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La perseverancia es un don que hay que pedir continuamente al Señor, porque por parte
de nuestra debilidad y de las fuerzas de nuestra voluntad nunca hay garantías. Y Ella
concede, lo mismo que otorga otros dones, a todo aquel que es fiel y humilde.
Hay grupos que están constantemente haciendo experimentos, probándolo todo. Pero
necesitarían más continuidad en lo que empiezan, aunque sean cosas muy sencillas y
pequeñas. Lo pequeño, como haya continuidad, al final se convierte en algo grande e
importante.
Cuando nos preguntemos qué es lo que de nosotros puede desear el Señor en este
momento, podemos siempre responder: entre otras cosas, perseverar en el camino de la
entrega a El y de lo que por El hemos emprendido y que haya más continuidad en las
personas y en la vida de cada grupo. Permanezcamos en su Amor.
En la Escritura tenemos aquel pasaje en el que se nos dice que los jóvenes verán
visiones y los ancianos soñarán sueños. Todos vosotros sois jóvenes y tenéis derecho a
tener visiones y yo, dada mi edad, tengo derecho a tener sueños. Tal vez sea la última
vez que me encuentro en una asamblea como ésta, que tenemos cada tres años. No sé si
dentro de tres años estaré con vosotros. Haré todo lo que esté en mí, pero... depende del
Señor.
Por esta razón me ha parecido bien compartir con vosotros algunos sueños sobre el
futuro de la Renovación. Lo mismo que la Madre Teresa hablaba de los cinco dedos de
la mano, yo hablaré de mis cinco sueños.
Pero esto es poco amplio porque no manifiesta más que un aspecto y no el más
importante. ¿Cuál es el aspecto más importante de la Renovación? Abrir el corazón y el
alma al Espíritu. El Espíritu, o el Dador, es mucho más importante que los dones.
Si consideramos lo que recibimos, lo que el Señor Jesús nos envía, vemos que es su
mismo Espíritu, y con El nos da lo que llamamos las tres virtudes teologales: ?Fe,
Esperanza y Amor. He aquí el primer don del Espíritu: Fe, Esperanza y Amor. San
Pablo decía que sin Amor todo lo demás no es nada. En esto, por tanto, debemos
centrarnos. Si, además de esto, observamos lo que el Espíritu está haciendo en la Iglesia
y en nosotros, vemos también un aumento de carismas.
Podemos considerar dos tipos diferentes de carismas: los normales u ordinarios, y los
extraordinarios.
Tenemos tendencia a perder de vista los carismas normales y cotidianos, que se usan
cada día por todos los cristianos del mundo, y no les prestamos la atención suficiente,
centrándonos demasiado en los carismas extraordinarios.
Cuando el Papa recibió a los Obispos belgas, les dirigió un importante discurso en el
que no usó la palabra "carisma", pero mencionó y remarcó todo lo que el Espíritu está
haciendo constantemente por todo el mundo a través del trabajo de los cristianos: obra
social, evangelización, etc. Mencionó todos los carismas ordinarios.
Si nos fijamos en los carismas extraordinarios, vemos que San Pablo nos da una lista de
27 carismas, pero el catálogo de carismas es interminable. No hay una teología clara
respecto a cada uno de ellos, ni podemos tocarlos o darles una forma como si fueran
objetos. No son como un negocio en el que se entra y se compra un don. Es el Espíritu
que trabaja en nosotros en formas distintas y complementarias. Cuando se da una acción
muy manifiesta lo llamamos carisma, pero esto no excluye todos los demás aspectos.
No es necesario hablar mucho sobre este punto. Baste decir que la palabra no es la
mejor. Muchos tratan de convertir el carisma en objeto, como tener dinero en el bolsillo.
Pero no es así, no es algo que se tenga en el bolsillo.
Hemos de saber distinguir entre carismas que forman parte de la constitución misma de
la Iglesia, y carismas que son fluctuantes o que acaso desaparecen.
Cuando fui ordenado diácono el Obispo me dijo "recibe el Espíritu Santo y te dará
fuerza para resistir los poderes del mal". Después al ser ordenado sacerdote, me dijo:
"Recibe el Espíritu Santo", y fui ungido sacerdote por el Espíritu Santo, y asimismo,
cuando fui consagrado como Obispo, el Obispo que me consagró me dijo: "Recibe el
Espíritu Santo".
Por lo cual no tiene sentido la distinción entre una iglesia carismática y una iglesia
institucional o sacramental. Sólo hay una Iglesia, con un aspecto visible y un aspecto
invisible, lo mismo que Cristo y el Espíritu son uno en la misma misión.
Es la presencia mística de Cristo en la unidad del Espíritu. Cristo está en el cielo. Es una
acción a través de la vida sacramental. Es El quien nos bautiza: es El quien se nos ofrece
en la Eucaristia, es El quien nos absuelve de nuestros pecados. Esta es la presencia
mística de Cristo que en unidad con el Espíritu y a través del Espíritu obra hoy. No
debéis hacer nunca tal separación. Es la misma realidad.
La Iglesia es una realidad carismática y al mismo tiempo una encarnación. Una realidad
sacramental. Hay que recalcar la unidad de todo esto porque aquí estamos en la realidad
de la fe.
A partir de esto tenemos razones para decir que la expresión "renovación carismática"
es demasiado estrecha. El P. Congar, que está a favor de la Renovación, dijo: "No puedo
aceptar que yo no sea un cristiano carismático, ya que todo cristiano es carismático,
pues ha sido ungido por el Espíritu".
