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Espiritualidad del Discípulo Misionero

“Jesús subió a la montaña y llamó a su lado a los que quiso…


para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar” Mc 3,13

Descripción

Este curso nos sirve de ingreso a la formación de la escuela vicarial poniendo de manifiesto
los elementos propios de “la vocación de los discípulos misioneros”, tal como lo presentan los
obispos en el documento de Aparecida. Toda formación en la Iglesia nace de una experiencia de
Dios vivo y presente en el seno de la comunidad cristiana que nos llama, nos configura consigo, nos
envía como mensajeros alegres de su Evangelio, animados y fortalecidos por su mismo Espíritu. La
reflexión desarrollada en este curso será guiada por estos elementos buscando en la realidad propia
de los laicos que se disponen a ponerse al servicio de sus hermanos dentro de la Iglesia y en la
sociedad.

Objetivos
• Obtener una visi n general de la espiritualidad del Discípulo Misionero
• Proveer a los estudiantes de elementos reflexivos para comprender su lugar y misión
dentro de la Iglesia
• Ayudar a los estudiantes a iniciar el proceso formativo de la escuela a partir de la propia
experiencia de Dios y de la Iglesia

Contenidos

1. Llamados al seguimiento de Jesucristo


2. Configurados con el Maestro
3. Enviados a anunciar el Evangelio del Reino de Vida
4. Animados por el Espíritu Santo
5. Identidad y misión del laico en la Iglesia y la sociedad

Bibliografía

- Documento conclusivo de Aparecida


- Lumen Gentium
- Apostolicam actuositatem

Arquidiócesis de Quito
Escuelas Vicariales de Formación

Espiritualidad Del
Discipulo-Misionero

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Llamados al
seguimiento de Jesucristo

Centro Teológico Pastoral Arquidiocesano


Llamados al seguimiento de Jesucristo
Mientras Jesús pasaba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su
hermano Andrés que echaban las redes en el mar, pues eran pescadores.
Jesús les dijo: síganme y yo los haré pescadores de hombres. Y de inmediato
dejaron sus redes y le siguieron. (Mc.1,16-18)

Ver – Escuchar
El cambio de época nos cuestiona fuertemente como cristianos. Frente a la nueva
realidad vale preguntarnos por qué seguimos a Jesucristo y creemos que Él es el Señor
de la Historia y de nuestras vidas. ¿Su mensaje resuena hoy con la misma fuerza que en
los inicios de la evangelización? Frente a la nueva colonización de la cultura, la realidad
de las familias, la falta de presencia juvenil y el escaso compromiso en nuestras
parroquias, es necesario respondernos a qué estamos llamados y por qué decir que sí a
la fe que profesamos hoy, desde nuestras realidades.

Sugerencia: lluvia de ideas, lectura del numeral de Aparecida, proyección de imágenes de la


actualidad para provocar debate sobre nuestra realidad de ser cristianos hoy.

Discernir – Acoger

La vida cristiana, nos lo recordaba el Papa Benedicto XVI, empieza con el encuentro con un
acontecimiento, con una persona que da una nueva orientación a la vida. Así es como lo vivieron
los primeros discípulos en la orilla del mar de Galilea y ahora nosotros somos invitados a
redescubrir este llamado que funda de nuestra fe, nos une a Cristo y nos pone en camino. Lo
curioso de esa llamada se nota en respuesta inmediata de los discípulos. Quizás es pronto en el
relato evangélico para decir que ellos han descubierto en este Hombre al Hijo de Dios vivo, al
Mesías, pero esta respuesta radical e inmediata nos muestra que algo de eso ya lo vieron y
escucharon en la llamada de Jesús a seguirle. Entre la sombra de lo evidente y la certeza de la fe,
los primeros discípulos han podido tomar la mejor opción y viendo en Jesús algo más importante
que las redes, la barca y su propio padre, lo han dejado todo y lo siguieron.

Esta llamada provoca un entusiasmo que engendra nueva vida o novedad en la vida. Jesús
no les ofrece ser apóstoles, eso vendrá luego, a los pescadores les ofrecer ser pescadores de
hombres. Pescar en Galilea será entonces a penas la sombra de la pesca que Dios les tiene
preparada, esas redes y esa barca habrán sido solamente la preparación para la gran pesca, el
haber dejado al padre tendrá sentido cuando a Dios mismo seamos capaces de llamarlo Padre.

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La oferta que llegan a vislumbrar los discípulos a la orilla del mar de Galilea sobrepasa todo
lo que podrán encontrar y al mismo tiempo lleva a plenitud todo lo que son. Esta es la
invitación que seduce y de la que estamos llamados a dejarnos seducir. Nosotros hemos
conocido ya ofertas que no han resultado, como la de la serpiente, pero ahora es diferente, esta
voz es nueva pero conocida, él nos habla como quien tiene autoridad, habla y sus signos lo
acompañan.

La llamada nos conduce al seguimiento. Esta vocación nos pone en camino, a seguir los
pasos de aquel que nos ha fascinado al punto de dejarlo todo por él. Es significativo a razón de
esto la petición de los discípulos para que Jesús les enseñe a orar (Lc 11,1). En el relato de
Lucas son los discípulos quienes, luego de que Jesús estuviera orando, le piden que les enseñe
a orar. Podríamos decir que los discípulos viendo la relación personal de Jesús con el Padre le
piden que les dé aquello que él y sólo él tiene. Ahora bien queremos lo de Jesús porque
sabemos que eso es lo que nosotros somos o queremos ser y no lo logramos por nuestras solas
fuerzas. Viendo pues, en el Hijo Hombre la verdad de nuestro ser hombres sabemos necesario
seguirlo, seguir sus pasos y hacernos conformes a Él hasta el extremos que Cristo quede
formado en nosotros. Tradicionalmente en este punto se ha hablado de asemejarse en todo a
Cristo, de actuar preguntándose qué haría Cristo en nuestro lugar. Estas dos claves serán útiles
a la hora del seguimiento pero requieren un continuo conocimiento de Dios a través de las
Escrituras y el ejercicio del discernimiento, estos dos iluminados por la Tradición de la Iglesia y
guías por su Magisterio en el seno de la comunidad.

La llamada es respondida en comunidad. La vida en comunidad es un dato característico de


la vida cristiana porque para Cristo mismo ha sido una opción fundamental. La llamada a la vida
cristiana mira a la forma de vivir de Cristo y por eso mueve a cada cristiano a vivir en
comunidad. Aunque esto contradiga la aparente inclinación moderna a la individualidad no
podemos dejar de reconocer este dato fundamental de nuestra fe. Es en el seno de la
comunidad cristiana donde la llamada de Dios puede ser reconocida como tal y la misma Iglesia
nos provee del contexto necesario para poder responder a ella. Sería interesante releer la tarea
del discernimiento del Magisterio en clave de esta llamada ya que éste sería el encargado de
discernir esta llamada, acompañarla y orientarla para el bien de todos los miembros de la Iglesia
y del mundo. Así todos los bautizados están llamados a ser miembros activos de la Iglesia,
nadie queda excluido de esta responsabilidad de vivir y servir como Jesús lo hizo en cada una
de sus realidades y estados de vida.
La porción más viva de la Iglesia a la que estamos llamados es nuestra parroquia. La parroquia
es la casa del pan, donde los hijos son acogidos, donde los padres ponen sus esfuerzos para

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verles crecer, donde lo material se transforma en generosidad de familia abierta para todos.
La parroquia es entonces espacio de comunión dispuesto en primer lugar a vivir, hacer y
enseñar lo que Jesús vivió, hizo y enseñó.

El Espíritu Santo nos hace vivir en un amor creativo, renovando nuestro ser cristianos,
haciendo que esta identidad nos ayude a superar el devocionismo superficial, liturgias carentes
de significados sagrados y otras manifestaciones religiosas que no ayudan a crecer, sino que
estancan las iniciativas. Lejos de todo proselitismo, el llamado a vivir la comunión con la Iglesia
debe ayudarnos a buscar y redescubrir juntos lo que Dios nos pide, lo que Dios nos llama a
mostrar al mundo.

