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EL INFRAMUNDO O EL HADES

Los infiernos o el inframundo era un territorio tenebroso que se encontraba en las entrañ as de la
tierra, al que se podía acceder por diversas entradas, como cuevas o hendiduras profundas del terreno.
Ya dentro del inframundo se encuentran cinco ríos: Aqueronte (el río de la pena), Cocito (lamentos),
Flegetonte (fuego), Lete (olvido) y Estigio (odio). Este ú ltimo era el que má s terror suponía por dar varias
vueltas en torno al infierno y que solo se podía atravesar gracias a la ayuda del famoso barquero Caronte.
El paso del Estigio había que pagar al barquero y, así, los antiguos colocaban en las bocas de los muertos
una moneda.
Después de transcurrir por los ríos, estaban las puertas del infierno, siempre custodiadas por
Cerbero, que no impedía la entrada a nadie pero no deja que nadie salga. Apenas entradas en el Hades, las
almas eran juzgadas por Minos, Raadamante y Eaco, quienes decidían quién era enviado entre los
réprobos y quién entre los justos. Los primeros eran enviados al Tá rtaro, lugar donde los tormentos
estaban garantizados; los segundos acababan en los Campos Elíseos, donde la felicidad eterna era el pilar
de la vida después de la muerte.
Los Campos Elíseos eran un espacio paradisíaco, con pá jaros cantantes, con brisas agradables y
donde el sol jamá s era empañ ado por la má s leve niebla. Era una tierra fecunda donde había al añ o dobre o
triple cosecha y, ofrecía, a su debido tiempo, flores y frutos. Allí no tenían entrada el dolor, la enfermedad
ni la vejez. La ambició n, el odio, la envidia y las bajas pasiones que agitan a los mortales eran allí
completamente desconocidos.
El Tá rtaro era el lugar destinado a los malvados, una vasta prisió n fortificada, guardada por un
triple muro y circundada por un río de fuego llamado Flegetó n. Tres furias, Alecto,Meguera y Tisífone, eran
las gondoleras de esta ígnea corriente; con una mano empuñ aban una antorcha y con la otra un lá tigo con
el que flagelaban sin piedad. Los malechores sufrían terribles castigos, todos expiaban sus faltas, todos
quienes quisieran volver a gozar de la luz del día para comenazar de nuevo una existencia apacible y llena
de merecimientos.
No lejos del Tá rtaro moraban los Remordimientos, las Enfermedades, la Miseria vestida de andajos,
la Guerra chorreando sangre, la Muerte, las Gorgonas, que tenían serpientes en vez de cabellos, la Quimera,
las Arpías y otros monstruos a cual má s horribles.
SÍSIFO
Sísifo fue el héroe fundador de la ciudad de Corinto. Las numerosas leyendas referidas a él
destacan su sagacidad. cuando Jú piter raptó a Egina, la hija del río Asopo, fue descubierto por Sísifo, quien
se lo explicó todo al padre de la joven, consiguiendo a cambio la fuente Pirena, la cual nace junto a la
ciudadela de Corinto.
Para castigarlo por la traició n, el rey de los dioses envió a la Muerte. Sin embargo, Sísifo consiguió
sorprenderla y encadenarla. Por tanto, consiguió que la parca no consiguiese sus objetivos, garantizando
que nadie muriese. Entonces Jú piter, obligado a intervenir, liberó a la muerte. La primera víctima fue
directamente el héroe, pero antes de morir suplicó a su mujer que no celebrase los habituales ritos
funerarios.
Cuando llegó al inframundo y estando delante del rey de los infiernos, Plutó n, se lamentó de la
impiedad de su mujer, logrando del dios el permiso para volver al mundo de los vivos y, así, poder
castigarla. Pero una vez que vio la luz, Sísifo se aseguró de regresar a los infiernos, y así murió con una
avanzada edad, siendo una muerte totalmente natural.
Por todos los engañ os perpetrados, el fundador de Corinto fue condenado a cargar hasta la cumbre
de un monte con una pesada piedra que, una vez arriba, caía de nuevo al llano, y él estaba obligado a
iniciar de nuevo la fatigosa ascensió n.
IXIÓN
Ixió n fue el famoso rey de los lapitas, condenado a la locura por los terribles crímenes que cometió . De
entre todas las divinidades, só lo Jú piter tuvo piedad de él y decidió curarlo. Pero el rey se mostró ingrato
con el padre de los dioses, se atrevió a enamorarse de Juno e intentó poseerla por la fuerza. Así, Jú piter
creo una nube con el aspecto de su esposa para engañ ar al rey, que se unió a ella, dando origen a los
Centauros.
Ante tal sacrilegio, Jú piter decidió castigarle: lo ató a una rueda ardiendo que daba vueltas
continuamente y lo llevó al Tá rtaro. Dado que Ixió n, en otro tiempo protegido por Jú piter, había bebido la
ambrosía que convierte en inmortal, se vio obligado a sufrir un castigo eterno.

NÉMESIS O LA VENGANZA
Némesis es lo equivalente a la "venganza divina", que representa el desdén y la ira ante el pecado de
hybris, es decir, "la insolencia y la arrogancia". Se trata de una potencia divina que tiene la funció n de
derrotar la "desmesura", de mantener una especie de equilibrio entre desgracias y fortunas de los
hombres.
Enviaba todo tipo de castigos a quien era demasiado afortunado, demostraba un exceso de felicidad o un
orgullo desmesurado, prerrogativa esta ú ltima característica de los reyes. Golpeaba todo aquello que
pudiese crear desarmonía y desorden en el equilibrio de la sociedad. En casos parecidos, la diosa no
quedaba en paz hasta que se restablecía el orden anterior. La imagen de Némesis como portadora de
desventuras fue asimilada poco a poco por las Furias.
LAS PARCAS O MOIRAS
Las Parcas (en Roma) o las Moiras (en Grecia) eran las divinidades que controlaban y visualizaban
el destino tanto de los hombres como de los dioses. Hijas de la Noche, o de Jú piter y Temis, su nombre en
griego, Moiras, significa literalmente "parte". Desde su nacimiento, a cada ser humano se le atribuye su
moira o su parte de vida, de felicidad o de desgracia, de destino. Las Parcas en total son tres: Cloto, "la
tejedora", la cual se ocupa de hilar el curso de la vida; Lá quesis, "la distribuidora", símbolo de lo que de
casual sucede en la existencia; y Á ntropos, "la inflexible", cota el hijo representando la llegada de la
muerte.
Por lo demá s, los antiguos crean que la existencia humana estaba totalmente condicionada y dirigida
por el destino y que las vicisitudes de cada uno ya estaban establecidas de antemano. Aun así, se pensaba
que el destino era una fuerza superior incluso a la del padre de los dioses. Son las propias Parcas, por
ejemplo, las que intervienen en las acciones impidiendo a los dioses ayudar a un héroe en peligro si es que
esta destinado a morir.
Teniendo el cuenta la metá fora en la que se igualan la vida y el hilo de las controladoras del destino,
entre sus atributos má s significativos se encuentran la rueca, el hilo y las tijeras.
VICTORIA O NIKÉ
Victoria o Niké era la personificació n del poder victorioso e irresistible, en particular el de Jú piter.
Era hija del titá n Palas y de Estix, y, por tanto, pertenece a la primera generació n divina, siendo anterior a
la generació n de los dioses olímpicos. Sin embargo, gracias en parte a ella se asentaron los dioses
olímpicos en el monte Olimpo, convirtiéndose en dueñ os de la tierra. Su papel fue importante al combatir
al lado de Jú piter durante la Titanomaquia, pero también aparece en compañ ía de Atenea (Minerva en
Roma).
Su imagen era venerada en un principio junto a los dos dioses mayores pero acabó por convertirse
en un simple símbolo de todas las victorias o acontecimientos favorables, tanto divino como humano.
Como consecuencia, su culto estaba ligado no solo en caso de guerra, sino también en los juegos
gimná sticos y musicales, muy frecuentes en la antigü edad clá sica.
LAS TRES GRACIAS
Las Gracias (o Cá rites en griego) son hijas de Jú piter y Eurínome, una titá nica hija de Océano. Las
tres hermanas son divinidades de la belleza y representan todo lo armó nico que existe en el mundo,
difundiendo alegría y gracia en la naturaleza y en el corazó n de dioses y hombres.
Se dice que habitan en el Olimpo junto a las Musas, con las que a veces se deleitan formando coros.
A la vez que sus compañ eras corales, forman parte del séquito de Apolo, dios de la mú sica, o de Venus, con
la que comparten algunos atributos de identidad. Segú n la versió n del mito má s extendida y comú n, eran
tres: Eufrosine, "la que alegra el corazó n"; Há gale, "la brillante"; y Talía, "la que hace florecer".
Para ser identificada con claridad tienen unos cuantos atributos, entre ellos los má s utilizados son la
rosa, el mirto, la manzana o el dado.
LA MITOLOGÍA ROMANA
Las creencias mitoló gicas de la Antigua Roma es un cú mulo de diferentes tradiciones: la primera,
principalmente tardía y literaria, consistía en préstamos completamente nuevos para Roma procedentes
de la mitología griega; la otra, en cambio, era antigua y cú ltica, donde funcionaba en formas muy diferentes
a las de la equivalente griega.
Los romanos no tenían historias secuenciales sobre los dioses comparables a la Titanomaquia griega o la
seducció n de Zeus por Hera hasta que los poetas empezaron a adoptar los modelos griegos en la Repú blica
Romana, momento de expansió n geográ fica y militar considerada como "el imperialismo romano", que
incluía la conquista del Mediterrá neo del este.
Sin embargo, hasta ese momento tenían un sistema muy desarrollado de rituales, escuelas sacerdotales y
panteones muy relacionados con los griegos. Por otro lado, el rico conjunto de mitos histó ricos sobre la
fundació n y auge de la ciudad de Roma lo representaban mediante actores humanos con ocasionales
intervenciones divinas.
La religió n romana, estrechamente relacionada con los relatos mitoló gicos, no se basaba en creencias
como es el caso del cristianismo. Era una religió n basada en hechos, pues no ponían en duda la existencia
de divinidades. La fe o creencia se basaba en una falta de "pruebas" que no confirmarían la existencia de
una deidad. Pero los antiguos romanos no dudaban: la presencia de las divinidades se manifestaba en el
mundo material mediante los llamados prodigios, señ ales de dioses que expresaban, por lo general,
aceptació n o negació n.
Existían humanos y seres suprahumanos; la apariencia física de las divinidades era antropomorfa, vivían
en el mismo mundo y só lo se diferenciaban mediante los poderes que los dioses tenían.
LA FUNDACIÓ N DE ROMA SEGÚ N LA MITOLOGÍA ROMANA
Segú n la tradició n romana, los gemelos Ró mulo (771 - 717 a.C.) y Remo (771 - 753 a.C.) fueron los
fundadores de la ciudad de Roma. Finalmente sería só lo Ró mulo quien la fundaría, convirtiéndose en su
primer rey en el 753 a.C., dando comienzo a la fase histó rica conocida como Roma Moná rquica (753 - 509
a.C). Sin embargo, la historiografía actual considera falsa dicha tradició n, fijando el origen a finales del
siglo VII a.C.
Después de la legendaria Guerra de Troya, Eneas, un príncipe troyano que sobrevivió a la destrucció n de la
ciudad, se refugió con su familia en la llanura del Lacio de Italia. Algunos añ os después, su hijo Ascanio
fundó la ciudad de Alba Longa.
Cuatro siglos má s tarde, un rey de la ciudad de Alba Longa, Numitor, fue destronado por su hermano
menor Amulio. Para garantizar su seguridad, el usurpador mató a todos los hijos varones de su hermano y
obligó a su sobrina, Rea Silvia, a hacerse sacerdotisa para que permaneciese virgen de por vida. Pero el
dios Marte (el equivalente a Ares en Grecia) la hizo madre, dá ndole los gemelos Ró mulo y Remo. Amulio,
enfurecido, ordenó que los niñ os fuesen arrojados a las aguas del río Tiber. Pero la canasta en la que
habían sido depositados quedó varada en la orilla y la loba Luperca encontró a los hermanos,
amamantá ndolos como si fuesen sus propios hijos. Má s tarde fueron recogidos y criados por un
matrimonio de pastores, Fá ustulo y Aca Larentia.
Pero al de unos añ os los gemelos descubrieron su origen. Buscando venganza, volvieron a su ciudad natal
para matar a su tío abuelo y reponer en el trono a su abuelo Numitor. É ste, en agradecimiento, les entregó
territorios al noroeste del Lacio. Con dieciocho añ os, en el añ o 753 a.C., decidieron fundar una ciudad justo
donde la famosa loba los encontró . Discutiendo sobre el lugar decidieron que lo elegiría aquel que viese
má s pá jaros, prueba que Ró mulo ganó . Remo decía que era un augurio las seis aves que señ alaban el
monte Aventino, mientras que su hermano entendió como otro augurio las doce aves que señ alaron el
monte Palatino. É ste ú ltimo, tras una fuerte disputa, decidió marcar los límites (pomerium) de la futura
ciudad y amenazó con matar a todo aquel que los cruzase. Remo le desobedeció cruzando con desprecio la
línea y reclamaba que Ró mulo nunca llegaría a ser rey. Pero éste ú ltimo no dudó ni un segundo y mató a
Remo.
Arrepentido, decidió enterrar a su hermano en la cima del Palatino y en honor a su nombre llamó a la
ciudad Roma. Luego emprendió su etapa como ú nico soberano de la recién fundada ciudad.
Creó el Senado, compuesto por cien personas conocidas como patres, cuyos descendientes fueron los
patricios, y dividió la ciudad en 30 curias o congregaciones. Los primeros habitantes, por otro lado, fueron
los asylum: refugiados, libertos, esclavos y pró fugos.
EL RAPTO DE LAS SABINAS
Segú n contaba la tradició n, los primeros habitantes de Roma eran todo hombres. Para encontrar una
solució n, Ró mulo organizó una fiesta con pruebas deportivas en honor al dios Neptuno e a la que invitó a
la població n vecina, entre los que se encontraba la de Sabina. Los sabinos, especialmente voluntariosos,
acudieron en masa con sus mujeres e hijos y precedidos por su soberano. Comenzó el espectá culo y el rey
romano aprovechó la ocasió n: con una señ al cada romano raptó a una mujer, hecho conocido como el
rapto de las sabinas, y después echaron a los hombres de sus terrenos.
Los romanos intentaron aplacarlas convenciéndolas de que só lo lo hicieron porque querían que fuesen sus
esposas, y que ellas no podían menos que sentirse extremadamente orgullosas de pasar a formar parte de
un pueblo que había sido elegido por los dioses. Las sabinas pusieron un requisito a la hora de contraer
matrimonio: en el hogar, ellas só lo se ocuparían del telar, sin verse obligadas a realizar otros trabajos
domésticos y se erigirían como las que gobernarían la casa.
Añ os má s tarde, los sabinos, enfadados por el doble ultraje de traició n y el rapto de sus mujeres atacaron a
los romanos, a los que fueron acorralando en el Capitolio. Para lograr penetran en la zona, contaron con la
romana Tarpeya, quien les flanqueó la entrada a cambo de "aquello que llevasen en los brazos",
refiriéndose a los brazaletes. Viendo con desprecio la traició n de la romana a su propio pueblo, aceptaron
pero, en lugar de darle joyas la mataron aplastá ndola con sus pesados escudos. El espacio donde, segú n la
leyenda, tuvo lugar el asesinato, recibió el nombre de Roca Tarpeya desde la que se arrojaba a los
convictos de traició n.
Cuando se iban a enfrentar en lo que parecía ser la batalla final, las sabinas se interpusieron entre ambos
ejércitos combatientes para que dejasen de matarse porque, razonaron. Los hombres de la ciudad a la que
Ró mulo había ofendido y atacado decidieron rescatarlas bajo el mando del rey Tito Tacio, provocando en
las sabinas un gran dilema: si morían los sabinos, morían sus padres y hermanos; pero si morían los
romanos, morían sus maridos e hijos. Las sabinas lograron hacerlos entrar en razó n y, finalmente, se
celebró un banquete para festejar la reconciliació n. Finalmente, Ró mulo pactó con el rey sabino Tito Tacio
una diarquía hasta la muerte de éste ú ltimo.
