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Expropiación agraria, derechos de los campesinos y política social rural en

Colombia

Resumen

El presente artículo analiza las prácticas de expropiación agrícola desarrolladas en


contextos rurales para la creación de masas de trabajadores disponibles como fuerza de
trabajo precarizada en Colombia. A través de una descripción de las trayectorias de
despojo, conflicto y desplazamiento ocurridas históricamente en el país son exploradas
las dinámicas de desigualdad que permean el reconocimiento de los derechos
fundamentales campesinos y la emergencia de promover una lucha contra el hambre en
las sociedades contemporáneas. Este panorama, situado en las dinámicas neoliberales
actuales para la comercialización de alimentos, establece riesgos en la soberanía
alimentaria y desarrolla afectaciones en el sistema de protección alcanzado por las
luchas sociales rurales latinoamericanas.

Palabras clave: campesinos, Colombia, política social, capitalismo rural.

Presentación

La categoría campesino ha sido influenciada por la estructura y organización del sistema


económico históricamente establecido en cada época. En Colombia, inicialmente su
representación estaba asociada a cualquier individuo que mantuviera una estrecha
relación con la tierra, no obstante, tras la adopción del multiculturalismo como marco
constitucional de la nación su término comenzó a ser utilizado para describir aquellos
habitantes rurales que no se identifican con alguna afiliación étnica particular
(MONTAÑA, et al. 2021). La representación polisémica otorgada a su identidad ha
generado tensiones significativas que marcaron su relación con el Estado y en un
contexto de desarrollo neoliberal opacaron las demandas de bienestar promulgadas por
sus movimientos sociales (FRASER, 2019).

Para el año 2018 la Organización para las Naciones Unidas (ONU) emitió una
declaración sobre los derechos de los campesinos y otras personas que trabajan en
territorios rurales con el fin de brindar instrumentos jurídicos internacionales para su
protección. Desde la perspectiva de Dejusticia (2022,2), "esta Declaración es una
herramienta que les permite a los países desarrollar y fortalecer políticas para ampliar el
reconocimiento del campesinado y mejorar su calidad de vida". En el año 2023, el
primer Gobierno de izquierda en la historia de Colombia ratificó estos acuerdos y
reformó la Constitución Política de 1991 con el objetivo de manifestar su
representatividad como sujeto especial de derechos dadas sus contribuciones culturales,
ambientales y alimentarias para una sociedad en paz.

El reconocimiento de la identidad del campesinado por parte del Estado se da en un


contexto de adversas condiciones socioeconómicas. En materia de desarrollo humano
para el año 2022 el Índice de Pobreza Multidimensional fue de 27,3%, cifra muy
superior al 12,9% nacional (DANE, 2022). Respecto a la medición de la pobreza
subjetiva identificada a partir de la Encuesta Nacional de Calidad de Vida, los datos
evidencian que la jefatura en los hogares rurales que se consideran pobres pasó de
70,3% en 2021 a 74,1% en 2022 (DANE, 2022). Estas condiciones se suman a la baja
ejecución del Acuerdo de Paz implementado con las Fuerzas Armadas Revolucionarias
de Colombia (FARC) al presentar para el año 2020 únicamente un 28% de su
cumplimiento (O'BRIEN, 2023,11). Desde la perspectiva de Cruz (2019), librar la
deuda estructural con el campo colombiano debe generar acciones políticas específicas
orientadas por las demandas de los movimientos sociales rurales creados para el
bienestar del campesinado.

Uno de los principales rasgos de desigualdad en el mundo rural es la administración de


la titulación de la tierra como espacio de poder utilizado para la capitalización de la
renta (HARVEY, 1993). Respecto a su propiedad el 1% de la población ostenta el 81%
del territorio cultivable de Colombia, lo que representa la brecha más amplia en
América Latina (OXFAM, 2017, p.17). Esta desigualdad se mantiene históricamente
debido a las dinámicas especulativas frente a su valor de uso, la expansión de la
ganadería extensiva por grupos paramilitares que despojaron a los campesinos de sus
tierras, e igualmente, la falta de servicios sociales para el abordaje de la cuestión social
en sus territorios (PASTORINI, 2004).

