Está en la página 1de 6

Resumen de encíclica Humanas Vitae

El 25 de julio de 1968 el Papa Pablo VI publicaba la


encíclica “Humanae Vitae”, que aborda la cuestión
de la transmisión de la vida y el problema de la
natalidad.
Respecto a esta encíclica, el Papa Francisco ha
resaltado su “genialidad profética”, pues “pues tuvo
el coraje de ir contra la mayoría, de defender la
disciplina moral, de aplicar un freno cultural, de
oponerse al neomalthusianismo presente y futuro”
(entrevista publicada en diario La Nación del 5 de
marzo de 2014).
Ofrecemos a continuación un breve resumen de la
misma.
La encíclica tiene tres capítulos: el primero,
dedicado a describir lo que el Papa denomina “un
nuevo estado de cosas”; el segundo, desarrolla los
principios doctrinales; y el tercero, presenta
directivas pastorales.
Nuevo estado de cosas: En el primer capítulo,
entre los temas que configuran la nueva situación
se encuentran el problema demográfico, las
condiciones de trabajo, vivienda y la vida económica
y su influencia en la educación y crianza de los hijos,
la valoración de la mujer y las adquisiciones
científicas que controlan las leyes mismas de
transmisión de la vida (HV 2). El Papa recuerda la
competencia del Magisterio de la Iglesiapara
interpretar la ley moral natural y menciona el
antecedente de los trabajos de la Comisión especial
de estudio instituida por Juan XXIII en 1963.
Aspectos unitivo y procreativo del acto
conyugal: El segundo capítulo, sobre los principios
doctrinales, analiza la esencia y características del
amor conyugal (humano, total, fiel y exclusivo y
fecundo) y se detiene en la cuestión de la
paternidad responsable. Luego, ante la
problemática ética que plantean los nuevos
métodos de regulación de la fertilidad, el Papa
señala la importancia de respetar la naturaleza y la
finalidad del acto matrimonial y reafirma “la
inseparable conexión que Dios ha querido y que el
hombre no puede romper por propia iniciativa, entre
los dos significados del acto conyugal: el significado
unitivo y el significado procreador” (HV 12).
Vías ilícitas para la regulación de
nacimientos: Desarrolla luego las consecuencias
que se derivan de los principios antes desarrollados
y presenta las vías ilícitas para la regulación de los
nacimientos, entre las que menciona
“el aborto directamente querido y procurado, aunque
sea por razones terapéuticas” y “la esterilización
directa, perpetua o temporal, tanto del hombre
como de la mujer”. Aclara que no se pueden
justificar los actos conyugales intencionalmente
infecundos con el argumento del “mal menor” y,
además, que es “un error pensar que un acto
conyugal, hecho voluntariamente infecundo, y por
esto intrínsecamente deshonesto, pueda ser
cohonestado por el conjunto de una vida conyugal
fecunda” (HV 14).
Licitud del recurso a los periodos
infecundos: Entra luego a considerar la diferencia
entre el recurso a los períodos infecundos y los
métodos de regulación artificial de la natalidad. Al
respecto, sienta la doctrina que acepta la licitud del
recurso a los períodos infecundos: “si para espaciar
los nacimientos existen serios motivos, derivados
de las condiciones físicas o psicológicas de los
cónyuges, o de circunstancias exteriores, la Iglesia
enseña que entonces es lícito tener en cuenta los
ritmos naturales inmanentes a las funciones
generadoras para usar del matrimonio sólo en los
periodos infecundos y así regular la natalidad sin
ofender los principios morales que acabamos de
recordar” (HV 16). Aclara que “la Iglesia es
coherente consigo misma” pues “entre este recurso
[a los períodos infecundos] y los medios
directamente contrarios a la fecundación, que
siempre son ilícitos”, “existe una diferencia esencial:
en el primero los cónyuges se sirven legítimamente
de una disposición natural; en el segundo impiden
el desarrollo de los procesos naturales” (HV 16).
Graves consecuencias de los métodos de
regulación artificial de la natalidad: Para ayudar a
comprender la “consistencia de la doctrina de la
Iglesia”, Pablo VI invita a los “hombres rectos” a