El Papa, ¿es carismático? Por supuesto, porque es el Papa. Cuando decimos "Santo
Padre", digo: "eres ungido, ungido como Obispo de Roma que está al cuidado de la
parte visible de la Iglesia, de la unidad de la Iglesia". No digo: "tú eres santo", sino:
"estás ungido".
Por tanto cuando hacemos la división: este es el lado carismático y aquel es el lado
institucional, estamos perdidos desde el principio. Se crea una situación difícil, como
cuando la Madre Teresa de Calcuta dijo que ella no era de la Renovación Carismática.
¿No es una persona carismática? Veis, por consiguiente, la dificultad de esta palabra.
Renovación Pentecostal Católica
Por esto y por otras muchas razones, creo que la mejor forma de hablar sería decir:
"Renovación Pentecostal Católica”.
La objeción reside en que "Pentecostal" y "Pentecostalismo" están muy cerca el uno del
otro.
Es cierto. Pero el Vaticano II fue una renovación Pentecostal y tal fue el significado al
pedir el Papa Juan XXIII oraciones para que cayera sobre la Iglesia de Cristo un nuevo
Pentecostés. Fue en el Vaticano II donde la gracia de la Renovación Pentecostal se
derramó sobre 3.000 Obispos. Aquello fue la gracia Pentecostal ofrecida a la Iglesia.
Pero, si me preguntáis: ¿asumió cada uno de los Obispos todo lo que se le ofreció a la
Iglesia y se acogió esta gracia? Tengo que decir que no. Sin embargo, la gracia
Pentecostal tocó muchos aspectos de la Iglesia: hubo renovación en la Liturgia,
renovación en el ecumenismo, renovación en la vida sacramental. Así que tocó
diferentes aspectos de la Iglesia, no todos, pero sí aspectos importantes de la Iglesia.
Esto es lo que a todos nos interesa. Y, para expresarlo en pocas palabras, no se debería
decir: ¿estáis en la Renovación? Sino: ¿está la Renovación en vosotros? Eso es lo
importante.
No hace mucho que tuve una conversación con un benedictino y un jesuita, que están en
la Renovación, y les pregunté:
Así es. Creo que hay que esperar que el Espíritu vivifique y anime todo lo que del
Espíritu hay en la Iglesia y en vosotros.
Se necesita una organización, porque siempre, hay algo que organizar, un congreso
como este debe ser organizado, y esto sólo es necesario para fines prácticos. Pero la
Renovación debe estar abierta a todo el mundo. Este es el punto principal. No podríais
estar en un movimiento y en otro al mismo tiempo. Al menos sería difícil. Pienso que
no se puede ser jesuita y dominico al mismo tiempo. Pero se puede ser jesuita
carismático y dominico carismático porque no estamos en aquel tipo de subdivisión que
significa separación.
Mi sueño número 2 es exactamente el mismo que expresó el Santo Padre esta mañana
cuando recibió al grupo. Lo admirable es que el Papa ha dicho ahora exactamente lo
mismo que dijo hace dos años y que dijo Pablo VI en 1975 cuando abrió las puertas de
S. Pedro a la Renovación Carismática.
Siempre es el mismo tipo de Palabra de Dios que se nos dice a través del Santo Padre, la
Palabra que debemos escuchar de la Iglesia Católica. Y lo que dice ante todo es esto:
permaneced enraizados en la vida sacramental de la Iglesia.
Pero Jesús creó a través del Espíritu y en el Espíritu un Pentecostés. Por eso nosotros
estamos en el centro de Pentecostés, nacimos en Pentecostés, y así tenemos que regresar
al día en que nacimos. Si nacimos el día de Pentecostés, es allí donde tenemos que
encontrarlo, siendo la Iglesia el Sacramento de la presencia sacramental de Jesús. No ya
de la presencia histórica, sino de la presencia sacramental.
Es importante comprender esto: cuando Jesús vino, hizo históricamente tal o cual cosa,
estuvo visiblemente presente. Ahora actúa a través de las vías sacramentales, aunque,
desde luego, no excluye otros medios y fuera de la Iglesia también sopla el Espíritu.
Pero este es otro problema.
La realidad es, así lo pensamos, que todo se debe a la presencia sacramental de Jesús, y
lo mismo que Jesús es el Sacramento del Padre, de forma semejante la Iglesia es el
Sacramento de Jesús. El es quien nos bautizó, El es quien nos absuelve, El es quien nos
confirmó, y El quien creó el lazo de unidad entre marido y mujer, y quien me ungió a mí
como sacerdote. El es quien nos invita a la mesa de la Eucaristía.
Cuando el Papa nos dice que estemos enraizados en la vida sacramental de la Iglesia,
recalca dos sacramentos: el bautismo y la penitencia. Nosotros sólo acentuamos el
bautismo, la confirmación y la eucaristía, pero se puede seguir en todos los demás
aspectos. El día en que la Renovación sea plena y haya llegado a su meta, toda la vida
sacramental de la Iglesia será renovada en este mismo sentido, con nuevo impulso y
nueva vida.
2.- El Bautismo: Pascua y Pentecostés
Tuve que reaccionar al principio cuando oía decir a algunos carismáticos: "Hace dos
años que soy cristiano". - "¿Hace dos años que fuiste bautizado?". - "Oh, sí, estoy
bautizado, pero... ".
¿No crees en la realidad sacramental, que Jesús te bautizó en la Iglesia cuando eras
niño, sin que tú te dieras cuenta, pero siendo unido a El con toda la riqueza del Señor?
El hecho de que lo recibieras inconscientemente no quiere decir que no lo hayas
recibido. Está ahí y algún día lo descubrirás.
