Está en la página 1de 22

Universidad Autónoma de Santo Domingo

(UASD)

Integrantes Matricula
Eladia Priscila Sánchez García 100416307
Enmanuel Alejanndro Medina Segura 100428761
Génesis Emmanuel Pirón 100008394
Candy Santos 100437965
Eunice Soriano Zapata AH4078

Asignatura
Historia de La Cultura Universal

Sección
19

Grupo
#3

Tema
Informe de Lectura sobre El Príncipe de Nicolás Maquiavelo

Profesor

Félix Manuel Angomas Ramírez

Fecha de Entrega
22 de Diciembre del 2020
Santo Domingo D. N.
Introducción

El libro deja una ponencia principal acerca de los gobiernos, interpreta o manifiesta la forma en
la cual el hombre ha sido seducido por el poder desde tiempos remotos incluso en tiempos
presentes. No se ha llegado a una universalización en lo que respecta la práctica y concepción de
este poder. Nicolás Maquiavelo devela esta naturaleza de hombre-poder de una forma realista y
obvia. Deja una sensación de cinismo inteligente y práctico para las tareas del gobierno. El libro
El príncipe es un claro ejemplo de cómo debe gobernar la persona que está a cargo de un país o
un estado. Es un libro de consejos políticos que muchos de los representantes a nivel mundial
deberían de tomar en cuenta.

Algunos de los puntos negativos que se tiene es que no es libro que sea actualizado
constantemente, por este motivo se podría llegar a una conclusión de que los puntos vistos en la
obra no se aplican a la política actual; en mi opinión, las épocas cambian, pero no la metodología.
El libro es reconocido como uno de los pilares del pensamiento político, también narra las
costumbres políticas de la época y de la naturaleza del hombre. Aquí surge la frase "El fin justifica
los medios", que es una clara definición de que si buscas llegar a una meta no hace falta detenerse
para pensar en los demás. Maquiavelo se considera hoy en día como un consejero sabio,
inteligente, capaz de analizar cualquier circunstancia y modificar el transcurso de las decisiones
por medio de sus consejos.

Así es como inicia este libro donde se dice que el que desea congraciarse con un príncipe suelen
presentársele con aquello que reputan por más preciosos entre lo que poseen. En esta oración
se habla de lo que hoy en día se comenta, "Como te ven te tratan", cuando uno desea conocer a
un persona importante, ya sea para una junta de trabajo, presentación e incluso cuando conoces
a una persona que te gusta, tratas de ponerte lo mejor que tienes en el armario y mentir para
impresionar, muchas veces esto llega a complicar la relación porque una vez que adulteras alguna
información tendrás que seguir con la mentira y recordar todo para que no te tachen de persona
no confiable. Maquiavelo comenta que para conocer la naturaleza de los pueblos hay que ser
príncipe, y para conocer bien a la de los príncipes hay que pertenecer al pueblo.
Resumen

En este libro se forma una división entre estados los cuales serían, republicas o principados en el
cual los principados tienen dos modos, uno heredado o nuevo. El heredado vine de familia en
familia mientras el nuevo se adquiere porque nace el estado de la división de otro.

Se detiene en los principados y se analiza el estilo de conversación y de gobierno que estos tienen,
en parte se hace mención a los estados hereditarios, considera que es mucho más fácil de
mantener que en el caso de los nuevos, ya que debe copiar las huellas de sus anteriores y no
variar el orden establecido por sus antecesores para así evitar problemas con sus descendientes.

Se hace referencia aun principiado mixto, se habla, de un principiado que no es completamente


nuevo, sino una clase de agregado o postizo a un principado antiguo que se beneficia de
antemano.

Por tal asamblea se le llama principado mixto, cuya indecisión procede de una dificultad, que es
el carácter de todos los principiados nuevos, y aquí inicia los celos y discusión por el mando, los
que le ayudaron a llegar al mando tiene que asignarle algún puesto público como es en la
actualidad, y si esto no es efectuado se produciría aún más conflicto y tendrá más enemigos como
lo de su oposición que no deseaban que llegara al mando.

Exactamente así mismo le paso al rey Luis XII cuando ocupo Milán rápidamente la perdió al poco
tiempo ya que los ciudadanos se vieron engañado la imagen que tenía en el rey, como sus
esperanzas que habían entendido para lo futuro y no aguantaban tener un nuevo príncipe.

Este Estado nuevamente logrado se reúnen con un Estado apoderado con bastante tiempo el que
lo logro, siendo así de las mismas provincias hablando los mismos idiomas. Cuando es de la
primordial clase, es muy sencillo conservarlos, y aún más si no están acostumbrado a vivir libres
en república. Para obtenerlo con seguridad solo deben de eliminar sus descendencias del príncipe
que reinaba en ellos, ya que los demás respetando sus antiguos puestos y siendo allí las
costumbres iguales a las del pueblo que se juntan, permanecen ampliamente relacionados.
Referente al que efectúa tales compras, si desea conservarla necesita dos cosas: que se extinga
el linaje del príncipe que tiene dicho estado; que el príncipe nuevo no altere sus leyes, ni halla un
aumento de impuesto. Esto ayudaría aque todos los estados formaran un solo cuerpo con el
antiguo suyo.

Los príncipes llegan a conquistar por sus ambiciones, se crea una plan de conquista y por lo cual
comienzan a conquistar territorios para así establecer un orden publico distinto al que ahí tienen
en las reglamentaciones originales del pueblo.

