


histórica e inigualable en Jesucristo. Él es el único mediador, por medio del cual Dios ha
asumido la naturaleza humana, para que nosotros participáramos de la divina. Todos los
hombres estamos llamados a esta unión con Cristo.

c) Comunión en el Espíritu Santo. Lo que sucedió de una vez por todas en


Jesucristo es continuado por el Espíritu Santo que habita en la Iglesia y en los corazones de
los fieles. Esta comunión en el Espíritu Santo constituye la base de la comunión de toda la
Iglesia.

La Iglesia no es eliminación, ni suma de diferencias, sino comunión de las mismas.


La comunión exige que en todos los miembros de la Iglesia esté presente un valor único, que
todos ellos tengan parte en ese valor, aunque de manera diversa cada uno. Su diferencia
florece, podemos decir, en la unidad radical. La comunión implica que todos, siendo diversos,
y dotados por Dios con diversos dones, los ponemos en común en favor de la edificación de
su Iglesia. Ya el Sínodo del 1985, citado anteriormente, al afirmar la centralidad de tal
concepto, subrayó: «la eclesiología de comunión no se puede reducir a simples cuestiones
organizativas o a cuestiones que se refieren a meras potestades. La eclesiología de comunión
es el fundamento para el orden en la Iglesia y, en primer lugar, para la recta relación entre
unidad y pluriformidad en la Iglesia».

Iglesia Local e Iglesia Universal

La Iglesia no existe en abstracto, sino que vive en el espacio y en el tiempo. En


cada una de las épocas, la Iglesia realizó de manera diversa la misión que Jesús le había
encomendado, pero siempre teniendo en cuenta que una sola Iglesia es siempre y al
mismo tiempo Iglesia Universal e Iglesia particular.

18
Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

Por eso, cuando el NT habla de la Iglesia, se refiere unas veces a la Iglesia


universal, y otras a la Iglesia particular de Jerusalén, de Corinto, de Roma, etc. San Pablo
habla, por ejemplo, de la “Iglesia de Dios en Corinto” (1 Cor 11,2). Con estas palabras
quiere expresar que la Iglesia particular de Corinto no es sólo un sector o, por decirlo de
alguna manera, un distrito administrativo de la Iglesia universal; al contrario, es la Iglesia
de Dios tal y como se realiza en Corinto. La Iglesia particular realiza, pues, la esencia de
la Iglesia universal. Pero precisamente, porque la Iglesia particular es representación y
realización de una sola Iglesia de Dios, no puede existir aislada, sino en comunión con el
resto de las Iglesias locales.

En los primeros tiempos, esta comunión tuvo su centro en la comunidad primitiva


de Jerusalén. Más tarde, la primacía paso a la Iglesia de Roma. Lo cual significa que la
unidad de la Iglesia en los primeros siglos se representaba sobre todo en la comunión de
las diversas Iglesias particulares. Esta comunión se basaba en la vivencia de una misma
fe, en un mismo bautismo, en la admisión a la Eucaristía, en la oración, y en las relaciones
que los obispos mantenían entre sí. Si bien en la edad media esta visión se fue perdiendo,
con el Concilio Vaticano II se vuelve a recoger de nuevo esta idea de la Iglesia antigua
de la comunión de las Iglesias locales. Solo en las Iglesias particulares, y a partir de ellas,
existe una sola y única Iglesia católica (LG 2). Así pues, en cada Iglesia local o diócesis
se encuentra y actúa verdaderamente toda la Iglesia de Cristo.

El Vaticano II entiende normalmente por Iglesia particular o local la Iglesia que


está bajo la dirección de un obispo, es decir, la diócesis. Sin embargo, para cada uno de
los cristianos es de ordinario la parroquia el lugar que le hace experimentar en el Espíritu,
la acción de Cristo. Y de la misma manera que la diócesis solo puede existir en la
comunión de toda la Iglesia, así también la parroquia no puede prescindir de la comunión
con su obispo y con las demás parroquias de la diócesis.

D.- LA IGLESIA ES EL PUEBLO DE DIOS

«Quiso, sin embargo, el Señor santificar y salvar a los hombres


no individualmente y aislados entre sí, sino constituir un pueblo que le
conociera en la verdad y le sirviera santamente. Eligió como pueblo
suyo al pueblo de Israel, con quien estableció un pacto, y a quien
instituyó gradualmente manifestándosele a sí mismo y sus divinos
designios a través de su historia, y santificándolo para sí. Pero todo
esto lo realizó como preparación y símbolo del nuevo pacto perfecto
que había de efectuarse en Cristo, y de la plena revelación que había
de hacer por el mismo Verbo de Dios hecho carne»

(LG 9).

Encontramos esta expresión casi al principio de la Constitución sobre la Iglesia


Lumen Gentium. El hecho que aparezca tan al principio (capitulo II), nos hace comprender
ya un dato, y es que el Concilio Vaticano II se trata de superar una visión puramente
jerárquica de la Iglesia, para centrarse en su sujeto primario: todos los bautizados que forman
el pueblo de Dios.

19
Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

El término «Pueblo» tiene muchos significados y múltiples interpretaciones. En


primer lugar, indica solidaridad con la humanidad y con su tarea de construir este mundo, y
en él un ámbito de salvación. El Pueblo de Dios, compuesto por todos los que creen en Jesús
y le siguen, trabaja en la construcción de la historia humana, haciendo de ésta una Historia
de Salvación. En segundo lugar, señala la igualdad radical en dignidad de todos sus
miembros. La raíz de la que surge el pueblo de Dios es la fe en Jesús que constituye a todos
en hijos de un mismo Padre por el bautismo. Y, en tercer lugar, la Iglesia, entendida como
Pueblo de Dios, ha redescubierto una dimensión abandonada durante demasiado tiempo en
ella: la responsabilidad del laicado en la constitución y en la tarea encomendada por Jesús a
sus seguidores: la misión de anunciar e instaurar el reino de Dios en nuestro mundo.

“Pueblo de Dios” es un concepto central en las afirmaciones que el Concilio Vaticano


II realiza sobre la Iglesia. Ha ayudado a superar una cierta manera individualista de vivir la
fe y a fortalecer la conciencia de que en la Iglesia todos somos corresponsables. En efecto,
cuando la Sagrada Escritura describe la Iglesia como Pueblo de Dios, nos está diciendo que
la salvación no se otorga a cada uno por separado sino a una comunidad. Esta comunidad no
nace de la agrupación de unos individuos que sienten religiosamente lo mismo. Igual que un
pueblo o una familia, así también la Iglesia existe antes que el individuo; el individuo es
aceptado por ella, crece en ella, es cuidado por ella, y él, a su vez, asume la responsabilidad
de apoyarla. Pueblo de Dios no significa pues, el pueblo o la base, en contraposición a los
clérigos, sino que abraza a todos los cristianos en su totalidad.

Ahora bien, la Iglesia no es un pueblo en el sentido corriente de la palabra, una


comunidad unida por un origen o por una historia y cultura comunes. La Iglesia es el Pueblo
de Dios, es decir, el pueblo que Dios elige y llama de entre los pueblos y con el que establece
una alianza. Por ello no pertenecemos a la Iglesia en virtud del nacimiento, sino que nos
incorporamos a ella por la fe y por el bautismo. Dios no pertenece en propiedad a ningún
pueblo, pero ha adquirido para sí un pueblo de aquellos que antes no eran su pueblo.

Hay un texto del AT que ya ha salido a reflexión del profeta Ezequiel, en él Dios
recuerda la alianza con su pueblo en estos términos: «Yo soy vuestro Dios y vosotros sois mi
pueblo» (Ez 37,27). De esta manera la Iglesia queda vinculada con Israel, el Pueblo de la
antigua alianza. No se puede comprender a la Iglesia sin este vínculo con el AT, en el que
aquella se va preparando y prefigurando. A pesar de todo, es preciso también tener en cuenta
la ruptura que existe entre Israel y la Iglesia, el Pueblo de Dios de la Nueva Alianza. Al nuevo
Pueblo de Dios, pertenecen también los gentiles (no solo los judíos) que originariamente no
fueron Pueblo de Dios. De esta manera, solo en la Iglesia de los judíos y los gentiles, es decir,
de toda la humanidad, se ha hecho realidad la promesa dirigida a Abrahán, según la cual
todos los pueblos serán bendecidos en él.

No obstante, es siempre un pueblo nómada, un pueblo peregrino. Vive en la historia


y también tiene su propia historia. Así pues, la Iglesia, como Pueblo de Dios no es una
realidad fija y estática, sino una realidad dinámica y en camino. Nunca puede darse por
definitivamente edificada, sino que siempre debe abrirse de nuevo a su Señor. Su destino es
pues el Reino de Dios que él mismo ha comenzado en este mundo. Su ley, es la del amor,
amar como Cristo mismo nos amó (cf. Jn 13,34).