Por esta razón la Iglesia empezó con la tradición de bautizar a los niños, sin esperar a
que sean adultos, sino desde el principio, porque la historia del Señor con nosotros es
una historia de amor. El tomó la iniciativa porque nos amó primero, sin esperar a que
nosotros decidiéramos seguirle. El nos tomó en la unidad con El desde el principio lo
mismo que una madre toma a su niño recién nacido, sin esperar a que le diga "qué bella
eres, mamá". Desde los inicios nos tomó así, y por esta razón el Derecho Canónico y
distintas Conferencias Episcopales insisten en que se debe administrar el Bautismo en la
Iglesia a los niños que acaban de nacer, tan pronto como la madre pueda asistir. Es una
buena idea.
Por tanto, si creemos que estamos arraigados en la realidad sacramental, hay que
bautizar cuanto antes, lo contrario sería una falta de fe. Es la lógica de nuestra fe: desde
el principio.
En contra de este sentir hay una tendencia entre cristianos de hoy por la que se dice:
"Vamos a esperar, no queremos imponer nuestras opiniones al niño, hasta que tenga 18
o 20 años y tome entonces su propia decisión". Pero no se espera para cosas importantes
hasta que el niño esté de acuerdo. El niño también puede decir: "yo no os pedí que me
trajerais al mundo". Decidisteis cosas que hay que hacer desde el momento en que el
amor estaba ahí.
Pero, ¿cómo puede un joven a los 20 años tomar una decisión sobre su cristianismo, si
su familia nunca le permitió tocar el cristianismo, porque tenía que vivir en libertad? No
podrá tomar una opción por el cristianismo si no ha visto antes cómo su padre y su
madre viven ese cristianismo. Y si no ha orado, no tiene experiencia, y ¿cómo podrá
experimentar todo lo que esto es? Llegará un día, día muy importante, en el que él
deberá reconfirmar su bautismo, que ya estaba ahí en él.
Cuando hablo de bautismo y confirmación tengo que establecer un nexo entre ellos.
Están, además, tan unidos que nos hallamos en el centro de la Renovación. ¿Qué es la
Renovación? Es tomar una nueva conciencia de la confirmación, una nueva conciencia
de lo que pasó en Pentecostés. Hay un libro que se titula "Nuestro Pentecostés
Personal". Bien, eso es la confirmación: la renovación de Pentecostés.
Y ¿qué es el Bautismo? Es la fiesta de la Pascua. Pascua y Pentecostés son uno, no
podemos disociarlos, porque a través de Bautismo entramos en la muerte y
Resurrección de Jesús de forma que estamos abiertos para poder recibir el Espíritu
Santo al ser bautizados en el nombre del Padre y del Espíritu Santo. Esta es la realidad
central de la vida cristiana: no otra cosa, sino Pascua y Pentecostés en continuidad.
Es importante que en las generaciones futuras se ponga cada vez más el acento en la
apertura a la reconfirmación.
No me gusta mucho la palabra, ni quiero decir que la confirmación no haya sido una
realidad sacramental previa. Pero hoy se necesita asumir la confirmación y la decisión
de reafirmar y tomar personalmente todo lo que sucedió cuando uno fue bautizado de
niño y recibió después en la confirmación. Vemos en muchos países, y hablo
principalmente de los países que conozco en Europa, cómo hay cada vez más jóvenes
que ya no desean ser cristianos porque lo fueran sus padres. Esto es una tragedia y
hemos de darles una nueva oportunidad.
Un estudiante me dijo: "No, no me encontré con Jesús, fue Jesús el que se encontró
conmigo y esto cambió mi vida".
Lo mismo que cuando abrís un libro, se encuentran todas las páginas impresas y, de vez
en cuando, dentro del texto hay filigranas, un dibujo, así también de dos formas puede
ser mi historia: desde fuera, como la parte externa del libro, o desde dentro. "¡Señor!, Tú
estabas allí, en aquella reunión, en aquel encuentro, cuando conocí a mi mujer, en tal o
cual oportunidad... Señor, me has pedido que viniera y he dicho que sí. He leído tal o
cual libro, esta o aquella llamada telefónica, y he dicho que sí. Gracias por el pasado,
por cada momento del pasado."
"Señor, Tú eres mi presente, ¿cuál es la razón para que yo siga aquí en la tierra? ¿Qué
tengo que hacer yo en este mundo? No hay otra razón más que Tú. Aquellos tres
estuvieron en el Vaticano II y aquellos otros ya están en el cielo, así supongo, pero ya
no están aquí. Y ¿por qué sigo yo todavía vivo? Simplemente para ser testigo de que Tú
eres el Dios viviente y que tratas de hacer vivir a los cristianos y de mantenerlos unidos.
Tú Eres la plenitud de mi vida diaria, Señor, y Tú eres el futuro, el mañana, el pasado
mañana. Tú eres la eternidad, el regocijo para siempre. Esto es lo que Tú eres."
Si cada uno de nuestra generación con fe puede proclamar esto y decir: "Al fin me he
encontrado con el Señor, y este es un testigo", será un día importante para la
Renovación.
¡El misterio de la Eucaristía! Si algún día tenéis oportunidad, leed el bello libro del P.
Cantalamessa sobre "la Eucaristía de la Santificación", el cual merece la pena y es digno
de ser traducido a otras lenguas. Veréis que esto es la Eucaristía: Jesús que nos invita a
su mesa, y Jesús que nos dice: "Si no coméis mi Cuerpo y no bebéis mi Sangre, no
tenéis vida en vosotros."
