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son exclusivamente didácticos. Prohibida su reproducción parcial o total sin permiso escrito de la editorial correspondiente.

David Finkelstein
Alistair McCleery

Una introducción
a la historia del libro
Título original: An Introduction to Book History
Publicado en inglés por primera vez en 2005 (segunda edición, 2013) por Routledge. All
índice
son exclusivamente didácticos. Prohibida su reproducción parcial o total sin permiso escrito de la editorial correspondiente.

Rights Reserved.
Authorised translation from the English language edition published by Routledge, a member of
the Taylor & Fruncis Group.

Diseño de cubierta: Gustavo Macri


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Finkelstein, David
Una introducción a la historia del libro I David Finkelstein y Alistair McCIeery -1a ed.-
Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Paidós, 2014.
296 pp.; 23x15 cm.

Traducido por: Paola Cortés Rocca


ISBN 978-950-12-5621-5

1. Historia del libro. 2. Historia de la escritura. I. Mc Cleery, Alistair II. Cortés Roca,
Paola, trad. III. Título
CDD

1a edición en Argentina, marzo de 2014

Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita
de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN ........................................................ 9
parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y
INTRODUCCIÓN .................................................................................... 13
el tratamiento informático.

© 2005, 2013, David Finkelstein y Alistair McCIeery 1. APROXIMACIONES TEÓRICAS A LA HISTORIA DEL LIBRO ................... 25
© 2014, Paola Cortés Rocca (por la traducción) 2. DE LA ORALIDAD A LA ESCRITURA .................................................. 63
© 2014, de todas las ediciones en castellano:
3. LA APARICIÓN DE LA IMPRENTA ...................................................... 89
Editorial Paidós SAICF
Publicado bajo su sello PAIDÓS* 4. AUTORES, AUTORÍA Y AUTORIDAD .................................................. 127
Independencia 1682/1686, 5. EDITORES, LIBREROS, IMPRESORES Y AGENTES ................................ 159
Buenos Aires - Argentina 6. Los LECTORES Y LA LECTURA ......................................................... 185
E-mail: difusion@areapaidos.com.ar
7. EL FUTURO DEL LIBRO .................................................................... 217
www.paidosargentina.com.ar

Queda hecho el depósito que previene la Ley 11.723 CONCLUSIÓN ....................................................................................... 247
Impreso en la Argentina - Printed in Argentina GLOSARIO ............................................................................................ 253
Impreso en Primera Clase,
California 1231, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, BIBLIOGRAFÍA...................................................................................... 259
en febrero de 2014. ÍNDICE ONOMÁSTICO ............................................................................ 283

Tirada: 3.000 ejemplares


ISBN 978-950-12-5621-5
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Editores, libreros, impresores


y agentes

INTRODUCCIÓN

Una de las áreas estudiadas con más profundidad en los re-


cientes estudios de historia del libro es la historia internacional
de la imprenta, los editores y diversos agentes que intervienen
en la producción, distribución y recepción de los libros y otros
textos. El capítulo 3 de este libro, que aborda la llegada de
la imprenta, es el que ha tomado mayor espacio hasta ahora.
Esto tiene que ver, en parte, con la fascinación por el libro
como objeto material –a menudo, la historia y las personali-
dades detrás de la fabricación de libros raros, deseables o poco
comunes ha estado ligada a la evaluación del valor material de
los libros– y también con el importante lugar de los libros y la
escritura en el desarrollo cultural y social. Como se ha sugeri-
do en los capítulos anteriores, el “circuito de la comunicación”
de Robert Darnton ha sido de gran ayuda en el establecimien-
to de un modelo rápido para mapear las elaboradas redes que
apoyaron e influenciaron la producción, difusión y consumo
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de la imprenta. El ensayo de Darnton destaca una continua ros impresores combinaron las funciones de impresión, pu-
expansión del campo de la historia del libro desde su antiguo blicación y venta de libros, al buscar textos posibles, comprar
foco bibliográfico en la materialidad del texto hasta incluir los los derechos para imprimirlos, y después intentar, a través de
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intereses actuales en los contextos culturales, sociales, econó- diversos medios, beneficiarse de la promoción y venta de esos
micos y jurídicos de la producción de la cultura impresa. La textos. En la medida en que el negocio aumentó hasta incluir
respuesta de Thomas Adams y Nicolás Barker a Darnton, que el comercio internacional, estos roles comenzaron a separarse:
sugiere un “circuito de la comunicación” centrado en el ciclo a principios del siglo XIX, muchas ciudades de Europa Oc-
de producción de libros más que en las fuerzas externas a los cidental tenían comerciantes especializados específicamente
textos, sigue organizando, sin embargo, nuestra comprensión en publicar, subcontratar a los impresores, ilustradores y otros
de los libros en el contexto de las preocupaciones materiales, especialistas relacionados con la producción para completar el
teniendo en cuenta los imperativos económicos que rigen la trabajo material sobre los libros y otros textos impresos, y pos-
producción de libros y textos. teriormente, la venta de los productos terminados a las libre-
Este capítulo examina cómo los historiadores del libro ca- rías especializadas ya establecidas. El comercio del libro britá-
racterizan y analizan el papel de los muchos agentes que in- nico fue uno de los primeros en transformar sus estructuras y
tervienen en el proceso de producción del libro y de la cultura comprender las ventajas posibles gracias a los desarrollos in-
impresa. Proporciona una historia de los cambiantes modelos dustriales. Después de 1780 comenzaría el cambio, “desde una
comerciales de la producción impresa de Europa occidental serie de firmas de venta de libros independientes pero coope-
desarrollados después de la Revolución Industrial en el siglo rativas hasta un grupo de grandes corporaciones” (Hall, 1996:
XIX, retomando materiales que se describen en los capítu- 44). Las empresas familiares como Macmillan, Blackwood &
los 3 y 4. Examina cómo la cultura impresa se exportó a las Sons, John Murray, Chambers, Smith, Eider & Co., y otras,
posesiones coloniales europeas, inicialmente concentrada en fundadas a fines del siglo XIX, se volverían preeminentes en
la producción de periódicos locales y regionales, y describe su campo durante la década de 1860, dominando el comercio
brevemente el papel de la cultura impresa en la creación de en Gran Bretaña y beneficiándose con las exportaciones a las
identidades nacionales y regionales. También pone de relieve colonias de habla inglesa en todo el mundo. A fines del siglo
el papel que los agentes culturales han desempeñado en el apo- XIX, la estructura económica del mercado del libro en Europa
yo y la formación de la producción cultural impresa, desde los occidental estaría firmemente arraigada como para incluir ele-
lectores de editoriales y agentes literarios a las intangibles pero mentos distintos pero entrelazados, como impresores, edito-
influyentes redes literarias. res y editoriales, libreros, periódicos y productores de revistas,
bibliotecas, agentes literarios, escritores independientes, y un
creciente público lector.
CAMBIO DE LOS MODELOS DE NEGOCIO Del mismo modo, empezamos a ver el movimiento de im-
prenta en la esfera pública bajo la forma de productos renta-
Como se ha señalado en los capítulos 3 y 4, el negocio de bles impulsados por los avances en las nuevas tecnologías: por
la imprenta, desde la época de Gutenberg hasta el siglo XIX, ejemplo, el desarrollo de la prensa de vapor de Koenig (men-
ha seguido modelos de negocio bastante simples. Los prime- cionada en el capítulo 3), adoptada en Gran Bretaña en 1814
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justo cuando Lord Byron empezaba a convertirse en un icono ¿el diario británico The Times y capaz de producir 1.000 im-
literario, revolucionó la forma en que autores como Byron po- presiones por hora, que fue utilizada por primera vez el 29
dían llegar al mercado literario. “Estoy convencido”, le decía de noviembre de 1814, incorpora el vapor a la actividad de
James Brewster a Byron, “de que debe escribir a vapor”, reco-
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la imprenta. Con la hipérbole típica, el momento fue alabado