Los herederos de Alejandro siguieron gobernando los estados que habían conquistado gracias a
sus inteligencia y ambición que mostraron. Estos tienen dos modos de principiado los cuales
fueron: consiste en ser asistido como príncipe por otros individuos, permanecerían como
súbditos humildes al lado suyo, son aprobado, por beneficio o concepción, solamente para
ayudar a gobernar, y la otra forma es, el príncipe se compone asistidos de personas, esto no están
por beneficio o concesión del soberano, sino que es por su antigüedad de su familia. Estas
personas poseen Estado y súbditos que los reconocen por señores suyos y le dedicas
inesperadamente su afecto. Entre lo primero de estos estados es que gobierna el mismo príncipe
con algunos ministros esclavos y así tiene más autoridad ya que en su provincia no gay quienes
reconozca a otro más que ha el por superior y si es de llegar a obedecer a otro no es por un
particular afecto a su persona, sino solamente por ser ministro y empleado del monarca.

Se nota que el monarca que es reflejado y ejemplificado con el sultán de Turquía y el rey de
Francia, son gobernado por un señor único.

Para el príncipe poder mantener esos Estados que están habituados a vivir con sus propias
legislaciones y como gobierno de república, para eso debe seguir o abarcar tres resoluciones:
arruinarlos, ir a vivir con ellos, dejar al pueblo con su código tradicional, obligándole a pagarle
una contribución anual y creando en el país un tribunal de corto número de miembro que pueda
consolidad su poder o cuidar de él. Al instaurar este consejo consecutivo para el príncipe, a
sabiendas de que no puede subsistir sin su amistad y sin su dominación tiene un mayor interés
de fomentar su autoridad.
Describe a los principados que nacen por obra de la iniciativa personal cuando el príncipe o el
monarca decide asaltar un estado por uso de la fuerza armada, con su ejército principal de su
nación, se invade a otros estados para fundar ahí otra legislación y cambiar por completo el estilo
de vida de la sociedad invadida.

Los que sólo por la suerte se convierten en príncipes poco esfuerzo necesitaban para llegar a
serlo, pero no mantienen sino con muchísimo. Estos príncipes no consiguieron su Estado más que
de uno u otro de estos dos modos: o comprándolo o haciéndoselo dar por favor. Ejemplos de
ambos casos ofrecieron entre los griegos, muchos príncipes nombrados para las ciudades de la
Iona y del Helesponto, en que Darío creyó que su propia gloria tanto como su propia seguridad
le inducía a crear ese género de príncipes, y entre los romanos aquellos generales que subían al
Imperio por el arbitrio de corromper las tropas.

No saben, porque a menos de poseer un talento superior, no es verosímil que acierte a reinar
bien ha vivido mucho tiempo en una condición privada, y no pueden, a causa de carecer de
suficiente número de soldados, con cuyo apego y con cuya lealtad cuenten de una manera
indudable.

Por otro lado, los Estados que se forman repentinamente, como todas aquellas producciones de
la naturaleza que nacen con rapidez, no tienen el origen y las adhesiones que les son
indispensables para fortalecer.

El primer golpe de la desventura los destruye, si, como ya referí, los príncipes creados por
espontaneidad carecen de la fuerza suficiente para mantener lo que puso en sus manos la suerte,
y si no se han proporcionado las mismas bases que los demás príncipes se habían formado, antes
de serlo.

Puesto que hay otros dos modos de llegar a príncipe que no se pueden asignar enteramente a la
fortuna o a la virtud corresponde no pasarlos por alto. Este es el caso de aquellos que escalan al
principado por un camino de perversidades y delitos, y después, al caso en que se llega a ser
príncipe por el favor de los compatriotas.
Ascienden al poder valiéndose de acciones sucias, traicioneros, perversos, engaño con los que
se adueñan de los pueblos y lo somete a su dominio.

Un individuo aborda a hacerse príncipe, sin valerse de perversos crímenes, ni de inaguantables


violencias. En cuando, con el apoyo de sus paisanos, llega a gobernar en su nación. A este
principado lo llamo civil. Para conseguirlo, no hay obligación alguna de cuanto el valor o la dicha
pueden hacer sino más bien de cuanto una apropiada artimaña puede coordinar.

Pero nadie se eleva a este reino sin el favor del pueblo o de los grandes. En toda población existen
dos preferencias diversas, una de las cuales resulta de que el pueblo desea no ser avasallado y
humillado por los grandes, y la otra de que los grandes desean controlar y esclavizar al pueblo.
Del choque de ambas inclinaciones genera una de estas tres cosas: o la creación del principado,
o el de la república y el de la licencia y la confusión. En cuanto al principado, su asentamiento se
fomenta por el pueblo o por los grandes, según que uno u otro de estos dos partidos tengan
oportunidad para ello. Si los grandes ven que no les es probable aguantar al pueblo, dan
comienzo a organizar una gran fama a uno de ellos y, conduciendo todas las miradas hacia él,
acaban por hacerle príncipe, a fin de poder dar a la sombra de su autonomía, freno libre a sus
deseos. El pueblo arranca de igual modo con respecto a uno solo, si ve que no les es posible
resistir a los grandes, a fin de que le proteja con su potestad.

Los príncipes deben sustentarse por sí mismos cuando tienen adecuados hombres y dinero para
organizar el debido ejército, con que mostrar combate a cualquiera que vaya a arremeter, y
carecen de otros los que, no pudiendo marcharse a campaña contra los adversarios, se
encuentran forzados a encarcelarse dentro de sus muros, y restringirse a ampararlos. Se habló
ya del primer caso y aún se regresará sobre él, cuando se presente momento conveniente. Con
relación al segundo caso, no puedo menos que inducir a parecidos príncipes a proteger la ciudad
de su domicilio, sin turbarse por los remanentes del país. En la aplicación de justica se debe poner
la potencia para una superior igualdad y crear así un considerable orden público para que los
residentes de principado puedan vivir en hermandad con confianza y sosiego.
Para la obtención de este no se requiere poseer de un virtuoso emplazamiento ni de suficientes
posesiones, exclusivamente necesita de gratitud por su actividad emocional, como en el caso de
los papas que desempeñaban el mando por medio de las doctrinas y que por más de mil años
sobornaron y subyugaron los principados, les procreaban a los pobladores un verídico pánico
celestial y una penalidad devota. Entonces se dice que ejecutaron su intención, papas que se
interponían en la política de los principados como es el caso de Alejandro VI que dividió el estado
de las colonias.

