Está en la página 1de 36

DERECHO PROCESAL

MODULO 1

Casos en los que no se cumple algún presupuesto procesal

No siempre se hace el debido control del cumplimiento de los presupuestos procesales al interponer la demanda, y
puede suceder que avance un proceso hasta llegar a la sentencia y recién ahí ser advertido el incumplimiento de
alguno de los presupuestos.
En otras palabras, puede suceder que no haya una correcta “verificación” de los presupuestos antes de darle inicio al
proceso, y se presenten situaciones como la siguiente:

Se inició un proceso judicial en contra de una persona por una deuda de impuestos inmobiliarios de un determinado
bien inmueble. La sustanciación del proceso se llevó adelante en rebeldía del demandado (no compareció al juicio).
Finalmente, se llegó a dictar sentencia ordenando el pago de lo debido y la subasta del inmueble. Luego de ello, un
legatario de quien había sido el demandado en autos (adquirente de la propiedad en cuestión, por la que se debían
impuestos), lleva en casación el proceso manifestando que la persona en contra de la cual se había iniciado y
concluido ese proceso, había fallecido 27 años antes, y por lo tanto, solicitó la nulidad de todo el proceso actuado por
inexistencia de la relación jurídico-procesal por verificarse la ausencia de uno de los presupuestos procesales. El
Tribunal Superior de esa provincia hizo lugar al recurso de casación, y en consecuencia, resolvió anular la sentencia
impugnada y con ello todo lo actuado1.

La solución dada hoy puede verse reflejada en la previsión del artículo 2319 del Código Civil y Comercial de la
Nación Argentina2.

En el caso relatado, se puede apreciar que hubo promoción de un proceso, con la posterior sustanciación procesal,
en contra de una persona que estaba fallecida tiempo antes de la fecha de interposición de la demanda. Incluso se
llegó a dictar sentencia y a intentar la subasta del inmueble.
Al dirigir la demanda en contra de una persona difunta, se afectó la posibilidad de que emerja válidamente la relación
jurídica procesal, porque faltaba la legitimación pasiva de la persona demandada.
En tal supuesto, se vio castigada la validez de todo el proceso, incluyendo la sentencia dictada. Pues, ante la falta un
elemento indispensable, en este caso el sujeto pasivo de la acción, se vulneran las garantías constitucionales de
quien debía defenderse.
Debe tenerse en cuenta que la causa tuvo algunas características especiales que dieron lugar a la procedencia de la
nulidad de todo el proceso: se trataba de un legatario. En el caso de los legatarios de un causante, son ellos a título
personal quienes deberán ser demandados cuando el reclamo verse sobre el bien que les fue legado.
Pero no siempre se logra la nulidad de un proceso ante esta clase de situaciones. Tal como se verifica en este otro
caso jurisprudencial:

Se dedujo una demanda ejecutiva en contra de una persona fallecida, llevándose a cabo la sustanciación de todo el
proceso. Llegado el momento de la sentencia, el juez de primera instancia, declaró la nulidad de todo lo actuado por
faltar el sujeto pasivo de la acción a pesar de que ninguna parte lo hubiera planteado. En contra de ello, la actora
recurre la sentencia por haber resuelto “ultra petita” ya que ese extremo no había sido solicitado por ninguna de las
partes. La cámara entendió que los sucesores del demandado habían convalidado todo lo actuado, por lo que no
correspondía declaración de nulidad3.

En este otro supuesto, la solución es diferente porque los herederos del demandado fallecido comparecieron al
proceso y ejercieron la defensa en su calidad de continuadores de la persona del causante. Aquí cobra relevancia el
artículo 170 del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación 4, en el que se establece que cuando un acto es
consentido, no podrá declararse su nulidad; así como también los artículos 2278 y 2280 del Código Civil y Comercial
de la Nación.

Esto es lo que sucedió en el caso relatado: los herederos comparecieron y ejercieron la defensa; de esta manera,
quedó subsanada la falta de configuración del presupuesto procesal en cuestión. La lógica de su comportamiento
radica en que si el proceso hubiera sido iniciado como debía ser –en contra de los herederos del causante–, también
hubieran tenido que comparecer a ejercer la defensa tal como lo hicieron.
En este supuesto, sí se demanda a quienes sean herederos del causante, y no a título personal a cada uno de ellos
como se vio en el caso del legatario. Evidentemente, de ninguna manera es correcto demandar en contra de la
persona muerta, pero en este caso deberá ser en contra de los herederos de esa persona.
Diferente sería el caso de que, una vez iniciado el proceso, alguna de las partes falleciera. Aquí, sí habría
cumplimiento de los presupuestos procesales al momento de la interposición de la demanda, pero una muerte
sobrevenida durante la tramitación solo importaría que el juez suspendiera el proceso y llamara a los herederos de la
parte fallecida para que continúen en su representación (conf. art. 43 del CPCCN).
A esta altura es necesario hacer algunas aclaraciones para poder comprender las diferencias de criterio en las
soluciones dadas en ambos casos.

1
Tipo de nulidades procesales

En el relato sobre la nulidad de toda la tramitación de un proceso judicial por incumplimiento de los presupuestos
procesales, debe advertirse que el primer caso planteado trata sobre el legatario (como sucesor singular) del
demandado fallecido al momento del inicio del juicio, y no de un heredero (como sucesor universal) como en el
segundo caso presentado.
Esta distinción tiene importancia en cuanto al tipo de nulidad que podría provocar cada uno dentro del proceso
judicial. Los herederos como sucesores a título universal de un causante son considerados por la ley como una
especie de continuadores de la persona del causante (de conformidad con lo previsto en los artículos 2278 y 2280 del
CCCN). Distinto es el caso de los legatarios, a quienes los acreedores del causante pueden demandar hasta el valor
de lo que reciben (de conformidad con lo previsto en el art. 2319 del CCCN).
En materia procesal, las nulidades tienen como regla general la posibilidad de ser subsanadas. Esto significa que, en
principio, no hay nulidades absolutas en los procesos judiciales.
Sucede que, si bien las nulidades procesales tienen el carácter de relativas (a diferencia de las nulidades
sustanciales), existen algunas excepciones a ese principio.
Una excepción al principio de subsanación de una nulidad procesal es el caso de la demanda interpuesta en contra
de una persona fallecida –primer caso planteado–. Pero aun acaecida esta circunstancia, si los sucesores
consintieran lo ocurrido, no se debe declarar la nulidad y se conserva lo actuado judicialmente –segundo caso
planteado–.

¿Qué opciones habrían tenido los sucesores a título universal de un causante que fue demandado luego de su
fallecimiento? Consentir el proceso, pidiendo que el expediente sea remitido al mismo juzgado de la declaratoria de
herederos (juicio universal), como sucedió en el segundo caso presentado, o por el contrario, plantear la nulidad del
proceso.

¿Por qué no tiene las mismas opciones el legatario como sucesor singular? Esto se debe a que el legatario no tiene
la capacidad de representar a la persona del causante como en el primer caso presentado.

Presupuestos sentenciales

Por su parte, existen otros presupuestos llamados sentenciales. Estos son aquellas condiciones que deben darse
para que el juez pueda dictar la sentencia conclusiva del proceso judicial sometido a su conocimiento.
Es decir, los presupuestos procesales vistos previamente sirven para el “nacimiento” del proceso, mientras que los
presupuestos sentenciales son los que sirven para que el juez pueda darle un “fin” al proceso por medio del dictado
de la sentencia y se relacionan con el fondo de la cuestión planteada.
Solo se pueden ejemplificar estos presupuestos, pero no enumerar en un listado cerrado, ya que dependerán del tipo
de proceso, de las circunstancias que surjan del caso, del correcto planteo de las pretensiones y defensas de las
partes, etcétera.

Así, a modo ejemplificativo, serán presupuestos sentenciales: la realización de un procedimiento previo y completo
sin obstáculos, la sujeción a las formas esenciales legales, el cumplimiento de las etapas previas, la existencia de la
relación jurídica sustancial pretendida por el actor y su acreditación, o por el contrario, la alegación de excepciones
por parte del demandado y su acreditación.

Damos un ejemplo práctico y concreto. En el supuesto de un proceso de desalojo, el marco de discusión es limitado.
El actor pretende recuperar el uso y goce del inmueble. Por lo tanto, para poder fallar, el juez deberá analizar: el tipo
de relación que las partes tienen (contrato de locación, contrato de uso, contrato de habitación) y la razón que invoca
el actor (falta de pago de los cánones locativos, cambio en el destino del inmueble, finalización del plazo de vigencia
del contrato o simplemente porque es un tenedor precario y pretende recuperar la vivienda). Suponiendo de que se
tratare de una relación que nació de un contrato de locación, y en ese marco, el locatario dejó de abonar las
mercedes locativas, el juez fallará en un sentido o en otro, según si el actor acompañó el contrato de locación del que
surge la obligación de abonar tales mercedes locativas y si el demandado hubiera acreditado el pago o no. Pues, por
ejemplo, acreditado el pago efectuado por el demandado, el juez rechazará la demanda.

Bases constitucionales

La forma representativa, republicana y federal en que se ha organizado el gobierno de nuestro país exige que los
códigos procesales y la legislación orgánica de toda la nación, así como también aquellos códigos y legislaciones
provinciales, deben adecuarse a los principios constitucionales establecidos en la República Argentina.
Las bases constitucionales que todo ordenamiento jurídico nacional o provincial debe respetar consisten en juicio
previo, juez natural, inviolabilidad del derecho de defensa en juicio 1, igualdad2, acceso a la justicia (derivado del
principio del juez natural) y duración razonable del proceso (fenómeno moderno).
Estas bases constitucionales deben verse reflejadas y protegidas en los códigos de procedimiento.

2
Duración razonable del proceso

Sobre el principio de duración razonable como garantía del debido proceso, es necesario aclarar que el plazo
razonable constituye un concepto abstracto e indeterminado, de creación jurisprudencial, que no se convierte en
números fijos de días, semanas, meses o años, porque en ese caso estaríamos ante un plazo legal.
Un proceso que transcurre en el tiempo de forma desmedida es injusto, a pesar de que se cumplan las demás
condiciones. En tal sentido, el tiempo se convierte en un derecho a que los conflictos judicializados sean resueltos
con razonabilidad temporal.
En materia penal, el asunto se encuentra largamente tratado y analizado, pues, está en juego el derecho a la libertad
ambulatoria de las personas y, por lo tanto, se requiere que los imputados tengan resuelta su situación procesal en
un tiempo oportuno y que no sean mantenidos indefinidamente en un estado de incertidumbre. En tal sentido, las
convenciones internacionales receptan expresamente la vinculación de la garantía del debido proceso con la
existencia de un plazo razonable de duración del proceso penal.
Se han presentado situaciones como la siguiente:

La Corte Suprema de Justicia de la Nación rechazó una apelación interpuesta por el Estado Nacional en contra de
una sentencia que lo condenó a la reparación de daños y perjuicios provocados al actor por la privación de su libertad
en virtud de la prisión preventiva dispuesta en su contra así como la duración irrazonable –más de veinte años– del
juicio penal que se le siguió. Entendió, la Corte, que los magistrados que intervinieron en la causa incurrieron en una
morosidad judicial manifiesta, grave y fuera de los términos corrientes que establecen las normas procesales, por lo
que la duración del proceso por más de dos décadas violó de forma ostensible las garantías del plazo razonable y del
derecho de defensa del imputado, incurriendo el Estado Nacional –demandado luego– en un incumplimiento o
ejecución irregular del servicio de administración de justicia a su cargo, cuyas consecuencias debieron ser
reparadas3.

En el mismo sentido, pueden leerse otros fallos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación (CSJN): “Poggio, Oscar
Roberto c/ EN-Mº de Justicia y Derechos Humanos s/ daños y perjuicios” 4, y “Rizikow, Mauricio c/EN-Mº de Justicia y
Derechos Humanos s/ daños y perjuicios”5.

Pero, en materia civil, la cuestión no ha sido tan sencilla de resolver. La jurisprudencia ha debido expedirse, e incluso
se ha llegado hasta la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que dispuso algunos criterios
orientadores para saber cuándo ha dejado de ser “razonable” la duración de un proceso civil. Es decir, no es sencillo
definir cuándo estamos ante una duración “no razonable” de un proceso. Y para esto, la Corte Interamericana de
Derechos Humanos ha ayudado a deslindar la cuestión con algunas pautas generales. En primer lugar, haremos un
breve resumen de la causa en la que tuvo oportunidad de expedirse:

Sebastián Furlán, de 14 años, el 21/12/1988 ingresó a un predio cercano a su domicilio, propiedad del Ejército
Argentino, con fines de esparcimiento, y sufrió un accidente en el lugar, por el que fue internado y diagnosticado con
“traumatismo encéfalocraneano con pérdida de conocimiento en estado de coma grado II-III, con fractura de hueso
parietal derecho”. El 18/12/1990, se interpuso una demanda en el fuero civil contra el Estado Argentino, y dicho
proceso culminó con la sentencia de primera instancia, emitida el 7/9/2000. Ambas partes interpusieron recurso de
apelación. Aquella providencia judicial fue confirmada en segunda instancia, mediante sentencia emitida el
23/11/2000 por la Sala I de la Cámara Nacional en lo Civil y Comercial Federal. Adicionalmente, a partir de la
obtención de la sentencia en firme, la presunta víctima debió iniciar un trámite administrativo con el fin de materializar
la indemnización ordenada judicialmente. Para el efecto, el 7/6/2001 se inició en la Contaduría General del Ejército
Argentino el trámite tendiente a la obtención de la indemnización, el cual culminó el 12/3/2003 con el pago de bonos
al beneficiario. El proceso civil por daños y perjuicios tardó 9 años, 11 meses y 5 días hasta la sentencia definitiva, y
que el mismo estuvo seguido de la etapa de ejecución de la sentencia con el fin de obtener la indemnización
ordenada en la providencia judicial. Esta última etapa duró 1 año, 9 meses y 5 días hasta el pago efectivo de la
obligación6.

En el fallo que finalmente emitió la Corte Interamericana, se consideró que el objetivo primordial por el que la víctima
interpuso la demanda en el fuero civil era obtener la indemnización por daños y perjuicios y, por lo tanto, para efectos
de un análisis del plazo razonable, debe considerarse culminado dicho proceso una vez que ese fin se materialice. La
corte consideró que el lapso correspondiente a la etapa de ejecución de la sentencia judicial con el fin de realizar
efectivamente el cobro de la indemnización hacía parte del proceso y debía tomarse en cuenta para analizar el plazo
razonable, es decir, 12 años y tres meses, aproximadamente. La solución dada hoy puede verse reflejada en las
garantías y derechos de la Constitución de la Nación Argentina 7, así como de las convenciones internacionales
ratificadas por Argentina, como el Pacto de San José de Costa Rica8 y la Convención Americana.

En el caso relatado, se establecieron algunas pautas para determinar la razonabilidad de la duración de un proceso,
a saber:
 complejidad del asunto;
 actividad procesal del interesado;
 conducta de las autoridades judiciales,

3
 afectación generada en la situación jurídica de la persona involucrada en el proceso.
En cuanto a la complejidad del asunto, existen algunos criterios que podrán reflejarla:
 la complejidad de la prueba;
 la pluralidad de sujetos procesales o la cantidad de víctimas;
 el tiempo transcurrido desde la violación;
 y el contexto en el que ocurrió la violación.
Para analizar las características o naturaleza del proceso bajo análisis –civil ordinario–, en la legislación interna
argentina se debieron estudiar las previsiones del artículo 319 del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación9 y
se llegó a la conclusión de que este es un proceso regular en el ámbito civil, por lo que, en principio, no tiene ningún
trámite o naturaleza especial que justifique una demora de 12 años.
En tal supuesto, la Corte Interamericana concluyó que las autoridades judiciales a cargo del proceso civil por daños y
perjuicios y del cobro de la indemnización no actuaron con la debida diligencia y el deber de celeridad que exigía la
situación de vulnerabilidad en la que se encontraba Sebastián Furlan, razón por la cual excedieron el plazo
razonable, lo cual vulnera el derecho a las garantías judiciales establecido en el artículo 8.1, en relación con los
artículos 19 y 1.1, todos de la Convención Americana, en perjuicio de Sebastián Claus Furlán.

Algunas consideraciones para tener en cuenta


Sobre los criterios orientadores de la duración del plazo, hay algunas aclaraciones que servirán para la
profundización del principio constitucional analizado.

Etapas que se incluyen en un plazo razonable del proceso civil


Generalmente, era tomado como punto de partida para la evaluación del plazo razonable el día en que se acude a la
jurisdicción competente, es decir, la interposición de la demanda. Y se lo tendrá por concluido al ser notificada la
sentencia definitiva. Pero también deben incluirse en este concepto todas las apelaciones que la legislación permita.
Sin embargo, la CIDH amplió el punto de finalización al entender que, en el proceso civil, cuando se procura obtener
la indemnización por daños y perjuicios, no puede considerarse culminado dicho proceso hasta tanto dicho fin no se
materializa. De esta manera, el plazo se extiende hasta la etapa de ejecución de la sentencia judicial con el efectivo
cobro de la indemnización. Pues, en definitiva, la finalidad de un proceso en el que se pretende una indemnización
mal podría considerarse culminado antes de obtener efectivamente el cumplimiento de dicha indemnización.

Complejidad del asunto


La Corte Interamericana de Derechos Humanos reitera su propia jurisprudencia e indica que son diversos los criterios
para determinar la complejidad del proceso:
La dificultad de la prueba, y concluye que los procesos de responsabilidad extracontractual tienden a ser más simples
que otros procesos. Se desprende de sus fallos que para determinar esa “tendencia” solo se han basado en la propia
experiencia de la CIDH.
La pluralidad de sujetos procesales o la cantidad de víctimas.
El tiempo transcurrido desde la violación. En el caso Furlán, calcularon que pasó un poco menos de 2 años desde el
accidente hasta el inicio de la acción en contra del Estado. Entiende la CIDH que ese no es un plazo
considerablemente extenso en comparación con la duración posterior de todo el proceso.
Las características del recurso consagradas en la legislación interna. Se debe estudiar la legislación del lugar en que
se tramita el proceso. Por ejemplo, si de allí se desprende que el proceso ordinario es el regular en ese sistema, no
se advertiría ninguna complejidad especial.
El contexto en el que ocurrió la violación. En este punto se pueden analizar diferentes cuestiones, como si se trata de
un menor de edad, un adulto o un anciano, si se trata de un lugar con acceso público, si debía contar con medidas de
seguridad especiales y no las tenía, etcétera.

Actividad procesal del interesado


En primer lugar, se debe tener en cuenta que en Argentina el proceso civil es eminentemente dispositivo. Predomina
la voluntad de las partes, quienes fijan y determinan el objeto litigioso y aportan el material de conocimiento. De
conformidad con el principio de congruencia, el juez debe fallar dentro de los límites fijados en la controversia por la
voluntad de las partes. Así es que el tribunal de alzada tampoco podría modificar la sentencia impugnada si no ha
mediado un recurso. La novedad radica en que la CIDH flexibiliza ese principio al entender que el Estado, en ejercicio
de su función judicial, ostenta un deber jurídico propio, por lo que la conducta de las autoridades judiciales no
depende ya de manera exclusiva de la iniciativa procesal de la parte actora de los procesos.

Conducta desplegada por las autoridades en el marco del proceso


En el proceso civil el juez tiene el deber de dirigir el procedimiento, manteniendo la igualdad de las partes,
procurando el cumplimiento de los plazos procesales, vigilando que la tramitación de la causa responda al principio
de economía procesal evitando la paralización del proceso y decidiendo las causas en tiempo.

En el caso de los jueces en la Argentina


Gozan de amplias facultades en la dirección del proceso. En el caso Furlán presentado, la Corte Interamericana
consideró que se observa una actitud pasiva del juez en algunas etapas procesales. Concluyó que la actividad de la
parte interesada no fue la causante directa de la dilación, por lo que no fue desvirtuada la falta de diligencia que las

4
autoridades judiciales tuvieron en relación con los términos o plazos establecidos por el proceso civil. Es decir que la
autoridad judicial no procuró en forma diligente que los plazos procesales se cumplieran.

Afectación generada por la duración del procedimiento en la situación jurídica de la persona involucrada en
él
Si el paso del tiempo incide de manera relevante en la situación jurídica del individuo, resultará necesario que el
procedimiento avance con mayor diligencia a fin de que el caso se resuelva en un tiempo breve.
Nuestra Corte Suprema de Justicia de la Nación tiene dicho que:

Tanto el principio de progresividad como el de preclusión reconocen su fundamento en motivos de seguridad jurídica,
y en la necesidad de lograr una administración de justicia rápida dentro de lo razonable, evitando así que los
procesos se prolonguen indefinidamente10.

Actualmente, se han ido estableciendo cambios con mecanismos tendientes a fijar límites y parámetros temporales
más concretos para la actividad normativa. Un ejemplo de ello ha sido la introducción de la oralidad en el proceso civil
de 14 jurisdicciones: Provincia de Buenos Aires, San Luis, Formosa, Mendoza, Santa Fe, Entre Ríos, Tucumán,
Santiago del Estero, jueces del fuero civil nacional con asiento en la Ciudad de Buenos Aires, San Juan, Chaco,
Tierra del Fuego, Córdoba y Chubut.
Asimismo, el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación cuenta con el programa Justicia 2020 con
algunos objetivos específicos, por medio del cual se busca la generalización de la oralidad civil en los juicios de
conocimiento en materia civil y comercial para que se tramiten a través de dos audiencias, ambas dirigidas
personalmente por el juez: audiencia preliminar, orientada a conciliar, depurar prueba y organizar la actividad
probatoria; y audiencia de vista de causa, videograbada, donde se concentran todas las pruebas; luego de lo cual el
juez dicta la sentencia.
Los avances de nuestro país son palpables en cuanto a la materialización del principio de duración razonable del
proceso.

Reglas de impulsión y preclusión


Los institutos del derecho procesal deben obedecer a ciertas reglas técnico-jurídicas propias y exclusivas que
administrarán el proceso.
Las reglas de todos los procesos judiciales son:
1
 la impulsión,2
 la preclusión,
 la adquisición.

A modo de breve adelanto, diremos que la regla de la impulsión hace referencia a la “tracción” del proceso.
Específicamente, se refiere a quiénes serán responsables de generar el avance del procedimiento. En el fuero penal,
por ejemplo, el impulso lo tiene el Ministerio Público Fiscal durante la investigación del delito de acción pública. En el
fuero civil, por el contrario, será el actor.
Por su parte, la regla de la preclusión consiste en un impedimento a retrotraer el proceso a etapas que ya fueron
cumplidas. Por ejemplo, si durante un proceso civil nos encontramos en la etapa de alegatos, el demandado no
podría contestar la demanda, pues ya habría perdido la oportunidad de hacerlo.
Finalmente, la regla de adquisición se refiere al resultado de la actividad procesal que realizan las partes. Ese
resultado se adquiere para el proceso y no para la parte que realizó la actividad, pues no interesa quién ha generado
la actividad. Por ejemplo, la declaración de un testigo será válida en contra de los propios intereses de quien la
hubiera propuesto, ya que la declaración o “respuesta” del testigo se adquieren para el proceso. No podría el
proponente desistir de la prueba luego porque no le conviniera lo dicho por la persona que testificó.