nociendo cómo el poeta podría convertirse en un beneficiario por el diario como “el resultado práctico del mayor desarro-
de los poderes culturales desatados por el aprovechamiento de llo conectado con la impresión desde el descubrimiento de la
las nuevas tecnologías industriales (Mole, 2003: 128). Las revo- técnica misma” (Briggs y Burke, 2002: 111). No estaban muy
luciones en la producción industrializada de textos autorizaron equivocados. Junto con los avances en la fabricación de pa-
a autores como Byron a transformar su material rápidamente pel, la impresión gracias al vapor resultó central para ubicar
de manuscrito en texto impreso, mientras que la velocidad en la comunicación impresa en el centro de la interacción y la
los medios de transporte garantizaron que sus palabras llegaran interpretación cultural. Como señala James Secord, durante
más lejos y más rápido que nunca. este período el terreno estaba preparado para que la lectura
La energía de vapor (y la máquina de vapor) se convertiría se convirtiese en un aspecto clave de la cultura de masas: “La
en un símbolo clave de la reestructuración social y económica imprenta con energía de vapor, el papel hecho a máquina, las
de Europa occidental en el período posterior a la Revolución bibliotecas públicas, los grabados baratos, la estereotipia, los
Francesa y las guerras napoleónicas de la década de 1790 y prin- tratados religiosos, la educación laica, el sistema postal, el te-
cipios de 1800. El vapor dominaba el debate público como una légrafo y el ferrocarril como parte de la distribución desempe-
metáfora abreviada de los cambios sin precedentes ocasionados ñaron un papel clave en la apertura de las puertas a una mayor
por los avances industriales. Los procesos de información y de cantidad de público lector” (Secord, 2000: 30). Esto permitió
comunicación crecieron más rápido, ayudados por los ejemplos que la cultura impresa mediara con mayor rapidez, y también
visibles de la nueva tecnología y los sistemas de producción en que albergara y promoviera la rápida difusión de la informa-
masa en funcionamiento, como los sistemas postales naciona- ción en un mundo cada vez más alfabetizado y educado. El fer-
les e internacionales, las líneas telegráficas, los veloces barcos mento intelectual ocasionado por las revoluciones políticas y
revestidos en metal e impulsados a vapor, los ferrocarriles y la sus desafíos se uniría, en la mente del público, a las principales
prensa de vapor, que producía periódicos para el consumo dia- revoluciones económicas gracias a su figuración y represen-
rio (Fyfe, 2012). Comentando durante la década de 1840 acerca tación en los libros y otras formas de lo impreso: “Esta fue la
de los cambios en la historia humana provocados por la inven- época que vio la invención de la prensa ilustrada, el periodismo
ción de la máquina de vapor, Karl Marx exclamó que la natura- moderno, la llamativa publicidad callejera, la exposición inter-
leza misma estaba siendo desafiada por la intervención huma- nacional, y el libro en rústica” (Secord, 2000: 24). El resultado
na: “La naturaleza no construye máquinas, ni locomotoras, ni fue que “la cultura impresa, al informar sobre sí misma, ocupó
ferrocarriles o telégrafos eléctricos. [...] Estos son productos de un lugar central en la concientización pública acerca de la re-
la industria humana: materiales naturales transformados en ins- volución industrial” (Secord, 2000: 30).
trumentos de la voluntad humana” (Briggs y Burke, 2002: 111). Este éxito animó la expansión tecnológica del comercio
La inauguración de la prensa de Koenig, una prensa de de lo impreso más allá de las fronteras nacionales. Desde la
rodillos de vapor secretamente instalada por los propietarios década de 1830, la experiencia británica se duplicaría a través
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del Atlántico y en otros países europeos y, como ha expli- en ediciones en rústica, por primea vez en la década de 1840 con
cado David Reed, “la segunda mitad del siglo XIX fue tes- las ediciones en rústica de los “suplementos de periódicos” pre-
tigo de una absoluta transformación en el comercio de lo gonadas por los vendedores de periódicos y ofrecidas a través
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impreso” (Reed, 1997: 44). En Estados Unidos, por ejemplo de métodos de venta por correo; y luego, durante la década de
la prensa formó parte importante de la experiencia colonial 1860 hasta la de 1890, cuando los editores Beadle Brothers, con
practicada durante todo el siglo XVIII por importantes figuras sede en Boston, fueron pioneros en el desarrollo de ediciones
como Benjamin Franklin, cuya larga y productiva vida labo- en rústica para el mercado masivo. Su primer libro de bolsillo,
ral comenzó por la construcción de un imperio de impresión Malaeska, the Iridian Wife of the White Hunter [Malaeska, la es-
y edición en las colonias de Nueva Inglaterra (Brands, 2000; posa india del cazador blanco], publicado en el verano de 1860,
Morgan, 2002; Isaacson, 2003). Pero, como señala David D. produjo ganancias de más de 13 millones de dólares. Entre 1860
Hall, la “edad de oro” de la actividad editorial estadounidense y 1865 solamente, los títulos de la empresa venderían más de 4
tuvo lugar después de 1830 con el advenimiento de las nue- millones de ejemplares en rústica, con ediciones que vendían
vas tecnologías y el aumento de la capacidad de comunicación, hasta 80.000 copias (Schneirov, 1994: 63; Milner, 1996: 69).
y surgirían empresas como Harpers en Nueva York, o Carey, Francia fue testigo de cambios radicales similares en el con-
Lea en Filadelfia, que se harían conocidas a nivel nacional e sumo de la comunicación impresa debido a los avances tecno-
internacional (Hall, 1996: 44). Su capacidad para dominar los lógicos; las reformas educativas que fomentaban la expansión
mercados locales también se debió al tamaño y las tasas de de las tasas de alfabetización básica, y los cambios en las leyes
producción: normalmente, las ediciones estadounidenses eran que suavizaban las normas para la publicación y la distribu-
tres o cuatro veces mayores que las británicas (que promedia- ción del material impreso. El surgimiento de una prensa de
ban entre 750 a 51.000 ejemplares por edición), y los precios, masas que abastecía a un público francés urbano cada vez más
un tercio o un cuarto más baratos. Las ediciones baratas fue- alfabetizado data de la aparición, en 1836, del diario comer-
ron posibles, en parte, debido a la “piratería” generalizada, una cial de Émile de Girardin La Presse y su rival Le Siècle. Al año
preocupación particular de las fuentes británicas de las que se siguiente, las ventas generales de diarios en todo París habían
“tomaba prestado” el material. El problema de la violación del aumentado de 70.000 a 235.000 ejemplares diarios; hacia 1870
copyright, y de las regulaciones proteccionistas estadounidenses habían llegado al millón; en 1880 habían superado los 2 mi-