EL REINADO DE RÓ MULO HASTA SU MUERTE
Terminada la guerra con los sabinos, Ró mulo estableció la diarquía junto a Tito Tracio y aumentó el
numero de senadores a 200. El rey romano, ademá s, creó las primeras tres tribus: la de los romanos o
Ramnes, la de los sabinos o Titites y la població n restante o Luceres. Asimismo, dividió cada una de las
tribus en 10 curias; cada una de éstas se llamaron como 30 de las sabinas raptadas, que a su vez dividió en
10 gentes.
También formó las primeras legiones que estaban conformadas por 3000 soldados de infantería y 300 de
caballería: cada curia debía aportar una centuria de infantería y una decuria de caballería. Igualmente,
creó la guardia de los celeres, guardia personal de los monarcas. Su nombre derivaba de Celer, el jefe y el
má s importante consejero de Ró mulo. Estaba formada por 300 hombres de infantería o de caballería,
dependiendo siempre de la fuente histó rica de informació n.
Ró mulo murió en el 716 a.C. en medio de una tormenta provocada por su propio padre, el dios Marte. Tras
este hecho fue su cuñ ado Numa Pompilio quien le sucedió como rey.
DIOSES NATIVOS: ROMANOS E ITÁ LICOS
Las prá cticas rituales romanas de los sacerdotes oficiales distinguían claramente dos clases de dioses. Por
un lado estaban los indigetes, dioses originales del estado romano. Su nombre y naturaleza estaban
indicados por los títulos de los artistas má s antiguos y por las fiestas fijas en el calendario.
Por otro lado se encontraban los novensides, divinidades posteriores cuyos cultos fueron introducidos en
la ciudad en el periodo histó rico, normalmente en una fecha conocida y como respuesta a una crisis
específica o necesidad percibida.
Ademá s, las divinidades romanas incluían los llamados dioses especialistas, cuyos nombres eran
invocados al realizar diversas actividades, como por ejemplo la cosecha. Los fragmentos de los viejos
rituales que acompañ aban a estos actos como el arado o la siembra revelan que en cada parte del proceso
se invocaba a una deidad diferente, estando el nombre de cada una de ellas derivando regularmente del
verbo para la operació n. Estas divinidades podían ser agrupadas bajo un término general, el de los dioses
asistentes o auxiliares, que eran invocados junto con las deidades mayores.
Los antiguos cultos romanos eran má s un polidemonismo que un politeísmo: los conceptos que los
adoradores tenían de los seres invocados consistían en poco má s que sus nombres y funciones, y el
"poder" o numen del ser se manifestaba en formas altamente especializadas.
Su cará cter y sus fiestas mostraban que los antiguos romanos no só lo eran miembros de una comunidad
agrícola, sino que también estaban orgullosos de luchar y muy involucrados en la guerra. Los dioses
representaban distintivamente las necesidades prá cticas de la vida diaria, como las sentía la comunidad
romana a la que pertenecían. Se entregaban a los ritos y ofrendas que consideraban apropiados. Así, Jano y
Vesta guardaban la puerta y el hogar, los Lares protegían el campo y la casa, Pales los pastos, Saturno la
siembra, Ceres el crecimiento del grano, Pomona la fruta y Consus y Ops la cosecha. Incluso el majestuoso
Jú piter, rey de los dioses, era honrado por la ayuda que sus lluvias daban a las granjas y viñ edos. En su má s
amplio cará cter era considerado, a través de su arma de rayos, el director de la actividad humana y, por su
amplio dominio, el protector de los romanos en sus expediciones militares má s allá de sus fronteras.
Prominentes en la época má s antigua fueron los dioses Marte y Quirino, que a menudo se identificaban
entre sí. Marte era el dios de la guerra al que se honraba en marzo y octubre. Se cree que Quirino fue
patró n de la comunidad militar en tiempos de paz.
Jano y Vesta eran dioses antiguos con poca individualidad, y sus historias personales carecían de
matrimonios y genealogías. A diferencia de los dioses griegos, no se consideraba que funcionaban de la
misma forma que los mortales, y por ello no existen muchos relatos sobre sus actividades. Este culto
primitivo estaba asociado con Numa Pompilio, segundo rey de Roma, de quien se creía que tuvo como
consorte y consejera a la diosa romana de las fuentes y los partos, Egeria, a quien a menudo se identifica
como una ninfa en las fuentes literarias posteriores.
Sin embargo, se añ adieron nuevos elementos en una época relativamente temprana. Otras adiciones
fueron el culto de Diana en el monte Aventino y la introducció n de los Libros Sibilinos, profecías de la
historia del mundo que, segú n el mito, fueron compradas por Tarquino a finales del siglo IV a.C. a la Sibila
de Cumas.
A la casa real de los Tarquinios se atribuyó en las leyendas el establecimiento de la gran Tríada Capitolina,
Jú piter, Juno y Minerva, que asumió el lugar supremo en la religió n de la Antigua Roma. Son los tres dioses
principales de la religió n romana que, como en otras religiones indoeuropeas, entre los romanos había una
marcada tendencia a reunir a los dioses en grupos de tres. Fruto de esta tendencia son las distintas tríadas
que a lo largo de la historia se compusieron con diferentes dioses.
Aunque la primera tríada, conocida como la tríada arcaica, estaba formada por Jú piter, Marte y Jano, pero
pronto éste ú ltimo fue sustituido por Quirino. Su culto era importante, como lo atestigua el nombre dado a
los tres principales sacerdocios o flamines.
La tríada clá sica era conocida con el nombre de tríada capitolina, por tener su templo en la Colina
Capitolina, donde se encontraba el templo de Jú piter Ó ptimo Má ximo o Jú piter Capitolino, y estaba
formada por Jú piter, Juno y Minerva. Derivaba de la religió n etrusca: la tríada etrusca estaba formada por
Tinia, Uni y Minerva.
DIOSES EXTRANJEROS
La adquisició n de deidades locales vecinas tuvo lugar a medida que el estado romano conquistaba el
territorio de los alrededores. Los romanos solían conceder a los dioses locales del territorio conquistado
los mimos honores que a los dioses antiguos que habían sido considerados propios del estado romano. En
muchos casos, las recién absorbidas deidades eran invitadas formalmente a llevar su domicilio a nuevos
santuarios en Roma mediante el ritual de evocatio.
En el 203 a.C., la figura de culto representativa de Cibeles fue retirada de Pesino (Frigia) y acogida en
Roma. Ademá s, el crecimiento de la ciudad atrajo a extranjeros, a los que se permitía continuar con la
adoració n a sus propios dioses. De esta forma llegó Mitra y su popularidad entre las legiones extendió su
culto hasta lugares tan lejanos como Bretañ a.
Ademá s de Cá stor y Pó lux, los asentamientos conquistados en Italia parecieron haber contribuido al
panteó n romano con Diana, Minerva, Hércules, Venus y otras deidades de menor rango, algunas de las
cuales eran divinidades itá licas, procediendo otras originalmente de la cultura griega de Magna Graecia
(Sicilia).
Las deidades romanas importantes fueron, finalmente, identificadas con los má s antropomó rficos dioses y
diosas griegos, y asumieron muchos de sus atributos y mitos.
LA MITOLOGÍA EN GRECIA
La mitología griega es el conjunto de mitos y leyendas pertenecientes a los antiguos griegos que trataban
sobre sus dioses y héroes, la naturaleza del mundo, los orígenes y el significado de sus propios cultos o
prá cticas rituales. Así formaban parte de la religió n de la Antigua Grecia. Los investigadores modernos han
recurrido a los mitos y los estudian en un intento por arrojar luz sobre las instituciones religiosas y
políticas de la civilizació n de la Grecia, así como para entender mejor la naturaleza de la propia creació n de
los mitos.
La mitología griega aparece explícitamente en una extensa colecció n de relatos e implícitamente en las
artes figurativas como la cerá mica pintada y ofrendas votivas. Los mitos intentaban explicar los orígenes
del mundo y detallaban las vivencias y aventuras de una amplia variedad de dioses, héroes y otras
criaturas. Estos relatos fueron, originalmente, difundidos mediante la tradició n poética oral, si bien
actualmente los mitos se conocen gracias a la literatura griega antigua.
Las fuentes literarias má s antiguas conocidas, los poémas épicos de la Ilíada y la Odisea, se centraban en
los sucesos de la Guerra de Troya. Dos poemas del casi contemporá neo de Homero, Hesíodo, la Teogonía y
los Trabajos y los días, contienen relatos sobre la génesis del mundo, la sucesió n de gobernantes divinios y
épocas humanas y el origen de las tragedias de los mortales y las costumbres sacrificales. También han
sido conservados mitos en los himnos homéricos, en fragmentos de poesía épica del llamado ciclo troyano,
en poemas líricos, en las obras de los dramaturgos clá sicos del siglo V. a.C., en escritos de investigadores y
poetas helenísticos y en textos de la época del Imperio romano de autores como Plutarco y Pausanias.
Los hallazgos arqueoló gicos han supuesto una importante fuente de detalles sobre la mitología griega, con
dioses y héroes presentes prominentemente en la decoració n de diversos objetos: diseñ os geométricos
sobre cerá mica del siglo VIII a.C. representaban escenas del ciclo troyano o las aventuras de Heracles
(Hércules en Roma). En los siguientes periodos histó ricos, el arcaico, clá sico y helenístico aparecieron
escenas mitoló gicas homéricas y de otras varias fuentes para complementar la evidencia literaria
existente.
La mitología griega ha ejercido una amplia influencia sobre la cultura, el arte y la literatura de la
civilizació n occidental, y continú a siendo parte del patrimonio y lenguaje cultural. Poetas y artistan
hallaron inspiració n en ella desde las épocas antiguas hasta la actualidad, descubriendo el significado y la
relevancia contemporá neos en los temas mitoló gicos clá sicos.
VISIÓN GENERAL DE LA HISTORIA MÍTICA
Los primeros habitantes de la Península Balcá nica fueron un pueblo agricultor que, mediante el animismo,
asignaba un espíritu a cada aspecto de la naturaleza. É stos asumieron forma humana y entraron en la
mitología local como dioses. Cuando las tribus del norte invadieron la península helena trajeron un
panteó n nuevo de dioses, basado en la conquista, la fuerza, el valor y el heroísmo en un contexto de
absoluta violencia. Otras deidades má s antiguas del mundo agrícola se fusionaron con las de los má s
poderosos invasores o bien se atenuaron en la insignificancia.
En el periodo arcaico los mitos sobre relaciones entre dioses y héroes se convirtieron en algo frecuente,
indicando un desarrollo paralelo de la pederastia pedagó gica, que fue introducida sobre el 630 a.C. Para el
final del siglo V a.C. los poetas habían asignado al menos un eró meno (su compañ ero sexual adolescente) a
todos los dioses importantes salvo Ares y a muchos personajes legendarios. Los mitos previamente
existentes, como el de Aquiles y Patroclo, también fueron reinterpretados bajo una luz pederasta. Los
poetas alejandrinos primero y luego má s generalmente los mitó grafos literarios del antiguo Imperio
romano, adaptaron a menudo de esta forma historias de personajes mitoló gicos griegos.
El logro de la poesía épica fue crear ciclos histó ricos, y como resultado desarrollar un sentido de
cronología mitoló gica. De esta manera, la mitología griega se despliega como una fase del desarrollo del
mundo y el hombre. Aunque las autocontradicciones de estas historias hacen imposible una línea temporal
absoluta, sí puede discernirse una aproximada. La historia mitoló gica puede dividirse en tres o cuatro
grandes periodos:
1. Los mitos de origen o la Edad de los Dioses: eran mitos sobre los orígenes del mundo, los dioses
y la raza humana.
2. La Edad en la que hombres y dioses se mezclaban libremente: historias de las primeras
interacciones entre dioses, semidioses y mortales.
3. La Edad de los Héroes o Edad Heroica, donde la actividad divina era má s limitada. Las ú ltimas
mayores leyendas heroicas son las acontecidas en la célebre Guerra de Troya y sus consecuencias,
consideradas por algunos expertos como un cuarto periodo.
COSMOGONÍA Y COSMOLOGÍA: LA EDAD DE LOS DIOSES
Los mitos de origen o mitos de creació n representaban un intento por hacer comprensible el universo en
términos humanos y explicar el origen del mundo.
La versió n má s ampliamente aceptada en la época, si bien un relato filosó fico del comienzo de las cosas, es
la recogida por Hesíodo en su Teogonía. El comienzo se centraba en el Caos, un profundo vacío. De éste
emergieron Gea, la Tierra, y algunos otros seres divinos primordiales: el Abismo o el Tá rtaro, el É rebo y el
Amor o Eros. Sin ayuda masculina, Gea dio a luz al Cielo o Urano, que entonces la fertilizó . De esta unió n
nacieron primero los Titanes: Océano, Ceo, Crío, Hiperió n, Já peto, Tea, Rea, Temis, Mnemó sine, Febe, Tetis
y Cronos. Tras éste, Gea y Urano decretaron que no nacerían má s Titanes, de forma que siguieron los
Cíclopes de un solo ojo y los Hecató nquiros o Centimanos.
Cronos ("el má s joven, de mente retorcida, el má s terrible de los hijos de Gea") castró a su padre y se
convirtió en el gobernante de los dioses junto a su hermana y esposa Rea y los otros Titanes como su corte.
El conflicto entre padre e hijo se repetiría cuando Cronos se enfrentó a su hijo Zeus. Tras haber traicionado
a su padre, Cronos, el nuevo soberano divino, temía que su descendencia hiciese lo mismo, por lo que cada
vez que Rea daba a luz un hijo, él lo secuestraba y lo engullía. Rea lo odiaba y lo engañ ó escondiendo a Zeus
y envolviendo una piedra en pañ ales que Cronos tragó . Cuando Zeus creció , dio a su padre una droga que
lo obligó a vomitar a sus hermanos y a la piedra, que habían permanecido en el estó mago de Cronos todo
el tiempo. Zeus luchó entonces contra él para conseguir el trono de los dioses. Al final, con la ayuda de los
Cíclopes, los cuales liberó del temible Tá rtaro, Zeus y sus hermanos consiguieron la victoria, condenando a
Cronos y los Titanes a la prisió n del Tá rtaro.
Zeus sufrió la misma preocupació n y, después de que le fuese profetizado que su primera esposa Metis
daría a luz un dios "má s grande que él", se la tragó . Sin embargo, Metis ya estaba encinta de Atenea y esto
lo entristeció hasta que ésta salió de su cabeza, adulta y vestida para la guerra. Este "renacimiento" de
Atenea fue usado como excusa para explicar por qué no fue derrocado por la siguiente generació n de
dioses, al tiempo que explica su presencia. Es probable que los cambios culturales ya en progreso
absorbiesen el arraigado culto local de Atenea en Atenas dentro del cambiante panteó n olímpico sin
conflicto porque no podía ser derrocado.
EL PANTEÓN GRIEGO
Segú n la mitología clá sica, tras el derrocamiento de los Titanes el nuevo panteó n de dioses y diosas fue
confirmado. Entre los principales dioses griegos se encontraban los olímpicos, residiendo sobre el monte
Olimpo bajo la mirada de Zeus. Aparte de estos, los griegos adoraban a diversos dioses rupestres, al
semidió s rú stico Pan, las ninfas (ná yades que moraban en las fuentes, las dríades en los á rboles y las
nereidas en los mares), dioses-río, sá tiros y demá s. Ademá s, había poderes oscuros del inframundo, como
las Erinias o Furias, que se decía que perseguían a los culpables de crímenes contra los parientes.
En la amplia variedad de leyendas que formaban la mitología griega, las deidades que eran nativas de los
pueblos griegos se describían como esencialmente humanas pero con cuerpo ideales. Con independencia
de sus formas esenciales, los antiguos dioses griegos tenían muchas habilidades fantá sticas, siendo la má s
importante ser inmunes a enfermedades y poder resultar heridos só lo bajo circunstancias altamente
inusuales. Los griegos consideraban la inmortalidad como característica distintiva de los dioses;
inmortalidad que, al igual que la eterna juventud, era asegurada mediante el constante uso de néctar y
ambrosía, que renovaba la sangre divina en sus venas.