Consecuencias de la regla de impulsión

Todo proceso está destinado a alcanzar un fin: se inicia una demanda de desalojo para recuperar el uso y goce de un
inmueble, se inicia una declaratoria de herederos para ser declarados como tales, se ejecuta un cheque para lograr el
pago de lo que es debido. Pero para llegar a ese fin se necesitan actos de impulso tendientes a lograrlo.
La regla del impulso del proceso se vincula con los sujetos procesales. Bien sabemos que los sujetos procesales son
las partes y el juez. En el caso de los procesos civiles, la carga procesal de impulsar la tienen las partes.
Particularmente, será el actor quien estará interesado en que el proceso avance, mientras que el demandado –
evidentemente– estará interesado en evitar el proceso en su contra (conf. art. 315 del CPCCN) o, una vez dentro del
período probatorio, estará interesado en probar su defensa o excepción. Así, por ejemplo, en materia probatoria, el
Código de Procedimiento de la Nación (CPCCN) establece cuáles serán las cargas probatorias de cada una de las
partes y dispone que “cada una de las partes deberá probar el presupuesto de hecho de la norma o normas que

5
invocare como fundamento de su pretensión, defensa o excepción”2. De aquí surge en qué estará interesado cada
uno.

Una de las formas de evitar la continuación de un proceso y darlo por concluido es la perención o caducidad de
instancia, la que será acusada por el demandado una vez cumplido cierto plazo de “inactividad”.
La perención o caducidad de instancia es la terminación adelantada del proceso por haber transcurrido el tiempo
establecido legalmente, sin actividad procesal idónea para impulsarlo hacia el final. Este instituto se encuentra
previsto en los artículos 310 a 318 del CPCCN3.

Pese a que el panorama parece sencillo, puede suceder que existan situaciones particulares por las cuales ya no
resulte tan claro quién debe impulsar o desde cuándo debe hacerlo. Se plantea el siguiente caso jurisprudencial:

Los actores en un proceso ordinario de daños y perjuicios por un accidente de tránsito, llegaron hasta el máximo
tribunal de la provincia de Córdoba, acusando a la Cámara de Apelaciones por contradicción y falta de precisión en la
fijación del momento a partir del cual se reanudaban los plazos procesales luego de que la causa había sido remitida
a mediación (causal que provoca la suspensión del proceso hasta que esa etapa finaliza). El Tribunal Superior de
Justicia de Córdoba, rechazó el recurso porque consideró indiscutible que la etapa de mediación finalizó con la
incorporación del oficio del Centro de Mediación comunicando el resultado infructuoso de aquella fase. A partir de allí
no pesa obligación del tribunal de indicar la reanudación del proceso, pero sí el actor debió proseguir con el ejercicio
de la acción4.

En el caso relatado, se puede apreciar que hubo inactividad inexcusable por parte de los actores, ya que
simplemente se quedaron esperando a que el tribunal les indicara que debían proseguir con el trámite. Pretender tal
aviso por parte del órgano jurisdiccional resultaría, a claras luces, redundante. Después de todo es el propio actor el
mayor interesado en hacer que un proceso continúe hasta que su pretensión tenga acogida en la sentencia final.
Los plazos de la caducidad de instancia se suspenden cuando existe un obstáculo insuperable que le impide al actor
proseguir el ejercicio de su acción. En el caso planteado, una vez fenecida la fase de mediación –a la que el
ordenamiento le atribuye la consiguiente suspensión del proceso– el trámite recobró la actualidad y vigencia
removiendo el obstáculo insuperable que ponía a los actores en la imposibilidad de impulsar el procedimiento.

Consecuencias de la regla de preclusión

La regla de la preclusión trabaja como un impedimento. ¿Impedimento de qué? Las limitaciones que impone esta
regla tienen como finalidad otorgar estabilidad jurídica de las situaciones procesales que ya fueron alcanzadas. De
esta forma, se impide el retroceso arbitrario de cualquier procedimiento judicial.
Como ya se explicó, el proceso está destinado a alcanzar un fin, pues, en el mismo sentido, cada uno de los actos
dentro de ese proceso también tiene un fin específico. Una vez cumplido o alcanzado la finalidad del acto procesal
del que se trate, no podrían reproducirse.
Esta regla no solo consiste en impedir la reproducción de los actos procesales, sino que también imposibilita el
cumplimiento de actos fuera de la oportunidad que la ley fija a tal efecto. Tal sería el caso de que el demandado
quisiera contestar la demanda o interponer excepciones cuando el actor ya hubiera pedido el decaimiento del
derecho para hacerlo (conf. art 338, CPCCN).
A veces sucede que alguna de las partes es desprolija en el proceso. Esto suele verse reflejado en “olvidos” de
algunas pruebas al momento del ofrecimiento, que luego se intentan incorporar fuera de los plazos previstos para
ello. Pero esto puede complicarse un poco cuando, para un mismo hecho controvertido, se requiera más de un medio
de prueba y estos tengan diferentes plazos para el ofrecimiento. Veamos un ejemplo jurisprudencial clarificador:

En el marco de un proceso civil ordinario, el actor, llegó hasta el máximo tribunal de la provincia de Córdoba, porque
si bien el código ritual de esa provincia permite el ofrecimiento de prueba documental hasta el dictado del decreto de
“autos”, el actor pretendía lograr el “reconocimiento” del documento agregado que emanaba de un tercero. Para el
caso del reconocimiento de documentos emanados de terceros, el medio de prueba idóneo es la prueba “testimonial”
para la cual el plazo se encontraba vencido. Sostenía el actor que el sistema de pruebas era de gran amplitud por lo
que debía admitirse el ofrecimiento de una prueba que se encontraba vinculada con otra que sí había sido ofrecida
dentro de su plazo. Su pretensión fue rechazada5.
[5] TSJ Córdoba, Sentencia N.° 67, 12/6/2001, “Olivera, Carlos L. c/ Patricia Mónica Rey – Ordinario – Recurso de
casación” Expte. Nro. 0 – 5/00.

Este proceso fue resuelto en los términos del artículo 212 del Código de Procedimiento Civil y Comercial de la
Provincia de Córdoba, que determina que “toda medida probatoria, con excepción de la confesional y documental,
deberá ser ofrecida, ordenada y practicada dentro del plazo de prueba” 6. Es evidente que el actor estaba
pretendiendo incorporar una prueba que no había ofrecido en tiempo oportuno, ya que los únicos dos medios
exceptuados del plazo de prueba eran solo la documental y la confesional.

La regla general de la carga de la prueba en cualquier tipo de proceso consiste en ofrecer y diligenciar los medios de
prueba dentro del término legal fijado; de lo contrario, se pierde la facultad de incorporarlos al proceso.

6
En el procedimiento nacional, las previsiones respecto de los plazos para ofrecer las pruebas admisibles se
encuentran en los artículos 333, 336, 363, 367 y 369 del CPCCN.

Jurisdicción y competencia

LECCIÓN 1 de 5
La complejidad de este tema se ha dado solamente porque los autores –y todos los letrados– solemos usar los
términos jurisdicción y competencia de forma indistinta, pese a que sus significados son disímiles. Por este motivo,
será necesario comenzar distinguiendo de forma sencilla los dos conceptos que aquí nos ocupan.
Por una parte, la jurisdicción es la potestad que el Estado le confiere a determinados órganos jurisdiccionales para
resolver conflictos, a través del proceso judicial que culmina con una sentencia y que es susceptible de ser cumplida
de forma coactiva. Esta potestad deriva de la soberanía del Estado, es decir, responde al carácter federal del Estado
argentino. En nuestro país, el sistema de justicia está compuesto por el Poder Judicial de la Nación, el Poder Judicial
de cada una de las provincias y el Poder Judicial de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA).
En modo sencillo, la jurisdicción es la capacidad que tiene el Poder Judicial para administrar el servicio de justicia. El
Poder Judicial de la Nación tendrá esa potestad en las materias que la propia Constitución Nacional (CN) 1 le asigna
en el artículo 116.

En cambio, como las provincias conservan su autonomía (conf. art. 5 de la CN), cada una de ellas administrará y
organizará su propio servicio de justicia. Esto es, el Poder Judicial provincial tendrá definido el ámbito material en la
respectiva Constitución Provincial que corresponda.
Por su parte, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires tiene un régimen especial, ya que, para algunos fueros,
actualmente, goza de la autonomía de administrar y organizar su propia justicia (fuero contencioso administrativo y
tributario, y fuero penal, contravencional y de faltas), mientras que otros aún son administrados por la nación y no han
sido transferidos (fuero civil, comercial y del trabajo).
Pondremos un ejemplo clarificador. Es el Poder Judicial, a través de sus magistrados, quien tiene la potestad de
resolver conflictos judiciales. No es el Poder Legislativo, ni el presidente de la nación, ni los contadores, ni los
escribanos. ¿Podrá el Poder Judicial de la ciudad de Buenos Aires resolver conflictos comunes entre vecinos de la
Provincia de Salta? Por supuesto que no, ya que le corresponderá hacerlo al Poder Judicial de esa provincia.
Esto significa que primero tendremos que definir la jurisdicción, para luego analizar la competencia. Primero
definimos qué Poder Judicial es el que corresponde: nacional, provincial o de CABA, y luego analizamos qué
competencia corresponde dentro de ese Poder Judicial: fuero civil de la ciudad de General Pico, provincia de La
Pampa.

Damos un ejemplo clarificador: los juzgados de primera instancia de la ciudad de La Rioja (primera circunscripción)
del fuero laboral tendrán competencia en asuntos de índole laboral versados en la ciudad de La Rioja. No podrán
resolver asuntos penales. Como tampoco podrán resolver asuntos ocurridos en la localidad de Chilecito (segunda
circunscripción), porque corresponde otra competencia, la de los jueces de Chilecito.
Profundizando en el concepto de competencia que trataremos a lo largo de esta lectura, es necesario saber que los
criterios de distribución de esta son variados, y que dependen de cada jurisdicción en particular (nacional, provincial o
de CABA), a saber:

Especialización
Haciendo referencia a las materias que se relacionan con las distintas ramas del derecho. Así podremos hablar de
“fueros” civil, comercial, laboral, penal, contencioso administrativo, de familia, etcétera.

Orden jerárquico
Aquí tendremos las distintas instancias. No se plantean los conflictos directamente ante los máximos tribunales de
justicia de las provincias, por ejemplo, sino que se inician en los juzgados de primera instancia, y luego irán
escalando la jerarquía por las vías impugnativas que tenga prevista la jurisdicción de la que se trate.

Por turnos o sorteo


Se refiere aquí al modo que habrá de determinar qué magistrado puntualmente es el que resolverá el conflicto. Esto
responde a cuestiones de administración del trabajo en cada superintendencia. Así, por ejemplo, dentro del Poder
Judicial de Córdoba, en la sede judicial Capital, en el fuero civil y comercial, los juzgados de primera instancia son
más de 50. ¿Cuál de todos ellos corresponderá al momento de iniciar un proceso? Allí la Mesa General de Entradas,
al momento de ingresar la demanda, hará el sorteo del juzgado que intervendrá en esa causa.

Dimensión territorial
Se establecen circunscripciones judiciales dentro de las cuales el órgano jurisdiccional es competente.
Por naturaleza, la competencia es un asunto exclusivamente procesal y funciona como un requisito del proceso
(presupuesto procesal). Por regla general, la competencia es de orden público e improrrogable. En tal sentido, la

7
competencia tiene el carácter de ser absolutamente improrrogable en razón de la materia o del grado. Sin embargo,
admite algunas excepciones en las que es relativamente prorrogable: para cuestiones netamente patrimonial y en
relación con el territorio. Así lo dispone el artículo 12 del CPCCN.

Algunas de las situaciones que provocan una prórroga legal de la competencia son: conexidad (para dos o más
asuntos que están interrelacionados y resulta necesario que el mismo magistrado resuelva todo) o el fuero de
atracción (opera en los procesos universales para tratar de forma conjunta y simultánea todas las pretensiones
deducidas en contra del caudal común).
Puede suceder que algunas competencias estén determinadas por elementos diferentes a los de la regla general, tal
como sucedió en el siguiente caso jurisprudencial:

Una entidad bancaria promovió ejecución hipotecaria ante los Tribunales de la ciudad de Córdoba (primera
circunscripción), persiguiendo el cobro de un mutuo con garantía hipotecaria celebrado en la ciudad de Coronel
Moldes (ciudad que corresponde a la segunda circunscripción). Los ejecutados que también se domiciliaban en
Coronel Moldes, plantearon excepción de incompetencia y nulidad de la cláusula de prórroga de jurisdicción fundada
en la ley de defensa del consumidor. Las instancias anteriores rechazaron el planteo y mandaron llevar adelante la
ejecución.
El Superior Tribunal de Justicia de la provincia de Córdoba, revocó la decisión y asignó competencia a los tribunales
del departamento judicial al que corresponde la ciudad en la que se celebró el mutuo.3

Con este caso se puede advertir la virtualidad que tiene la protección jurídica de la que gozan los consumidores y
usuarios plasmada en el artículo 42 de la Constitución Nacional y en la Ley de Defensa del Consumidor N.° 242404.
En primer lugar, hay que recordar que la competencia territorial es prorrogable. Y eso fue lo que hicieron las partes
en el contrato de mutuo con garantía hipotecaria.
Pero, en segundo lugar, debieron tener en cuenta que la Ley 24240 busca evitar que esa prórroga de competencia
territorial sea ejercida de forma abusiva por el litigante más fuerte (conf. art. 37 de la Ley 24240), en este caso, el
banco.
En el caso de las relaciones de consumo, el criterio de interpretación debe ser restrictivo para evitar que los
proveedores establezcan limitaciones a los derechos del consumidor –defensa en juicio y acceso a la justicia–.
Generalmente sucede que el consumidor no tiene posibilidades de negociar cláusulas y simplemente debe decidir si
avanza con la contratación tal como se la plantean o no contratar.
El instituto de la defensa del consumidor parte de la presunción de que las partes no se encuentran en un plano de
igualdad y, por lo tanto, se debe proteger al débil con reglas que le permitan al menos ejercer su defensa en juicio.
Una forma de proteger al consumidor fue establecer reglas precisas de competencia. El artículo 36 de la Ley 24240
establece:

Será competente para entender en el conocimiento de los litigios relativos a contratos regulados por el presente
artículo, en los casos en que las acciones sean iniciadas por el consumidor o usuario, a elección de éste, el
juez del lugar del consumo o uso, el del lugar de celebración del contrato, el del domicilio del consumidor o usuario, el
del domicilio del demandado, o el de la citada en garantía. En los casos en que las acciones sean iniciadas por el
proveedor o prestador, será competente el tribunal correspondiente al domicilio real del consumidor, siendo
nulo cualquier pacto en contrario.5

Resulta, entonces, que las reglas de determinación de la competencia pueden ser genéricas y estar establecidas en
los códigos de procedimiento de cada jurisdicción, pero se debe tener en cuenta que en algunas materias especiales
las reglas cambian y ello podría traer aparejadas excepciones de incompetencia (por falta de uno de los
presupuestos procesales).

MODULO 2

Acumulación objetiva de pretensiones. El caso de la prejudicialidad penal


La acumulación objetiva consiste en la unión material de dos o más procesos, que tienen por objeto pretensiones
ligadas, que no pueden sustanciarse en forma separada porque se correría el riesgo de obtener pronunciamientos
(sentencias) contradictorios.
Ese riesgo puede reflejarse en un ejemplo sencillo. Supongamos que se hubieran iniciado dos procesos de
usucapión pretendiendo obtener la propiedad del mismo inmueble, pero por dos poseedores diferentes. Si los jueces
de cada proceso resolvieran favorablemente a la pretensión sometida a su conocimiento, estaríamos frente a un
verdadero conflicto provocado por sentencias contradictorias: dos titulares del 100% cada uno del mismo inmueble.
Por este motivo, los dos procesos deberían acumularse para ser sometidos al conocimiento de un mismo juez, y que
este pueda decidir a quién de los dos supuestos poseedores le corresponde la propiedad. Obsérvese que este
sencillo ejemplo versa sobre pretensiones de idéntica naturaleza: civil.
Pero otra situación típica y mucho más compleja es la que acontece respecto de los accidentes de automóviles, en
los que puede haber cuestiones civiles y penales al mismo tiempo.
El perjudicado puede optar por constituirse en querellante en la sede penal, y una vez alcanzada la decisión sobre la
cuestión criminal, efectuar el reclamo patrimonial ante el mismo juez; o, por el contrario, solo puede iniciar el reclamo

8
patrimonial en sede civil a pesar de existir una causa criminal en proceso. En este último supuesto, habrá un juez
penal que resolverá la cuestión criminal y un juez civil que resolverá la cuestión patrimonial. El ligamiento de las
causas resulta evidente, pero de imposible acumulación objetiva. ¿Cómo resuelve cada uno sin provocar sentencias
contradictorias cuando, en definitiva, la finalidad de cada uno es de diferente naturaleza? Piénsese en el caso de que
el juez penal resuelva que no hubo hecho, es decir, que no existió el accidente, mientras que el juez civil le imponga
la responsabilidad de los daños del accidente al demandado. ¿Hubo o no hubo accidente?
Una misma conducta (hecho generador o fuente) puede originar su encuadramiento dentro de diversas órbitas de
responsabilidad, sea penal, civil, laboral, administrativa –sancionadora, disciplinaria o patrimonial–, profesional,
incluso política o internacional. Así, el hecho “ilícito” (susceptible de conferir más de una responsabilidad de modo
paralelo, simultáneo o concomitante) debe resolverse a la luz de la normativa prevista para cada órbita de
responsabilidad (cada una de ellas contiene normas, principios, alcances y finalidades distintas). Por vía de
consecuencia, la responsabilidad penal debe ajustarse a la normativa sustantiva penal y la responsabilidad civil debe
ajustarse a la normativa sustantiva civil.
El sistema normativo de la presentencialidad penal tiene por fundamento y finalidad la de evitar sentencias
contradictorias (bien jurídicamente protegido), sorteando así el strepitus fori (escándalo jurídico), que significa la
contradicción entre la sentencia penal y la no penal, evitando que lo que el juzgador criminal tenga por cierto,
probado e indubitable pueda ser juzgado como dubitable, controvertido o, lisa y llanamente, inexistente por el
juzgador civil, que se ocupa del mismo supuesto fáctico (hecho generador).
El sistema del fenómeno presentencial establece, como política legislativa, la “supremacía” del pronunciamiento
penal sobre la cuestión ventilada en sede civil. Esta gravitación de la sentencia penal encuentra su sustento en, entre
otros, el artículo 1775 del Código Civil y Comercial de la Nación 1 —en adelante, simplemente, CCCN— (suspensión
del dictado de la sentencia civil hasta el dictado del pronunciamiento penal) y en los artículos 1776, 1777 (alcances
generales de la sentencia penal en sede civil) y 1780 del mismo código (alcances de la sentencia penal posterior).
La normativa se dirige al establecimiento de una prelación temporal, preeminencia, y con ello el efecto extensivo y
vinculante de la sentencia penal hacia la civil (subordinación de esta última a lo dispuesto en sede penal),
especialmente en materia de fijación del factum.
Para evitar las sentencias contradictorias, el sistema establece dos institutos jurídico-procesales, a saber:
la suspensión (o paralización o detención) del dictado de la sentencia civil, debiendo suspenderse hasta que recaiga
pronunciamiento en sede penal;
la autoridad y eficacia de la cosa juzgada (inmutabilidad) de la sentencia penal en sede civil (subordinación de esta
última a lo decidido en sede penal).
El fenómeno prejudicial comienza operando cuando un hecho, eventualmente, ilícito (cuyo pronóstico punitivo puede
integrar más de una órbita de responsabilidad) configura, al menos, dos acciones (una penal, punitiva, y otra civil,
resarcitoria, o de cualquier otra índole).
Indefectiblemente, la presentencialidad penal comienza a funcionar al concretarse al menos dos acciones, no una,
sobre un mismo hecho (acción entendida como poder jurídico de hacer valer una “pretensión” y tendiente a la
realización plena de derecho).
La regulación normativa de la presentencialidad penal ofrece la posibilidad de optar entre dos alternativas posibles:
1
la acumulación de ambas acciones (civil y penal) en sede penal (pueden acumularse ambas acciones en sede penal,
mas no en sede civil; no es posible la acumulación en determinados supuestos, por ejemplo, la resolución de una
cuestión laboral en sede penal; ambas responsabilidades se resuelven al mismo acto sentencial);
2
la separación de acciones, es decir, promover las dos acciones en forma autónoma e independiente (en sede penal
la acción punitiva y en sede no penal la restante, por ejemplo, la acción de resarcimiento en sede civil).

Esto es lo expresamente establecido el artículo 1774 del CCCN:

La acción civil y la acción penal resultantes del mismo hecho pueden ser ejercidas independientemente. En los casos
en que el hecho dañoso configure al mismo tiempo un delito del derecho criminal, la acción civil puede interponerse
ante los jueces penales2.
Han sido muchos los casos judiciales en los que se ha presentado el supuesto de la separación de acciones, y la
jurisprudencia ha ido dando pautas, como en el siguiente caso:

El actor inició una acción de daños y perjuicios para obtener la reparación total de los daños ocasionados como
consecuencia de un accidente automovilístico. Asimismo, había proceso penal iniciado respecto del mismo hecho, en
el que el juez de control dictó sobreseimiento total por inexistencia de nexo causal suficiente entre la conducta que se
le atribuía al imputado y el hecho dañoso.
En sede civil, en primera instancia, se dicta el rechazo de la demanda por considerar que la resolución del fuero
penal era vinculante.
Las partes fueron recurriendo hasta que el Tribunal Superior resuelve explicando que, si el sobreseimiento definitivo
se dictó por no considerarse al imputado como autor del hecho investigado, tal pronunciamiento liberatorio dictado en
sede penal hace cosa juzgada en materia civil3.

En el caso relatado, se puede apreciar que hubo promoción de un proceso civil y uno penal, donde la conclusión del
magistrado civil se basó y dependió de la decisión del juez penal. Sin embargo, la Cámara de Apelaciones no lo

9
entendió en el mismo sentido y el caso llegó hasta el máximo tribunal. Finalmente, se tuvo en cuenta la
prejudicialidad penal sobre la civil, que consiste en el principio conforme al cual no se dictará sentencia en la
jurisdicción en la que se discute el resarcimiento del daño hasta tanto no recaiga una decisión definitiva en la sede
punitiva. Es decir, provocaba la cosa juzgada material en sede civil. Esto significa que, cuando la absolución del
acusado se funda en la inexistencia del hecho, ese pronunciamiento no puede ser revisado en una sede civil, donde
no cabría admitir la responsabilidad de quien, por los mismos motivos, fue absuelto en sede penal.
El viejo Código Civil (CC) supeditaba la cosa juzgada material en sede civil a dos conclusiones alcanzadas en sede
penal: que hubiera existido el hecho principal y la autoría del acusado (y demandado en sede civil). Esto significaba
que si el juez penal llegaba a la conclusión de que el hecho no había existido o si el acusado no era el autor del
hecho ocurrido, la cosa juzgada generaba material para la sede civil, y, por lo tanto, el acusado tampoco podría ser
responsable patrimonialmente en el proceso civil.
Así fue que, jurisprudencialmente, se consideraron asimilables el sobreseimiento y la absolución. Pero el problema
se generaba porque las razones del sobreseimiento eran muchas más de las que tenía en cuenta el 1103 del CC.
Llegado este punto, fue necesario desarrollar una teoría intermedia, ya que todas las causales del sobreseimiento no
encuadraban en el artículo 1103 del CC.