contra el material que no estaba fabricado en Estados Unidos llones (Escarpit, 1966: 28; Motte y Przyblyski, 1999: 2). Las
(justificado por la industria como una necesidad de proteger innovaciones textuales incluían novelas por entregas (roman
los intereses de la industria nacional de impresión), resulta- feuilleton), un método copiado de fuentes británicas. Entre los
ría endémico hasta la década de 1890, cuando Estados Unidos autores, ahora canónicos, de la literatura francesa del siglo XIX
adoptó a regañadientes algunas medidas de la legislación in- publicados inicialmente de esta forma estaban Balzac, Dumas,
ternacional sobre copyright a partir de la ley llamada Chance Act. Zola y Flaubert.
Pero esa actividad proteccionista también fue parte de un Las fuentes de distribución francesa del siglo XIX también
movimiento de la prensa estadounidense para establecer para se inspiraron en los modelos británicos –en primer lugar, en el
sus productos un mercado que se autoabasteciera. Por lo tanto, sistema de bibliotecas circulantes comenzado por C. E. Mudie
es en Estados Unidos donde vemos los primeros experimentos en Londres en 1842 (y que durante más de cincuenta años mo-
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nopolizó y dictó los términos bajo los cuales se producía y se colección de reediciones para su “biblioteca ferroviaria”, en la
distribuía la ficción victoriana, en particular), y también en la década de 1850. Publicó 107 títulos en el primer año y otros
prensa y la red de quioscos ferroviarios que vendían libros, de- 60 en el segundo. Se publicaron 500 títulos durante el ciclo
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sarrollada por W. H. Smith. Guinevere Griest comenta sobre de vida de la colección. Algunos títulos exitosos incluían obras
los inicios de Smith: “En la primera parte del siglo XIX, Smi- de Dickens, que tenía 28 volúmenes (entre los cuales David
th había sido el principal agente de prensa de Gran Bretaña Copperfield era el más popular, con más de 100.000 copias ven-
una posición que no abandonó cuando la empresa comenzó a didas, seguido por Oliver Twist, con 83.000 ejemplares), Thac-
expandirse con los puestos de libros en las estaciones de tren keray, George Sand, Víctor Hugo y Malheurs de Sophie [Las
en 1848” (Griest, 1970: 31). En 1862, Smith había obtenido desgracias de Sofía], de la condesa de Segur, que a lo largo de
el monopolio de las operaciones de venta de libros en casi la década de 1860 vendió una cantidad constante de 40.000
todos los ferrocarriles ingleses (un competidor menor, John ejemplares al año, y alcanzó con el tiempo un total de 1,7 mi-
Menzies, dominaría el mercado escocés), posición que seguiría llones de ventas (Gedin, 1982: 39-40). La editorial Hachette
ocupando hasta fines del siglo XX. También se aventuraría en se volvería cada vez más poderosa en las décadas siguientes,
el mercado editorial, publicando junto con Chapman y Hall, a abriendo puntos de venta y expandiendo el mercado más allá
partir de 1854 en adelante, reediciones de novelas populares al del océano, en lugares como Argelia y Turquía. En vísperas
bajo precio de 2 chelines, para ser vendidas específicamente en de la Segunda Guerra Mundial, su facturación anual superaría
las estaciones de ferrocarril (que se conocen como “yellowbacks” los 60 millones de francos. Después de la guerra, sin embargo,
debido al tinte amarillo de las tapas). dejó de funcionar como una empresa familiar, y durante todo
Operadores franceses imitarían las innovaciones en la dis- el siglo XX sería sometida a una serie de reestructuraciones
tribución. El editor francés Louis Hachette, que había iniciado que terminarían en su reformulación como imperio transna-
su actividad en París en 1826, había convertido a su empresa, cional de conglomerados multimedia, que cubre una amplia
en la década de 1860, en la editorial más grande de Francia, área de productos de entretenimiento.
gracias a un astuto compromiso con el gobierno francés como Un éxito editorial como este, propio del siglo XIX, tam-
uno de los principales proveedores de libros de texto escola- bién se correspondía con las oportunidades de publicación
res. El año de su muerte (1864), la empresa empleaba a 165 disponibles entre una cornucopia de publicaciones masivas
personas y generaba una facturación bruta anual de un millón que incluían revistas diarias, semanales, mensuales y trimes-
de francos. En una visita a Gran Bretaña en 1851, Hachette trales. El aumento en el número de revistas que aceptaban
observó el éxito de los quioscos en las estaciones de ferrocarril contribuciones permitió que muchos autores se ganaran la
de W H. Smith. Cuando regresó a su país, negoció con éxito vida con la escritura. La propiedad literaria resultó ser una
los derechos para establecer puestos de libros similares en las mercancía cada vez más valiosa, sobre todo en la medida en
estaciones francesas del ferrocarril. A medida que la red fe- que los autores ganaron derechos legales cada vez más firmes
rroviaria se expandió (creciendo un 600% entre 1850 y 1870), sobre sus textos a través de resoluciones nacionales e inter-
también lo hizo el imperio de los quioscos ferroviarios de Ha- nacionales cruciales, y de acuerdos comerciales firmados a lo
chette, que se extendió a varios miles de puestos y tiendas por largo del siglo XIX. Los editores se dieron cuenta de que el
todo el país. Hachette también copió la idea de Smith de una material de lectura recreativa podría impulsar las ventas de
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diarios y revistas, y también servir como publicidad útil para PRÁCTICAS DE EXPORTACIÓN DE COMUNICACIÓN IMPRESA
el sello editorial y sus colecciones de ficción y no ficción. El Las prácticas de comunicación impresa tal como fueron re-
uso de materiales en serie a partir de la década de 1840 se modeladas tras las innovaciones tecnológicas del siglo XIX se
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convirtió en omnipresente en publicaciones periódicas y dia- exportaron con éxito a otros países, aprovechando la inversión
rios, y durante la década de 1880 se desarrolló un mercado en europea, su tecnología y mano de obra calificada. Las redes y
el que los textos (adquiridos de manera legal o pirateados) se actividades editoriales prosperarían o fracasarían de acuerdo
señalizaban y tenían circulación internacional: “historias de con las necesidades específicas y los niveles de apoyo de los
Nueva York, la moda de Francia, la información de Australia poderes dominantes. La instalación inicial de una imprenta
llenaba las democráticas páginas de la miscelánea decimonó- habitualmente formaba parte de los asentamientos misione-
nica” (Johnson-Woods, 2000: 355). ros y de los requisitos de que las comunicaciones oficiales se
Los nuevos mercados periódicos para la producción lite- imprimieran por razones informativas. La cultura impresa de
raria también alentaron una organización más sistemática de Nueva Zelanda y su historia de la comunicación, por ejemplo,