Celebrar-Participar

Siendo parte de la familia de Cristo en la tierra y miembros–hijos de una


comunidad celebremos juntos esta realidad.
Se les propone acondicionar un espacio para orar con estos signos: Cristo, velas, biblia en el
centro.
Cada participante expresará su compromiso al redescubrir su vocación cristiana y eclesial, y lo
deposita en ese altar.
También se puede orar después de un tiempo de recogimiento, culminando con una oración
común.

Tarea: Jesús sale a mi encuentro hoy.

Releer: Mateo 1,17; Lucas. 6,40b; Juan 15,1-8.


Responda:
• ¿A qué me está llamando Jesús en mi parroquia?
• ¿Cómo responderé a este llamado?

Leer capítulo III del decreto Apostolicam Acusitatem.


Escribe un resumen.
h t t p s : / / w w w. v a t i c a n . v a / a r c h i v e / h i s t _ c o u n c i l s / i i _ v a t i c a n _ c o u n c i l / d o c u m e n t s / v a t -
ii_decree_19651118_apostolicam-actuositatem_sp.html

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Arquidiócesis de Quito
Escuelas Vicariales de Formación

Espiritualidad Del
Discipulo-Misionero

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Con gurados
con el Maestro

Centro Teológico Pastoral Arquidiocesano


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Configurados con el Maestro
Les he dicho todas estas cosas para que mi alegría este en
ustedes y su alegría sea completa. Este es mi mandamiento:
que se amen unos a otros como yo los he amado.
Jn.15, 11-12

Ver – Escuchar
El relato del Cristo roto del padre Ramón Cué S.J. nos invita a meditar sobre aquellas formas de
mutilación de los Cristos de Hoy. Realidad que interpela sobre a qué humanidad debemos servir
como discípulos, configurados al Maestro que nos amó hasta el extremo.

¡CÁLLATE! ¿Por qué ante mis miembros rotos, no se


¡CÁLLATE! te ocurre recordar a seres que ofenden, hieren,
No me preguntes ni pienses más en el que me explotan y mutilan a sus hermanos los hombres?
mutiló, déjalo,
¿Qué sabes tú? ¡Respétalo!, ¿Qué es mayor pecado? Mutilar una imagen de
Yo ya lo perdoné. madera o mutilar una imagen mía viva, de carne, en
Yo me olvidé instantáneamente y para siempre de la que palpito Yo por la gracia del bautismo.
sus pecados.
¡Oh hipócritas! Os rasgáis las vestiduras ante el
Cuando un hombre se arrepiente, recuerdo del que mutiló mi imagen de madera,
Yo perdono de una vez, no por mezquinas entregas mientras le estrecháis la mano o le rendís honores al
como vosotros. que mutila física o moralmente a los cristos vivos que
son sus hermanos.

Discernir – Acoger

El seguimiento de Cristo como respuesta a su llamada tiene su cauce natural en la


Configuración con él. El documento de Aparecida describe la llamada al seguimiento como una
“experiencia profunda e íntima con el maestro”, esta intimidad no solo que signa la vida de los
discípulos en un antes y un después sino que lo configuran con su Señor. Podríamos leer en esta
línea la oferta de Jesús a los discípulos que le pedían sentarse a su lado en el reino. Ahí Jesús les
ofrece lo que puede darles, lo otro no le corresponde, Jesús puede darnos lo que es suyo el
bautismo y la copa. Es evidente que con bautismo y copa se habla de la pasión y la cruz, se habla
de lo propio del Hijo que a nosotros, hijos, se nos participa para que lleguemos a ser como él.
Recordemos además la manera de terminar sus días en la tierra de los apóstoles, quienes lo
siguieron por el camino han corrido la misma suerte. No decimos esto como una desgracia, al
contrario, la configuración con el Maestro lleva a tener la vida del Maestro.

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Esta dinámica de configuración con el Maestro se realiza a varios niveles. El primero que
estamos llamados a destacar es el que obra el Señor en nosotros y queda en la lógica de la
gracia como una tarea constante en cada cristiano y para toda la Iglesia. Por el bautismo somos
unidos a Cristo en su cuerpo que es la Iglesia. Es evidente que en este sacramento se nos
concede un don que sobrepasa nuestra comprensión y se convierte en nosotros en una fuente
inagotable de gracia. La misma dificultad de vivir de bautizados la podemos entender no solo
como un fracaso de incoherencia sino como el espacio siempre abierto para llevar a plenitud
esta obra que Dios ha realizado en cada bautizado. Todo empieza en Cristo que nos hace nacer
de nuevo y encarga este cuidado a la Iglesia y a cada bautizado. Así la Iglesia nos asiste con la
Palabra y los sacramentos de tal manera que cada cristiano vaya asumiendo en su cotidianidad
los mismos sentimientos de Cristo. Sin lugar a dudas el lugar por excelencia donde lograr esto
es la Sagrada Escritura como la verdadera fuente del conocimiento de la Verdad que es Cristo.
Es necesario meditar sus enseñanzas, acoger sus actos, tomando a Dios como su autor, y
haciendo una interpretación para el presente. La vida propia de la Iglesia es también un lugar
privilegiado de esta configuración con Cristo. De ahí que debamos observar con sumo cuidado
todo los que en evangelización, liturgia, catequesis, vida comunitaria y caridad hacemos en la
Iglesia. Lo que está en juego no es una tarea más sino esta realización de la vida cristiana en
cada hermano.

Otro nivel de configuración, que nace del anterior, es el de la vida cotidiana de cada
cristiano. Digámoslo, de poco serviría e incipiente veracidad tendría una configuración con
Cristo que se reduzca a la vida íntima o estrictamente religiosa. Vivir la espiritualidad del
seguimiento de Jesús es “gastar su vida como sal de la tierra y luz del mundo” (Aparecida 110)
uniéndonos a Cristo en la defensa de los débiles, de los pobres y de los marginados. La
parábola del Buen Samaritano es la muestra clara de lo que Jesús entiende como propio del
discípulo: salir al encuentro, curar las heridas, hacerse cargo de las necesidades básicas y no
olvidar al hermano. De esto, en la noche de la última cena nos dará testimonio claro y evidente
en el lavatorio de los pies

La configuración con Cristo tiene un elemento social indispensable en el que él mismo ha


empezado una transformación radical. En el mensaje del Evangelio nos queda claro que no
basta con la bondad de unos cuantos sino que se busca una nueva manera de vivir, la
instauración del Reino que ha iniciado con el Nuevo Pueblo de Dios. Este Pueblo que tiene
como meta el Reino, como estado la libertad de los hijos y como ley el precepto del amor. En
este sentido nuestro tema no puede cerrarse a los eventos de la sociedad como si ellos no
importarán a los cristianos. Nosotros hemos sido puestos en el mundo como sal y luz, fermento

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de la nueva humanidad entonces la tarea se vuelve evidente: orientar las cosas del mundo a
este Reino que hemos conocido y se ha iniciado por Cristo en la Iglesia.

La configuración con Cristo nos hace más hermanos. La fraternidad es el estribillo que marca
el ritmo de la obra de Cristo y por lo tanto la identidad propia de los discípulos misioneros. Jesús
nos ha mostrado al Padre como su Padre y nuestro Padre, nos ha puesto en la situación de hijos
del mismo Padre y por ello en una nueva relación de hermanos entre nosotros. Si unirnos al Hijo
nos hace hijos del Padre, también nos hace hermanos entre nosotros, y este nuevo orden de
relaciones ya no depende de carne ni de sangre sino de Dios mismo. He aquí la radicalidad de la
fraternidad que lleva a Jesús a releer la tradición judía del ojo por ojo y mostrarla en la lógica del
amor hasta el extremo, la otra mejilla y la oración por quienes nos persiguen. Claro está que
reconocemos aquí también una tarea pendiente y un lugar donde crecer aún, pero eso no niega
su veracidad al contrario su veracidad nos mueve a luchar para hacerla evidente en nuestras
relaciones y sobre todo en la Iglesia. Es la Iglesia el primer lugar de fraternidad de los cristianos,
es ahí donde no solo nos llamamos sino que nos reconocemos nos tratamos como hermanos. A
partir de aquí estamos llamados a ser fermentos de fraternidad para todo el mundo y todo lo
creado.

