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Texto 4: Gould y Lewontin: Sobre el adaptacionismo panglossiano en biología

Cuando pensamos en la biología evolutiva pensamos casi automáticamente en el cliché “la


supervivencia de los más aptos” (“survival of the fittest”). Esta noción de “los más aptos” nos
conduce a la idea de adaptación. Pero Stephen Jay Gould Would y Richard C. Lewontin proponen
mirar más de cerca a esta idea de adaptación y así someterla a crítica. ¿Cómo podríamos someterla a
crítica? ¿No es la noción de adaptación un pilar fundamental de la teoría de la evolución – ya sea el
sujeto de la evolución la especie o el gen–? Sí, sí lo es. Pero lo que proponen Gould y Lewontin es
que bajo esa noción de adaptación estamos cometiendo un error de razonamiento.
De plano, lo que intentan criticar los autores es la tendencia finalista que se esconde o se
desliza bajo el concepto de adaptación. Es un error bastante común en un nuestro razonar el que
tomemos el efecto por la causa: que pensemos que la finura de nuestros movimientos manuales está
diseñada para que llevemos a cabo acciones muy finas, como tocar el piano u operar a corazón
abierto. Ése es el razonamiento del Lobo en el clásico popular de Caperucita Roja:

- ¡Abuelita, qué ojos más grandes tienes!


- Sí, son para verte mejor hija mía.
- ¡Abuelita, qué orejas tan grandes tienes!
- Claro, son para oírte mejor…
- Pero abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!
- ¡Son para comerte mejor!