De manera reciente, los movimientos sociales han problematizado las prácticas de


producción de alimentos ocasionadas por dinámicas de consumo donde la abundancia
en unos hogares y la escasez en otros coexisten en un mismo contexto. En este
escenario, las medidas capitalistas han fomentado sistemas agrarios que priorizan la
producción a través de grandes capitales y la creación de latifundios con el fin de
maximizar sus ganancias desde la homogeneización del paisaje productivo (HARVEY,
2006). Como resultado de este modelo de desarrollo, para el año 2021, "alrededor de
2300 millones de personas en el mundo (29.3%) se encuentran en situación de
inseguridad alimentaria moderada o grave" (ORGANIZACIÓN DE LAS NACIONES
UNIDAS PARA LA ALIMENTACIÓN Y LA AGRICULTURA, FAO, 2022,15).

En Colombia, la economía campesina, familiar y comunitaria produce más del 70% de


los alimentos del país, genera la mayoría de los empleos rurales y desempeña un papel
fundamental en la conservación de la agrobiodiversidad (COMISIÓN DE LA
VERDAD, 2020). Su importancia se ve resaltada por una histórica desigualdad en
aspectos como la distribución de los medios de producción, las inequidades de género
que prevalecen debido a la estructura patriarcal e igualmente las barreras de
participación de los movimientos sociales en la construcción de su desarrollo. Estas
situaciones, sumadas a una mercantilización de los alimentos donde prevalecen
tecnologías, agroquímicos y prácticas de oligopolios en detrimento de otras formas de
concebir la economía campesina, diseñan modos de vida que obstaculizan proyecciones,
visiones y formas de organización social más allá de la lógica capitalista permeada en
los cuerpos y los sentires de la sociedad actual. En palabras de Fisher (2020):

No interior da atmosfera do realismo capitalista, aceitar a eternidade do capitalismo é “cair na


real” abrir mão das fantasias utópicas, despir o mundo das ilusões sentimentais, abandonar as
“ideologias do passado” e aceitar a “realidade como ela é”: cão comendo cão, cada um por si.
(FISHER, 2020, p.67).

A pesar de la falta de imaginación y la normalización de las opresiones impuestas por el


sistema capitalista, los campesinos han desempeñado un papel activo en la participación
ciudadana, contribuyendo significativamente a la vida política del país. Además de
mantener prácticas colectivas de vida, han adaptado nuevas formas de organización
social y política para abordar los desafíos contemporáneos. La lucha campesina ha
evolucionado a lo largo del tiempo a través de experiencias políticas que contribuyen a
moldear su identidad actual. Su afirmación como actores políticos se ha manifestado en
una serie de movimientos y luchas sociales que se han extendido durante décadas. Esta
capacidad está intrínsecamente relacionada con su importancia económica, cultural y
territorial, que sirve como base para pensar espacios de justicia postcapitalistas de
distribución más allá de las dinámicas del capital (FRASER, 2019).
Conflictos por la tierra y expropiación de los derechos de los campesinos en
Colombia.

La población campesina de Colombia ha sido uno de los grupos más afectados por la
violencia y el conflicto armado. A lo largo de la historia, los campesinos han sufrido
una grave injusticia social manifestada en hechos de represión, desigualdad, y
violaciones a sus derechos fundamentales. Las intervenciones estatales, marcadas por
una tecnocracia burguesa hegemónica, han agravado estas problemáticas e
implementado estrategias que no garantizan la protección de los derechos de los
campesinos. Entre estas medidas se incluye una política que ha acompañado desde
mecanismos jurídicos la expropiación de tierras y con ella la pérdida de derechos y la
profundización de masas de trabajadores desplazados a contextos urbanos para estar
disponibles como ejercito de reserva (MOTA, 2018).