Cada dios descendía de su propia genealogía, perseguía intereses diferentes, tenía una cierta á rea de su
especialidad y estaba guiado por una personalidad ú nica; sin embargo, estas descripciones emanan de una
multitud de variantes locales arcaicas, que no siempre coincidirían entre ellas. Cuando se aludía a estos
dioses en la poesía, la oració n o los cultos, se hacía mediante una combinació n de su nombre y epítetos,
que los identificaban por estas distinciones del resto de sus propias manifestaciones. Por ejemplo, Apolo
Musageta era Apolo como jefe de las musas. Alternativamente el epíteto puede identificar un aspecto
particular o local del dios, a veces se cree que arcaico ya durante la época clá sica de Grecia.
La mayoría de los dioses estaban relacionados con aspectos específicos de la vida. Por ejemplo, Afrodita
era la diosa del amor y la belleza, mientras Ares era el dios de la guerra, Hades de los muertos y Atenea de
la sabiduría y el valor. Algunas deidades como Apolo y Dionisos revelaban personalidades complejas y
mezcolanza de funciones, mientras otros como Hestia (literalmente "hogar") y Helios (literalmente "sol")
eran poco má s que personificaciones.
Los templos má s llamativos e impresionantes tendían a estar dedicados a un nú mero limitado de dioses,
que fueron centro de grandes cultos panhelénicos. Era, sin embargo, comú n en muchas regiones y
poblaciones que dedicasen sus propios cultos a dioses menores. Muchas deidades también honraban a los
dioses má s conocidos con ritos locales característicos y les asociaban extrañ os mitos desconocidos en los
demá s lugares. Durante la era heroica, el culto a los héroes o semidioses complementó a la anterior.
LOS ORÍGENES DEL MUNDO SEGÚN LA MITOLOGÍA GRECOLATINA. LOS ORIGENES
EL CAOS
Al principio del mundo, segú n algunos antiguos autores, toda la naturaleza no era sino una masa informe
conocida como Caos. Los elementos actuan en confusió n: el Sol no emitía luz, la tierra no estaba
suspendida en el espacio, el mar no tenía riberas. El frío y el calor, la sequía y la humedad, los cuerpos
pesados y los cuerpos ligeros se confundían y chocaban, hasta que un dios luchó por separar el cielo de la
tierra, la tierra del agua y el aire má s puro en el má s denso. Una voluntad omnipotente plasmó el globo,
formó la fuentes, los estanques, los lagos y los ríos; los campos dilató , los á rboles cubrió de hijas, montañ as
levantó y abrió para crear valles. Los astros brillaron en el firmamento, los peces surcaron las aguas, los
cuadrú pedos habitaron la tierra, los pá jaros, volando, iniciaron sus armoniosos trinos. Así creo el universo
y los dioses velaron por su conservació n.
CLASES DE DIOSES
 Los grandes dioses o dioses superiores. 22 en total, solamente doce formaban la corte celestial en la
que deliberaban. Entre las diosas se encontraban Vesta o Cibeles, Juno, Ceres, Minerva, Venus y
Diana; entre los dioses, Jú piter, Neptuno, Vulcano, Marte, Apolo y Mercurio. Los otros diez, llamados
selectos o dioses escogidos compartían con las doce divinidades mayores el privilegio de ser
esculpidos en oro, plata y marfil. É stos eran el Cielo o Urano, Saturno, Plutó n, Baco, Jano, las Musas,
el Destino y Temis.
 Los dioses inferiores o de segundo orden se dividían en dioses campestres, dioses del mar, dioses
domésticos y dioses alegó ricos.
 Héroes o semidioses eran hombres nacidos de la unió n de un dios y una mujer mortal o de un
mortal y una diosa (como Hércules, Pó lux o Eneas), denominació n que se extendió má s tarde a los
hombres que por acciones relevantes merecieron ser admitidos en el cielo, después de su muerte.
TITANES: LA CAÍDA DE LOS TITANES.
De la unió n entre Gea, la tierra, y Urano, el cielo, nacieros diferentes criaturas: los Cíclopes, los
Hecató nquiros o Centimanos y los Titanes. É stos ú ltimos eran poderosos dioses que gobernaban el mundo
durante la llamada "Edad de Oro". En total los Titanes son doce; por un lado, seis Titanes:
 Océano, el río que cricundaba el mundo.
 Ceo, la inteligencia.
 Hiparió n, el fuego astral.
 Crío, dios de los rebañ os y manadas.
 Já peto, padre de Prometeo, ancestro de la raza humana.
 Crono - Saturno, el má s joven, rey de los dioses.
Por otro lado, seis Titá nidos:
 Tetis, diosa del mar.
 Rea, reina de los dioses (con Crono).
 Temis, el orden divino, las leyes y las costumbres, y madre de las Horas y las Moiras con Zeus.
 Mnemó sine, personificació n de la memoria y madre de las Musas con Zeus.
 Febe, la de la corona de oro.
 Tía o Tea, diosa de la vista.
Por temor a perder el poder, Urano encerró a los Cíclopes y a los Hecató nquiros en el Tá rtaro. Entonces
Gea intentó convencer a los Titanes para que se rebelasen contra su padre, pero só lo el ú ltimo de sus hijos,
Saturno, tuvo el valor de atarcarle, emasculá ndolo con una hoz que le habia facilitado su madre. Así tomó
su lugar en el mundo, pero al igual que su padre, Saturno fue destronado por su propio hijo. La lucha entre
Zeus y sus hermanos por desposeer a Saturno se conoce como la Titanomaquia, pues algunos Titanes se
pusieron al lado de Saturno mientras que otros lo hicieron por el futuro rey. El escenario, donde todos los
acontecimientos bélicos fueron acontecidos durante 10 añ os, fue Tesalia.
LA GIGANTOMAQUIA
La sangre de Urano, herido por Saturno, cayó sobre la tierra y la fecundó para crear así a los Gigantes. Eran
seres enormes de aspecto terrorífico y armados con una fuerza invencible. A pesar de tener origen divino
eran mortales, ú nicamente podian morir si se les mataba al mismo tiempo un mortal y un dios. Desde su
nacimiento, Zeus estaba continuamente amenazado por ellos y declararon la guerra al Cielo disparando
á rboles encendidos y lanzando enormes rocas. En la gran guerra que siguió , participaron todos los dioses,
apoyados por Heracles o Hércules, el mortal determinante para eliminar el peligro. La Gigantomaquia
concluyó con la victoria de los dioses del Olimpo y con la consolidacion de Jú piter en el poder.
¿Qué es la mitología?
Desde siempre, gran parte de los pueblos han explicado su concepció n del mundo dando vida a
narraciones que describían tanto los fenó menos naturales como los de la vida. En general son leyendas
transmitidas de generació n en generació n de manera oral. Durante siglos estas historias se han ido
modificando y enriqueciendo con detalles anteriormente desconocidos.
La cultura occidental ha heredado su patrimonio mitoló gico de la cultura griega, cuya fecunda imaginació n
ha interpretado los fenó menos en sentido animista y antropomó rfico. Plató n definió el mithos como "un
relato en torno a dioses y seres divinos, héroes y descendidos del má s allá ", componiéndolo al logos, el
argumentar racional y demostrable.
Los mitos son una serie de relatos que han llegado de forma fragmentaria, recogidos por estudiosos en un
ú nico corpus del que ha nacido la mitología. Todo ello tiene una alta relació n con la poesía, la literatura y
las artes. Las numerosas leyendas que tienen como protagonistas a héroes, humanos, dioses y semidioses.
En la Edad Media, estos relatos siguen arraigados en la memoria. Ni las invasiones bá rbaras ni la hostilidad
del cristianismo consiguieron anular la antigü edad pagana, que sobrevivió adoptando formas y
significados má s acordes con el periodo.
En el Renacimiento las civilizaciones clá sicas "renacen", pues nunca han sido olvidadas. La vida griega y
romana conquistó la vida cotidiana del siglo XVI, convirtiéndose en el modelo de los má s altos valores
humanos a los que aspirar. Los mitos revivieron en las pinturas y en los grandes frescos renacentistas y
barrocos. Ademá s, en este mismo período aparecen numerosos trabajos sobre mitología, imprescindibles
para los pintores, cuyo objetivo suele ser moral. Estas ideas ya arraigadas en la cultura se convierten en
fuente de inspiració n hasta principios del siglo XX. En definitiva, los relatos fueron adaptá ndose a los
nuevos tiempos sin perder su esencia.
ZEUS O JÚPITER - RAPTOS, AMORES Y DESCENDENCIA LEDA Y EL CISNE
Leda era hija de Testios, rey de Etolia. Cuando Tíndaro, rey de Esparta, fue expulsado de su reino con su
hermano, Testios lo refugió y le concedió a su hija como esposa. Zeus se enamoró de Leda al verla bañ arse
en el río Eurotas, en Esparta. É ste se presentó ante ella con aspecto de cisne, que fingiendo ser perseguido
por un á guila, se posó en ella.
Esa misma noche, después de haber estado con el dios se volvió a reunir con su marido. Así, de la doble
unió n nacieron, en dos huevos distintos, Cá stor y Clitemnestra, atribuidos a Tíndaro, y Pó lux y Helena,
hijos de Zeus.
Sin embargo, la versió n má s aceptada defiende que Zeus se convirtió en cisne para seducir a la diosa
Némesis, convertida en oca, y que ésta ú ltima puso un huevo azul que fue encontrado por un pastor y
llevado a la reina Leda. Otra versió n, en cambio, asegura que fue puesto entre los muslos de Leda por el
mensajero de los dioses, Hermes, y criados los hijos por esta, de ahí que se digan que los Dioscuros; Cá stor
y Pó lux, y Helena de Troya entre otros sean sus respectivos hijos.
EL RAPTO DE LAS HIJAS DE LEUCIPO (O LEUCIPES)
Cá stor y Pó lux, hijos de Leda, eran conocidos como los Dioscuros o "hijos de Zeus", pero en realidad só lo
Pó lux, há bil pú gil e inmortal era su hijo. Por el contrario, su hermano Cá stor, mortal e hijo de Tíndaro, era
un diestro domador de caballos. Los gemelos, ademá s de participar en numerosas empresas, son
recordados por haber raptado a Febe e Hilaria, las "leucipes", hijas del rey de Argos y hermano de Tíndaro.
Las hijas de Leucipo fueron prometidas a Idas y Linceo, sobrinos de Leucipo, quienes, después del rapto,
persiguieron a los dioscuros y se enfrentaron a ellos en una dura lucha. Cá stor murió a manos de Idas
mientras que Pó lux mató a Linceo. El propio Zeus intervino en la lucha fulminando a Idas. Desesperado
por la pérdida de su hermano, Pó lux rogó  a su padre que le dejase tener idéntico fin. Entonces, Zeus le
permitió renunciar a la mitad de su inmortalidad a favor de Cá stor. Así, los gemelos pudieron vivir siempre
juntos, un día en el Olimpo y otro en el Hades. Segú n otra versió n de la historia, Jú piter colocó a los dos
hermanos entre los astros, dando vida a la constelació n de los gemelos.
ZEUS Y LETO
Leto (en la mitología romana conocida como Latona) era hija del Titá n Ceo y de la Titá nida Febe, por lo
cual pertenece a la primera generació n divina.
Antes de seducir a Leto, Zeus habñ ia intentado violar a Asteria, su hermana, que se había escapado
transformá ndose en codorniz, arrojá ndose al mar y convirtiéndose en la isla flotante de Ortigia.
Preñ ada de Zeus, suscitó la terrible ira de Hera que, celosa, prohibió a todos los lugares de la tierra dar
hospitalidad a la muchacha y que, así, no pudiese parir. Incluso trató Hera de impedir el nacimiento
prohibiendo a su hija Ilitía, diosa de los partos, que la atendiese.
Tras un largo peregrinar, expulsada de cualquier lugar, Leto se refugió en Ortigia (que luego cambió su
nombre por el de Delos), una isla estéril, errante y lejos de la có lera de la reina de los dioses. Allí, a la
sombra de una palmera y un olivo dio a luz a Apolo y Artemisa después de un retraso de nueve días. Sus
dolores conmovieron a los dioses, que hicieron que naciese primero Artemisa para ayudar a su madre en
el alumbramiento de Apolo.
Después, la serpiente Pitó n, hija de Gea, persiguió a Leto para matarla porque su destino era hallar la
muerte a causa del parto, pero no lo consiguió y cuatro días después de nacer, Apolo mató al monstruo con
sus flechas.
Después de haber dado a luz, Leto fue obligada por Hera a huir otra vez, llevando consigo a sus hijos.
Cuando llegó a Licia, agotada por el largo vagar y por el calor, se acercó a un lago divisado a lo lejos, donde
unos campesinos recogían mimbres, juncos y algas de las humedades. Leto se aproximó al espejo del agua
y cuando estaba a punto de beber medio agachada, los campesinos se lo prohibieron. Insensibles a sus
sú plicas, la amenazaron constantemente. Ademá s de eso, empezaron a saltar en el estanque para remover
el fondo fangoso y entrurbiar el agua. Entonces, la titá nida, presa del enfado, elevó las manos al cielo
rogando que aquella gente viviese eternamente en ese estanque y todos cuantos un momento antes se
burlaban de ella fueron transformados en ranas.
Apolo y Artemisa fueron grandes protectores de su madre. Por ejemplo, mataron al gigante Ticio por
intentar violarla. También la defendieron de las burlas de Níobe.
Níobe, hiija de Tá ntalo y esposa de Anfió n, rey de Tebas, tuvo siete niñ os y siete niñ as. Un día, una adivina,
a sugerencia de los dioses, recorría las calles de la ciudad de Tebas exhortando a las mujeres a honrar a
Latona y a sus hijos, Apolo y Diana. Las tebanas estaban a punto de comenzar las ceremonias cuando Níobe
llegó , soberbia y vestida espléndidamente. La mujer del rey, después de vanagloriarse de sus orígenes
divinos, se declaró superior a Latona, que só lo había tenido dos hijos.
Por ello, incitó a las mujeres a interrumpir su culto y a volver a sus hogares. El castigo por semejante
afrenta no tardó en llegar. A petició n de su madre, Apolo y Diana bajaron a la tierra cubiertos por una nube
y mataron a todos los hijos de la reina Níobe, dispará ndoles flechas continuamente. El dolor hizo que el rey
Anfíó n se suicidase mientras que Níobe, desesperada, se transformó en piedra. El viento la arrastró hasta
su país de origen, donde de la roca siguen manando sus lá grimas.
ZEUS E ÍO
Ío era una ninfa, hija de Inaco, el dios río de Argó lida. El dios Zeus se le presentaba en sueñ os incitá ndola a
que le entregara su cuerpo en el lago de Lerna. Cuando la joven le contó lo que le ocurría a su padre, Ínaco
fue a consultar al orá culo, que le aconsejó que la expulsara de su casa o Zeus aniquilaría con un rayo toda
su estirpe. Ínaco obedeció y fingió no saber nada de su hija, pero al poco tiempo sintió un profundo
arrepentimiento y envió a Cirno para que la buscase. É ste llegó hasta Caria, y al no encontrarla se instaló
allí mismo por miedo a regresar sin cumplir su misió n. Lo mismo ocurrió con Lirco, enviado también por
Ínaco y que terminó habitando en Caria y casá ndose con la hija del rey Cauno.
Zeus se enamoró de ella y la sedujo transformá ndose en nube. Pero Hera, que sospechaba al ver la niebla
durante la luz del día, fue a buscar a su marido carcomida por los celos. É ste, para no ser descubierto y
salvar a la joven, transformó a Ío en una becerra blanca. Hera, que se jactó del engañ o, pidió al dios que se
la regalase y la confió a Argos, el famoso gigante guardiá n de los cien ojos, para que la vigilase.
Por su parte, Zeus, apiadado de la triste suerte de su amante, pidió ayuda a Hermes para que la rescatase.
El dios bajó a la tierra disfrazado de pastor y  consiguió dormir a Argos con el dulce sonido de su
instrumento. Atraído por la mú sica, Argos invitó al falso pastor a sentarse con él. Durante todo el día,
ambos conversaron mientras Hermes seguía tocando en su intento por adormecer a los numerosos ojos
del fiel servidor de Hera. Sin embargo, dichos ojos, resistiendo al sueñ o, pidieron explicaciones sobre el
instrumento musical y la forma en la que se había inventado: se trataba de la siringa. Después del relato
del dios, Argos se sumió en un sueñ o profundo. Aprovechando la situació n, el mensajero de los dioses
procedió a darle muerte con una afilada piedra, llevando a término su misió n.