la profesión literaria y de su edición; en Gran Bretaña, a fines están marcadas por el encuentro, el conflicto, el alojamiento,
del siglo XIX, los principales sectores de la edición y la profe- la colonización y la maduración. Como han señalado muchos
sión literaria habían fundado asociaciones que representaban comentaristas, el período comprendido entre los encuentros
sus intereses específicos (algo que se ha señalado brevemente iniciales y esporádicos entre los europeos y los maoríes a par-
en el capítulo 4). Estas incluían la Sociedad de Autores (fun- tir de la década de 1770, los asentamientos misioneros desde
dada en 1884), la Asociación de Editores (fundada en 1896), y 1814 en adelante, y la marea de colonos blancos a partir de
la Asociación de Librerías de Gran Bretaña e Irlanda (fundada 1840 también marcó un encuentro de expresiones culturales
en 1895). A continuación de la desaparición del formato de en conflicto entre, por un lado, la cultura maorí enraizada en
tres volúmenes para las primeras ediciones de ficción en In- las tradiciones orales y, por otro, la cultura europea confiada en
glaterra en 1894, y de la creciente falta de rentabilidad debido el poder de la palabra escrita y la tradición, y el marco legal y
a un sistema feroz de precios puesto en práctica posterior- político asentado y construido sobre los modos de comunica-
mente por los minoristas, libreros y editores impulsaron la ción de la cultura impresa (McKenzie, 1984; Cave y Coleridge,
implementación de un acuerdo de precios fijos consensuados 1985; Belich, 1996: 116; Traue, 2001). La firma del tratado
para las obras nuevas. El Net Book Agreement nacería en 1899 de Waitangi entre los maoríes e importantes pakehas, el 6 de
después de largas negociaciones y duraría hasta 1995. En Es- febrero de 1840, que los funcionarios británicos vieron como
tados Unidos, la recientemente establecida American Publi- un documento oficial sobre la cesión de la soberanía maorí a la
shers’ Association [Asociación de Editores Estadounidenses] corona británica, fue solo un momento de la colisión, interpre-
intentó introducir, en 1901, un acuerdo similar de precios fi- tación y reconfiguración de las culturas orales y las impresas,
jos; una prolongada acción judicial dio lugar, trece años más cuyas ramificaciones todavía hoy siguen en disputa.
tarde, a una sentencia de la Suprema Corte que declaraba ile- El patrimonio impreso de Nueva Zelanda comienza con la
gal esa fijación de precios bajo las leyes antimonopolio. tradición del libro del misionero, impreso en la lengua indígena
de la zona –en este caso, entre 1815 y 1845–, como parte de los
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esfuerzos misioneros para producir material en la lengua de los Australia fue testigo de una curva similar en el desarrollo de
indígenas, para ser consumido por aquellos a los que trataban la imprenta. A lo largo del siglo XIX hubo poca publicación de
de convertir. Un segundo momento, con ediciones en inglés se libros nacionales en Australia, la producción impresa nacional
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desarrolla en Nueva Zelanda desde 1840 con la publicación de se desarrolló después de la fiebre del oro de la década de 1850,
un periódico, The New Zealand Gazette and Britannia Spectator y se centró en el mercado de periódicos y revistas, junto con el
El periódico se convertiría en la principal expresión de la activi- comercio en general. Los distribuidores australianos de libros
dad de la imprenta en el desarrollo colonial de Nueva Zelanda. al por mayor, como George Robertson de Melbourne, distri-
Como advierte J. E. Traue, el crecimiento fue rápido: había “28 buyeron títulos producidos principalmente en Gran Bretaña
periódicos fundados entre 1840 y 1848 para una población eu- y América del Norte, aunque con un enfoque en material de
ropea de 59.000 personas; 181 periódicos fundados entre 1860 probable interés para las colonias. Los escritores australianos
y 1879; 150 fundados entre 1880 y 1889” (Traue, 1997: 109). encontraron mercados para su trabajo a través de dos rutas. La
La interposición de las tradiciones de la cultura impresa en primera consistía en la publicación o la señalización en diversas
Nueva Zelanda y su expresión inicial a través de la producción revistas literarias y varios diarios locales y regionales, entre los
de periódicos, se duplica en otros territorios coloniales como cuales hubo muchos ejemplos de corta duración. La segunda
las Indias occidentales, Hawai, Tahití, Indonesia, Kenia e India era la búsqueda de publicaciones (o republicación, en el caso
(Anderson, 1982; Cave, 1986; Bayly, 1996; Finkelstein y Peers, de una serie inicialmente editada en Australia) en editoriales
2000a; Chakava, 2001; Traue, 2001). La India, por ejemplo, fue británicas, en particular después del exitoso lanzamiento, en
testigo del desarrollo de sus redes de comunicación impresa 1880, de colecciones económicas y encuadernadas en tela –las
desde mediados de 1700 en adelante. Aunque la tecnología y la “colecciones coloniales”– de Bentley, Sampson & Low, Macmi-
cultura de los medios de comunicación era, al menos al princi- llan, y otros, orientadas a los mercados de Canadá, Australasia
pio, tomada en gran parte de Europa, su audiencia estaba mu- y la India. Los títulos australianos más vendidos o publicados
cho más fragmentada por lengua, región y raza. Curiosamente, en esas series coloniales incluían Robbery Under Arms [Robo a
los británicos estaban entre las últimas potencias europeas en la mano armada] de Rolf Boldrewood, que vendió más de medio
India que buscaban introducir la prensa en sus enclaves. No fue millón de copias entre su primera edición en 1889, en la serie
sino hasta 1761 cuando los británicos en la India adquirieron Biblioteca Colonial de Macmillan, y 1937 (Eggert, 2003); y My
una prensa, e incluso entonces se trató de una prensa tomada de Brilliant Career [Mi brillante carrera] de Miles Franklin, publi-
los franceses. Su función era fundamentalmente la producción cado por William Blackwood & Sons, de Edimburgo, en 1901 y
de los documentos y textos oficiales. La edición para el consu- reeditado en una serie colonial dirigida al mercado australiano,
mo popular vino mucho más lentamente. El primer periódico entre 1902 y 1904.
en Calcuta apareció en 1780, seguido por uno en Madras en En el último cuarto del siglo XIX, los libreros australianos
1785 y otro en Bombay en 1789. A mediados del siglo XIX, los comenzaron a aventurarse en la publicación, a menudo a tra-
periódicos y las revistas eran elementos habituales de la vida del vés de empresas de coedición con editores británicos. Por lo
anglo-hindú. Como señaló un comentarista en 1851, “el perió- tanto, His Natural Life [Su vida natural], de Marcus Clarke, el
dico es un complemento en la mesa del desayuno tan necesario poderoso relato de la vida de un convicto australiano, publica-
en Calcuta como en Londres” (Hobbes, 1851: 362). do por primera vez como una serie en una revista australiana,
