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La gozosa emoción que provocó la idea del aggiomamento, hace tiempo que se ha
apagado. Lo que había comenzado como un viento impetuoso y carismático de
pentecostés, ha entrado a ojos vistas en el quehacer diario y se enfrenta con las fatigas
de ese quehacer y con sus contrariedades. Están por un lado aquellos que piden que se
hagan por fin «alfileres con cabeza», es decir, que no nos paremos a medio camino, sino
que se lleve a cabo el trabajo completo.
A decir verdad, para muchos esto significa de hecho que la Iglesia debe finalmente
adaptarse a la conciencia media de hoy y arrojar al montón de la chatarra todo lo
escandaloso o extraño, que no puede ajustarse al medio ambiente estadísticamente
documentado. Están, por otra parte, los defensores de un catolicismo antimodernista, de
espíritu restaurador, del cuño de Pío IX, que dicen ahora: ¿No os lo habíamos dicho ya
que esto llegaría? ¿Veis ahora adonde conducen la renovación, el concilio, el
debilitamiento de la autoridad central? A la ruina completa, a la disolución, a la herejía,
si no a algo todavía peor. Y ahí están, entre dos piedras de molino, los que han luchado
y sufrido juntos para que se realizara la renovación y que empiezan a preguntarse si las
cosas no han ido siempre mejor bajo el régimen de los llamados conservadores, que no
bajo el dominio del «progresismo». Hans Urs von Balthasar, que hace quince años
aproximadamente escribiera su valiente librito Schleifung der Bastionen (derribo de los
bastiones) ha reconocido entre tanto que este toque de corneta obliga en adelante al
corneta mismo a nueva reflexión; que se siente de manera creciente obligado desde
entonces a tocar en dirección completamente distinta, en una dirección que puede poco
más o menos expresarse con estas palabras: «...con apertura al mundo, aggiornamento,
dilatación del horizonte, traducción de lo cristiano a una lengua y mentalidad
inteligibles para el mundo de hoy, sólo se ha hecho una mitad.
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¿QUÉ SIGNIFICA RENOVACIÓN DE LA IGLESIA?
la cristiandad. Así hubo de vivirlo ya Pablo que realizó el paso del Antiguo Testamento
al Nuevo por la fe en su Señor, combatió con vigor inquebrantable por la novedad y
renovación cristianas contra la antigua levadura y a quien, sin embargo, casi se le
cortaba la voz cuando contemplaba en qué había parado para los corintios la liberación
de la ley: en el «todo está permitido» de una libertad cristiana que se volvía en gnosis,
es decir, en un reformismo arbitrario 4.
Lutero pasó de otra manera por una experiencia semejante cuando, durante su estancia
en la Wartburg, los tormentosos vientos de renovación parecían barrer súbitamente
todos los diques, y la renovación vino a parar en iluminismo caótico; incluso en una
ciudad tan sensata como Münster, se desarrollaron pocos años después procesos por los
que esta ciudad ha inscrito para siempre su nombre en la historia del iluminismo
cristiano5. Acaso podamos decir que, en parangón con lo acontecido entonces, todo se
desenvuelve hoy con relativa innocuidad y orden. Pero la problemática de la
renovación, la necesidad de llegar a un discernimiento de los espíritus, que borre la
semejanza superficial que confunde la mera modernización con la verdadera renovación
y procura así armas eficaces a sus adversarios, esta necesidad no se dispensa tampoco a
nuestra generación. En tal sentido, la hora presente plantea imperativamente la cuestión
de dilucidar la verdadera naturaleza de la renovación de la Iglesia.
1. Planteamiento de la cuestión
4
Cf. también H. SCHLIER, Über das Hauptantiegen des Ersten Briefes an die Korinther, en Die Zeit der
Kirche, Friburgo de Brisgcvia 1958, 147-159; id., Kerygma und Sophia. Zur neutestamentlichen
Grundlegung des Dogmas, l.c, 206-232.
