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P. Raniero Card.

Cantalamessa ofmcap

"¡NO RECORDÉIS LO DE ANTAÑO!"

(Isaías 43, 18)

(Asamblea General de CHARIS, Aula Pablo VI)

Queridos hermanos y hermanas, al principio había pensado elegir las palabras de la Epístola a los
Hebreos como tema de mi charla:

“Recordad aquellos días primeros,… recién iluminados [por la luz de Cristo] […] No
renunciéis, pues, a vuestra valentía, que tendrá una gran recompensa. Os hace falta
paciencia.”

Detrás de esta decisión, se albergaba el deseo de señalar la necesidad generalizada que se siente en
la Renovación Carismática Católica (RCC) de volver a los orígenes, de "reavivar la llama" como
recomendaba el Apóstol a su discípulo Timoteo (2 Tim 1,6). Salvo que inmediatamente sentí
resonar en mí otra palabra profética que se superpuso a la primera. Una palabra que nos insta a
hacer un movimiento inverso: a no mirar hacia atrás, sino hacia delante:

«No recordéis lo de antaño,


no penséis en lo antiguo;
mirad que realizo algo nuevo;
ya está brotando, ¿no lo notáis?

Pensé que debía seguir esta sugerencia. Así pues, el Espíritu Santo nos exhorta a ser conscientes de
lo nuevo que ha hecho, desde el principio hasta hoy, y que sigue haciendo. No es mi intención – ni
tampoco es esta la sede – la de hacer un análisis de lo que ha cambiado en estos primeros 56 años
de vida de la RCC. Más bien, iré directamente al presente, a lo que está sucediendo "ahora mismo",
ante nuestros ojos y que a lo mejor "tampoco hayamos notado". La novedad -que ya ni siquiera es
novedad, puesto que es algo que está sucediendo desde hace ya algunos años - es que la RCC ha
pasado de ser tolerada y, poco a poco, incluso aprobada y alabada por la máxima autoridad de la
Iglesia, a ser activamente promovida, recomendada y, creo, también compartida por ella.

El Papa Francisco es un don que el Espíritu Santo ha hecho a toda la Iglesia, pero particularmente a
nosotros, los de la Renovación Carismática. Dejo a otros -quizá aún por venir- la explicación de las
razones de esta afirmación mía. Lo que nos interesa aquí, ahora, es sacar la consecuencia práctica
de la misma, que no es conformarnos con la "promoción", sino comprender a qué va unida. Es
decir, lo que el Santo Padre espera de la RCC y en particular de su órgano de servicio que es
CHARIS. No tengo que hacer quien sabe qué análisis para deducirlo puesto que él no se ha
cansado de repetirlo en varias ocasiones. Se trata básicamente de tres cosas:

- Contribuir al esfuerzo de evangelización de la Iglesia.


- Comprometerse con los pobres y necesitados.
- Trabajar por la unidad de los cristianos

Digamos algo sobre cada uno de estos tres compromisos. ¿Cuál puede ser nuestra (quizás, a mi
edad, debería decir "vuestra") contribución específica a la evangelización? La respuesta está en las
palabras programáticas con las que Jesús comenzó su ministerio público: “El Espíritu del Señor
está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres [literalmente,
para evangelizar]” (Lc 4,18). En ella vemos la primacía absoluta que el Espíritu Santo tiene en el
anuncio.

El medio primordial y natural por el que se transmite la palabra es el aliento, la respiración, la voz.
La Palabra de Dios también sigue esta ley. Se transmite por medio de un aliento, un soplo. Y el
soplo, o ruah, de Dios, según la Biblia, ¡es el Espíritu Santo! ¿Puede mi aliento -decía San Agustín-
animar tu palabra, o tu aliento animar mi palabra? No, mi palabra sólo puede ser pronunciada con
mi aliento, y tu palabra con tu aliento. Así, de forma análoga se entiende, la Palabra de Dios sólo
puede ser animada por el soplo de Dios, que es el Espíritu Santo.

Pero no insisto sobre este punto del que todos estamos muy convencidos, dentro y fuera de la RCC.
Hay un modo más concreto en el que la Renovación Carismática puede contribuir a la
evangelización. Al principio de su exhortación Evangelii gaudium, el Papa Francisco escribe:

Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora
mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse
encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense
que esta invitación no es para él.