La jurisprudencia consideró asimilables a la absolución solo las siguientes causales del sobreseimiento:
inexistencia del hecho, o
falta de autoría.
Pero no habría ocurrido lo mismo si el sobreseimiento hubiera tenido como razón la extinción de la acción penal o la
falta de requerimiento del fiscal.
En esta línea de razonamiento, se admitió también que en aquellos casos en que la obligación de reparar el daño en
sede civil tuviera como sustento un factor objetivo de atribución, la absolución penal carece de incidencia.
En definitiva, la jurisprudencia fue desarrollando cuándo las causales daban lugar a la prejudicialidad penal sin que
provocaran la cosa juzgada material y, por tanto, el juez civil pudiera apartarse de lo resuelto por el juez penal.
Incluso, incorporó otra causal, como la del factor objetivo de atribución de la responsabilidad civil.
Así, por ejemplo, cuando median causas de extinción de la acción penal, la jurisprudencia de la Cámara Nacional
Civil ha equiparado la situación a la muerte del imputado diciendo que:

El principio sentado por el art. 1101 del Código Civil no es absoluto, pues carece de aplicación si fallece el acusado
antes de ser condenado en sede penal o si por ausencia del imputado no puede ser tramitada la causa. En suma, se
trata de una cuestión de hecho que el juez civil debe valorar suficientemente para evitar la dilación “sine die” del
juicio, de acuerdo con las posibilidades ciertas de cesación en tiempo próximo o remoto de la causal de paralización
También, se ha manifestado la jurisprudencia para los casos de duración irrazonable del proceso penal. El máximo
tribunal de la Provincia de Córdoba se manifestó e indicó en los autos “Donadio”:

La prejudicialidad penal no constituye una regla absoluta, en tanto dicha normativa reconoce excepciones, tal lo que
ocurre cuando el proceso penal posterga más allá de lo razonable el dictado de la sentencia civil. Todas las normas
jurídicas aún las imperativas y de orden público, deben ser interpretadas razonablemente en función de las
circunstancias particulares del caso concreto, de los principios generales del ordenamiento jurídico y de las normas
de jerarquía constitucional que le atañen. Suspender el dictado de la sentencia civil, prolongando indefinidamente la
resolución del caso a la espera de una resolución penal de futuro incierto, importaría una postergación injustificada
del derecho del pretensor a obtener la providencia del órgano jurisdiccional en un tiempo razonable, con una clara
violación a la garantía constitucional de la defensa en juicio (art. 18 CN), produciendo con ello una efectiva privación
de justicia, al dejar abierta y sin resolución sine die una causa judicial. La norma del art. 1775 de dicho nuevo cuerpo
normativo, en su inciso b, dispone como supuesto de excepción a la regla de prejudicialidad “… si la dilación del
procedimiento penal provoca, en los hechos, una frustración efectiva del derecho a ser indemnizado…” 4 (Guiguet y
Sánchez Torassa, 2017, p. 345).

Las causales de excepción de la suspensión del juicio civil han sido introducidas y desarrolladas por la jurisprudencia
hasta la modificación del Código Civil; ahora se encuentran previstas expresamente.

Prejudicialidad penal en el Código Civil y Comercial de la Nación Argentina


Esa teoría intermedia fue finalmente adoptada en el nuevo Código Civil y Comercial de la Nación.

La solución del artículo 1775 quedó diseñada de la siguiente manera:

Suspensión del dictado de la sentencia civil. Si la acción penal precede a la acción civil, o es intentada durante su
curso, el dictado de la sentencia definitiva debe suspenderse en el proceso civil hasta la conclusión del proceso
penal, con excepción de los siguientes casos:
a) si median causas de extinción de la acción penal;
b) si la dilación del procedimiento penal provoca, en los hechos, una frustración efectiva del derecho a ser
indemnizado;
c) si la acción civil por reparación del daño está fundada en un factor objetivo de responsabilidad5.

10
La primera excepción a la regla de la suspensión del proceso civil está prevista para las causas de extinción de la
acción penal. No se trata de una verdadera excepción, sino de la culminación del proceso penal. En definitiva, como
ya no se encuentra pendiente la decisión penal, el proceso civil no se suspendería porque no habría una decisión
penal que esperar.
Sin embargo, en este punto, la previsión es mucho más amplia que la análoga del viejo Código Civil, que únicamente
preveía el supuesto de extinción de la acción penal por fallecimiento del imputado. Con la actual previsión, tampoco
procede la suspensión en caso de prescripción de la acción penal, amnistía o pago voluntario del máximo de la multa.
En el segundo inciso, la dilación del procedimiento penal provoca, en los hechos, una frustración del derecho a ser
indemnizado. Con ello, se consagra la jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, quien consideró
que resulta improcedente suspender el dictado de la sentencia civil por la existencia de una causa penal en trámite
cuando la dilación de esta última ocasiona un agravio a la garantía constitucional del derecho de defensa. Así, por
ejemplo, cuando el proceso penal se paraliza por la ausencia del imputado, o cuando se suspende el juicio a prueba,
en los términos de los artículos 76 bis, ter y quater del Código Penal (CP). Con esto se busca evitar un proceso
judicial interminable a la espera de otro que se encuentra paralizado indefinidamente.
El último inciso prevé aquellos supuestos en que, en sede civil, sea aplicable un factor de atribución objetivo. Por
regla, la decisión que se adopta en la sede penal se funda en la falta de prueba de la culpa del imputado,
presupuesto que, en los supuestos de responsabilidad objetiva, es irrelevante. Es por ello que suspender el dictado
de la sentencia civil en estos litigios tiene como consecuencia que se retrasa innecesariamente la acción resarcitoria,
cuando el riesgo de que se dicten sentencias contradictorias es mucho menor que en otros casos.
De todas maneras, para el supuesto excepcional en que la sentencia penal posterior sea contradictoria con lo dicho
en la decisión resarcitoria, el artículo 1780 del Código Civil y Comercial de la Nación prevé una acción de revisión de
esta última sentencia. Es decir, aun en el peor escenario, la propia legislación aporta herramientas tendientes a
solucionar el conflicto que se hubiera generado.
El alcance (extensión e influencia) de lo decidido en sede penal sobre la cuestión debatida en sede civil varía según
el tipo de pronunciamiento penal.
La sentencia penal condenatoria hace cosa juzgada “únicamente” respecto a la existencia del hecho principal (que
constituye el delito) y la culpa del imputado (autoría). Así lo establece el artículo 1776 del CCCN: “La sentencia penal
condenatoria produce efectos de cosa juzgada en el proceso civil respecto de la existencia del hecho principal que
constituye el delito y de la culpa del condenado”6.

La expresión del “hecho principal” comprende los elementos de la imputación objetiva, a saber:
1
 la materialidad del hecho;
 la condición de autor del imputado –la autoría–;
 el nexo de imputación entre la condena y el resultado –la tipicidad–;
 el carácter delictuoso del hecho –la antijuricidad–.

En efecto, el “hecho principal” se refiere única y exclusivamente a la existencia o inexistencia de los elementos que
tipifican la estructura del delito que se le adjudica al imputado, y quedan comprendidas la materialidad del hecho que
constituye el delito, la calificación que sobre el hecho principal realice el juez penal (p. ej., homicidio, lesiones, robo),
las circunstancias de tiempo y lugar, y la participación del condenado en el hecho.
Por su parte, la “culpa del condenado” solo comprende la imputabilidad del autor y su culpabilidad en sentido
genérico a título de dolo o culpa (p. ej., si en sede penal se consideró que el condenado actuó dolosamente, esto
reviste la calidad de cosa juzgada en sede civil).
Consecuentemente, el pronunciamiento del juez penal no puede ser desconocido en sede civil, pues reviste autoridad
de cosa juzgada, sin perjuicio de que el juez civil pueda establecer la incidencia de la propia víctima o de un tercero
en la producción del hecho delictivo (concurrencia –o concausa– culposa de la víctima o de un tercero), que pueda
graduar o morigerar la responsabilidad civil; todo ello en virtud de que el juez penal no puede calificar la conducta de
quien no es imputado en dicho proceso. En efecto, no hace cosa juzgada:

Respecto al condenado: los hechos tenidos por ciertos por el juez penal, de los que pudo haber prescindido para la
condena, no quedan comprendidos en la autoridad de cosa juzgada para establecer la responsabilidad civil
(establecimiento de la culpa en concreto).

Respecto a la víctima y su actuación (por ejemplo, culpa concurrente): el juez civil tiene amplias facultades para
analizar y valorar la culpa en concreto en sede civil (ya que la culpa civil es más amplia que la culpa penal).

Respecto a terceros: la participación de terceros y su incidencia causal en el hecho puede evaluarla para morigerar
o graduar la responsabilidad civil.

Asimismo, la sentencia penal condenatoria no hace cosa juzgada en sede civil en cuanto a la existencia del hecho
principal cuando la condena recae sobre un delito formal, es decir, que no requiere daño para su consumación (p. ej.,
en la calumnia –art. 109 del CP– que se consuma con el hecho de imputar a otra persona –falsamente– un delito, sin
perjuicio de que con posterioridad genere un perjuicio al honor del afectado). Por el contrario, la sentencia penal
condenatoria reviste la calidad de cosa juzgada en sede civil, en cuanto a la existencia del hecho principal, cuando la
condena recae en relación con un delito material (o de resultado) que exige para su configuración un hecho exterior –

11
daño– (p. ej., en el homicidio, la muerte; en la defraudación, un perjuicio patrimonial). En este sentido, si bien en los
delitos materiales el resultado será parte de la estructura del ilícito penal –revistiendo ese resultado (daño) la calidad
de cosa juzgada–, no produce efecto alguno con respecto al daño resarcible, es decir, respecto de la existencia del
perjuicio económico o espiritual que dimana del delito, ni de la determinación cualitativa ni cuantitativa de la
indemnización. La sentencia penal no hace cosa juzgada con relación a ellas.
En definitiva, la autoridad comprende la existencia del hecho principal, culpa del condenado, como también las
circunstancias de personas, tiempo y lugar (en las que se produjo el hecho), y se extiende al civilmente responsable,
quien no podrá discutir la existencia del hecho principal ni la culpa del condenado.
La sentencia penal absolutoria produce efectos de cosa juzgada en el proceso civil respecto a la existencia (o
inexistencia) del hecho principal que constituye el delito y de la culpa del condenado (autoría). Esto es así pues así lo
prescribe el artículo 1777 del CCCN: “Si la sentencia penal decide que el hecho no existió o que el sindicado como
responsable no participó, estas circunstancias no pueden ser discutidas en el proceso civil”7.

Esto quiere decir –sin más– que cuando el juez penal declare que el hecho sustancial que se le imputa al acusado no
existió (p. ej., no hubo homicidio o hurto), o cuando declare que el acusado no fue el autor del delito (p. ej., existió
homicidio o huerto, pero el imputado no fue el autor), el pronunciamiento hace cosa juzgada en sede civil.
Por vía de consecuencia, la normativa opera de la siguiente manera:
La plataforma fáctica, en cuanto a la existencia o inexistencia del hecho principal, reviste la autoridad de cosa
juzgada en sede civil.
Cuando la absolución del acusado se funde en la inexistencia del hecho (que el hecho no existió) o la ausencia de
autoría (que el imputado no es autor), ese pronunciamiento hace cosa juzgada y no puede ser revisado en sede civil.
El alcance de los términos existencia del hecho principal es el mismo que para la sentencia condenatoria.
Como correlato, cuando la absolución del acusado no se sustente en la inexistencia del hecho o la ausencia de
autoría del acusado, ese pronunciamiento no revestirá la autoridad de cosa juzgada. Esto último no solo se
desprende del párrafo primero del artículo 1777 del CCCN, sino también del segundo párrafo, que prescribe: “Si la
sentencia penal decide que un hecho no constituye delito penal o que no compromete la responsabilidad penal del
agente, en el proceso civil puede discutirse libremente ese mismo hecho en cuanto generador de responsabilidad
civil”8.

En efecto, la sentencia absolutoria no reviste autoridad de cosa juzgada en cuanto se base en:
 una causa de extinción penal (p. ej., muerte del acusado);
 una causa de inimputabilidad (p. ej., podría extenderse responsabilidad a representantes legales o aplicarse
la equidad prevista en la legislación –art. 1750, CCCN–);
 una causa de inculpabilidad (p. ej., legítima defensa); o
 una excusa absolutoria, donde se dejan sin punición ciertos hechos delictivos (p. ej., por mantenimiento del
orden familiar o en delitos contra el honor).
Cabe señalar que la absolución penal sustentada en la ausencia de comprobación del hecho principal no obsta a una
condena civil por un hecho distinto, como sería el caso de que el acusado sea absuelto por el delito de incendio, pero
nada impide que pueda prosperar una acción contractual derivada de la omisión de diligencias en virtud de un
contrato que imponía la custodia de objetos guardados. Aquí, el hecho es distinto, por lo que no se configura la cosa
juzgada.
Así, cuando el juez penal absuelve por ausencia o falta de culpa del imputado, esa decisión no reviste la autoridad de
cosa juzgada en sede civil, y puede haber un pronunciamiento indemnizatorio en contra del absuelto en atención a la
mayor amplitud de la culpa civil por sobre la penal. Incluso, ante la ausencia de culpabilidad declarada por el juez
penal, no obsta a que en sede civil pueda condenarse al absuelto en atención a un factor de atribución objetivo, salvo
–en este caso– que la sentencia penal determine la inexistencia del hecho.
Asimismo, en caso de haber un pronunciamiento en sede penal por duda insuperable, esta resolución no puede
revestir efecto de cosa juzgada en sede civil.
Así también, ninguna incidencia tiene el pronunciamiento penal si el tribunal del crimen excede los límites de sus
atribuciones legales y circunscriptas al tribunal civil, como sería calificar la conducta de quien no es imputado en sede
penal.
Finalmente, el sobreseimiento reviste la calidad de cosa juzgada (o no) –pudiendo equipararse, en algunos casos, a
la absolución– según los fundamentos de la resolución.
Si el sobreseimiento tiene su sustento en que se encuentra acreditado que el hecho no se cometió, o que no fue
realizado por el imputado, esto pasa a la autoridad de cosa juzgada. Por el contrario, si el sobreseimiento se funda en
otras razones (p. ej., extinción de la acción penal –muerte, prescripción de la acción penal– o por haberse verificado
una causa de inimputabilidad o una excusa absolutoria), no hace cosa juzgada en sede civil.
En fin, serán los fundamentos de la resolución los que determinen la existencia o no de cosa juzgada y, con
ello, la irrevisabilidad e inmutabilidad.

Aspectos generales de la demanda y su contestación


La demanda y la contestación de la demanda son dos actos procesales de suma importancia en todo proceso
judicial. Estas dos presentaciones serán las que le demarcarán el campo de decisión al juez, quien no podrá decidir
sobre ninguna otra cuestión que no hubiera sido planteada por el actor o el demandado (extra petita), ni menos (infra

12
o citra petita) ni más (ultra petita) de lo que las partes le hubieran solicitado. Ahí radica la importancia que tiene una
buena técnica letrada en esos dos actos, ya que el juez no podrá suplir una mala acción o una mala defensa.
Una vez que el juez haya admitido la demanda iniciada por el actor, ordenará darle a conocer al demandado de la
existencia de un proceso judicial en su contra. Cuando el actor inicia la demanda y abre la instancia, comienza el
litigio y cuando el demandado comparece y contradice, aparece la controversia.
Anoticiado el demandado de ese proceso en su contra, tendrá la oportunidad de presentarse en el juicio
(técnicamente llamado comparecer) y de defenderse de lo que el actor le reclama. Esa oportunidad de comparecer y
defenderse no es obligatoria, más bien, es una carga procesal que tiene el demandado porque puede no hacerlo y
dejar que el proceso continúe su curso, con las consecuencias que ello pudiera acarrear: el juez deberá presumir la
veracidad de los hechos alegados por el actor y la autenticidad de los documentos acompañados, salvo prueba en
contrario.
Entonces, el demandado podrá comparecer o no hacerlo. Si no se presentara al proceso judicial, será
declarado rebelde y continuará el proceso en su ausencia. Si compareciera, él podría contestar la demanda o incluso
podría no hacerlo. Si decidiera contestar la demanda, tendría un abanico de posibilidades y estrategias, pero siempre
debiendo tener en cuenta algunas exigencias que hacen a la buena técnica de todo profesional auxiliar de la justicia.
En principio, en cuanto a la forma de contestar la demanda, guardará las formalidades y requisitos de la demanda, es
decir, será presentada por escrito, en idioma nacional, deberá constituir domicilio, deberá acompañar los documentos
que justifiquen la personería invocada cuando se ejerza en representación del demandado y llevará la forma de los
escritos judiciales en cuanto a su estilo forense. Pero, además, habrá cuestiones relativas al contenido que deberán
tenerse en cuenta por las consecuencias procesales que pueden traer aparejadas.

La negativa de los hechos alegados por el actor. Propia versión de los hechos por el demandado
En la contestación de la demanda, deberán tenerse en cuenta, al menos, cuatro ejes centrales:
 hechos alegados por el actor;
 derecho que pretende el actor que se aplique;
 documentación acompañada por el actor;
 defensas que podría oponer el demandado.

Los hechos y el derecho pueden ser negados por el demandado. En ese caso, deberá aportar su versión de los
hechos e indicar cuál es el derecho que considera aplicable y por qué.
La documentación puede ser impugnada por el demandado. El actor deberá ofrecer otra prueba complementaria que
confirme la autenticidad y veracidad de esa documentación.
Y las defensas serán las oportunidades legales que tendrá el demandado para sortear las pretensiones del actor.
Sin embargo, estas reglas no siempre se cumplen acabadamente y suelen tenerse en cuenta las circunstancias de
cada causa en particular. Muchas veces, el demandado comparece al proceso y en su contestación de la demanda
solo niega los hechos en forma amplia y general, o sin dar su propia versión de los hechos, o sin ofrecer prueba
tendiente a acreditar sus dichos. Todas esas actitudes generan entorpecimientos en el proceso más que esclarecer la
situación. En razón de ello, la jurisprudencia y doctrina argentinas se han ido expresando.
Por ejemplo, se han dado situaciones como la siguiente:

En el fuero laboral de la ciudad de San Francisco, provincia de Córdoba, se consideraron como reconocidos por la
demandada (empleadora) los dichos de la actora (trabajadora) en su demanda porque la patronal solamente negó los
hechos propuestos sin ofrecer una versión propia de los mismos, ni producir prueba que los refutara.
En la causa, la demandada empleadora, Sra. Ince, negó puntualmente que la actora, Sra. Galliano, se hubiera
desempeñado como costurera en su domicilio, sin proponer otra versión de los hechos plasmados en la demanda.

En ese marco, la Cámara Laboral señaló que “el comportamiento desplegado por la accionada en estos autos
deviene susceptible de ser encuadrado en las previsiones del artículo 316 del CPCC, atento a que en absoluto ha
coadyuvado a esclarecer su propia posición procesal”.
Adoptar una postura consistente en solo negar puntualmente cada una de las afirmaciones de la actora pero sin
brindar una versión propia de los hechos, no satisface las exigencias legales que imponen una carga de afirmación:
el artículo 192 del Código de Procedimiento Civil y Comercial de la provincia de Córdoba (de aplicación supletoria
para el proceso laboral en esa provincia) que establece como deber del accionado que confiese o niegue
categóricamente los hechos afirmados en la demanda, bajo pena de que su silencio o evasivas puedan ser tomadas
como confesión. Ante ello, el juez se puntualizó que “al sólo existir una negativa general y luego particular de los
hechos afirmados, pero no una manifestación surgida desde la argumentación de la parte demandada, se produce el
supuesto contemplado en la norma”, por lo que “corresponde por ende aplicar los apercibimientos legales,
consistentes aquí en tener por reconocidos los hechos afirmados por la parte actora, excepto desde luego que sean
desvirtuados por prueba en contrario”.
A pesar de haberle dejado abierta la posibilidad de producir prueba en contrario, se añadió que “el comportamiento
posterior a que alude la mentada norma del artículo 316 del CPCC, tampoco sirve a las pretensiones de la accionada,
ya que absolutamente ninguna prueba produjo en la causa”.

Finalmente se concluyó que “a través de toda la serie de indicios serios, concatenados y concordantes de que he
dado cuenta, así como lo aportado por las testimoniales, ha quedado corroborada la existencia de una subordinación
jurídica de parte de la señora Galliano hacia la señora Ince”1.

13
En este caso, la demandada había contestado la demanda. Sin embargo, la forma en la que lo hizo no fue la
correcta.
El Código de Procedimiento Civil y Comercial de la Nación prevé, al igual que la Provincia de Córdoba, el requisito de
la negativa con la propia versión de los hechos en su artículo 356, que dice:

En la contestación opondrá el demandado todas las excepciones o defensas de que intente valerse.
Deberá, además:
1) Reconocer o negar categóricamente cada uno de los hechos expuestos en la demanda, la autenticidad de los
documentos acompañados que se le atribuyeren y la recepción de las cartas y telegramas a él dirigidos cuyas copias
se acompañen. Su silencio, sus respuestas evasivas, o la negativa meramente general podrán estimarse como
reconocimiento de la verdad de los hechos pertinentes y lícitos a que se refieran. En cuanto a los documentos
se los tendrá por reconocidos o recibidos, según el caso.
No estarán sujetos al cumplimiento de la carga mencionada en el párrafo precedente, el defensor oficial y el
demandado que interviniere en el proceso como sucesor a título universal de quien participó en los hechos o
suscribió los documentos o recibió las cartas o telegramas, quienes podrán reservar su respuesta definitiva para
después de producida la prueba.
2) Especificar con claridad los hechos que alegare como fundamento de su defensa.
3) Observar, en lo aplicable, los requisitos prescritos en el artículo 3302.

Lo que busca el ordenamiento es equiparar las exigencias: el actor debe ser muy claro en su redacción de la
demanda para permitirle al demandado efectuar una correcta defensa. El demandado, entonces, debe actuar de la
misma manera negando o reconociendo categóricamente los hechos y negando o reconociendo los documentos
invocados por el actor. De esta manera, se busca también una mayor precisión del objeto litigioso.
A la demandada no le basta con negar los hechos afirmados por el actor, sino que tiene la carga de fundar esa
negativa. Es decir, debe brindar su propia versión de cómo ocurrieron los hechos, en cumplimiento de los principios
de buena fe procesal y cooperación dinámica.
En definitiva, la carga procesal que recae sobre el demandado es tan exigente como la del propio actor para
interponer su demanda. Si las partes se encuentran en condiciones de aportar todos los elementos posibles sobre la
realidad de los hechos, deben hacerlo. Ello no significa que si el demandado no se encuentra en condiciones de
saber si ocurrieron o no los hechos, es posible que solo lo niegue porque no tiene otros elementos para aportar. Con
esto puede verse que dependerá de las circunstancias de cada causa en particular hasta dónde llegará esa exigencia
y cuál será la consecuencia que acarree.