20
Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

Hemos afirmado ya que se entra en este Pueblo de Dios por la fe y el Bautismo. De


este modo participamos de las tres funciones de Cristo, Sacerdote, profeta y Rey:

a.- Cristo sacerdote→ Los bautizados quedan consagrados para ofrecer a Dios, a
través de su propia vida, todas aquellas obras que glorifiquen a Dios por el bien que hacemos
al hermano: «Los bautizados, en efecto, por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu
Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo para que ofrezcan, a
través de las obras propias del cristiano, sacrificios espirituales y anuncien las maravillas del
que los llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 Pe 2, 4-10)» (LG 10).

b.- Cristo profeta→ Participamos también del carácter profético de Cristo mediante
el testimonio de vida que damos de Él por la fe y el amor. Además, hay otro aspecto de la
participación en la misión profética de Cristo, y es que cuando la totalidad de los fieles creen,
entendemos que su fe esta sostenida por el Espíritu santo, y, en consecuencia, no puede
equivocarse: «La totalidad de los fieles […] no puede equivocarse en la fe. Se manifiesta esta
propiedad suya, tan peculiar, en el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo, cuando
“desde los obispos hasta el último de los laicos cristianos” (S. Agustín) muestran estar
totalmente de acuerdo en cuestiones de fe y moral» (LG 12). Es un don del Espíritu santo, y,
por tanto, no hablamos solo de una simple opinión humana, sino de la Palara de Dios.

c.- Cristo rey→ Para el cristiano «servir es reinar» (LG 36), particularmente en los
pobres, pequeños y en todos los que sufren. El pueblo de Dios realiza su dignidad real
viviendo conforme a la vocación de servir con y como Cristo.

Así, la edificación y el crecimiento del Cuerpo de Cristo se lleva a cabo por la


predicación de la palabra de Dios, por la celebración de los sacramentos (especialmente el
bautismo y la eucaristía) y por el ministerio pastoral. En la Eucaristía todos participamos de
un solo pan, de un solo Cuerpo eucarístico de Cristo, y somos así un solo cuerpo. De esta
manera, la unidad de los fieles, está representada y se realiza por el sacramento del pan
eucarístico. La Eucaristía es la “fuente y la cima” de toda la vida cristiana y eclesial. Sin
embargo, no podemos participar del pan eucarístico sin compartir el pan de cada día. La
celebración de los sacramentos, pues, debe hacerse efectiva con las obras y en la comunión
de la caridad. Encontramos a Cristo también en los pobres, en los débiles, en los despreciados,
etc.

E.- LA IGLESIA ES EL CUERPO DE CRISTO

Esta expresión fue la más difundida en la eclesiología católica a partir de la encíclica


Mystici Corporis (1943) que acentúa la estructura humano-divina de la Iglesia, contra el
peligro de un misticismo eclesiológico, y subraya el carácter visible como instrumento de lo
invisible.

La comparación de la sociedad con el organismo humano era muy conocida en la


antigüedad. Pablo se sirve de esta comparación y la aplica a la Iglesia: la Iglesia es un cuerpo
en y con muchos miembros distintos. Todos ellos se necesitan mutuamente; todos tienen que
mantenerse unidos y obrar en estrecha armonía. Es una imagen que aporta nueva luz sobre

21
Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

la relación íntima que se da entre la Iglesia y Cristo. Ella no está solo reunida en torno a Él,
sino, sino que está unificada en él y con él.

En la carta a los Efesios, y también en la carta a los Colosenses se afirma que


Jesucristo es la Cabeza del Cuerpo de la Iglesia (Ef 1,22-23: Col 1,18). Con estas palabras
no solo se compara a la Iglesia con un cuerpo, se dice más aún, la Iglesia es Jesucristo en su
Cuerpo. Cristo sigue viviendo y actuando en la Iglesia. Él está por encima de ella y la Iglesia
está subordinada a Él en la obediencia. La LG 7 trata directamente de la Iglesia como
«Cuerpo de Cristo». Esta imagen ayuda a presentar la Iglesia no solo como sociedad, sino
como un organismo vivo y organizado jerárquicamente

Tres aspectos de la Iglesia como Cuerpo de Cristo son los que resalta expresamente
el Catecismo (cf. nn790-796):

1.- «Un solo cuerpo»→ Los creyentes que por el bautismo entran a formar parte del
Cuerpo de Cristo, de su Iglesia, quedan estrechamente unidos a Cristo y entre sí. No obstante,
esta unidad no elimina la diversidad de los miembros «” En la construcción del Cuerpo de
Cristo existe una diversidad de miembros y funciones. Es el mismo Espíritu el que, según su
riqueza y las necesidades de los ministerios distribuye sus diversos dones para el bien de la
Iglesia”. La unidad del Cuerpo místico produce y estimula entre los fieles la caridad: “Si un
miembro sufre, todos los miembros sufren con él; si un miembro es honrado, todos los
miembros se alegran con él” (LG 7). En fin, la unidad del Cuerpo místico sale victoriosa de
todas las divisiones humanas: “en efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido
de Cristo; ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos
vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal. 3,27-28)» (Catecismo, n.791).

2.- «Cristo es la Cabeza del Cuerpo»→ Cristo, nos dice Col 1, 18, es la Cabeza del
Cuerpo que es la Iglesia. Es el principio de la creación y de la redención.

3.- «La Iglesia es la Esposa de Cristo»→ Hasta ahora venimos hablando de unidad,
pero la unidad de Cristo y de la Iglesia, de la Cabeza y el Cuerpo implica también la distinción
entre ambos en una relación personal. Esta relación personal, que se establece entre Cristo y
la Iglesia, es expresado frecuentemente mediante la imagen del Esposo y la Esposa. El
apóstol Pablo presenta a la Iglesia, y a cada fiel, como una esposa desposada con el Señor
(cf. 1 Cor 6,15-17; cf. 2 Cor 2, 11,2). Ella es la esposa del Cordero (cf. Ap 22, 17;cf. Ef 5,27)
a la que Cristo «amó y se entregó por ella a fin de santificarla» (Ef 5, 26).

A lo largo de la historia de la Iglesia la teología ha ido distinguiendo en este campo


entre el “cuerpo místico de Cristo” que es la Iglesia y el “cuerpo real de Cristo” que es la
eucaristía. Con la imagen de cuerpo referida a la Iglesia se pone perfectamente de relieve la
comunión interna, y, por otra parte, también índica la misión o vocación específica que a
cada uno le corresponde y apunta, así como la corresponsabilidad. Esta conformidad y
relación entre Cristo y la Iglesia se expresa en el NT sobre todo con la imagen de la Iglesia
como esposa de Jesucristo (cf. Ef 5,25).

F.- LA IGLESIA ES EL TEMPLO DE DIOS EN EL ESPÍRITU SANTO

22
Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

Para el mundo antiguo, el templo significaba el lugar de la presencia activa de Dios


en el mundo. Israel se caracterizó durante largo tiempo por no tener templo alguno; Dios
estaba presente en medio de su pueblo en su camino por el desierto. Así también el NT puede
describir a la Iglesia como templo, como lugar de la presencia de Dios en Jesucristo: «Por
que donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt
18,20). La Iglesia no es, por tanto, un edificio de piedras muertas, sino un edificio espiritual
de piedras vivías, cuya piedra angular es Cristo. Por eso el apóstol Pablo puede decir “¿No
sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?” (1 Cor 3,16).

Si la estructura externa de la Iglesia es templo y morada del Espíritu Santo, se puede


afirmar también que el Espíritu Santo es como el alma del cuerpo, es decir, el principio vital
de la Iglesia: «Lo que nuestro espíritu, es decir, nuestra alma, es para nuestros miembros,
eso mismo es el Espíritu Santo para los miembros de Cristo, para el Cuerpo de Cristo que es
la Iglesia», dirá San Agustín (cf. Catecismo, n. 797).

Que este Espíritu de Cristo, como a principio invisible, ha de atribuirse también el


que todas las partes del cuerpo estén íntimamente unidas (cf. Catecismo, n. 797). Es el mismo
Espíritu, que derrama sus carismas para la edificación de la Iglesia, el principio de unidad
de la misma. En la Iglesia cada uno tiene el don particular que Dios le ha dado; unos uno y
otros otro (1Cor 7,7). Lo importante es que tanto los carismas ordinarios como los
extraordinarios contribuyan a la edificación de la Iglesia. Extraordinarios o sencillos, los
carismas son gracias del Espíritu santo que tiene una finalidad y utilidad eclesial, es decir,
están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de todos los hombres y a las necesidades
del mundo. Con todo, a los corintios el apóstol les señala un camino excepcional que está
por encima de todos los carismas, la caridad. Esta es el fruto supremo del Espíritu Santo.