Ahí está la prioridad, lo cual no excluye que leamos la Biblia en otras circunstancias,
pero ésta es la prioridad: el Señor me habla hoy a mí con esta parte de la Eucaristía, y
después de esto, entro en el misterio, y Jesús me dice: "Deseo alimentarte, yo,
personalmente. Ardientemente he deseado celebrar esta fiesta de Pascua contigo”.
La comunidad estructurada con Jesús es una comunidad estructurada con los sucesores
de los Apóstoles, los Obispos. La Iglesia se da plenamente en cada iglesia local, con tal
que esté en comunión con los demás Obispos, y de acuerdo con la Iglesia de Roma que
tiene un papel especial.
Antes del Concilio, cuando yo iba por las parroquias, siempre había quien me decía:
"nos sentimos felices de recibirle como representante del Santo Padre", y yo tenía que
responder: "el representante del Santo Padre es el Nuncio, yo no represento al Papa... ".
El Obispo no representa al Papa. Este es el error. Representa a Cristo. Una vez que se ha
comprendido esto, cambia la forma de ver las cosas.
Es muy bonito venir a Roma, pero no es necesario venir a Roma para escuchar que
debemos estar enraizados en las iglesias locales. Este es el mensaje del Papa.
La institución de los apóstoles sigue hoy en los Obispos, aunque en otra forma, en el
sentido en que los Obispos continúan un aspecto de los Apóstoles, pues no son testigos
de la vida terrena de Cristo.
Por tanto debéis estar enraizados en la vida local de la Iglesia, lo cual significa que
habéis de estar muy en contacto con el Obispo local para llevar a cabo el desarrollo de
la Renovación en armonía con él. A veces será difícil, porque el Obispo puede hacer
objeciones al oír atentamente, otras veces porque no estará informado, pero en última
instancia es él quien debe tomar la decisión, y esto es muy importante para que no
tengamos simplemente grupos de oración que empiezan y desaparecen.
El objetivo de la Renovación es que se renueven los árboles del bosque, y los árboles
del bosque son las parroquias, pequeñas o grandes. Pero los hongos no son el bosque, y
lo esencial es entrar en la vida cotidiana de la parroquia, ¿cómo?, este es el problema, y
entrar así en la vida de la diócesis.
Por lo tanto, cuando empiezan las co?munidades, desde un primer momento debe haber
un diálogo, para que el Obispo pueda pastorear y dar la enseñanza adecuada, viendo
cómo van evolucionando las cosas. Necesitó muchos años la Iglesia para elaborar las
normas por las que deben funcionar las comunidades religiosas, como cuál es el derecho
de cada uno de sus miembros, cómo se ha de dividir la autoridad, etc.
Hay una gran sabiduría en este desarrollo de las comunidades en el aspecto espiritual, y
se ha visto necesario que haya cierta separación y no una mezcla de unos y otros, y que
haya un tiempo para el trabajo y para todo lo que necesite cada uno. Todo debe estar
previsto desde el primer momento.
Ahora tenemos el nuevo Derecho Canónico en el que no todo está precisado, porque es
un nuevo fenómeno, pero es por donde hay que empezar en algún momento, y en las
primeras etapas hay que ir a hablar con el Obispo y ver qué considera oportuno que
debáis hacer en este contexto.
Sueño número 4: Estar enraizados en la fe apostólica de la Iglesia.
Cuando digo el Credo, digo que creo en la Iglesia que es una, santa, católica y
apostólica.
Apostólica: ¿qué significa esto? Esto quiere decir que nuestra fe tiene raíces en la fe de
los Apóstoles, lo cual significa que nos hallamos muy cerca de la Revelación, pues
cuando murió el último de los Apóstoles terminó la revelación y ya no habrá
revelaciones garantizadas por el Señor.
Si esta es nuestra fe, nadie está obligado a tener fe en otras cosas. Las revelaciones
privadas no son parte de nuestra fe. Se puede ser muy católico y no creer en las
revelaciones privadas. Esto no forma parte de la fe.
Pueden darse ciertas circunstancias en las que sea imprudente no creer, especialmente
en la vida de los santos, algo a lo que el santo está obligado a creer, sobre todo, si se lo
pide el Señor. Pero esto le afecta solamente a él, y nadie más está obligado a creerlo.
Mi fe es la fe de los Apóstoles. Así que tenemos que hacer una distinción muy clara: las
revelaciones privadas no forman parte de la fe cristiana, y no sólo las revelaciones, sino
también las apariciones, las visiones, y todo eso.
Incluso antes de creer en alguna aparición, sepan ustedes que hay actualmente unas
ciento cincuenta apariciones en diferentes países del mundo, y de cada una de ellas
refieren que nuestra Señora dice tales o cuales cosas, que luego resulta que ?son
distintas unas de otras, por lo que no pueden ser todas verdaderas.
Por tanto, ¿qué hemos de hacer? Creo que debemos estar enraizados en la fe apostólica,
la cual se encuentra en el Obispo del lugar. Esto es lo importante. "¿Ha dicho ya sí o no
respecto a su posibilidad?". No siempre será necesario que haga una declaración sobre
la autenticidad.
Pero esta es la clave: mientras el obispo encargado de una diócesis no hable, o esté
dudoso, o ponga objeciones, yo, como católico, no puedo decir que tengo que obedecer
a María en vez de al Obispo. Lo que la Señora dice es: escucha al Obispo, escucha al
Santo Padre.
No podéis usar el argumento que fácilmente se maneja en todas partes respecto a las
apariciones: que si los frutos son buenos, el árbol es bueno. Es un argumento delicado.