Principio de colaboración procesal


El principio de contribución procesal se le impone tanto a los litigantes como a los terceros ajenos al proceso. Este
principio parte de la concepción de que el proceso no es esencialmente “adversarial”, sino que lo reemplaza por un
concepto ligado al método de discusión dialéctica para dirimir conflictos.
La colaboración procesal exigible se puede advertir en varias circunstancias, ya que en algunas oportunidades
asoma como una carga para cumplir por uno o ambos litigantes, y en otras, en cambio, asoma como un deber
jurídico para ejecutar por el órgano jurisdiccional o por el tercero, cuya inejecución puede acarrear las
responsabilidades derivadas de la ley. Es un comportamiento que deben observar el juez y los litigantes para
garantizar a la otra parte opositora la garantía de la defensa en juicio.
Una consecuencia de este principio es la exigencia del hablar claro de los adversarios en determinados actos
procesales, y en el supuesto de no manifestarse inequívocamente, quedará la parte respectiva hundida en el riesgo
de soportar una situación procesal desventajosa.
Los códigos procesales requieren que la demanda se encuentre redactada en términos claros y precisos, pues lo
mismo se exige, entonces, para la contestación.
La clara expresión que brindan las partes al tribunal está vinculada predominantemente a la versión de los
hechos (y no a la verdad histórica o real), por cuanto en el proceso civil prevalece el formalismo en el relato de los
hechos que las partes plantean en sus escritos de demanda o de su contestación.
No siempre los litigantes llevan a la causa judicial los hechos tal como acontecieron en el mundo real. Sin embargo,
eso no encierra al magistrado, quien puede indagar sobre la verdad real de lo acontecido para aproximarse a aquella
y juzgar el caso con espíritu de justicia. Incluso, para ello, tiene en su poder las medidas para mejor proveer a fin de
resolver con justicia el caso concreto.

La ausencia de enunciados claros no solo puede extraerse del relato de los hechos de la causa que haga el
demandado, sino que también puede inferirse por el uso de lenguaje ambiguo o evasivo. Por ejemplo, al
contestar negando la existencia de un hecho, no lo hace con la fuerza que le es exigible, o cuando, obligado a
exhibir un documento relativo al pleito que posee, no lo hace.

La sanción prevista para la violación de este principio difiere según si el incumplimiento de la carga refiere a los
hechos o, en su caso, a la prueba documental. Ante la falta de negativa, el silencio o las respuestas evasivas
respecto de los hechos, el juez los puede apreciar como reconocimiento. En cambio, ante el incumplimiento de la
carga con relación a los documentos, el juez debe tenerlos por reconocidos o recibidos.

14
La declaración de rebeldía en un proceso judicial y sus consecuencias
Cuando una persona es demandada civilmente, recibe un emplazamiento del tribunal, que lo pone en conocimiento
de la existencia de un proceso en su contra para darle la oportunidad de presentarse dentro del plazo que se le
indique y así ejercer su derecho de defensa. El juez lo llama para escuchar “su verdad”. Esto es lo que se conoce
como el contradictorio o principio de bilateralidad. Este principio permite y garantiza el ejercicio de la defensa del
demandado.
La presencia de la parte contraria es esencial para que ejerza su defensa, así como también el control de los mismos
actos procesales. La bilateralidad tiene una doble finalidad, ya que, por un lado, protege el bien individual y su
interés, y por el otro, les permite a los jueces contar con mayor número de argumentaciones a fin de emitir una
sentencia justa.
Esa notificación no genera una obligación o deber para el demandando, porque este podrá elegir libremente por la
opción de comparecer o por la de no hacerlo. Se trata simplemente de una carga procesal: puede hacerlo o no. Si no
lo hace, el sistema le otorgará algunas consecuencias jurídicas, pero de ningún modo esto podría significar la
condenación inmediata por no presentarse al proceso.
Cuando el demandado opta por no presentarse, su decisión provocará, en primer lugar, la declaración de rebeldía.
Esta no es una sanción contra el rebelde, porque las partes no tienen la obligación ni el deber de comparecer al
proceso, sino que se trata de una carga procesal establecida en su propio interés.
Esa incomparecencia, y correspondiente declaración de rebeldía, traerá aparejada una presunción iuris tantum: los
hechos expuestos en el escrito de demanda tendrán presunción de verdad, por disposición expresa de la ley. Es
decir que todo lo expuesto en la demanda se presume en principio cierto, salvo las circunstancias de su
inverosimilitud, contradicción o falsedad que puedan darse a lo largo del proceso. Esto quiere decir que el juez solo
tiene ante él la versión que el actor le ha dado, ya que el demandado, al no comparecer, no aceptó esos dichos, pero
tampoco los negó; por lo tanto, el magistrado, con su sana crítica racional, deberá decidir sobre la versión que le ha
dado el actor junto con las pruebas que aporte al respecto.

Debe tenerse en cuenta que esa presunción solo se genera si el demandado no comparece para el momento
de contestar la demanda, ya que podría presentarse a contestar la demanda y luego dejar de presentarse al
proceso en cada siguiente llamado. Si contestó la demanda oportunamente, no podría aplicarse esa
presunción en su contra.

Asimismo, puede suceder lo inverso: que el demandado no comparezca ni conteste la demanda, pero que luego vaya
a la etapa probatoria y ofrezca pruebas. En este caso, la presunción se aplica, pero se tendrá en cuenta también toda
la prueba que pudiera aportar el demandado en contra de los dichos del actor. Pues, en este supuesto, el magistrado
tendrá solo la versión del actor, pero con pruebas aportadas por el demandado que contradicen esos dichos. De esta
manera, el juez tendrá mayores elementos para decidir sobre la pretensión del actor, que, si bien no obtuvo
oposición, sí se produjo prueba en su contra.
En definitiva, con esto se quiere mostrar que el demandado puede presentarse en el juicio en cualquier momento
pese a su declaración de rebeldía, cesando entonces los efectos que aquella declaración tiene. Carnelutti (2005)
explica que el fundamento de ello está

en el derecho de defensa que no se extingue por la circunstancia de no haberse personado el rebelde al inicio del
proceso, aunque haya precluido la posibilidad de contestar demanda y las demás que hubieran debido realizarse en
un momento anterior a aquel en que se produce la comparecencia tardía (p. 114).

Lo que no podrá hacer jamás el rebelde es pretender efectuar actos cuya etapa procesal se encontrara concluida,
salvo que mediare nulidad de la citación inicial, lo que provoca la retrotracción de la causa hasta el decreto de
admisión del juicio y se debe volver a notificar el inicio del juicio de forma correcta. Esto es lo que popularmente se
conoce como “volver a foja cero”.

Otra de las consecuencias procesales que trae aparejada esa declaración es que el demandado ya no recibirá
más notificaciones hasta el dictado de la sentencia. Las próximas notificaciones que correspondiera hacer
no se harán y se las tendrá por notificadas en el día de su fecha; es decir, se genera una ficción a partir de la
cual se las tiene por notificadas.

Si bien son varias las opciones, y sus consecuencias dependen del momento en que se ordene esa declaración de
rebeldía, pueden darse situaciones en las que la aplicación de esa presunción traiga aparejadas complicaciones
procesales. Por ejemplo, veamos la siguiente causa.
El actor demandó a Consar SA (concesionaria oficial) y a Ciadea SA (continuadora de Renault Argentina)
pretendiendo la rescisión contractual que las unía. La empresa Ciadea contestó la demanda oponiendo excepción de
falta de legitimación pasiva y Consar fue declarada rebelde. El juez de primera instancia rechazó la excepción de la
falta de legitimación opuesta e hizo lugar a la demanda en contra de ambas empresas. Apelado el fallo, la Cámara de
Apelaciones lo revocó sosteniendo que:

"En autos toda la estructura probatoria de la accionante se asienta en los efectos de la declaración de rebeldía y la
confesión ficta (arts. 60 y 415 del C.P.C.C.)”, en tanto reconoce que tales efectos “deben encontrar apoyatura en los
medios de prueba, los cuales se encuentran huérfanos de producción en el presente a los fines procurados, como la

15
autenticidad de la documentación. Único título por el cual se reclama y que ha sido negado en su validez por la
coaccionada quien la desconociera, no tratándose, por otra parte, de un hecho propio, sino eventualmente, de la
concesionaria"1.

Llevado el fallo de la cámara hasta el máximo tribunal a través de un recurso extraordinario, la Suprema Corte de
Justicia de Buenos Aires rechazó el recurso por no configurarse los vicios invocados, pero efectuó comentarios
importantes en cuanto al efecto de la declaración de rebeldía, la que sostuvo que:

“Si bien admitimos también que la justicia no puede estar al servicio de ficciones y por tanto es necesario en cada
caso que el magistrado esté convencido de la verdad de los hechos en que se funda la demanda,
independientemente del silencio o rebeldía del demandado (Eisner Isidoro, "La Ley", 1979-C, 267), es lo cierto
también que las conclusiones a las que se arribe no pueden prescindir íntegramente de tal estado de rebeldía y sus
efectos procesales.”
[Recuerdan] “que toda pretensión en justicia supone la afirmación de un derecho para cuya realización es menester
alegar y probar los hechos que lo sustentan. Cuando los hechos alegados no son admitidos por el adversario, ni son
notorios o favorecidos por una presunción de la ley que los tenga por ciertos bajo determinados supuestos, entonces
será necesario probarlos de modo que el juzgador alcance suficiente convencimiento sobre la exactitud de los
mismos o de las afirmaciones que los contienen. La carga de la prueba es el imperativo que pesa sobre uno de los
litigantes de ‘suministrar la prueba de un hecho controvertido, mediante su propia actividad, si quiere evitar la pérdida
del proceso’ (Rosenberg, Leo, “La carga de la prueba”, p. 15, Ed. E.J.E.A., Buenos Aires, 1956).”
“Frente al silencio de la demandada corresponde tener por acreditada la recepción de los telegramas dirigidos a ella y
la autenticidad de los documentos que se le atribuyen acompañados en el escrito de demanda” (L. 40.364, sent. del
29 XI 1988).
Lo expuesto a modo de conclusión habrá de concebirse como respuesta válida para la relación habida entre la
actora y la codemandada Consar S.A., a quien se le han de oponer los efectos propios de la incontestación
de la demanda, su estado de rebeldía, el reconocimiento (ficto) de la documental que se le atribuye y la recepción de
las cartas y telegramas a ella dirigidos cuyas copias han sido acompañadas.
Pero tratándose en el caso de un litisconsorcio (pasivo) facultativo, habrá que evaluar si la decisión que se
adopta en torno a la actuación comercial de la demandada Consar S.A. puede ser extendida como solución a
la conducta que, a la vez, se le imputa a la codemandada Ciadea S.A., no debiendo perderse de vista para ello
que las causas o títulos sobre los que se asienta la supuesta responsabilidad de cada sociedad demandada
son distintos; la una como concesionaria; la otra como fabricante.
Lo que sí es seguro es que los efectos de la rebeldía del codemandado Consar S.A., que supone el reconocimiento
de la documental acompañada que se le atribuye, las cartas documentos o intimaciones que le fueran dirigidas, sólo
en contra de ella juegan, pues los efectos de tal estado contumaz no le pueden ser oponibles a la codemandada
Ciadea S.A. que, al comparecer en autos, desconoció expresamente la autenticidad de toda la documentación que no
le fuera directamente remitida a ella o que ella haya remitido (fs. 117 vta.)”2.
[2] Suprema Corte de Justicia de Buenos Aires, in re: “Danna Automotores S.R.L. c/ CONSAR S.A. y otro – Rescisión
de contrato y daños y perjuicios” Causa C. 94.338.

En primer lugar, resultan enriquecedoras las palabras de la Suprema Corte de Justicia de Buenos Aires, cuando se
explica que, si bien la rebeldía genera presunciones, “las conclusiones a las que se arribe no pueden prescindir
íntegramente de tal estado de rebeldía y sus efectos procesales” 3. Con esto queda claro que es necesario que la
demanda interpuesta por el actor tenga sustento jurídico y legal, goce de cierta veracidad comprobable, y que aporte
pruebas suficientes que sostengan y le den fundamento a la pretensión. Por supuesto que será más sencillo para
cualquier actor fortalecer su causa sin oposición del demandado, pero de ningún modo podría verse beneficiado
exclusivamente por la rebeldía del demandado.

En el caso expuesto, se da la situación del litisconsorcio pasivo, es decir que son dos las demandadas y una
sola de ellas contestó la demanda, mientras que la otra no se defendió. Sin embargo, el magistrado de
primera instancia, erróneamente, aplicó la presunción de la rebeldía a las dos demandadas por la vinculación
existente.

Surge claro, entonces, que la aplicación de presunciones dependerá siempre de las circunstancias de la causa. En
este caso, la demandada que contesta solo opone excepción de falta de legitimación pasiva, lo que solo la alcanza a
ella, y no a su codemandada; y, por lo tanto, así lo resuelven la cámara y la Corte Suprema luego. Pero debe dejarse
claro que solo puede beneficiarse a la otra demandada por las defensas que presente una, pero nunca podría la
rebelde perjudicar a la otra demandada que sí contestara la demanda. De lo contrario, se estaría violando la garantía
constitucional de la defensa en juicio.
Así es que puede suceder que quien conteste la demanda oponga defensas sustanciales de tal naturaleza que
volteen por completo la acción del actor respecto de todos los demandados; por ejemplo, si se probara que no hubo
contrato, o si se planteara la prescripción de la acción intentada, o si se planteara la litispendencia, o incluso si se
pidiera la recusación del magistrado, etcétera. En estos otros supuestos, la defensa que intente una de las
demandadas alcanzaría a la otra, porque lo que se logra desvirtuar es la acción en sí del actor y no la vinculación
personal con quien contesta la demanda, como en el caso de la falta de legitimación pasiva.
En definitiva, las consecuencias de la rebeldía dependerán en última instancia de las características del proceso.

16
Las partes y los distintos tipos de legitimación que pueden tener
LECCIÓN 1 de 5
Los sujetos procesales deben estar legitimados para actuar en el marco de un proceso judicial en concreto. Con esto
se quiere señalar que no puede venir cualquier persona a reclamar algo que no es de su incumbencia, pues se
requiere cierta vinculación.
Las partes, en un proceso, son las personas que intervienen en un juicio para reclamar una determinada pretensión o
para resistir la pretensión de otro sujeto. A la persona que ejercita la acción se la llama actor o demandante. A la
persona que se resiste a una acción se la llama demandado. En razón de este esquema simple de quienes
intervienen en un proceso, se debe tener en cuenta que entrarán a tener relevancia algunos principios, como el
de dualidad de partes, que se refiere a los dos polos (y no a la cantidad de personas que pueden intervenir) que
serán la parte que pretende algo –polo activo– de otra persona que se resistirá a ella –polo pasivo–; el
de contradicción, que consiste en que las partes tienen que tener la posibilidad de defenderse de las pretensiones,
argumentos y pruebas presentados por la parte contraria, es decir, se les debe dar la posibilidad a las partes de
“contradecir” a la otra; y, finalmente, el principio de igualdad de las partes, que tiene en miras al juez de la causa,
quien debe mantenerse en una posición de neutralidad y tratar a ambas partes por igual, quienes tendrán las mismas
facultades y cargas durante el proceso.
A esta altura es necesario poner en conocimiento que la doctrina y la jurisprudencia suelen hablar indistintamente
de legitimación o capacidad, a pesar de que existan varios sentidos o tipos. Trataremos de aclarar la confusa
nebulosa en la que se utilizan estos términos.
En un primer pantallazo, se deben distinguir algunas cuestiones centrales para entender de qué hablamos o cómo se
llega a estar legitimado para ser alguno de los sujetos procesales en un juicio, a saber: por un lado, está el derecho
que tiene una persona sobre algo, mientras que frente a él estará quién se oponga a ese derecho; por otro lado, está
la posibilidad de accionar pretendiendo ejercer ese derecho, mientras que frente a él estará quién se oponga a esa
acción; y, finalmente, estará la capacidad para actuar judicialmente por sí mismo en el ejercicio de esa acción sin el
auxilio de un tercero, ya sea como actor o como demandado.
Para ejemplificar, teniendo en cuenta solo el polo activo de la relación jurídica, se podría graficar de la siguiente
forma:
Figura 1. Polo activo de la relación jurídica

Fuente: elaboración propia.

Ya estamos en condiciones de entender, entonces, que una cosa es estar legitimado a ejercer un derecho (a
accionar) y otra diferente es estar legitimado para realizar actos judiciales válidos por sí mismo en el marco de un
proceso (ser parte).
En ese marco, debemos hablar de legitimación ad causam y de legitimación ad processum.
Hay una diferenciación fundamental entre ellas, como se adelantó: una cosa es la capacidad para ser titular de un
derecho a accionar (ad causam) y otra cosa distinta es la capacidad para realizar actos procesales eficaces
jurídicamente en un proceso por sí mismo sin requerir el auxilio de un tercero (ad processum).
La capacidad procesal, legitimatio ad processum, se refiere a la aptitud legal para ejercer por sí actos inherentes a la
calidad de parte, sin el auxilio de un tercero, y que se identifica con la capacidad de ejercicio definida por el derecho
sustancial en el artículo 23 del Código Civil y Comercial de la Nación 1. Son las condiciones que una persona debe
reunir para participar en un juicio. Veamos un ejemplo bien ilustrador para comprender que esta cuestión puede
resolverse más con sentido común que otra cosa: ¿un niño de dos años de edad puede firmar una demanda?, ¿o
puede el Estado nacional firmar una contestación de demanda? Evidentemente, no. Necesitan de alguien más que lo
haga por ellos. ¿Pero tienen derechos? ¿Pueden ser titulares de acciones judiciales? Sí, por supuesto, pero
necesitarán de alguien que las ejerza por ellos.

La legitimación sustancial, legitimatio ad causam, en cambio, es la condición de la acción judicial, pues alude a la
materia debatida en el litigio. En definitiva, quién debe sufrir o gozar de los efectos de la sentencia de mérito. ¿Serán
los padres del niño de dos años quienes gocen de los efectos de la sentencia? No, será el niño.
Evaluemoslo en un ejemplo sencillo sobre una situación jurídicamente relevante:
Un menor de edad es el titular de la acción de daños y perjuicios porque fue lesionado en el colegio (tiene
derecho a una reparación y, entonces, es titular de la acción para exigir esa reparación). Pero, por ser menor
de edad, no está legitimado para estar en juicio. Entonces, serán sus padres quienes actúen judicialmente en
nombre del niño. El colegio, si bien es quien deberá responder, no puede ir por sí mismo a defenderse en el
17
proceso por razones obvias; tendrá que hacerlo a través de la persona humana que tenga representación
legal para actuar en su nombre, sea el director de la institución o cualquier persona designada para ello.
Hasta acá ya resulta clara la distinción, y se puede advertir que la legitimación, sea sustancial o procesal, puede
recaer sobre la misma persona o necesitar de un tercero que la auxilie según las circunstancias particulares del
caso.
Sin embargo, ahora puede complejizarse, ya que hay casos para los cuales las leyes legitiman a otras personas que
normalmente no estarían habilitadas o ni siquiera tienen una vinculación estrecha y directa, como en el ejemplo de
padres e hijos. Tal es el caso del Ministerio Público Fiscal o de la Defensoría del Pueblo, que para algunas
cuestiones de interés público se encuentran legitimadas, como en el estatuto del consumidor para la defensa de los
consumidores2, o asuntos relacionados con el medio ambiente y el daño colectivo que puede existir 3, etcétera. Son
casos en los que la ley exclusivamente los habilita; por lo tanto, no habrá que hacer análisis de la situación, ya que es
la ley la que indica cuáles son los casos en los que podrá intervenir cada uno de ellos.
Aun dentro de esta posibilidad de que el defensor del pueblo se encuentre legitimado, podemos advertir una zona
gris sobre la que han tenido que expedirse los magistrados para dar luz en el asunto, como aconteció en el siguiente
caso.
La Defensoría del Pueblo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires interpuso una acción expedita de amparo en
contra de la Resolución 2926/99 dictada por la Secretaría de Comunicaciones, en la cual se había autorizado el cobro
del servicio de informaciones 110 a los usuarios del servicio telefónico. La defensoría solicitó que fuera anulada
judicialmente por haberse omitido el dictado por audiencia pública.
En primera instancia, el juez hizo lugar al amparo y declaró la nulidad. En la Cámara Nacional en lo Contencioso, se
confirmó aquella decisión del magistrado, con fundamento en que:

La resolución administrativa cuestionada había sido dictada sin que los usuarios hubieran tenido oportunidad de
participar y de ser oídos en la audiencia pública que debió haber sido convocada antes de fijar la tarifa objetada, de
conformidad con lo dispuesto en el art. 42 de la Constitución Nacional y el Reglamento General de Audiencias
públicas... [Llevada por recurso extraordinario federal hasta la Corte Suprema de Justicia de la Nación, esta
manifestó] que las provincias y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires se dan sus propias instituciones autónomas,
organizan sus poderes, dictan sus leyes de procedimientos, y designan a sus jueces sin intervención alguna del
gobierno federal pues, al hacerlo, ejercen poderes no delegados sino originarios o concedidos (art. 129 de la
Constitución Nacional). Sin embargo, no pueden ejercer sus atribuciones de tal manera que obste a los fines del
gobierno federal en tanto éste se mantenga dentro del ámbito de sus competencias, pues donde hay poderes
delegados al Gobierno de la Nación no hay poderes reservados salvo por pacto expreso y especial. En todo caso, si
los intereses locales entrasen en pugna con los nacionales, la representación para estar en juicio en nombre de unos
y otros compete a las autoridades políticas respectivas, de conformidad con lo que sus leyes dispongan al respecto;
no a cualquiera de los órganos que se la atribuya. En consecuencia… el defensor del pueblo de la Ciudad Autónoma
está facultado para promover acciones incluso en el fuero federal pero ello debe entenderse como que dicha facultad
está limitada a la actuación en juicio en defensa de los derechos individuales o colectivos ante los tribunales de la
justicia ordinaria de la Capital, o cuando las leyes nacionales o federales hayan sido aplicadas en el ámbito local por
órganos de esta última naturaleza, en los supuestos en que dichas normas les hayan confiado su ejecución. Al
respecto cabe advertir que según el art. 41 la ley 24.240 de defensa del consumidor su aplicación compete, en el
orden nacional, a la Secretaría de Industria y Comercio de la Nación y, en el orden local, a los gobiernos de las
provincias y de la Ciudad Autónoma, sin perjuicio de que éstos la deleguen en otros órganos subordinados. El art. 42
de la ley mencionada agrega que los órganos nacionales y locales actúan de manera concurrente en lo relativo a la
vigilancia y juzgamiento de las infracciones que simultáneamente tengan lugar en sus respectivas jurisdicciones. En
tales condiciones, no es exacto lo afirmado en la demanda de amparo, con respecto a que el defensor del pueblo de
la Ciudad Autónoma constituye la autoridad de aplicación de la ley 24.240 en el ámbito local, pues no es un órgano
de gobierno local ni actúa por delegación de él, sino con absoluta independencia funcional y sin sujeción a
instrucciones u órdenes.4

De conformidad con la normativa constitucional, en los diferentes niveles estatales, existe la figura del defensor del
pueblo. Según cada normativa local, este cuenta con diferentes facultades, pero en general, en todas las provincias,
en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) y en la nación, tiene legitimación procesal por ser el encargado de
garantizar los derechos de los habitantes ante abusos de los poderes políticos.
La zona gris se presenta en cuánto a los límites de esa legitimación, y la Corte Suprema de Justicia de la Nación
(CSJN) debió expedirse para dejar la cuestión zanjada. De esta manera, y en este caso en particular, delimitó la
legitimación activa del defensor del pueblo de CABA por tratarse de cuestiones relativas al Gobierno nacional, esto
es, excedía el ámbito en el cual podía actuar. De manera diferente se habría resuelto este caso si hubiera sido la
Defensoría del Pueblo Nacional la que interpusiera la acción de amparo, pues, justamente, es quien se encuentra con
legitimación a nivel nacional.
Lo que viene a colación resaltar a esta altura es que el defensor del pueblo de CABA no decidió entablar esta acción
por simple desconocimiento de sus funciones o de su ámbito de actuación. La figura del defensor del pueblo de la
nación se instituye en el ámbito del Congreso de la Nación y su competencia surge de los artículos 86 y 43 de la
Constitución Nacional y de la Ley N.° 4284 5, modificada por la Ley N.° 243796. El cargo del defensor del pueblo de la
nación se encuentra vacante desde el año 2009; por lo tanto, no hay quien ejecute este tipo de acciones en defensa
de los ciudadanos, y seguramente haya sido esto lo que llevó al defensor del pueblo de CABA a intentar ejercer la
defensa al menos con relación a los ciudadanos que podía proteger.