La Iglesia, lugar privilegiado de configuración con Cristo. Este nivel ya lo hemos insinuado
arriba pero vale la pena regresar aunque sea un momento en él. Si bien alguien podría decir que
todo lo dicho sobre configurarse con Cristo se puede realizar de manera personal, nosotros
seguimos afirmando que no es posible. Esta configuración no se trata de una mera imitación de
valores, técnicas o principios. Sigue vigente la afirmación clásica que dice que el hombre no se
salva a sí mismo. En este sentido reconocemos que la configuración con Cristo es un don que él
mismo nos otorga. No podemos apropiarnos de este don, ya una vez lo intentamos y
encontramos la muerte. Este don que pertenece a Dios ha sido encargado a la Iglesia. No
hablamos aquí de monopolio sino de transmisión del don y para esto Jesús ha instaurado la
Iglesia y nos ha ordenado a su cuerpo. No podemos perder de vista nunca este dato
fundamental. Además, como ya lo hemos dicho, es la Iglesia el espacio vital necesario para que
esta configuración se realice. Ella que vive nace del costado abierto acoge a los engendrados del
costado de Cristo y los nutre con el Pan y la Palabra, los cuida con los sacramentos y en su amor,
que es el de Cristo, los acompaña a crecer y los une y envía a la misión que constituye su propio
ser dado por Dios. Ahora bien, esto implica un constate esfuerzo de parte de todos nosotros de
tal manera que lo descrito no sea una utopía sino que sea la realidad de cada comunidad
cristiana y se evidencie lo dicho en sus opciones y planes pastorales.

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En todo esto tiene un papel indispensable el Espíritu Santo que vivifica las comunidades y
pone en movimiento la espiritualidad de los discípulos misioneros. Sólo con su fuerza se puede
potenciar y purificar hoy la cultura, descubrir el testimonio de las comunidades y las personas
(374) y encontrar las respuestas para los desafíos de hoy. (551)

Celebrar-Participar

En unos minutos de recogimiento oramos la lectura de este encuentro:


“Les he dicho todas estas cosas para que mi alegría este en ustedes y su alegría sea completa.
Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado” (Jn.15, 11-12)

De manera personal meditamos:


¿Quién es Jesús para mí?
¿Cómo vivo el mandamiento del amor en mi realidad?

Tarea

Leer: El prólogo del libro Jesús de Nazaret. Tomo I. Desde el Bau smo a la Trans guración.

Y realizar un resumen de una carilla

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Papa Benedicto XVI Jesús de Nazaret. Tomo I. Desde el Bau smo a la Trans guración.1
PROLOGO
Este libro sobre Jesús, cuya primera parte se publica ahora, es fruto de un largo camino
interior. En mis empos de juventud—años treinta y cuarenta— había toda una serie de
obras fascinantes sobre Jesús: las de Karl Adam, Romano Guardini, Franz Michel Willam,
Giovanni Vapini, Daniel-Rops, por mencionar sólo algunas. En ellas se presentaba la gura de
Jesús a par r de los Evangelios: cómo vivió en la erra y cómo —aun siendo
verdaderamente hombre— llevó al mismo empo a los hombres a Dios, con el cual era uno
en cuanto Hijo. Así, Dios se hizo visible a través del hombre Jesús y, desde Dios, se pudo ver
la imagen del autén co hombre.
En los años cincuenta comenzó a cambiar la situación, ha grieta entre el «Jesús histórico» y
el «Cristo de la fe» se hizo cada vez más profunda; a ojos vistas se alejaban uno de otro.
Vero, ¿qué puede signi car la fe en Jesús el Cristo, en Jesús Hijo del Dios vivo, si resulta que
el hombre Jesús era tan diferente de como lo presentan los evangelistas y como, par endo
de los Evangelios, lo anuncia la Iglesia?
Los avances de la inves gación histórico-crí ca llevaron a dis nciones cada vez más su les
entre los diversos estratos de la tradición. Detrás de éstos la gura de Jesús, en la que se
basa la fe, era cada vez más nebulosa, iba perdiendo su per l. Al mismo empo, las
reconstrucciones de este Jesús, que había que buscar a par r de las tradiciones de los
evangelistas y sus fuentes, se hicieron cada vez más contrastantes: desde el revolucionario
an rromano que luchaba por derrocar a los poderes establecidos y, naturalmente, fracasa,
hasta el moralista benigno que todo lo aprueba y que, incomprensiblemente, termina por
causar su propia ruina. Quien lee una tras otra algunas de estas reconstrucciones puede
comprobar enseguida que son más una fotogra a de sus autores y de sus propios ideales
que un poner al descubierto un icono que se había desdibujado. Por eso ha ido aumentando
entretanto la descon anza ante estas imágenes de Jesús; pero también la gura misma de
Jesús se ha alejado todavía más de nosotros.
Como resultado común de todas estas tenta vas, ha quedado la impresión de que, en
cualquier caso, sabemos pocas cosas ciertas sobre Jesús, y que ha sido sólo la fe en su
divinidad la que ha plasmado posteriormente su imagen. Entretanto, esta impresión ha
calado hondamente en la conciencia general de la cris andad. Semejante situación es
dramá ca para la fe, pues deja incierto su autén co punto de referencia: la ín ma amistad
con Jesús, de la que todo depende, corre el riesgo de moverse en el vacío.
El exegeta católico de habla alemana quizás más importante de la segunda mitad del siglo
XX, Rudolf Schnackenburg, percibió en sus úl mos años, fuertemente impresionado, el
peligro que de esta situación se derivaba para la fe y, ante lo poco adecuadas que eran todas
las imágenes «históricas» de Jesús elaboradas mientras tanto por la exégesis, se embarcó en
su úl ma gran obra: Die Person Jesu Christ im Spiegel der vier Evangelien [La persona de
Jesucristo re ejada en los cuatro Evangelios]. El libro se pone al servicio de los creyentes «a
los que hoy la inves gación cien ca... hace sen rse inseguros, para que conserven su fe en
la persona de Jesucristo como redentor y salvador del mundo» (p. 6). Al nal del libro, tras