Durante épocas feudales, los campesinos se convirtieron en los nuevos proletarios


debido a las confrontaciones con una nobleza transformada en burguesía cuyo poder
giraba alrededor del capital. Los robos de tierras colectivas fueron ampliamente
practicados por los capitalistas quienes conformaron un comercio inmobiliario rentable
y la expansión de la agricultura moderna basada en modelos de monocultivos a gran
escala. Para el siglo XX situados en el discurso de modernización fueron creadas por el
Estado las condiciones para legalizar el robo de las tierras y su acaparamiento por una
clase reducida de burgueses. La situación descrita por Marx (1867), relacionada con la
creación de numerosos decretos creados por los capitalistas para la obtención de la
propiedad de antiguas tierras comunales, fue traída a las dinámicas de desarrollo de
Colombia y transformó sus medios de vida en mercaduría para el capital.

Para la década de 1920, se produjo una rápida transformación de los campesinos sin
tierra de las fincas rurales colombianas a trabajadores urbanos. Esta crisis estuvo
directamente relacionada con las dinámicas de la economía nacional que buscaban
expandir la industria en las ciudades, lo que requería una gran cantidad de mano de
obra. Dado que la población urbana existente no podía satisfacer esta demanda, los
trabajadores necesarios provenían en su mayoría del campo. Siguiendo la perspectiva de
Harvey (2003):

Este ciclo de acumulación de capital al no tener cambio tecnológico necesita aumentar la fuerza
de trabajo a partir del incremento de la población y la población campesina o migrante quienes
serían peor pagados para movilizar fuerza de trabajo barata. Si esto falla, se posible movilizar sus
recursos para cambios tecnológicos que generen desempleo y posicionen un ejército industrial de
reserva (p, 20).

En Colombia, al igual que en otras partes del mundo la expropiación de la tierra


cultivable ha llevado a inversionistas a participar en grandes transacciones en el
mercado motivadas por la organización productiva de los alimentos. Estos intereses no
se limitan al acceso a la tierra, sino que incluyen el acceso al agua, a fuentes de energía,
la compra de emisiones de carbono y la especulación financiera (HARVEY, 1998).
Cada uno de los aspectos señalados han generado numerosos conflictos que involucran
a inversores nacionales e internacionales, corredores e intermediarios, gobiernos
receptores y principalmente a las comunidades locales para quienes son vulnerados sus
derechos sociales (LEE, 2015).

Para el desarrollo de estas dinámicas de expropiación agraria, factores transversales


como la violencia y el conflicto armado en Colombia han estado estrechamente
relacionados. La lucha por la tierra ha sido el principal impulsor de las dinámicas de
guerra, violencia e inequidad en el país durante más de medio siglo. Según Caycedo
(2007), el conflicto armado ha desencadenado una guerra social que ha estado marcada
por la debilidad, inestabilidad y la desarticulación en los procesos políticos, económicos
e institucionales relacionados con la ruralidad y la tenencia de tierras.

El despojo de tierras es un fenómeno complejo y estratégico, utilizado como táctica de


guerra para la toma y ocupación de territorios agrarios productivos en busca de
objetivos vinculados a una clase burguesa dominante. Estas dinámicas de despojo han
resultado en una serie de impactos que abarcan dimensiones materiales e inmateriales,
tanto a nivel individual como colectivo (COMISIÓN NACIONAL DE REPARACIÓN
Y RECONCILIACIÓN, 2009). El control de este bien ha sido utilizado para posicionar
estructuras que trabajan el excedente de capital, entre ellas economías ilícitas como el
narcotráfico. Esta acción se hace mediante la creación de bases jurídicas que dialogan
con la estructura política aliada al mantenimiento del sistema económico. La
movilización del capital en estos territorios deja como consecuencia grandes
extensiones de tierra improductivas utilizadas para la acumulación primaria e incentiva
posteriormente la formación de proyectos agroindustriales extranjeros que transforman
el uso del suelo según las lógicas de acumulación de capital.