18
Lo que se desprende de este caso, y de toda la normativa, es que la ley le ha otorgado legitimación procesal
a esta figura, aunque en definitiva los titulares de la acción sean los ciudadanos. Sin embargo, esa
legitimación procesal se encuentra delimitada por el ámbito de actuación que tiene cada uno de los distintos
defensores, tal como lo ha explicado la CSJN a lo largo de su jurisprudencia.

MODULO 3

ACTOS PROCESALES. COMUNICACIÓN PROCESAL


Principios que se garantizan con las notificaciones
Antes de ser notificada cualquier providencia judicial, la misma es procesalmente inerte, es decir, no avanza. Esto
significa que no puede beneficiar ni perjudicar a ninguna de las partes, porque hasta que no es puesta en
conocimiento de los sujetos que intervienen el proceso, no nace la carga procesal del obligado a cumplirla. Antes de
la notificación, no se conoce el contenido de lo dispuesto por el juez. Luego de la notificación, comenzará el plazo
para cumplir el acto que ordene la decisión judicial, o bien, para deducir impugnaciones en su contra si
correspondiere.
Es el derecho constitucional de defensa lo que principalmente garantiza una correcta notificación. Con este acto es
que se les da la oportunidad a los litigantes de ejercer defensas, con la amplitud que exige el debido proceso, y
plantear las cuestiones que crean conducentes para la correcta solución del conflicto.
La inviolabilidad de la defensa en juicio requiere que las partes puedan ser oídas 1, y para ser oídas, es necesario
notificarlas previamente.
Al brindarle el conocimiento de la existencia de un proceso en contra al demandado, y darle la oportunidad de
presentarse en el proceso a plantear defensas, o dar una versión distinta de lo que dice el actor, se asegura el
respeto al principio procesal de contradicción o bilateralidad.
Se ha dicho que las notificaciones tienen un fin específico como acto de comunicación, y el mismo debe ser cumplido
con extrema prolijidad.

Domicilio al que se deben enviar las notificaciones


Es muy importante remarcar que este “acto puro de conocimiento”, puede llevar en sí una intimación de apersonarse
ante el órgano jurisdiccional. En este punto debemos hacer una división:
1
Cuando esa intimación es para un momento de tiempo, tenemos citación (“Audiencia fijada para el día jueves 27/11 a
las 10.00hs.”)
2
Cuando esa intimación es para un espacio de tiempo, tenemos emplazamiento (“para que en el plazo de tres días de
recibida la presente notificación, comparezca a estar a derecho”).
3
Cuando esa intimación es para que cumpla un acto o se abstenga de cumplirlo, estamos ante un requerimiento (se lo
intima a desalojar el inmueble en el plazo de 10 días hábiles, bajo apercibimiento de ser lanzado por la fuerza
pública). El fin de la notificación es poner en conocimiento de alguien un dato determinado.
Hay que distinguir que algunas notificaciones pueden ser más trascendentales que otras. Por ejemplo, en la primera
notificación al demandado, por medio de la cual se lo pone en conocimiento de la existencia del proceso en su contra,
la cédula debe ir acompañada de una copia de la demanda, y de la prueba documental aportada por el actor al
proceso. De esta manera, el demandado tendrá en su poder todo lo necesario para defenderse en el plazo que le
hubieran otorgado. Si, en cambio, la cédula fuera enviada sin esas copias y el actor hubiera retirado el expediente del
juzgado, el demandado no tendría acceso a las actuaciones y entonces no sabría de qué debe defenderse. Estaría
en conocimiento de la existencia de un proceso en su contra, pero no sabría de qué se trata.
Otro ejemplo es la notificación de la sentencia. Esa notificación tendrá relevancia ya que, vencido el plazo sin
interposición de recursos, la misma quedará firme y consentida, pasando a formar cosa juzgada.
Es trascendental el asunto de los domicilios. Hay que distinguir a qué dirección se debe notificar. Generalmente allí
es cuando se complican los procesos, ya que puede ocurrir que las partes hubieran fijado domicilios contractuales,
legales, o especiales, distintos del domicilio real de cada uno de ellos.

19
Puede suceder que, la primera vez que el actor quiera notificar al demandado, no esté claro a qué domicilio debe
enviar la cédula para que sea válida, como sucedió en el siguiente caso:

Buenos Aires, 10 de julio de 2018


AUTOS Y VISTOS:
I.- Vienen estos autos a conocimiento del Tribunal con motivo del recurso de apelación interpuesto a fs.206 por la
parte actora contra la resolución de fs.204/205, por la cual la juez de grado declaró la nulidad de la notificación de
traslado de demanda respecto de la demandada Giorgis.
Los agravios volcados en el memorial de fs.209/215 fueron contestados por la contraria a fs.218/227.
II.- La actora promovió la presente acción, con el fin obtener el cumplimiento del acuerdo celebrado con las
demandadas en la etapa de mediación y la aplicación de la cláusula penal pactada en el mismo acuerdo (v. escrito
inicial de fs.61/79). El instrumento fue suscripto por la mediadora interviniente el día 9 de junio de 2010 (v. copia de
fs.30/36).
En la cláusula decimosexta del convenio las partes establecieron que, a los efectos legales, constituían domicilios en
los consignados en el contrato, en el caso de la parte demandada el sito en la calle Av. Corrientes ..., ..., depto. ... de
esta ciudad (v. fs.30).
La accionada Analía B. Giorgis se presentó en autos planteando incidente de nulidad de notificación del traslado de la
demanda, con fundamento en que el domicilio señalado en el acta de acuerdo de mediación no resulta ser su
domicilio real, lugar donde debía cursársele la notificación respectiva y aseveró que su domicilio real - en los Estados
Unidos - era conocido por la actora.
La juez de grado admitió el incidente y declaró la nulidad de la notificación de fs.169, ordenando cursar una nueva
diligencia. La decisión fue apelada por la actora, quien sostuvo que el traslado de demandada fue correctamente
notificado en el domicilio especial que constituyera la accionada en el contrato base de la presente acción y que la
incidentista no expresó las defensas que se vio privada de oponer.
III.- Del análisis de las constancias de la causa se advierte que, si bien la cédula cuya nulidad se pretende fue dirigida
al denominado “domicilio de elección”, el acuerdo de mediación donde la apoderada de la nulidicente constituyera
domicilio se celebró hace 10 años. En este sentido, dado el tiempo transcurrido, no puede sostenerse válidamente
que la notificación cursada en el domicilio de elección haya cumplido fehacientemente con su finalidad.
La notificación del traslado de la demanda tiene una trascendencia especial dentro del proceso, porque es
generadora de la relación jurídico-procesal, motivo por el cual se exige el cumplimiento de formalidades específicas
que tienden al resguardo de la garantía constitucional del debido proceso. De ahí que en el análisis del cumplimiento
de esos recaudos deba procederse con criterio estricto, puesto que el objetivo primordial del acto consiste en que la
cédula sea recibida personalmente por el accionado en su domicilio real (esta Sala, “Mezher, Ester Alejandra y otro c/
Transportes Los Constituyentes S.A. y otros s/daños y perjuicios”, R. n°487155, del 19/7/07).
En función de ello, dado la importancia que tiene el traslado de la demanda, la valoración del cumplimiento de los
recaudos que hacen a la validez o no del acto y a la procedencia del planteo, debe efectuarse con suma prudencia y
rigurosidad, pues, conforme lo dicho precedentemente, el incumplimiento de alguno de ellos puede colocar en un
estado de indefensión al litigante y afectar seriamente la garantía del debido proceso.2

En el caso relatado, se puede apreciar la importancia que tiene la notificación de la demanda al demandado. Al ser
un acto esencial del trámite del juicio, el interés que se procura preservar es ostensible, razón por la cual se ha
entendido que se trata en el caso de una irregularidad del trámite que afecta el orden público, en la que el agravio
está implícito.
Por lo tanto, el fundamento que utiliza la actora, referido a que “la incidentita no expresó las defensas que se vio
privada de oponer” deviene irrelevante porque el perjuicio a la demandada por haberla notificado mal está implícito,
no es necesario expresarlo al momento del pedir la nulidad.
Puede advertirse del caso traído en ejemplo, que se tuvieron en cuenta varias circunstancias:
 que la demandada nulidicente, no participó en forma personal del acuerdo de mediación donde, 10 años
atrás, se estableció el domicilio de elección;
 acreditación de domiciliarse en el extranjero;
 la importancia del acto del traslado de la demanda.
La regla es que si las partes celebraron un acuerdo, en el marco del cual fijaron domicilios especiales para toda
cuestión derivada de ese contrato, allí es donde debe notificarse cualquier proceso vinculado con la relación
contractual emergente.
Sin embargo, en este caso, lo que hicieron los magistrados intervinientes, es tener en cuenta el plazo que había
transcurrido desde aquél momento, y la acreditación de no vivir siquiera en el país con conocimiento de la actora. Es
importante que se analicen todas las circunstancias particulares de la causa, ya que, si las partes han sido quienes
fijaron los domicilios que regirían todas las cuestiones derivadas de un contrato, ello no puede pasarse por alto y
simplemente permitir una nulidad que pudiera consistir en un simple acto para dilatar el proceso.

Notificaciones electrónicas
La tendencia judicial actual es la de la despapelización de la justicia. El Estado Nacional ha implementado un
programa llamado Justicia 2020, en el que se pretende la modernización del sistema judicial.

20
Justicia 2020 promueve organizaciones modernas y eficaces que brinden respuestas rápidas y de calidad a los
problemas de los ciudadanos. Fomenta la adopción de mejores prácticas en lo que se refiere a modelos y
procedimientos para asegurar la calidad y mejora continua.
Se incorporan nuevas tecnologías para modernizar los procesos antiguos y satisfacer las necesidades de la
población en forma ágil y eficiente.
Justicia 2020 promueve el uso del legajo digital y su gestión electrónica, lo que permite despapelizar a la Justicia
argentina, agilizar los trámites y facilitar el acceso remoto a las fuentes de información (Maina, 2018,
https://bit.ly/2SQrGdQ).

En los expedientes digitales, las notificaciones también serán electrónicas, y ello implica que la “cédula” no se realiza
en un domicilio físico, sino en el “domicilio electrónico”.
Una de las formas de instrumentar ese domicilio es con una casilla de correo electrónico, tal cual lo tiene ya
implementado la Justicia Federal, que utiliza direcciones de correo electrónico de cualquier dominio, o la provincia de
San Luis con los dominios justiciasanluis.gov.ar y giajsanluis.gov.ar (Acuerdo Nº 121/20113).

La aclaración que resulta necesario hacer a esta altura es que las notificaciones electrónicas comenzarán a ser
válidas recién cuando haya intervención de letrado patrocinante que tenga fijado el domicilio electrónico en el sistema
judicial donde litigue. Antes de eso, el ciudadano demandado que necesita ser puesto en conocimiento de la
existencia de un proceso judicial en su contra, no tiene otra opción que recibir la cédula-papel en su casa hasta que
su abogado fije un domicilio electrónico, ya que ese domicilio le corresponde al letrado y no a la parte.
Para las cédulas electrónicas rige el principio de la recepción, que establece que cumplidos los requisitos formales
de realización del acto predispuestos legalmente es suficiente para tener por practicada la notificación con efectos
jurídicos, independientemente del conocimiento del receptor. Es carga del letrado verificar la totalidad del documento
remitido, efectuando una lectura completa y circunstanciada. Cualquier omisión en ese sentido es de su exclusiva
responsabilidad, sin que pueda desligarse de ella4.

De a poco, se está implementando un sistema judicial que aspira a ser ágil y sencillo, dejando de lado la vieja
tradición de los expedientes descomunales por estar repletos de hojas y amontonados en los juzgados durante
décadas.

El tiempo en el proceso
El tiempo, al igual que el derecho, son una construcción artificial (una síntesis simbólica) predispuesta para ordenar y
estructurar. Así, el tiempo repercute en el derecho y viceversa, a saber:
 El tiempo de una práctica la convierte en derecho (costumbre).
 La acción del tiempo sobre las normas puede determinar el olvido o la liberación (perención; prescripción),
pero puede consolidar derechos (prescripción adquisitiva).
 Encontramos directrices vinculadas al tiempo que tienen elevada importancia en el sistema normativo (ley
posterior deroga la anterior; primero en el tiempo, mejor en el derecho).
 El tiempo repercute en instituciones jurídicas (plazo razonable).
 El tiempo puede ser un elemento de una situación jurídica (edad de madurez).
 El transcurso del derecho en el tiempo es de suma relevancia (validez temporal de las normas). Castigamos
en unidades de tiempo (pena de prisión) o, por el contrario, sustituimos la pena por el tiempo (prescripción
penal).
 El derecho dura en el tiempo (la titularidad del derecho propiedad), etcétera.
 “El tiempo en el proceso hace referencia a aquellos lapsos dentro de los cuales puede ser eficazmente
realizado cualquier tipo de acto procesal” (Palacio, 1983, p. 56).

Específicamente, se trata del conjunto de lapsos destinados al cumplimiento de cada acto procesal en particular,
denominados plazos. Los plazos otorgan seguridad y certeza a las partes sobre la evolución que tendrá el proceso.
Se debe tener en cuenta que el tiempo de los procesos difiere entre los distintos sistemas procesales. Así, por
ejemplo, en un sistema dispositivo, el desarrollo del trámite, y el tiempo que se insuma en él, dependerá en gran
medida del impulso de las partes. Por el contrario, en un sistema inquisitivo, el desarrollo y tiempo de duración del
proceso dependerán de la diligencia que tenga el tribunal para impulsar de oficio la causa.
Por su parte, la doctrina constitucional sobre el debido proceso establecida por la C.S.J.N. ha sido la siguiente:

la garantía constitucional de la defensa en juicio y el debido proceso no se agota con el cumplimiento de los trámites
previstos en las leyes adjetivas, sino que se extiende a la necesidad de obtener una rápida y eficaz decisión judicial
que ponga fin a los conflictos y situaciones de incertidumbre, evitando, dentro de los límites de lo razonable y
conforme a las circunstancias de cada caso, una dispendiosa y eventualmente inútil actividad jurisdiccional; así lo
exige, por lo demás, el propósito de `afianzar la justicia´ anunciada en el Preámbulo de la Constitución Nacional1.
En definitiva, la norma procesal, en el Estado de Derecho, contiene disposiciones tendientes a hacer efectivos
derechos sustanciales en forma ágil y eficaz, es decir, a obtener la resolución más justa posible, en el menor tiempo.
Y si hay injusticia, prevé la norma para corregirla (las vías impugnativas).

Días y horas hábiles

21
Los plazos procesales se cuentan en días hábiles y horas hábiles, dentro de los cuales serán admisibles los actos
procesales. Consecuentemente, los actos realizados fuera de esos días y horas serán inválidos.
Los días hábiles son todos los del año, a excepción de sábados, domingos, feriados y aquellos otros que cada
Máximo Tribunal así lo ordene en cada jurisdicción.
Las horas hábiles, en la generalidad de los procedimientos provinciales, son las comprendidas entre las siete y las
veinte. El procedimiento federal tiene establecida una distinción en el Artículo 152:

Son horas hábiles las comprendidas dentro del horario establecido por la Corte Suprema para el
funcionamiento de los tribunales; pero respecto de las diligencias que los jueces, funcionarios o empleados deben
practicar fuera de la oficina, son horas hábiles las que median entre las SIETE (7) y las VEINTE (20)2.

En la realidad de los procesos sucede que las horas hábiles, que materialmente pueden ser utilizadas, son aquellas
llamadas “de oficina”, ya que, si bien las horas hábiles corren hasta las 20 hs., los palacios de justicia no suelen tener
atención al público hasta esa hora. En cuyo caso, han recurrido a una solución para compensar la imposibilidad de
ejecutar o cumplir actos procesales dentro de las horas hábiles, porque el juzgado o tribunal no tiene atención
durante todo ese tiempo: el cargo de hora o también llamado plazo de gracia.
El cargo de hora suele consistir en el permiso de realizar actos procesales válidos si su presentación se efectúa
dentro de las primeras horas del comienzo del horario de oficina del día siguiente al vencimiento del plazo. Así, por
ejemplo, tribunales federales abre sus oficinas a las 7.30 horas de la mañana, y el cargo de hora es de 2 horas: la
parte tendrá hasta las 9.30 horas del día siguiente para ejecutar el acto procesal cuyo plazo se le vencía el día
anterior.
Se puede considerar que existe cierto exceso de formalismo al respecto, pero lo cierto es que son muchos los
derechos y principios en juego. Por un lado, el derecho de defensa y el exceso ritual manifiesto, y por el otro, la
seguridad jurídica y el formalismo. Es necesario lograr un equilibrio entre ellos, como sucedió en el siguiente caso:

La Corte Suprema de Justicia de la Nación rechazó una presentación por haber sido deducida extemporáneamente,
al haber sido interpuesta por mesa de entradas del tribunal un minuto más tarde al tiempo previsto en el art. 157 del
Código Procesal Civil y Comercial de la Nación que contempla el llamado plazo de gracia.
En la causa la recurrente había sido notificada de la resolución que le denegada el remedio federal con fecha 22 de
mayo de 2003. Así fue que presentó su recurso de hecho (queja) el 30 de mayo a las 9:31 hs., esto es, un minuto
después de las dos horas del día hábil inmediato posterior al vencimiento del plazo de cinco días.
Los planteos de la recurrente estuvieron vinculados con las características del cargo manual, de lo complejo de las
cuestiones sometidas a conocimiento de la Corte y de la cantidad de documentación que debió acompañar, así como
también clamó motivos de fuerza mayor al respecto y ofreció la prueba pertinente.
El tribunal por mayoría sostuvo que la interpretación estricta que debe atribuirse al plazo "de gracia" previsto en el art.
124 del CPCCN, acorde jurisprudencia de la Corte basada en razones de seguridad jurídica, obligan a poner
un momento final para el ejercicio de ciertos derechos, pasado el cual y sin extenderlo más deben darse por
perdidos.
Subrayaron que se ha instituido el llamado plazo de gracia a fin de habilitar la presentación de escritos dentro de las
dos primeras horas hábiles del día siguiente al del vencimiento del plazo para hacerlo, precisamente a fin de impedir
los perjuicios que para las partes pudieran derivar de razones de fuerza mayor que les impidiesen hacerlo en tiempo
oportuno.
Y en base a ello resulta inadmisible que pretendan invocarse motivos de la misma índole para no cumplir
puntualmente con la presentación en el tiempo suplementario que graciosamente la ley otorga.
Añadieron que las razones invocadas por el recurrente no justifican la interrupción o suspensión de los plazos.
Así, con los votos de los Dres. Belluscio, Petracchi, Boggiano, Vázquez y Maqueda el tribunal resolvió rechazar la
presentación directa por haber sido deducida extemporáneamente.
Por su parte, los Dres. Moline O´Connor y López, consideraron presentado en término el escrito de interposición del
recurso de queja. Para expedirse en este sentido, los magistrados señalaron que de las constancias acompañadas
por la persona que debía presentar el escrito dan cuenta de que el día del vencimiento del plazo de gracia, instantes
previos a su ingreso al Palacio de Tribunales, sufrió una descompensación cardíaca y requirió ser atendida por el
médico del departamento de medicina preventiva y laboral del Poder Judicial. Así, se ha configurado una situación de
carácter excepcional e imprevisible que ha impedido la presentación en término del recurso de hecho, según lo
dispuesto por el art. 157 del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación por lo que corresponde declarar la
suspensión del plazo ante el hecho de fuerza mayor invocado. Para ellos, en el caso, mediaron evidentes razones de
justicia y equidad que hacen que deba darse prioridad al derecho de defensa y evitar todo exceso ritual manifiesto
que conlleve a la frustración de una legítima expectativa del litigante en desmedro de la verdad objetiva, quedando
justificada la excepción a los principios de perentoriedad de los plazos procesales3.

En el caso relatado se pueden apreciar los argumentos que dan los ministros de la Corte Suprema de Justicia de la
Nación, que la severidad en el cumplimiento de los plazos tiene esencial importancia en los procesos judiciales; así
como también que debe protegerse el derecho de defensa en juicio.
El análisis que sirve en esta instancia es el referido a que el plazo es el fijado por la ley, por ejemplo, los 5 días para
interponer el recurso de queja ante la CSJN. Las dos primeras horas del día hábil posterior, son extras,
suplementarias. Justamente, para asegurar el derecho de defensa de las partes, quienes podrían haber tenido
cualquier complicación o contratiempo que no le hubiera permitido llegar dentro de los 5 días. Pero, pretender

22
también la extensión del tiempo suplementario genera una consecuencia realmente grave para todo el sistema de
derecho: si por cualquier razón se pudiera extender ese plazo de gracia, atentaríamos contra la seguridad jurídica
que debe reinar en todo Estado de Derecho. En esta oportunidad habría sido 1 minuto, luego 1 hora, más adelante
hasta el mediodía, luego un día más; y finalmente, la perjudicada sería la propia noción de justicia ya que los
procesos no fenecerían ante la posibilidad de que las partes recurran en cualquier tiempo.
A continuación podrás leer un paper que explica cómo se conciben los plazos por horas en el Código Procesal Civil y
Comercial de la Nación.

Presentaciones electrónicas. Vigencia del plazo de gracia


La tendencia judicial actual es la de la despapelización de la justicia. El Estado Nacional ha implementado un
programa llamado Justicia 2020, en el que se pretende la modernización del sistema judicial.
En ese marco, se busca tener organizaciones modernas y eficaces que brinden respuestas rápidas y de calidad a los
problemas de los ciudadanos. Fomenta la adopción de mejores prácticas en lo que se refiere a modelos y
procedimientos para asegurar la calidad y mejora del sistema judicial. Ello implica el uso del expediente digital y su
gestión electrónica, lo que permite despapelizar a la Justicia argentina, agilizar los trámites y facilitar el acceso
remoto a las fuentes de información.
En el marco de los expedientes digitales, y, por lo tanto, de sus presentaciones digitales, se ha dado el
planteamiento sobre la inutilidad o pérdida de vigencia que tendría el plazo de gracia. El análisis radicaría en
que el mentado art. 124 del Código Procesal Civil y Comercial, que rige actualmente, prevé que los “escritos”,

…que deben entregarse en horario judicial, y para no enervar el final del plazo de cumplimiento del acto procesal le
da validez a la presentación del mismo en “las primeras horas de despacho” del día hábil siguiente al vencimiento del
término. Esa situación no se ve reflejada en las presentaciones electrónicas porque pueden presentarse en cualquier
momento, incluso en tiempo que no es de “oficina”, no estando limitadas por el horario judicial o de despacho, no
teniendo limitación alguna en relación al cumplimiento total del plazo en el cual debe cumplirse un determinado acto
procesal.
El criterio expuesto no importaría violación a ninguna garantía constitucional, ni al derecho de defensa, ya que no
se le impediría el ejercicio de ningún acto procesal, posibilitándosele, por el contrario, en el caso de presentación
electrónica su entrega digital puede hacerse aún en el tiempo que está por fuera del horario de oficina tribunalicia.
Para este análisis, la previsión es clara y tiene sentido únicamente para los escritos que en formato papel deben
presentarse en la mesa de entradas del Juzgado. Extenderlo a las presentaciones electrónicas carecería de sentido
alguno y ello sí otorgaría a los que tienen tal posibilidad un “plus” que crearía una desigualdad prolongando el plazo
sin justificación alguna.
Sin embargo, más allá del análisis lógico de la justificación del plazo de gracia únicamente para los escritos físicos, la
jurisprudencia ha tenido la oportunidad de expedirse al respecto. La conclusión jurisprudencial es la de la
vigencia del plazo de gracia aún para las presentaciones electrónicas.
Ha entendido la jurisprudencia que le corresponderá, en principio, al legislador evaluar la conveniencia de mantener –
o no- en el ordenamiento ritual el “plazo de gracia” para la presentación de escritos con vencimiento, previsto tal
como lo establece el artículo 124 de nuestro ordenamiento procesal considerando la generalización del uso de las
presentaciones electrónicas.
Por lo pronto y tal como establece la norma procesal, no presentado dentro del horario judicial del día en que
venciere un plazo, sólo podrá ser entregado válidamente el día hábil inmediato y dentro de las dos primeras horas del
despacho. Por ello se debe prestar consideración a quien cumplió con los presupuestos procesales vigentes,
amparado por la confianza que confiere una disposición clara y precisa del legislador, no modificada (ni total ni
parcialmente frente a ningún supuesto) por la reglamentación vigente de las ya aludidas presentaciones
electrónicas, por lo que no puede entenderse inaplicable “el plazo de gracia” a supuestos con habilidad suficiente
para abastecer presentaciones de las partes y/o sus letrados4 .