1 Jesús de Nazareth. Desde el Bau smo a la Trans guración. RATZINGER J. ED. SAN PABLO
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toda una vida de inves gación, Schnackenburg llega a la conclusión «de que mediante los
esfuerzos de la inves gación con métodos histórico-crí cos no se logra, o se logra de modo
insu ciente, una visión able de la gura histórica de Jesús de Nazaret» (p. 348); «el
esfuerzo de la inves gación exegé ca... por iden car estas tradiciones y llevarlas a lo
históricamente digno de crédito, nos somete a una discusión con nua de la historia de las
tradiciones y de la redacciones que nunca se acaba» (p. 349).
Las exigencias del método, que él considera a la vez necesario e insu ciente, hacen que en
su representación de la gura de Jesús haya una cierta discrepancia: Schnackenburg nos
muestra la imagen del Cristo de los Evangelios, pero la considera formada por dis ntas capas
de tradición superpuestas, a través de las cuales sólo se puede divisar de lejos al
«verdadero» Jesús. «Se presupone el fundamento histórico, pero éste queda rebasado en la
visión de fe de los Evangelios», escribe (p. 353). Nadie duda de ello, pero no queda claro
hasta dónde llega el «fundamento histórico». Sin embargo, Schnackenburg ha dejado claro
como dato verdaderamente histórico el punto decisivo: el ser de Jesús rela vo a Dios y su
unión con Él (p. 353). «Sin su enraizamiento en Dios, la persona de Jesús resulta vaga, irreal
e inexplicable» (p. 354). Éste es también el punto de apoyo sobre el que se basa mi libro:
considera a Jesús a par r de su comunión con el Padre. Éste es el verdadero centro de su
personalidad. Sin esta comunión no se puede entender nada y par endo de ella Él se nos
hace presente también hoy.
Naturalmente, en la descripción concreta de la gura de Jesús he tratado con decisión de ir
más allá de Schnackenburg. El elemento problemá co de su de nición de la relación entre
las tradiciones y la historia realmente acontecida se encuentra claramente, a mi modo de
ver, en la frase: Los Evangelios «quieren, por así decirlo, reves r de carne al misterioso hijo
de Dios aparecido sobre la erra.» (p. 354). Quisiera decir al respecto: no necesitaban
«reves rle» de carne, Él se había hecho carne realmente. Vero, ¿se puede encontrar esta
carne a través de la espesura de las tradiciones?
En el prólogo de su libro, Schnackenburg nos dice que se siente vinculado al método
históricocrí co, al que la encíclica Divino a lante Spiritu en 1943 había abierto las puertas
para ser u lizado en la teología católica (p. 5). Esta Encíclica fue verdaderamente un hito
importante para la exégesis católica. No obstante, el debate sobre los métodos ha dado
nuevos pasos desde entonces, tanto dentro de la Iglesia católica como fuera de ella; se han
desarrollado nuevas y esenciales visiones metodológicas, tanto en lo que concierne al
trabajo rigurosamente histórico, como a la colaboración entre teología y método histórico
en la interpretación de la Sagrada Escritura. Un paso decisivo lo dio la Cons tución conciliar
Dei Verbum, sobre la divina revelación. También aportan importantes perspec vas,
maduradas en el ámbito de la afanosa inves gación exegé ca, dos documentos de la
Pon cia Comisión Bíblica: La interpretación de la Biblia en la Iglesia (Ciudad del Va cano,
1993) y El pueblo judío y sus Sagradas Escrituras en la Biblia cris ana (ibíd., 2001).
Me gustaría mencionar, al menos a grandes rasgos, las orientaciones metodológicas
resultantes de estos documentos que me han guiado en la elaboración de este libro. Hay
que decir, ante todo, que el método histórico —precisamente por la naturaleza intrínseca de
la teología y de la fe— es y sigue siendo una dimensión del trabajo exegé co a la que no se
puede renunciar. En efecto, para la fe bíblica es fundamental referirse a hechos históricos
reales. Ella no cuenta leyendas como símbolos de verdades que van más allá de la historia,
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sino que se basa en la historia ocurrida sobre la faz de esta erra. El factum historicum no es
para ella una clave simbólica que se puede sus tuir, sino un fundamento cons tu vo; et
incarnatus est: con estas palabras profesamos la entrada efec va de Dios en la historia real.
Si dejamos de lado esta historia, la fe cris ana como tal queda eliminada y transformada en
otra religión. Así pues, si la historia, lo fác co, forma parte esencial de la fe cris ana en este
sen do, ésta debe afrontar el método histórico. La fe misma lo exige. La Cons tución
conciliar sobre la divina revelación, antes mencionada, lo a rma claramente en el número
12, indicando también los elementos metodológicos concretos que se han de tener
presentes en la interpretación de las Escrituras. Mucho más detallado es el documento de la
Pon cia Comisión Bíblica sobre la interpretación de la Sagrada Escritura en la Iglesia, en el
capítulo «Métodos y criterios para la interpretación».
El método histórico-crí co —repe mos— sigue siendo indispensable a par r de la
estructura de la fe cris ana. No obstante, hemos de añadir dos consideraciones: se trata de
una de las dimensiones fundamentales de la exégesis, pero no agota el come do de la
interpretación para quien ve en los textos bíblicos la única Sagrada Escritura y la cree
inspirada por Dios. Volveremos sobre ello con más detalle.
Por ahora, como segunda consideración, es importante que se reconozcan los límites del
método histórico-crí co mismo. Para quien se siente hoy interpelado por la Biblia, el primer
límite consiste en que, por su naturaleza, debe dejar la palabra en el pasado. En cuanto
método histórico, busca los diversos hechos desde el contexto del empo en que se
formaron los textos. Intenta conocer y entender con la mayor exac tud posible el pasado —
tal como era en sí mismo—para descubrir asilo que el autor quiso y pudo decir en ese
momento, considerando el contexto de su pensamiento y los acontecimientos de entonces.
En la medida en que el método histórico es el a sí mismo, no sólo debe estudiar la palabra
como algo que pertenece al pasado, sino dejarla además en el pasado. Puede vislumbrar
puntos de contacto con el presente, semejanzas con la actualidad; puede intentar encontrar
aplicaciones para el presente, pero no puede hacerla actual, «de hoy», porque ello
sobrepasaría lo que le es propio. Efec vamente, en la precisión de la explicación de lo que
pasó reside tanto su fuerza como su limitación.
Con esto se relaciona otro elemento. Como método histórico, presupone la uniformidad del
contexto en el que se insertan los acontecimientos de la historia y, por tanto, debe tratar las
palabras ante las que se encuentra como palabras humanas. Si re exiona cuidadosamente
puede entrever quizás el «valor añadido» que encierra la palabra; percibir, por así decirlo,
una dimensión más alta e iniciar así el autotrascenderse del método, pero su objeto propio
es la palabra humana en cuanto humana.
Finalmente, considera cada uno de los libros de la Escritura en su momento histórico y luego
los subdivide ulteriormente según sus fuentes, pero la unidad de todos estos escritos como
«Biblia» no le resulta como un dato histórico inmediato. Naturalmente, puede observar las
líneas de desarrollo, el crecimiento de las tradiciones y percibir de ese modo, más allá de
cada uno de los libros, el proceso hacia una única «Escritura». Pero el método histórico
deberá primero remontarse necesariamente al origen de los diversos textos y, en ese
sen do, colocarlos antes en su pasado, para luego completar este camino hacia atrás con un
movimiento hacia adelante, siguiendo la formación de las unidades textuales a través del
empo. Por úl mo, todo intento de conocer el pasado debe ser consciente de que no puede
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superar el nivel de hipótesis, ya que no podemos recuperar el pasado en el presente.
Ciertamente, hay hipótesis con un alto grado de probabilidad, pero en general hemos de ser
conscientes del límite de nuestras certezas. También la historia de la exégesis moderna pone
precisamente de mani esto dichos límites.
Con todo esto se ha señalado, por un lado, la importancia del método histórico-crí co y, por
otro, se han descrito también sus limitaciones. Junto a estos límites se ha visto —así lo
espero— que el método, por su propia naturaleza, remite a algo que lo supera y lleva en sí
una apertura intrínseca a métodos complementarios. En la palabra pasada se puede percibir
la pregunta sobre su hoy; en la palabra humana resuena algo más grande; los diversos textos
bíblicos remiten de algún modo al proceso vital de la única Escritura que se veri ca en ellos.
Precisamente a par r de esta úl ma observación se ha desarrollado hace unos treinta años
en América el proyecto de la «exégesis canónica», que se propone leer los diversos textos
bíblicos en el conjunto de la única Escritura, haciéndolos ver así bajo una nueva luz. La
Cons tución sobre la divina revelación del Concilio Va cano II había destacado claramente
este aspecto como un principio fundamental de la exégesis teológica: quien quiera entender
la Escritura en el espíritu en que ha sido escrita debe considerar el contenido y la unidad de
toda ella. El Concilio añade que se han de tener muy en cuenta también la Tradición viva de
toda la Iglesia y la analogía de la fe, las correlaciones internas de la fe (cf. Dei Verbum, 12).
Detengámonos en primer lugar en la unidad de la Escritura. Es un dato teológico, pero que
no se aplica simplemente desde fuera a un conjunto de escritos en sí mismos heterogéneos,
ha exégesis moderna ha mostrado que las palabras transmi das en la Biblia se convierten en
Escritura a través de un proceso de relecturas cada vez nuevas: los textos an guos se
retoman en una situación nueva, leídos y entendidos de manera nueva. En la relectura, en la