Cierto que en la vida normal de cada día decimos que si el fruto es bueno, el árbol es
bueno, pero esto es en el orden físico. Si hablamos sobre el orden moral, las cosas son
mucho más complejas, pues algo puede resultar bueno en un aspecto y malo en otro
aspecto, o dudoso en otro aspecto, o puede ser pura coincidencia. Es muy delicado usar
este argumento.
En mi libro "Renovación y poder de las tinieblas" he dicho que no porque algo que
hacemos tenga éxito debemos deducir un argumento a su favor. Hay cosas que pueden
resultar de la nada. Lo que escribí quizá sea útil para ustedes que van a vivir en el año
2.000.
Ya saben que cuando se aproximaba el año 1.000 cundió un gran miedo porque se creía
que el mundo iba a terminar en aquella fecha. Todos los libros de historia hablan del
gran miedo ante el año 1.000. Yo no soy profeta, pero, hablando entre nosotros, yo
profetizo que van a escuchar muchas cosas también al acercarse el año 2.000. No teman,
porque nadie sabe cuándo va a ser el fin del mundo; es mucho lo que ha de venir y
mucho lo que tiene que ocurrir antes de esto.
En aquel entonces hubo grandes conversiones por todo el mundo. S. Vicente Ferrer
predicó incesantemente por todas partes para preparar a la gente ante aquel momento, y
era maravilloso ver el número de conversiones que se daban, pero sin fundamento. Lo
cual significa que se pueden tener buenas razones a partir de algo que no tiene
fundamento alguno. Pienso que el Señor no se siente molesto si nos equivocamos en
nuestras oraciones, porque no se fija en si nos equivocamos, sino que escucha nuestras
oraciones, que es lo más importante.
Si me preguntan qué voy a hacer durante el resto de mi vida, les diré que voy a seguir
escribiendo algún librito, cuyo título puede ser "El Descanso en el Espíritu, o el
fenómeno de caerse, y la Renovación", para decir a la gente que sea muy precavida en
todo esto, que se tenga mucho cuidado.
Y si quieren saber más sobre estas cosas, podemos preguntar a mi amigo Du Plessis que
ha dicho: "Católicos, por favor, no cometáis los errores que nosotros hicimos en el
pasado."
Es todo lo que tengo que decir a este respecto. Procedamos con mucho cuidado, y no
andemos hablando de milagros, ni de maravillosas gracias... Posiblemente se den
buenos frutos en algunos casos, sin embargo este es otro fenómeno, que de vez en
cuando en un contexto médico, como por ejemplo la hipnosis, puede tener un efecto
bueno, pero no lo miren como milagro, ni pierdan la Renovación Carismática en tales
cosas.
Deben recalcar otras cosas mucho más importantes en el corazón de la Iglesia antes que
insistir en estas cosas.
Profecía quiere decir hablar algo bajo el impulso del Señor para uso de alguno o de
todos los que escuchan, lo cual es muy distinto de cuando hablamos acerca de hechos
futuros.
En un buen articulo de una revista americana leí cómo todos tenemos que ser testigos,
pero no todos tenemos que ser evangelistas, en el sentido de enseñar teología y dar más
formación.
Todos tenemos que ir a ser testigos de Cristo, diciendo nuestra experiencia del Señor y
todos escucharán. Si hacéis una exposición grande esto es solo para la mente, pero si les
decís sincera y llanamente lo que sabéis y lo que Cristo significa para vosotros, os diré
que nadie pondrá objeciones y que hay que ser testigos de ello.
Creo que si los grupos de oración se limitan a orar juntos, centrándose en sí mismos y
sin abrirse para anunciar el mensaje al mundo, desaparecerán. No salvaréis vuestra
alma, si no perdéis vuestra alma. No hay otra salida.
Es muy importante que nos reunamos para orar y compartir nuestra vida cristiana. Mi
sueño sería ver en las parroquias muchas y muchas células de personas que oran juntos,
compartiendo la vida cristiana, y que se reúnen el domingo, o, por lo menos, unas veces
al mes para orar con todas las comunidades que haya en la parroquia.
Este debería ser el modo de orar traducido en acción espiritual y en acción social. Esta
es la razón por la que escribí el libro con mi buen amigo Helder Camara, para decir que
si somos lógicos con la oración hay que traducirla en apostolado, y él, a su vez, dice que
si queremos tener raíces en el apostolado cristiano hemos de tener raíces en la oración.
Esa es la unidad que hay entre nosotros dos y esto es lo que decimos.
Tenemos que descubrir medios para llevar el Evangelio donde se necesite y debemos
pensar y planificar la forma de llevarlo a cabo. A veces tomamos iniciativas muy buenas
pero que quizá no tienen la necesaria continuidad.
Y siguiendo soñando sueños, mi sueño es que los grupos de oración deben encontrar su
vida apostólica en la continuidad de lo que hacen, y así les esperan bellos días en el
futuro. Pero si se marcha por caminos accidentados, no podrán sobrevivir para poder
entrar en el corazón de la Iglesia.
Tenemos que regresar a donde hemos empezado y abrir el libro de los Hechos de los
Apóstoles para recibir la primera descripción del lugar de donde salimos.
Creo que esto es lo que nos ha dicho el Papa. Y todo lo que nosotros podemos decir y
hacer ha de estar en continuidad con esto, y hemos de ir donde empezaron los cristianos.
Los Hechos de los Apóstoles dicen que se reunían constantemente para escuchar la
enseñanza de los Apóstoles, y esto significa la Iglesia apostólica, lo que nos dicen Pedro
y Pablo. Se reunían también para compartir la vida en común, para partir el pan y para
orar.
¡Amén! ¡Aleluya!
La palabra que hace presentes las realidades divinas es la unción del Espíritu Santo.