La Prueba Judicial
El método reconstructivo no es simple, tanto en los instrumentos utilizados como en el proceso psíquico de quien lo
emplea y de quien es su destinatario, pues, combina varios procedimientos lógicos con otros psicológicos y técnicos.
El método judicial probatorio es uno de los varios comprendidos en el género reconstructivo.
La importancia que la prueba tiene en el mundo jurídico es inmensurable. Sin ella, los derechos subjetivos de una
persona serían simples apariencias, sin solidez y sin eficacia alguna.
Con la prueba se buscará comprobar la veracidad de los hechos alegados por las partes y que hubieran sido
controvertidos.

Distinción entre elemento de prueba, medios de prueba y órgano de prueba


Dentro de la teoría general de la prueba judicial, se distinguen tres aspectos de la noción de prueba:
ELEMENTO PROBATORIO
Consiste en el “dato objetivo que se incorpora al proceso, capaz de producir un conocimiento cierto o probable de los
hechos invocados por las partes” (Vélez Mariconde citado en Cafferata y Hairabedian, 2011, p. 18); por ejemplo: el
testimonio (el relato o descripción que cuente en la audiencia) de la persona que presenció el accidente.

MEDIOS DE PRUEBA

23
Son las vías legalmente reguladas para “lograr el ingreso del elemento de prueba en el proceso” (Vélez Mariconde
citado en Cafferata y Hairabedian, 2011, p. 18); por ejemplo: la prueba testimonial, para obtener el testimonio de la
persona que presenció el accidente. Con esto se busca dar a entender que no podríamos pretender que el testimonio
del testigo ingrese al proceso por medio de la prueba informativa, o pericial, o confesional, porque el único medio
previsto para lograr que un tercero ajeno al proceso nos otorgue dichos sobre lo que percibió sobre el hecho es
únicamente la prueba testimonial.

ORGANO DE PRUEBA
Es el sujeto que proporciona el elemento probatorio y podrá realizarlo a través del medio de prueba correspondiente;
por ejemplo: el testigo (la persona que percibió el hecho y sobre el cual va a dar su testimonio).

Peso de las pruebas en el proceso


Suele suceder que algunas pruebas son más terminantes que otras, pero el juez no tiene obligación de
adherir a ellas, pudiendo dictar la sentencia en sentido distinto a la conclusión que podría haber aportado
dicha prueba. Situación que, por supuesto, genera la discrepancia de las partes. Eso puede darse así, porque
el juez valorará toda la prueba que se hubiera aportado a la causa, y no sólo una.
Por ejemplo, esto sucede mucho en la prueba pericial, la cual sirve “para introducir en el proceso hechos complejos
de naturaleza técnica que no pueden ser interpretados directamente por el Juez. Se trata un medio de prueba
singular” (José María Torras Coll, 2017, https://bit.ly/2Qr3MnB). Puede suceder que un especialista concluya una
cosa en el dictamen pericial, pero que luego el juez, al interpretar todos los elementos de prueba que tiene para la
causa llegue a una conclusión distinta. Si las partes disienten con esa decisión, utilizarán todas las vías recursivas
para revertir la situación.
En el caso de la prueba pericial, por su carácter técnico, hay ciertas formalidades que deben cumplirse, como por
ejemplo: ser presentada por escrito y fundada. Para que la fundamentación sea tal, debe contener, además de los
puntos a peritar, la explicación de las operaciones técnicas realizadas y conclusiones sentadas en principios
científicos. Los fundamentos han de ser convincentes y explicados en forma coherente, clara, suficiente, sobre la
base de su razonamiento1.

Los dictámenes periciales deben ser suficientemente motivados mediante referencia a la regla objetiva o pauta
tolerable utilizada en virtud de la remisión que, al respecto, establezca el orden jurídico. El cometido principal de los
expertos es explicitar las deducciones que hay que extraer objetivamente de los hechos observados o tenidos por
existentes, para que el funcionario, y en su caso el juez, decida fundadamente. El profesional administrativo, e
incluso

“el perito judicial cumple una doble función:


a) constatar, comprobar o verificar los hechos, investigar sus razones y determinar sus consecuencias;
b) indicar las reglas científicas, técnicas o de experiencia aplicable”2.

La percepción, deducción o inducción de los hechos importa una declaración científica que no constituye un simple
informe sobre lo ocurrido, sino también un juicio valorativo sobre lo que es objeto de la verificación. Los fundamentos
han de ser convincentes y explicitados en forma coherente, clara y suficiente, sobre la base de un razonamiento
lógico3.

El dictamen pericial no obliga al juez, ni reviste fuerza decisoria per se, sino que su eficiencia probatoria emana de los
fundamentos en que se apoya, ponderados por el magistrado de acuerdo con los principios que informa la sana
crítica racional4 y que aconseja aceptar sus conclusiones sólo cuando ellas se encuentren debidamente motivadas5.

En ese marco complejo que se da entre la especialización del técnico, que produce un dictamen pericial, y la
posibilidad del juez de correrse de la conclusión del técnico, al valorar toda la prueba rendida, es que aparece la
posibilidad de que las partes diverjan. Debido a esta facultad de los magistrados, es que las partes tienen la
posibilidad de estar en desacuerdo con la decisión judicial, sea porque han adherido a la pericia, o porque se han
apartado de ella. Se dan muchos procesos complejos que requieren de un análisis profundo, tal como sucedió en el
siguiente caso:

En contra de la sentencia de primera instancia, el actor recurre en relación a la determinación de su capacidad


sobreviniente. Señala que el juzgador estableció su incapacidad genérica del 35,38% en base a lo dictaminado por el
Dr. H., integrante del cuerpo médico forense. Postula que para determinar la incapacidad sobreviniente de una
persona se deben tener en cuenta las particulares circunstancias de la persona y no de un modo genérico. Que ello
afecta el derecho de propiedad garantizado en el art. 17 y el de igualdad que emerge del art. 16, ambos de la
Constitución Nacional. Sostiene que el fallo no tuvo en cuenta las particularidades de la víctima lo que se advierte,
dice, en que se calcula la indemnización como una persona cualquiera y no teniendo en cuenta las actividades que
realizaba previo a ocurrir el siniestro. Advierte que del informe pericial psicológico surge que el actor no cuenta con
un importante desarrollo intelectual lo que lo llevó a desarrollar la actividad de delivery, sumado a la actividad
mecánica que realizaba en su domicilio, conforme lo declararan los testigos T. y N. Asevera que su incapacidad
específica no es del 35,38% sino aquella en relación a las actividades propias que realizaba, las que -expresa- "son

24
absolutas". Rememora que las lesiones sufridas fueron de suma gravedad, siendo las mismas de fractura de tibia y
peroné del miembro inferior derecho, fractura de tobillo, pero allí no terminan los padecimientos, produciendo las
referidas lesiones alteraciones anatómicas interfiriendo en la dinámica de trabajo que tenía en forma total. Recuerda
que, al contestar el pedido de explicaciones formulado al perito médico, éste expuso que su parte no podría volver a
realizar las tareas de delivery. En tanto que al dar respuesta a la impugnación formulada por la demandada y la
citada en garantía, expuso dicho perito médico que el grado de incapacidad que padece es absoluta en relación a las
tareas que desempeñaba y que describiera en la demanda. Alude a la Corte Suprema de Justicia de la Nación en
apoyo de su posición, aunque sin citar el antecedente ni donde se registra el posicionamiento que le atribuye. Indica
que el pronunciamiento judicial afecta el principio de congruencia que se ve conculcado al no respetar la reparación
integral de la víctima que fue solicitado en el punto 4 del escrito de demanda, como consecuencia del accidente de
tránsito sufrido el día 09/08/2006.

La Cámara, se expide al respecto diciendo que los jueces tienen amplia libertad para ponderar el dictamen pericial
tomando en consideración la competencia del perito, los principios científicos en que se funda, la concordancia de su
aplicación con las reglas de la sana crítica, como así también, las demás pruebas y elementos de convicción que la
causa contenga. Claro está que no se trata de que el juzgador deba siempre y bajo cualquier circunstancia someter
su decisión a los dictámenes periciales convirtiéndose en un autómata y trasformando, de esa manera, en el
verdadero órgano decisor a los peritos; empero, cuando las conclusiones del experto se basan en fundamentos
técnicos científicos claros y convincentes, no se pueden desechar ni menos aún ignorar los dictámenes obrantes en
la causa.

Es en tal hermenéutica que el juzgador debe contar con razones serias para apartarse de las conclusiones de los
peritos, por cuanto si bien las normas procesales no otorgan al dictamen el carácter de prueba legal, no deja de ser
cierto que cuando él comporta la necesidad de la apreciación específica del saber científico del campo del perito -
técnicamente ajena al conocimiento jurídico del magistrado- para desacreditar su pericia y la consiguiente sentencia,
es necesario traer elementos de juicio que desvirtúen las conclusiones arribadas por el sentenciante, cuando ellas se
basan en la opinión vertida por el experto. El magistrado es soberano al valorar la fuerza probatoria del dictamen
pericial, teniendo en cuenta, por un lado, los elementos adjetivos del mismo (v.gr., competencia e idoneidad del
experto) y, por el otro, los elementos objetivos como los principios científicos donde se funda; la concordancia de su
aplicación con las reglas de la sana crítica; las observaciones formuladas; y por las demás situaciones de convicción
que la causa ofrezca, valorada desde el conjunto de elementos obrantes.
Consecuentemente, la determinación del valor probatorio de los peritajes atribuida por el Sr. Juez a quo, verificando
los juicios emitidos en los mismos mediante un análisis lógico y de sentido común, no se aleja en modo alguno de la
razonable ponderación que según las máximas de la experiencia cabe realizar.
Es precisamente esta alteración fáctica en su situación personal anterior al accidente, devenida en la incapacidad
sobreviniente admitida en la sentencia la que se indemniza en su integridad, pero ello siempre lo será en los límites
del concreto daño ponderado con apoyo en el dictamen pericial médico debidamente fundado y no más allá como lo
pretende el actor impugnante. En esta inteligencia Zavala de González expresa que, a los fines de esclarecer el
objeto resarcible en el daño patrimonial por incapacidad, debe distinguirse la frustración de lucros con la disminución
del sujeto en sí misma considerada. Y, a su vez, en este último caso, si la disminución interesa in genere o en
conexión con su específica dedicación productiva. No obstante, apunta con criterio que comparto, que interesa
apuntar que estos dos últimos aspectos no son excluyentes: si bien la incapacidad debe evaluarse en concreto
(atendiendo a la específica actividad o capacitación de la víctima), no son indiferentes las genéricas posibilidades
productivas y existenciales con que contaba. Desde otra perspectiva, cabe destacar que el Dr. H., integrante del
cuerpo médico forense dictaminante, al concluir sobre el grado o porcentaje de incapacidad discriminó puntualmente
entre la disfunción consolidada derivada de la fractura de tibia y/o peroné (15%), de la repercusión funcional
(calculada sobre la capacidad restante) añadiendo la alícuota respectiva (11,5%); sumando a ello la derivada del
acortamiento del miembro derecho lesionado (2,95%); y, en lo relevante para el caso, computando los factores de
ponderación relativos a la dificultad para realizar la tarea habitual (10%), la necesidad de recalificarse (10%) y
atendiendo a la edad del damnificado (2%), añade al porcentual del 29% el resultante de los factores específico
ponderado equivalente al 6,38%, obteniendo de todo ello el porcentual total que adoptara el sentenciante a quo en el
fallo, que asciende al 35,38%.
Lo que lleva a que la concluya la desestimación de los agravios, y confirmar la sentencia de primera instancia6.

En el caso relatado se puede apreciar que el actor recurre la sentencia porque el juez de primera instancia dictamina,
en el mismo sentido, la conclusión a la que arriba el perito médico sobre el porcentaje de incapacidad. El actor estimó
su incapacidad como “total” en relación con las tareas laborales que ejercía, mientras que la pericia estimó que su
incapacidad era del 35%. El actor explica que, si él se dedicaba a ser delivery y mecánico, por el tipo de fracturas que
tuvo, su incapacidad es total para seguir efectuando esas tareas. La pericia, en cambio, estima que la incapacidad no
es total, teniendo en cuenta que podrá ejercer otras tareas distintas, es decir, que no se encuentra incapacitado
absolutamente para trabajar de cualquier otra actividad.
El análisis que hace la Cámara luego, gira en torno a explicar que los jueces tienen la posibilidad de apartarse pero
con fundamentos serios, con elementos cuya convicción les sirva para justificar que se aparten de un dictamen
realizado por quien es el experto en la materia de que se trata. Con esto, se deja en claro que la facultad de
apartarse no es absoluta, sino que podrían apartarse cuando tuvieran otro elemento probatorio que justificara una
decisión diferente a la del especialista.

25
MODULO 4
Actividad decisoria de los jueces. Activismo y garantismo
Tradicionalmente, los jueces ingleses no deliberaban en absoluto puesto que ello implicaba quebrar la “oralidad”,
principio rector según el cual toda la actividad de los jueces debía ser realizada en público con el fin de que pudiera
ser sometida a control. “En casi todos los casos, un breve debate entre los jueces antes de la decisión posibilitaba la
convergencia en una fundamentación mayoritaria única del fallo de la sentencia, en lugar de generar una
fundamentación por cada juez” (Posner, 2011, p.13)
Sucede en muchas ocasiones que no puede probarse que las consecuencias que traen las decisiones
jurisdiccionales sean “buenas” o “malas”. Por ese motivo, es natural cuestionarnos si existen razones para confiar en
el diseño del sistema judicial y en la competencia e integridad de los jueces que en él operan.
Los jueces no hacen una tarea que sólo consiste en aplicar reglas jurídicas creadas por los legisladores, por los
órganos administrativos u otras fuentes extrajudiciales, a hechos que se consideran probados sin mediar prejuicios ni
preconcepciones. De ser así, los jueces ya habrían sido reemplazados por la inteligencia artificial.
Los jueces tienen y ejercen discrecionalidad y, por eso, es necesario entender “la naturaleza de sus motivaciones,
sus facultades, sus mecanismos de selección, las normas de su profesión y su psicología” (Posner, 2011, p. 16). En
definitiva, los jueces no son ni gigantes morales o intelectuales, ni profetas, ni oráculos, ni meros portavoces o
máquinas calculadoras. Son trabajadores humanos que reaccionan del mismo modo que lo hacen otros trabajadores
ante las condiciones del mercado de trabajo en el que actúan.
El derecho en un proceso judicial es el material a partir del cual los jueces elaboran sus decisiones. Dado que los
materiales para la toma de decisión al modo legalista no suministran respuestas razonables a todos los conflictos
jurídicos, los jueces deben recurrir a otras herramientas que lo complementen. Por esto, podemos distinguir dos
corrientes o tendencias de pensamiento en la magistratura, cuyo reflejo se ve plasmado en las sentencias que dictan:
activismo judicial y garantismo.
Normalmente, activismo y garantismo florecen al momento en el que el juez debe emitir la sentencia definitiva o
interlocutoria.
Si bien hay algunas posiciones extremas como la que dice que el activismo judicial importa la contorsión de la ley a
fin de hacerla coincidir con el propio pensamiento o, en el caso del garantismo, quienes pretenden proscribir el
principio de buena fe en el ámbito procesal, dichas corrientes no deben ser llevadas a esos exagerados límites.
El activismo no debe ni puede significar una suerte de libre utilización de la ley. Como ha dicho la Corte Suprema de
la Nación, los jueces no pueden dejar de lado la norma que gobierna la cuestión de que se trata si no es por su
concreta declaración de inconstitucionalidad. Tampoco hay que vincular al garantismo con la posición que sostiene
que el juez carece de toda clase de iniciativa probatoria. En rigor, parecería más adecuado decir que el garantismo
judicial significa un proceso “con todas las garantías”.
En definitiva, el activismo judicial hace énfasis en la actuación del juez, en el rol social que éste detenta como
representante del Estado. Se pondera la función jurisdiccional a los intereses individuales porque se persigue el fin de
lo justo y verdadero, más allá de lo que soliciten las partes. Los jueces deben ser conscientes del rol social que les ha
tocado desempeñar, el cual implica la difícil tarea de tomar decisiones justas pero que, a veces, resultan impopulares.
La justicia no se imparte en función a la simpatía que pueda generar una decisión, sino sobre la base de una
profunda convicción de que lo que se está haciendo es lo que corresponde hacer.
Por su parte, el garantismo judicial pone el acento en las reglas del proceso y en las garantías constitucionales que
rodean todo proceso. El juez debe ser garantista porque el juzgador que se enrola en esta posición respeta el orden
lineal del proceso, los derechos litigiosos de las partes. Debe entenderse como juez o tribunal garantista a aquel que
vela por el cabal cumplimiento del debido proceso.

Partes de la sentencia. Motivación y fundamentación de la sentencia

26
Toda sentencia debe reunir los requisitos de tiempo, lugar y forma. Respecto de la forma, las sentencias
generalmente se componen de tres apartados centrales:

Encabezamiento o parte expositiva: en ésta se señala la fecha y ciudad en que se dicta, las partes que intervienen,
sus procuradores y abogados, sin que se puedan omitir sus nombres sin afectar a la debida integridad y publicidad de
las sentencias. Se hacen constar también las peticiones y las excepciones o defensas presentadas por las partes,
junto a los fundamentos de hecho en que se fundan.

Parte considerativa: es en la que se enuncian los fundamentos de hecho y de derecho, que contienen los
argumentos de las partes y los que utiliza el juez o tribunal para resolver el objeto del proceso, en relación con las
normas que se consideran aplicables al caso.

Parte resolutiva: es la que debe contener la decisión o fallo de condena o absolución del demandado o acusado.
Asimismo, suele incorporarse el nombre del juez que la ha redactado (Torres Romo, 2015, https://bit.ly/2QqsTaf).
La sentencia debe gozar de congruencia entre lo pedido por las partes y lo resuelto por el juez, quien no puede ir más
allá de lo pedido por ellas, ni por fuera de lo pedido, ni dejar de tratar todos y cada uno de los pedidos de las partes.
De la redacción de la sentencia debe surgir una debida motivación y fundamentación. El motivo o fundamento de una
sentencia constituye la razón determinante del acto. La sentencia estará motivada cuando el juez exteriorice el
razonamiento que justifica la decisión que ha tomado.
El deber de motivar las sentencias tiene fundamentos. En primer lugar, como instrumento procesal facilita a las partes
la impugnación. Por otro lado, opera como función de garantía propia del constitucionalismo moderno.
La mera confrontación de hechos y normas resulta insuficiente para solucionar el conflicto por la vía deductiva. El
Juez debe expresar y justificar plenamente su labor selectiva tanto en la aprehensión y valoración de los hechos y
pruebas como de las normas jurídicas.
Para lograr esto, hay pautas rectoras del deber de motivación:
1
La Racionalidad, que consiste en la argumentación coherente, sin contradicciones, completa y constringente;
2
La Congruencia, que consiste en la conformidad entre la sentencia, la pretensión y la oposición a fin de evitar
la ultra, extra o citra petitia;
3
La Integración, que consiste en integrar los fundamentos a la sentencia descartándose la motivación oculta o
implícita y las remisiones;
4
La Controlabilidad, por las partes, órganos superiores y ciudadanos. A tal fin la motivación deberá ser pública,
accesible y comprensible.
Puede suceder que los jueces no efectúen la fundamentación de la sentencia correctamente, como sucedió en el
siguiente caso:

La parte demandada, interpuso recurso extraordinario de nulidad en contra de la sentencia dictada por la Sala I de la
Cámara Primera de Apelación en lo Civil y Comercial del Departamento Judicial de Mercedes que confirmó, en lo
sustancial, la resolución que admitió parcialmente las impugnaciones formuladas por la actora y aprobó la rendición
de cuentas practicada en autos, condenando al demandado a abonar una suma de dinero.
En el marco de un incidente de rendición de cuentas promovido por José D’Amico contra Roberto González, la Sala I
de la Cámara Primera de Apelación en lo Civil y Comercial del Departamento Judicial de Mercedes confirmó la
resolución recurrida, por la cual se decidió en lo sustancial admitir parcialmente las impugnaciones formuladas por la
actora; aprobar la rendición de cuentas, con las rectificaciones ordenadas y, por último, ordenar al demandado hacer
efectiva la suma establecida, con más los intereses dispuestos.
La demandada interpuso recurso extraordinario de nulidad, reclamando la nulidad del resolutorio que confirmó el de
la instancia de origen, considerándolo violatorio de los arts. 168 y 171 de la Constitución provincial y, apoyándose en
el art. 296 del Código procesal, articula como causales de invalidez la falta de fundamentación legal y la omisión de
tratamiento de una cuestión esencial.
En respuesta a los agravios citados, la Cámara, entiende que en relación a la alegada falta de fundamentación legal,
le asiste razón al presentante.
De la detenida lectura del fallo en crisis se desprende que la Cámara interviniente ha omitido toda cita de norma legal
o principio jurídico en respaldo de lo resuelto, por lo que al resolver de esta forma ha vulnerado la garantía
consagrada en el art. 171 de la Constitución de la Provincia.
En efecto, el art. 171 de la Constitución de la Provincia de Buenos Aires impone que las sentencias sean "fundadas
en el texto expreso de la ley; y a falta de éste, en los principios jurídicos de la legislación vigente en la materia
respectiva, y en defecto de éstos, en los principios generales del derecho, teniendo en consideración las
circunstancias del caso". Esta exigencia responde a los parámetros establecidos por el constitucionalismo moderno,
que procura brindar un sistema de garantías fundamentales de la administración de justicia.
Constituye garantía de los derechos de las partes la obligación judicial de fundar las sentencias de modo que se
perciba claramente el itinerario lógico jurídico del que deriva la resolución final, porque la deficiencia en tal sentido se
erige en obstáculo al control de legalidad.