En recompensa por sus servicios, Hera puso los ojos de su leal servidor en la cola del pavo real, su pá jaro
favorito, y clamó venganza. Ató a los cuernos de la ternera un tá bano que la picaba sin cesar y que la obligó
a huir corriendo por el mundo sin rumbo fijo. Así atormentada atravesó el mar Jó nico, que recibió de ella
su nombre, recorrió Iliria, Tracia y el Cá ucaso, donde encontró a Prometeo encadenado y prosiguió por
Á frica, topá ndose con las Grayas y las Gorgonas.
El final del viaje fue Egipto, donde encontró descanso y fue devuelta a la condició n de mujer por las
caricias de Zeus. De ambos nació É pafo a las orillas del Nilo. Entonces, la reina olímpica ordenó a los
curetes que le trajesen al recién nacido. Habiéndolo conseguido, fueron castigados por Zeus, que los
aniquiló por cumplir las crueles ó rdenes de su esposa. Entonces comenzó la segunda peregrinació n de Ío,
esta vez en busca de su hijo, que lo encontró por fin en Siria, donde lo amamantaba Astarté o Saosis, la
esposa del rey Malcandro de Biblos.
Ya con su hijo en brazos, regresó a Egipto, donde se casó con Telégono, que gobernaba entonces esa
regió n. Por este motivo É pafo llegó a heredar la corona del Nilo, siendo, segú n la leyenda, el fundador de la
ciudad de Menfis y el ancestro comú n de los libios, los etíopes, y de gran parte de los reinos griegos.
EL RAPTO DE EUROPA
Europa, hija del rey fenicio Agenor, solía acercarse a la playa de Tiro para jugar con sus siervas a la orilla
del mar. Un día, mientras la muchacha se entretenía, Zeus la descubrió y se enamoró de ella.
Para acercarse, el dios se transformó en un toro blanco, con aspecto dó cil y con unas astas pequeñ as y bien
torneadas y se mezcló con las reses que tenía el padre de la muchacha. Mientras Europa y su séquito
recogían flores cerca de la playa, observó profundamente maravillada al animal, que no tenía nada de
hostil.
Aunque al principio estaba atemorizada, se acercó al toro blanco, lo acarició y lo adornó con flores.
Envalentonada por la mansedumbre del animal, se montó en su grupa. Pero, inmediatamente, el dios
aprovechó la oportunidad, corrió al agua y huyó con la princesa aterrorizada. El toro llegó hasta las
proximidades de la isla de Creta, donde Europa se convirtió en madre de Minos, futuro rey, Sarpedó n y
Radamante. En la isla, Zeus donó a la muchacha al rey Asterió n como esposa.
Es má s, el rey de los dioses dio a esta mujer un collar hecho por Hefesto, forjador divino, y otros tres
regalos. Estaba, por un lado, Talos, un autó mata de bronce; por otro, Lélape, un perro que nunca soltaba su
presa y una jabalina que nunca erraba. Má s tarde, Zeus recreó la forma del toro blanco en las estrellas,
siendo conocida así como la constelació n Tauro.
ZEUS Y SÉMELE
Sémele era hija de Cadmo, fundador de Tebas, y de Harmonía. Amada de Zeus y encinta de un hijo suyo,
cayó victima de la ira insaciable de Hera quien, ofendida por el ultraje sufrido, sugirió a la muchacha que
dejase su relació n con su marido pero, al no lograr su propó sito, la castigó .
La reina de los dioses adoptó el aspecto de la nodriza Beroe, y se presentó ante Sémele. Durante la
conversació n, ambas mujeres terminaron hablando de Zeus y la falsa nodriza insinuó a la muchacha la
sospecha de que el padre de su hijo pudiera no ser el dios. Por tanto, y para despejar cualquier duda, le
aconsejó que le pidiese al rey de los dioses que se presentase ante ella en todo su esplendor, que le
demostrase todo su poder, igual que se presentaba ante Hera. Una vez en presencia de Zeus, la joven le
pidió que le concediese un don.
El dios le satisfaría cualquier deseo que tuviese, jurando por el Estigia, el río infernal que infundía temor
incluso a los dioses. Ante la petició n de Sémele, Zeus, que no podía no hacer honor al juramento, se vio
obligado de mal grado a subir al cielo y armarse de sus rayos. Una vez ante la muchacha, esta no consiguió
soportar el resplandor y murió fulminada. Dionisos, el niñ o que Sémele llevaba en el vientre consiguió
salvarse. Fue Zeus quién lo salvó y lo cosió a su muslo para que terminara su proceso de gestació n. Unos
meses después, Dionisos nació en el monte Pramnos de la isla Icaria, a donde Zeus fue para liberarlo ya
crecido de su muslo.
ZEUS Y DÁNAE
Dá nae era hija del rey de Argos, Acrisio y Eurídice, hija de Lacedemó n. Decepcionado por carecer de
herederos varones, Acrisio consultó un orá culo para saber si esto cambiaría. El orá culo había predicho a
Acrisio que sería asesinado por un nieto suyo. Teniendo la predicció n en cuenta, el rey encerró a la
muchacha en una estancia subterrá nea. Pero Zeus, totalmente encaprichado, logró entrar en aquel espacio
cerrado transformá ndose en una fina lluvia de oro y la dejó embarazada. Así, de esta unió n nació Perseo. 
Cuando descubrió lo sucedido, enfadado pero sin querer provocar la ira de los dioses matando a su nieto,
Acrisio ordenó encerrar a la madre y al hijo en un cofre y, después, arrojarlo al mar. Sin embargo, ambos
fueron salvados porque el mar fue calmado por Poseidó n a petició n de su hermano Zeus.
Alcanzaron la costa de la isla de Serifos, donde fueron recogidos por Dictis, un pescador de la isla, quien
crio a Perseo como su propio hijo.
Después de distintas peripecias (la muerte de Medusa y el rescate de Andró meda) y largo tiempo, nieto y
abuelo se reencontraron, y la profecía se cumplió : el muchacho mató por error al rey durante una
competició n de tiro de jabalina. Demasiado avergonzado para regresar a Argos, dio entonces el reino a su
tío segundo Megapentes, primo de Dá nae, y reinó en Tirinto, fundando también Micenas y Midea allí.
ZEUS Y ANTÍOPE
Una de las amadas de Zeus fue Antíope, hija del rey de Tebas, Nicteo, y mujer de extraordinaria belleza. El
padre de los dioses se unió a la joven, que estaba dormida, adoptando la forma de un sá tiro.
Para escapar de la ira paterna, pues su padre no creía que el amante de su hija fuera rey de los dioses y la
acusaba de blasfemia, la muchacha se refugió en Sició n. Allí el rey Epopeo la admitió y la desposo.
Aquella acció n supuso el principio de una guerra entre Nicteo y Epopeo. Nicteo la persiguió con su ejército
hasta la corte de Epopeo, ya que Antíope había buscado protecció n contra su padre, hecho que éste
consideró como alta traició n. La finalidad del rey de Tebas era recuperar a su hija pero fue derrotado. Lico,
hermano de Antíope sucedió a si padre derrotando a Epopeo, quien se convirtió en marido de Antípoe con
el tiempo. Así se llevó a su hermana a la capital beocia y fue tratada como una esclava.
En el camino de regreso nacieron los gemelos Anfió n y Zeto, fruto de la unió n con Zeus. Los niñ os fueron
abandonados y criados por un pastor. Al crecer y conocer la verdad de la historia de su madre, los dos
jó venes marcharon contra Tebas vengando a su madre y convirtiéndose en señ ores de la ciudad.
DIVINIDADES CTÓNICAS
En la mitología griega el término ctó nico (del griego antiguo "perteneciente a la tierra" o "de tierra) hace
referencia directa a los dioses o espíritus del inframundo. A veces también son llamados telú ricos (del
latín tellus). La misma palabra se refiere al interior del suelo má s que a la superficie terrenal o incluso a la
tierra como territorio. Ademas, evoca la abundancia y la tumba. 
Las divinidades ctó nicas pertenecen a un viejo sustrato mediterrá neo, identificado má s con Anatolia (Asia
Menor, Turquía actual). Los ciclos de la naturaleza, los de la vida y la supervivencia tras la muerte está n en
el centro de las preocupaciones.
La ciencia arqueoló gica revela especialmente en lugares de posibles santuarios y en tumbas de época
neolítica y Edad de Bronce los ídolos identificados hoy como Grandes Madres o Madres Tierra,
supuestamente relacionados con cultos a la fecundidad y fertilidad. La relació n de estos objetos con los de
otros lugares como Anatolia sugiere que esta antigua creencia asociaba esta diosa con un toro o un
cordero, tema que perduraría durante largos siglos.
En Creta, el supuesto culto a esta diosa se transformó durante el II milenio a.C. cuando aparecieron nuevos
personajes mitoló gicos como animales y plantas. Toda una multitud de demonios guiaba a los dioses, tales
como los Curetes o los Dá ctulos, que se expanderían en esta época y tendrían numerosos descendientes
(monstruos como quimeras, gorgonas, sirenas, etc.). La misma Diosa Madre se duplicaría sin duda como
madre e hija, como sería má s tarde en el caso de sus herederas Deméter (Ceres) y Perséfone (Proserpina).
EL CULTO A LAS DIVINIDADES CTÓNICAS
Algunos cultos ctó nicos practicaban el sacrificio ritual, que a menudo era realizado en horas nocturnas.
Cuando el sacrificio era una criatura viva, el animal se colocaba en un pozo o megaron (es decir, una
"cá mara hundida"). En otros cultos, por el contrario, la víctima era sacrificada sobre un altar elevado. Las
ofrendas eran, por lo general, quemadas íntegramente o enterradas en vez de ser cocinadas y repartidas
entre los devotos.
No todos los cultos ctó nicos eran griegos ni todos implicaban un sacrificio ritual: algunos realizaban
sacrificios en efigies o quemaban ofrendas vegetales.
Por ejemplo, el santuario de los Grandes Dioses de la isla de Samotracia albergaba un culto dedicado a un
panteó n de divinidades ctó nicas de las que la má s importante era la Gran Madre. Incluso en Acragas
(actual Agrigento) hay un templo dedicado a esta categoría de deidades.
Aunque estas divinidades tenían una relació n general con la fertilidad, no tenían un monopolio sobre ésta,
ni eran los olímpicos totalmente indiferentes a la prosperidad de la tierra. Así, aunque tanto Deméter
como Perséfone cuidaban varios aspectos de la fertilidad de la tierra, la primera tenía un culto típicamente
olímpico mientras que el de la segunda era ctó nico. Deméter era adorada junto a su hija con idénticos ritos,
e incluso ésta era ocasionalmente clasificada como una olímpica en la poesía y las leyendas. 
Las categorías olímpica y ctó nica no eran estrictas por completo. Algunos dioses olímpicos como Hermes y
Zeus también recibían sacrificios y diezmos en algunos lugares. Los héroes deificados Heracles y Ascelpio
podían ser adorados como dioses o héroes ctó nicos, dependiendo del sitio y la época del origen del mito.
Es má s, algunas deidades no son fá cilmente clasificables bajo estos términos. A Hécate, por ejemplo, era
costumbre ofrecerle cachorros en las encrucijadas, lo que con toda seguridad no era un sacrificio olímpico,
pero tampoco una ofrenda típica a Perséfone o a los héroes. Debido a sus funciones en el Hades, Hécate es,
sin embargo, clasificada generalmente como ctó nica.
LAS OFRENDAS GRIEGAS
Segú n el pensamiento romano antiguo, las ofrendas podían ser consideradas un "doy para que dés", es
decir, entregar algo a cambio de un favor o protecció n de los dioses a los que se le entrega. Es una forma de
regateo pero la mayoría de las veces las ofrendas son desinteresadas o simples muestras de
reconocimiento.
LAS OFRENDAS ESPONTÁNEAS
La ofrenda desinteresada puede encontrarse, por ejemplo, en el campo: pasando cerca de un templo, un
campesino depositaba espontá neamente flores. 
Ciertas ofrendas eran, sin embargo, prescritas: es el caso de la libació n (spondé), ofrenda sistemá tica de
algunas gotas de un líquido que se va a beber, gotas que se dejan caer al suelo, sobre la víctima de un
sacrificio y otra ofrenda. A menudo se trataba incluso de vino. La libació n se llevaba a cabo al menos tres
veces al día: al levantarse, al cenar y al acostarse. Permite, asimismo, atraer rá pidamente la atenció n de los
dioses, a fin de proteger una partida, siendo así un gesto apotropaico ("que aparta el mal"). Incluso,
acompañ a la firma de un tratado, así spondé, por metonimia, designa también el pacto. Puede así tener
lugar en el marco de un ritual má s codificado, como el de la invocació n a los poderes ctó nicos. Una
libació n, llamada khoé, se parece má s al sacrificio porque la bebida vertida no será consumida.
Ademá s, era posible incluso ofrecer vestidos a las estatuas que representaban a los dioses. Así, durante las
grandes panateneas, por ejemplo, se paseaban en procesió n a la estatua de Atenea, vestida con un peplos
tejido durante el añ o, en las fiestas de las Panateneas.
LAS OFRENDAS MOTIVADAS
Por otra parte, se practicaba la ofrenda, individual o colectiva, de objetos preciosos, los cuales eran
escondidos prá cticamente como un verdadero y valiosísimo tesoro. La epigrafía muestra de manera
exhaustiva ciertos tesoros, dado que su inventario tenía que ser exacto. El sacerdote saliente, debía
demostrar que no se llevaba nada y que mantenía sus cuentas (inventarios). 
Las ciudades victoriosas en tiempos de guerra practicaban este tipo de ofrenda oficial. La ciudad de Delfos
ofrece hoy en día numerosos testimonios: allí se alinean los tesoros llenos de objetos (estatuas, pinturas,
etc.) conmemorando la victoria ofrecidos por las ciudades, a lo largo de la vía sagrada. A veces las ciudades
rivalizaban entre ellas para ofrecer el tesoro má s lujoso. Es notable que durante algunos episodios
histó ricos, como la famosa guerra del Peloponeso, los tesoros ofrecidos por ciudades enemigas celebraban
victorias de griegos contra otros griegos. Así pues, la relació n con el sentimiento religioso puede a veces
parecer lejana.
Los griegos también practicaban el exvoto, objeto ofrecido en agradecimiento de alguna ayuda divina. La
costumbre concierne principalmente a las curaciones atribuidas a Ascelpio; se le ofrecía, generalmente,
una ofrenda representando el miembro curado. Los atletas, por otra parte, agradecían a los dioses su
destino con una bella estatua de ellos mismos en caso de victoria. Algunas ciudades como Olimpia tenían
emplazamientos específicos reservados a estas estatuas. De manera informal, cuando tenía lugar un
suceso inesperado (como una pesca o una caza absolutamente milagrosa) era costumbre reservar una
parte del botín para los dioses.
RITOS FUNERARIOS EN LA ANTIGUA GRECIA
Los ritos funerarios de la Antigua Grecia cambiaron con el paso del tiempo y de las costumbres propias o
asimiladas de otros pueblos, y en gran parte, a las leyes que restringían el boato y el lujo de las ceremonias.
EL DESARROLLO HISTÓRICO DE LOS RITOS FUNERARIOS
El uso má s antiguo para comunicarse con los difuntos fue el entierro. Pausanias dejó una enumeració n
exacta de los sepulcros má s distinguidos de aquéllos, diciendo que los tenían en los campos y en las orillas
del mar, en la cumbre o al pie de las montañ as.
Las urnas que contenían las cenizas eran colocadas en casas particulares y en ocasiones en los templos,
pero estos ejemplos al principio fueron raros no concediéndose esta distinció n sino a los jefes
administrativos o generales que habían defendido a la patria. El entierro en Grecia siempre estuvo en uso
má s que en toda otra parte teniendo aquellas gentes particular cuidado de llevar los cadá veres fuera de las
poblaciones. Las ciudades de Sició n, Delos y Megara, los tebanos, los macedonios, los moradores del
Quersoneso y de casi toda la antigua Hélade observaron la misma prá ctica.
Fue Ligurgo el ú nico que dio permiso para que las sepulturas se mantuviesen dentro de las ciudades, má s
concretamente en los templos y en lugares pú blicos donde el pueblo se congregaba continuamente. Pero
los legisladores má s célebres hicieron de aquella prá ctica un punto interesante en sus có digos. 