5
Cf. H. TÜCHL-E, Geschichte der Kirche III, en Geschichte der Kirche, Einsiedeln 1965, 63s. 90s; R.A.
KNOX, Enthusiasm, A chapter in the History of Religión, Oxford 1950, 126-135.
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Sobre la necesidad de esta pregunta para la recta inteligencia del concepto de aggiornamento, O.
Cullman ha llamado entretanto enérgicamente la atención en Sind die Erwartungen erfüllt?, Munich
1966, 40ss.
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JOSEPH ALOIS RATZINGER
tener la suficiente honradez de decir que se aspira a la sustitución del cristianismo por
otra cosa más ajustada a nuestro tiempo.
Naturalmente que el cristiano tendrá también que hacerse a la postre y muy a fondo la
pregunta: ¿Por qué sigo siendo cristiano? ¿Por qué quiero la renovación, es decir, la
nueva y permanente vitalidad de lo cristiano y no su sustitución por algo nuevo y
distinto, que puede desde luego aprovechar elementos cristianos, pero con los que no
está vinculado? Mas la misma sinceridad que fuerza al cristiano de hoy a hacerse esa
pregunta, le fuerza también a separarla, como problema fundamental previo, del
problema de la renovación cristiana. Justo si quiere permanecer espiritualmente sincero,
no le es lícito, por una pereza que soslaya las decisiones irrevocables y no quiere
desprenderse de la bella apariencia de lo pasado, mezclar ambos problemas y bajo el
manto de la renovación cristiana llevar a cabo el desmontaje de lo cristiano, tal vez
inconscientemente. Pero esa falta de conciencia no excusa: se funda en una cobardía del
corazón que no quisiera renunciar a lo cristiano, pero tampoco aceptarlo plenamente y
por eso tapa de modo vergonzante la renuncia de que se habla en el bautismo; en una
cobardía, que se mantendría de buena gana en conexión con el viejo mensaje de la
Biblia y se espanta del gran vacío que resultaría de una renuncia total y rotunda, pero
que tampoco está dispuesta a aceptar la exigencia cristiana y así, al querer abarcar a la
vez ambas cosas, el cristianismo y la comodidad de la mentalidad media moderna
amparada por la estadística, no es ni fría ni caliente; está en aquella tibieza que sólo
merece ser vomitada (cf. Ap 3,15s).
La primera pregunta fundamental — ¿Por qué sigo siendo realmente cristiano? — debe
anteponerse en el contexto de esta reflexión; hacer esa pregunta y esclarecer así la razón
y sentido de la decisión cristiana será a la verdad una de las tareas más importantes de la
teología de nuestro tiempo. Aquí se trata únicamente de la segunda pregunta, que
supone la primera: ¿Qué quiero entonces, si me he decidido por la cristiandad y aspiro a
la renovación cristiana, que debe ser renovación de lo cristiano y entraña, por ende, el
«sí» a lo cristiano; que — con otro giro — no pretende la secreta disolución, sino la
revitalización del cristianismo? En el fondo con este esclarecimiento de la cuestión
hemos logrado ya una primera respuesta. Ahora podemos decir que la renovación de la
Iglesia y de lo cristiano es un proceso que supone la fe y acontece en el interior de la fe;
no pretende, consiguientemente, un minus, sino un plus de cristiandad.
2. El criterio de la renovación
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¿QUÉ SIGNIFICA RENOVACIÓN DE LA IGLESIA?
Ello quiere decir que la renovación propiamente dicha no está en las nuevas letras; el
que se logre, depende del grado en que las nuevas formas se conviertan en medio para
dar el paso esencial que consiste en la transición del hombre viejo al nuevo, del amor
propio a la caridad. También la nueva liturgia será un cántico viejo, si no emprende una
y otra vez el camino para ser medio del amor que nos une con Jesucristo. No basta
sustituir viejas rúbricas por rúbricas nuevas, si no se pone en claro la insuficiencia de
todo lo ritual y su mero carácter de servicio para lo que es más que rúbrica y rito.
