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EL DRAMA DEL ABORTO EN LOS PRIMEROS SIGLOS

REYNALDO JOVEL ROJAS*

Resumen: la Iglesia Católica nunca ha puesto en duda el valor de la integridad de la vida


humana en su función legislativa o educativa. El mandamiento no mataras siempre ha sido un
fundamento de la fe cristiana. Los primeros líderes de la Iglesia se interesaron más sobre la
problemática del aborto conforme a las ideas del cristianismo.

Somos muchos los que creemos que la causa de la vida no es ni eclesiástica, ni siquiera
estrictamente cristiana, y que, desde el agnosticismo y el ateísmo, desde la simple teoría de los
derechos humanos, existen, cómo desde el cristianismo, poderosas razones para pronunciarse por
la vida. Dicho esto, no sería justo dejar de reconocer que, en esta lucha, la Iglesia católica ha
dado la cara de manera tan valerosa como generosa, sin reclamar ningún protagonismo que
siempre ha declinado en cuantos otros se han brindado a abanderar la lucha, y
desinteresadamente en el solo triunfo de la causa.
Una causa en la que la mejor prueba de fe, son los antiquísimos testimonios que los hombres de
Iglesia han dejado desde los primeros tiempos del cristianismo. Si bien es cierto, es que no existe
referencia concreta a las prácticas abortivas en los textos del Nuevo Testamento, ello no ha de
ser interpretado como indiferencia de los autores canónicos, sino más bien, en el sentido de que
la apabullante unanimidad existente en la comunidad cristiana al respecto, hizo innecesario
ningún pronunciamiento. La Evangelium Vitae de Juan Pablo II lo afirma así:
“Los textos de la Sagrada Escritura, que nunca hablan del aborto voluntario y, por tanto,
no contienen condenas directas y específicas al respecto, presentan de tal modo al ser
humano en el seno materno, que exigen lógicamente que se extienda también a este caso
el mandamiento divino «no matarás»”.1

La expansión del cristianismo en el mundo antiguo se acomodó a las estructuras y modos de vida
propios de la sociedad romana. Examinadas ya la progresiva realización del principio de
universalidad cristiana y las relaciones entre la Iglesia y el Imperio pagano. No obstante, lo
anterior, es de relevancia recordar que, en sus orígenes, el cristianismo primitivo (hasta el siglo
IV d.C.) fue un movimiento ligado a la práctica mesiánica de Jesús, de los apóstoles y de la
comunidad primitiva, de carácter comunional, comunitario y fraternal.2
Ahora bien, queda claro que el problema para la comunidad cristiana se plantea cuando con su
crecimiento temprano y repentino, transciende el ámbito cultural judío y entra en contacto con la
cultura greco-romana, donde las cosas discurren de manera bien diferente:

1
*Estudiante de I de Configuración. Coordinador del Área Espiritual. Correo: rjovel71@gmail.com.
Fecha de publicación: 18 de septiembre de 2022.
JUAN PABLO II, Encíclica Evangelium Vitae, vaticana, Roma, 1995 n 61
2
CF. ADALBERT G, HAMMAN. La vida cotidiana de los primeros cristianos, Palabra, Madrid, 1985 p. 29
“Desde que entró en contacto con el mundo greco-romano, en el que estaba difundida la
práctica del aborto y del infanticidio, la primera comunidad cristiana se opuso
radicalmente, con su doctrina y praxis, a las costumbres difundidas en aquella
sociedad”.3

Empiezan entonces los pronunciamientos de los primeros autores cristianos, cosa que ocurre sin
ambages ni demoras. El primero de dichos posicionamientos lo hallamos en la Didaché, que
dice: “No matarás el embrión mediante el aborto, no darás muerte al recién nacido”. 4 De igual
manera, la epístola de Bernabé, atribuido al compañero de Pablo, que podría datar de finales del
siglo I o principios del II, emite un mandamiento similar: “No matarás a tu hijo en el seno de la
madre ni, una vez nacido, le quitarás la vida”.5
El primer apologista latino Minucio Félix, llama parricidio al aborto en su obra Octavius de
finales del siglo II afirma que: “Hay algunas mujeres que, bebiendo preparados médicos,
extinguen los cimientos del hombre futuro en sus propias entrañas, y de esa forma cometen
parricidio antes de parirlo”.6 El apologeta cristiano, Atenágoras del siglo II es igualmente tajante
en su consideración sobre el aborto cuando escribió al Emperador Marco Aurelio: “Nosotros
afirmamos que las que intenten el aborto cometen un homicidio y tendrían que dar cuenta a Dios
de él”.7
Tertuliano padre de la Iglesia y un prolífico escritor durante la segunda parte del siglo II y
primera parte del siglo III condenó el aborto como homicidio y reconoce la identidad humana del
no nacido: “el impedir el nacimiento es un homicidio anticipado; y no hay diferencia entre quitar
la vida ya nacida o destruir la vida en el nacimiento: también es hombre el que ya va a serlo”.8
Todos esos testimonios en contra del aborto tienen un valor para nosotros cristianos en las
circunstancias que nos toca vivir en nuestro tiempo. Deben servirnos de advertencia para que
bajo ningún concepto nos acomodemos a un Estado de opinión en nuestra sociedad cada vez más
favorable a la aceptación del aborto como algo normal. Hacer tal cosa sería ir justo en la
dirección opuesta a la que tomaron nuestros antepasados en la fe. Ellos ni se callaron ni fueron
tibios a la hora de condenar este pecado. La Iglesia, hoy igual que ayer, alza su voz contra esta
infamia. Podríamos decir con san Juan Pablo II que el aborto: “siempre es un desorden moral
grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente”.9

3
JUAN PABLO II, Encíclica Evangelium Vitae, vaticana, Roma, 1995 n 61
4
RUIZ B, DANIEL. Padres apostólicos y apologistas griegos (S.II), BAC, Madrid, 2002 p. 82
5
Ibid., p 613
6
SANZ S, VÍCTOR. Octavio, Ciudad Nueva, Madrid, 2000 p. 135
7
RUIZ B, DANIEL. Padres apostólicos y apologistas griegos (S.II), BAC, Madrid, 2002 p. 1387
8
CF. ANDIÓN M, JULIO. Tertuliano el apologético, Ciudad Nueva, Madrid, 1997 p. 85
9
JUAN PABLO II, Encíclica Evangelium Vitae, vaticana, Roma, 1995 n 62

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