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fue comprado por George Robertson en Melbourne en 1874 y y a Toronto en 1798. El trabajo realizado en esta primera etapa
reeditado con el pie de imprenta de Bentley en 1875, y luego se- era generalmente “trabajo de impresión” (folletos, artículos de
guido por una edición conjunta Robertson/Bentley vendida en papelería, libros de contabilidad, etc.); otras fuentes principa-
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Australia a partir de 1882. Del mismo modo, el popular The Man les incluyen materiales de estado y material religioso, así como
from Snowy River [El hombre del río Snowy] de A. B. Paterson la publicación del periódico. Hasta fines del siglo XIX, la es-
fue copublicado con grandes ventas en 1895 por Macmillan en tructura económica de la producción de impresión y distribu-
Londres y Angus y Robertson en Sídney (Johanson, 2000:148- ción en Canadá presentaba una combinación de pragmatismo,
149). Desde la década de 1890 hasta la de 1960, sin embargo, el individualismo y actividad regionalizada, con individuos que
mercado del libro australiano estaría dominado en gran medida funcionaban en relación con modelos más antiguos en los que
por los editores británicos, sobre todo después de la aprobación se combinaban los roles vinculados a la impresión, publica-
en Australia de la ley de derechos de autor en 1912, que “garan- ción y distribución. Como señala un comentarista: “No fue
tizaba que los editores extranjeros pudieran dictar los términos sino hasta que empezó la consolidación con la llegada de las
de las ventas y obligaba a los minoristas a obtener suministros grandes empresas no canadienses a principios del siglo XX que
de fuentes prescritas, fijando así los precios y manteniéndolos esto cambió” (MacDonald, 2001: 93).
a un nivel alto” (Kirsop, 2001: 326). Todavía en 1961, el 40%
de los libros británicos editados ese año se destinaba a la ex-
portación, y un 25% de esas exportaciones iban solamente a LA IMPRENTA Y LA COHESIÓN NACIONAL
Australia (Johanson, 2000: 254-282).
La prensa y la cultura impresa en Canadá se desarrollaron Es justo decir que a lo largo de toda la historia de la impren-
a un ritmo diferente y mucho más tempranamente, pero fue ta posindustrial, especialmente en su evolución en las zonas de
igualmente lento en el paso del trabajo general de la imprenta y influencia o dominio europeos, la cultura impresa se desarrolló
el periodismo a la producción literaria y narrativa local. Como inicialmente a través de la producción de periódicos, utilizados
sugiere un estudio: como un medio para informar y unir a las comunidades loca-
les. La producción a gran escala de periódicos por medios me-
La publicación en Canadá comenzó con manuscritos distribuidos en cánicos influenció y facilitó los movimientos nacientes hacia
forma privada. Esto dio paso a la prensa y los productos generales de la cohesión nacional, dándole forma a la lengua y facilitando,
las imprentas usando tipos manuales, y luego las nuevas tecnologías como señala Robert Escarpit, “las literaturas nacionales inde-
disponibles. Durante los primeros años, la distribución de libros se
pendientes” (Escarpit, 1966: 24). Benedict Anderson ha argu-
hacía a menudo a través de la importación privada o mediante la com-
pra en la imprenta local, antes de que la población fuera lo suficiente- mentado convincentemente que el uso de la imprenta de esta
mente grande como para financiar las librerías independientes y demás forma –la prensa capitalista, como la llama– ha sido fundamen-
agentes de distribución (MacDonald, 2001: 92). tal para la formación permanente de una identidad nacional de
las “comunidades imaginadas” que explora en el libro con ese
El desarrollo de la imprenta fue progresivo a través de las título. Si un libro puede estimular y comprometer emocional
provincias de Canadá; la imprenta llegó por primera vez a e intelectualmente a los individuos, de igual modo, la prensa
Halifax en 1751, luego a Quebec en 1764, a Niágara en 1793, diaria, consumida por miles si no millones durante el mismo
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lapso temporal, permite a los individuos sentirse conectados pasaron a los ámbitos literarios contemporáneos, y, con pocas
en un lenguaje común, “que continuamente confirma que el excepciones, eran principalmente “hombres de letras” como
mundo imaginado está visiblemente arraigado en la vida coti- John Forster, John Morley, Andrew Lang, Edward Garnett y
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diana” (Anderson, 1982: 35-36). George Meredith. Las mujeres que también desempeñaron un
papel importante en la evaluación del material incluyeron a
Margaret Oliphant, Elizabeth Rigby y Geraldine Jewsbury.
LECTORES Y AGENTES Con el cambio, a fines del siglo XIX, en la relación entre los
escritores y los editores para acompañar las negociaciones cada
Tales ejemplos internacionales demuestran en qué medida vez más complejas sobre las fuentes de la publicación, el pago de
la producción impresa y editorial a menudo evolucionó de for- regalías y derechos de serialización, también cambió la función
ma similar cuando fue exportada con éxito desde Europa occi- y el lugar de los lectores editoriales. Los lectores fueron con-
dental. Al mismo tiempo, la producción impresa internacional tratados para desempeñar funciones particulares: tanto como
y los sistemas de comunicación también han demostrado ser alguien que, de manera activa, buscaba, trabajaba en y alentaba
propensos a las jerarquías y divisiones que forman parte de “un la incorporación de posibles títulos a las listas de la editorial, o
determinado conjunto distintivo de prácticas relacionadas y a como alguien que proporcionaba evaluaciones basado única-
menudo contradictorias” (Feltes, 1993: 17). El creciente valor mente en el material que le pasaba el editor o el director de una
atribuido a la propiedad literaria creó el espacio para los nue- revista. Edward Garnett, que asesoraba a Jonathan Cape, fue
vos intermediarios, como los lectores editoriales y los agentes un ejemplo del primer tipo, pues trabajaba –como señala Linda
literarios, para filtrar y promover un material “en bruto” pre- Marie Fritschner– para encontrar nuevos talentos para Cape y
parado para el consumo masivo. ofrecía un servicio integral como lector: “Revisaba manuscritos
El de lector editorial era un rol en la producción de la cul- pero a menudo el tipo de asesoramiento que hacía iba más allá
tura impresa que se desarrolló en la medida en que las po- de lo superficial y tocaba el tema, la motivación y la estructu-
sibilidades de venta decimonónicas para la actividad literaria ra de una novela” (Fritschner, 1980: 93). Geraldine Jewsbury,
impulsaban a las personas a presentar su trabajo en editoriales lectora de Bentley, encarnó la segunda categoría: una perso-
y periódicos, cada vez más numerosos. El lector editorial no na que no se relacionaba con los autores, sino con sus textos,