7
In Ps 95,2 en CChr 39, 1343.
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Con esta idea hemos llegado a un punto crítico de nuestras reflexiones; porque, si la
letra, la forma exterior, resulta tan indiferente como pudiera ahora parecer, en tal caso la
renovación habría de disolverse en un llamamiento puramente personal, en algo
meramente espiritual; y entonces apenas si puede haber ya propiamente renovación
eclesial, que no es una simple renovación individual cristiana, para la cual parecen casi
indiferentes las formas e instituciones en que se realiza el todo. Sin embargo, semejante
idea desconocería por completo la dimensión del hombre hacia los otros hombres, el
carácter colectivo e histórico del hombre, por el que ha de entenderse la importancia de
lo eclesial en general y, por lo mismo la importancia de la forma eclesial de la fe. Por
esta razón, la renovación cristiana debe iniciarse desde luego, esencial y
fundamentalmente, por la renovación de los cristianos, si no quiere quedarse en bronce
que suena y campana que retiñe; pero debe expresarse en una renovación de la forma
eclesial, si no ha de quedarse en entusiasmo que se desvanece sin efecto. Sólo así hemos
llegado al problema de la renovación de la Iglesia en sentido propio y estricto. Para
encontrar aquí una respuesta, sería necesario plantear esta cuestión: ¿Qué es falso en la
Iglesia, medido por la medida del origen? Ésta es exacta y únicamente la cuestión que
debe imperar como criterio en todo esfuerzo por la renovación de la Iglesia.
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¿QUÉ SIGNIFICA RENOVACIÓN DE LA IGLESIA?
Volvamos una vez más a las desviaciones de tiempos pasados, que oscurecen nuestro
presente cristiano. Además de los procesos de la edad media y de la antigüedad, habría
que considerar la desviación más próxima a nuestro presente y que, por ello, grava de
manera más inmediata; nos referimos al estrangulamiento de lo cristiano, que tuvo su
expresión en el siglo XIXy comienzos del XX en los Syllabi de Pío IX y Pío X, de los
que dijo Harnack, exagerando desde luego, pero no sin parte de razón, que con ellos
condenaba la Iglesia la cultura y ciencia modernas, cerrándoles la puerta10; y así,
añadiremos nosotros, se quitó a sí misma la posibilidad de vivir lo cristiano como
actual, por estar excesivamente apegada al pasado. Si echamos una mirada retrospectiva
a las experiencias por las que entretanto hemos pasado, a los procesos en que la Iglesia
buscó su defensa aferrándose al pasado, tendremos que decir que también aquí se
cumple aquello de no poder recoger maná para el día siguiente, si no se quiere que se
agusane (cf. Éx16,19s); sólo se puede recoger lo que basta para cada día confiando en la
bondad divina f encomendando a Dios el día de mañana: a cada día le basta con su
propia malicia (Mt 6,34)11.
9
De paenit, i 15, 82 en CSEL 73, 157. Debo la cita de este texto al trabajo, de importancia extraordinaria
para el problema de la relación de la Iglesia y del Antiguo Testamento, de mi alumno V. HAHN, Das
neue Cesetz. Eine Untersuchung der Auffassung des Ambrosius von Maüand vom Verhaltnis der beiden
Testamente, Münster 1969, 433-447.
10
«El Syüabus, que, junto con algunas cosas malas, condenó también en su totalidad el espíritu bueno del
siglo xlx.» (Lehrbuch der Dogmengeschichte ni, 1932, 757 nota 1).
11
La comparación con el maná me salió al paso en contexto semejante, pero con otra interpretación en G.
MARÓN, Credo in Ecclesiam?, en Materialdienst des Konfessionskund-Hchen Instituts Bensheim 15
(1964), 1-8.
