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UCNE
Asignatura:
Doctrina Social de la Iglesia
Profesor:
Federico de Jesús
Estudiante:
Chabely Navarro 2018-0061
Tarea:
Una primera cuestión que llama la atención es la difusión que los mismos medios de
comunicación social han hecho de la Encíclica. En diversos diarios y canales de
televisión se anunció la promulgación de ella; luego se presentaron algunos de sus
contenidos fundamentales, especialmente la firme denuncia de una "cultura de la
muerte", el claro rechazo del aborto y de la eutanasia, y el llamado a oponerse
-mediante la objeción de conciencia- a cualquier legislación en favor del aborto y de la
eutanasia; e, inmediatamente, los diversos medios comenzaron a recoger las primeras
reacciones ante estas enseñanzas e imperativos éticos.
La sola cobertura que la Encíclica ha tenido en los medios de comunicación social nos
indica que ella ha abordado un problema importante para las personas y para el
conjunto de la sociedad. Ahora bien, habiendo ciertamente mucha gente que ha
acogido muy bien las enseñanzas, orientaciones y solicitudes del Papa, algunos
medios se han preocupado de mostrar también, cómo ha habido reacciones contrarias
a la Encíclica. Es así, por ejemplo, que a los pocos días de haber sido promulgada la
Encíclica, el Diario La Época, en su edición del domingo 2 de abril, dedica toda una
página a las "encontradas reacciones ante la encíclica papal".
La Encíclica representa una visión negra del mundo: apocalíptica, milenaria y casi
maniquea en la insistencia entre el bueno y el malo. Es una opinión, explica el diario,
resultado de las dificultades del último ventenio, que ha registrado una erosión de la
autoridad papal entre los católicos de la Iglesia en el mundo secular.
En Bélgica, una de las más duras críticas contra la Encíclica es como ya sucede para los
integristas musulmanes y judíos. Tal vez también para los católicos existirán de ahora en
adelante leyes buenas y leyes malas. No se osaba imaginarlo, pero podría transformarse en
realidad, dado que el Papa pidió a los católicos que hagan objeción de conciencia y se
opongan a las leyes de sus países sobre el aborto y la eutanasia en otras palabras, a no
reconocer más la democracia, si la misma va contra los dogmas, so pena de
automática excomunión. Para un demócrata digno de este nombre, es imposible seguir
a Juan Pablo II en este llamado a la insubordinación.
En primer lugar, pensamos que dichas expresiones de rechazo se dan en el contexto
de una cultura en la cual no sólo el Magisterio Pontificio, sino que el conjunto de la
Iglesia ya no gozan más de una autoridad incuestionada. Para muchos sectores de la
sociedad, las enseñanzas oficiales de la Iglesia en materias de carácter ético no son, a
priori, verdaderas. Ellas representan, más bien, sólo la opinión de uno de los actores
sociales. Y en cuanto, opinión dichas enseñanzas pasan a formar parte de un debate
público en el cual las opiniones de los diversos sujetos sociales son sometidas a la
crítica, a través de diversas formas de argumentación y de comunicación.
En segundo lugar, y en relación con lo anterior, el ambiente de rechazo a la Encíclica
se explica, también, porque el tono global de ella no es justamente el de una propuesta,
de un aporte al diálogo y a la discusión, sino el de una enseñanza clara, de una toma
de posición definitiva, y que pretende ser válida no sólo para los católicos, sino que
para el conjunto de la sociedad. Este modo de plantearse respecto al tema ciertamente
choca con la sensibilidad cultural reinante que demanda discusión abierta, pluralismo,
tolerancia, acuerdos consensuados. A la Iglesia se la identifica con la norma, con la ley
impuesta desde fuera, y esta identificación de la cual la Iglesia no está exenta de
responsabilidad no es más tolerada. Hay quienes lo dicen, como las personas citadas
en los diarios, pero otros muchos callan y toman sus decisiones prescindiendo de
hecho de tales posturas normativas.
Ahora bien, este ambiente adverso no sólo está asociado al llamado secularismo o a
las deficiencias comunicacionales de la misma Iglesia, sino que a una profunda
distorsión de la comunicación social, que hace muy difícil aquella argumentación que
demanda la misma sociedad.