23
Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

TEMA 4
LAS PROPIEDADES DE LA IGLESIA

A la pregunta por cuales son las propiedades de la Iglesia, la profesión de fe


responde diciendo: «Creo en la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica» (cf. DS
2888). En estos cuatro términos se nombran cuatro propiedades esenciales, que
caracterizan a la Iglesia y que la hacen reconocible como la Iglesia de Cristo. Estos cuatro
atributos, unidos entre sí, nos indican rasgos esenciales de la Iglesia y de su misión. La
Iglesia los posee, no por ella misma, sino por Cristo, quien por el Espíritu Santo da a la
Iglesia el ser una, santa, católica y apostólica.

A.- LA UNIDAD DE LA IGLESIA

La unidad de la Iglesia se basa en el misterio de la Iglesia. De la confesión de un


solo Dios, de un solo Mediador Jesucristo, y de un solo Espíritu, se sigue necesariamente,
una sola Iglesia. Esto responde a la voluntad del mismo Jesús que en el evangelio de San
Juan dice: «Para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también
lo sean en nosotros para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17, 21). En la
carta a los Efesios encontramos este mismo fundamento de la unidad, a la vez que una
invitación a considerar esta unidad no solo como un don, sino también como una tarea:
«Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con
amor, esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo
cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis
sido llamados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende
todo y lo penetra todo y lo invade todo” (Ef 4,2-6).

En estos dos textos se expresa lo siguiente: la unidad de la Iglesia no es un simple


postulado, ni una exigencia de organización. Es una realidad querida por Cristo. Pero,
como hemos anticipado, esta realidad de la unidad es también una tarea. Todas las
escisiones y divisiones en la Iglesia se oponen, en última instancia, a la voluntad de Dios.

¿En qué consiste la unidad de la Iglesia? En los Hechos de los apóstoles, cuando
se describe la comunidad primitiva de Jerusalén, se insiste en que todos los creyentes eran
asiduos a las enseñanzas de los apóstoles, en la comunión en las necesidades, en la
fracción del pan y en las oraciones (Hch 2,42). Era, pues, una unidad en la fe, en la
caridad, y en la liturgia. En conformidad con esto, el Vaticano II habla de un triple vínculo
de la unidad; una misma profesión de fe, unos mismos sacramentos y un mismo gobierno
de la Iglesia y comunión eclesial (LG 14). El Catecismo recoge de triple realidad y afirma
que los vínculos de la unidad son:

24
Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

• La profesión de una misma fe recibida de los apóstoles.


• La celebración común del culto divino, especialmente de los sacramentos.
• La sucesión apostólica por el sacramento del orden que es el vínculo de
comunión entre la familia de Dios

Esta triple unidad no significa, en absoluto, uniformidad. Dentro de la unidad de


conjunto, es posible, e incluso deseable, una diversidad de estilos, de piedad, de
compromiso o servicio social. Desde el principio la Iglesia se presenta con una gran
diversidad, que procede de la variedad de dones que Dios regala y la multiplicidad de
personas que forman la Iglesia y reciben esos dones. La riqueza de esta diversidad no se
opone a la unidad fundamental de la Iglesia.

Hasta el Vaticano II la unidad de la cristiandad dividida solo se podía concebir


como un retorno a la Iglesia católico-romana. Pero la eclesiología del Vaticano II va a
sustituir este planteamiento exclusivo por uno inclusivo. En este sentido destaca el
siguiente término:
«Esta Iglesia constituida en el mundo como una sociedad, permanece (subsistit)
gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él, aunque
puedan encontrarse fuera de ella muchos elementos de santificación y verdad que,
como dones propios de la Iglesia de Cristo, inducen hacia la unidad católica»

(LG 8)

En el texto se da una importante variación. En el esquema inicial el texto decía


«Haec igitur ecclesia [...]est ecclesia catholica» (Así pues la Iglesia […]es la Iglesia
católica), mientras que en el definitivo quedó «Haec ecclesia subsistit [...] in ecclesia
catholica» (Esta Iglesia subsiste […]en la Iglesia católica). El término "subsistit"
(permanece) representa una gran novedad, ya que indica que no todo en la Iglesia es fiel
reflejo de la voluntad de Cristo. Además, este término afirma inclusivamente la presencia
de elementos de la Iglesia de Cristo en las demás confesiones e Iglesias cristianas. Por
tanto, hay que afirmar que también las demás confesiones cristianas son comunidades de
tradición. No quiere decir el texto, por otra parte, que los medios de salvación estén en la
Iglesia católica de forma limitada; están presentes en la Iglesia de Cristo de forma plena
(UR 3), pero reconoce elementos de verdadera eclesialidad en otras Iglesias y confesiones
cristianas.

Esto nos sitúa ante las heridas a la unidad. De hecho, esta una y única Iglesia de
Dios se vio muy pronto enfrentada a escisiones, y en siglos posteriores, con la aparición
de la reforma protestante, a separaciones más importantes, que quebraron la comunión de
la Iglesia. Tales rupturas, no cabe duda, lesionan la unidad de la Iglesia (cf. Catecismo, n
817). El Catecismo Universal de la Iglesia Católica afirma que los que hoy nacen en estas
comunidades, y son instruidos en la fe de Cristo, no pueden ser acusados del pecado de
separación, y la Iglesia católica los abraza con amor fraterno. Valora su bautismo, por el
que han sido justificados en la fe e incorporados a Cristo. Por tanto, son cristianos y
reconocidos por la Iglesia católica como hermanos (cf. Catecismo, n 818; UR 3).

25
Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

A esta búsqueda de la unidad querida por Cristo ha ayudado el movimiento


ecuménico de nuestro siglo. La convicción de la Iglesia católica de que es la Iglesia de
Cristo, y de que posee todos los medios para la salvación no excluye que «fuera de su
estructura se encuentren muchos elementos de santidad y verdad» (LG 8). Elementos
esenciales de esa estructura son: la Sagrada Escritura como fundamento de vida y
conducta, las profesiones de fe de la Iglesia antigua, el bautismo, la vida de gracia, la fe,
la esperanza, la caridad. En las Iglesias ortodoxas de oriente se añaden la Eucaristía como
sacramento de unidad, y el episcopado como servicio de la unidad.

B.- LA SANTIDAD DE LA IGLESIA

La santidad de la Iglesia parece estar en contradicción con la experiencia


cotidiana. Nadie puede discutir que existe el pecado en la Iglesia. Sin embargo, la fe
descubre en ella una dimensión más profunda. La Iglesia, unida a Cristo, está santificada
por Él; por Él y con Él, ella también ha sido constituida en santificadora. Es decir, todas
las acciones de la Iglesia van encaminadas a conseguir la santificación de los hombres y
la gloria de Dios (SC 10).

Desde la perspectiva de la fe, la santidad de la Iglesia forma parte de su esencia


porque Dios es la causa primera de ella. La Iglesia es santa porque Jesucristo está unido
a ella indisolublemente, y porque le ha prometido para siempre la presencia poderosa del
Espíritu Santo (Jn 14,26). Es santa porque es depositaria de los bienes de la salvación que
le han sido encomendados para que los transmita; la verdad de la fe, los sacramentos, los
ministerios.

De esta santidad “objetiva” debe brotar la santidad “subjetiva”. A esta santidad


están llamados todos los cristianos, independientemente de que sean laicos o clérigos.
Esta santidad no es una conquista o realización personal, sino fruto del Espíritu Santo y
de sus dones. No consiste primordialmente en acciones extraordinarias, sino en ser fieles,
caritativos y pacientes en la vida ordinaria, «dando gloria a Dios y sirviendo al prójimo».
Hay, pues, diversos caminos para alcanzar la santidad, pero solo una cosa es
absolutamente necesaria para todos: cumplir el mandamiento principal de amar a Dios
sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos (Mt 12,30-31). La caridad,
por consiguiente, es el alma de la santidad a la que todos están llamados:

«Comprendí que, si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto por diferentes


miembros, el más necesario, el más noble de todos no le faltaba, comprendí que la Iglesia
tenían un corazón […]. Comprendí que el amor solo hacía obrar a los miembros de la
Iglesia, que, si el Amor llegara a apagarse, los Apóstoles ya no anunciarían el Evangelio,
los Mártires rehusarían verter su sangre» (Santa Teresa del Niño Jesús, ms. Autob. B 3v).