Las milicias se incorporan por persona que está hábil a dar una prestación a su territorio pero
tenían la responsabilidad de cuidarse de la sed de apetencia sobre todo de los soldados
mercenarios, puesto que son los que más tienen anhelo de Poder y lograrán en un futuro desertar
sin esfuerzo. Pero a la vez en la guerra son inhumanos y no tienen misericordia alguna por la vida
humana, es entonces cuando pueden en batalla obtener un gran número de éxitos requerido por
este motivo.

La manera en la que el príncipe confronta las acciones malas o buenas, le da un sentido


interesante a la obra, pues Maquiavelo aborda la forma en que ha de conducirse el príncipe en
función de las circunstancias y de las consecuencias de sus acciones y decisiones.

Refiere las cosas que hacen que sea alabado o censurado y aconseja, en este sentido, guiarse
siempre por la realidad en lugar de perseguir utopías irreales. Ya que para mantener el poder lo
importante no es seguir la moral sino hacer lo que sea necesario para la conservación del Estado.

Con relación al ejército y los soldados que el príncipe debe tener a su disposición, Maquiavelo
afirma que estos pueden ser de tres tipos: propio, auxiliar y mixto. Advierte sobre los soldados
mercenarios, que luchan por dinero y no por lealtad.

Desaconseja los soldados auxiliares, que pertenecen a otro príncipe, al cual deben su fidelidad. E
indica que lo idóneo será tener un ejército propio, que solo al príncipe deba lealtad.
También refiere la importancia de que el príncipe se ocupe de la guerra, que es tarea
fundamental en el Estado, que ni siquiera en tiempos de paz debe abandonarse, pues, advierte,
un príncipe que no es hábil en los artes de la guerra será despreciado por el pueblo.

Maquiavelo explica la forma en que han de ser medidas las fuerzas en los diferentes principados.
En este sentido, lo principal, comenta, es si el príncipe es capaz de valerse por sí mismo o no.

Tener hombres, dinero y un ejército adecuado lo calificarían como capaz. En cambio, si no posee
ninguno de estos elementos, entonces deberá refugiarse tras sus murallas y resistir los ataques
enemigos.

Hace también referencia a la generosidad y la avaricia, y realiza consideraciones sobre cuál es


más conveniente. La primera, por un lado, suele ser tenida por buena, pero a la larga resulta
perjudicial, pues para mantener esta reputación, el príncipe habrá de gastar todo su patrimonio.

En cambio, si opta por la avaricia, entonces también podrá ahorrarle impuestos al pueblo, lo cual
lo ayudará, en momentos decisivos, a financiar empresas y ganar guerras, de modo que acabará
por ser amado por la mayoría.

Un aspecto central en la administración de la justicia del príncipe es el asunto de la crueldad y la


compasión. La compasión, que es una virtud apreciada, puede llevar con el tiempo a verse
obligado a la crueldad.

A la crueldad, por su parte, la considera más efectiva que la compasión siempre y cuando sea
bien administrada. Mucha crueldad aplicada al principio ahorra crueldades futuras, mientras que
si se prefiere ser compasivo en un inicio, es posible que se tengan que cometer más y más
crueldades para conservar el Estado.

En este sentido, aconseja Maquiavelo ser amado y temido simultáneamente, pero afirma que,
puestos a elegir, lo mejor es ser temido que amado, pues el pueblo explica siempre puede olvidar
el amor, pero nunca el temor, y gracias a esto disminuyen las posibilidades de ser destronado.
Sobre la importancia de las virtudes en el ejercicio del poder, advierte que poseerlas es bueno,
pero que es más importante aparentarlas. De hecho, afirma que no toda virtud es buena para el
poder y que, en todo caso, la mayoría de la gente solo juzga por las apariencias y los resultados,
de allí que se atribuya a Maquiavelo la frase “el fin justifica los medios”, aunque no la exprese
con estas mismas palabras.

Advierte que los únicos defectos que deben evitarse son el ser menospreciado y odiado, pues
son estos los defectos que pueden llevar a que el pueblo, los nobles o los soldados puedan ir
contra su propio príncipe.

Maquiavelo también discurre sobre la utilidad de armar o desarmar a los súbditos, y sobre la
eficacia de las fortalezas, que solo son útiles cuando se teme más al propio pueblo que a los
invasores. El príncipe debe conducirse de cierta manera para ser estimado y admirado por su
pueblo, los nobles y el ejército. Para ello, aconseja el acometimiento de grandes empresas, el
manejo adecuado de la política interna y realizar premiaciones o castigos que sirvan de ejemplo
para sus súbditos.

Cuando son de la primera especie, hay suma facilidad en conservarlos, especialmente si no están
habituados a vivir libres en república. Para poseerlos con seguridad basta haber extinguido la
descendencia del príncipe que reinaba en ellos, porque, en lo demás, respetando sus antiguos
estatutos, y siendo allí las costumbres iguales a las del pueblo a que se juntan, permanecen
ampliamente relacionados, como lo estuvieron Normandía, Bretaña, Borgoña y Gascuña, que
fueron anexadas a Francia hace mucho tiempo. Aunque existan algunas diferencias de lenguaje,
las costumbres se asemejan, y esas diversas provincias viven en buena armonía. En cuanto al que
hace tales adquisiciones, si ha de conservarlas, necesita dos cosas: la primera, que se extinga el
linaje del príncipe que poseía dichos Estados; y la segunda, que el príncipe nuevo no altere sus
leyes, ni aumente los impuestos. Con ello, en tiempo brevísimo, los nuevos Estados pasarán a
formar un solo cuerpo con el antiguo suyo.
Por su ambición los príncipes llegan a conquistar, se crea en ellos una idea de expansionismo y
por lo cual empiezan a conquistar territorios para establecer posteriormente un orden público
distinto al que ahí se contiene en las reglamentaciones originales del pueblo.