27
En este sentido ha sostenido Acuña Anzorena -de grata memoria en esta Suprema Corte- comentando un viejo fallo
de la Cámara Civil 1ª de la Capital Federal y con cita de Mortara: "En la dilucidación de las controversias jurídicas no
le está permitido al magistrado abandonarse a su propio arbitrio, ni tampoco a la más extraña aplicación de la ley,
debiendo todo pronunciamiento judicial representar un razonamiento fundado en el hecho y en la norma de derecho
que le sea atinente. Pero, la misma posibilidad de la diferente interpretación de un texto de la ley, o de una distinta
apreciación de los hechos, hace necesaria una completa demostración de cómo y porqué la mente del juez ha
llegado a decidirse por una u otra resolución, presentando así un concepto elaborado sobre la base de la lógica y del
derecho ... Si las resoluciones de los magistrados pudieran estar eximidas de este elemento que tiene por objeto
demostrar el porqué de sus decisiones, todo quedaría abandonado a su arbitrio y cuando no fuese posible controlar
los motivos que inspiraron su pronunciamiento, vendría en menos una de las principales garantías de la recta
administración de la justicia”.

Además, la obligatoriedad de la motivación de las sentencias constituye requisito ineludible de validez constitucional.
Desde la perspectiva federal, lo consagra indirectamente la Constitución nacional. De acuerdo con su art. 18 es
inviolable la defensa en juicio de la persona y de los derechos. Esta garantía comprende para el justiciable la
posibilidad de obtener una sentencia "que sea derivación razonada del derecho vigente", en la feliz expresión
acuñada por la Corte Suprema de la Nación al elaborar la doctrina de las sentencias arbitrarias. Y una sentencia es
derivación razonada del derecho vigente cuando, entre otros recaudos, está fundada. De allí que la defensa en juicio
involucra el derecho a lograr una sentencia fundada. Porque también hay una garantía innominada a la "no
arbitrariedad", que fluye del art. 33, y que constituye un derecho a la exigencia de razonabilidad en los
pronunciamientos judiciales. Lo que en definitiva se subsume en el valor Justicia, enunciado en el Preámbulo de la
Constitución, porque "afianzar la justicia" solamente se satisface con la debida motivación. En resumen, la obligación
en examen comporta un deber constitucional, porque posibilita el control externo sobre el modo como el juez ejercita
el poder jurisdiccional. En un Estado de Derecho el poder no es absoluto, y fundamentalmente, no es oculto, por el
contrario, ha de ser transparente. El conocimiento público coadyuva en la imparcialidad del órgano, resguardando
también el principio de legalidad, pues una legalidad no controlable (a través de la motivación) equivale a una no
legalidad, y es precisamente en la fundamentación de la decisión en donde el juez demuestra que la ley ha sido
válidamente aplicada al caso (Morello, "El proceso justo").

Desde el marco propio de la Constitución provincial, debe recordarse, en primer lugar, que el art. 10 de la
Constitución de la Provincia asegura a todos los habitantes el derecho perfecto de defender y de ser protegidos en su
vida, libertad, reputación, seguridad y propiedad. Nadie puede ser privado de estos goces sino previa sentencia legal
del juez competente. Y el art. 15, luego de la reforma de 1994, consagra la tutela judicial continua y efectiva.
En el caso, la infracción a la exigencia constitucional que se viene referenciando es palmaria. La sentencia no
contiene una sola cita de norma legal. Si el incumplimiento por el recurrente de la carga del art. 279 del Código
Procesal Civil y Comercial genera consecuencias insuperables, no puede tolerarse que los jueces obren con ligereza,
inaplicándose la manda del art. 298 del Código citado.

A partir de estas consideraciones, teniendo en cuenta la repercusión que produce la falta de una debida
fundamentación para con la sociedad, estimo que debe aplicarse la multa prevista en la mentada disposición.
Por mayoría, se hace lugar al recurso extraordinario interpuesto y se anula la sentencia impugnada, remitiéndose los
autos al tribunal de grado para que, debidamente integrado, dicte nuevo pronunciamiento1.

El caso presentado es extremo, no suelen verse a diario sentencias que no se encuentren apoyadas en norma legal
alguna o en las pruebas rendidas en el expediente. Sí, suelen leerse sentencias que pecan de incongruentes, que
falte algún paso lógico para que la sentencia se encuentre lógicamente argumentada, que no se hubieran analizado
todas las pruebas aportadas o que no se hubieran dado motivos para dejar fuera alguna prueba, etc.
Pues, las sentencias deben ostentar elementos esenciales que componen el debido proceso, estos son, la
motivación, fundamentación, congruencia y pertinencia, entre otros, que deben ser observados por los juzgadores al
momento de dictaminar sus resoluciones.
Esto significa que toda autoridad que dicte una resolución, debe indefectiblemente exhibir los motivos que sustentan
su decisión. Para esto, también es necesario que se expongan los hechos de manera que el justiciable, al momento
de conocer la decisión del juzgador, lea y comprenda la resolución.

Pues la estructura de la resolución, tanto en el fondo como en la forma, la que logrará el convencimiento de las partes
de que se ha actuado no sólo de acuerdo a las normas sustantivas y procesales aplicables al caso, sino que también
la decisión está regida por los principios y valores supremos rectores que rigen al juzgador, eliminándose cualquier
interés y parcialidad, dando al administrado la plena confianza de que no había otra forma de resolver los hechos
juzgados sino de la forma en que se decidió2.

De lo contrario, son razonables las dudas del justiciable en sentido de que los hechos no fueron juzgados conforme a
los principios y valores supremos, vale decir, no se le convence que ha actuado con apego a la justicia. Cuando la
resolución, aun siendo extensa, no traduce las razones o motivos por los cuales se toma una decisión, dichas normas
se tendrán por vulneradas, entonces quedará habilitada la vía recursiva en contra de ella.

28
Tipos de cosa juzgada
La cosa juzgada tiene un rol transcendental en el mundo del derecho, pues, es una garantía de la definitividad de las
resoluciones dictadas por la autoridad judicial. El fundamento está dado por la necesidad de preservar y mantener la
paz y la tranquilidad en la sociedad, con medidas que conserven la estabilidad y la seguridad de los gobernados en el
goce de sus libertades y derechos. De esta manera, se proporciona certeza respecto a las relaciones en que se han
producido litigios, mediante la firmeza de lo resuelto en una sentencia ejecutoriada.
La cosa juzgada puede ser de dos maneras, a saber:
1
Cosa juzgada formal
Es el efecto de la resolución judicial dentro del propio proceso. Se configura sólo cuando una sentencia ya no puede
ser impugnada por algún medio ordinario o extraordinario de defensa. Hay resoluciones judiciales que, aún agotada
toda la vía recursiva, son obligatorias, pero no impiden que, en un procedimiento posterior, la cosa juzgada pueda
modificarse.
Respecto de la cosa juzgada formal, Couture da un ejemplo claro:

En el juicio de alimentos se fija por la sentencia cierta pensión en beneficio del acreedor; el derecho positivo
establece en algunos casos que ese fallo no admite apelación. Existe, pues, a este respecto, cosa juzgada en el
sentido de inimpugnabilidad de la sentencia, la que no podrá ser atacada en la vía de los procedimientos sumarios
propios del juicio de alimentos, sino en un procedimiento posterior. Durante la minoría de edad del hijo, su madre
promueve acción de investigación de la paternidad, la que es desechada por haberse instaurado después de los dos
años del nacimiento del niño. La sentencia que tal cosa decida, hace cosa juzgada. Pero dicha cosa juzgada se
refiere solamente al estado tenido en cuenta en la decisión anterior, y no obsta a que, llegado el hijo a la mayoría de
edad, pueda promover nueva demanda y obtener un pronunciamiento favorable sobre el fondo del asunto (1951,
p.308).

En estos ejemplos, la sentencia pasa en autoridad de cosa juzgada, pero solo dentro de ese proceso. Ya no puede
ser impugnada porque agotó todos los recursos disponibles en ese juicio. Sin embargo, esa cosa juzgada no es
inmutable, ya que una vez subsanadas las circunstancias que provocaron que el juicio concluyera del modo en que lo
hizo, puede promoverse un nuevo juicio.
Tal es el caso de los juicios ejecutivos (ejecución de cheques rechazados o pagarés impagos, por ejemplo), en los
que existe cosa juzgada formal de aquellas cuestiones que no se pudieron plantear por vía ejecutiva pero que
pueden ser tratadas en el juicio ordinario posterior.
En definitiva, estamos ante cosa juzgada formal cuando la sentencia puede ser modificada en un procedimiento
posterior porque la ley lo prevé.
2
Cosa juzgada material
Se configura cuando el sentido de la sentencia es inmutable o irreversible en cuanto al asunto de fondo discutido, que
hace indiscutible el derecho sentenciado.
En este caso, la sentencia reúne las características de ser inimpugnable e inmutable. Es inimpugnable porque se han
agotado todas las vías recursivas y es inmutable porque no puede ser atacada o desvirtuada por un juicio posterior.
La sentencia pasada en cosa juzgada sustancial, adquiere dos atributos esenciales: coercibilidad e inmutabilidad. Es
coercible en cuanto puede ser ejecutada compulsivamente, en caso de no serlo voluntariamente por el obligado. Es
inmutable porque ningún juez podrá modificar lo allí dispuesto.
Identificar cuándo estamos frente a una sentencia que ha pasado a autoridad de cosa juzgada parece simple en una
primera lectura, pero puede suceder que en un proceso se presente de manera más compleja, como sucedió en el
siguiente caso:

Llega la causa hasta la CSJN, en razón de Recurso extraordinario interpuesto por la parte actora en contra de la
sentencia de la Sala I de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil y Comercial Federal, que confirmó la
sentencia de primera instancia que había desestimado en su totalidad la demanda promovida por los herederos del
señor Héctor Germán Oesterheld y el señor Francisco Solano López en contra de Ediciones Record S.A.,
reconociéndole solo a este último una indemnización por resolución de contrato. Los reclamos pretendían reivindicar
las marcas “El Eternauta” y “El Eternauta (con diseño)” y en forma subsidiaria, declarar su nulidad, el cese de todo
uso y, además, que las objeciones a la solicitud de registro efectuadas por la demandada fueran consideradas
infundadas, y por el contrario, se reconozcan justificadas las oposiciones de los actores a la solicitud realizada por
Ediciones Record S.A.

Por otra parte, la Cámara confirmó la admisión parcial de la demanda interpuesta por el señor Francisco Solano
López contra la misma sociedad, resolviendo la procedencia de la defensa de prescripción, desestimando la nulidad
contractual y declarando la resolución de la cesión de derechos de autor sobre los dibujos de “El Eternauta”
celebrada entre las partes.
El a quo rechazó el agravio relativo a la existencia de cosa juzgada respecto a la titularidad de los derechos
de autor de la obra en orden a lo resuelto mediante sentencia firme recaída en la causa “Sánchez de
Oesterheld, Elsa Sara c/ Scutti, Alfredo Agustín s/ nulidad de acto jurídico”. Ello así, en el entendimiento de
que dicho agravio había sido introducido en una etapa procesal inoportuna como es el alegato, y la

29
recurrente no se había hecho cargo del argumento del magistrado respecto a la inexistencia de identidad de
objeto, por todo lo que concluye que debe ser considerado desierto.
Contra dicho pronunciamiento, los actores, interpusieron el recurso extraordinario federal, que fue concedido “en
cuanto a los agravios relativos al instituto de la cosa juzgada y al derecho de propiedad”, pero desestimado respecto
a la causal de arbitrariedad invocada, sin que los recurrentes interpusieran la queja pertinente. Los alcances de la
concesión, en los términos reseñados, aparecen confusos, toda vez que el vicio de arbitrariedad que se endilga al
pronunciamiento se traduciría –en el caso– en la afectación de los derechos reconocidos por una sentencia
firme, con el consiguiente gravamen al derecho de propiedad.
Que los recurrentes alegan que se ha vulnerado el derecho de propiedad emanado de un pronunciamiento
judicial pasado en autoridad de cosa juzgada respecto de lo que constituye el fundamento habilitante de los
registros marcarios cuestionados, esto es, la titularidad del derecho de autor de la obra cuyo título, nombre y figura
del personaje principal reproducen las marcas objeto de la controversia.

Manifiestan que al haberse decretado nulo e inexistente el contrato de cesión de derechos sobre la obra “El
Eternauta” suscripto el 8 de julio de 1982 entre la señora Elsa Sánchez de Oesterheld y el señor Scutti –en su
carácter de representante de la sociedad demandada-, en los autos caratulados “Sánchez de Oesterheld, Elsa Sara
c/ Scutti, Alfredo Agustín s/ nulidad de acto jurídico” por sentencias de fecha 28 de noviembre de 1994 y 4 de
diciembre de 1996, la actora recuperó la totalidad de los derechos de autor respecto del guion de la obra.
Agregan que existe una vinculación inescindible entre el derecho de autor sobre la obra y el objeto
perseguido en esta litis.
Sostienen que la existencia de cosa juzgada puede ser introducida en cualquier estado de la causa y que no
es exigible la rigurosa coincidencia entre los elementos de la cuestión que fue objeto de juzgamiento y los
que se deducen en la nueva demanda, sino que el juzgador cuenta con un margen de discrecionalidad para
decidir sobre la base de un examen de los antecedentes que vinculan los litigios a fin de determinar si estos
son idénticos o no, contradictorios o susceptibles de coexistir.
Destacan que, al interponer la demanda, fundamentaron su pretensión en la recuperación de los derechos de autor
de la obra a partir del pronunciamiento en la causa sobre nulidad de acto jurídico citada, pues si bien allí no se
resolvió lo que constituye el objeto del presente juicio, sí se determinó la titularidad del guion de “El
Eternauta”.

Agregan que el argumento de la demandada, que sostiene ser titular de los derechos de autor por la cesión
que en vida le habría hecho el señor Oesterheld a los señores Seijas y estos a su parte, es el que también
utilizó para rebatir la nulidad del contrato que suscribió el 8 de julio de 1982 con la señora Sánchez en la
causa sobre nulidad de acto jurídico mencionada, y por lo tanto es una cuestión ya resuelta que ostenta
autoridad de cosa juzgada.
Expresan que durante la ejecución de la sentencia que decretó la nulidad e inexistencia del contrato de cesión, la
Sala M de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil expresamente reconoció la existencia de cosa juzgada
respecto de la titularidad de los derechos de autor del guion de “El Eternauta” en el pronunciamiento que dictara el 8
de julio de 2005 (fs. 877/879 del expte. 331.151/88) y que los habilita para ser titulares de las marcas involucradas en
autos. Por lo tanto, entienden que las sentencias dictadas en sede civil determinaron sin lugar a dudas que la
mentada titularidad corresponde a los legítimos herederos de Oesterheld, generándose a partir de allí un
derecho de propiedad a su favor del que no pueden ser privados por otra sentencia.
En este sentido, afirman que desconocer un derecho incorporado al patrimonio del reclamante por sentencia firme,
vulnera su derecho de propiedad tutelado por el art. 17 de la Constitución Nacional y en consecuencia, el
pronunciamiento impugnado sería inconstitucional.

Que, en definitiva, los agravios giran en torno a determinar si su pretensión tiene conexidad con lo resuelto
con carácter de cosa juzgada en los autos “Sánchez de Oesterheld, Elsa Sara c/ Scutti, Alfredo Agustín s/
nulidad de acto jurídico”, en tanto se encuentran en juego los efectos de lo allí decidido con relación a la titularidad
de los derechos de autor y su incidencia sobre los derechos de propiedad en materia de marcas.
Ante ello, corresponde de forma ineludible en el caso analizar el planteo relacionado con la existencia o no de cosa
juzgada. Esta labor exige, como condición previa, el examen integral de ambas contiendas a efectos de determinar si
se trata del mismo asunto sometido a decisión judicial, o que por existir continencia, conexidad, accesoriedad o
subsidiariedad, la sentencia firme ya ha decidido lo que constituye la materia o la pretensión deducida en el nuevo
juicio que se promueve (art. 347, inc. 6°, Código Procesal Civil y Comercial de la Nación), para lo cual es oportuno
recordar que este Tribunal ha señalado que la cosa juzgada busca amparar, más que el texto formal del fallo, la
solución real prevista por el juzgador.

Asimismo, esta Corte ha dicho que, si un derecho ha sido afirmado o negado en un proceso, habrá identidad de
objeto a los efectos de la cosa juzgada si en uno nuevo se pone en cuestión el mismo derecho, aun cuando
sea para sacar de él otra consecuencia que no hubiera sido deducida en el proceso originario.
En este sentido, el examen de las constancias correspondientes a la causa “Sánchez de Oesterheld, Elsa Sara
c/ Scutti, Alfredo Agustín s/ nulidad de acto jurídico”, demuestran que el Juzgado Nacional de Primera
Instancia en lo Civil n° 95 declaró nula la cesión de derechos de autor de la obra “El Eternauta” de Héctor
Germán Oesterheld efectuada el 8 de julio de 1982 por Elsa Sara Sánchez de Oesterheld a favor de Alfredo
Agustín Scutti, e inexistente con relación a los coactores, nietos del señor Oesterheld, al entender que la

30
cuestión encuadraba en forma precisa en lo preceptuado por el art. 954 del Código Civil pues se encontraba
acreditado tanto el requisito objetivo, por la notoria desproporción de las prestaciones económicas del contrato, como
el subjetivo, por las particulares circunstancias que se encontraba atravesando la actora tras la desaparición de su
esposo y sus cuatro únicas hijas durante la última dictadura militar en nuestro país.

En ese pronunciamiento, que fue confirmado por la alzada, el magistrado desestimó las defensas de Ediciones
Record S.C.A. –luego S.A.- respecto a que el autor de la obra ya había cedido esos derechos a quienes luego los
vendieron a la sociedad (los señores Seijas). Ello así, en el entendimiento de que eran insuficientes las declaraciones
prestadas por quienes habían sido cesionarios del señor Oesterheld porque a la orfandad de sus dichos se sumaba
el hecho de encontrarse involucrados en la cuestión, y además, porque los recibos presentados no acreditaban la
causa del pago ni se encontraban fehacientemente reconocidos como emitidos por el autor de “El Eternauta”.
Es cierto por otro lado que en la causa “Scutti, Alfredo Agustín s/ defraudación” (expte. 1068), en la que se absolvió al
demandado en autos del delito de defraudación por infracción al art. 72, inciso a) de la ley 11.723 por sentencia firme
de fecha 21 de agosto de 2002, se determinó mediante la producción de prueba pericial caligráfica que la firma
inserta en el instrumento de venta de los originales a los señores Seijas correspondía al puño y letra del señor
Oesterheld. Pero no obstante ello, y al margen de que tal circunstancia no fue acreditada en la causa sobre nulidad
de contrato bajo examen, tampoco allí se comprueba y ni siquiera se analiza, si existió transmisión de los derechos
de autor sobre “El Eternauta” o como se alega, si se trató únicamente de la venta de parte de los originales de la obra
a los señores Seijas.

En autos el a quo no examinó, adecuadamente y atendiendo a las circunstancias excepcionales de la causa,


si hubo un pronunciamiento de mérito acerca de la titularidad de los derechos de autor, sino que se limitó a
evaluar de modo superficial el requisito de identidad de objeto necesario para la aplicación del principio de
cosa juzgada. Así, omitió no solo que el contrato fue declarado nulo sino también que en aquella sentencia se
desestimó la misma defensa que la demandada esgrime en este juicio, esto es, que los derechos de autor le
fueron transmitidos con anterioridad a aquel contrato.
También se hizo caso omiso al pronunciamiento firme de la Cámara Civil en aquellas actuaciones donde -en
el marco de la ejecución de sentencia expresamente se sostiene que “la cuestión atinente a la titularidad de
los derechos de autor se encuentra resuelta y pasada en autoridad de cosa juzgada” e impide que para la
determinación de los daños la demandada pretendiera “reeditar el conocimiento sobre el alcance de los
derechos de autor, cuando dichas cuestiones ya tuvieron el debido debate y fueron resueltas”.
Es dable concluir que la titularidad de los derechos de autor de la obra “El Eternauta” en virtud de lo decidido
en la causa “Sánchez de Oesterheld, Elsa Sara c/ Scutti, Alfredo Agustín s/ nulidad de acto jurídico”, es el
presupuesto del cual debe partir el análisis de la pretensión perseguida en esta litis relativa a los derechos de
propiedad en materia de marcas.

Cabe recordar que conocida jurisprudencia de este Tribunal ha conferido jerarquía constitucional a la cosa
juzgada, en razón de que la inalterabilidad de los derechos definitivamente adquiridos por sentencia
firme reconoce fundamento en los derechos de propiedad y defensa en juicio y que la estabilidad de las decisiones
jurisdiccionales constituye un presupuesto ineludible de la seguridad jurídica.
En virtud de ello, si la marca corresponde al nombre del personaje o al de la obra, como sucede en el caso de
los registros de “El Eternauta” y “El Eternauta (con diseño)”, el derecho a su registro marcario corresponde
al autor y para que otro pueda registrarlo a su nombre, debe estar expresamente autorizado por el autor de la
obra, extremo que no ha ocurrido en estos autos.
En consecuencia, se resuelve hacer lugar al recurso extraordinario, revocar la sentencia apelada y admitir, en lo
pertinente, la demanda interpuesta, declarando la nulidad del registro de la marca “El Eternauta” (n° 1.686.993) y “El
Eternauta (con diseño)” (n° 1.765.499), ambas de la clase 16 del Nomenclador Marcario Internacional.1

En el caso relatado, se puede distinguir que estamos frente a dos juicios que, si bien tenían un “objeto” diferente, la
discusión giraba en torno a un derecho que ya había sido discutido y resuelto. Por lo tanto, los actores ya habían sido
declarados con el derecho de autoría de la obra, lo que los habilitaba a reclamar ahora sobre la nulidad de
registración de la marca en nombre de la Editorial.
El juez de primera instancia desestima la demanda, por entender que no eran los dueños de la autoría de la obra,
basado en el contrato de cesión que ya había sido declarado nulo en la causa que, luego, sirve de fundamento para
plantear la cosa juzgada al respecto.
La particularidad del caso se da porque es el propio actor del proceso el que debe plantear la cosa juzgada, debe
comprenderse que la cosa juzgada la plantea en cuanto a un derecho particularmente cuestionado por el
demandado, pero cuya contienda al respecto ya había sido resuelta. En el nuevo proceso no vino a demandar ese
derecho, sino una consecuencia derivada del reconocimiento previo de ese derecho.
El análisis que hace la CSJN para revocar la sentencia y ordenar la declaración de nulidad del registro de la marca
gira en torno a que, si un derecho ha sido afirmado o negado en un proceso, habrá identidad de objeto a los efectos
de la cosa juzgada si en uno nuevo se pone en cuestión el mismo derecho, aun cuando sea para sacar de él otra
consecuencia que no hubiera sido deducida en el proceso originario.
El derecho ya había sido afirmado, por lo cual, no correspondía al juez de esta causa considerar que no tenían
derecho en razón de un contrato declarado nulo. Aquí sólo debía determinar si correspondía declarar la nulidad de la
registración de la marca a nombre de los demandados que no tenían derecho.

31
Debe resaltarse que es contrario a los principios de buena fe y lealtad que deben reinar en todo proceso judicial que
los demandados hubieran planteado la existencia de un contrato de cesión que ya había sido declarado nulo, lo que
le generó confusión al juez.