A pesar de su aparente sencillez, esta expresión encierra una novedad que debemos intentar
comprender. Durante los cinco siglos que tenemos a nuestras espaldas –impropiamente llamados
"de la Contrarreforma" -, la espiritualidad y la pastoral católicas han visto con recelo esta forma de
concebir la salvación. Veían en ella el peligro (nada remoto e hipotético, al fin y al cabo) del
subjetivismo, es decir, de concebir la fe y la salvación como un hecho individual, sin una verdadera
relación con la Tradición y con la fe del resto de la Iglesia.

Ahora hemos entrado, gracias a Dios, en una nueva fase en la que nos esforzamos por ver las
diferencias, no necesariamente como mutuamente incompatibles y, por tanto, a combatir, sino, en la
medida de lo posible, como riquezas que podemos compartir. En este nuevo clima se comprende la
exhortación a tener una "relación personal con Cristo". Esta forma de concebir la fe nos parece, en
efecto, la única posible, puesto que la fe ya no es un hecho que se absorbe como niños con la
educación familiar y escolar, sino que es fruto de una decisión personal.

El éxito de una misión ya no puede medirse por el número de confesiones escuchadas y comuniones
distribuidas, sino por cuántas personas han pasado de ser cristianos nominales a cristianos reales, es
decir, convencidos y activos en la comunidad. Y ésta es la aportación más evidente que la
Renovación Carismática se propone -y, en lo pequeño, realiza- desde el punto de vista pastoral,

Tratemos de comprender en qué consiste concretamente este famoso “encuentro personal” con
Cristo. Yo digo que es como conocer a una persona en vivo, después de haberla conocido durante
años solo a través de una fotografía. Uno puede conocer libros sobre Jesús, doctrinas, herejías sobre
Jesús, conceptos sobre Jesús, pero no conocerlo vivo y presente. Para muchos, incluso bautizados y
creyentes, Jesús es un personaje del pasado, no una persona viva en el presente.

Ayuda a entender la diferencia lo que sucede en la esfera humana, cuando uno pasa de conocer a
una persona a enamorarse de ella. De una mujer o de un hombre se puede saber todo: cómo se
llama, cuántos años tiene, qué estudios ha hecho, a qué familia pertenece… Entonces un día salta la
chispa y se enamora de esa mujer o ese hombre. Todo cambia. Quieres estar con esa persona,
gustarle, tenerla para ti, temes desagradarle y no ser digno de ella.
Esta chispa se enciende de las formas y en los momentos más inesperados. En la mayoría de los
casos que he conocido en mi vida, ese descubrimiento de Cristo que cambia la vida se produjo al
encontrarse con alguien que ya había experimentado esa gracia, al participar en una reunión, al
escuchar un testimonio, al haber experimentado la presencia de Dios en un momento de gran
sufrimiento, y -nosotros somos testigos – habiendo recibido el bautismo del Espíritu.

Aquí vemos la necesidad de confiar cada vez más en los laicos, hombres y mujeres, para la
evangelización. Ellos están más insertados en el tejido de la vida en el que suelen darse dichas
circunstancias. Muchos de ellos han descubierto lo que significa conocer a un Jesús vivo y están
ansiosos por compartir su descubrimiento con los demás.

***

Pasemos al segundo punto que el Papa Francisco no se cansa de recomendar a la Renovación


Carismática: el compromiso con los pobres. Sabemos bien lo importante que es para él en todos los
ámbitos de la actividad de la Iglesia. Para ello, nos propuso retomar el documento de Malinas en el
que el cardenal Suenens y monseñor Hélder Câmara ilustraron apasionadamente este compromiso
que el mismo Jesús asoció indisolublemente a la evangelización con las palabras: " me ha ungido
para anunciar a los pobres la Buena Nueva".