La Iglesia santa comprende también a los pecadores y, por eso, puede ser llamada
también Iglesia de los pecadores. Todos los días tiene que rogar «perdona nuestras
ofensas». Por eso, la Iglesia, aun siendo santa, está siempre necesitada de purificación

26
Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

(LG 8), que no se debe confundir, como algunas veces se ha pretendido, con
transformación, adaptación e incluso abolición5.

C.- LA CATOLICIDAD DE LA IGLESIA

El término católico significa universal y tiene un doble sentido:

a.- por una parte, indica que predica íntegramente la fe y la salvación a todo el
hombre y a la humanidad; es católica porque Cristo está presente en ella, lo que implica
que recibe de él la plenitud de los medios de salvación. Por consiguiente la Iglesia de
Cristo está presente en cualquier comunidad local de fieles que estén unidas a sus
pastores, «en estas comunidades, aunque muchas veces sean pequeñas y pobres o vivan
dispersas, está presente Cristo, quien con su poder constituye a la Iglesia una, santa,
católica y apostólica» (LG 26)6.

b.- por otra, la Iglesia ha sido enviada a rodos los pueblos y culturas, a todas las
razas y clases, por una parte, tiene que comunicarles a todos su riqueza y, por otra,
enriquecerse a sí misma con las riquezas de todos (cf. Mt 28, 19). La misión, por tanto,
es una exigencia de la catolicidad de la Iglesia. El fin último de la misión no es otro que
hacer participar a los hombres en la vida divina. «Dios quiere que todos los hombres se
salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1 Tim 2,4), por consiguiente, la
Iglesia, que se sabe depositaria de esta Verdad, debe ir al encuentro de todos los que la
buscan para ofrécesela, sabiendo que es el Espíritu Santo el que la conduce por los
caminos de la misión.

Decíamos que la Iglesia era fundamentalmente congregación, y esta congregación


tiene como finalidad su misión en el mundo. Estos dos aspectos, congregación y misión,
van íntimamente unidas. La realización concreta de la misión de la Iglesia ha adoptado
en el curso de su historia formas diversas. La Iglesia primitiva sabía que era un pueblo
nuevo vinculado al pueblo de Dios. No más que una pequeña grey frente al gran imperio
romano. Su intención era dar al Cesar lo que es del Cesar (respetar el orden temporal),

5 «” Mientras que Cristo, santo, inocente, sin mancha no conoció el pecado, sino que vino
solamente a expiar los pecados del pueblo, la iglesia abrazando en su seno a los pecadores, es a
la vez santa y siempre necesitada de purificación y busca sin cesar la conversión y la renovación”
(LG 8; cf. UR 3; 6). Todos los miembros de la Iglesia, incluso los ministros, deben reconocerse
pecadores (cf. 1 Jn 1, 8-10). En todos, la cizaña de pecado todavía se encuentra mezclada con la
buena semilla del Evangelio hasta el fin de los tiempos (cf. Mt 13, 24-30). La Iglesia, pues,
congrega a pecadores alcanzados ya por la salvación de Cristo, pero aun en vías de santificación»
(Catecismo, n. 827).

6 Se entiende por Iglesia particular (diócesis) una comunidad de fieles cristianos que están en
comunión mediante la fe y los sacramentos con su obispo, en cuanto sucesor de los apóstoles. Las
iglesias particulares, por tanto, son plenamente católica gracias a la comunión con la Iglesia de
Roma, que es la “que preside en la caridad” (Cf. Ibid., nn. 833-834)

27
Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

pero también sabía que era preciso obedecer a Dios antes que a los hombres. En las
persecuciones de los cristianos de los primeros siglos se manifestó esta actitud.

La creciente importancia del cristianismo llevó al emperador Constantino a


reconocerlo en el Edicto de Milán del 313 como religión autorizada, siendo su sucesor
Teodosio quien en el 380 la convirtió en la religión oficial del estado (el llamado giro
constantiniano). Todo esto condujo en la Edad Media a una visión en la que la Iglesia y
el Imperio formaban una sola cristiandad en la que lo espiritual y lo mundano estaban
indisolublemente unidos. Lutero distinguirá entre la Iglesia visible y la invisible, diciendo
que la Iglesia verdadera es una realidad invisible. Según la concepción católica, también
el aspecto visible, así como la estructura sacramental y jerárquica forman parte de la
verdadera Iglesia.

El verdadero fundamento de la actividad misionera es el encargo que la Iglesia ha


recibido del mismo Señor: “Id y haced discípulos de todos los pueblos” (Mt 28,19). La
actividad misionera no es algo complementario en la Iglesia, o algo que atañe
exclusivamente a unos pocos, los misioneros o misioneras, sino que todos los cristianos
estamos llamados a “dar testimonio” de nuestra fe. La Iglesia es, pues, por su misma
esencia, misionera. En los últimos decenios la Iglesia tiene una conciencia más viva de la
necesidad de una nueva evangelización. Nueva en su ardor, en su método y expresión.

Y, ¿quién pertenece a la Iglesia católica? Todos los hombres están invitados a


formar parte del pueblo de Dios. A ella pretenden o están ordenados de alguna manera
todos los católicos, los demás cristianos e incluso todos los hombres (cf. LG 13). El
Catecismo afirma que están plenamente incorporados a ella los que aceptan todos los
medios de salvación que ella posee, y están unidos, dentro de su estructura visible, a
Cristo; aquellos que aceptan y participan en la profesión de una fe común, de los
sacramentos y la comunión con el Papa y los obispos. Y se aparta de ella aquellos que,
aunque incorporados a la Iglesia por la fe, los sacramentos y la aceptación del gobierno
de la Iglesia, sin embargo, no viven en el amor. (cf. Catecismo, n 837).

Igualmente, los que aún no han recibido el evangelio están igualmente ordenados
a la Iglesia de distintas maneras que solo Dios conoce (cf. LG 16). Con el Vaticano II la
Iglesia va a reconocer que en las otras religiones existe una búsqueda sincera, aunque aún
“en sombras” de Dios, de tal manera que la Iglesia aprecia todo lo que hay de bueno y
verdadero en las otras religiones, como una verdadera preparación al Evangelio (cf. NA
2; LG 16).

En este contexto sería bueno una breve reflexión acerca de la afirmación «fuera
de la Iglesia no hay salvación» ¿cómo entender esta afirmación tantas veces repetida por
los Padres de la Iglesia? Ya hemos hablado que no hay que hacerlo de forma excluyente.
Formulada de forma positiva quiere decir que toda la salvación viene de Cristo a través
de la Iglesia que es su cuerpo7. No obstante, aquellos que sin culpa con conocer a Cristo

7 «El santo sínodo […]basado en la Sagrada Escritura y en la Tradición enseña que esta iglesia
peregrina es necesaria para la salvación. Cristo, en efecto, es el único mediador y camino de
salvación que se nos hace presente en su Cuerpo, en la iglesia. Él, al incluir con palabras bien

28
Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

y a su Iglesia pueden también participar de la salvación, aunque por caminos solo


conocidos por Dios8. Tras el Concilio Vaticano II se viene a definir rectamente la relación
de la Iglesia con el mundo actual diciendo que esta misión es la venida del Reino de
Dios, esto es, que el fin de la Iglesia es la salvación última. Así pues, a pesar de los muchos
cambios que ha sufrido en la historia la práctica concreta de la misión de la Iglesia, ésta
sigue siendo en todos los tiempos “sacramento universal de salvación”, es decir, todos
los hombres son llamados a ella y ella es necesaria para salvarse.

No cabe duda de que la fe tiene un carácter personal y comunitario. Se trata, por


tanto, de articular ambas dimensiones de la fe. Insistir solamente en la dimensión eclesial
de la fe corre el peligro de ignorar un rasgo esencial de la misma; su dimensión personal.
Es cierto que la fe supone la Iglesia, ya que se confiesa dentro de la comunidad, pero en
definitiva es una opción personal, una respuesta libre a la revelación.

Tampoco se puede caer en el riesgo contrario, el de obviar la dimensión eclesial.


Ya que la Iglesia es, en primer lugar, portadora de la tradición que nos conecta con los
orígenes cristianos. Los orígenes apostólicos son normativos para la fe. La Iglesia es, en
segundo lugar, el ámbito de la predicación. La fe es repuesta a esa palabra predicada por
la Iglesia y en la Iglesia. Y, en tercer lugar, la Iglesia es el ámbito de la confesión y de la
práctica de la fe.

Hay que plantearse el tema de la salvación en términos no exclusivos sino


inclusivos. Sin negar que la Iglesia sea signo y sacramento de salvación, hay que
preguntarse por lo que hay de salvación y liberación en todas las religiones y en toda la
historia humana. Sin duda, que cuanto hay en ellas de verdad y de bien, de compromiso
por la realización del hombre, de humanización de liberación, ... es valorado por la Igleisa.
Aquí vemos también que la salvación no es solo algo para el más allá, sino un desafío
histórico para el más acá. Por tanto, el principio podría formularse más bien «solamente
Cristo, actuando en la Iglesia, produce la salvación. Pero su obrar, que produce la
salvación, no se limita a la Iglesia». Por consiguiente, la frase “fuera de la Iglesia no hay
salvación”, significa sencillamente que la Iglesia es el sacramento universal de salvación.