Frases comunes y muy ciertas encontradas en esta obra dichas por el príncipe. Podemos citar
algunas;

• “Los hombres en general juzgan más por los ojos que por las manos; porque el ver pertenece a
todos, y el tocar a pocos. . . El vulgo se deja siempre coger por las apariencias. . . Y en el mundo
no hay sino vulgo´´

• “La habilidad y la constancia son las armas de la debilidad´´

• “Los hombres ofenden antes al que aman que al que temen´´

• “Vale más hacer y arrepentirse, que no hacer y arrepentirse´´

• “Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos´´

• “Un príncipe. . . Jamás predica otra cosa que concordia y buena fe; y es enemigo acérrimo de
ambas, ya que, si las hubiese observado, habría perdido más de una vez la fama y las tierras´´

• “En todas las cosas humanas, cuando se examinan de cerca, se demuestra que no pueden
apartarse los obstáculos sin que de ellos surjan otros´´

• “El que es elegido príncipe con el favor popular debe conservar al pueblo como amigo´´

• “El que quiere ser tirano y no mata a Bruto y el que quiere establecer un Estado libre y no mata
a los hijos de Bruto, sólo por breve tiempo conservará su obra´´

El deseo de conquista es un sentimiento muy natural y común, y siempre que lo hagan los
que pueden, antes serán alabados que censurados; pero cuando intentan hacerlo a toda cota los
que no pueden, la censura es admitida. Para evitar una guerra nunca se debe dejar que el
desorden siga su curso. Es natural que se ha vuelto poderoso recelo de la misma astucia o de la
misma fuerza gracias a las cuales se ha obtenido la ayuda.

De qué modo debe evitarse ser despreciado y odiado. El príncipe debe evitar a toda costa huir
de los motivos que lo conviertan en despreciable y odioso. Para evitar conspiraciones, lo único
que debe hacer el PRINCIPE es evitar ser odiado o despreciado teniendo satisfecho al pueblo. El
ser odioso puede venir de que el príncipe expolie los bienes de sus súbditos como se ha
comentado anterior mente. Algunos defectos hacen ser despreciable, como voluble, afeminado,
frívolo, pusilánime o irresoluto; para acabar con ellos, debe realizar actos a los que se le atribuya
grandes, valentía, seriedad y fuerza. Contra aquel que es querido por los suyos pocas
conspiraciones hay.

Un príncipe debe tener dos cosas: que se le subleven los súbditos o que le ataquen las potencias
extranjeras. En el exterior las cosas irán bien cuando haya buenas alianzas y se disponga de
armas, y si en el exterior las cosas van bien, también los irán dentro del estado. Para evitar
conspiraciones, lo único que debe hacer el príncipe es ser odiado o despreciado teniendo
satisfecho al pueblo.

Esto es eficaz porque los conspiradores quieren llevar a cabo sus acciones solo porque creen el
pueblo quedara contento con la muerte del príncipe, y si ve que no surgirá tal consecuencia, no
llevara a cabo los canecí, que asignaron a Micer Aníbal Bentivoglio, príncipe de Bolonia se sublevo
y extermino a todos los Cnnechi. El pueblo espero y acabo teniendo a micer Juan con mandatario.
Los príncipes más sabios han podido mantener satisfecho al pueblo y a la vez no tener enfadado
a los nobles (como en Francia que crearon el parlamento). Maquiavelo en este punto contesta a
aquellos que dijeron que entonce como es mucho emperadores romanos cayeron si cumplieron
esto. Esta cuestión se puede resumir muy brevemente.

Lo que el príncipe no debe omitir sobre las conspiraciones en base a situaciones sobre
emperadores romanos, primero que estos no sólo tenían que mantener felices al pueblo y no
descontentar a los grande sino también manejar la crueldad y avaricia de los soldados, es difícil
contentar a los soldados y al pueblo, lo que ambas partes esperaban de su príncipe era contrario,
con lo cual no se ponía control, había situaciones en que el príncipe no podía evitar ser aborrecido
por algunas partes, debe esforzarse por evitar el odio de su clase más poderosa o el número
mayor, si el príncipe quiere mantener sus dominios está en la posibilidad de no ser bueno, ya que
depende de donde este la mayoría de hombres y cómo se encuentra esta mayoría, y si está se
encuentra corrompida, se debe seguir su humor y contentarla.

El príncipe debe hacer de león y zorra, debe camuflar sus intenciones y atacar ferozmente
cuando se presente la oportunidad, de esta forma también se puede mantener contento a todos,
una vez contentos el príncipe no debe ofender a ninguno de los que emplea, los emperadores
romanos favorecían más a los soldados puesto que con ellos ganaban territorio por ello buscaban
que estén contentos olvidándose de lo demás, lo que generaba desprecio y aborrecimiento, en
la actualidad (en el tiempo que se escribió el libro) es necesario contentar al pueblo que a los
soldados.

En este capítulo, Maquiavelo discute brevemente una serie de estrategias potenciales para
mantener el poder. Previsiblemente, se opone a desarmar a los súbditos, ya habiendo expresado
su apoyo a los ejércitos ciudadanos sobre mercenarios o fuera de las tropas. Desarmar a los
ciudadanos también envía un mensaje de que el príncipe no confía en ellos, y Maquiavelo valora
altamente una buena relación entre el príncipe y sus súbditos. Al igual que el desarme de los
súbditos, la construcción de fortalezas dentro de la ciudad también expresa desconfianza y
muestra inseguridad. Ninguna fortaleza puede sustituir la confianza y el apoyo de la gente.