Se me ha pedido que escriba una breve introducción a la traducción italiana de ese documento de
Malinas, y me tomaré la libertad de anticipar aquí algunos puntos, sobre todo para exhortaros a leer
este breve documento con atención y con el corazón abierto. En la época en que se redactó el texto,
la gran polarización en la Iglesia se daba entre los cristianos llamados "espirituales", que
subrayaban la importancia de la vida espiritual y de la oración, y los cristianos "comprometidos",
que insistían en la prioridad de la liberación humana de la pobreza. Desde cada uno de los dos
frentes -Suenens desde el ámbito espiritual y teológico, Câmara desde el ámbito social y
comprometido- se pone de relieve con extrema claridad y perfecta consonancia la inseparabilidad
de las dos exigencias según el Evangelio de Cristo.

Desde este punto de vista, el documento de Malinas vale por sí solo un curso de formación para la
RCC. Es un vademécum imperecedero. Y no sólo para la RCC, sino para toda la Iglesia y su
actividad evangelizadora. Tan actual hoy como en el momento en que fue escrito, aunque las
polaridades ya no sean exactamente las mismas que entonces. La voz de los dos autores -y en
particular la voz profética de Dom Hélder Câmara - resuena hoy en el magisterio y en los gestos del
Papa Francisco. El "credo" y el "llamamiento" que Dom Câmara dirige a la RCC me estremecieron
al releerlo, y creo que también pueden estremecer saludablemente a otros.

Sólo quisiera añadir algunas reflexiones que pueden ayudar a contextualizar el documento medio
siglo después de su redacción. En el pasado, algunos observadores externos, refiriéndose
precisamente al documento de Malinas, han criticado a la Renovación Carismática por no estar
suficientemente comprometida con los pobres y en el ámbito de la caridad.

Hay que admitir que esto es cierto, pero algunas observaciones pueden ayudarnos a evaluar mejor la
realidad de los hechos. La primera observación es que la RCC no es un movimiento, sino -según la
propia definición del cardenal Suenens- una "corriente de gracia". Esto significa que la RCC no
tiene un fundador, estructuras, organizaciones, edificios y oficinas, como tienen todos los
"movimientos" y órdenes religiosas. Si se piensa en un compromiso social organizado, con un
mínimo de recursos disponibles, parece difícil esperar mucho más de la RCC, sin que pase de ser
una corriente de gracia a convertirse cada vez más en un movimiento y una institución. Algo más
que los grupos de oración pueden hacer quizás las fraternidades carismáticas.
La conclusión, afortunadamente, no es tan negativa como pudiera parecer. El Papa Francisco ha
insistido repetidamente en las muchas pobrezas que hay en el mundo, y con gestos personales nos
ha hecho descubrir varias de ellas, ignoradas o poco consideradas. No sólo hay obras de
misericordia corporales, sino también espirituales. Entre las mismas obras de misericordia
corporales están dar techo a quien no lo tiene, dar de comer al hambriento, pero también cuidar a los
enfermos y visitar a los presos. Soy el menos indicado para dar nombres y cifras a este respecto,
pero sé que en muchos países la RCC ha realizado y sigue realizando una labor oculta, pero de valor
inestimable, (¡y no sólo de carácter espiritual!) en favor de los presos, y esto sin mencionar el
ministerio con los enfermos: visitas, oraciones y acompañamiento.

También hay que tener en cuenta otro hecho. Los millones de miembros que se aducen, cuando se
habla de la RCC, se refieren a todos los que han recibido el bautismo en el Espíritu, o han vivido, en
cualquier caso, una fuerte experiencia del Espíritu Santo y de sus carismas en el contexto de la
RCC; no indican los miembros "efectivos" o "inscritos" en el movimiento, que, por cierto, no prevé
inscripción ni registro de ningún tipo.

¡Cuántas realidades, incluso sociales y caritativas, son llevadas a cabo por personas que han tenido
la experiencia personal de un nuevo Pentecostés a través de la RCC y luego han servido a la Iglesia
en otros ámbitos, sin ninguna relación institucional con ella! Yo mismo he conocido varias de estas
realidades y casi siempre he descubierto que al principio de todo había habido, en la vida del
fundador, una experiencia personal del Espíritu (a menudo el "bautismo en el Espíritu"), aunque él
o ella no se siguieran llamando "carismáticos" ni profesaran ninguna afiliación a la RCC.