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La manera como fueron vividos entre los fariseos y en Qumrán los imperativos del
Antiguo Testamento, parece a primera vista Henar todos los requisitos de una
renovación verdaderamente espiritual. Toda relajación mundana viene estrictamente
rechazada hasta la solución radical del grupo de Qumrán, que deja el mundo y se
construye su propio mundillo aparte. La herencia espiritual tradicional se acepta con el
mayor rigor y con una seriedad radical hasta la absoluta fidelidad a la letra en los
fariseos, que aún fue superada por los esenios12. Sin embargo, precisamente en este
doble «hasta» va también implícito el verdadero fallo de ese camino. En último término,
no se trata ya del espíritu, sino de la letra que se ha hecho suficiente; pero una
renovación espiritual no puede venir de la letra ni de la literatura de un sistema, sino que
debe realizarse espiritualmente, partiendo del sentido y no de sus exteriorizaciones.
El mero aferrarse a todas las posiciones que fueron un día conquistadas, no salva ni
renueva, porque la fe es algo distinto que una suma de ejercicios de piedad. Lo que
importa no es que no hagan muchas cosas, sino que se obre la verdad en la veracidad,
porque verdad sin veracidad ha perdido su alma y queda ineficaz aun cuando verdad. La
fe no es cuestión de cantidad, de dilatados ejercicios y acciones, por lo que tampoco
puede renovarse porque se añadan nuevas devociones a las antiguas, ni se la puede
tampoco dañar porque disminuya la cantidad de los ejercicios. La fe es vida, que, como
12
Sobre el conjunto cf. M. SIMÓN, Díe jüdischen Sekten tur Zeit Christi. Einsiedeln 1964; cf. también A.
VOGTLE, Das offentliche Wirken Jesu auf em Hintergrund der Qumranbewegung,Friburgo de
Brisgovia 1958.
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¿QUÉ SIGNIFICA RENOVACIÓN DE LA IGLESIA?
vida del espíritu, sólo prospera en la veracidad, que requiere la libertad como marco
para su realización. ¿Quién podría poner en duda que también hoy se da en la Iglesia el
peligro del fariseísmo y del qumranismo? ¿No ha intentado efectivamente la Iglesia, en
el movimiento que se hizo particularmente claro desde Pío IX, salirse del mundo para
construirse su propio mundillo aparte, quitándose así en gran parte la posibilidad de ser
sal de la tierra y luz del mundo? El amurallamiento del propio mundillo, que ya ha
durado bastante, no puede salvar a la Iglesia, ni conviene a una Iglesia cuyo Señor
murió fuera de las puertas de la ciudad, como recalca la carta a los Hebreos, para añadir:
«Salgamos, pues hacia él delante del campamento y llevemos con él su ignominia...»
(Heb 13,12s). «Afuera», delante de las puertas custodiadas de la ciudad y del santuario,
está el lugar de la Iglesia que quiera seguir al Señor crucificado 13.
No puede caber duda de lo que, partiendo de ahí, podrá decirse de los bien
intencionados esfuerzas do quienes tratan de salvar a la Iglesia salvando la mayor
cantidad pasible de tradiciones; de quienes a cada devoción que desaparece, a cada
proposición de boca papal que se pone en tela de juicio barruntan la destrucción de la
Iglesia y no se preguntan ya si lo así defendido puede resistir ante las exigencias de
verdad y veracidad. En lugar de hacerse esa pregunta nos gritan, poseídos únicamente
del pánico de la destrucción: ¡No demoláis lo que está construido; no destruyáis lo que
tenemos, defended lo que se nos ha dado! Ante tales gritos, uno recuerda el problema
espiritual del Israel actual, según lo ha pintado de manera impresionante B. Freudenfeld
en su libro sobre Israel14. Según Freudenfeld, la joven generación de Israel percibe «que
Israel necesita de una forma propia y obligatoria. El Estado de bienestar social no puede
serlo por sí solo»15. ¿Entonces qué? La existencia entera de Israel está tan radicalmente
definida por lo religioso, por la herencia de las promesas y de la fe, que querer liberarse
de esas raíces significaría degradar hasta el absurdo la enorme pasión de una
supervivencia bimilenaria en la diáspora y negar así en definitiva la propia existencia o
por lo menos arrancarle su centro vivificante. De ahí que no pueda bastar la idea de un
Estado meramente liberal y socialista; en la existencia de este pueblo hay un
llamamiento de naturaleza más profunda que reclama respuesta. ¿Qué será, pues, Israel?