Cécrope I quiso que los muertos fueran llevados fuera de la ciudad de Atenas. Soló n adoptó y restableció
en todo su vigor este prudente reglamento de modo que hasta finales de esta repú blica no se halló en
Atenas má s que un corto nú mero de personas enterradas dentro de la polis, cuya honorífica distinció n
solamente fue concedida a algunos héroes. Só focles no encontró sepulcros en la ciudad principal del Á tica.
Servio Sulpicio Rufo a finales de la Repú blica romana no pudo conseguir que fuese en ella enterrado
Marcelo. Plantó n en su República no permite que se detinen para sepultura las tierras aptas para el cultivo
sino las arenosas, á ridas e inú tiles.
Las mismas leyes estuvieron en el mayor vigor en la Magna Grecia. Los cartaginenses encontraron
sepulcros construidos en las afueras de la ciudad de Siracusa. Los tarentinos siguieron los mismos estilos
pero habiendo en una ocasió n consultado el orá culo, éste respondió que serían má s felices si cum publibus
habitarent. 
El sentido verdadero era que activasen los medios de aumentar la població n, mas ellos creyeron que
interpretaban bien el sentido del orá culo permitiendo enterrar a sus muertos dentro de la ciudad. Sin
embargo, toda la doctrina religiosa se diría a observar las leyes que ordenaban llevar los cadá veres lejos
de las estancias. Así fue que hasta los generales defensores de la patria, los soldados que habían sacrificado
su vida para el mismo noble fin, tuvieron sus sepulcros en los mismos campos de batalla: por ejemplo,
Homero, primer poeta épico, fue enterrado en un picadero. Arquímedes, terror de romanos y defensor de
Siracusa, fue dejado en una campiñ a cerca de su patria. Lisandro, que aseguró la superioridad de
Lacedemonia sobre Atenas, su rival, fue enterrado en un campo cerca de Aliate.
LEYES REGULADORAS
Cuando los cadá veres de los héroes y de grandes hombres no eran enterrados en las poblaciones se
redujeron las posibilidades de reflejar una imagen de relevancia social, dá ndose así una menor distinció n
social. No sirve decir que en aquellas remotas ciudades se hacía poco caso a los sepulcros, porque en
ningú n otro tiempo los hombres habían tenido tanto cuidado sobre este particular "lujo".
Ciceró n conoció el sepulcro de Arquímedes por varios adornos que se encontraban en él. El lujo, el buen
gusto y la magnificencia de los sepulcros eran tan sumamente llamativos y relevantes entre los griegos y
romanos, que las leyes tuvieron que restringir varias veces semejantes excesos.
Plató n en sus escritos prohibía la construcció n de los sepulcros cuyo trabajo no pueda ser concluido por
cinco hombres en el espacio de cinco días. Soló n quiso que los atenienses fuesen construidos dentro de
tres días por diez hombres. Demetrio de Falero proscribió el lujo de las columnas y determinó la capacidad
de los sepulcros. La ley de las XII Tablas de los romanos ordenando que las hogueras y los sepulcros fuesen
llevados fuera de las ciudades, prevenía por medio de prudentes reglamentos el lujo que habría podido
introducirse en éstos.
LA ORACIÓN
Una de las maneras de contactas con los dioses era la oració n. É sta requería antes que nada la verdadera
pureza, es decir, una cierta limpieza (un lavado de manos), una apariencia decente basá ndose en una
indumentaria adecuada y la ausencia del estado de mancha. De hecho, el respeto hacia el ritual se volvía
sumamente exagerado pero necesario. Por regla general se rezaba siempre antes de cualquier acció n
ritual.
La oració n podía ser una petició n expresa o una simple llamada a un dios. No era en ningú n caso una
oració n silenciosa: las palabras que, pronunciadas en voz alta, cuentan y dicen solamente theó s ("dios"),
siendo así una forma efectiva de invocació n. Permanecer de pie para acercarse al Olimpo, con la mano
derecha o las dos levantadas, la palma dirigida hacia los dioses (cielo, mar, estatuas, etc.). Para llamar a las
divinidades ctó nicas, en cambio, había que prosternarse o golpear el suelo. Arrodillarse para rezar era
considerado una forma de superstició n.
La petició n hacia una deidad también podía resurgir como una maldició n, la de un simple enemigo o la de
sí mismo cuando se prestaba juramento. En este ú ltimo caso se maldecía para anticipar el caso de que no
se respetase su palabra. Jurar sobre Estigia era la forma de juramento de naturaleza religiosa má s
poderosa.
OTROS ASPECTOS DE LA RELIGIÓN EN LA ANTIGUA GRECIA
La antigua religió n griega es conocida gracias a tres tipos de fuentes (orden literario, epigrá fico y
arqueoló gico). Reposa sobre un conjunto complejo de prá cticas de la antigü edad griega, por lo que no debe
ser confundida con la mitología helena, que describe los mitos propios del mundo griego, que no estaban
forzosamente ligados al sentimiento religioso pero podían tener cierta esencia literaria. La religió n, en
cambio, suponía el interés por los ritos y otras prá cticas ceremoniales tradicionales.
La religió n no era un asunto de creencia privada. Era ante todo pú blica y concernía a la comunidad, de
donde surgieron sus importantes implicaciones con la vida política. De hecho, no se relegaba a ciertas
esferas de la vida cotidiana pero podía concernir a todos sus aspectos.
Los griegos no establecían verdaderamente diferencias entre el dominio religioso y el profano: cada
momento de la vida podía estar acompasado por un rito má s o menos formal, una oració n, una prá ctica
religiosa.
FE, PIEDAD E IMPIEDAD
Mientras que los mitos griegos son célebres, su religió n es bastante menos conocida. Una de las razones de
esta extrañ a paradoja es la ausencia de testimonios directos que se pronuncien sobre la naturaleza real de
la fe y del sentimiento religioso. En un sentido, es imposible afirmar directamente que los griegos creían
en sus leyendas mitoló gicas y otorgaban un crédito real a sus prá cticas. Sin embargo, hay dos hechos
asegurados por los escritos: por un lado, el contenido de los mitos era aceptado por los griegos de la
época; por otro lado, la piedad, y no la fe, era totalmente real.
La religió n griega no parece haber requerido una adhesió n profunda en un dogma, que no existe ademá s,
sino el simple respeto a los ritos. 
Los términos griegos clave eran la piedad (eusébeia) y la impiedad (asébeia). Sin dogma, la noció n de
piedad es difícil de percibir. La impiedad, por el contrario, lo es menos. Se la entiende como una ausencia
de respeto a la consideració n de los ritos de la polis, considerada como un crimen merecedor de denuncia
ante los tribunales. Así, hay que suponer que los fieles de una nueva religió n o de un dios nuevo que
deseaban practicar su culto debían pedir autorizació n, cosa que sería sometida a voto. Por ejemplo, a
Só crates (469 - 399 a.C.) lo condujo a la pena capital, pronunciada por la ciudad ateniense.
Se puede, pues, definir la piedad griega como el respeto en su justa medida, el conocimiento de los límites
a no franquear el respeto a las leyes divinas. Se trata, ante todo, de respetar las tradiciones de los
ancestros y de otorgar a los dioses lo que se les debe en forma de ofrendas, oraciones u de otra manera,
pudiéndose cumplir los ritos sin conocer el significado profundo. La oració n es, ante todo, cívica (el cargo
de sacerdote, salvo en raros casos, es civil y que no existe el clero) y cada ciudad está protegida por una
deidad tutelar. Faltar al respeto es arriesgarse a que cese de asegurar esta protecció n, peligro que
concernirá a todos los ciudadanos.
LO SAGRADO
Lo sagrado en tanto que tal no existe en la religió n griega. Tres nociones cercanas, no obstante, son dadas a
conocer, y no conviene confundir.
 Hierós.
Este término remite a las cosas que permiten la aplicació n de las condiciones necesarias par ala realizació n
del rito. Se trata de formas casuales o circunstanciales, y no esenciales, de lo sagrado. Así, un lugar puede
volverse sagrado al tiempo de una ceremonia (el lugar de un sacrificio), incluso un objeto de la vida
cotidiana (el cuchillo para degollar a la víctima sacrificial) o incluso un hombre (el oficiante).
En efecto, el sacerdote (hiereús) no es un hombre fuera de la sociedad civil. El clero no era una casta social,
sino una funció n administrativa de la sociedad griega. A menudo, el sacerdote, efectivamente, no es má s
que un funcionario sacado a suerte o elegido para un añ o. El sacerdocio aparece como un cargo del Estado,
esencialmente efímero. Durante su mandato, el sacerdote no es investido de sus funciones má s que
durante los actos litú rgicos, y no fuera de estos momentos. No existe, ademá s, un clero griego jerarquizado
y organizado como una institució n autó noma.
 Hágios.
Este concepto podría ser traducido por el adjetivo santo. Caracterizaba lo que era definitivamente alejado
de la vida cotidiana y del mundo comú n por su pureza, oponiéndose así a hierós. Es notable que sea el
término que se usa en griego moderno para designar a los santos cristianos. 
 Hósios.
Este ú ltimo término connotaba la idea de permisió n. Es lo que está prescrito o permitido por la ley divina. 
LO PURO Y LO IMPURO
En la religió n griega, la pureza (katharós) no es moral sino material. Su importancia es capital porque no
se puede participar en los ritos y penetrar en un témenos, santuario o no, má s que en estado de pureza. En
este aspecto, el islam está muy pró ximo de la religió n griega. Puro es sinó nimo, ademá s, de limpio. Se
comprende por qué, en algunos ritos, el lavado de manos estaba prescrito. Las nociones de pureza y de
impureza dependen eternamente del contexto: tal objeto considerado puro puede ser impuro en otro
contexto.
En el caso de la sangre, que no es ni pura ni impura, todo depende del rito considerado. La sangre de la
víctima sacrificada es pura, la de un muerto caído en tierra, impura. Es por esta ú ltima razó n que todo
aquel que matase a alguien, sea mortal o no, debe ser "lavado" de su mancha tras el combate, incluso si era
legal o en interés de la polis. De la misma manera, la muerte de un allegado es fuente de mancha, lo que
impide asegurar el cargo de sacerdote, de participar en ciertas ceremonias y de penetrar en un  témenos. Se
encuentran restos de este informe ambiguo de la sangre en las historias mitoló gicas:
 Orestes, después de haber vengado con sangre la muerte de su padre Agamenó n (lo que se
consideraba su deber), debe expiar su mancha siendo perseguido por las Erinias. Esto no acontece má s
que después de una absolució n por parte de Atenea y tras una colecta impuesta por Apolo, siendo así
lavada la sangre de sus víctimas y encontrando el reposo de las Furias.
 La isla de Delos, entonces errante, fue la ú nica tierra en acoger a Leto, madre de Apolo y Artemisa,
para que allí diese a luz. Hera, en efecto, una vez má s engañ ada por su esposo Zeus, padre de los gemelos
de Leto, había prohibido a cualquier tierra acaparar a su "rival". Convertida en la cuna de los dos dioses, se
otorgó a Delos la inmovilidad y la isla se volvió sagrada. Para hacerla exenta de toda mancha, se decretó
que estaba prohibido nacer o morir allí; se fue hasta allí para exhumar los cadá veres enterrados en la isla
con anterioridad a fin de garantizar la pureza.
 Apolo debió , tras haber matado a Pitó n, purificarse de su muerte. Es por este acto violento que el
dios fundó una de las ciudades má s piadosas del mundo griego.
DEFINICIÓN DE LA RELIGIÓN EN LA ANTIGUA GRECIA
La religió n de la Antigua Grecia abarcaba la colecció n de creencias y rituales practicados en la Antigua
Grecia en forma de prá cticas culturales, homó logas de la mitología. Por otra parte, en el mundo heleno, la
prá ctica religiosa variaba tanto que se podía hablar de "religiones griegas".
Fundamentalmente, la religiosidad griega fue plasmada en el á mbito pú blico como una religió n cívica, muy
ligada a la vida de las polis griegas y, en lo privado, como una prá ctica religiosa de mú ltiples caminos que,
con el paso del tiempo, fue apartá ndose cada vez má s de los dioses oficiales de la ciudad-estado para
acercarse a creencias, anhelos o temores má s íntimos de un individuo.
Como todas las antiguas religiones, la religió n de los antiguos griegos abordaba el asunto de las relaciones
de los hombres con el má s allá desde una prá ctica piadosa muy diferente a la que caracterizó a las
religiones monoteístas, que contemplan la salvació n como la má xima preocupació n. 
Las prá cticas culturales de los griegos se extendieron má s allá de la Grecia continental, a las islas y costas
de Jonia (en Asia Menor), a la Magna Grecia (Sicilia e Italia meridional), y a las colonias griegas dispersas
por el Mediterraneo occidental. Así pues, ejemplos griegos moderados son el culto y las creencias etruscas
y la religió n romana.
EL COMIENZO DE LA RELIGIÓN EN LA GRECIA ANTIGUA
Hay una creencia generalizada entre los eruditos de que la primera de las religiones griegas provino de, o
estuvo muy influenciada por el chamaismo de las estepas centrales del continente asiá tico hasta la colonia
griega de Olbia (Escitia), en la orilla norte del Mar Negro, y de allí hacia occidente.
La antigua sociedad griega no conocía la religió n con los mismos pará metros definitorios que se conoce
comú nmente hoy en día. Los conceptos que nos sirven para describir los fenó menos religiosos
contemporá neos no está n adaptados para el aná lisis de lo que era para los griegos lo divino.
En la antigua Hellas lo esencial de las creencias y de los ritos se estructuró en la É poca Arcaica (siglos VIII -
VI a.C.). La base para ello fue una forma de organizació n política bastante particular: la polis o ciudades-
estado independientes con características propias, que tuvo como consecuencia directa el
redescubrimiento y la difusió n de la escritura (800 - 700 a.C.). 
A partir de este momento aparecieron los personajes dominantes de la religió n griega. Se dio así un
politeísmo de nuevas divinidades, de dioses antropomó rficos provistos de atributos que los caracterizaban
de forma permanente (rayo, tridente, arco y flechas, égidas, etc.), gozando de poderes pletó ricos, teniendo
sectores de intervenció n, modos de acciones propias, y dotadas de mitos. Pero cada una de estas deidades
no existe má s que por los lazos que las unes con el sistema divino global.
Los griegos honraban principalmente a los dioses (theoi) y a los héroes, la mayoría de ellos considerados
semidioses. Cada uno de ellos podía ser invocado bajo diversos aspectos en funció n del lugar, del culto y de
la funció n que cumplía. Estas divinidades dotadas de poderes sobrenaturales, bajo el mismo nombre
podían presentar una multitud de aspectos. Los epítetos cultuales (las epíclesis), señ alaban su naturaleza y
su á mbito de intervenció n: Zeus era Kéraunos ("tonante"), Polieo ("guardiá n del orden político, de la
polis"), Horkios ("garante de los juramentos y de los pactos"), Ktésios ("protector de la
propiedad"), Herkeios ("guardiá n del cercado"), Xenios ("protector de los huéspedes y de los extranjeros".
COSMOGONÍA
Para los griegos los dioses no se encontraban en el exterior del mundo. Ellos no habían creado ni al
universo ni a los mortales, pero si se habrían creado a si mismos. No habían existido desde siempre, no
eran eternos, sino só lo inmortales. Nacidos unos de los otros y siendo muy numerosos, los dioses
formaban una extensa familia, una sociedad fuertemente jerarquizada.
Esta imposibilidad de morir se traducía en un estilo de vida verdaderamente particular. Se alimentaban
con ambrosía, una sustancia sumamente deliciosa, nueve veces má s dulce que la miel, de néctar y del
humo de los sacrificios religiosos que los mortales les concedían. No corría sangre alguna por sus venas,
sino el icor. Estaban sometidos sin excepció n alguna al Destino e intervenían constantemente en los
asuntos humanos. 
El nombre de la mayoría de deidades aparece en tablillas de la civilizació n micénica, después en los textos
homéricos y en los escritos de Hesíodo.
Ademá s, parece ser que el panteó n griego estaba ya constituido en el siglo VIII a.C. A finales de este siglo,
Hesíodo, un poeta beocio en su Teogonía presentó una ordenació n de los ritos y de los mitos relativos al
nacimiento del mundo divino. Redactaba así una historia de sucesió n de las generaciones divinas que al
término de los mú ltiples conflictos por la soberanía desembocaba en la colocació n de los dioses del Olimpo
alrededor de la figura de Zeus, el padre de los dioses, el soberano absoluto de los cielos.