Los príncipes han intentado varias tácticas para mantener el poder: desarmando a sus súbditos,
dividiendo a sus súbditos en facciones, animando a sus enemigos, ganando a los sospechosos,
construyendo nuevas fortalezas y derribando fortalezas. Los nuevos príncipes nunca deben
desarmar a sus súbditos, porque si un príncipe arma a su pueblo, sus brazos se convierten en
suyos. Si un príncipe los desarma, el pueblo lo odiará, y se verá obligado a emplear mercenarios.
La sabiduría convencional dice que crear facciones es una buena manera de controlar un estado.
Esto pudo haber sido verdad cuando Italia era más estable, pero no en el tiempo de Maquiavelo.
Cuando las ciudades facciosas son amenazadas por invasores, caen rápidamente.
Debido a que los gobernantes se hacen grandes al superar las dificultades, algunos creen que un
príncipe debe alentar secretamente a sus enemigos, de modo que cuando los supera, su
reputación será mayor. Algunos nuevos príncipes encuentran que aquellos que fueron
sospechosos por primera vez resultan más útiles que otros en gobernar el estado. Están ansiosos
de probarse ante el príncipe. Aquellos que ayudaron al príncipe a ganar el poder pueden haberlo
hecho por insatisfacción con el estado anterior, y el nuevo estado también puede dejar de
complacerlos.

Los príncipes a menudo construyen fortalezas para protegerse de conspiradores y ataques


repentinos. Si un príncipe teme a sus súbditos más que a los invasores extranjeros, debe construir
fortalezas. La mejor fortaleza, sin embargo, es no ser odiado por el pueblo.

La reputación y la imagen pública son los temas de este capítulo. Conquistas y atrevimientos son
la primera manera de mejorar la reputación de uno. El rey Fernando de España es el ejemplar de
Maquiavelo, pero recibe un trato ambiguo. Nada mejora la reputación de un gobernante más
que llevar a cabo grandes conquistas. La carrera de Fernando de España es un buen ejemplo.
Había atacado Granada; Expulsó a los moros de España; Y atacaron África, Italia y Francia. Estas
actividades mantenían a sus súbditos asombrados y preocupados, de modo que nadie tuvo
tiempo de hacer nada en su contra.

Con respecto a los asuntos internos, los príncipes deben encontrar siempre maneras dignas de
mención de recompensar o de castigar cualquier acción extraordinaria. Maquiavelo menciona
específicamente los espectáculos públicos al final de este capítulo, y hay una sugerencia de que
el espectáculo, ya sea en forma de festivales de entretenimiento, ejecuciones dramáticas o
esquemas atrevidos, es uno de los instrumentos más importantes del príncipe para controlar la
opinión pública. De la misma manera, recompensar los logros de los ciudadanos o castigar sus
malas acciones debe tener un elemento de espectáculo. Debe hacer hablar a la gente, y cuando
hablan, debe ser acerca de lo notable que es el príncipe.

Un príncipe debe demostrar que ama el talento y lo recompensa. Debe alentar a sus ciudadanos
a prosperar en sus ocupaciones. Debe mantener a la gente entretenida con fiestas en los
momentos apropiados. Y debe prestar atención a los diversos grupos cívicos, asistiendo a algunas
de sus actividades, pero sin parecer indigno

Los gobernantes nunca deben permanecer neutrales. Si los gobernantes vecinos luchan, debes
tomar partido, porque si no lo haces, el ganador te amenazará, y el perdedor no te ayudará. Si su
aliado gana o no, él le será agradecido. Sin embargo, si puedes evitarlo, nunca debes aliarte con
alguien más poderoso que tú, porque si él gana, puedes estar en su poder.

Es muy importante para un príncipe elegir bien a sus ministros porque este acto de elegir genera
definiciones acerca del príncipe, si este se rodea de buenos ministros o de malos, los juicios serán
favorables o en contra dependiendo de la prudencia con lo que él lo haya escogido, tenemos que
saber que en cualquier hombre, como en el caso del príncipe hay tres tipos de cerebro: primero,
lo que imaginan por sí mismos, segundo, poco inventivos pero capaces de ver lo que lo muestran
los otros, y tercero, los que no consiguen nada por sí mismos, puede que muchos príncipes no
imaginen por sí mismo pero si son capaces de ver lo que otros le enseñan, si el príncipe se
mantiene en estos dos, tiene un buen juicio para discernir y así ningún ministro esperara
engañarle y siempre le será fiel.

El ministro nunca debe pensar en sí mismo sino en el príncipe, y no recordar cosa alguna que no
se refiere a los intereses de su principado, sin embargo, para retener a un ministro así el príncipe
debe pensar en él y brindarle honores, enriquecimientos y darle reconocimiento, ello disminuirá
su grado de ambición al saber que está consiguiendo resultados, así pueden fiarse el uno al otro.

La adulación se vuelve grave en aquellos príncipes que no tienen prudencia o carecen de un tacto
fino y juiciosa, ya que se engañan de forma tan natural, la falta más que del príncipe está en los
adoradores cuando las personas que rodean al príncipe no entienden que no ofenden cuando
dicen la verdad.

El príncipe dotado de prudencia debe seguir un curso medio, escogiendo a personas sabias con
quién hablar con la verdad en cosas que sólo el príncipe desee, pero igualmente escuchar la
opinión sobre todas las cosas, para ello es necesario que éstos consejeros hablen libremente y
que el príncipe los conozca, no debe seguir consejos de ninguna otra persona, ningún adulador
porque perderá la prudencia que le caracteriza.