D.- LA APOSTOLICIDAD DE LA IGLESIA

El catecismo señala que la Iglesia es apostólica por estar fundada sobre el cimiento
de los apóstoles en triple sentido:

explícitas, la necesidad de la fe y del bautismo, confirmó al mismo tiempo la necesidad de la


iglesia, en la que entran los hombres por el bautismo como por una puerta. Por eso no podrían
salvarse lo que, sabiendo que Dios fundó, por medio de Jesucristo, la Iglesia católica como
necesaria para la salvación, sin embargo, no hubiesen querido entrar o perseverar en ella» (LG
14).

8 «Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con
sincero corazón e intentan con su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios,
conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna» (LG 16).

29
Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

a) Ellos son los testigos escogidos por el mismo Cristo y enviados por él en misión
(cf. Mt 28, 16-20; Hch 1, 8; …).

b) Porque guarda y trasmite, con la ayuda del Espíritu Santo, las enseñanzas de los
apóstoles.

c) Porque sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los mismos apóstoles,
gracias a la acción de aquellos (los obispos) que son sus sucesores en el ministerio
pastoral.

Los evangelios coinciden en afirmar que Jesucristo transmitió y confió a los


apóstoles la misión que había recibido de su Padre, es decir, les encargó predicar en su
lugar el evangelio a todos los pueblos. Esto significa que la Iglesia, cuyo fundamento es
Jesucristo, está para siempre cimentada sobre el fundamento de los apóstoles, puesto por
el mismo Cristo, y ligada para siempre a su testimonio (Mt 16,18). Únicamente puede ser
Iglesia de Jesucristo si es Iglesia apostólica y si, a través de los tiempos, conserva la
identidad con sus orígenes.

Pero ¿qué y quien es un apóstol? Después de la resurrección de Jesús se les dio el


nombre de apóstoles a los primeros testigos de la resurrección de Jesús, que habían vivido
con él, y a los cuales dio el encargo de anunciar el evangelio. Ya desde el inicio de su
ministerio Jesús «llamó a quien él quiso, y se fueron con él. Instituyó a doce para que
estuvieran con él y para enviarlos a predicar» (Mc 3,13-14). Ellos son, pues, sus enviados
(esto es lo que significa la palabra griega apostoloi), de tal manera que en ellos continua
su propia misión. Y juntamente con esta misión, de ser los testigos elegidos de su
Resurrección, el Señor les da una promesa: permanecerá con ellos hasta el final de los
tiempos (cf. Mt 28, 20).

Y ¿qué sucede cuando lo primeros apóstoles van desapareciendo? En el NT


encontramos ya indicaciones de cómo se debe transmitir la misión en la época pos
apostólica. Se nos dice que los apóstoles, no solo se rodearon de colaboradores, sino que
también encargaron a determinados hombres que prolongaran y consolidaran su obra
después de su muerte (cf. LG 20). En este sentido son significativas las palabras de
despedida que pronunció Pablo ante los presbíteros de la comunidad de Éfeso: «Tened
cuidado de vosotros y del rebaño que el Espíritu Santo os ha encargado guardar, como
pastores de la Iglesia de Dios, que Él adquirió con su propia sangre. Ya sé que cuando
os deje, se meterán entre vosotros lobos feroces que no tendrán piedad del rebaño» (Hch
20,28s). Así pues, desde el NT se describe ya el paso de la época apostólica a la pos
apostólica.

El Vaticano II resume la doctrina de la Escritura y la Tradición cuando enseña que


los obispos han sucedido a los apóstoles, por eso la Iglesia enseña que «por institución
divina los obispos han sucedido a los apóstoles como pastores de la Iglesia. El que los
escucha, escucha a Cristo; el que, en cambio, los desprecia, desprecia a Cristo y al que

30
Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

los envió» (LG 20). A través de ellos permanece presente en la Iglesia la misión confiada
a los apóstoles.

Toda la Iglesia es apostólica mientras permanezca, a través de los sucesores de


San Pedro y los apóstoles, en comunión con sus orígenes. Toda la Iglesia es igualmente
apostólica en cuanto que es enviada a evangelizar a todo el mundo. Son todos los
miembros de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, lo que participan en este envió.
Por eso podemos llamar apostolado a toda la actividad de la Iglesia, que tiene como fin
extender el Reino de Dios entre todos.

Nos puede servir el resumen que hace el catecismo como conclusión a este
apartado9:

• La Iglesia es una pues tiene un Solo Señor, confiesa una sola fe, nace de un solo
Bautismo y forma un único cuerpo vivificado por el Espíritu Santo.

• La Iglesia es santa pues Dios es su autor y Cristo su Esposo, que se entregó por
ella para santificarla. Por eso, aunque esté también formada por pecadores y
necesitada siempre de conversión y purificación, ella es Santa.

• La Iglesia es católica pues anuncia la totalidad de la fe, es decir, ella administra


todos los medios de la salvación, y es enviada a todos los pueblos siendo, por su
propia naturaleza, misionera.

• La Iglesia es apostólica pues esta edificada sobre el cimiento de los apóstoles, es


enviada como ellos a evangelizar. Es igualmente apostólica porque está dirigida
y santificada por los sucesores de estos mismos apóstoles (el Papa y el colegio de
los obispos).

9 Cf. Catecismo, nn. 866-869. Concluye este resumen con una cita de LG 8 «La única iglesia de Cristo, de
la que confesamos en el Credo que es una santa, católica y apostólica […] subsiste en la iglesia católica,
gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él. Sin duda, fuera de la estructura
visible pueden encontrarse muchos elementos de santificación y de verdad» (Catecismo, 870)

31
Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

TEMA 5
SERVICIOS Y MINISTERIOS EN LA IGLESIA

A.- EL SACERDOCIO COMÚN DE TODOS LOS BAUTIZADOS

La carta magna del sacerdocio común de todos los bautizados se encuentra en la


Carta primera de Pedro: «Acercándoos a él, piedra viva, desechada por los hombres, pero
elegida, preciosa ante Dios, también vosotros, cual piedras vivas, entrad en la
construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios
espirituales, agradables a Dios por mediación de Jesucristo. Pues está en la Escritura:
He aquí que coloco en Sión una piedra angular, elegida, preciosa y el que crea en ella
no será confundido. Para vosotros, pues, creyentes, el honor; pero para los incrédulos,
la piedra que los constructores desecharon como piedra angular, se ha convertido en
piedra de tropiezo y roca de escándalo. Tropiezan en ella porque no creen en la Palabra;
para esto han sido destinados. Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación
santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquél que os ha llamado de las
tinieblas a su admirable luz, vosotros que en un tiempo no erais pueblo, y que ahora sois
el Pueblo de Dios, de los que antes no se tuvo compasión, pero ahora son compadecidos»
(1Pe 2,5.9-10).

¿Quién es un laico? Laico proviene de la palabra griega Láos y significa “pueblo”.


Son fieles cristianos quienes han sido incorporados a Cristo por el bautismo, y de este
modo, se integran en el Pueblo de Dios. El Concilio Vaticano II destacó de nuevo esta
verdad del sacerdocio común de todos los bautizados, afirmando que todos los cristianos,
por el bautismo y la confirmación, participan de la función sacerdotal, profética y real de
Cristo, de modo que todos han recibido el encargo y la facultad de contribuir al
crecimiento y santificación de la Iglesia.

Por el Bautismo se da entre los fieles una verdadera igualdad en cuanto a dignidad
y acción. Cada uno, según su propia condición, coopera en la edificación de la Iglesia que
es el Cuerpo de Cristo. Dice el Concilio Vaticano II «Hay en la Iglesia diversidad de
ministerios, pero unidad de misión: a.- A los apóstoles y sus sucesores les confirió Cristo
la función de enseñar, santificar y gobernar en su propio nombre y autoridad. b.- Pero
también los laicos, participes de la función sacerdotal profética y real de Cristo, cumplen
en la Iglesia y en el mundo la parte que les corresponde en la misión de todo el Pueblo de
Dios» (AA 2).