En esta labor, el Estado desempeña un papel significativo en las dinámicas de


acaparamiento de tierras y en la promoción de la agricultura para la expansión del
capital. La dominación de las instituciones del Estado por una clase burguesa
tecnocrática favorece el control y la apropiación de tierras para la expansión de procesos
económicos agroindustriales dedicados, por ejemplo, al cultivo de palma de aceite bajo
un discurso de interés nacional. Estas estrategias legales han sido empleadas como parte
de un proyecto hegemónico modernizador que implica la marginalización del
campesino con el objetivo de favorecer los intereses mercantiles del capital sobre sus
impactos en el bienestar humano (FONTES, 2018). Desde lo mencionado Quintero
(2018) señala que:

En el caso específico del sector campesino, principal víctima de la violencia, se pueden


identificas tres consecuencias: a) grupos significativos de pequeños propietarios y jornaleros son
asesinados, b) otros son desplazados hacia la ciudades como fuerza de trabajo de bajo costo para la
nueva industria, y/o c) otros se desplazan hacia el interior de la selva colonizando nuevas regiones,
asumiendo medidas de autodefensa armada para evitar futuros ataques conservadores. Las
acciones represivas del bloque hegemónico conservador desplaza a los campesinos hacia las
ciudades creando no sólo un hecho socio-político, sino también, y fundamentalmente, un hecho
económico (p.91).

De acuerdo con Reardon y Barrett (2000) la economía capitalista rural se encuentra


impulsada por capital agroindustrial burgués o terrateniente que establece grandes cifras
de inversión en tierras ampliamente productivas. Esta inversión es incentivada por las
reglas institucionales del Estado que desde un modelo neoliberal dan la apertura para la
libre empresa, el emprendimiento y la instauración de capitales ya sean nacionales o
extranjeros en los sistemas alimentarios (HARVEY, 2003). Su desarrollo hace uso de
tecnológicas que evolucionan las estructuras sectoriales propias de la modernización
eurocéntrica para la generación de cultivos y se busca la implementación de economías
de alto impacto financiero sin analizar los deterioros socioambientales y en materia de
derechos ocasionados en las comunidades.

A partir de las medidas neoliberales establecidas por el Fondo Monetario Internacional


(FMI) en Colombia, las políticas agrarias han seguido una tendencia centrada en la
adopción de paquetes tecnológicos derivados de la Revolución Verde. Esta mirada ha
estado orientada para empresarios agrícolas capitalistas quienes, al contrario del
pequeño productor campesino, poseen el capital financiero para su implementación.
Como consecuencia de este modelo económico se generado una sublevación de los
alimentos a las dinámicas del mercado, el aumento de la inversión de capital y la
demanda de crédito, lo que a su vez promueve la intensificación del uso de la tierra y el
monocultivo en grandes escalas. Esto último reduce la posibilidad de autoconsumo y
elimina la diversidad productiva característica de la producción campesina dado que su
prioridad es el aumento de la rentabilidad como criterio único de evaluación
(FERNANDES, 2008).
Las medidas señaladas generan procesos de expropiación de la vida campesina con la
finalidad de implementar el agronegocio junto con otros sectores de capital extractivista
de los recursos naturales. Esta configuración del espacio para el interés particular del
capital establece una visión que maximiza la extracción de ganancias y reprime las
luchas de los movimientos sociales por su autonomía en la generación de procesos
alimentarios (VAN DER PLOEG, 2010). Sin embargo, esta lucha no se limita
únicamente a la disputa por la tierra como producto material sino que también abarca
una disputa por las ideas y la capacidad de visualizar modos de vida más allá de las
consecuencias emocionales del capitalismo (FISHER, 2020). Un ejemplo valioso de
resistencia en América Latina es aquél que emerge en Brasil a través del movimiento
Vía Campesina quienes, desde la noción de autodeterminación de los pueblos, buscan la
soberanía, la emancipación y la promoción de los derechos de las personas que laboran
la tierra para la producción de alimentos (FERNÀNDES, 2008)

Expropiación de derechos campesinos y medidas neoliberales para la producción


de alimentos,

La economía campesina se presenta como un fenómeno intrínseco, cuyo análisis se


enmarca en las condiciones históricas específicas de cada contexto. En la visión de
Marx (2004[1852]), el campesinado ocupa una posición ambigua en el escenario de las
luchas de clases, ya que en este grupo social convergen las dos categorías
fundamentales de la sociedad capitalista: la burguesía y el proletariado. Como
propietario de los medios de producción, el campesino asume un rol capitalista, pero al
mismo tiempo, como trabajador, se convierte en su propio asalariado. Marx
(2004[1852]) plantea que el desarrollo del capitalismo en el ámbito rural seguirá dos
vías principales: la descampesinización o la formación de un proletariado agrícola.