lectura progresiva, mediante correcciones, profundizaciones y ampliaciones tácitas, la
formación de la Escritura se con gura como un proceso de la palabra que abre poco a poco
sus potencialidades interiores, que de algún modo estaban ya como semillas y que sólo se
abren ante el desa o de situaciones nuevas, nuevas experiencias y nuevos sufrimientos.
Quien observa este proceso —sin duda no lineal, a menudo dramá co pero siempre en
marcha— a par r de Jesucristo, puede reconocer que en su conjunto sigue una dirección,
que el An guo y el Nuevo Testamento están ín mamente relacionados entre sí.
Ciertamente, la hermenéu ca cristológica, que ve en Cristo Jesús la clave de todo el
conjunto y, a par r de Él, aprende a entender la Biblia como unidad, presupone una decisión
de fe y no puede surgir del mero método histórico. Pero esta decisión de fe ene su razón —
una razón histórica— y permite ver la unidad interna de la Escritura y entender de un modo
nuevo los diversos tramos de su camino sin quitarles su originalidad histórica.
La «exégesis canónica» —la lectura de los diversos textos de la Biblia en el marco de su
totalidad— es una dimensión esencial de la interpretación que no se opone al método
histórico-crí co, sino que lo desarrolla de un modo orgánico y lo convierte en verdadera
teología.
Me gustaría destacar otros dos aspectos de la exégesis teológica, ha interpretación histórico-
crí ca del texto trata de averiguar el sen do original exacto de las palabras, tal como se las
entendía en su lugar y en su momento. Esto es bueno e importante. Pero —prescindiendo
de la certeza sólo rela va de tales reconstrucciones— se ha de tener presente que toda
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palabra humana de cierto peso encierra en sí un relieve mayor de lo que el autor, en su
momento, podía ser consciente. Este valor añadido intrínseco de la palabra, que trasciende
su instante histórico, resulta más válido todavía para las palabras que han madurado en el
proceso de la historia de la fe. Con ellas, el autor no habla simplemente por sí mismo y para
sí mismo. Habla a par r de una historia común en la que está inmerso y en la cual están ya
silenciosamente presentes las posibilidades de su futuro, de su camino posterior. El proceso
de seguir leyendo y desarrollando las palabras no habría sido posible si en las palabras
mismas no hubieran estado ya presentes esas aperturas intrínsecas.
En este punto podemos intuir también desde una perspec va histórica, por así decirlo, lo
que signi ca inspiración: el autor no habla como un sujeto privado, encerrado en sí mismo.
Habla en una comunidad viva y por tanto en un movimiento histórico vivo que ni él ni la
colec vidad han construido, sino en el que actúa una fuerza directriz superior. Existen
dimensiones de la palabra que la an gua doctrina de los cuatro sen dos de la Escritura ha
explicado de manera apropiada en lo esencial. Los cuatro sen dos de la Escritura no son
signi cados individuales independientes que se superponen, sino precisamente dimensiones
de la palabra única, que va más allá del momento.
Con esto se alude ya al segundo aspecto del que quisiera hablar. Los dis ntos libros de la
Sagrada Escritura, como ésta en su conjunto, no son simple literatura. La Escritura ha surgido
en y del sujeto vivo del pueblo de Dios en camino y vive en él. Se podría decir que los libros
de la Escritura remiten a tres sujetos que interactúan entre sí. En primer lugar al autor o
grupo de autores a los que debemos un libro de la Escritura. Vero estos autores no son
escritores autónomos en el sen do moderno del término, sino que forman parte del sujeto
común «pueblo de Dios»: hablan a par r de él y a él se dirigen, hasta el punto de que el
pueblo es el verdadero y más profundo «autor» de las Escrituras. Y, aún más: este pueblo no
es autosu ciente, sino que se sabe guiado y llamado por Dios mismo que, en el fondo, es
quien habla a través de los hombres y su humanidad.
La relación con el sujeto «pueblo de Dios» es vital para la Escritura. Por un lado, este libro —
la Escritura— es la pauta que viene de Dios y la fuerza que indica el camino al pueblo, pero
por otro, vive sólo en ese pueblo, el cual se trasciende a sí mismo en la Escritura, y así—en la
profundidad de ni va en virtud de la Palabra hecha carne— se convierte precisamente en
pueblo de Dios. El pueblo de Dios —la Iglesia— es el sujeto vivo de la Escritura; en él, las
palabras de la Biblia son siempre una presencia. Naturalmente, esto exige que este pueblo
reciba de Dios su propio ser, en úl mo término, del Cristo hecho carne, y se deje ordenar,
conducir y guiar por El.
Creo que debía al lector estas indicaciones metodológicas porque determinan el camino
seguido en mi interpretación de la gura de Jesús en el Nuevo Testamento (puede verse lo
que he escrito a este respecto al introducir la bibliogra a). Para mi presentación de Jesús
esto signi ca, sobre todo, que con o en los Evangelios. Naturalmente, doy por descontado
todo lo que el Concilio y la exégesis moderna dicen sobre los géneros literarios, sobre la
intencionalidad de las a rmaciones, el contexto comunitario de los Evangelios y su modo de
hablar en este contexto vivo. Aun aceptando todo esto, en cuanto me era posible, he
intentado presentar al Jesús de los Evangelios como el Jesús real, como el «Jesús histórico»
en sen do propio y verdadero. Estoy convencido, y con o en que el lector también pueda
verlo, de que esta gura resulta más lógica y, desde el punto de vista histórico, también más
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comprensible que las reconstrucciones que hemos conocido en las úl mas décadas. Pienso
que precisamente este Jesús —el de los Evangelios— es una gura históricamente sensata y
convincente.
Sólo si ocurrió algo realmente extraordinario, si la gura y las palabras de Jesús superaban
radicalmente todas las esperanzas y expecta vas de la época, se explica su cruci xión y su
e cacia. Apenas veinte años después de la muerte de Jesús encontramos en el gran himno a
Cristo de la Carta a los Filipenses (cf. 2, 6-11) una cristología de Jesús totalmente
desarrollada, en la que se dice que Jesús era igual a Dios, pero que se despojó de su rango,
se hizo hombre, se humilló hasta la muerte en la cruz, y que a El corresponde ser honrado
por el cosmos, la adoración que Dios había anunciado en el profeta Isaías (cf. 45, 23) y que
sólo El merece.
La inves gación crí ca se plantea con razón la pregunta: ¿Qué ha ocurrido en esos veinte
años desde la cruci xión de Jesús? ¿Cómo se llegó a esta cristología? En realidad, el hecho
de que se formaran comunidades anónimas, cuyos representantes se intenta descubrir, no
explica nada. ¿Cómo colec vidades desconocidas pudieron ser tan crea vas, convincentes y,
así, imponerse? ¿No es más lógico, también desde el punto de vista histórico, pensar que su
grandeza resida en su origen, y que la gura de Jesús haya hecho saltar en la prác ca todas
las categorías disponibles y sólo se la haya podido entender a par r del misterio de Dios?
Naturalmente, creer que precisamente como hombre El era Dios, y que dio a conocer esto
veladamente en las parábolas, pero cada vez de manera más inequívoca, es algo que supera
las posibilidades del método histórico. Por el contrario, si a la luz de esta convicción de fe se
leen los textos con el método histórico y con su apertura a lo que lo sobrepasa, éstos se
abren de par en par para manifestar un camino y una gura dignos de fe. Así queda también
clara la compleja búsqueda que hay en los escritos del Nuevo Testamento en torno a la
gura de Jesús y, no obstante todas las diversidades, la profunda cohesión de estos escritos.
Es obvio que con esta visión de la gura de Jesús voy más allá de lo que dice, por ejemplo,
Schnackenburg, en representación de un amplio sector de la exégesis contemporánea. No
obstante, con o en que el lector comprenda que este libro no está escrito en contra de la
exégesis moderna, sino con sumo agradecimiento por lo mucho que nos ha aportado y nos
aporta. Nos ha proporcionado una gran can dad de material y conocimientos a través de los
cuales la gura de Jesús se nos puede hacer presente con una vivacidad y profundidad que
hace unas décadas no podíamos ni siquiera imaginar. Yo sólo he intentado, más allá de la
interpretación meramente histórico-crí ca, aplicar los nuevos criterios metodológicos, que
nos permiten hacer una interpretación propiamente teológica de la biblia, que exigen la fe,
sin por ello querer ni poder en modo alguno renunciar a la seriedad histórica.
Sin duda, no necesito decir expresamente que este libro no es en modo alguno un acto
magisterial, sino únicamente expresión de mi búsqueda personal «del rostro del Señor» (cf.
Sal 27, 8). Por eso, cualquiera es libre de contradecirme. Pido sólo a los lectores y lectoras
esa benevolencia inicial, sin la cual no hay comprensión posible.
Como he dicho al comienzo de este prólogo, el camino interior que me ha llevado a este
libro ha sido largo. Pude trabajar en él durante las vacaciones del verano de 2003. En agosto
de 2004 tomaron su forma de ni va los capítulos 1-4. Tras mi elección para ocupar la sede
episcopal de Roma, he aprovechado todos los momentos libres para avanzar en la obra.
Dado que no sé hasta cuándo dispondré de empo y fuerzas, he decidido publicar esta
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primera parte con los diez primeros capítulos, que abarcan desde el bau smo en el Jordán
hasta la confesión de Pedro y la trans guración.
Con la segunda parte espero poder ofrecer también el capítulo sobre los relatos de la
infancia, que he aplazado por ahora porque me parecía urgente presentar sobre todo la
gura y el mensaje de Jesús en su vida pública, con el n de favorecer en el lector un
crecimiento de su relación viva con .