El laico, pues, se diferencia del clérigo, no porque sean menos cristianos o


cristianos de segunda clase, sino porque tiene una misión distinta, no ministerial. «A los
laicos corresponde contribuir a la santificación del mundo desde dentro a modo de
fermento», dice LG 31. Con esto, el concilio también subraya fuertemente la
corresponsabilidad y cooperación en la Iglesia. El Papa Benedicto XVI en su intervención
32
Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

en la Asamblea eclesial de la diócesis de Roma, el 26 de mayo de 2009, después de hablar


de la necesidad de la formación adecuada de los laicos, les invita a promover la
corresponsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios. Esto exige un cambio de
mentalidad, decía el Papa, pasando de considerarlos «colaboradores» del clero a
reconocerlos realmente como «corresponsables» del ser y del actuar de la Iglesia.

B.- EL MINISTERIO EN LA IGLESIA

El término ministro, etimológicamente, significa “servidor”, en el sentido de


enviado y mensajero. No puede negarse que el ministerio eclesiástico ha tenido a lo largo
de la historia características de poder y autoridad. Pero hay que tener también en cuenta
que siempre ha habido pastores de almas entregados, que entendieron su función en el
sentido del NT, es decir, no como poder, sino como servicio desinteresado. Para
comprender con exactitud la naturaleza y la estructura del ministerio eclesial, es preciso
que nos preguntemos cuál fue la voluntad de Jesucristo, y cómo se interpretó en el NT y
en la Tradición de la Iglesia. Aunque Jesús predicó a todo el pueblo, el llamó a los doce
para que le siguieran más de cerca, haciéndoles participar de un modo especial en su
misión.

En los Hechos de los apóstoles se habla sobre todo de los presbíteros. Desde el
principio, pues, existió una gran diversidad de denominaciones ministeriales. Desde muy
pronto adquiere especial relevancia el ministerio de la predicación y del gobierno como
continuación de la actividad de los apóstoles. Son ellos los que garantizan la continuidad
con el origen apostólico, y los que deben promover la unidad de los creyentes. Hacia el
año 110 se nos habla de un triple ministerio: El obispo, los presbíteros como
colaboradores del obispo, y los diáconos, que aparte de determinadas funciones litúrgicas,
desempeñan sobre todo el servicio de la caridad.

Así pues, la plenitud del ministerio corresponde a los obispos que «por institución
divina han sucedido a los apóstoles como pastores de la Iglesia» (LG 20). Los presbíteros
participan del ministerio del obispo mediante la predicación, la administración de los
sacramentos –especialmente la celebración de la eucaristía- y su función pastoral y
caritativa. Los diáconos colaboran en el ámbito de la palabra, de la liturgia y de la caridad.
Cada uno de los obispos, por su parte, es el principio y fundamento de la unidad visible
en sus Iglesias particulares (cf. LG 23).

Es importante señalar que el ministerio eclesiástico se ejerce en el nombre, es


más, en la persona de Jesucristo. El mismo Cristo es la fuente del ministerio en la Iglesia.
Él lo ha instituido, le ha dado la autoridad y misión. Nadie puede anunciarse a sí mismo
el Evangelio, y mucho menos nadie puede darse la gracia a sí mismo. El Evangelio ha de
ser anunciado y la gracia tiene que ser otorgada. Por tanto, el poder del ministerio
eclesiástico no se funda en un encargo de la Iglesia o de la comunidad, sino en la misión
confiada por el mismo Jesucristo. Esto supone ministros de la gracia, habilitados por parte
del mismo Cristo. De Él reciben la misión y la facultad de actuar «in persona Christi
Capitis» (en el nombre de Cristo Cabeza). Este ministerio, como veremos más adelante,

33
Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

se confiere por un sacramento específico, como es el sacramento del orden (cf. Catecismo,
n. 875).

La diferencia entre el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial


no está en el orden de la santidad personal, sino en el orden del servicio y de la misión
que son diversas. Pues la misión del ministerio eclesiástico no puede derivarse de la
misión de la comunidad: proviene del mismo Cristo.

Conviene una pregunta más para ir concluyendo este punto ¿qué es la


colegialidad del ministerio? La palabra colegial se refiere a la exigencia de colaboración
mutua entre los que ejercen el ministerio en virtud del sacramento que han recibido. El
Señor, desde el comienzo de su actividad pública, instituyó a los “doce”. Elegidos juntos,
también fueron enviados juntos, y su unidad fraterna está al servicio de la comunión de
todos los fieles.

Por esta razón, todo obispo ejerce su ministerio en el seno del Colegio Episcopal,
y en comunión con el Obispo de Roma, sucesor de San Pedro y Cabeza del Colegio. Y a
su vez, cada sacerdote tiene su ministerio dentro del presbiterio de una diócesis, bajo el
gobierno de un obispo (cf. LG nn. 22-28). Después del concilio se habló de
“democratización de la Iglesia”, pero conviene tener en cuenta que en la Iglesia no decide
la opinión de la mayoría, sino el Evangelio de Jesucristo.

Por otra parte, es propio también de la naturaleza sacramental del ministerio


eclesial el ser “personal”. Lo personal no queda diluido en lo comunitario o eclesial. Cada
uno, siendo miembro de la Iglesia, ha sido llamado personalmente para ser testigo
personal. Cada uno es personalmente responsable ante Cristo, que es quien le da la misión,
y, por tanto, cada uno actúa de modo personal «in persona Christi» a favor de las personas
(«Yo te bautizo en….»;« yo te pesándonos…»)10.

C.-EL MINISTERIO DE PEDRO COMO SERVICIO DE UNIDAD.

«El Sumo Pontífice, Obispo de Roma y sucesor de San Pedro, es el principio y


fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre
de los fieles» (LG 23). La posición destacada de Pedro aparece en muchos textos
importantes del NT. Los tres primeros evangelios relatan de forma análoga que Pedro fue
el primero en ser llamado por Jesús y en ser enviado. Pedro fue públicamente su
representante, y portavoz de los demás discípulos. Al ser llamado se le cambia el nombre.
Él, que originariamente se llamaba Simón, recibe de Jesús el nombre de Cefas, que
corresponde al pedros griego y al castellano piedra. En la antigüedad, el nombre no era
simplemente un sonido vacío y arbitrario; al contrario, expresaba la esencia y la función
de la persona. Él es el que ha de confirmar a los hermanos. Jesús resucitado confirma este
encargo. En los relatos de la pascua, Pedro aparece siempre como el primer testigo de la
resurrección.

10 Cf. Catecismo, nn. 876-881.

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Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

El pasaje más importante del NT sobre Pedro son las palabras de Jesús cerca de
Cesárea de Filipo, palabras que nos transmite el evangelio de San Mateo, como respuesta
a la confesión de Pedro de que Jesús era el Mesías: «Ahora te digo yo: Tu eres Pedro, y
sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las
llaves del Reino de los cielos, lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que
desates en la tierra, quedará desatado en el cielo» (Mt 10, 18-19). Tres cosas se dicen de
Pedro en este testo:

1. Él mismo Pedro, y no lo que Pedro ha dicho, es el fundamento de la Iglesia.

2. El poder de las llaves significa el poder para administrar la casa de Dios,


que es la Iglesia.

3. El poder de “atar y desatar” significa el poder de declarar que una doctrina


es vinculante y tiene por objeto salvaguardar la unidad de la Iglesia.

Como el apóstol sufrió el martirio, probablemente el año 64 en Roma, muy pronto


se atribuyó a la Iglesia romana una autoridad especial. Por ejemplo, San Ignacio de
Antioquia, por el 110, se refiere a ella llamándola “la que preside en la caridad”. Desde
entonces la Iglesia de Roma fue para las demás modelo y criterio de la fe.

El Colegio episcopal no tiene ninguna autoridad si no se le considera junto con el


papa como cabeza. Del mismo, al Romano Pontífice, como sucesor del apóstol Pedro, le
corresponde la función especial de la unidad. Como la dirección de la Iglesia se ejerce,
sobre todo, mediante la predicación de la palabra de Dios, al primado del Papa se halla
vinculada la doctrina de la infalibilidad que dice así: «Que el Romano pontífice, cuando
habla ex cathedra, esto es, cuando cumpliendo su cargo de pastor y maestro de todos los
cristianos, define con su autoridad suprema que una doctrina es de fe o de costumbres,
tiene que ser mantenida por la Iglesia universal en virtud de la asistencia divina que le
fue prometida a la persona de San Pedro, goza de aquella infalibilidad con la que quiso
el divino Redentor que estuviera provista su Iglesia al definir una doctrina de fe o de
costumbres. Y, por tanto, que tales definiciones son irreformables por sí mismas y no por
la aprobación de la Iglesia».

Por consiguiente, no solo el papa tiene plena y suprema universal potestad sobre
la Iglesia; el Colegio de los obispos, junto con su Cabeza que es el Papa y nunca sin esta
Cabeza, también ejerce esta suprema potestad que se ejercita de modo solemne sobre todo
en el concilio ecuménico.