Se trataba, en primer lugar, de hacer nacer el mundo (kosmos) a partir de tres poderes: el Caos ("el vacío
que ocupa un hueco", Gea (la Tierra) y Eros ("la renovació n"), quienes dieron, cada uno, nacimiento a otros
poderes de manera absolutamente independiente.
 De la unió n de Gea, la Tierra, y de Urano, el Cielo, nacieron los Titanes (siendo el má s joven y
poderoso de todos ellos Cronos), los tres Cíclopes y los tres Hecató nquiros de cien manos.
 Cronos castró a su padre y reinó con Rea, su hermana, sobre los demá s dioses. Para que ninguno de
sus hijos le sucediese quitá ndole el poder los tragaba nada má s nacer.
 Sin embargo, Zeus escapó de estas terribles intenciones y una vez adulto obligó a su padre Cronos a
vomitar a sus hijos, lo destronó y lo incitó , con la generació n de sus hermanos (los llamados Olímpicos) a
un combate contra los Titanes (la llamada Titanomaquia).
 En adelante, los dioses se organizaron esencialmente en torno a Zeus, soberano del Olimpo (del
cielo, de la regió n etérea donde los dioses vivían), quien repartió  a suertes el mundo con sus hermanos.
Mientras el rey de los dioses gobernaba los cielos, Hades era el soberano del inframundo y Poseidó n el rey
de los mares. Luego repartió entre los demá s Olímpicos todos los honores (timai) e inauguró un reinado de
justicia y paz.
Por otra parte, los relatos míticos, tales como los del propio Hesíodo, explicaban las prá cticas culturales
(sacrificios, fiestas y competiciones) y los ritos que acompañ aban la vida social y política del momento. Así
pues, justificaban las reglas fundamentales que regían la colectividad, las volvían inteligibles a los hombres
y aseguraban su perennidad.
LA PIEDAD EN LA ANTIGUA GRECIA
En la antigua sociedad helena la religió n estaba completamente imbricada en todos los dominios de la vida
(familiar, pú blica y social). La oposició n entre lo "profano" y lo "sagrado", los límites establecidos entre lo
"laico" y lo "religioso" eran inciertos. Los gestos, comportamientos y ritos de la vida familiar, social y
política casi siempre compartían un aspecto religioso.
La religió n griega no se apoyaba en ninguna revelació n. La ciudad no conocía ni instituciones que
dirigieran la religió n ni dogma. Las conductas religiosas, la piedad (eusébeia, respeto de las obligaciones
hacia los dioses) e impiedad (asébeia, ausencia de respeto a las creencias y a los rituales comunes de los
ciudadanos) no tenían un cará cter definido o rígido. La piedad parece haber sido el sentimiento que tenía
un grupo o un individuo, algo como ciertas obligaciones.
En primer lugar, las obligaciones de la comunidad concernían al respeto a la tradició n ancestral. Las del
individuo eran, en cambio, multiformes. La participació n en los cultos de la polis, la abundancia de
ofrendas en los santuarios dedicados a diferentes deidades, la devoció n hacia la muerte de los parientes y
las divinidades protectoras de la familia, la generosidad para permitir que los rituales se desarrollaran en
las mejores condiciones, son ejemplos de manifestació n de piedad.
En general era considerado impío todo lo que iba en contra de la tradició n. En materia de la religió n sería
toda innovació n: la introducció n en la ciudad de dioses que no eran oficialmente aceptados, las
concepciones que ponían en duda las creencias tradicionales, la modificació n de ritos ancestrales,
cualquier atentado contra la integridad del patrimonio divino (como por ejemplo el robo de un templo, la
mutilació n o el cultivo de á rboles sagrados), toda profanació n, imitació n o falsificació n de alguna
ceremonia, las violencias cometidas contra los sacerdotes de un culto, etc.
La piedad no era la expresió n de un sentimiento de relació n directa e íntima con una divinidad. No era só lo
la observació n escrupulosa y estricta de los ritos prescritos. Ser piadoso era creen en la eficacia del
sistema de representaciones establecidas por la ciudad para organizar las relaciones entre los mortales y
los dioses, y también participar en ellas activamente.
LA FUNDACIÓN DE ATENAS
Atenea fue la diosa patrona de la magnífica ciudad de Atenas después de haber competido con el dios de
los mares, si bien éste siguió siendo una presencia luminosa en la Acró polis bajo la forma de sus sustituto,
Erecteo, rey mítico de la polis. En la fiesta de disolució n al final del añ o en el calendario ateniense, las
Esciroforias, los sacerdotes de Atenea y el de Poseidó n iban en procesió n bajo palio hasta la ciudad de
Eleusis.
El llegar a ser patró n de la ciudad suponía una competició n directa entre las divinidades interesadas en
Atenas. Así, ambos acordaron que cada uno haría un regalo a los atenienses, luego siendo éstos quienes
elegirían a la deidad que prefiriesen como protectora. Poseidó n golpeó el suelo con su só lido tridente e
hizo brotar una abundante fuente, que les dio agua para beber y regar los cultivos. Mientras, Atenea
ofreció un olivo.
Los atenienses, o mejor dicho, su rey Cércrope, escogieron a Atenea como patrona, pues el á rbol daba
madera, aceite y alimento. Después de esto, enfurecido como nadie por su derrota, Poseidó n envió una
monstruosa inundació n a la llanura á tica, castigando así a todos aquellos que no lo aceptaron. La
depresió n creada por el tridente del dios de los mares estaba llena de agua marina y rodeada por la
entrada norte del Erecteió n, permaneciendo abierta al cielo: "en los cultos, Poseidón era identificado con
Erecteo [...] el mito transforma esto en una secuencia temporal-causal: en su enfado por la derrota, Poseidón
dirigió a su hijo Eumolpo contra Atenas y mató a Erecteo" de acuerdo con las palabras de Burkert.
El concurso entre Atenea y Poseidó n fue el tema de relieves en el frontó n oeste del Partenó n, la primera
vista que tenía el visitante cuando llegaba. Aun derrotado, resulta interesante señ alar que en su culmen
Atenas fue una importante potencia marítima, llegando a derrotar a la flota persa en la famosa batalla de
Salamina.
GENEALOGÍA Y DESCENDENCIA
Con su esposa Anfítrite tuvo a Roda y Tritó n. Sin embargo, Poseidó n fue padre de muchos héroes bastante
conocidos, entre ellos el afamado Teseo segú n algunas versiones.
Una mujer mortal llamada Tiro estaba casada con Creteo, con quien tenía un hijo llamado Aesó n. Pero esta
bella joven amaba a Enipeo, un dios-río. Tiro lo perseguía aunque él rehuía sus avances. Un día Poseidó n,
lleno de deseo hacia la joven muchacha obsesionada, se disfrazó como Enipeo y de su unió n con ella
nacieron los héroes Pelias y Neleo.
Á lope también fue otra de sus aventuras, su nueta por Cerció n, de la que nació el célebre héroe á tico
Hipotoonte. Cerció n enterró viva a su hija pero el rey de los mares la convirtió en una fuente cerca de
Eleusis.
Poseidó n rescató a Amimone de un lujurioso sá tiro y entonces tuvo a Nauplio. Tras violar a Céneo,
Poseidó n le concedió el deseo de convertirse en hombre.
No obstante, no todos los hijos de Poseidó n fueron simples mortales. En un mito arcaico Poseidó n
persiguió una vez a su hermana Deméter. É sta rechazó repetidamente sus avances, transformá ndose en
una yegua para poder esconderse en un rebañ o de equinos. Pero el dios advirtió el engañ o, se convirtió en
un semental y la violó . Se decía, pues, que el hijo de ambos fue un caballo llamado Arió n, que tenía el
fantá stico don de la palabra. 
Por otro lado también fue su descendiente el Vellocino de Oro, que nació de la relació n con Teó fane, tras
convertir a ésta en una oveja y transformarse él en un fornido carnero. 
Poseidó n también violó a Medusa en el suelo de un templo consagrado a Atenea. Medusa fue entonces
transformada en un monstruo por la patrona de Atenas. Cuando má s tarde fue decapitada por Perseo,
Crisaor y Pegaso emergieron de su cuello. Otros descendientes de Poseidó n fueron el cíclope Polifemo y
los Aló adas.
LAS MUSAS
Hijas de Zeus y Mnemosina, las Musas son nueve hermanas fruto de nueve noches de amor. Con sus voces
suaves alimentaban el corazó n y la mente de los dioses, haciéndoles olvidar cualquier aflicció n: de hecho,
se las considera las divinidades inspiradoras del canto, aunque también de los distintos géneros poéticos,
de las artes y de toda actividad intelectual.
Desde siempre fueron invocadas por los poetas como inspiradoras de sus versos, y todos aquellos que
osaban desafiarlas encontraban un desagradable fin. Con los ropajes de divinidades del canto, está n
vinculadas a Apolo, el dios del arte y de la mú sica por excelencia, que dirige su coro. 
Segú n la tradició n má s extendida, a cada musa se le atribuye un arte en particular:
 Calíope, la poesía épica.
 Clío, la historia.
 Polimnia, los himnos heroicos.
 Euterpe, la mú sica lírica.
 Terpsícore, la danza.
 Erato, la poesía amorosa.
 Melpó neme, la tragedia.
 Talía, la comedia y la poesía idílica.
 Urania, la astronomía.
La estatua representa a Urania, "la Celeste", sedente. La musa lleva puesto un quitó n y tiene un manto en el
regazo. En la mano derecha empuñ a un estilo, una especie de bastoncito, generalmente de hueso o de
meta, con un extremo afilado, utilizado en la antigü edad para escribir en las tablillas de cera. En la mano
izquierda sujeta un globo, haciendo así referencia a la astronomía.
Calíope o Caliopea, "la de la bella voz", es la musa de la poesía épica. En la escultura aparece sentada sobre
una roca, lleva un quitó n de media manga mientras que sobre las piernas tiene un manto. En las manos
tiene sus atributos característicos, una tablilla y un estilo.
Polimina, "de los muchos himnos", es la musa de los himnos sublimes. Es normal que cuando aparezca
retratada no aparezca con atributos característicos. La musa, en actitud pensativa y soñ adora, aparece
envuelta en un manta que le cubre todo el cuerpo y apoyada en una pilastra. Precisamente, su
característica postura, comparada con otros tipos iconográ ficos, ha permitido reconocerla.
Talía sedente en un trono dorado, profusamente decorado con gemas, lleva en la mano derecha un arbusto
con uvas doradas y en la izquierda una rosa. A los lados del trono se encuentras dos grandes lirios,
emblema directamente vinculado al comitente de la obra. Talía, cuyo nombre significa "la floreciente", es la
musa de la comedia y de la poesía idílica, pero adopta en esta pintura el aspecto de una divinidad de la
vegetació n. Una vez má s, el artista se remite a los documentos humanistas coetá neos segú n los cuales la
musa, en el á mbito de la agricultura, habría ideado la plantació n de los cmapos.
EOS O AURORA
Aurora es, junto a Sol y Luna, hija de Hiperió n y Tea. La diosa representa la primera luz del día y,
cotidianamente, sube a su carro tirado por caballos alados esparciendo pétalos de rosa a lo largo de su
camino para anunciar la llegada del sol. Se le atribuyen numerosos amantes, entre los que se recuerda a
Orió n, Céfalo y Titono, que se convirtió en su esposo. La leyenda cuenta que, durante un periodo, Aurora
estuvo unida a Marte Generando la ira de Afrodita, que la castigó condená ndole a estar siempre
enamorada pero no ser feliz jamá s.
AURORA Y TITONO
Titono era hijo de Laomedonte y hermano de Príamo. Fue el amado de la diosa Aurora y padre de el hijo de
ambos, Memnó n, príncipe de los etíopes, asesinado por Aquiles bajo las murallas de la legendaria ciudad
de Troya durante la larga guerra. En virtud del gran amor que profesaba por su esposo, la diosa logró
conseguir para él de Zeus la inmortalidad, el don má s ambicioso, olvidando pedir al mismo tiempo la
eterna juventud. Por ello, Titono fue obligado a envejecer sin fin y su cuerpo se fue empequeñ eciendo cada
vez má s hasta que Aurora lo metió , como a un niñ o, en un cesto de mimbre. Sin embargo, la diosa se
compadeció del hombre y decidió transformarlo en cigarra.
HESTIA O VESTA Y LAS VESTALES
Vesta (en Roma) o Hestia, hija de Saturno y Rea, y hermana de Zeus y Hera, pertenece al grupo de los doce
grandes dioses olímpicos. Es la diosa del hogar doméstico y guardiana de la vida privada y familiar en
general. En Roma, Vesta era considerada la protectoria del Estado -una gran familia-, y a ella le dedicaban
sacrificios có nsules, pretores y dictadores antes de asumir sus respectivos cargos pú blicos. En el interior
del santuario de la diosa no estaban sus imá genes, sino un fuego sagrado que se mantenía constantemente
encendido y vigilado por las Bestales. Si el fuego se apagaba, se consideraba un presagio infausto.
Las Vestales eran las sacerdotisas vírgenes que dependían de la má xima autoridad religiosa, el pontifex
maximus. Las jó venes gozaban de notables privilegios, pero también tenían numerosos deberes, entre ellas
la de mantenerse vírgenes durante toda la duració n de su cargo, regla inviolable bajo pena de ser
enterradas vivas.
JANO
Jano es una de las figuras má s antiguas de la tradició n romana, que no existía en la griega, era uno de los
dioses mayores del cielo. Aunque ocupaba un lugar relevante en la religió n romana, su papel no está muy
claro. Es cierto que los antiguos lo tenían en gran consideració n: Macrobio, escritor latino del siglo V,
afirma su superioridad sobre todos los dioses y lo denomina deus deorum ("dios de los dioses"). A pesar de
la poca informació n, es plausible que su papel, al menos en los albores de la civilizació n romana, fuese
incluso preeminente respecto al de Jú piter. Las funciones atribuidas son numerosas: se le consideraba
como el dios del principio y del fin, el dios que preside toda entrada y toda salida, Jano abría el añ o,
inauguraba las estaciones y era considerado el "portero" del cielo. Así, a menudo se le identificaba
como patuleius ("el que abre") y clusius ("el que cierra").
En la tierra, Jano era el dios protector de los pasos y las puertas. Dado que todos los pasos miran hacia dos
direcciones opuestas, delante y detrá s, al dios se le representaba con dos rostros contrapuestos y era
llamado Jano bifronte. Por tanto, representaba la dualidad.
Al ser el dios de todo principio, se le atribuían numerosas funciones. Como le estaba consagrado el inicio,
protegía los primeros pasos de toda empresa o actividad. Por tanto, era habitual que se le invocase antes
de llevar a cabo cualquier acció n. 
Durante el renacimiento, la imagen del dios con dos rostros opuestos, se asoció al pasado y el futuro y
acabó por acompañ arse de la alegoría de la Prudencia. 
AFRODITA O VENUS
La diosa griega Afrodita o romana Venus es la diosa del amor, la belleza, la lujuria, la sexualidad y la
reproducció n. No es un amor en el sentido cristiano o romá ntico, sino específicamente Eros, es decir, la
atracció n física o sexual.
Afrodita se casó con Hefesto, dios del fuego, y pronto lo traicionó con Ares, el dios guerrero. A la diosa se le
atribuyen otros numerosos amores, Adonis y Anquises entre otros. Sus hijos fueron Eneas y Cupido (Eros
en Grecia).
El culto de esta divinidad era universal, pero no le sacrificaban víctimas, y sus altares no eran jamá s
manchados con sangre; contentá banse con quemar incienso y perfumes. Sus templos principales eran los
de Pafos, Amatonte e Idalia en la isla de Chipre; los de Cnido en la Caria; el de Citerea en el Peloponeso y el
del monte Erix en Sicilia.
Algunos artistas representan a Afrodita sentada en un carro arrastado por palomos, cisnes o pá jaros; una
corona de rosas y mirto circunda sus blondos cabellos.El escultor Praxíteles hizo para los habitantes de
Cnido una estatua de Afrodita, considerada como una obra maestra. Entre los atributos que la caracterizan
se encuentran la rosa, la manzana, el mirto -el arbusto de su predilecció n- y las palomas.