***

Seré más breve sobre el tercer punto, la unidad de los cristianos, también porque he agotado la
mayor parte de mi tiempo. La pasión por la unidad de los cristianos está en el ADN original de la
RCC. Nació del encuentro en oración de católicos con hermanos y hermanas pentecostales y
evangélicos. Pronto se reveló como la respuesta de Dios a la necesidad expresada desde muchos
sectores (incluido el cardenal Walter Kasper, cuando era presidente del Pontificio Consejo para la
Unidad) de un "ecumenismo espiritual" que complementara al doctrinal y le infundiera la fuerza
motriz del Espíritu Santo.

Me limito en esta ocasión a repetir algunas reflexiones que hice, a este respecto, en mi último
sermón en la Casa Pontificia, la pasada Cuaresma, cuando el Santo Padre estaba ausente al haber
sido hospitalizado. Todos estamos convencidos de que parte de la debilidad de nuestra
evangelización y acción en el mundo se debe a la división y luch a recíproca entre los cristianos.
Ocurre lo que Dios decía por medio del profeta Ageo:

“Esperabais mucho y sacasteis poco; | lo que llevasteis a casa yo lo dispersé. | ¿Por qué?
—oráculo del Señor del universo—. | Porque mi casa es una ruina, | mientras que cada uno
de vosotros | disfruta de su propia casa. ” (Ag 1, 9).:

La "propia casa" también significa la propia Iglesia o confesión. Jesús le dijo a Pedro: “Sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia” Él no dijo: “Edificaré mis Iglesias”. Debe haber entonces un sentido en
que lo que Jesús llama “mi Iglesia” abarque a todos los creyentes en Él y a todos los bautizados. El
Apóstol Pablo tiene una fórmula que podría cumplir esta tarea de abrazar a todos los que creen en
Cristo. Al principio de la Primera Epístola a los Corintios extiende su saludo a: “todos los que en
cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro” (1 Cor 1,
2).
Por supuesto, no podemos darnos por satisfechos con esta unidad tan vasta, pero tan vaga. Y esto
justifica el compromiso y la discusión, incluso doctrinal, entre las Iglesias. Pero tampoco podemos
despreciar y desatender esta unidad básica que consiste en invocar al mismo Señor Jesucristo.
Quien cree en el Hijo de Dios, también cree en el Padre y en el Espíritu Santo. Es muy cierto lo que
se ha repetido en varias ocasiones, a partir de san Juan Pablo II: “Es más importante lo que nos une
que lo que nos divide”.

En los casos en que no podemos dejar de desaprobar el uso que se hace del nombre de Jesús y la
forma en que se proclama el Evangelio, puede ayudarnos a superar el rechazo lo que San Pablo dijo
de algunos que en su tiempo anunciaban el Evangelio en un espíritu de rivalidad y “no con puras
intenciones”. “¿Qué más da?” – escribe a los filipenses – “Al fin y al cabo, de la manera que sea,
con hipocresía o con sinceridad, se anuncia a Cristo, y yo me alegro” (Flp 1, 16-18). Sin olvidar que
también cristianos de otras confesiones ven en nosotros los católicos cosas que no pueden
compartir.

***

Con esto he intentado ilustrar las tres grandes áreas en las que el Santo Padre llama a la RCC a
actuar. ¿Cómo podemos cumplir tareas tan exigentes? Aquí conviene recordar la primera palabra
que tenía en mente para comentar: " “Recordad aquellos días primeros, recién iluminados [por
Cristo]”. Recordad lo que era la Renovación Carismática en sus comienzos, o en el momento en
que la llama se adhirió a nosotros. Ciertamente no eran los largos discursos o los discursos “con
persuasiva sabiduría humana”, sino la presencia casi tangible y respirable del Espíritu Santo,
ocasionada por una palabra profética, un testimonio o un canto inspirado en lenguas. Nunca he
olvidado la emoción que sentí cuando oí, cantado por 40.000 personas de diferentes confesiones
cristianas, en el estadio de Kansas City en julio de 1977:

He is Lord, He is Lord!
He is risen from the dead and he is Lord!
Ev'ry knee shall bow, ev'ry tongue confess
That Jesus Christ is Lord.

Eso bastó para derribar las murallas de Jericó... ¿Queréis hacerme un regalo? Cantádmelo, en
inglés, todos los que lo conocéis. (En otros idiomas, por desgracia, se ha convertido en una especie
de marcha insulsa). Me uno a vosotros...

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