Esta unción obra de dos maneras: primero preparando a las personas y después
otorgando la Palabra.
Podemos dar otros nombres a la Palabra: es una unción, es la presencia del Hijo de Dios
en nosotros.
San Pablo, hablando del Evangelio dice abiertamente: "No me avergüenzo del
Evangelio, que es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree" (Rm 1, 16).
El Evangelio es la fuerza de Dios, porque, una vez que ha sido predicado se hace
presente la realidad salvífica de la Cruz y de la Resurrección de Jesús y podemos quedar
compenetrados por la personalidad humana de Jesús y por la acción del Espíritu Santo.
La vida cristiana no puede permanecer siempre en el mismo nivel. San Pablo dice en la
Epístola a los Romanos, hablando del hombre natural, que éste está vendido al pecado
(Rm 7, 14-23). Del cristiano no se puede decir que esté vendido al pecado. El capítulo
VII de la Epístola a los Romanos no es una descripción de la vida cristiana normal, pues
cuando Pablo dice: "no hago el bien que deseo, sino el mal que detesto", podemos
imaginar que, si ese es el caso de Pablo, también es el nuestro. Pero aquí no se trata del
caso de Pablo, sino del hombre sin la gracia de Cristo. Si leemos las notas de la Biblias
de Jerusalén escritas por S. Lyonnet, veremos que todos los comentaristas, tanto
católicos como protestantes, están de acuerdo en que el yo de este capítulo no es Pablo
sino el hombre sin la gracia.
Por tanto el principio del cambio debe aplicarse a nuestra vida diaria. Si, por ejemplo,
me encuentro hoy con los mismos problemas que hace seis meses, esto no es vida
normal del cristiano, y así lo debemos entender en la práctica del sacramento de la
confesión cuando semana tras semana, y mes tras mes, repetimos las mismas cosas.
La Palabra tiene el poder de cambiarnos, y así debe ser. Por eso el Nuevo Testamento
habla como habla.
Veamos otro pasaje en la Epístola 1ª de San Juan: "en cuanto a vosotros, estáis ungidos
por el Santo y todos vosotros lo sabéis" (1 Jn 2, 20). La unción, es el sentido del
ungüento, no sólo es una acción sino también una cosa, y esta cosa o realidad del
ungüento es la Palabra ungida por la acción del Espíritu Santo. En el versículo 27 añade:
"y en cuanto a vosotros, la unción que de Él habéis recibido permanece en vosotros y no
necesitáis que nadie ?os enseñe.
No podemos llegar a este estado de autoridad sin la unción del Espíritu Santo, la cual no
es algo que se deba a las fuerzas o recursos humanos.
El poder de la Palabra está precisamente en dar vida nueva, y por esto San Pedro, San
Juan, Santiago y otros con la autoridad del Espíritu Santo hablan en el Nuevo
Testamento del hecho decisivo de que nosotros hemos nacido por la Palabra.
Esto adquiere una gran importancia en nuestra vida personal y en la de nuestros grupos
de oración. La base de operaciones que el Espíritu Santo utiliza en nosotros es la mente.
Esta es de tan precioso valor que nosotros la debemos aplicar diariamente a la verdad y
a la realidad divina.
El hombre carnal vive de sus pensamientos y está encerrado en sí mismo. Cuando este
hombre es bautizado en el Espíritu Santo, el Espíritu abre su mente y lo convierte en
hombre nuevo, abierto, no cerrado, con recursos que antes no tenía.
El bautismo del Espíritu Santo es una realidad nueva que penetra en la personalidad
humana por la mente. El espíritu del hombre está en el lugar de su personalidad donde
reside el Espíritu Santo, y desde este trono el Espíritu Santo quiere dirigir toda la vida a
través de la mente.
Es una revelación otorgada por el Espíritu Santo al espíritu del hombre creyente,
comunicándole un conocimiento en la fe, un conocimiento seguro de quién es Jesús,
Hijo de Dios, Cabeza de su Iglesia, presente en la gloria del Padre y presente en el
corazón del creyente.
He aquí, pues, la palabra clave: una revelación comunicada por el Espíritu Santo al
espíritu del hombre, infundiéndole un conocimiento de fe seguro de lo que es Jesús,
Hijo de Dios, Señor en el sentido pleno de la palabra.
Cuando decimos "Jesús es Señor", decimos que Jesús es Yahvé. La Epístola a los
Filipenses dice: "toda lengua confiese que Cristo Jesús es SENOR" (Flp 2, 11): es la
proclamación de la fe que salva. El es el maestro de mi vida, sin duda, pero es más
todavía, es el Señor.
a) información, en el sentido cristiano, de que hay un Dios Padre, que Jesús es su Hijo,
el cual fue muerto por nuestros pecados y resucitado por el poder del Padre, y ahora es
la fuente del Espíritu Santo para todos los creyentes y Cabeza de su Cuerpo.
Todo esto es información. En España y en todos los países que fueron cristianos son
muchos los que no tienen esta información básica y fundamental.
c) Experiencia de cómo todo esto es verdad. La experiencia que, por ejemplo, nos
describe San Cipriano.
En nuestra vida, bautizados como estamos, es necesario pasar de este estado carnal al
estado espiritual por la gracia que siempre se ha encontrado en la Iglesia y que ahora
llamamos "Bautismo en el Espíritu Santo". Frecuentemente es una experiencia que
contiene en estado germinal la semilla de estas realidades. Hay una dimensión
emocional y una impresión espiritual.