Vías impugnativas: recursos, excepciones, incidentes y acciones


Habiéndose destacado la importancia que tiene la articulación de la vía impugnativa idónea, bajo pena de perder el
derecho a impugnar el acto, se ha establecido el principio de unicidad de los recursos. Esto significa que las
resoluciones judiciales toleran solo un sendero impugnativo específico. Ello quiere que decir que, para cada tipo de
error, hay una sola vía impugnativa eficiente, no muchas ni cualquiera de todas. Una puntual.
Los incidentes, pueden ser nominados o innominados. De todos los existentes, en este caso, solo nos interesa aquél
de tipo impugnativo que es el incidente de nulidad. Es decir, el objeto de la impugnación, serán los actos emanados
de las partes, de terceros, o del tribunal siempre que no sean actos de decisión, y que, por lo tanto, no tengan una vía
específicamente prevista para su ataque. Así, por ejemplo, está el incidente de nulidad de la citación inicial, que se da
cuando el demandado fue mal notificado del decreto de admisión de la demanda. Es decir, no pudo tomar
conocimiento de la existencia del proceso en su contra y ello le impidió la posibilidad de defenderse.
Los recursos, son las vías impugnativas que tienden a revisar actos de decisión del tribunal intervinientes. Los actos
de decisión son los decretos, autos y sentencias. Los recursos pueden ser ordinarios, cuando proceden frente a
causales genéricas, tales como, la reposición y la apelación. O extraordinarios, cuando proceden ante causales
específicamente enunciadas en la ley procesal, tales como la casación y la inconstitucionalidad.
Las excepciones, que se presentan al momento de la defensa de las partes, consisten en la posibilidad de alegar la
existencia de nulidades de los presupuestos procesales (incompetencia, defecto legal o falta de personería) o la
existencia de autoridad de cosa juzgada.
Las acciones impugnativas son las únicas que suponen la existencia de un proceso que ya alcanzó la autoridad de
cosa juzgada. Por razones extraprocesales, se admite la impugnación de todo ese juicio o de la sentencia, para dejar
sin efecto la cosa juzgada o eficacia de la sentencia y lograr un nuevo pronunciamiento. Así, por ejemplo, existen la
acción de revisión1, la acción de cosa juzgada írrita y la acción autónoma de nulidad.

Errores que afectan el proceso. Vicios


Los vicios que afectan el proceso se agrupan en tres grandes conjuntos, a saber:
Errores in iudicando.
Errores in procedento.
Errores in cogitando.
En las dos primeras clasificaciones, el error puede recaer sobre los hechos (in factum) o el derecho (in iure),
entonces, finalmente tendremos los siguientes:
1
Error in iure iudicando: se da cuando el juez se equivoca en la norma legal sustancial aplicable a la causa o yerra
en su interpretación. Por ejemplo, en un accidente de tránsito, se aplica la regla de atribución de responsabilidad
subjetiva en lugar de la regla de atribución de responsabilidad objetiva correspondiente.
2
Error in factum iudicando: se da cuando el juez valora inadecuadamente los hechos de fondo de la cuestión
sometida a juzgamiento. Por ejemplo, el juez valora inadecuadamente la prueba relativa al fondo de la cuestión y, por
ende, tiene por configurado el hecho que debe juzgar de un modo que no ha ocurrido.
3
Error in iure procedendo: se da cuando el juez se equivoca en la norma legal procesal aplicable a la causa o yerra
en su interpretación. Por ejemplo, si en un decreto se resolviera que el plazo para deducir apelación en el juicio de
amparo es de cinco días, cuando en realidad está previsto un plazo de 48hs.
4
Error in factum procedendo: se da cuando se valoran inadecuadamente las constancias de la causa respecto de
una situación que refiere a la relación jurídico-procesal. Por ejemplo, cuando se comienza a computar un plazo a
partir de una cédula de notificación que no estaba dirigida al domicilio constituido y se le venció el plazo de
conformidad a esa cédula mal dirigida.
5
Error in cogitando: se da cuando el juez razona mal, desoyendo las reglas de la lógica formal o las propias de la
teoría de la argumentación. El error puede recaer tanto respecto de una cuestión procesal como de la sustancial. Son
errores del pensar y de la comunicación de ese pensar. La Corte Suprema, ha resuelto en reiteradas oportunidades
que la doctrina de la arbitrariedad no tiene por objeto convertir a la Corte en un tribunal de tercera instancia ordinaria,
sino que procura cubrir casos de carácter excepcional en los que por graves deficiencias lógicas del razonamiento o
por una total ausencia de fundamento jurídico se impida poder considerar el pronunciamiento de los jueces ordinarios
como una sentencia fundada en ley, con directa lesión a la garantía del debido proceso.

En referencia a los errores in cogitando, que son aquellos que requieren un poco más de análisis para lograr
identificarlos, la Suprema Corte de la Nación ha desarrollado la doctrina de la arbitrariedad. La arbitrariedad, en
numerosos casos deviene tal, por la inobservancia del principio de no contradicción o del principio de razón
suficiente. En consecuencia, esta inobservancia es la causa de la arbitrariedad y no al revés. La arbitrariedad es el
efecto. La violación del principio lógico es la causa. Así, por ejemplo, lo vemos en el siguiente caso:

32
Se planteó un recurso de hecho (de queja ante la CSJN) por parte de los actores en la causa “Bichute de Larsen,
Silvia María y otros c/ Tintas Letta S.A.I.C.”, en razón de las siguientes cuestiones acontecidas en el caso.
Contra la sentencia de la Sala III de la Cámara Nacional de Apelaciones del Trabajo, que confirmó el fallo de la
instancia anterior que había hecho lugar parcialmente a la pretensión de cobro de la indemnización por accidente de
trabajo, la actora interpuso el recurso extraordinario cuya denegación motivó finalmente la queja.
En su recurso la apelante planteó la arbitrariedad del pronunciamiento y mantuvo la inconstitucionalidad del tope
establecido por el art. 8, inc. a, de la ley 9688 (texto según ley 23.643) y de la resolución del Consejo Nacional del
Salario Mínimo Vital y Móvil n° 1/91. De ambas impugnaciones corresponde considerar en primer término la aducida
arbitrariedad, pues, de configurarse ella, no habría sentencia propiamente dicha.
Que, en efecto, al dictar la sentencia los miembros de la cámara procedieron del siguiente modo: el juez que se
pronunció en primer lugar propuso -por razones de economía procesal- que debía confirmarse el fallo de la
instancia anterior sobre la base de los fundamentos dados por la mayoría en la causa "Duarte Juan Bautista
c/ sucesores de Bartolomé Bevilacqua S.A. s/ accidente-ley 9688" del 30 de junio de 1992. Pero aclaró que ello
era sin perjuicio de dejar a salvo su opinión expuesta en minoría en ese precedente. El segundo de los magistrados
se adhirió a ese voto.
Que de la circunstancia señalada surge la falta de coherencia del primer voto en sí mismo, pues confirma la
sentencia del juez de primera instancia con sustento en fundamentos que son contrarios a su propia
convicción, sin que se diera ningún supuesto de obligación legal para proceder de tal modo. Ello importa una
violación a elementales principios constitucionales que exigen que el fallo sea un acto motivado y razonado
(art. 18 de la Constitución Nacional), en garantía del derecho de los justiciables, y autoriza a descalificarlo
como acto judicial válido.
Por otro lado, la actora sostuvo que, en el sub lite, debido al ínfimo ajuste que se le había aplicado al salario mínimo,
vital y móvil, el monto del tope que resultaba de aplicar ese salario era antojadizo y mezquino y no reflejaba la
situación que contemplaba la ley al momento de su sanción, lo que importaba desconocer las garantías de los arts.
16 y 17 de la Constitución Nacional. Tal postura fue reiterada al expresar agravios ante la alzada en los siguientes
términos: "no se cuestiona el establecimiento de un tope indemnizatorio, sino en...su aplicación literal...en virtud de la
determinación arbitraria de un salario mínimo vital...que no guarda relación real con su propia definición y
objetivos...". Por ello, tachó de inconstitucional tanto la resolución de la C.N.S.M.V.M. 1/91 como el tope del art. 8, inc.
a, de la ley 9688, en cuanto se basó en un salario mínimo que no reunía los requisitos de vital y móvil (ver fs. 5 vta. y
68). 7°) La cámara no dio respuesta a tales planteos, ya que al remitirse al precedente "Duarte", en el que sólo
se realizó una afirmación genérica referente a la imposibilidad del órgano judicial de revisar el sistema
reparatorio por constituir su determinación resorte exclusivo del legislador, omitió considerar si la citada
resolución importó el ejercicio razonable de la facultad reglamentaria del art. 14 de la Carta Magna y si,
debido a las particularidades del sub examine, la remuneración mínima configuraba la supresión o
desnaturalización del derecho que se pretendía asignar, o si tal importe había sido establecido en forma
absurda o arbitraria.

De ese modo, el fallo excluye el tratamiento de temas que resultaban esenciales para dilucidar el derecho
controvertido, con grave menoscabo de las garantías de defensa en juicio, de la inviolabilidad de la propiedad
y de la justicia en los pronunciamientos judiciales (Fallos: 295:120; 301:591 y 311:435), por lo que corresponde
su descalificación con arreglo a la doctrina citada en el considerando 3°, pues media en el caso la relación directa e
inmediata entre lo debatido y resuelto y las garantías superiores que se dicen vulneradas (art. 15 de la ley 48), sin
que ello implique emitir juicio sobre la solución que en definitiva se dicte sobre el fondo del litigio.
Por lo expuesto, se declaró procedente el recurso extraordinario interpuesto y se deja sin efecto la sentencia. Vuelvan
los autos al tribunal de origen a fin de que, por medio de quien corresponda, se dicte nuevo pronunciamiento con
arreglo a la presente1.

La CSJN ha ido poniendo de realce que la violación del principio de no contradicción aparece de diversas maneras:
algunas veces, está muy oculta; pero, en otras ocasiones, salta inmediatamente a la vista. En este caso ocurre una
situación muy incauta y nada frecuente.
Por un lado, dicen que por razones de economía procesal se remite a los fundamentos precisados, por mayoría, en el
caso “Duarte, Juan Bautista v. sucesores de Bartolomé Bevilacqua S.A. s/accidente-ley 9688[MMD1] ”. En ese caso
al que se remitieron, lo que había sucedido fue que la mayoría, en efecto, definió y falló la causa sosteniendo la tesis
A. La minoría, constituida por el Vocal opinante en el caso de Bichute, sostuvo la tesis B (contraria a la tesis A).
Ahora bien, en la causa “Bichute de Larsen, Silvia M. y otros v. Tintas Letta S.A.”, el mismo Vocal votó dando como
fundamentos los de la mayoría del caso Duarte que sostuvo la tesis A, contraria a la B, que él sostuviera en aquellos
autos. Es decir, el vocal da como fundamento para el caso las razones contrarias a las que él profesa. Es evidente
que esa contradicción implica que no existe una derivación razonada de sus motivos, sino una contradicción en sus
tesis.
Nada obliga a un juez a adoptar una tesis contraria a sus convicciones. Los fundamentos en que se apoyó el
magistrado para fallar le son ajenos. Su pensamiento está en contradicción consigo mismo y opera una violación del
principio en cuanto a que el fallo viene a basarse en razones contradictorias del pensamiento del juzgador.
Por otro lado, el fallo, en verdad, no tiene fundamentos, al menos propios.

33
Los incidentes como medios impugnativos
LECCIÓN 1 de 5
Si bien se definieron los incidentes como aquellas cuestiones que se suscitan durante la tramitación de un proceso y
que tienen alguna conexión con él, muchas veces esas cuestiones son una especie dentro del género de las
impugnaciones.
En este sentido, el incidente de nulidad es un medio impugnativo previsto por la ley para atacar los vicios en forma de
los actos del proceso que no sean resoluciones jurisdiccionales.
Los actos procesales nulos tienen presupuestos y caracteres que los distinguen, y que se encuentran enunciados a
través de cinco principios:

Principio de especificidad
Refiere a que los jueces no pueden declarar otras nulidades que no sean las estipuladas por la ley. No hay nulidad
sin un texto legal que la conmine, este es el punto de partida de todo el régimen de nulidades. Ahora bien, no se trata
de un mero catálogo de infracciones, sino que también habrá nulidad cuando ella sea la consecuencia de la omisión
de formalidades esenciales del acto. Se utiliza un postulado general que tiene utilidad para determinar si nos
encontramos frente a una nulidad o no: hay vicio de procedimiento que importa nulidad implícita cuando tal
irregularidad suponga violación de los principios básicos del proceso (Berizonce, 2004).

Principio de convalidación
Se admite que las nulidades del procedimiento puedan ser saneadas por la concurrencia de voluntad de las partes en
forma manifiesta o tácita. Ya sea, porque se ratifique el acto o porque se venza el plazo acordado para impugnarlas.
Este principio sólo rige para las nulidades procesales y no para las nulidades de actos inexistentes o vicios
sustanciales que se rigen por las normas del Código Civil y Comercial de la Nación. Con respecto a este principio,
resulta importante hablar del llamado decreto “de Autos”, ya que una vez firme éste precluye la posibilidad de invocar
nulidades del procedimiento. Pasada la etapa resolutoria, sólo se podrán impugnar los vicios de la sentencia. A esta
regla se presentan algunas excepciones puntuales, como el caso del incidente de nulidad de la citación inicial, en el
que el demandado que nunca tomó conocimiento de la existencia del proceso en su contra por haber sido mal
notificado, podría plantear nulidad de la cédula de citación y hacer que el proceso vuelva hasta el momento de la
notificación de la demanda.

Principio de trascendencia
Este principio plantea que no hay nulidad sin perjuicio. Además del vicio formal que no fue saneado, se requiere que
quien pide la nulidad demuestre que el acto le provocó un perjuicio cierto e irreparable. No basta la sola infracción a
la forma si no produce un agravio a la parte. Para esto, el perjudicado deberá expresar cuál es el perjuicio sufrido o
mencionar las defensas que no ha podido oponer. La nulidad procesal requiere un perjuicio concreto para alguna de
las partes pues no procede su declaración en el solo interés del formal cumplimiento de la ley, ya que resulta
inaceptable en el ámbito del derecho procesal la declaración de una nulidad por la nulidad misma.

Principio de protección
El vicio debe emanar del órgano jurisdiccional o de la parte contraria. Quien haya dado lugar a la nulidad no podrá
sostener luego la invalidez del acto. Esta regla se asienta en los principios de lealtad y buena fe procesal. Es
necesario que quien invoca el vicio, no haya coadyuvado con su conducta a la tipificación del acto irregular. No se
ampara la propia torpeza.

Principio de conservación
Este principio plantea que es conveniente preservar la eficacia y validez de los actos frente a la posibilidad de su
anulación, lo que llevaría a un resultado disvalioso. Este principio trae dos consecuencias. Por un lado, si el acto
irregular o defectuoso ha logrado el fin al que estaba destinado, será válido. Por otro lado, ante la duda sobre la
configuración de un vicio procesal o de la existencia de un defecto, debe desestimarse la nulidad y corresponde
declarar su validez.

El incidente de nulidad cuestiona vicios de procedimiento de cualquier acto procesal que no derive de una resolución
jurisdiccional. La nulidad será declarada a pedido de la parte. Puede suceder que por interpretaciones de la ley o de
los actos introducidos al proceso, resulte un poco más complejo comprender cómo juegan los principios que rigen la
nulidad, o quién debe cumplir cada uno. Así, por ejemplo, lo vemos en el siguiente caso:

En el caso, la parte demandada interpuso recurso de apelación subsidiario contra la resolución que tuvo por no
presentado el escrito de contestación de la demanda y, en consecuencia, por no contestada la demanda, por haber
vencido el plazo que tenía para ratificar la gestión procesal invocada en tal presentación.
Sostuvo el recurrente que, si bien, no cabe discusión alguna respecto al plazo determinado por el art. 9 de la ley 921,
el interrogante se plantea en relación al momento a partir del que deberá contarse tal término, ya que tal normativa
nada prevé al respecto.
Entendió que el criterio jurisprudencial citado por la a quo proviene de una repetición sistemática del art. 48 del
Código Procesal de Nación, el cual sí dispone expresamente que el plazo comenzará a correr desde la primera
presentación del gestor.

34
Indicó que el legislador local excluye tal cuestión y que ante la falta de una mención expresa, el plazo deberá ser
computado desde la primera providencia que tienen al letrado que invoca una presentación de urgencia en la
calidad de gestor.
Indica que en autos no hubo providencia alguna desde la primera presentación, quedando el expediente en despacho
hasta el dictado de la resolución, así como tampoco manifestación de la parte contraria; lo que le permite concluir en
que la providencia arroga facultades que no le fueron conferidas a la a quo, deviniendo la providencia atacada en
arbitraria y contraria a la garantía constitucional de la defensa, la cual debe primar.
Agregó que, además, se ha omitido aplicar lo previsto por el art. 21 de la ley 921, el que señala que ante una omisión,
deberá ordenarse sea salvada dentro del tercer día, intimándose al tal efecto.
La actora no contestó el traslado del memorial de agravios.
Esta Sala se ha expedido reiteradamente respecto de la naturaleza y operatividad de la disposición del art. 48 del
CPCyC, que reproduce el art. 9 de la Ley 921, aunque con un plazo menor.
Se sostuvo que: “El plazo estipulado por el art. 9 de la ley 921 es perentorio y, por lo tanto fatal, comienza a correr
desde la fecha en que se invocó la franquicia, no correspondiendo a los efectos del cumplimiento del mismo,
información previa ni providencia alguna” (PI.1993-II-298/299, Sala II).
Así también que “El art. 9 de la Ley 921 dispone con absoluta precisión la obligación del gestor de acreditar la
personería que invoca, o hacer ratificar la gestión en un plazo perentorio, que en el caso que nos ocupa es de diez
días, del mismo modo que determina la sanción para su incumplimiento: la nulidad de todo lo actuado por el gestor”
(PI.2006 TºI Fº116/117 Sala II, PI.1996-II-203/204, Sala I).
Y que, “La sanción de nulidad allí prevista es declarable de oficio, mediando sólo la comprobación del transcurso del
plazo y sin necesidad de ninguna sustanciación.” (P.I. 1998 -I- 81, SALA I, CC1 NQ, CA 137 RSI-81-98 I 31-3-98,
Juba).
Es decir, si no se cumple con los requisitos que impone la norma citada, o sea, no se acompañan los instrumentos o
ratifican la gestión en el plazo de diez días (art. 9, L. 921), sobreviene la nulidad de lo actuado sin que sea necesaria
intimación previa ni sustanciación alguna, consagrándose una nulidad distinta a la contemplada en los artículos 169 a
174 del ritual, por cuyo motivo, para su declaración no es necesario que concurran todos los requisitos enunciados en
las normas de forma. La nulidad se opera de pleno derecho si con anterioridad al vencimiento de los sesenta días de
la primera presentación del gestor, no se acredita la personería ni se ratifica la gestión, no resultando suficiente la
presentación posterior del poder para purgar el vicio.
Según las constancias de lo actuado, el letrado apoderado de la demandada se presenta en carácter de gestor
procesal, presentación que es proveído por el juzgado con fecha 2 de febrero de 2012 (fs. 13), la cual no fue
ratificada en tiempo y forma. Razón por la que el magistrado de oficio, declara la nulidad con fecha 5 de julio de
2012.
Posteriormente, se presenta el actor con nuevo patrocinio letrado, desconformándose con el auto. Si bien en dicha
presentación ratifica lo actuado, lo hace en forma tardía, no siendo pasible de sanear la nulidad, dado que media
decisión que así la declara.
Remárquese que la facultad que posibilita la actuación en juicio del gestor es excepcional, y tiene el fin práctico de
asegurar la defensa en juicio a que conduce el incumplimiento de la obligación impuesta.
Sin perjuicio de no encontrarse trabada la litis, como se dijo, no resulta suficiente la ratificación posterior para purgar
el vicio de nulidad derivado de la falta de presentación del correspondiente poder, dentro del plazo legal indicado.
Así se ha dicho: “La tardía acreditación de personería sanea la nulidad cuando la agregación del poder o de la
ratificación ha sido admitida –expresa o tácitamente- por la parte contraria y no ha mediado hasta entonces decisión
judicial que la declare” (CNFed. Cont. Adm., en pleno, 31/5/77, “Lovida c. Industrias Yuvena”, JA, 1978-I-216).
En función de lo expuesto precedentemente, el auto apelado se encuentra ajustado a derecho, toda vez que a la
fecha del dictado del mismo el plazo previsto por el art. 9 de la ley 921, se encontraba vencido...”
Si bien es cierto que la normativa procesal local, a diferencia de la nacional, no contiene una previsión expresa
acerca del momento en que deberá contarse el término de 10 días para la ratificación de la gestión procesal, desde
un punto de vista técnico-jurídico la interpretación transcripta no puede entenderse como una modificación normativa
o como una sustitución al legislador. Ello, por cuanto la decisión por la que se le da sentido o alcance a una norma no
invade ninguna facultad legislativa, resultando una facultad del juez recurrir a las fuentes disponibles en todo el
sistema jurídico para interpretar la ley, más aún, en aquellos casos no previstos por la norma, acudiendo no sólo a las
palabras o a la finalidad expresadas por el legislador, sino también, a las leyes análogas, los principios y valores
jurídicos, como así también, las disposiciones que surgen de los tratados de derechos humanos (art. 2, Código Civil y
Comercial).
Finalmente, la posición antedicha es la que también postula el Tribunal Superior de Justicia, quien ha sostenido, con
cita de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, que el plazo para ratificar la gestión se cuenta a partir de la
primera presentación del gestor (Cfr. R.I N°170/2014 del Registro de la Secretaría Civil, “C.S.B. Agro S.A C/ Neuquén
Produce S.A”, expte. n° 147/2013).
Por lo cual, el inicio del cómputo indicado por la jueza de primera instancia resulta acorde con los criterios sostenidos
por esta instancia.
Partiendo, entonces de aquel, concluimos también en que a la fecha del dictado de la decisión apelada, el plazo de
ratificación se encontró vencido, reiterándose que es el vencimiento del plazo el que acarrea la sanción, la que opera
de pleno derecho.
Es así que, las manifestaciones de la contraria, o la ausencia de ellas, resultan inconducentes a efectos de purgar la
nulidad, una vez resuelta, como así también, inaplicable lo previsto por el art. 21 de la ley 921.
Por lo expuesto, se confirma la decisión tomada en la sentencia de grado1.

35
En el caso planteado se advierte que la legislación de Neuquén prevé para el caso de los gestores un plazo para que
acrediten tal representación. Vencido ese plazo sin haberla acreditado, se tiene por no presentado el acto. Es inválido
por falta de cumplimiento de las solemnidades. Es decir, estamos ante una nulidad específicamente prevista por la
legislación. Razón ésta que tuvo el juez para sentenciar en el sentido que lo hizo.
Teniendo en cuenta los principios que rigen el régimen de nulidades procesales, puede señalarse que el propio
demandado intentó “purgar” su nulidad, a los fines de que se tuviera por contestada la demanda.
Al respecto, la Cámara hace un excelente análisis y ordena los principios, al decir que no resulta suficiente la
ratificación posterior para purgar el vicio de nulidad derivado de la falta de presentación del correspondiente poder,
dentro del plazo legal indicado.
La tardía acreditación de personería sanea la nulidad con la agregación del poder (lo que no hizo el demandado que
solo manifestó que ratificaba lo dicho) o con la ratificación –expresa o tácitamente- por la parte contraria y no hubiera
mediado hasta entonces decisión judicial que la declare.
Esto quiere decir que la “purga” o “convalidación” del acto por mera manifestación, en este caso, tendría que haber
venido de parte del actor y no del demandado, quien fue el que provocó el acto inválido al no haber acompañado el
poder exigido en el plazo oportuno ni en ninguna otra oportunidad.
En definitiva, es importante poder distinguir la concurrencia de los principios pero además que el cumplimiento de
ellos provenga de parte de quien corresponde.

36

También podría gustarte