considerar las consecuencias de los métodos de
regulación artificial de la natalidad. Aquí es donde la
encíclica revela su carácter profético y donde la
experiencia de estos años ha demostrado que las
graves denuncias que señalaba el Papa se han
cumplido. En efecto, entre tales consecuencias
señalaba “el camino fácil y amplio que se abriría a
la infidelidad conyugal y a la degradación general
de la moralidad”. También señalaba el riesgo de
que se pierda “el respeto a la mujer” y que ella pase
a ser considerada “como simple instrumento de
goce egoístico y no como a compañera, respetada y
amada”. Advertía también que estos métodos se
podrían convertir en un “arma peligrosa” “en las
manos de autoridades públicas despreocupadas de
las exigencias morales”. “¿Quién podría reprochar a
un gobierno el aplicar a la solución de los
problemas de la colectividad lo que hubiera sido
reconocido lícito a los cónyuges para la solución de
un problema familiar? ¿Quién impediría a los
gobernantes favorecer y hasta imponer a sus
pueblos, si lo consideraran necesario, el método
anticonceptivo que ellos juzgaren más eficaz?”
La experiencia de estos años nos permite constatar
el carácter profético de la denuncia de Pablo VI. En
efecto, hemos asistido al lanzamiento en todo el
mundo y especialmente en los países más pobres a
programas de salud reproductiva que han
significado nuevas y sutiles formas de control de la
población y de violación de los derechos de la
persona y la familia.
Vale pues recordar que Pablo VI advertía que “en
tal modo los hombres, queriendo evitar las
dificultades individuales, familiares o sociales que
se encuentran en el cumplimiento de la ley divina,
llegarían a dejar a merced de la intervención de las
autoridades públicas el sector más personal y más
reservado de la intimidad conyugal” (HV 17).
Por ello, exhortaba el Papa: “sino se quiere exponer
al arbitrio de los hombres la misión de engendrar la
vida, se deben reconocer necesariamente unos
límites infranqueables a la posibilidad de dominio
del hombre sobre su propio cuerpo y sus funciones;
límites que a ningún hombre, privado o revestido de
autoridad, es lícito quebrantar. Y tales límites no
pueden ser determinados sino por el respeto debido
a la integridad del organismo humano y de sus
funciones, según los principios antes recordados y
según la recta inteligencia del “principio de
totalidad” ilustrado por nuestro predecesor Pío XII”
(HV 17).
La Iglesia, garante de los valores humanos:
Finalmente, esta segunda parte de la Encíclica
termina con una reafirmación de la importancia de
la misión de la Iglesia, garantía de los auténticos
valores humanos. Decía el Papa: “Al defender la
moral conyugal en su integridad, la Iglesia sabe que
contribuye a la instauración de una civilización
verdaderamente humana; ella compromete al
hombre a no abdicar la propia responsabilidad para
someterse a los medios técnicos; defiende con esto
mismo la dignidad de los cónyuges. Fiel a las
enseñanzas y al ejemplo del Salvador, ella se
demuestra amiga sincera y desinteresada de los
hombres a quienes quiere ayudar, ya desde su
camino terreno, “a participar como hijos a la vida del
Dios vivo, Padre de todos los hombres” (HV 18).
Directivas pastorales: El tercer capítulo de la
encíclica está dedicado a dar precisas directivas
pastorales con la finalidad de que la Iglesia, “Madre
y Maestra”, pueda confortar a los hombres en el
camino de una “honesta regulación de la natalidad,
aun en medio de las difíciles condiciones que hoy
afligen a las familias y a los pueblos”. Estas
directivas incluyen un llamamiento a las
autoridades públicas,a los hombres de ciencia,
a los esposos cristianos, a los médicos y al
personal sanitario, a los sacerdotes y los Obispos.
El Llamamiento final: la encíclica finaliza con un
llamamiento a una gran obra de educación, de
progreso y de amor sabiendo “que el hombre no
puede hallar la verdadera felicidad, a la que aspira
con todo su ser, más que en el respeto de las leyes
grabadas por Dios en su naturaleza y que debe
observar con inteligencia y amor”

También podría gustarte