era un fenómeno nuevo: los asesores literarios de los editores aprobando o rechazando el material por motivos comerciales
o sus predecesores (los libreros) se utilizaban y convocaban a y estéticos, sin competencia en el seguimiento y desarrollo del
menudo cuando se necesitaba un juicio sobre una presenta- material ya evaluado. Como sintetiza Fritschner:
ción particular. Arthur Waugh destacó la figura apócrifa de es-
Los servicios [de Jewsbury] se daban principalmente en nombre de la
tos lectores informales representados en los círculos literarios
editorial, solo en segundo lugar en nombre de los autores, y en último
de mediados de siglo, cuando dijo que “el asesor literario de lugar en nombre de la literatura. Ella trató de mantener los estándares
mediados de la época victoriana era [...] una suerte de miste- literarios dentro de la categoría de literatura como entretenimiento o
rioso adivino, encarcelado en alguna habitación secreta, y al distracción. En general, la aceptación o el rechazo de un manuscrito
que se hacía referencia de manera crítica como ‘nuestro lector’ dependía de la evaluación que hacía del potencial comercial del manus-
(Waugh, 1930: 139). Los lectores editoriales de fin de siglo crito (Fritschner, 1980: 94).
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En la medida en que más gente buscaba entrar a la profe- siglo XIX en adelante se describe con detalle en varias obras,
sión literaria, se exigía cada vez más que estas tareas fueran incluyendo el breve e innovador estudio de James Hepburn
realizadas por evaluadores “expertos”. Como demuestra un The Author’s Empty Purse and the Rise of the Literary Agent [La
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ejemplo estadounidense, el volumen de manuscritos recibi- billetera vacía del autor y el surgimiento del agente literario].
dos por los editores de revistas no retrocedía a medida que Ciertas personas actuaban, de manera informal, en nombre de
avanzaba el siglo sino que aumentaba de manera exponencial: los autores a través de gran parte del siglo XIX. John Forster,
los editores de una de las revistas mensuales estadounidenses por ejemplo, descripto por un crítico como el hombre que
con más ventas, Century (con una tirada máxima en 1897 de “tendió un puente entre el mecenas del siglo XVIII y el agen-
250.000 copias), por ejemplo, vio cómo se duplicaban las pre- te literario del siglo XX”, actuaba como mediador y conseje-
sentaciones, pasando de 1.700 manuscritos en 1873, a 2.000 en ro de Charles Dickens, Tennyson, Thomas Carlyle y Robert
1874; 2.400 en 1875, y finalmente 3.200 en 1876 (Schneirov, Browning, entre otros, desde la década de 1830 hasta la de
1994: 11, 66). El número de títulos publicados cada año en 1860. Thackeray rindió homenaje a las habilidades de nego-
Gran Bretaña reflejó un crecimiento exponencial similar en ciación de Forster cuando escribió: “Cada vez que alguien está
el mercado, en gran parte del “largo siglo XIX” y durante los en apuros todos vamos corriendo a donde está él en busca de
años veinte, pasando de un promedio de 580 en la década de ayuda; él es todopoderoso y hace milagros” (Hepburn, 1968:
1820, a 2.600 en la de 1850; 6.044 en 1901; 12.379 en 1913, y 26). Otros que llevaban a cabo funciones similares para los
22.143 en 1958 (Williams, 1965: 185,187,191-192). autores fueron George Henry Lewes para George Eliot en-
Como señala Fritschner, el lugar del lector en las reestruc- tre los años 1850 y 1870, y Theodore Watts-Dunton para Al-
turadas prácticas de los editores británicos –un modelo expor- gernon Swinburne entre los años 1880 y 1890. Siendo cónsul
tado al extranjero en los años siguientes– implicó un poderoso de Estados Unidos en Londres entre 1827 y 1854, Thomas
papel mediador entre el productor de un manuscrito y el del Aspinwall actuó como agente transatlántico de Washington
producto final impreso. “Aunque los patrones de relación en- Irving, James Fenimore Cooper y el historiador William Hic-
tre lectores, autores y editores difieren, los lectores, en tanto kley (autor de Fernando e Isabel y de Historia de la conquista de
aconsejaban sobre la aceptación, el rechazo y la revisión de los México y Perú) (Barnes y Barnes, 1984).
manuscritos [...] tenía un poder sustancial en la configuración A fines del siglo XIX, el agente literario se había profesio-
de la política editorial” (Fritschner, 1980: 93-94). El cambio nalizado. En Gran Bretaña, varios individuos se distinguieron
ejemplifica un alejamiento de las relaciones “personales”, un de esta manera. Los primeros en surgir fueron A. M. Burghes
enfoque emotivo y gentil que favorecía la cortesía y los víncu- (un sombrío representante que primero anunció sus servicios
los cordiales con los autores (a la vez que ocultaba su carácter en 1882, y que eventualmente fue llevado a la corte por estafar
de modelo editorial inclinado a favor de los intereses de los a varios clientes), y el más confiable Alexander Pollock Watt,
editores), hacia una estructura más comercial, con fines de lu- un escocés que abrió una agencia en Londres en 1875, pero
cro y que lidiara con una multiplicidad de mercados de medios solo comenzó a publicitarse comercialmente como agente li-
masivos para los productos impresos. terario en 1881. A Watt se le atribuye el desarrollo de las bases
Es en esta etapa cuando el agente literario hizo su aparición. del oficio de agente literario, tal como se practica hoy en día:
El crecimiento del agente literario profesional desde fines del el establecimiento de una comisión estándar (del 10%) para
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una representación exitosa, y el desempeño como “cazatalen- dentro del “circuito de la comunicación”. William Heinemann,
tos” de materiales redituables tanto para el editor como para uno de los críticos más virulentos de los agentes literarios de
el autor. Su habilidad consistió en reconocer y perfeccionar la este período, era mordaz al momento de valorarlos:
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función de mediación del agente como árbitro y evaluador de Mi teoría es que una vez que un autor cae en las garras de un típico
la propiedad literaria, o más precisamente, como señaló un co- agente, está perdido para la decencia. Por lo general, adopta el punto
mentarista, en “participar y, de hecho, convertirse en la fuente de vista moral del embaucador, que el agente le inocula con toda rapi-
de copyright y de su valuación” (Gillies, 1993: 22). Su principal dez, y el virus es tan venenoso que mejor que el editor se desinfecte y
rival sería James Brand Pinker, quien abrió su agencia en enero evite el contagio (Whyte, 1928: 124).
de 1896. Aunque A. P. Watt había dejado su huella al promover
autores consagrados como Rider Haggard, Rudyard Kipling, Sin embargo, en 1917, la fecha de este exabrupto, los agen-
Wilkie Collins y Arthur Conan Doyle, Pinker se concentró en tes literarios eran una parte importante del proceso de publi-
desarrollar las carreras de los autores emergentes –en particu- cación, debido al deseo creciente de los autores de ahorrarse