A la respuesta profana, que en el fondo se destruye a sí misma, ha opuesto el rabinismo
la suya que es la de la más estricta ortodoxia. Según ella, Israel tiene que ser «la alianza
renovada sobre el fundamento de la Thora, en el rigor de las leyes y en la observancia
de la tradición»16. Con ello queda Israel desgarrado en la tensión casi insoportable, que
puede formularse en las antítesis: «Aquí Sión, allí otro pueblo. Aquí sinagoga, allí
democracia liberal socialista. Aquí Thora y Talmud, allí los derechos fundamentales
comunes a las constituciones de occidente»17.
Es evidente que la idea religiosa de antaño debe acreditarse hogaño y cobrar así fuerza
transformadora. Pero el cuadro que aquí traza Freudenfeld es profundamente pesimista.
El rabinismo se encuentra ante una situación nueva por completo en cuanto que, por
primera vez en su historia, está en medio de una población judía cerrada ante una
13
Cf. sobre la exégesis J. JEREMÍAS, nú\r¡ en ThW vi, 921s. Cf. también el estudio siguiente.
14
B. FREUDENFELD, Israel, Experiment einer nationalem Wiedergeburt, Munich 1959, part. 131-154.
Lo que sigue se relaciona estrechamente con las disquisiciones de Freudenfeld.
15
Ibid., 135.
16
Ibid., 141.
17
Ibid., 140.
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mayoría de disidentes religiosos, «El intento de crear la unidad religiosa sin herir el
pluralismo cultural del pueblo, ha fracasado hasta hoy»18. El rabinismo se ha mostrado
impotente y «se ha refugiado de esta impotencia en el inexorable rigor del
conservadurismo»19. «Tal vez pueda discutirse si la paralizante esterilidad espiritual de
esa jerarquía es consecuencia de su seguridad legalista o si la seguridad cuasiteocrática
de su oficio ha sido conquistada como sorda compensación de la falta general de respeto
naturalmente sentido»20. Si, frente al hecho de que la ortodoxia no ha sido capaz de
formar una conciencia y quedando, por otra parte, en pie el deseo de una interpretación
más profunda, el Estado y los sindicatos han tomado finalmente la iniciativa e
introducido en las escuelas la formación obligatoria en la «conciencia judía», ello
demuestra que la evolución espiritual pasa lógicamente sin rozar a quienes se resisten a
cualquier evolución21.
Al cristiano que oye esto puede sucederle como a Ulises en la corte de los feacios.