Venus era una importante diosa romana que desempeñ aba un papel crucial en muchas fiestas y mitos
religiosos romanos. Desde el siglo III a.C., la creciente helenizació n de las clases altas romanas la identificó
como equivalente de la diosa Afrodita. De esta forma Venus fue la esposa de Vulcano. Virgilio, como halago
a su pueblo romano a través de su legendario fundador Eneas.
EL NACIMIENTO DE AFRODITA
La diosa de la belleza y del amor, nació de la espuma del mar cerca de Pafos (Chipre), provista de todos los
encantos. La "surgida de la espuma" llegó al mundo después de que Cronos cortase durante la
Titanomaquia los genitales a su padre, Urano o el Cielo, con una hoz adamantina y los arrojase tras él al
profundo mar.
En la obra maestra de Hesíodo, Teogonía, cuenta que los genitales "fueron luego llevados por el piélago
durante mucho tiempo. A su alrededor surgía del miembro inmortal una blanca espuma y en medio de ella
nació una doncella", ya adulta. Este mito de Venus (el nombre romano de Afrodita) nacida adulta, Venus
Anadiómena ("Venus saliendo del mar"), fue una de las representaciones icó nicas de la diosa.
Basá ndonos en estas leyendas Afrodita es miembro de una generació n anterior a la del propio Zeus. se
contaba en el V libro de la Ilíada otra versió n sobre el origen de la diosa: segú n ésta, Afrodita era hija de
Dione, la diosa oracular original. De acuerdo con las afirmaciones de Homero, Afrodita, aventurá ndose en
batalla para proteger a su hijo Eneas, era herida por Diomedes y vuelve con su madre, postrá ndose de
rodillas para ser reconfortada. Dione era una divinidad equiparable a Gea, la Madre Tierra, a quien
Homero trasladó al Olimpo alude a un hipotético panteó n protoindoeuropeo oroginal. La propia Afrodita
fue llamada a veces "Dione". Una vez que el culto a Zeus hubo usurpado el orá culo-robledo de Dione en
Dó dona, algunos poetas lo tuveron por parte de Afrodita.
Algunos autores incluso consideran que Afrodita era hija de Talasa, la personificació n femenina del mar, y
Zeus.
AFRODITA EN EL OLIMPO
Afrodita no tuvo infancia: en todas las imá genes y referencias literarias nació adulta, nú bil e infinitamente
deseable. En muchos de los mitos menores tardíos en los que participa se la representaba vanidosa,
malhumorada y susceptible. 
Después de nacer abordó a la isla de Citerea por mar, donde fue acogida por las Horas, las
personificaciones o diosas del orden de la naturaleza y de las estaciones, si bien posteriormente fueron
consideradas como diosas del orden en general y de la justicia. É stas la hicieron sentar en unn carro de
excepcional diafanidad y la transportaron al Olimpo; allí las Risas, las Gracias y los Juegos constituían su
cortejo.
Un maravilloso ceñ idor añ adía aú n nuevos encantos a su poder y a sus atractivos. Cuando se presentó ante
los dioses quedaron éstos maravillados, y cada uno de ellos la pretendía por esposa. Zeus concedió su
mano a Hefesto, que acababa de inventar el rayo mediante el cual había sido posible exterminar a los
Gigantes.
Aunque es uno de los pocos individuos del panteó n griego realmente casados, le es infiel a su marido con
suma frecuencia. Afrodita, diosa inconsiderada y frívola, enojada en extremo de tener por marido un
herrero cojo, sucio y rudo, se mostraba complacida ante los halagos de que era objeto por parte de los
cortesanos. El dios de los borrachos, el dios de los guerreros, Adonis, hijo de Myrrha, y muchos otros,
consiguieron, sin gran esfuerzo, alegrarla en sus contrariedades.
Hefesto es una de las deidades helénicas má s ecuá nimes; en el relato recogido en la Odisea, Afrodita parece
preferir a Ares, el voluble dios de la guerra. Es uno de los pocos personajes mitoló gicos helenos que
desempañ ó un papel importante en la causa original de la propia Guerra de Troya: no só lo ofreció a Helena
a Paris, sino que el rapto se llevó a cabo cuando éste, al ver a la reina espartana por primera vez, se vio
abrumado por el deseo de poseerla, lo que corresponde a la esfera de Afrodita.
AFRODITA Y HEFESTO
Debido a su inmensa belleza, Zeus temía que Afrodita fuera la causa de violencia entre los otros dioses. Por
ello la casó con Hefesto, el severo y malhumorado dios del fuego y la fragua. Otra versió n cuenta que Hera,
madre de Hefesto, lo arrojó del Olimpo al considerarlo horrible y deforme. É ste consiguió su venganza
atrapá ndola en un trono má gico y exigiendo a cambio de su liberació n la mano de Afrodita.
Hefesto se creía bien afortunado al haberse casado con la diosa de la belleza, forjando así para ella
hermosa joyería, incluyendo el cesto, un cinturó n que la hacía incluso má s irresistible para cualquiera. La
infidelidad de Afrodita con su matrimonio hizo que buscase la compañ ía de otros, normalmente Ares.
Hefesto fue informado del adulterio con Ares por el Sol, que todo lo ve. Como venganza, atrapó con ingenio
al dios guerrero con su esposa con una red de finas cadenas que había dispuesto sobre el lecho para que
cayeran al má s mínimo contacto. Entonces llamó al resto del escuadró n olímpico para burlarse de ellos.
Algú n dios desenfadado comentó que no le habría importado sentir tal vergü enza. Hefesto no los liberó
hasta que Poseidó n le prometió que Ares pagaría desagravios, pero ambos escaparon tan pronto como
levantó la red, no manteniendo su promesa.
VENUS Y ADONIS. EL NACIMIENTO DE ADONIS
Adonis era el hijo del rey de Chipre, Ciniras, y de su hija Mirra. Narra el mito que la joven, estando
preparada para tomar marido, rechazó todos los pretendientes por estar enamorada de su padre. Sus
sentimientos los ocultaba en secreto y, desesperada por su estado, decidió ahorcarse. Sin embargo, fue
salvada por una nodriza que, cuando supo la dramá tica verdad, decidió ayudarla. Una tarde, la mujer habló
al rey de una joven muy bella que estaba locamente enamorada de él; con la oscuridad de la noche por
có mplice, condujo a Mirra al tá lamo nupcial del padre, que yació con ella nueve noches.
Una noche, curioso, el rey iluminó a su amante descubriendo la inesperada verdad. Inmediatamente
intentó matar a Mirra, pero ella escapó y suplicó a los dioses que la transformaran en otro ser vivo para no
ofender a nadie, ni vivo ni muerto. Sus palabras fueron escuchadas y los dioses la convirtieron en el á rbol
de la mirra. EL hijo que llevaba en su vientre vivió en el interior del á rbol hasta que, con la ayuda de la
diosa del parto, Lucina, logró romper la corteza.
Herida por error por una de las flechas de su hijo Cupido, Afrodita se enamoró de Adonis, y pasaba los días
con él de caza descuidando sus deberes divinos. La diosa, consciente del destino del muchacho, le aconsejó
que evitase las bestias agresivas y que se concentrase en animales má s mansos. 
Un día, mientras Adonis se encontraba cazando solo, sus perros olfatearon las huellas de un jabalí y lo
persiguieron sin cesar. El gentil cazador, olvidando los consejos de la diosa, hizo lo mismo, alcanzó el
animal y le acertó pero sin llegar a matarlo. Enfurecido, el jabalí lo agredió hiriéndolo de muerte. En vano
acudió Afrodita, desesperada. En memoria de su luto la sangre del muchacho fue transformada en
anémonas, una flor de breve duració n, breve como la vida del joven.
EL PAPEL DE AFRODITA EN LA GUERRA DE TROYA
El punto de partida para el estallido de la terrible Guerra de Troya fue la boda entre el rey mortal Peleo y la
diosa Tetis. Tanto diversas divinidades como mortales fueron invitados a las bodas de los futuros padres
del célebre Aquiles. Solamente la diosa de la Discordia Eris no fue invitada a la celebració n. Como
venganza, ésta apareció en medio de la fiesta con una manzana dorada que llevaba inscrita la palabra
kallistei (es decir, para la má s hermosa"), que arrojó después entre las diosas.
Afrodita, Hera y Atenea reclamaron cada una por su lado ser la má s bella y, por tanto, la justa propietaria
del fruto. Estuvieron de acuerdo en llevar el asunto ante una gran autoridad, el padre de los dioses, quien,
al no querer el favor de ninguna de sus sú bditas dejó la elecció n en manos de un mortal: Paris, el príncipe
troyano antes de conocer su verdadera identidad. Hera procuró sobornarlo por todos los medios
ofreciéndole un gran reino en el Asia Menor; mientras, Atenea le garantizaba la sabiduría, la fama y la
gloria eterna en la batalla; pero Afrodita, susurrá ndole, le entregaba como esposa a Helena, la mujer
mortal má s hermosa del mundo. Ató nito ante todo lo que le ofrecían, Paris no dudó y eligió a la diosa del
amor. Viendo el resultado del pleito, las otras dos diosas encolerizaron y a través del rapto de Helena
provocaron directamente la Guerra de Troya.
OTRAS HISTORIAS DE AFRODITA. AFRODITA E HIPÓLITO
En una de las tradiciones defendidas de la historia de Hipó lito, la diosa de la belleza era el catalizador de su
muerte. El joven desdeñ ó su culto por el de Artemisa y, como venganza, Afrodita provocó que su
madrastra, Fedra, se enamorase de él. Sin embargo, la diosa sabía que Hipó lito la rechazaría.
En la versió n má s popular de la historia de Eurípides, Fedra clamaba venganza contra Hipó lito
suicidá ndose y dejando una nota en la que relataba a Teseo, su marido y padre del joven Hipó lito, que éste
la había violado sin piedad. Hipó lito, por su parte, había jurado no mencionar el amor de Fedra por él y
rehusó noblemente defenderse a pesar de las consecuencias. Teseo maldijo en ese momento a su hijo,
maldició n que Poseidó n estaba obligado a cumplir. Así, Hipó lito fue sorprendido por un toro que surgió del
mar y asustó a sus caballos, haciendo volcar su carro. 
Curiosamente esta no es la muerte que Afrodita urde en la obra Hipólito, pues en el pró logo se afirma que
espera que Hipó lito sucumba a la lujuria con Fedra y Teseo les sorprenda juntos. Hipó lito perdona a su
padre antes de morir y Artemisa revela la verdad a Teseo antes de jurar que matará a uno de los amores
de Afrodita, Adonis, como venganza.
LAS INTROMISIONES DE AFRODITA
 Galuco de Corinto, el hijo de Sísifo, enfadó a la diosa. É sta hizo que los caballos del mortal
enfureciesen durante los juegos funerarios en honor al rey Pelias. Tanta era la locura de los equinos que
llegaron a despedazar a su dueñ o. Desde entonces, el fantasma de Glauco espantaba, supuestamente, a los
caballos durante los Juegos Ístmicos.
 Momo fue presa de la mofa de Afrodita, lo que provocó su expulsió n del Olimpo.
 Afrodita figura como la bisabuela de Dionisos, dios del vino; pero en otras versiones se le
consideraba su amante.
 En el libro III de la Ilíada de Homero, Afrodita salvaba a su protegido troyano Paris cuando estaba a
punto de ser asesinado por Menelao de Esparta.
 Afrodita era muy protectora con su hijo, Eneas, quien luchó en la Guerra de Troya. Diomedes estuvo
a punto de matar al joven en batalla, pero Afrodita lo salvó . El aqueo hirió a la diosa, dejando ésta caer a su
hijo, volando al Monte Olimpo. Entonces Eneas fue envuelto por una nube creada por Apolo, quien lo llevó
a Pérgamo, un lugar sagrado del reino de Troya. Allí fue la hermana del dios sol, Artemisa, quién curó a
Eneas.
 Fue Afrodita quién convirtió a Anaxarete en piedra por reaccionar tan desapasionadamente a las
sú plicas de Ifis, para amarla, incluso tras el suicidio de éste.
PIGMALIÓN Y GALATEA
Pigmalió n era un escultor que no había encontrado a la mujer digna de su amor eterno. La diosa Afrodita
se apiadó del hombre y decidió enseñ arle las maravillas del amor. Un día. Pigmalió n fue inspirado por un
sueñ o de la diosa para fabricar una mujer de marfil muy semejante a ella, a la que llamó Galatea. Pigmalió n
se enamoró de la escultura y se dio cuenta que no podría vivir sin ella. Rezó , pues, a Afrodita, quien llevó a
cabo la ú ltima parte de su plan infundiendo vida a la bella Galatea, llegando así a tener el amor.
Otra versió n de esta historia relata que las mujeres de la ciudad en la que Pigmalió n habitaba se enfadaron
por no haberse emparejado con nadie, y pidieron a Afrodita que lo obligase. La diosa aceptó el reto y fue
esa misma noche a ver a Pigmalió n, rogá ndole que eligiese una mujer con la que casarse y advirtiéndole de
que si no, lo haría ella en su lugar. No queriendo tomar tal decisió n, Pigmalió n le suplicó má s tiempo,
pidiéndole que le permitiese hacer una escultura de la diosa antes de elegir novia por lo que, alagada,
Afrodita aceptó .
Pigmalió n empleó mucho tiempo haciendo pequeñ as esculturas de arcilla, afirmando que era necesario
para poder elegir la pose verdaderamente adecuada. Cuando comenzó a hacer la escultura real, quedó
sorprendido al descubrir que necesitaba terminarla, incluso sabiendo que tendría que casarse con alguien
al terminar su obra maestra. La razó n para ello era que se había enamorado de su creació n: cuanto má s
trabajaba en ella, má s la cambiaba hasta dejar de parecerse a la diosa.
En el mismo momento en que Pigmalió n se separó de la escultura terminada, Afrodita apareció y le dijo
que eligiese a la mujer con quien pasaría el resto de su vida. Sin embargo, Pigmalió n eligió a la estatua, a lo
que la diosa respondió que era algo totalmente imposible, pidiéndole otra vez que eligiese otra. Pigmalió n
se aferró a la estatua, y rogó a Afrodita que lo transformarse a él en estatua para así permanecer junto a
ella. Afrodita se apiadó tanto que en vez de ello infundió vida a Galatea.
ATALANTA E HIPÓMENES
Atlanta, hija de Jaso, era una bella muchacha y una excelente cazadora. Rechazaba aceptar ningú n vínculo
porque los orá culos le habían predicho que, una vez desposada, ya nunca sería la misma. Para desanimar a
sus pretendientes, solía desafiarlos en concursos de carreras, prometiendo su mano en caso de victoria o
la muerte en caso de derrota. Durante mucho tiempo, Atalanta permaneció invicta, hasta ser desafiada por
Hipó menes que, para vencer, recurrió a una estrategia sugerida por Afrodita: la diosa le dio tres manzanas
de oro procedentes del jardín de las Hespérides y le aconsejó que las dejara caer al suelo, una a una, para
frenar la carrera de la joven. Inevitablemente atraída por los frutos,  Atalanta se detuvo tres veces a
recogerlos, perdiendo así la carrera. 
Sin embargo, Hipó menes olvidó agradecer a Afrodita la ayuda y provocó su venganza. Un día, mientras
estaban en el bosque junto al templo de Cibles, Hipó menes y Atalanta fueron presa de una pasió n suscitada
por la diosa del amor y, reos de haber profanado el lugar sagrado, como castigo fueron transformados por
Afrodita en leones.
DIVINIDADES CTÓ NICAS
En la mitología griega el término ctó nico (del griego antiguo "perteneciente a la tierra" o "de tierra) hace
referencia directa a los dioses o espíritus del inframundo. A veces también son llamados telú ricos (del latín
tellus). La misma palabra se refiere al interior del suelo má s que a la superficie terrenal o incluso a la tierra
como territorio. Ademas, evoca la abundancia y la tumba.
Las divinidades ctó nicas pertenecen a un viejo sustrato mediterrá neo, identificado má s con Anatolia (Asia
Menor, Turquía actual). Los ciclos de la naturaleza, los de la vida y la supervivencia tras la muerte está n en
el centro de las preocupaciones.