Roma, esta de San Jerónimo, 30 de sep embre de 2006.


Joseph Ratzinger - Benedicto XVI
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Arquidiócesis de Quito
Escuelas Vicariales de Formación

Espiritualidad Del
Discipulo-Misionero

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Enviados
a anunciar el Evangelio
del Reino de la Vida

Centro Teológico Pastoral Arquidiocesano


Enviados a anunciar el Evangelio del Reino de Vida
Jesús se acercó a ellos y les habló así: Me ha sido dado todo poder en el
cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo., y
enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado. Y he aquí que
yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo (M.28,18-20)

Ver – Escuchar
“Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el
discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo él
nos salva (cf. Hch 4, 12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay
esperanza, no hay amor, no hay futuro” (Benedicto XVI Discurso Inaugural Aparecida)

Preguntémonos:
• ¿Nuestras comunidades parroquiales cómo viven el anuncio del Evangelio en su propio
territorio?
• ¿Nos reconocemos movidos por la urgencia de anunciar a Cristo?
• ¿En qué medida hemos respondido a la Iglesia en salida que nos pide el Papa Francisco?

Discernir – Acoger

La misión de la Iglesia es evangelizar. Una misión que corresponde a todo el Pueblo santo de
Dios y a cada cristiano. Si, como hemos dicho en el primer encuentro, la fe empieza con el
encuentro con Cristo y este encuentro transforma y da pleno sentido a nuestra vida (segundo
encuentro) esto no puede quedarse en nosotros. “El bien siempre tiende a comunicarse”
(Evangelii Gaudium 9) así pues, ya que hemos encontrado el mayor bien, éste debe ser
comunicado, es la verdad que se debe gritar y proclamar a todos los pueblos para que tengan
vida. Es precisamente el mandato del Resucitado a sus discípulos. Es significativo en este sentido
que en este pasaje el Señor ha unido el anuncio al discipulado y al bautismo. Así vemos que lo
aquí se comunica es la nueva vida, la vida del Resucitado que se hace don en el anuncio que
transmite esta nueva vida, la vida de hijos.

Todo el Pueblo de Dios anuncia el Evangelio. El mandato misionero es la tarea de toda la


Iglesia. El Papa Francisco al recordarnos esto en su encíclica Evangelii Gaudium hace una
aclaración muy importante al decirnos que este sujeto de la evangelización, la Iglesia, no puede
ser entendida como como una institución orgánica y jerárquica sino más bien como un pueblo
que peregrina hacia Dios, un “pueblo peregrino y evangelizador”.

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Aquí el ser peregrina y evangelizadora se unen de manera significativa manifestando que este
peregrinar de la Iglesia, esta historia y vida de la Iglesia es en sí misma una obra evangelizadora
y a la vez que la evangelización tiene que ver con la vida propia de la Iglesia y su caminar junto
a los hombres y mujeres de cada tiempo.

La citación de los “once” en el mandato misionero (Mt 28, 16) es significativa para lo que
llevamos diciendo. Donde el “doce” se ha convertido en “once” por lo acaecido con el
Iscariote, podemos seguir leyendo “pueblo” y ahora Pueblo congregado por Dios: Iglesia. Ella
es enviada como sacramento de la salvación ofrecida por Dios (LG 1) entonces ella es en sí
misma misionera por sus acciones evangelizadoras pero también porque hace presente en el
mundo la salvación y permite que cada hombre y mujer pueda entrar en comunión con Cristo,
de quien es su cuerpo, y así gozar de la salvación. Así la Iglesia es fermento de Dios en el
mundo. La evangelización al mismo tiempo, pone a la Iglesia en una dinámica de renovación
constante. Cada vez que anunciamos el Evangelio debemos sabernos interpelados por él ya
que no anunciamos una verdad sino la Verdad que ha transformado nuestra vida y le ha dado
un nuevo horizonte. Así entonces con el Evangelio en los labios y en el corazón estamos
llamados a ser audaces y creativos para repensar los objetivos, las estructuras, estilo y los
métodos evangelizadores para responder al mandato de Cristo y a las condiciones que cada
tiempo nos presenta. Lejos de ser un acomodarse a los tiempos la idea es ser fieles en cada
tiempo a nuestro ser y nuestra misión fundados en Cristo; evangelizar nos lleva a dejarnos
evangelizar.

Ahora bien esta realidad misionera de la Iglesia se realiza en cada bautizado. En razón del
bautismo cada miembro del Pueblo de Dios es discípulo y misionero. Esta conciencia, que aún
nos cuesta integrarla en nuestros procesos pastorales, es cada vez más valorada por los fieles
cristianos que buscan responder a esta vocación y que, enamorados del Maestro, buscan
comunicar y hacer partícipes de ese amor a todos.

Aparecida describe la acción misionera como “compartir la experiencia del acontecimiento


del encuentro con Cristo, testimoniarlo y anunciarlo de persona a persona, de comunidad a
comunidad, y de la Iglesia a todos los confines del mundo” (145). El persona a persona es
quizás el nivel que compete con mayor atención a cada bautizado y exige del cristiano una
apertura del corazón, valentía y generosidad significativas. Este es el camino preferido de Jesús
que en su diario caminar, evita las multitudes y se encuentra con el par de hermanos, con el
cobrador de impuestos, con la samaritana, la viuda, el padre de la niña muerta, etc. El diálogo
persona a persona que permite que el Logos sea comunicado de manera personal, que el don
pase de mano en mano así como el pan y el cáliz de Cristo en la última cena.

3
Ahora bien, entendemos que la misión no puede agotarse en lo que cada cristiano hace por
su cuenta. Hoy en día conocemos una creciente número de grupos y movimientos laicales que
se van organizando de acuerdo a espiritualidades y carismas comunes buscando responder a
este encargo misionero del que se saben partícipes. Y aunque hay excepciones, notamos que el
sentido de pertenencia y amor a la Iglesia se une con este impulso misionero. La parroquia tiene
un lugar irrenunciable ya que es “la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos e hijas” y
por este contacto directo con la vida del pueblo y las familias es más sensible a las urgencias y
necesidades de la evangelización. Así toma como suya la tarea de alentar y formar a sus
miembros para que sean agentes de evangelización. La diócesis, bajo la guía de su obispo es el
sujeto primario de la evangelización, encarnada en un espacio determinado se alegría de
comunicar a Cristo la lleva a superar las periferias de su territorio así como a llegar a nuevos
ámbitos socioculturales. Una clave importante será renovar estos ámbitos en comunión,
participación y orientados a la misión.