El príncipe sólo debe escuchar consejos cuando él lo solicite, debe quitar las ganas a los
aduladores de aconsejarlo cuando no lo ha solicitado, algunos piensan que la prudencia del
príncipe se debe a los consejeros, si esto fuera así aquel sujeto conductor le quitaría el estado en
breve tiempo, por lo tanto, se entiende que la prudencia proviene del príncipe y conviene que
los buenos consejos nazcan de la prudencia del príncipe y no de los buenos consejos que recibe.
En este capítulo el autor asegura que cualquier nuevo príncipe que siga con éxito el consejo
encontrado en este libro tendrá la estabilidad de un príncipe hereditario, ya que los hombres son
más conscientes del presente que del pasado.

Varios príncipes italianos han perdido estados a través de sus propias faltas militares. Por
ejemplo, han huido cuando debieron haber luchado, esperando que sus súbditos los llamaran y
eso les llevó al fracaso debido a su propia incompetencia. Otra causa fue que tomaron demasiada
confianza en épocas prósperas, sin pensar que podían entrar en batallas y que su estado iba a ser
robado y cuando fueron conquistados, esperaban que el pueblo se revelara y quisieran que ellos
vuelvan a gobernar; pero fue absurdo depender de otros para volver al poder. La mejor defensa
de un príncipe es su propio valor.

Las reglas que acabo de exponer, llevadas a la práctica con prudencia, hacen parecer antiguo a
un príncipe nuevo y lo consolidan y afianzan en seguida en el Estado como si fuese un príncipe
hereditario. Porque los hombres se ganan mucho mejor con las cosas presentes que con las
pasadas, y cuando en las presentes hallan provecho, las gozan sin inquirir nada; y mientras el
príncipe no se desmerezca en las otras cosas, estarán siempre dispuestos a defenderlo.

Si se examina el comportamiento de los príncipes de Italia que en nuestros tiempos perdieron


sus Estados, como el rey de Nápoles, el duque de Milán y algunos otros, se advertirá, en primer
lugar, en lo que se refiere a las armas, una falta común a todos: la de haberse apartado de las
reglas antes expuestas. Después se verá que unos tuvieron al pueblo por enemigo, y que el que
lo tuvo por amigo no supo asegurarse de los nobles.
Filipo de Macedonia, no el padre de Alejandro, sino el que fue vencido por Tito Quincio, disponía
de un ejército reducido en comparación con el de los griegos y los romanos, que lo atacaron
juntos; sin embargo, como era guerrero y había sabido congraciarse con el pueblo y contener a
los nobles, pudo resistir una lucha de muchos años; y si al fin perdió algunas ciudades, conservó,
en cambio el reino.

Por consiguiente, estos príncipes nuestros que ocupaban el poder desde hacía muchos años no
acusen a la fortuna por haberlo perdido, sino a su ineptitud. Como en épocas de paz nunca
pensaron que podrían cambiar las cosas (es defecto común de los hombres no preocuparse por
la tempestad durante la bonanza), cuando se presentaron tiempos adversos, atinaron a huir y no
a defenderse, y esperaron que el pueblo, cansado de los ultrajes de los vencedores, volviese a
llamarlos. Partido que es bueno cuando no hay otros; pero está muy mal dejar los otros por ése,
pues no debernos dejarnos caer por el simple hecho de creer que habrá alguien que nos recoja.
Porque no lo hay; y si lo hay y acude, no es para salvación nuestra, dado que la defensa ha sido
indigna y no ha dependido de nosotros. Y las únicas defensas buenas, seguras y durables son las
que dependen de uno mismo y de sus virtudes.

No ignoro que muchos creen y han creído que las cosas del mundo están regidas por la fortuna y
por Dios de tal modo que los hombres más prudentes no pueden modificarías; y, más aún, que
no tienen remedio alguno contra ellas. De lo cual podrían deducir que no vale la pena fatigarse
mucho en las cosas, y que es mejor dejarse gobernar por la suerte. Esta opinión ha gozado de
mayor crédito en nuestros tiempos por los cambios extraordinarios, fuera de toda conjetura
humana, que se han visto y se ven todos los días. Y yo, pensando al- guna vez en ello, me he
sentido algo inclinado a compartir el mismo parecer. Sin embargo, y a fin de que no se desvanezca
nuestro libre albedrío, acepto por cierto que la fortuna sea Juez de la mitad de nuestras acciones
pero que nos deja gobernar la otra mitad, o poco menos. Y la comparo con uno de esos ríos
antiguo que, cuando se embravecen, inundan las llanuras, derribaban los árboles y las casas y
arrastran la tierra de un sitio para llevarla a otro; todo el mundo huye delante de ellos, todo el
mundo cede a su furor. Y aunque esto sea inevitable, no obsta para que los hombres, en las
épocas en que no hay nada que temer, tomen sus precauciones con diques y reparos, de manera
que, si el río crece otra vez, o tenga que deslizarse por un canal o su fuerza no sea tan
desenfrenada ni tan perjudicial.

Así sucede con la fortuna que se manifiesta con todo su poder allí donde no hay virtud preparada
para resistirle y dirige sus ímpetus allí donde sabe que no se han hecho diques ni reparos para
contenerla. Y si ahora contemplamos a Italia, teatro dé estos cambios y punto que los ha
engendrado, veremos que es una llanura sin diques ni reparos de ninguna clase; y que, si hubiese
estado defendida por la virtud necesaria, como lo están Alemania, España y Francia, o esta
inundación no habría provocado las grandes transformaciones que ha provoca- do o no se habría
producido. Y que lo dicho sea suficiente sobre la necesidad general de oponerse a la fortuna.
Pero ciñéndome más a los detalles me pregunto por qué un príncipe que hoy vive en la
prosperidad, mañana se encuentra en la des- gracia, sin que se haya operado ningún cambio en
su carácter ni en su conducta.