En la mitad de la década de 1980, impulsadas por la violencia rural generada a raíz del
conflicto armado, el narcotráfico y el paramilitarismo, se inician las políticas de apertura
económica en Colombia hacia los mercados internacionales. Estas medidas impactaron
fuertemente a las familias agricultoras, que, caracterizadas por niveles significativos de
pobreza, fueron las más perjudicadas al quedar expuestas a las fluctuaciones de los
precios en el mercado. Durante este período, los precios de numerosos productos
agrícolas en el país experimentaron una drástica disminución debido a una combinación
de la alta tasa de cambio real y la caída de los precios internacionales de productos
básicos a niveles históricamente bajos. Esta situación se vio agravada por la recesión en
el ámbito industrial y una sequía local, convirtiendo el año 1992 en el peor año agrícola
del siglo en Colombia (Berry, 2002).

Estas perturbaciones económicas fueron resultado de la hipótesis existente que


postulaba al comercio internacional como la fuente principal de crecimiento económico
y modernización institucional. La adaptación al nuevo modelo neoliberal de la década
de los noventa implicaba una reconfiguración del sector productivo, dando prioridad a
los sistemas de producción en los que el país contaba con ventajas comparativas, como
los cultivos agrícolas de exportación, los bienes no transables y los cultivos de
sustitución de importaciones generadores de recursos naturales. La implementación de
esta estrategia de desarrollo capitalista implicaría la eliminación del campesinado al
involucrarlo en la lucha de clases debido a los procesos de expropiación y despojo
establecidos para la pérdida de sus derechos, principalmente en relación con el uso de la
tierra.

La política agropecuaria a partir de los años 1990 se enfocó en alcanzar estos objetivos.
A través de las medidas del modelo neoliberal se impulsaron los monocultivos debido al
aumento demográfico de la fuerza de trabajo en las ciudades del país, los cambios en los
patrones alimentarios de una sociedad orientada al consumismo y los avances
tecnológicos que requerían grandes inversiones para la modernización rural. Estas
transformaciones fueron dirigidas por un Estado que fomentaba estos parámetros
mediante una educación orientada a la producción y la implementación de normas
legales que facilitaban la apertura de la competencia en los mercados y a su vez la
desaparición del campesinado con la finalidad de convertirlo en un empresario agrario.

Las políticas neoliberales han exacerbado las disparidades del multiculturalismo, entre
ellas la comprensión del campesino. El creciente empobrecimiento de los campesinos,
derivado de su reducido acceso a los recursos productivos, especialmente a la tierra y al
crédito, así como la apertura globalizada de la producción agraria sin considerar
procesos de soberanía alimentaria, impone una institucionalidad estatal que los obliga a
buscar otras fuentes de empleo e ingresos. En su mayoría, desde la perspectiva de
Correa y Alvarez (2000) terminan empleándose en condiciones precarias, en trabajos
temporales mal remunerados, convirtiéndose así en un ejército de reserva para las
dinámicas del capital.
Simultáneamente, el modelo económico capitalista ha agudizado las desigualdades entre
las explotaciones capitalistas y las pequeñas parcelas campesinas (Rubio 2003). A pesar
de las promesas neoliberales de que la liberalización de los mercados beneficiaría al
sector agrícola al potenciar las ventajas comparativas del ámbito agropecuario, los
análisis del desempeño del sector durante el período neoliberal sugieren un crecimiento
económico y una generación de empleo inferiores en comparación con el período de
desarrollo interno o la Industrialización a través de la Sustitución de Importaciones.