lar, aquellos asociados con el movimiento modernista, inclu- el problema de negociar los derechos de publicación. En 1894
yendo a Joseph Conrad, Stephen Crane, Ford Madox Ford, había seis agentes registrados en el directorio de la oficina de
D. H. Lawrence, James Joyce y H. G. Wells. Hasta su muer- correos de Londres. Para el año 1914 había más de treinta
te, en 1922, se desempeñó como un negociador grandioso y agencias y sindicatos que promocionaban sus servicios litera-
reconocido de la propiedad literaria, un hombre de cuya pa- rios en revistas especializadas.
ciencia Conrad escribió: “Ha tratado no solo mis estados de En Estados Unidos, los agentes literarios eran vistos bajo
ánimo, sino incluso mis fantasías, con la mayor consideración” una luz más benévola; los editores estadounidenses eran muy
(Hepburn, 1968: 58). Otros prominentes agentes transatlánti- aficionados a observar que estos agentes eran una beneficiosa
cos incluyen al inmensamente exitoso agente estadounidense invención británica, y atribuían su llegada a “la cordialidad
Curtis Brown, quien comenzó a trabajar en Londres en 1899, superior y la sabiduría para hacer negocios de los autores y
y la Agencia Literaria, fundada y dirigida desde 1899 por C. F. editores de este país” (Sheehan, 1952: 74). Varias agencias
Cazenove y George Herbert Perris (Gomme, 1998). concentradas en Nueva York fueron fundadas durante la dé-
Estos agentes pronto comenzaron a negociar los derechos cada de 1880, incluyendo Athenaeum Bureau of Literature,
de reproducción de material en una serie de nuevos y descon- Nueva York Bureau of Literary Revisión y Writer’s Literary
certantes mercados que se extendían más allá de los límites ha- Bureau. Sin embargo, el principal agente literario estadou-
bituales del medio impreso. En 1925, por ejemplo, hubo varios nidense de este período fue Paul Revere Reynolds, que do-
casos de agentes que negociaban más de veintiséis derechos di- minó el campo entre 1891 y 1916. Entre los que siguieron
ferentes para un mismo libro, incluyendo derechos para juegos se incluye la exitosa Flora May Holly, quien entre fines de
de cartas e imágenes en paquetes de cigarrillos (Joseph, 1925: 1890 y principios de 1940 sería, desde una oficina en la Quin-
92-93). Sin embargo, las actividades de los agentes literarios ta Avenida de Nueva York, la representante de figuras como
fueron inicialmente resistidas por los editores, cuyos comen- Theodore Dreiser, Gertrude Atherton, Edna Ferber y Noel
tarios sobre ellos dejaban ver la ansiedad generada por el cam- Coward. Del mismo modo, Elizabeth Nowell trabajó incan-
bio que representaban los agentes en la distribución de poder sablemente a favor de autores como Thomas Wolfe, como
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miembro de la agencia literaria de Maxim Lieber durante la plos franceses, británicos, estadounidenses, entre otros, de esas
década de 1930 (West, 1985: 88, 96). redes intangibles de individuos interconectados, y cómo pue-
En la medida en que la actividad editorial tuvo un mayor den afectar la publicación y recepción textual, ya sea dirigien-
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alcance internacional, en particular a raíz de la creación, a fines do el material hacia los editores interesados (como agentes),
del siglo XX, de los conglomerados mediáticos transnaciona- modelando la opinión pública a través de reseñas y debates,
les, como se ha señalado en el capítulo 4, el papel del agen- o defendiendo determinadas obras en los círculos sociocultu-
te literario evolucionó en escala e importancia. Ahora, por lo rales apropiados. El escritor estadounidense Nathaniel Haw-
general, los agentes son los principales “filtros” iniciales del thorne, por ejemplo, contó con la ayuda, en la década de 1840,
material textual presentado para su publicación y comerciali- de un círculo de notables de Nueva Inglaterra con buenas co-
zación, y reemplazan a los editores y a los lectores editoriales nexiones (caracterizado por Lewis Simpson como la “clerecía
como árbitros iniciales del valor literario (el lector editorial, de Nueva Inglaterra”), cuyo juicios sobre asuntos literarios,
generalmente contratado de manera externa, todavía se utili- diseminados en influyentes revisas culturales –como Christian
za en áreas especializadas como las publicaciones de revistas y Examiner, The North American Review y The Atlantic Monthly–
libros académicos). El agente se ha convertido en un media- resultó fundamental para la formación del canon literario es-
dor importante en la cultura impresa, así como una presencia tadounidense del siglo XIX. La carrera de Hawthorne floreció
significativa en otros medios de comunicación, que negocia con la ayuda de influyentes reseñistas contemporáneos, como
contratos y evalúa el talento individual en deportes, cine, te- E. P. Whipple, el apoyo editorial de William Ticknor (la mi-
levisión, radio y otras áreas del entretenimiento. La expansión tad de la editorial Ticknor y Fields) y el consejo editorial de
señala la difusión continua de la actividad de la cultura impresa William Emerson (editor de Monthly Anthology y padre de Ral-
dentro de otras redes de comunicación. ph Waldo Emerson). Por el contrario, un contemporáneo de
Hawthorne, Richard Henry Dana Senior, admirador y emula-
dor de los poetas románticos ingleses –un movimiento que no
CAMPO LITERARIO Y REDES LITERARIAS era apoyado por la élite cultural con sede en Boston–, renun-
ciaría a su carrera literaria al enfrentar el rechazo y las ásperas
Los historiadores del libro han comenzado a prestar aten- críticas de la misma élite sobre sus ensayos, cuentos, y ediciones
ción a los efectos de mediación de la redes literarias en el mo- completas de poesía y prosa. Jane Tompkins contrasta la emer-
mento de negociar el valor textual que sigue a las etapas de gente reputación literaria de Hawthorne con la menguante
publicación y difusión. Como advierte Jane Tompkins: “En la significación cultural de la escritora instalada en Nueva York
medida en que una obra literaria será percibida por un público, Sophie Warner, lo que ilustra la manera en que la reputación
los procesos sociales y económicos que rigen su difusión no son del autor y lecturas textuales pueden cambiar como resulta-
más fortuitos respecto de su reputación –e incluso de su natu- do de las funciones de bedel cultural desempeñadas por esas
raleza misma– que las concepciones culturales (de la naturale- élites culturales. Ambos autores surgieron dentro o desapare-
za de la poesía, de la moral, del alma humana) con las que esa cieron de la visibilidad cultural y el mercado literario como
obra es leída” (Tompkins, 2001: 251). Pierre Bourdieu, Peter resultado de las circunstancias sociales, literarias y económicas
McDonald y Jane Tompkins, entre otros, han explorado ejem- específicas en las que fueron producidos y leídos.
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Los árbitros intangibles en el proceso de distribución CONCLUSIÓN


