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EL PRÍNCIPE
Nicolás Maquiavelo
Es aquel por el cual llegan al poder simples particulares, ascienden de una clase
normal a una posición de príncipe una posesión majestuosa. A la que llegara a través de
la corrupción y la traición a su príncipe original. Un particular llega a hacerse príncipe, sin
valerse de nefandos crímenes, ni de intolerables violencias. En cuanto al principado, su
establecimiento se promueve por el pueblo o por los grandes, según que uno u otro de
estos dos partidos tengan ocasión para ello.
Si los grandes ven que no les es posible resistir al pueblo, comienzan por formar
una gran reputación a uno de ellos y, dirigiendo todas las miradas hacia él, acaban por
hacerle príncipe, a fin de poder dar a la sombra de su soberanía, rienda suelta a sus
deseos. Los príncipes deben sostenerse por sí mismos cuando tienen suficientes hombres
y dinero para formar el correspondiente ejército, con que presentar batalla a cualquiera
que vaya a atacarlos, y necesitan de otros los que, no pudiendo salir a campaña contra los
enemigos, se encuentran obligados a encerrarse dentro de sus muros, y limitarse a
defenderlos. En cuanto al segundo caso, no puedo menos de alentar a semejantes
príncipes a fortificar la ciudad de su residencia, sin inquietarse por las restantes del país.
En la aplicación de justicia se debe aplicar la fuerza para una mayor equidad y crear así un
mayor orden público para que los habitantes de principado puedan vivir en armonía con
seguridad y tranquilidad.
Los príncipes, por hallarse colocados a mayor altura que los demás, se
distinguen por determinadas prendas personales, que provocan la alabanza o la censura.
La liberalidad es con la que un hombre se conduce en la sociedad de una manera que
empieza a formar ideales de justicia y libertad, equidad, por lo que la mayoría de los
habitantes de los principados son miserables y un menor porcentaje son los dueños de
poder, a lo que llamamos oligarquía que es el poder de pocos en perjuicio de la gran
mayoría. Cuando alguien ejercía esta conducta debía ser sumamente cuidadoso puesto
que ese liberalismo atentaba contra el poder de los príncipes quienes ejercían un poder
absoluto. Al príncipe no le conviene dejarse llevar por el temor de la infamia inherente a la
crueldad, si necesita de ella para conservar unidos a sus gobernados e impedirles faltar a
la fe que le deben, porque, con poquísimos ejemplos de severidad, será mucho más
clemente que los que por lenidad excesiva toleran la producción de desórdenes,
acompañados de robos y de crímenes, dado que estos horrores ofenden a todos los
ciudadanos, mientras que los castigos que dimanan del jefe de la nación no ofenden más
que a un particular.