Oyendo al cantor, Ulises llora ocultamente, porque ha reconocido que lo que se canta es
la historia de su propia vida, Israel es un espejo del mundo y la problemática de Israel es
la problemática de la hora del mundo de hoy en general, sólo que con agudeza y
extremosidad particular; para nosotros los cristianos es tan instructivo y saludable,
porque ahí vemos como espectadores nuestro propio drama y podemos leer el juicio de
la historia sobre nosotros mismos. ¿O es que no se enfrentan en cierto grado también
entre nosotros el relativismo de una ciencia de las religiones que corresponde a la
inteligencia, pero deja vacíos los corazones, y el estrecho ghetto de una ortodoxia, que a
menudo no sospecha lo ineficaz que es entre los hombres y que, en todo caso, se hace a
sí misma tanto más ineficaz cuanto con mayor obsesión defiende su propia causa? Es
evidente que así no puede realizarse la renovación de la Iglesia. El intento falló ya en el
celoso Pablo IV, que quiso anular el concilio de Trento y renovar la Iglesia con el
fanatismo de un zelota22. Frente a semejante zelotismo aparece luego, como una
promesa esperanzadora, un cristiano tan hombre de mundo como fue el cardenal legado
Ercole Gonzaga en el último período del concilio tridentino, quien replicó a sus críticos
ultracelosos: «Soy católico y quisiera ser un buen católico. Si no pertenezco a la
hermandad del rosario, paciencia; me basta con pertenecer a la hermandad de Cristo»23.
En realidad, esa actitud está mucho más cerca de la auténtica renovación que la piedad
de los demasiado piadosos, quienes a la postre defienden la letra contra el espíritu y
olvidan 'el núcleo por la cascara. Tal vez partiendo de aquí sea posible acuñar una
fórmula positiva y muy sencilla para expresar la esencia de la renovación de la Iglesia.
Ésta no consiste en los muchos ejercicios e instituciones exteriores, sino en una sola
cosa: en estar enteramente en la cofradía de Jesucristo.
18
Ibid., 142.
19
Ibid., 141.
20
Ibid., 143.
21
Ibid., 146.
22
Cf. H. JEDIN, Brete historia de los concilios, Herder, Barcelona 31963, 124.
23
Citado en H. JEDIN, El concilio de Trento en su última etapa, Herder, Barcelona 1965, 26.
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La otra falsa interpretación, la de los saduceos, que nos toca examinar en este lugar, la
hemos anatematizado ya en el fondo al principio de nuestras reflexiones. Es la falsa
interpretación liberal, que trata de aproximar la fe al mundo extrayendo de ella todo lo
que pudiera desagradar al mundo. Aquí queda desde luego arrasado el amurallamiento
de lo cristiano, que le impide operar en el mundo; pero la fe no sirve ya de levadura del
mundo, sino que se transforma ella misma en mundo y no se hace por ello más
interesante o más eficaz, sino completamente superflua 24. No puede seguramente
negarse que algo de eso se da hoy día en gran escala. Hay una forma de teología
antiteológica, en que la gran realidad de la hermenéutica degenera en un método para
tergiversar la totalidad del mensaje cristiano en palabras sin contenido y demostrar que
significan poco más o menos lo contrario de lo que normalmente sería su sentido25.
24
Cf. sobre este punto y en general sobre toda la cuestión aquí tratada el importante libro de R. SCHUTZ,
Unanimidad en el pluralismo, Herder, Barcelona 1968.
25
Compárense los ejemplos aducidos por J.S. ROTHENHURG, Der Christ vor den Herausforderungen
der modernen Theologie, en «Calwer Hefte» 77 (1966), 16-19, a los que podrían entretanto añadirse otros
del campo político.
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él era más importante la cofradía de Cristo. Creo que, de la mano de este dicho tan
chistoso como serio, puede desde luego decirse en buen sentido que la renovación es
simplificación. Pero no hay que olvidar que existe una doble sencillez. Existe la
sencillez de la comodidad, que es sencillez del pobre, una falta de riqueza, de vida y de
plenitud. Y existe también la sencillez de lo primitivo, que es la verdadera riqueza.
Renovación es simplificación, no en el sentido de recorte y empequeñecimiento, sino en
el sentido de hacerse sencillo, de retornar a la verdadera sencillez, que es el misterio de
la vida. Es una vuelta a la sencillez que en el fondo es un eco de la sencillez del Dios
único. Hacerse sencillo en este sentido sería la verdadera renovación para los cristianos,
para cada uno de nosotros en particular y para la Iglesia universal.
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