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S DEL TIEMPO
DEL ADVIENTO
Primera predicación de Adviento 2022 –
Cardenal Raniero Cantalamessa
LA PUERTA DE LA FE
Santo Padre, Venerados Padres, Hermanos y Hermanas
de la Curia Romana, me he preguntado varias veces cuál
sería el sentido y la utilidad de estos sermones de
Adviento y Cuaresma que interrumpen o retrasan
compromisos de un tipo e importancia muy diferentes.
Lo que me anima y me quita el escrúpulo de haceros
perder el tiempo, es la convicción de que no se viene a
estas charlas a oír opiniones o soluciones a los
problemas eclesiales del momento, sino a sacar fuerza
de las verdades de la fe y así enfrentar todos los
problemas con el espíritu justo. En definitiva, darse un
baño -o al menos un refresco- de fe, esperanza y
caridad.
Creemos que todos los que son salvos son salvos por los
méritos de Cristo: “No hay salvación en ningún otro,
pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro
nombre por el que debamos salvarnos.” (Hechos 4:12).
Sin embargo, una cosa es afirmar la necesidad universal
de Cristo para la salvación y otra cosa es afirmar la
necesidad universal de la fe en Cristo para la salvación.
El reto de la ciencia
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Segunda predicación de Adviento 2022 –
Cardenal Cantalamessa
La puerta de la esperanza
Esperando la bendita esperanza
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con Dios; es como intentar explicarle a un ciego de
nacimiento qué es la luz. San Pablo simplemente dice:
Se siembra un cuerpo sin gloria, resucita glorioso; se
siembra un cuerpo débil, resucita lleno de fortaleza; se
siembra un cuerpo animal, resucita espiritual. Si hay un
cuerpo animal, lo hay también espiritual. (1Cor 15, 43-
44).
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En cuanto a lo primero, el mundo no ha cambiado mucho
desde la época de Isaías y san Pablo. Ambos señalan el
dicho que corría en su tiempo: “Comamos y bebamos
que mañana moriremos” (Is 22, 13; 1 Cor 15, 32). Más
interesante es intentar comprender a quienes se
proponen -al menos como ideal- “vivir bien” no sólo
material e individualmente, sino también moralmente y
junto a los demás. Hay sitios en internet donde se
entrevistan a personas mayores sobre cómo, al llegar el
atardecer, evalúan la vida que han vivido. Son, en
general, hombres y mujeres que han vivido una vida rica
y digna, al servicio de la familia, la cultura y la sociedad,
pero sin ninguna referencia religiosa. Intentar hacer
creer a la gente que uno es feliz por haber vivido así, es
patético. La tristeza de haber vivido – ¡y de pronto no
vivir más! -, escondida por las palabras, grita desde sus
ojos.
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Durante un par de décadas, recuerdo, no se hablaba de
otra cosa en las universidades y muchos cristianos se
entusiasmaban de que hubiera alguien del otro lado que
aceptara tomar en serio la esperanza y establecer un
diálogo. Sobre todo, porque la inversión era tan sutil y el
lenguaje a menudo similar. La patria celestial se
convertía en la “patria de la identidad”; no el lugar donde
el hombre finalmente ve, cara a cara, a Dios, sino donde
ve al verdadero hombre, aquel en quien se realiza la
perfecta identidad entre lo que puede ser y lo que es. La
llamada “teología de la esperanza” nació como respuesta
a este desafío, aceptando, lamentablemente, a veces, su
enfoque. Lo que menos se percibe en todos estos
escritos es precisamente lo que Pedro llama “esperanza
viva” (1 Pt, 1,3), el estremecimiento de la esperanza. No
es vida, sino ideología.
Gaudium et spes
“¡Levántate y camina!”
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1.Augustin, Tract. sobre el Evangelio de Juan, 45, 2 (Quid prodest bene
vivere si non datur semper vivere?)
2.Cfr. cit por M. Yourcenar, Memorias de Adriano.
3.Cf. Ernst Bloch, Das Prinzip Hoffnung, 3 voll., Berlino 1954-1959.
4.Cf. Ch. Péguy, Le porche de la deuxième vertu, Œuvres poétiques
complètes, Gallimard, Paris 1975, pp. 534-539.
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Tercera predicación de Adviento 2022 – Card.
Raniero Cantalamessa
La puerta de la caridad
¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas
compuertas: va a entrar el Rey de la gloria. (Sal 24, 7). En
nuestro intento de abrir las puertas a Cristo que viene,
hemos llegado a la puerta más interior del “castillo
interior”, la de la virtud teologal de la caridad.
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Iglesia. Con su ayuda tratamos de comprender cuál es la
consecuencia que hay de descubrir y sobre todo de vivir
hacia la virtud teologal de la caridad.
Ahora bien, es muy cierto que amar a Dios con todas las
fuerzas es “el primer y mayor mandamiento”. Esto es
ciertamente lo primero en el orden de los
mandamientos; ¡pero el orden de los mandamientos no
es el primer orden, el que está por encima de todo!
Antes del orden de los mandamientos, está el orden de
la gracia, es decir, del amor gratuito de Dios. El
mandamiento mismo se funda en el don; el deber de
amar a Dios se basa en ser amados por Dios: “Nosotros
amamos porque él nos amó primero”, nos acaba de
recordar el evangelista Juan. Esta es la novedad de la fe
cristiana con respecto a cualquier ética basada en el
“deber”, o en el “imperativo categórico”. Nunca debemos
perderlo de vista.
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de todo, en el lugar del don, se pone el deber, en el lugar
de la gracia, la ley, en el lugar de la fe, obras.
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Esto no es el resultado del esfuerzo y de la iniciativa
nuestra, no es una excitación momentánea del corazón;
es la obra del Espíritu Santo. Jesús no habla aquí sólo del
bautismo; al menos no sólo el bautismo en agua. Se trata
de un renacimiento y de un bautismo “en el Espíritu”, o
“de lo alto” (Jn 3, 3), que puede renovarse varias veces a
lo largo de la vida. Fue lo que vivieron los apóstoles y
discípulos en Pentecostés y que también nosotros
debemos desear para conocer en alguna medida ese
“nuevo Pentecostés” que el Papa San Juan XXIII pidió a
Dios para toda la Iglesia al anunciar el Concilio.
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Sin embargo, la caridad no sólo edifica a la sociedad
espiritual que es la Iglesia, sino también a la sociedad
civil. En su obra La ciudad de Dios, san Agustín explica
que en la historia coexisten dos ciudades: la ciudad de
Satanás, simbolizada por Babilonia, y la ciudad de Dios,
simbolizada por Jerusalén. Lo que distingue a las dos
compañías es el amor diferente que las anima. La
primera tiene como móvil el amor de sí mismo llevado
hasta el desprecio de Dios (amor sui usque ad
contemptum Dei), la segunda tiene como móvil el amor
de Dios llevado hasta el desprecio de uno mismo (amor
Dei usque ad contemptum sui).
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a Dios, sino acoger con asombro el don que Dios Padre
hace al mundo de su propio Hijo.
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