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Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

TEMA 6
MARÍA, MADRE DE DIOS Y MADRE NUESTRA

Para los católicos la figura de maría es inseparable de la figura de Cristo. Por su


fe, y por su unión a Jesucristo es la imagen visible del hombre ya redimido. Encarna de
un modo especial lo que significan Cristo y la Iglesia. Por eso el Catecismo afirma que
después considerar el papel de la Virgen María en el misterio de Cristo y del Espíritu,
conviene también considerar su lugar en el misterio de la Iglesia (cf. 963-975). Conviene
pues afirmar desde el principio que el papel de María con relación a la Iglesia es
inseparable de su unión con Cristo y deriva de esta unión.

a.- LA APARICIÓN DE MARÍA EN LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN

La Virgen María, es parte esencial del Evangelio, este atestigua que María fue
elegida por Dios para ser Madre de su Hijo. De ahí que la Iglesia la reconozca como
madre de Dios y como madre nuestra. De esta idea bíblica de María es de la que hay que
partir; en ella debe inspirarse constantemente la piedad hacia la virgen y la reflexión de
la teología.

La Sagrada Escritura menciona a María principalmente por el hecho de que es la


madre de Jesús. Su nombre en hebreo es Myriam. Una mujer sencilla, que, junto con su
pueblo, aguarda la venida del redentor de la casa de David. En la hora del cumplimiento
de esta venida, es cuando pronuncia el sí de la fe, poniéndose de esta manera al servicio
de la salvación de su pueblo. El acontecimiento de la Anunciación (cf. Lc 1, 26-28) es el
momento de la irrupción de María en la historia de la salvación. De hecho, la primera
palabra que el ángel le dirige es «dichosa», «bienaventurada». Se trata de una invitación
a la alegría propia de los tiempos mesiánicos. En el anuncio del nacimiento de Jesús, ella
escucha las mismas palabras que en el AT se dicen de Israel, la hija de Sion: «¡Regocíjate,
hija de Sión! ¡Grita de júbilo Israel!» (Sof 3,14). Es la misma invitación a la alegría por
la presencia de Dios en medio de su pueblo.

En esta historia María no es un instrumento pasivo, sino que Dios le va a pedir


una colaboración concreta, y le va a confiar una misión: ser la madre del Mesías, del Hijo
de Dios encarnado. La Virgen, con aceptación, personifica la participación de toda la
humanidad en el plan de salvación. Esta colaboración se concreta en su obediencia a la
Palabra que le dirige el ángel. Es obediencia, es obediencia de fe, por eso es en primer
lugar la mujer creyente. Además, su fe es extraordinariamente fiel. En ningún momento
de su vida mirará atrás. Ciertamente que su camino no es solo el camino de quien lo tiene
todo resuelto desde el primer momento. Ella experimentó también la oscuridad y el dolor;
pero es el camino de quien se ha confiado a Dios y acepta todas las consecuencias de esta
decisión.

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Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

b.- LA MISIÓN DE MARÍA: ELEGIDA PARA SER LA MADRE DE DIOS

La misión de la santísima Virgen María en el designio de salvación de Dios


consiste en ser la madre del Hijo de Dios hecho hombre. La venida del Hijo de Dios es
fruto de la iniciativa del Padre y del consentimiento de la Madre. La maternidad de María
garantiza la auténtica realidad humana del Hijo de Dios, y nos muestra que el Hijo de
Dios verdaderamente ha entrado en nuestra historia como uno de sus miembros. Ahora
bien, María no es solo Madre de la humanidad del Hijo (solo del hombre Jesús), sino que
la maternidad se refiere siempre a una persona, y en este caso es un Persona divina: María
es la Madre del Hijo de Dios hecho hombre.

Ella va a vivir esta maternidad de un modo singular. Es consciente de que ese hijo
suyo no es solo para ella, sino que es un regalo de Dios para toda la humanidad. Tendrá
la misión de acogerle, acompañarle, educarle, etc. En los evangelios, María aparece a lo
largo de toda la vida de Jesús (cf. Mc 3,20-21; Lc 11,27-28; Jn 2,1-12). También ella
recorre el camino de la cruz. Con todo, perseverará en su obediencia inicial y se mantiene
firme a los pies de la cruz (cf. Jn 19, 25-27). Finalmente, la encontramos en medio de la
primera comunidad en oración, a la espera del don del Espíritu Santo (cf. Hch 1,14). La
misión maternal de María no se agota en el momento de la concepción y del nacimiento
de Jesucristo, sino que es vivida por ella a lo largo de todo el camino de Jesús entre
nosotros.

c.- LA CONCEPCIÓN VIRGINAL Y LA MATERNIDAD DIVINA DE


MARÍA

En los evangelios de la Infancia de Jesús, a pesar de las diferencias narrativas que


encontramos entre ellos, se afirma una realidad fundamental de la Virgen→«resultó que
ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo» (Mt 1, 18); «Cuando José se despertó,
hizo lo que le había mandado el ángel del Señor. Y, sin haberla conocido, ella dio a luz
un hijo al que le puso por nombre Jesús» (Mt, 1,25); «el Espíritu santo vendrá sobre ti, y
la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra, por eso el santo que va a nacer será
llamado Hijo de Dios» (Lc 1,35).

El NT nos habla del nacimiento virginal de Jesús como de un prodigio realizado


por Dios. El problema frente a esta realidad consiste en si creemos realmente que Dios es
Padre todopoderoso o, más bien, lo excluimos; ¿lo humanamente improbable es también
imposible para Dios, o puede afirmarse que nada es imposible para Dios? (cf. Lc 1,37)
La concepción de Jesús es una acción que sobrepasa toda comprensión y posibilidad
humana, y que constituye una verdad de la fe de la Iglesia (cf. Catecismo, nn. 496-498).

Y ¿qué verdad nos enseña el nacimiento virginal de Jesús?

1. En primer lugar, podemos afirmar que es una señal sensible de la nueva creación
obrada por Dios. El hombre es incapaz de procurarse a sí mismo la salvación. En
una situación en el que el hombre es impotente para salvarse, Dios, de modo
maravilloso, por el poder recreador de su Espíritu, suscitó un nuevo comienzo. La

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Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

entrada del Hijo de Dios en el mundo implica la entrada el Salvador, y Éste es un


don de Dios para toda la humanidad.

2. Por otra parte, la virginidad de María se encuentra íntimamente ligada con el


hecho de que ella es la madre de Dios. En efecto, el nacimiento virginal expresa
con toda claridad que Jesús, en cuanto Hijo de Dios, tiene su origen
exclusivamente en Dios Padre. El nacimiento virginal es, por consiguiente, un
signo de la verdadera filiación divina de Jesús.

Al profundizar sobre la maternidad virginal de María, la Iglesia ha llegado a


confesar la virginidad perpetua de María, es «la siempre virgen» (cf. Catecismo, n. 499).
La misión de la Virgen no se agota en los momentos de la concepción y del nacimiento
de Cristo, por el contrario, abarca toda su persona y existencia. La virginidad no es algo
negativo, sino que indica la pertenencia a Dios. Esta pertenencia nace del hecho de que
María ha sido pensada por Dios en orden a una misión, y toda su persona está al servicio
de esta misión11.

Confesar a María como Madre de Dios es, en última instancia, confesar a


Jesucristo que es, en una sola persona, verdadero Dios y verdadero hombre. A la vez, es
también Madre nuestra. Ambos títulos los encontramos unidos en una oración que se
remonta al año 300, y que expresa con gran belleza que María, como madre de Dios, es
también madre nuestra12. Pero como Madre nuestra no tiene otra misión que llevarnos a
Jesucristo. Por otra parte, LG 53 afirma que es madre de los miembros del Cuerpo de
Cristo. Esto significa que cuida con amor maternal de todos los cristianos que
peregrinamos aún en esta tierra. Por ello «es invocada en la Iglesia con los títulos de
Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora» (LG 62). Esta fe profunda en la intercesión
de María pertenece al tesoro de la Iglesia, como nos muestra el final del “Ave María”.

d.- LA CONCEPCIÓN INMACULADA DE LA VIRGEN MARÍA

El momento de la Anunciación es el momento en el que María irrumpe en la


Historia de la salvación. Esta entrada se realiza de un modo tan admirable porque ha sido
preparada por Dios de un modo único y singular. La humanidad, que vive en una situación
de pecado y de alejamiento de Dios, no podía prestar un consentimiento de fe. Es por ello

11 Recientemente se han extendido opiniones contrarias a la Virginidad perpetua de la Virgen


María, que se basan en dos argumentaciones; una, en el hecho de que para Israel la virginidad era
una idea extraña. No obstante, es necesario afirmar que estamos ante un caso único y singular. La
intervención de Dios en este momento decisivo de la historia de la salvación tiene un carácter
singular, y sobrepasa cualquier dato establecido. Por otra parte, se argumenta hablando de las
afirmaciones del NT sobre los hermanos de Jesús (cf. Mt 13,55). Hay que decir que para el NT
esta expresión indica a los parientes próximos.