El anuncio del Evangelio requiere toda nuestra atención y si bien todas sus formas pueden
ser variadas como diversas son las expresiones de vida cristiana que se dan en el Pueblo Dios,
podríamos releer los cinco momentos que nos ofrece la Evangelii Gaudium como un intento de
diagramar un método evangelizador para nuestro tiempo:

Primerear: La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la


iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse,
tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces
de los caminos para invitar a los excluidos.

Involucrarse: Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a
los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a los
discípulos: «Seréis felices si hacéis esto» (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se
mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja
hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente
de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas escuchan
su voz.

Acompañar: Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y


prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La
evangelización tiene mucho de paciencia, y evita maltratar límites.

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Fructi car: La comunidad evangelizadora siempre está atenta a los frutos, porque el
Señor la quiere fecunda. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una
situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o
inacabados. El discípulo sabe dar la vida entera y jugarla hasta el martirio como
testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino que la
Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y renovadora.

Festejar: Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante en la


evangelización. La evangelización gozosa se vuelve belleza en la liturgia en medio de la
exigencia diaria de extender el bien. La Iglesia evangeliza y se evangeliza a sí misma
con la belleza de la liturgia, la cual también es celebración de la actividad
evangelizadora y fuente de un renovado impulso donativo.

Celebrar-Participar

Los obispos del Ecuador en sus líneas de Orientación Pastoral han plasmado la
Iglesia que soñamos para nuestro Ecuador y hablando de la Iglesia han escrito:
“Soñamos con comunidades cristianas cuyo gozo sea Jesús y su Reino.
Comunidades misioneras donde el testimonio de vida y el anuncio
apasionado del kerigma sean la clave de todo proceso de evangelización”

Virgen y Madre María, intercede por la Iglesia, de la cual eres el icono


tú que, movida por el Espíritu, purísimo,
acogiste al Verbo de la vida para que ella nunca se encierre ni se detenga
en la profundidad de tu humilde fe, en su pasión por instaurar el Reino.
totalmente entregada al Eterno,
ayúdanos a decir nuestro «sí» Estrella de la nueva evangelización,
ante la urgencia, más imperiosa que nunca, ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la
de hacer resonar la Buena Noticia de Jesús. comunión,
del servicio, de la fe ardiente y generosa,
Consíguenos ahora un nuevo ardor de resucitados de la justicia y el amor a los pobres,
para llevar a todos el Evangelio de la vida para que la alegría del Evangelio
que vence a la muerte. llegue hasta los confines de la tierra
Danos la santa audacia de buscar nuevos caminos y ninguna periferia se prive de su luz.
para que llegue a todos
el don de la belleza que no se apaga. Madre del Evangelio viviente,
manantial de alegría para los pequeños,
Tú, Virgen de la escucha y la contemplación, ruega por nosotros.
madre del amor, esposa de las bodas eternas, Amén. Aleluya.

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Tarea:

Leer y resumir: los numerales 111-134 de la Exhortación Apostólica Evangelli Gaudium


del Papa Francisco.

https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-
francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium.html

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Arquidiócesis de Quito
Escuelas Vicariales de Formación

Espiritualidad Del
Discipulo-Misionero

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Animados
por el Espíritu Santo

Centro Teológico Pastoral Arquidiocesano


Animados por el Espíritu Santo
Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue
bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua vio que los cielos se
rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a él. Y se oyó una voz
que venía de los cielos: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco.
A continuación, el Espíritu lo empuja al desierto, y permaneció en el desierto
cuarenta días, siendo tentado por Satanás. Estaba entre los animales del
campo y los ángeles le servían (Mc 1, 12-13)

Ver – Escuchar

El Sínodo es “un tiempo para dar espacio a la oración, a la adoración”. “Dar espacio a
la adoración, a aquello que el Espíritu quiere decir a la Iglesia; para enfocarnos en el
rostro y la palabra del otro, encontrarnos cara a cara, dejarnos alcanzar por las
preguntas de las hermanas y los hermanos, ayudarnos para que la diversidad de los
carismas, vocaciones y ministerios nos enriquezca”.

En este tiempo sinodal ¿cómo hemos vivido esta experiencia que ha suscitado el
Espíritu?

Discernir – Acoger

El Espíritu Santo que guió y acompañó a Jesús en su vida y misión, acompaña y anima la vida
de la Iglesia. Esta consciencia es testimoniada por innumerables signos y expresiones en la Iglesia:
desde la fórmula bíblica: El Espíritu Santo y nosotros de Hechos de los Apóstoles hasta el
movimiento natural de nuestros grupos parroquiales que inician sus encuentros invocando al
Espíritu para orar, leer la Palabra y discernir la voluntad de Dios. Para los grandes temas de la
Iglesia así como para las situaciones concretas de la vida parroquial el Espíritu Santo asiste a los
cristianos, asiste a la Iglesia. Conocemos además una asistencia de corte más habitual, sabemos
que los dones y carismas que edifican el Cuerpo y asisten en la misión y la caridad son suscitados
por el Espíritu Santo. El testimonio al que estamos llamados todos los bautizados lo reconocemos
como obra de este mismo Espíritu que nos capacita para ser anunciadores audaces de la verdad
aún a contracorriente (Evangelii Gaudium 259).

Podríamos describir la acción del Espíritu, que vitaliza el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia en
tres momentos: nos une a Cristo y nos hace partícipes de su misión, genera la comunión entre los
discípulos-misioneros de Cristo y nos asiste constantemente en nuestras luchas y proyectos
cotidianos.

2
Unión con Cristo y su misión. Por el bautismo nos unimos a Cristo y formamos parte de su
Cuerpo y como nos recuerda Aparecida el Espíritu nos identifica con Jesús que es Camino,
Verdad y Vida:

• Camino: abriéndonos a su misterio de salvación para que seamos hijos suyos y


hermanos unos de otros.

• Verdad: enseñándonos a renunciar a nuestras propias mentiras y ambiciones.

• Vida: permitiéndonos abrazar su plan de amor y entregarnos para que otros


tengan vida en Él.

Estamos pues invitados a dejarnos guiar por el Espíritu que no solo nos hace hijos de Dios al
unirnos a Cristo sino que mueve este don de gracia a su plenitud al llevarnos a esta
identificación con su persona y su proyecto al punto de hacer propia “a pasión por el Padre y
el Reino: anunciar la Buena Nueva a los pobres, curar a los enfermos, consolar a los tristes,
liberar a los cautivos y anunciar a todos el año de gracia del Señor”

Comunión de los discípulos-misioneros. Esta comunión es el primer fruto de la presencia y


acción del Espíritu en la Iglesia. Es el mismo Espíritu que genera la diversidad de carismas
pero al ser el mismo Espíritu es al mismo tiempo el motor de la unidad y comunión al
integrarnos a todos en el mismo Cuerpo, hacernos partícipes de una misma misión y al
movernos a llamar a Dios, Padre hace de esta unidad una verdadera fraternidad.

Asistencia constante. El Espíritu Santo asiste a los cristianos para dar testimonio de
verdadera proximidad, cercanía afectuosa, escucha, humildad, solidaridad, compasión,
diálogo, reconciliación, compromiso con la justicia social y capacidad de compartir, todo esto
al estilo de Jesús. La escucha atenta y fiel al Espíritu Santo que nos mueve por caminos
siempre nuevos que implican reformas es de singular importancia al hablar de esta asistencia
constante, de tal manera que la obra sea de Dios y no responda a nuestros propios proyectos
o intereses. Tenemos además una tarea constante: aprender a reconocer la presencia del
Espíritu Santo en los valores del Reino de Dios, en las culturas, para potenciarlas y
purificarlas; en los esfuerzos de las personas de buena voluntad; en personas y comunidades
que testimonian el evangelio, y así, con la fuerza del Espíritu enfrentar los desafíos del
momento actual.