En líneas generales, la política rural posterior a las medidas neoliberales establecidas


por el Fondo Monetaria Internacional en los noventa ha implicado una marcada
reducción de la intervención estatal y un distanciamiento creciente de las entidades
gubernamentales con respecto a los campesinos. Esta elección ha resultado en la pérdida
de los avances significativos logrados por los programas de desarrollo de la CEPAL, los
cuales se gestaron a través de experiencias comunitarias y la coordinación de
movilizaciones sociales en defensa de los derechos campesinos. En este escenario, la
política social ha adoptado un enfoque basado en transacciones monetarias, excluyendo
a gran parte de la población empobrecida. Se ha pasado de ofrecer servicios mediante
ofertas individuales vinculadas a créditos para productores, financiamiento de proyectos
técnicamente aprobados por la tecnocracia, a una oferta indirecta de paquetes
tecnológicos a través del tercer sector y a una libertad del mercado para ajustar los
precios de los productos agropecuarios.

Esta perspectiva resulta en la caracterización del campesinado como un sector


desarticulado, marginado, homogéneo y al borde de la extinción, mereciendo
únicamente apoyos puntuales de asistencia o siendo considerado como parte de los
sectores escasos y disminuidos objeto de la política social en un contexto capitalista. De
esta manera, la única opción aparente para el campesinado en el marco del
neoliberalismo sería transformarse en un empresario moderno capaz de competir en
igualdad de condiciones en los mercados de tierra, capital y tecnología, o sumarse a las
dinámicas urbanas como proletariado.

En este contexto, se dibuja un panorama para el campesinado influenciado por una


política estatal que olvida los problemas estructurales de la cuestión agraria, aquellos
como el acceso a la tierra, la gestión de recursos para la producción y la mejora de la
calidad de vida de esta población, al establecer como coyunturales estrategias de
comercio neoliberal que amplían las desigualdades y provocan una pérdida relativa de la
autonomía alimentaria en contextos donde el hambre se convierte en una consecuencia
estructural de la mercantilización de las relaciones sociales. Este escenario se desarrolla
mientras las sociedades campesinas siguen desempeñando su papel como proveedores
de alimentos para las ciudades y contribuyen a la reproducción de las relaciones
capitalistas industriales.
Consideraciones ético-políticas para la construcción de políticas sociales en el
capitalismo agrario.
La conexión entre expropiación, violencia y capitalismo ha sido explorada por diversa
literatura académica (BOCHETTI, 2020; FONTES, 2020). Gran parte de los autores se
sitúan en los análisis de la acumulación primitiva desarrollados por Marx para
argumentar las relaciones fundantes del capital y sus maneras de recrearse
constantemente. Para Fontes (2020) existe una fuerte relación entre expropiación y
desempleo dado que desde el despojo son creadas masas de trabajadores disponibles
para vender su propia fuerza de trabajo. Esta condición establece relaciones de
subordinación en los valores de intercambio donde no basta con la importación de
máquinas, también, era necesario expropiar las condiciones de existencia que permiten
convertir sus medios de vida en capital. Desde esta visión, los trabajadores libres son
aquellos campesinos sin tierra que, desde sus desplazamientos, contra su voluntad
contribuyen a precarizar los salarios de quienes conservan sus empleos.