también han funcionado como bedeles de un modo similar.
Este capítulo ha considerado a los varios agentes involucra-
El trabajo reciente de Janice Radway sobre el extremada-
dos en la circulación de la cultura impresa. Ha repasado bre-
Este material es para uso de los estudiantes de la Universidad Nacional de Quilmes, sus fines

mente poderoso e influyente modelo de la diseminación del


vemente los efectos de los avances industriales y tecnológicos
libro que, en Estados Unidos, inició el Club del Libro del
del siglo XIX que cambiaron los métodos de producción, dise-
Mes, ilustra cómo esta organización basada en la venta por
minación y consumo de textos y publicaciones, y ha mostrado
correo y establecida en la década de 1920 utilizó innovado-
cómo las innovaciones en Europa del este se exportaron, fue-
ras técnicas de marketing para crear una identidad única y
ron adoptadas y adaptada en otros países. Este capítulo tam-
darse a sí misma el papel de mediadora, árbitro y filtro de
bién exploró cómo los circuitos comunicativos que facilitaron
la producción literaria. Lo hizo a través de la utilización de
la circulación y el consumo de lo impreso involucraron diver-
un comité interno de jueces “expertos”, que leían los textos
sos agentes culturales, cuyos roles en la promoción de los libros
para su posterior recomendación y venta a los miembros del
y publicaciones ahora constituyen un aspecto significativo de
club, y la creación de un “proceso de filtrado” de valor tex-
los intereses de la historia contemporánea del libro, parte de
tual que sirvió para definir el material de lectura apropiado
nuestra continua exploración y estudio del papel central que la
para audiencias específicas. Como señala Radway (1996): “El
imprenta ha desempañado en la formación del discurso social
movimiento clave en las prácticas de evaluación de los jueces
y las identidades nacionales durante los últimos 500 años.
del Club del Libro del Mes no estaba basado para nada en el
juicio, sino en la actividad de categorización, la de organizar
en diferentes niveles”. Ver el mundo de la edición de este
CUESTIONES PARA PENSAR
modo, como “una serie de mundos discontinuos, discretos y
no congruentes” continúa Radway, estableció un vínculo en- Aquí hay algunos puntos para considerar cuando se revi-
tre el productor (autor) y el consumidor (lector) por el cual el sa este capítulo. ¿Qué roles continuarán involucrándose en
difusor, en este caso, el Club del Libro del Mes originado en el proceso de producción del libro y la cultura impresa en el
Estados Unidos, con sus jueces internos que ordenaban los futuro? ¿Quiénes actúan como bedeles de los textos en la so-
títulos en lugar de promover juicios estéticos, se volvió me- ciedad contemporánea y cómo influyen en lo que leemos y
nos un árbitro del valor y más un administrador de la produc- consumimos? ¿Qué tipo de modelos comerciales para la circu-
ción textual literaria (Radway, 1996: 24). La función del Club lación de los libros y las publicaciones tenderán a adoptarse o
al crear, relacionar y reforzar una “comunidad interpretativa” a producirse en el futuro?
de lectores de clase media y de aspirantes a la clase media
ha visto una expresión posterior en otros medios, con el de-
sarrollo de los clubes literarios del libro que comenzaron a
organizarse alrededor de las personalidades televisivas que
funcionaban como “una marca” (Oprah Winfrey, la conduc-
tora del programa de entrevistas con sus recomendaciones
mensuales de libros es un ejemplo significativo).

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