Los ojos, las orejas y los dientes están hechos para ver, oír y devorar mejor a la pobre Caperucita.
También es la manera de razonar de Aristóteles, para quien entre las cuatro causas de cualquier ente
se encuentra la causa final. Goud y Lewontin acuñan el término “razonamiento panglossiano” para
esta manera tan particular de pensar. El nombre deriva del doctor Pangloss, personaje de la novela
Cándido, de Voltaire. Como sabemos, esta novela es una mofa a la especulación leibniziana sobre
que vivimos en el mejor de los mundos posibles, en el cual cualquier cosa, por buena o mala que
sea, encuentra su justo lugar porque de ser de otra manera no sería ya el mejor de los mundos.
Según Leibnitz, todo está ajustado muy cuidadosamente por Dios para que este mundo sea el
resultado de su voluntad, que no puede querer otra cosa que lo bueno.
Este manera de razonar se puede “colar” en las explicaciones biológicas que proponemos sobre los
comportamientos y los caracteres de los seres vivos. Los biólogos que estudian la evolución de las
especies se ven tentados a proponer historias que expliquen el resultado de un carácter concreto de
tal o cual ser vivo. Obviamente, los caracteres que se despliegan en los seres vivos deben, en
muchos casos, fungir de cierto modo o en cierta dirección. Los alces tienen grandes cornamentas,
pero ¿cuál es su función? ¿sirven para defenderse, para amenazar, para diferenciarse sexualmente de
las hembras, para ser sexualmente atractivo o para rascarse las extremidades anteriores? Es posible
que cumplan todas esas funciones, pero que la formación de ese carácter no fuese la historia de una
progresiva adaptación al medio. Lo que cuestionan Gould y Lewontin es que, si una de esas
historias evolutivas resulta ser falsa, la alternativa deba darse tambien en términos adaptacionistas.
Así, se cae en el tema leibnitziano: todo debe tener una utilidad, una función. O su contraria: nada
es fruto del azar. Además, de ahí se deriva cierto “atomismo de caracteres”: se consideran los
caracteres de los organismos como piezas únicas sobre las que la evolución opera separadamente, y
la suma de todos esos caracteres da lugar al organismo vivo. Sin embargo, los autores son muy
críticos con esta desintegración de los seres vivos en términos adaptacionistas. Este podría ser el
caso del Tyranossaurius Rex. ¿Por qué tenía esas pequeñas garras? Quizá no necesariamente fueran
una adaptación a algún problema del entorno, sino que quizá fueran un modificación derivada de
una adaptación primera. Por ejemplo, al agrandar la cabeza y el tren inferior como adaptación a una
dieta carnívora se empequeñecieron las manos. Para el adaptacionismo no hay órganos vestigiales,
puesto que todo órgano, carácter o comportamiento cumple una función concreta en el individuo y
está perfectamente sincronizado con el entorno.
¿Pero cómo puede ser que el paradigma adaptacionista goce de tan buena salud? Quizá tiene
que ver con un fenómeno nada relacionado con la biología y, en cambio, muy relacionado con las
costumbres de los seres humanos. Retrotrayéndonos a los inicios de la teoría evolutiva, siempre se
remarca que Darwin fue el artífice de la teoría de la evolución junto con Wallace. Ocurre algo así
algo semejante a lo que ocurre con Newton y Leibnitz y el cálculo diferencial. No se puede atribuir
a ninguno de los dos ser el artífice, por tanto se consdera que los dos fueron pioneros. Con Darwin y
Walle ocurre algo semejante. El riesgo que se corre al afirmar que Darwin y Wallace son pioneros
en la biología evolutiva es hacer demasiado cercanas sus tesis. Es decir, que pensamos que decían
prácticamente lo mismo. Sin embargo, como nos recuerdan Gould y Lewontin, Darwin tenía una
perspectiva “pluralista” respecto de la evolución, mientras que Wallace tenía una visión
“panseleccionista” de la misma. Es decir, mientras que para Wallace la evolución de una especie era
el resultado de progresivas adaptaciones en todos sus caracteres, para Darwin la selección natural
no era el único factor que jugaba un papel en la evolución. Un ejemplo es la evolución del perro
doméstico. La selección natural no ha diversificado una especie en variedades tan distintas como las
que vemos hoy en día, sino que ha sido el hombre el que ha seleccionado las variedades de “proto-
perro” que más le convenían de acuerdo a los usos y al hábitat. ¿Por qué, entonces, si Darwin era
pluralista respecto a los mecanismos evolutivos, ha prevalecido la visión panseleccionista? Pues
bien, creo personalmente que tiene que ver con lo siguiente: cuánto más simple, más seductor. Son
muchos los casos en los que las ideas “extremistas” seducen más que ideas más moderadas. “Todo
es material” seduce más y genera más adeptos que “hay cosas materiales e inmateriales”. El “todo
es cultural” y su contrario “todo es biológico” genera más adeptos y más polémica que un “sano
eclecticismo” que intente conciliar lo mejor de los dos mundos. Creo, pues, que la tesis “las
especies son producto de una continua adaptación al medio” es mucho más fácil de ser suscrita que
“las especies son producto de una contínua adaptación al medio y de otros mecanismos evolutivos”.
Cabe también destacar la simplificación que se ha hecho del término adaptación. Como nos
dicen Gould y Lewontin, podríamos recoger al menos tres acepciones o tres niveles de adaptación:
adaptación fisiológica, adaptación cultural y adaptación evolutiva. Lo que hace el panseleccionismo
es reducir todas a la última: los caracteres de los progenitores se pasan a la prole. Pero no toda
adaptación implica herencia, aunque haya mediación de mecanismos hereditarios. La adaptación
fisiológica puede tener una base genética hereditaria, pero la adaptación no es de por sí hereditaria.
Un ejemplo sería la caída de las hojas de los árboles: el clima seco puede propiciar que lo árboles se
deshagan de sus hojas, pero ello no hará que la descendencia del árbol crezca sin hojas. Lo mismo
ocurre con la adaptación cultural: los humanos adquieren multitud de conocimientos a sus hijos a
través del aprendizaje, pero esos conocimientos mismos no están en el código genético, aunque es
posible que sí lo esté la capacidad para adquirirlos. Una propuesta pluralista tendría en cuenta los
tres tipos de adaptación a la hora de elaborar una explicación o una historia evolutiva. Y considerar
esos tres tipos de adaptación podría servir para elaborar una imagen más completa de los
organismos en vez de una tan fragmentada. Por ejemplo, podría considerarse la evolución de los
cuervos como una integración de la selección genética, de la adaptación biológica y de la
adaptación cultural. Se conseguiría así unir la recombinación de los genes, la adaptación del
organismo al medio y las soluciones que puede otorgar su fisiología y, por último, la herencia
cultural y su variación entre diferentes poblaciones de cuervos.
Por último, está la cuestión de cómo este paradigma panglossianista puede haber
determinado el devenir de los campos de la sociobiología o la psicología evolutiva. En mi opinión,
creo que puede haber propiciado una visión excesivamente mecanicista de la realidad humana. Yo
estoy seguro de que nuestros valores, nuestros conceptos morales y éticos, e incluso nuestro
comportamiento está fuertemente determinado -o si se quiere, fundamentado – por nuestra biología
y, muy probablemente, nuestro devenir como especie. Pero las disciplinas como la sociobiología
tienden a enfatizar mucho este factor biológico hasta convertirse en un monismo materialista. Un
ejemplo: a unos niños se les presenta un caramelo y se les propone que pueden tomarlo ahora o
esperar unos minutos y recibir dos caramelos en vez de uno. Años después, a esos mismos niños se
les entrevista para saber qué derroteros han seguido en su vida hasta ese punto. Los estudios de este
tipo quieren trazar una relación entre la paciencia en el corto plazo y la prosperidad vital. Los que
prosperen tendrán más posibilidades y facilidades para tener hijos y a su vez los hijos de éstos serán
también capaces de reprimir el impulso primario y desarrollar la paciencia, siendo así que los
individuos pacientes están mejor adaptados que los impacientes. Ese tipo de estudio elimina
completamente las variables de la educación, no tienen en cuenta la procedencia social y tampoco
asumen que un individuo puede cambiar su comportamiento con el paso a la adultez. Podría
explayarme y encontrar más ejemplos, pero la idea básica está clara: un enfoque adaptacionista
panglossiano tiende a ser excesivamente rígido en lo que respecta al ser humano. Y, como apuntan
los autores del texto, en el mejor de los casos se podrá cambiar una historia evolutiva de un rasgo
por otra historia evolutiva de otro rasgo. Sobre la posibilidad de una alternativa a este paradigma
pienso lo siguiente. Los extremos (monismo materialista, espiritualista, cultural, biologicista…)
tienden a ser caricaturas de la realidad. Una perspectiva que pretende describir los rasgos de la
personalidad en términos evolutivos tendrá que aceptar que esa perspectiva es sólo parte de una
explicación más integral que puede requerir disciplinas que no son parte de las ciencias naturales,
como la antropología, la sociología, la historia o la lingüística.

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