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Colombia
Resumen
Presentación
Para el año 2018 la Organización para las Naciones Unidas (ONU) emitió una
declaración sobre los derechos de los campesinos y otras personas que trabajan en
territorios rurales con el fin de brindar instrumentos jurídicos internacionales para su
protección. Desde la perspectiva de Dejusticia (2022,2), "esta Declaración es una
herramienta que les permite a los países desarrollar y fortalecer políticas para ampliar el
reconocimiento del campesinado y mejorar su calidad de vida". En el año 2023, el
primer Gobierno de izquierda en la historia de Colombia ratificó estos acuerdos y
reformó la Constitución Política de 1991 con el objetivo de manifestar su
representatividad como sujeto especial de derechos dadas sus contribuciones culturales,
ambientales y alimentarias para una sociedad en paz.
La población campesina de Colombia ha sido uno de los grupos más afectados por la
violencia y el conflicto armado. A lo largo de la historia, los campesinos han sufrido
una grave injusticia social manifestada en hechos de represión, desigualdad, y
violaciones a sus derechos fundamentales. Las intervenciones estatales, marcadas por
una tecnocracia burguesa hegemónica, han agravado estas problemáticas e
implementado estrategias que no garantizan la protección de los derechos de los
campesinos. Entre estas medidas se incluye una política que ha acompañado desde
mecanismos jurídicos la expropiación de tierras y con ella la pérdida de derechos y la
profundización de masas de trabajadores desplazados a contextos urbanos para estar
disponibles como ejercito de reserva (MOTA, 2018).
Para la década de 1920, se produjo una rápida transformación de los campesinos sin
tierra de las fincas rurales colombianas a trabajadores urbanos. Esta crisis estuvo
directamente relacionada con las dinámicas de la economía nacional que buscaban
expandir la industria en las ciudades, lo que requería una gran cantidad de mano de
obra. Dado que la población urbana existente no podía satisfacer esta demanda, los
trabajadores necesarios provenían en su mayoría del campo. Siguiendo la perspectiva de
Harvey (2003):
Este ciclo de acumulación de capital al no tener cambio tecnológico necesita aumentar la fuerza
de trabajo a partir del incremento de la población y la población campesina o migrante quienes
serían peor pagados para movilizar fuerza de trabajo barata. Si esto falla, se posible movilizar sus
recursos para cambios tecnológicos que generen desempleo y posicionen un ejército industrial de
reserva (p, 20).
En la mitad de la década de 1980, impulsadas por la violencia rural generada a raíz del
conflicto armado, el narcotráfico y el paramilitarismo, se inician las políticas de apertura
económica en Colombia hacia los mercados internacionales. Estas medidas impactaron
fuertemente a las familias agricultoras, que, caracterizadas por niveles significativos de
pobreza, fueron las más perjudicadas al quedar expuestas a las fluctuaciones de los
precios en el mercado. Durante este período, los precios de numerosos productos
agrícolas en el país experimentaron una drástica disminución debido a una combinación
de la alta tasa de cambio real y la caída de los precios internacionales de productos
básicos a niveles históricamente bajos. Esta situación se vio agravada por la recesión en
el ámbito industrial y una sequía local, convirtiendo el año 1992 en el peor año agrícola
del siglo en Colombia (Berry, 2002).
La política agropecuaria a partir de los años 1990 se enfocó en alcanzar estos objetivos.
A través de las medidas del modelo neoliberal se impulsaron los monocultivos debido al
aumento demográfico de la fuerza de trabajo en las ciudades del país, los cambios en los
patrones alimentarios de una sociedad orientada al consumismo y los avances
tecnológicos que requerían grandes inversiones para la modernización rural. Estas
transformaciones fueron dirigidas por un Estado que fomentaba estos parámetros
mediante una educación orientada a la producción y la implementación de normas
legales que facilitaban la apertura de la competencia en los mercados y a su vez la
desaparición del campesinado con la finalidad de convertirlo en un empresario agrario.
Las políticas neoliberales han exacerbado las disparidades del multiculturalismo, entre
ellas la comprensión del campesino. El creciente empobrecimiento de los campesinos,
derivado de su reducido acceso a los recursos productivos, especialmente a la tierra y al
crédito, así como la apertura globalizada de la producción agraria sin considerar
procesos de soberanía alimentaria, impone una institucionalidad estatal que los obliga a
buscar otras fuentes de empleo e ingresos. En su mayoría, desde la perspectiva de
Correa y Alvarez (2000) terminan empleándose en condiciones precarias, en trabajos
temporales mal remunerados, convirtiéndose así en un ejército de reserva para las
dinámicas del capital.
Simultáneamente, el modelo económico capitalista ha agudizado las desigualdades entre
las explotaciones capitalistas y las pequeñas parcelas campesinas (Rubio 2003). A pesar
de las promesas neoliberales de que la liberalización de los mercados beneficiaría al
sector agrícola al potenciar las ventajas comparativas del ámbito agropecuario, los
análisis del desempeño del sector durante el período neoliberal sugieren un crecimiento
económico y una generación de empleo inferiores en comparación con el período de
desarrollo interno o la Industrialización a través de la Sustitución de Importaciones.
Para Bochetti (2020), el papel del Estado capitalista en los procesos de expropiación de
derechos es central al generar desde sus acciones medidas de concentración y
acumulación de capital por parte de la clase burguesa. El argumento de la autora parte
de afirmar que la asistencia social, desde su beneficio monetario, es destinado para
asegurar la reproducción de la superpoblación en condiciones mínimas de
supervivencia, creando condiciones para la sobreexplotación del trabajo. Lo indicado
puede ser evidenciado en las comunidades campesinas colombianas al posicionar los
gobiernos nacionales políticas de transferencias monetarias mínimas a sectores
específicos considerados vulnerables como estrategia de bienestar, no obstante, estas
medidas no discuten la reducción de derechos sociales que se configuran como
expropiación de sus medios de vida.
La llegada en el año 2022 del primer gobierno de izquierda en Colombia establece una
oportunidad para abordar desde la política social las causas estructurales de la cuestión
agraria, entre ellas las dinámicas de expropiación que dejaron sin tierra a las
poblaciones campesinas, la ausencia de medidas para la asistencia agropecuaria a los
cultivos de economías de minifundios y la generación de alimentos desde una
perspectiva soberanía y seguridad alimentaria donde su objetivo principal sea la lucha
contra el hambre en el país. Estas consideraciones se manifiestan de manera
esperanzadora en la administración del presupuesto del Estado donde las inversiones
para el sector agropecuario se triplicaron entre 2022 y 2024 pasando de 2.55 a 9.10
billones de pesos con la finalidad de construir una economía campesina alternativa a las
medidas neoliberales implementadas históricamente en las zonas rurales (Figura 1).
Por otra parte, a nivel espacial, desde las ideas de Harvey (2002) se observa que la
geografía rural impacta la prestación de servicios sociales para el tratamiento de política
social. Aspectos como la migración a ciudades ocasionada por la expansión urbana
como principal vía de desarrollo capitalista, las dinámicas neoliberales de crecimiento
agroindustrial acompañado por una baja financiación de los derechos sociales, la
titulación patriarcal de la tierra, el aislamiento entre viviendas y las largas distancias a
instituciones de salud y de justicia, son elementos que complejizan la implementación
de programas de intervención para la asistencia social en la ruralidad. Estos elementos
deben ser contemplados al momento de implementar acciones de intervención de la
cuestión social campesina colombiana.