Un principio teológico elaborado por Tertuliano dice: "Caro est cardo salutis": la carne
es la bisagra de la salvación. Un ejemplo de este principio es el Bautismo en el Espíritu
Santo, con la irrupción de los dones y esa capacidad de ser consciente de la presencia
del Señor como uno no lo era antes. Es el primer aspecto de la doble bendición, pues en
este estado se dan algunas veces emociones fuertes, pero no sólo emociones sino
también una impresión espiritual, una capacidad de sentir la presencia del Señor.
Por tanto, hay como dos aspectos de esta gracia clave, fundamento de toda la
Renovación Carismática, la cual no es un movimiento más, sino una gracia del Señor
para renovar toda la Iglesia, por lo que es también una gracia que renueva la vida del
Evangelio.
No solamente hay dones, a pesar de ser muy importantes en este estado inicial. Los
dones forman una parte de la revelación de la presencia del Señor, y cuando usamos
estos dones es siempre para los demás. Pero normalmente el primer beneficiado es el
sujeto que se encuentra en este estado, porque todos los dones son una confirmación de
la fe personal.
Después de esta gracia inicial viene la lucha verdadera entre esta vida nueva y la vida
del hombre viejo. Antes de llegar a este momento no se da una lucha verdadera sino
luchas falsas, muy bien descritas por S. Juan de la Cruz. Por ejemplo, en el hombre
cerrado puede existir lucha entre ambición y timidez u orgullo y sensualidad. Hay cierta
lucha y podemos aplicarle palabras espirituales pero esto no es verdad. Es el hombre
dominado por sus emociones e impulsos carnales y son luchas falsas.
Hay que ayudar a los hermanos a entrar en esta vida nueva, a abrirse a la acción del
Espíritu Santo, y se verá claro por qué los santos han hablado como han hablado.
Se puede escuchar a los jóvenes que nunca habían oído hablar de la lucha contra los
vicios. Espontáneamente empiezan a hablar así, porque en ellos se da esa realidad. Es la
señal primera y fundamental de la presencia del Espíritu Santo en una personalidad
humana que está convencida de su estado pecaminoso.
Y nos dirá: "¿Puedo? Tú me dices eso, pero ¿donde puedo ver que eso es verdad?"
"Yo lo que puedo decirte es lo que el Señor ha hecho por mí. Es la fuerza del
testimonio, no es algo abstracto, pues yo tengo una vida nueva que no tenía hace un año
o dos años; puedo ver los cambios de mi vida diaria, lo cual viene del poder del Señor y
esta es la Buena Nueva".
Por tanto empieza una lucha, y toda la lucha consiste en esto: en "permanecer en la
Verdad", según las palabras de S. Juan.
Veamos un ejemplo: si quiero viajar desde aquí hasta Bilbao, puedo ir andando, es
decir, usando sólo la fuerza que viene de mi mismo. Pero puedo ir a caballo, y en este
segundo caso todo mi esfuerzo consiste en mantenerme en el caballo. El pone el
esfuerzo y yo estoy encima de él.
Eso es la vida cristiana. Yo tengo que hacer algo, pero no es el ir de Madrid a Bilbao yo
solo con mis propias fuerzas, sino el mantener en el caballo con la fuerza del Espíritu
Santo, y esto es difícil porque hay muchas zonas de mi personalidad que no quieren. No
quiero ir a la Cruz, a la Resurrección, a la vida plena. Hay muchas áreas de mi
personalidad que no quieren. Yo no puedo superar estas zonas personalmente, pero
puedo mantenerme con la fuerza del Espíritu Santo, que es el poder de la Palabra.
Actividad interior
Permanecer en la Palabra significa una actividad interior intensa, iniciada y apoyada por
el Espíritu Santo, por la cual la persona humana asimila e interioriza la realidad del Hijo
de Dios y su poder salvífico en todas las zonas de su personalidad y de su ser.
Este poder de la Palabra para cambiar nuestra vida y permanecer en la Palabra es eso,
una actividad interior e intensa iniciada y apoyada por el Espíritu Santo. Nosotros
debemos cooperar, consentir, en el sentido de "sentir con", y evidentemente hay una
gran parte de nuestra personalidad que ni quiere hacer esto.
Sí, por ejemplo, el Señor me hace ver mi ambición, me encuentro ante dos
posibilidades: obrar de esta manera o de aquella otra, y veo claro hacia dónde me mueve
la Palabra del Señor, pero estoy tan apegado a esta manera, que es mucho más agradable
a mi egoísmo, y no hago lo otro. Me cuesta mucho romper. Es el ascetismo cristiano:
debo hacer las cosas para asegurar que no voy en esta dirección, pero el poder de
cambiar no viene de mi, sino de la fuerza de la Palabra que me conduce en esta otra
dirección.
Una vez yo consiento a este impulso del Espíritu Santo llegaré aquí, no por mi fuerza,
sino por la Palabra del Señor.
El hecho de hallarme aquí es todo obra del Señor, y esto es un experiencia diaria, es la
base de lo que llamamos arrepentimiento.
Con este movimiento viene una iluminación interior que nos capacita para darnos
cuenta de la situación humana verdadera. Nosotros somos incapaces de hacer nada para
la salvación. Tal es la doctrina tradicional de la Iglesia. Basta leer los capítulos de
Concilio Tridentino sobre la justificación del hombre. En medio de la lucha entre
católicos y protestantes la Iglesia ha proclamado el hecho de que el hombre con sólo sus
fuerzas y recursos humanos no puede salvarse. Lo único que podemos hacer con
nuestras fuerzas humanas es conseguir nuestra muerte infernal y eterna.