Para Bochetti (2020), el papel del Estado capitalista en los procesos de expropiación de
derechos es central al generar desde sus acciones medidas de concentración y
acumulación de capital por parte de la clase burguesa. El argumento de la autora parte
de afirmar que la asistencia social, desde su beneficio monetario, es destinado para
asegurar la reproducción de la superpoblación en condiciones mínimas de
supervivencia, creando condiciones para la sobreexplotación del trabajo. Lo indicado
puede ser evidenciado en las comunidades campesinas colombianas al posicionar los
gobiernos nacionales políticas de transferencias monetarias mínimas a sectores
específicos considerados vulnerables como estrategia de bienestar, no obstante, estas
medidas no discuten la reducción de derechos sociales que se configuran como
expropiación de sus medios de vida.
La llegada en el año 2022 del primer gobierno de izquierda en Colombia establece una
oportunidad para abordar desde la política social las causas estructurales de la cuestión
agraria, entre ellas las dinámicas de expropiación que dejaron sin tierra a las
poblaciones campesinas, la ausencia de medidas para la asistencia agropecuaria a los
cultivos de economías de minifundios y la generación de alimentos desde una
perspectiva soberanía y seguridad alimentaria donde su objetivo principal sea la lucha
contra el hambre en el país. Estas consideraciones se manifiestan de manera
esperanzadora en la administración del presupuesto del Estado donde las inversiones
para el sector agropecuario se triplicaron entre 2022 y 2024 pasando de 2.55 a 9.10
billones de pesos con la finalidad de construir una economía campesina alternativa a las
medidas neoliberales implementadas históricamente en las zonas rurales (Figura 1).

Fonte: Ministerio de agricultura. Goberno nacional da Colombia (2023)


Este incremento en la inversión del Estado representa un giro histórico en la continua
pauperización de los derechos de los campesinos en Colombia. El llegar a trazar su
discusión en mayor profundidad desde categorías teóricas como el fondo público
señalado por Behering (2020) y profundizada desde la categoría de capital estatal
analizada por Mandel (1982), establece un análisis del “conjunto de recursos que el
Estado moviliza y que extrae de la sociedad en forma de tazas, contribuciones,
impuestos, etc, para el desempeño de sus funciones” (BEHERING, 2020, p.4). Esta
connotación no sin antes señalar que las discusiones sobre fondo público enmarcan
innumerables determinaciones que no solo están sujetas al presupuesto sino que
envuelven un papel trascendental en la comprensión de la totalidad y el manejo de las
crisis en el sistema capitalista.
Pensar una política social que aborde la cuestión rural en Colombia debe tener presente
la dimensión de género como elemento transversal. Sobre este aspecto, en las zonas
rurales de Colombia hay aproximadamente 3,9 millones de hogares y 1,3 millones están
encabezados por una mujer. Para el año 2021 el 33,7% de las familias monoparentales
con jefatura femenina se encontraban en pobreza multidimensional y el 80% del trabajo
del cuidado era realizado por mujeres. La situación señalada se presenta en un contexto
donde una de cada dos mujeres es menor de 30 años y una de cada cuatro se reconoce
como parte de un grupo étnico (DANE, 2022). En este panorama, la política social rural
ha estado marcada por un bajo financiamiento y dificultades geográficas complejas para
la generación de intervenciones colectivas que promuevan transformaciones en los
patrones culturales del contexto. (BOTERO, 2021).

Por otra parte, a nivel espacial, desde las ideas de Harvey (2002) se observa que la
geografía rural impacta la prestación de servicios sociales para el tratamiento de política
social. Aspectos como la migración a ciudades ocasionada por la expansión urbana
como principal vía de desarrollo capitalista, las dinámicas neoliberales de crecimiento
agroindustrial acompañado por una baja financiación de los derechos sociales, la
titulación patriarcal de la tierra, el aislamiento entre viviendas y las largas distancias a
instituciones de salud y de justicia, son elementos que complejizan la implementación
de programas de intervención para la asistencia social en la ruralidad. Estos elementos
deben ser contemplados al momento de implementar acciones de intervención de la
cuestión social campesina colombiana.

Finalmente, Colombia demanda un proyecto nacional que abarque el acceso a la tierra y


al agua, el desarrollo tecnológico, la participación ciudadana y la organización
campesina. Es esencial revertir el latifundismo y la colonización, realizar inversiones
significativas en infraestructura rural, tanto social como productiva, y garantizar un
acceso amplio y transformador al sistema educativo. Además, se requiere abordar de
manera integral los conflictos violentos y llevar a cabo la desmovilización de las
organizaciones armadas en consonancia con estas transformaciones. Todos estos
elementos son indispensables para vislumbrar un escenario postcapitalista en el que las
desigualdades estructurales de la vida rural sean superadas, en palabras de Fischer
(2018) ¿Resultaría más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo?

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