A mi juicio, esto se debe, en primer lugar, a las razones que expuse con detenimiento en otra
parte, es decir, a que el príncipe que confía ciegamente en la fortuna perece en cuanto ella
cambia. Creo también que es feliz el que concilia su manera de obrar con la índole de las
circunstancias, y que del mismo modo es desdichado el que no logra armonizar una cosa con la
otra. Pues se ve que los hombres, para llegar al fin que se proponen, esto es, a la gloria y las
riquezas, proceden en forma distinta: uno con cautela, el otro con ímpetu; uno por la violencia,
el otro por la astucia; uno con paciencia, el otro con su contrario; y todos pueden triunfar por
medios tan dispares. Se observa también que, de dos hombres cautos, el uno consigue su
propósito y el otro no, y que tienen igual fortuna dos que han seguido caminos encontrados,
procediendo el uno con cautela y el otro con ímpetu, lo cual no se debe sino a la índole de las
circunstancias, que concilia o no con la forma de comportarse.

De aquí resulta lo que he dicho: que dos que actúan de distinta manera obtienen el mismo
resultado; y que de dos que actúan de igual manera, uno alcanza su objeto y el otro no. De esto
depende asimismo el éxito, pues si las circunstancias y los acontecimientos se presentan de tal
modo que el príncipe que es cauto y paciente se ve favorecido, su gobierno será bueno y él será
feliz; más si cambian, está perdido, porque no cambia al mismo tiempo su proceder. Pero no
existe hombre lo suficiente- mente dúctil como para adaptarse a todas las circunstancias, ya
porque no puede desviarse de aquello a lo que la naturaleza lo inclina, ya porque no puede
resignarse a abandonar un camino que siempre le ha sido próspero. El hombre cauto fracasa cada
vez que es preciso ser impetuoso. Que, si cambiase de conducta junto con las circunstancias, no
cambiarla su fortuna. El papa Julio II se condujo impetuosamente en todas sus acciones, y las
circunstancias se presentaron tan de acuerdo con su modo de obrar que siempre tuvo éxito.

Considérese su primera empresa contra Bolonia, cuando aún vivía Juan Bentivoglio. Los
venecianos lo veían con desagrado, y el rey de España deliberaba con el de Francia sobre las
medidas por tomar; pero Julio II, llevado por su ardor y su ímpetu, inició la expedición poniéndose
él mismo al frente de las tropas. Semejante paso dejó suspensos a España y a los venecianos; y
éstos por miedo, y aquélla con la esperanza de recobrar todo el reino de Nápoles, no se movieron;
por otra parte, el rey de Francia se puso de su lado, pues al ver que Julio II había iniciado la
campaña, y como quería ganarse su amistad para humillar a los venecianos juzgó no poder
negarle sus tropas sin ofenderlo en forma manifiesta. Así, pues, Julio II, con su impetuoso ataque,
hizo lo que ningún pontífice hubiera logrado con toda la prudencia humana; porque si él hubiera
esperado para partir de Roma a tener todas las precauciones tomadas y ultimados todos los
detalles, como cualquier otro pontífice hubiese hecho, jamás habría triunfado, porque el rey de
Francia hubiera tenido mil pretextos y los otros amenazados con mil represalias.

Prefiero pasar por alto sus demás acciones, todas iguales a aquella y todas premiadas por el éxito,
pues la brevedad de su vida no le permitió conocer lo contrario. Que, a sobrevenir circunstancias
en las que fuera preciso conducirse con prudencia, corriera a su ruina, pues nunca se hubiese
apartado de aquel modo de obrar al cual lo inclinaba su naturaleza. Se concluye entonces que,
como la fortuna varía y los hombres se obstinan en proceder de un mismo modo, serán felices
mientras vayan de acuerdo con la suerte e infelices cuando estén de desacuerdo con ella. Sin
embargo, considero que es preferible ser impetuoso y no cauto, porque la fortuna es mujer y se
hace preciso, si se la quiere tener sumisa, golpearla y zaherirla. Y se ve que se deja dominar por
estos antes que por los que actúan con tibieza. Y, como mujer, es amiga de los jóvenes, porque
son menos prudentes y más fogosos y se imponen con más audacia.
Después de meditar en todo lo expuesto, me preguntaba si en Italia, en la actualidad, las
circunstancias son propicias para que un nuevo príncipe pueda adquirir gloria, y si se encuentra
en ella cuanto es necesario a un hombre prudente y virtuoso para instaurar una nueva forma de
gobierno, por la cual, honrándose a sí mismo, hiciera la felicidad de los italianos. Y no pude menos
que responderme que eran tantas las circunstancias que concurrían en favor de un príncipe
nuevo, que difícilmente podría hallarse momento más adecuado. Y si, como he dicho, fue preciso
para que Moisés pusiera de manifiesto sus virtudes que el pueblo de Israel estuviese esclavizado
en Egipto, y para conocer la grandeza de Ciro que los persas fuesen oprimidos por los medas, y
la excelencia de Teseo que los atenienses se dispersaran, del mismo modo, para conocer la virtud
de un espíritu italiano, era necesario que Italia se viese llevada al extremo en que yace hoy, y que
estuviese más esclavizada que los hebreos, más oprimida que los persas y más desorganizada
que los atenienses; que careciera de jefe y de leyes, que se viera castigada, despojada,
escarnecida e invadida, y que soportara toda clase de vejaciones.