Es un hecho, no una cosa imaginaria, que cuando vemos esto lo vemos no con nuestra
mentalidad humana, porque con ella no queremos verlo ni podemos, sino con la
revelación otorgada por el Espíritu Santo. Tal es la situación humana, y así entendemos
que las cartas de S. Pablo no son meras exhortaciones espirituales sino una descripción
de la historia humana, una filosofía de la historia inspirada por la autoridad del Espíritu
Santo.
De aquí deriva también la capacidad de compasión por el hermano, por haber estado
antes nosotros en su misma situación sin la gracia del Espíritu Santo. Y con esta
compasión viene el celo para evangelizar y para compartir esta vida nueva utilizando
todos los medios imaginables. Nosotros los dirigentes de la Renovación Carismática
tenemos esta responsabilidad de evangelizar a todo el mundo, no imponiendo nuestras
ideas, sino atrayendo a los demás a Jesús con el poder del Espíritu Santo.
Gran dificultad: predicar el Evangelio con convicción
La gran dificultad por la que atraviesa la Iglesia en este momento es ésta: el Evangelio
no se predica con convicción, las palabras se repiten continuamente, pero los que oyen
no cambian porque son palabras humanas,
Las cosas que pasan de una mente humana a otra son ineficaces, pero cuando pasa una
realidad de un espíritu santificado a otro espíritu casi ahogado, si entre los dos existe la
Palabra, se puede operar la conversión del otro porque esta palabra es ungida por el
Espíritu Santo. El Espíritu habla al espíritu y la mente a la mente, la emoción a la
emoción.
Hay un texto muy fuerte en la 1ª Epístola a los Tesalonicenses. Pablo está convencido
de que Dios ama a los Tesalonicenses porque dice: "Conocemos, hermanos vuestra
elección; ya que os fue predicado nuestro Evangelio no sólo con palabras sino también
con poder y con el Espíritu Santo y con plena persuasión". (1 Ts 1, 4-5). Todo esto:
poder, Espíritu Santo y persuasión son dones del Espíritu Santo. El hecho de que Pablo
pudiera ver el resultado de esto en los fieles de Tesalónica le llevó a la conclusión de
que eran elegidos de Dios. Es otra ampliación de este principio del cambio a la actividad
pastoral.
Si nosotros no permitimos que el Señor nos haga ver nuestro estado pecaminoso, ¿qué
es lo que creemos? "¿debemos permanecer en el pecado para que la gracia se
multiplique? ¡De ningún modo! Los que hemos muerto al pecado ¿cómo seguir
viviendo en él?" (Rm 6, 1-3). ¿O es que ignoráis que cuando fuimos bautizados en
Cristo Jesús, en el Espíritu Santo, fue en el pleno sentido de la palabra, no sólo por la
acción sacramental, tan importante como es, sino por la asimilación de esta gracia con
sus tres elementos: información, decisión y experiencia?
"Porque si nos hemos hecho una misma cosa con El por una muerte semejante a la suya,
también lo seremos por una resurrección semejante; sabiendo que nuestro hombre viejo
fue crucificado con El, a fin de que fuera destruido este cuerpo de pecado" (Rm 6, 5-60.
Se puede dar una ilusión muy complicada, solamente propia de los especialistas.
Cualquier especialista, si no se convierte, no puede entender esto: "Cristo, una vez
resucitado de entre los muertos, ya no muere más y la muerte ya no tiene dominio sobre
El, su muerte fue un morir al pecado de una vez para siempre" (Rm 6, 8-10). ¿Cómo se
dice que su muerte fue un morir al pecado, si El nunca pecó? Jesús ofreciendo su vida al
Padre destruye la muerte y el pecado. Su muerte es muerte a la vida del pecado y
nosotros también en El. "Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y
vivos para Dios en Cristo Jesús". (Rm 6, 11).
No es una exhortación, sino un hecho objetivo, lo mismo que todo este paso del estado
carnal al estado espiritual, que hemos descrito como un permanecer en la Palabra. Todo
es efectuado por el poder de la Cruz.
¿Qué quiere decir esto? Que cuando me encuentro con un hábito pecaminoso ya
inveterado, de 30 ó 40 años, si pido al Señor el poder de su Cruz para hacer morir este
hábito, veré una autoridad nueva sobre esto. No del todo evidentemente en el primero,
segundo o tercer día, pero al cabo de unas semanas o meses veré que queda reducido a
la impotencia. Todos entendemos lo que esto quiere decir y cómo es una práctica diaria,
lo cual es otro aspecto del arrepentimiento.
Cuando oímos hablar de los santos, pensamos casi siempre en los sufrimientos, pero
cuando leemos sus escritos, nos hablan de alegría, se muestran muy contentos por lo que
el Señor ha hecho en ellos. No hablan mucho de sufrimientos. Hablan de la alegría.
Esta espada separa más y más, y nosotros lo podemos discernir y ver la diferencia entre
el hombre viejo y el hombre nuevo. La espada corta toda la personalidad del hombre,
haciéndole ver dónde es carnal y dónde espiritual. Solamente con el crecimiento de este
poder de la Palabra, personalmente asimilada, vemos que la espada puede ejercer toda
su capacidad y podemos discernir y ver fácilmente en qué cosas estamos usando
solamente nuestra fuerza carnal y cómo nos sentimos impotentes.
También podemos ayudar a los demás a distinguir con sabiduría en qué casos se trata de
una fuerza psíquica y no de algo espiritual, porque el Señor es abierto y acepta la buena
voluntad.
No debemos ahogar el Espíritu, pero hemos de juzgar dónde se hallan las fuerzas
espirituales y dónde las psíquicas, y cómo las fuerzas psíquicas nada válido pueden
hacer para el Reino de Dios.
Para esto tenemos "la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios" (Ef 6, 17).