3
Celebrar-Participar

Oremos juntos:

Ven, Espíritu Creador,


visita las mentes de los tuyos; Al enemigo ahuyéntalo lejos,
llena de la gracia divina danos la paz cuanto antes;
los corazones que tú has creado. yendo tú delante como guía,
sortearemos los peligros.
Tú, llamado el Consolador,
Don del Dios Altísimo; Que por ti conozcamos al Padre,
Fuente viva, Fuego, Caridad conozcamos igualmente al Hijo
y espiritual Unción. y en ti, Espíritu de ambos,
creamos en todo tiempo.
Tú, con tus siete dones,
eres Fuerza de la diestra de Dios. Gloria al Padre por siempre,
Tú, el prometido por el Padre. gloria al Hijo, resucitado
Tú pones en nuestros labios tu Palabra. de entre los muertos, y al
Paráclito por los siglos y siglos.
Enciende tu luz en nuestras mentes, Amén.
infunde tu amor en nuestros corazones,
y, a la debilidad de nuestra carne,
vigorízala con redoblada fuerza.

Tarea: Animados por el Espíritu Santo, Aparecida.

Leer: en el documento conclusivo de Aparecida los numerales 149-153


Escribir brevemente el signi cado es estas expresiones:
• Vitalidad divina que se expresa en diversos dones y carismas
• El Maestro interior (Espíritu Santo) que conduce al conocimiento de la verdad
total, formando discípulos y misioneros
• En virtud del Bautismo y la Confirmación, somos llamados a ser discípulos
misioneros de Jesucristo y entramos a la comunión trinitaria en la Iglesia

https://www.celam.org/aparecida/Espanol.pdf

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Arquidiócesis de Quito
Escuelas Vicariales de Formación

Espiritualidad Del
Discipulo-Misionero

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Identidad y misión
del laico en la Iglesia
y en la sociedad

Centro Teológico Pastoral Arquidiocesano


Identidad y misión del laico en la Iglesia y la sociedad
Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Permanezcan en mí como
yo en ustedes. Yo soy la vid; ustedes los sarmientos. El que permanece en
mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no pueden hacer
nada. (Jn 15, 1.4a.5)

Ver – Escuchar
Todo cristiano es un discípulo misionero
“El Papa, los obispos y otros ministros ordenados no son los únicos evangelizadores de la Iglesia.
Ellos saben «que no han sido instituidos por Cristo para asumir por sí solos toda la misión salvífica
de la Iglesia en el mundo». Todo cristiano, en virtud del Bautismo, es discípulo-misionero «en la
medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús». Esto no puede ser
ignorado en la actualización de la Curia, cuya reforma, por tanto, debe prever la participación de
los laicos, incluso en funciones de gobierno y responsabilidad. Su presencia y participación es
también esencial, porque cooperan por el bien de toda la Iglesia y, por su vida familiar, por su
conocimiento de las realidades sociales y por su fe, que les lleva a descubrir los caminos de Dios
en el mundo, pueden hacer contribuciones válidas, especialmente cuando se trata de promover
la familia y el respeto de los valores de la vida y de la creación, del Evangelio como fermento de
las realidades temporales y del discernimiento de los signos de los tiempos.” (Praedicate
Evangelium, 10)

Sugerencia: leer y comentar en grupos, luego recoger las resonancias

Discernir – Acoger

La imagen de la Vid nos ayuda a entender de manera clara la idea que sostiene la concepción
del laicado en la Iglesia. Contrario a la antigua concepción de los laicos lo que les define no es el
“no ser ni clérigos, ni religiosos”, suena muy extraño definir al por lo que no es. Lo que define de
manera clara a un laico es esta relación con Cristo y su pertenencia a la Iglesia, su cuerpo. Así lo
leemos en Lumen Gentium 31:

“Con el nombre de laicos se designan aquí todos los eles cristianos, a excepción de los
miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia. Es decir, los
fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios
y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen
en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos
corresponde”

2
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El concilio Vaticano II ha revisado realmente la manera de entender la Iglesia y las relaciones
entre sus miembros y ciertamente la cuestión del laicado tuvo un repunte significativo con la
recuperación de la categoría de Pueblo de Dios y la revalorización de la dignidad otorgada a
todos los cristianos por el bautismo. Con el concilio se da un cambio de registro en la
consideración y comprensión de los laicos: se pasa de una comprensión de subordinación a la
jerarquía, a una perspectiva de participación plena y activa en la vida de la Iglesia a razón del
bautismo.

Los laicos participan de la vida de la Iglesia por ser bautizados no porque la jerarquía se
los ha concedido. Aquí el criterio fundamental es la radicalidad igualdad de todos en la Iglesia
en razón del bautismo. De aquí se desprende que cada quien, según su condición propia,
participa de la misión de la Iglesia. Así la condición propia de los laicos se define por su forma
específica de ser y actuar en la Iglesia y ya no por el hecho de no ser clérigo o religioso.

Es por el bautismo que todo laico está habilitado para dar testimonio del Evangelio en las
cosas ordinarias de la vida. Ahí donde su vida se desarrolla, el laico está llamado a ser
fermento de vida nueva, no a través de acciones extraordinarias sino por la extraordinariedad de
la vida ordinaria. Y de esta manera participa de la misión propia de la Iglesia, siendo en el
mundo testimonio de vida, iluminando y ordenando las realidades temporales a las que está
estrechamente vinculado, de tal modo que sin cesar se realicen y progresen conforme a Cristo y
sean para la gloria del Creador y del Redentor.

Dignidad de los laicos en el Pueblo de Dios

Todos los miembros del Pueblo de Dios tienen una misma e igual dignidad que se
fundamenta en el hecho de ser, por el bautismo, hijos de Dios. Es común la gracia de la filiación,
común la llamada a la perfección. Una es la salvación, única la esperanza e indivisa la caridad
(Lumen Gentium 32).

Esta unidad e igualdad no niega las diferencias, si faltaran las diferencias no se podría
hablar de cuerpo donde muchos son los miembros con funciones diversas, tampoco de Pueblo
de Dios donde los estados de vida articulan la variedad de las vocaciones y ministerios, ni si
quiera de templo del Espíritu ya que en él que somos piedras vivas bien compaginadas porque
diversas. En otro tiempo esta radical igualdad correspondía a una visión que oponía clérigos y
laicos quizás hoy tengamos que volver a proponerla para que no se opongan laicos con laicos
en la única y gran familia de los hijos de Dios.

En cuanto al apostolado de los laicos como participación a la missio misma de la Iglesia se lo


debe entender ya no como una concesión de la jerarquía sino del Señor mismo que los ha

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hecho partícipes de su propia misión a razón del bautismo y de la confirmación. En este sentido
podemos reconocer dos tipos de apostolado, el que le corresponde a razón del bautismo y
aquel que procede de un mandato directo de la jerarquía que se configura como colaboración
de la jerarquía en colaboración inmediata con los pastores de la Iglesia.

Celebrar-Participar

En un momento conversamos: ¿cómo compartimos en nuestras parroquias la


misión?
Se sugiere buscar un signo que sintetice esta pertenencia a la Iglesia y presentarla en una
Eucaristía comunitaria.

Tarea: Mensaje a los participantes del Congreso Nacional de laicos (Madrid 2020)

Responder:
• ¿Qué significa ser comunidad cristiana?
• ¿Cómo vivir la misión en este nuevo tiempo para la Iglesia?

https://www.vatican.va/content/francesco/es/messages/pont-messages/2020/documents/papa-
francesco_20200214_messaggio-laicato-spagna.html

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