Y aunque hasta ahora se haya notado en este o en aquel hombre algún destello de genio como
para creer que había sido enviado por Dios para redimir estas tierras no tardó en advertirse que
la fortuna lo abandonaba en lo más alto de su carrera. De modo que, casi sin un soplo de vida,
espera Italia al que debe curarla de sus heridas, poner fin a los saqueos de Lombardía y a las
contribuciones del Reame y de Toscana y cauterizar sus llagas desde tanto tiempo gangrenadas.
Vedla cómo ruega a Dios que le envíe a alguien que la redima de esa crueldad e insolencia de los
bárbaros. Vedla pronta y dispuesta a seguir una bandera mientras haya quien la empuñe. Y no se
ve en la actualidad en quien uno pueda, confiar más que en vuestra ilustre casa, para que, con su
fortuna y virtud, preferida de Dios y de la Iglesia, de la cual es ahora príncipe, pueda hacerse jefe
de esta redención. No puede haber grandes dificultades, y sólo falta que vuestra casa se inspire
en los ejemplos de los hombres que he propuesto por modelos. Además, se ven aquí
acontecimientos extraordinarios, sin precedentes, ejecutados por voluntad divina: las aguas del
mar se han separado, una nube os ha mostrado el camino, ha brotado agua de la piedra y ha
llovido maná; todo concurre a vuestro engrandecimiento.

A vos os toca lo demás Dios no quiere hacerlo todo para no quitarnos el libre albedrío ni la parte
de gloria que nos corresponde. No es asombroso que ninguno de los italianos a quienes he citado
haya podido hacer lo que es de esperar que haga vuestra ilustre casa, ni es extraño que después
de tantas revoluciones y revueltas guerreras parezca extinguido el valor militar de nuestros
compatriotas. Pero se debe a que la antigua organización militar no era buena y a que nadie ha
sabido modificarla. Nada honra tanto a un hombre que se acaba de elevar al poder como las
nuevas leyes e instituciones ideadas por él, que, si están bien cimentadas y llevan algo grande en
sí mismas, lo hacen digno de respeto y admiraron. E Italia no carece de arcilla modelable. Que, si
falta valor en los jefes, sóbrales a los soldados. Fijaos en los duelos y en las riñas, y advertid cuán
superio- res son los italianos en fuerza, destreza y astucia. Pero en las batallas, y por culpa
exclusiva de la debilidad de los jefes, su papel no es nada brillante; porque los capaces no son
obedecidos; y todos se creen capaces, pero hasta ahora no hubo nadie que supiese imponerse
por su valor y su fortuna, y que hiciese ceder a los demás. A esto hay que atribuir el que, en tantas
guerras habidas durante los últimos veinte años, los ejércitos italianos siempre hayan fracasado,
como lo demuestra Taro, Alejandría, Capua, Génova, Vailá, Bolonia y Mestri.

Si vuestra ilustre casa quiere emular a aquellos eminentes varones que libertaron a sus países, es
preciso, ante todo, y como preparativo indispensable a toda empresa, que se rodee de armas
propias; porque no puede haber soldados más fieles, sinceros y mejores que los de uno. Y si cada
uno de ellos es bueno, todos juntos, cuando vean que quien los dirige, los honra y los trata
paternalmente es un príncipe en persona, serán mejores. Es, pues, necesario organizar estas
tropas para defenderse, con el valor italiano, de los extranjeros. Y aunque las infanterías suiza y
española tienen fama de temibles, ambas adolecen de defectos, de manera que un tercer orden
podría no sólo contenerlas, sino vencerlas. Porque los españoles no resisten a la caballería, y los
suizos tienen miedo de la infantería que se muestra tan porfiada como ellos en la batalla.

De aquí que se haya visto y volverá a verse que los españoles no pueden hacer frente a la
caballería francesa, y que los suizos se desmoronan ante la infantería española. Y por más que de
esto último no tengamos una prueba definitiva, podemos darnos una idea por lo sucedido en la
batalla de Ravena, donde la infantería española dio la cara a los batallones alemanes, que siguen
la misma táctica que los suizos; pues los españoles, ágiles de cuerpo, con la ayuda de sus
broqueles habían penetrado por entre las picas de los alemanes y los acuchillaban sin riesgo y sin
que éstos tuviesen defensa, y a no haber embestido la caballería, no hubiese que- dado alemán
con vida.

Por lo tanto, conociendo los defectos de una y otra infantería, es posible crear una tercera que
resista a la caballería y a la que no asusten los soldados de a pie, lo cual puede conseguirse con
nuevas armas y nueva disposición de los combatientes. Y no ha de olvidarse que son estas cosas
las que dan autoridad y gloria a un príncipe nuevo. No se debe, pues, dejar pasar esta ocasión
para que Italia, después de tanto tiempo, vea por fin a su redentor. No puedo expresar con cuánto
amor, con cuánta sed de venganza, con cuánta obstinada fe, con cuánta ternura, con cuántas
lágrimas, sería recibido en todas las provincias que han sufrido el aluvión de los extranjeros.
Conclusión

Esta obra de tipo filosófica y política representa una interesante disertación y realidad que ayuda
a comprender la evolución social y política del mundo del renacimiento. El Príncipe deja
complejas y atrevidas interpretaciones acerca del poder y los gobernantes. El realismo que
Nicolás Maquiavelo fue implacable, demostrando un sentido de orden, fines políticos e
ideológicos que pueden ser convenientes para la comunidad señalando métodos sagaces,
inteligentes, astutos, lógicos y eficaces para lograrlos a partir de situaciones reales que
predominaban en aquel tiempo.

Este libro está catalogado como un clásico de la historia, Maquiavelo se dio a conocer por escribir
temas políticos, es un tema que desde tiempos antiguos fue complicado, pero supo manejarlo
de una forma profesional. El príncipe debería ser un libro obligatorio para los políticos, un libro
fundamental. Es un clásico, y no por el hecho de que lo escribió Maquiavelo, sino porque la
historia no miente, un buen gobierno es aquel que se maneja con inteligencia y paciencia, y nada
mejor que seguir los pasos que se muestran en este libro. Este libro es un manual, el cual es
indispensable para todo aquel que quiera gobernar y no ser odiado al mismo tiempo.

También podría gustarte