12 «Bajo tu protección nos acogemos, Santa Madre de Dios; no deseches las suplicas que te
dirigimos en nuestras necesidades; antes bien, líbranos siempre de todo peligro, ¡oh virgen
gloriosa y bendita!»

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Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

que Dios tuvo que desplegar su poder creador para que, del pueblo de Israel, que prefiere
seguir con frecuencia sus caminos a los caminos de Dios, surgiera una Virgen capaz de
prestar atención a las cosas de Dios, y confiar y abandonarse plenamente en él, con total
disponibilidad.

El «sí» de María, su confianza, abandono y disponibilidad, no es algo externo a


su maternidad, sino que forma parte integrante de ella. María es madre del Hijo de Dios
por haberlo aceptado plenamente en la fe. En todos los momentos de la historia de la
salvación es conveniente que el desempeño de una misión vaya acompañado por la
santidad de aquella persona que está llamada a desempeñarla. Esto debe ocurrir también
con María, es decir, en María hay una correspondencia plena y total entre la misión que
Dios le confía y su santidad personal. Una santidad que no queda limitada exclusivamente
a un momento puntual de su vida, sino que la acompaña en todos los momentos.
Precisamente, porque su santidad es perfecta, ella, en cuanto madre, pude ser modelo
perfecto para el Hijo de Dios hecho hombre, puede desempeñar ante él la función
educadora propia de una madre.

Ella es la «llena de gracia» (Lc 1,28) en un sentido absolutamente único, que


deriva de su posición singular en la historia de la salvación. Este «hágase en mí según tu
palabra» (Lc 1, 38) que ella pronuncia, no es solo fruto de su propio esfuerzo, sino que
está posibilitado y sostenido, de una manera especial, por la gracia de Dios. María, que
con su «sí» hizo posible la venida de la plenitud de la gracia (=Jesucristo), tiene que estar
«llena de gracia».

Esta convicción se ha ido imponiendo a lo largo de la historia de la Iglesia en un


proceso de profundización, hasta el punto de que en el año 1854 el Papa Pio IX definió
dogmáticamente la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María13 (cf.
Catecismo, nn. 490-493). En esta verdad se incluyen dos aspectos:

1. Uno redactado en forma negativa→ María, al ser concebida, no ha contraído el


pecado original; ha sido preservada de «toda mancha».
2. Otro en forma positiva→ María es la «llena de gracia» (Lc. 1,28), en la que brilla
la santidad de un modo del todo singular.

Este privilegio se da a María por los méritos de Cristo. Él es también el salvador


de la Virgen María. Durante mucho tiempo la dificultad que tenían algunos teólogos para
admitir este privilegio de la Virgen, era como hacer compatible dos verdades de fe: por
un lado, la universalidad de la redención, es decir, Cristo es el salvador de todo el género
humano, y, por otro lado, afirmar que la Virgen fuese concebida sin pecado. La respuesta

13 La definición de Pio IX contiene estas palabras: «Declaramos, pronunciamos y definimos que


la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune a toda mancha de
culpa original en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios,
omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, está revelada
por Dios» (cf. DS 2803)

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Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

que dieron los teólogos (especialmente Duns Scoto) fue que el acto de la redención se
anticipa en María como preservación del pecado. Todos somos redimidos al final, pero
en ella, esta misma redención se ha anticipado, por un don especial de Dios, al inicio
mismo de su existencia.

e.- LA «ASUNCIÓN» DE LA VIRGEN MARÍA.

Desde la eternidad Dios escogió a María para ser la madre de su Hijo (cf.
Catecismo, n. 488), No podemos imaginar la realidad y la misión de la Virgen María si
la separamos de Jesucristo. Por ello, el Papa Pio XII, como consecuencia de un largo
camino de profundización, definió el dogma de la Asunción de la Virgen María en cuerpo
y alma a la gloria celestial14. Si la Virgen ha permanecido unida a Cristo a largo de toda
su vida, la Iglesia cree que ya participa también plenamente de la salvación a la que todos
estamos destinados en Cristo.

¿Qué quiere decirnos este dogma? Que en la Virgen María se manifiesta con
claridad la esperanza a la que todos estamos llamados. La meta a la que todos estamos
llamados, se ha realizado anticipadamente en María como modelo de la humanidad
redimida.

f.- LA VIRGEN MARÍA «MIEMBRO», «MODELO» Y «MADRE» DE LA


IGLESIA.

El Concilio Vaticano II, cuando se refiere a la relación de María con la Iglesia,


dice que la Virgen María «es saludada como miembro eminente y del todo singular de la
Iglesia, y como su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y en el amor. La Iglesia
católica, enseñada por el Espíritu Santo, la honra como Madre amantísima con
sentimientos de piedad filial» (LG 53). Este texto alude a una triple relación de la Virgen
con la Iglesia: ella es miembro, modelo y Madre de toda la Iglesia15. Los tres aspectos
son muy importantes:

• Como miembro eminente→ pertenece al linaje humano necesitado de redención,


y vive su vida como un auténtico camino de fe; pero su respuesta a la gracia, y su
vida del evangelio tienen un carácter único, ella lo ha vivido en toda su plenitud.

14 «Es dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María,
cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial» (DS
3903).

15 El papa Pablo VI, en el discurso de clausura del tercer periodo de sesiones del Concilio (21-
11-1964), declaró a María como Madre de la Iglesia. «Para gloria de la Virgen María y consuelo
nuestro, declaramos a María santísima “Madre de la iglesia”, es decir, de todo el pueblo cristiano,
tanto fieles como pastores, que la llaman “Madre amantísima”, y decretamos que, con este
dulcísimo nombre, ya desde ahora, todo el pueblo cristiano honre e invoque a la Madre de Dios»

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Módulo III: «La Iglesia, los Sacramentos y la Moral»

• Como modelo de la Iglesia→ vemos realizada ya en ella esa plenitud de santidad


a la que la Iglesia está llamada, y descubrimos que la misión de la Virgen María
se reproduce en la misión de la Iglesia.
• Como Madre de la Iglesia→todo lo que preocupa a los cristianos en orden de la
fe, la gracia y de la vida eclesial, interesa a María, lo que nos permite invocarla
confiadamente como Madre nuestra.

g.- EL CULTO A LA VIRGEN MARÍA

Lumen Gentium afirma que la Santísima Virgen «es honrada con razón por la
Iglesia con un culto especial. Y, en efecto, desde los tiempos más antiguos, se venera a la
Santísima Virgen con el título de "Madre de Dios", bajo cuya protección se acogen los
fieles suplicantes en todos sus peligros y necesidades [...] Este culto [...] aunque del todo
singular, es esencialmente diferente del culto de adoración que se da al Verbo encarnado,
lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, pero lo favorece muy poderosamente» (LG
66).

Para expresar el culto y la confianza en la intercesión de María, la piedad católica


usa múltiples títulos para dirigirse a Ella (Madre, Abogada, Socorro, …). Esto puede
decirse sobre todo con el título de «Mediadora de todas las gracias». Esta advocación no
oscurece la mediación única de Jesucristo, sino que pone de relieve que María, con su
aceptación en la Anunciación, aceptó la venida del mediador de todas la gracias, y con su
intercesión acompaña siempre la mediación salvadora de Jesús16. La finalidad última de
todo culto a María tiene que ser la gloria de Dios, y hacer que nuestra vida sea cada día
más conforme al evangelio. Concluimos toda esta reflexión con una afirmación del
Catecismo de la Iglesia católica:

«Después de haber hablado de la Iglesia, de su origen, de su misión y de su


destino, no se puede concluir mejor que volviendo la mirada a María para
contemplar en ella lo que es la Iglesia en su misterio, en su "peregrinación de
la fe", y lo que será al final de su marcha, donde le espera, "para la gloria de
la Santísima e indivisible Trinidad", "en comunión con todos los santos” (LG
69), aquella a quien la Iglesia venera como la Madre de su Señor y como su
propia Madre» (Catecismo, n. 972).

16 «Colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su obediencia, su fe,
esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es
nuestra madre en el orden de la gracia» (LG 61). Esta maternidad de María perdura siempre y
continúa dándonos con su intercesión los dones de la salvación. «Por eso la Santísima Virgen es
invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora» (LG 62). La
misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a
la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia, ya que brota de la sobreabundancia
de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de ella saca toda
su eficacia.

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