Por otra parte, muchas de las reacciones como las citadas, muestran una escasa
capacidad argumentativa. En ellas no están en juego las cuestiones de fondo que la
Encíclica del Papa plantea, sino que cuestiones colaterales que, al menos en este
caso, poco o nada tienen que ver. El ejercicio del ministerio del Papa Juan Pablo II -sus
decisiones disciplinares, sus nombramientos episcopales, sus relaciones ecuménicas, y
otras cuestiones semejantes-, no son el tema de esta Encíclica. Como tampoco lo es la
autoridad moral de algunos obispos de la Iglesia católica que hoy aparecen
defendiendo la vida, en circunstancias que cuando en este país, y en otros,
sistemáticamente se violaron los derechos humanos más elementales, los justificaron,
o guardaron un silencio cómplice y cobarde. De lo que en esta Encíclica se trata, es de
mirar la dramática situación de millones de seres humanos que son muertos antes de
nacer o cuando están al final de sus vidas y, desde allí, proclamar el Evangelio de la
vida como una clara y firme interpelación a la conciencia y a la libertad de todos. Para
los católicos, esta Encíclica no es una oportunidad más para seguir ocupándonos de
nosotros mismos, sino un llamado a acoger y servir el Evangelio de Jesucristo en una
fe eclesialmente vivida.
El Papa reconoce y denuncia una cultura de la muerte al nivel de los hechos, pero
también del derecho. Al nivel de los hechos, Juan Pablo II no sólo denuncia la
existencia del aborto y de la eutanasia, sino de otra serie de violencias en contra de la
vida: niños forzados a la miseria, a la desnutrición, y al hambre, a causa de una inicua
distribución de las riquezas entre los pueblos y las clases sociales, la violencia
derivada, incluso antes de las guerras, de un comercio escandaloso de armas, el
temerario desajuste de los equilibrios ecológicos, la criminal difusión de la droga, el
fomento de modelos de prácticas de la sexualidad que, además de ser moralmente
inaceptables, son también portadores de graves riesgos para la vida. Es en el contexto
de esta vasta gama de amenazas contra la vida humana, donde la Encíclica reconoce
con especial preocupación los atentados contra la vida naciente y terminal. El aborto,
denunciará el Papa, se difunde con ingentes sumas de dinero, la investigación
científica ha ido haciendo que éste se sustraiga de toda forma de control y
responsabilidad social, el aborto eugenésico se legitima en una mentalidad que acoge
la vida sólo en determinadas ocasiones, rechazando la limitación, la minusvalidez, la
enfermedad.
De las causas que originan la "cultura de la muerte"
La Encíclica no sólo denuncia los diversos ámbitos en los que se producen los
atentados contra la vida, su proporción numérica, el apoyo que reciben de la opinión
pública, el reconocimiento legal y la colaboración del personal de salud, sino que ella
también aborda las causas que originan esta cultura de la muerte. Y éstas son
principalmente tres: la crisis cultural; la perversa idea de libertad; y el eclipse del
sentido del hombre y de Dios.
En efecto, Juan Pablo II reconoce una profunda crisis de la cultura, que engendra
escepticismo en los fundamentos mismos del saber y de la ética, haciendo cada vez
más difícil ver con claridad el sentido del hombre, de sus derechos y sus deberes. La
conjura contra la vida, es promovida por fuertes corrientes culturales, económicas y
políticas, portadoras de una concepción de la sociedad basada en la eficiencia. Se ha
ido creando un ambiente cultural que no ve en el sufrimiento ningún significado o valor,
es más, lo considera el mal por excelencia, que debe eliminar a toda costa. Hay una
actitud prometeica del hombre que se cree señor de la vida y de la muerte porque
decide sobre ellas. Por su parte, las naciones ricas condicionan su ayuda económica a
políticas antinatalistas. En este contexto cultural surgen significativas dificultades
existenciales y relacionales, se generan dramáticas situaciones de pobreza y variadas
formas de violencia contra la mujer.
A partir de diversos textos bíblicos, el Papa muestra en esta Encíclica cómo Dios se ha
mostrado desde siempre como un Dios dador de vida: es un Dios creador, que libera
de toda esclavitud, que es providente, que sostiene la vida y la lleva a la plenitud. En
Jesús, en su práctica en favor de los enfermos, marginados y excluidos, se muestra el
valor que para Dios tiene la vida. Pero, a la vez, la Encíclica nos recuerda una verdad
fundamental de la revelación: la vida es una realidad precaria que sólo alcanza su
plenitud cuando ella es dada, es entregada por los demás quien quiera salvar su vida,
la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará
Por último, el categórico rechazo al aborto y a la eutanasia que hace el Papa Juan
Pablo II en su Encíclica Evangelium Vitae, y contrariamente a lo que
irresponsablemente han afirmado algunos medios, no constituye en modo alguno una
actitud terca, obstinada y fundamentalista. Contra todo tipo de rigorismo, y en
coherencia con toda la revelación vivida y transmitida por la Iglesia, la Encíclica enseña
que el Dios que se nos ha manifestado como autor y defensor de la vida,
particularmente de la vida de aquellos que han sido marginados, excluidos, o muertos
por el egoísmo y la prepotencia, se nos ha revelado definitivamente en Jesucristo como
un Dios que es compasivo y misericordioso, que nos llama al arrepentimiento y al
perdón.