La ciencia arqueoló gica revela especialmente en lugares de posibles santuarios y en tumbas de época
neolítica y Edad de Bronce los ídolos identificados hoy como Grandes Madres o Madres Tierra,
supuestamente relacionados con cultos a la fecundidad y fertilidad. La relació n de estos objetos con los de
otros lugares como Anatolia sugiere que esta antigua creencia asociaba esta diosa con un toro o un
cordero, tema que perduraría durante largos siglos.
En Creta, el supuesto culto a esta diosa se transformó durante el II milenio a.C. cuando aparecieron nuevos
personajes mitoló gicos como animales y plantas. Toda una multitud de demonios guiaba a los dioses, tales
como los Curetes o los Dá ctulos, que se expanderían en esta época y tendrían numerosos descendientes
(monstruos como quimeras, gorgonas, sirenas, etc.). La misma Diosa Madre se duplicaría sin duda como
madre e hija, como sería má s tarde en el caso de sus herederas Deméter (Ceres) y Perséfone (Proserpina).
EL CULTO A LAS DIVINIDADES CTÓ NICAS
Algunos cultos ctó nicos practicaban el sacrificio ritual, que a menudo era realizado en horas nocturnas.
Cuando el sacrificio era una criatura viva, el animal se colocaba en un pozo o megaron (es decir, una
"cá mara hundida"). En otros cultos, por el contrario, la víctima era sacrificada sobre un altar elevado. Las
ofrendas eran, por lo general, quemadas íntegramente o enterradas en vez de ser cocinadas y repartidas
entre los devotos.
No todos los cultos ctó nicos eran griegos ni todos implicaban un sacrificio ritual: algunos realizaban
sacrificios en efigies o quemaban ofrendas vegetales.
Por ejemplo, el santuario de los Grandes Dioses de la isla de Samotracia albergaba un culto dedicado a un
panteó n de divinidades ctó nicas de las que la má s importante era la Gran Madre. Incluso en Acragas
(actual Agrigento) hay un templo dedicado a esta categoría de deidades.
Aunque estas divinidades tenían una relació n general con la fertilidad, no tenían un monopolio sobre ésta,
ni eran los olímpicos totalmente indiferentes a la prosperidad de la tierra. Así, aunque tanto Deméter
como Perséfone cuidaban varios aspectos de la fertilidad de la tierra, la primera tenía un culto típicamente
olímpico mientras que el de la segunda era ctó nico. Deméter era adorada junto a su hija con idénticos ritos,
e incluso ésta era ocasionalmente clasificada como una olímpica en la poesía y las leyendas.
Las categorías olímpica y ctó nica no eran estrictas por completo. Algunos dioses olímpicos como Hermes y
Zeus también recibían sacrificios y diezmos en algunos lugares. Los héroes deificados Heracles y Ascelpio
podían ser adorados como dioses o héroes ctó nicos, dependiendo del sitio y la época del origen del mito.
Es mas, algunas deidades no son fá cilmente clasificables bajo estos términos. A Hécate, por ejemplo, era
costumbre ofrecerle cachorros en las encrucijadas, lo que con toda seguridad no era un sacrificio olímpico,
pero tampoco una ofrenda típica a Perséfone o a los héroes. Debido a sus funciones en el Hades, Hécate es,
sin embargo, clasificada generalmente como ctó nica.
LA TITANOMAQUIA
Tras hacerse adulto, Zeus obligó a Cronos a devorar a sus otros hijos en orden inverso al que los había
tragado: primero la piedra, que se la dejó a Pitó n bajo las cañ adas del Parnaso como señ al a los hombres
mortales, y después al resto. En algunas versiones, Metis le dio a Cronos un emético para obligarlo a
vomitar los bebés, y en otras Zeus abrió el estó mago de su padre.
Zeus liberó a los hermanos de Cronos, los Gigantes, los Hecató nquiros y los Cíclopes, de su mazmorra en el
Tá rtaro matando a la guardiana Campe. En agradecimiento, los Cíclopes le dieron el trueno, el rayo y el
relá mpago, que habían sido previamente escondidos por Gea. En la Titanomaquia, Zeus y sus hermanos y
hermanas junto con los liberados de las entrañ as del inframundo derrocaron a Cronos y al resto de los
Titanes, que fueron encarcelados en el hú medo, lú gubre, fío y neblinoso Tá rtaro, en lo má s profundo de la
tierra. Así, Zeus colocó allí a los Hecató nquiros y a los Cíclopes como los nuevos guardianes de sus puertas.
TITANES
Los titanes y las titá nides en la mitología griega eran una raza de poderosos dioses primitivos que
gobernaron durante la legendaria Edad de Oro. 
Desde su primera aparició n literaria, en la Teogonía de Hesíodo, eran doce en total; aunque en
su Biblioteca mitológica, Apolodoro añ adió una decimotercera llamada Dione, siendo el desdoblamiento de
la titá nide Tea.
Los titanes estaban relacionados con diversos conceptos primordiales, algunos de los cuales simplemente
se extrapolaban de sus nombres: el océano y la fructífera tierra, el Sol y la Luna, la memoria y la ley
natural. Los doce titanes de la primera generació n fueron liderados por el má s joven entre todos ellos
llamado Cronos, quien derrocaría a su padre Urano (el Cielo) a instancia de su madre Gea (la Tierra).
Posteriormente estas divinidades engendraron una segunda generació n, donde se destacan los hijos de
Hiperió n (Helios, Eos y Selene), las hijas de Ceo (Leto y Asteria) y los hijos de Já peto (Prometeo, Epimeteo,
Atlas y Menecio). 
Los titanes, sin embargo, perecieron a los doce dioses olímpicos, quienes, guiados por Zeus, terminaron
derrocá ndolos en la famosa Titanomaquia o Guerra de los Titanes. Después de esta épica lucha, la mayoría
de los titanes fueron encarcelados en la regió n má s profunda y, por tanto, má s segura para los nuevos
amos del universo, en el Tá rtaro.
LOS TITANES. PRIMERA GENERACIÓN DE TITANES
La primera generació n de titanes eran los hijos de Urano, el Cielo, y Gea, la Tierra.
Por un lado, estarían los Titanes:
 Océano, el río que circundaba el mundo.
 Ceo, el titá n de la inteligencia.
 Crío, el dios de los rebañ os y las mandas, esposo de Euribia (hija de Ponto) y padre de Palas.
 Hiperió n, el dios del fuego astral.
 Já peto, el ancestro de la raza humana, esposo de la oceá nide Clímene y padre de Prometeo.
 Cronos, el má s joven de todos los titanes, quien destronaría a Urano y llegó a ser el soberano de las
divinidades.
Por otro, se encuentran las Titá nides:
 Febe, aquella que tenía corona de oro.
 Mnemó sine, la personificació n de la memoria y madre de las Musas junto a Zeus.
 Rea, la reina de los dioses junto a su hermano, Cronos.
 Temis, la encarnació n del orden divino, las leyes y las costumbres, madre de las Horas y las Moiras
junto a Zeus.
 Tetis, la diosa del mar.
 Tea, la diosa de la vista.
 Por otra parte, algunos autores como Apolodoro consideraban a Dione como parte de esta primera
generació n, si bien otros la calificaban como una oceá nide.
SEGUNDA GENERACIÓN
El matrimonio entre hermanos era algo muy frecuente en la mitología griega, por lo que varios titanes y
titá nides se unieron, engendrando así una segunda generació n de titanes:
 Océano y Tetis, dioses de los mares, engendraron a las ninfas Oceá nides, los ríos o Oceá nidas y
manantiales de todo el mundo.
 De la unió n entre Hiperió n y Tea surgieron Helios (el Sol), Selene (la Luna), y Eos (la Aurora).
 Ceo y Febe tuvieron dos hijas, Leto y Asteria.
 Sin embargo, fueron Cronos y Rea la pareja má s importante, siendo los reyes de los dioses, quienes
tuvieron seis hijos: Hestia, la diosa del hogar; Hera, la diosa de la fidelidad y el matrimonio y la
reina del monte Olimpo; Hades, el dios del inframundo; Deméter, la diosa de la agricultura;
Poseidó n, el dios de los océanos; Zeus, el dios supremo, siendo el rey de todos los dioses olímpicos.
Por tanto, los descendientes de la primera generació n de titanes eran considerados también como tal:
 Asteria, hija de Ceo y Febe.
 Astrea, diosa de la justicia, predecesora de Dice.
 Astreo, padre de los vientos y las estrellas errantes.
 Atlas, titá n castigado a sostener sobre sus hombres con los pilares que mantenían la tierra separada
de los cielos.
 Eos, la aurora.
 Eó sforo, la estrella de la mañ ana y de la tarde.
 Epimeteo, hermano de Prometeo, siendo así uno de los progenitores de la humanidad.
 Helios, el sol.
 Leto, madre de Apolo y Artemisa.
 Menecio, hijo de Já peto y Asia.
 Palas, dios de la sabiduría.
 Perses, hijo de Crío y Euribia.
 Prometeo, el amigo de los mortales y creador de la humanidad junto a su hermano Epimeteo, pues
robó el fuego de los dioses para dá rselo a los hombres.
 Selene, diosa de la luna.
 Titá n, hermano de Helios y quizá dios del calendario anual.
Otros miembros de la segunda generació n no solían ser llamados titanes:
 Caanto, hermano de Melia.
 Dione y Metis, que solían ser consideradas oceá nides.
 Los Oceá nidas o dioses-río.
 Las Oceá nides, ninfas marinas.
 Pico, rey del Lacio.
 Quiró n, el célebre centauro.
 Los hijos de Cronos, anteriormente citados.
LA HISTORIA DE LOS TITANES: URANO, CRONOS  Y LA TITANOMAQUIA
En la Teogonía de Hesíodo, los doce titanes seguían a los Hecató nquiros y los Cíclopes como grupo de hijos
menores de Urano, el Cielo, y Gea, la Tierra:
Má s tarde yació con Urano y trajo a Océano el de los profundos remolinos, a Ceo y 
Crío e Hiperió n y Já peto, a Tea y Rea, a Temis y Mnemó sine y a Febe la de dorada 
corona y a la encantadora Tetis. Tras ellos nació el astuto Crono, el 
benjamín y má s terrible de sus hijos, y éste odió a su vigoroso padre.
Temeroso de que pudiesen destronarlo, Urano mantenía a todos sus hijos atrapados en el profundo
Tá rtaro. Como castigo, Gea envió a su hijo menor Cronos a atacar a su padre. Lo castró con una hoz
adamantina y liberó así al resto de las entrañ as de la Tierra, proclamá ndose rey de los titanes junto a su
hermana Rea como esposa y soberana.
Ambos engendraron una nueva generació n de dioses, pero Cronos, temiendo lo mismo que su padre, que
algú n día lo derrocasen, se los tragaba vivos nada má s nacer. Resentida por ello, Rea logró esconder a su
sexto y ú ltimo hijo, Zeus, entregá ndole en su lugar a Cronos una roca envuelta en pañ ales que tragó
confiado. El pequeñ o fue enviado a Creta, siendo protegido por los guerreros Curetes y amamantado por la
famosa cabra Amaltea.
Cuando Zeus llegó a ser adulto sometió a su padre por la astucia má s que por la fuerza, dá ndole a beber un
emético preparado con la ayuda de su abuela Gea que le hizo vomitar a todos sus hermanos. Comenzó
entonces la guerra entre los dioses má s jó venes y los primitivos, llamada Titanomaquia, en la que Zeus fue
ayudado por los Hecató nquiros, los Gigantes y los Cíclopes, quienes una vez má s habían sido liberados tras
su nuevo encarcelamiento por Cronos. Así Zeus venció tras una larga batalla, encerrando a los Titanes que
se le habían enfrentado en el Tá rtaro.
Los que no se habían opuesto a él siguieron teniendo de forma má s o menos directa un papel en el nuevo
orden impuesto: Océano continuó circundando el mundo, el nombre de la "brillante" Febe fue empleado
como sobrenombre de Artemisa y añ adido como epíteto de Apolo ("Apolo Febo"), Mnemó sine alumbró a
las Musas, Temis siguió encarnando el concepto de la "ley de la naturaleza" y Metis fue madre de Atenea.
Hesíodo no tenia la ú ltima palabra sobre los titanes. Algunos de los fragmentos conservados de la poesía
ó rfica en particular guaraban algunas variaciones del mito.
En uno de estos, Zeus no se limitó a atacar a su padre con violencia. En su lugar, Rea preparó un banquete
para su marido, y éste se emborrachó con miel fermentada. En lugar de encerrarlo en el Tá rtaro, Cronos
fue arrastrado, todavía borracho, a la cueva de Nix, donde siguió durmiendo y vaticinando por toda la
eternidad.
Otro mito acerca de estos dioses primitivos no mencionado por Hesíodo giraba en torno al dios Dionisos,
Baco en Roma. En un momento determinado de su reinado, Zeus decidió ceder el trono en favor del infante
Dionisos, que como Zeus a su edad era protegido por los Curetes. Los titanes decidieron matar al niñ o para
poder reclamar el trono: se pintaron las caras de blanco con yeso, distrajeron al pequeñ o dios con
juguetes, y entonces lo despedazaron, y cocieron y asaron sus miembros, dá ndose un festín con ellos,
mientras que de la sangre de la víctima nacía un granado. Zeus, encolerizado, castigó a los titanes
fulminá ndolos con sus rayos. Atenea guardaba el corazó n de Dionisos en un muñ eco de yeso, al partir del
cual Zeus creó un nuevo Dionisos. Esta historia era narrada por los poetas Calímaco y Nono, que llamaban
a este Dionisos "Zagreo", y también en cierto nú mero de textos ó rficos, en los que no era usado tal nombre.
Una variació n de la historia, recogida por el filó sofo neoplató nico Olimpiodoro, ya en la época cristiana,
decía que la humanidad surgió del humo grasiento que desprendían los cadá veres de los titanes al arder,
muertos por el rayo de Zeus. Otros escritores anteriores insinuaban, por el contrario, que la humanidad
nació de la sangre derrabada por los titanes en su guerra contra los dioses Olímpicos.
Píndaro, Plató n y Opiano se referían sin pensá rselo dos veces la "naturaleza titá nica" del hombre: esto se
referirían a algú n tipo de "pecado original" enraizado en el asesinato de Dionisos, siendo objeto de
acalorado debate por parte de los mitó grafos.
LOS ORÍGENES DEL MUNDO SEGÚ N LA MITOLOGÍA GRECOLATINA. LOS ORIGENES. EL CAOS
Al principio del mundo, segú n algunos antiguos autores, toda la naturaleza no era sino una masa informe
conocida como Caos. Los elementos actuan en confusió n: el Sol no emitía luz, la tierra no estaba
suspendida en el espacio, el mar no tenía riberas. El frío y el calor, la sequía y la humedad, los cuerpos
pesados y los cuerpos ligeros se confundían y chocaban, hasta que un dios luchó por separar el cielo de la
tierra, la tierra del agua y el aire má s puro en el má s denso. Una voluntad omnipotente plasmó el globo,
formó la fuentes, los estanques, los lagos y los ríos; los campos dilató , los á rboles cubrió de hijas, montañ as
levantó y abrió para crear valles. Los astros brillaron en el firmamento, los peces surcaron las aguas, los
cuadrú pedos habitaron la tierra, los pá jaros, volando, iniciaron sus armoniosos trinos. Así creo el universo
y los dioses velaron por su conservació n.
CLASES DE DIOSES
Los grandes dioses o dioses superiores. 22 en total, solamente doce formaban la corte celestial en la que
deliberaban. Entre las diosas se encontraban Vesta o Cibeles, Juno, Ceres, Minerva, Venus y Diana; entre los
dioses, Jú piter, Neptuno, Vulcano, Marte, Apolo y Mercurio. Los otros diez, llamados selectos o dioses
escogidos compartían con las doce divinidades mayores el privilegio de ser esculpidos en oro, plata y
marfil. É stos eran el Cielo o Urano, Saturno, Plutó n, Baco, Jano, las Musas, el Destino y Temis.
Los dioses inferiores o de segundo orden se dividían en dioses campestres, dioses del mar, dioses
domésticos y dioses alegó ricos.
Héroes o semidioses eran hombres nacidos de la unió n de un dios y una mujer mortal o de un mortal y una
diosa (como Hércules, Pó lux o Eneas), denominació n que se extendió má s tarde a los hombres que por
acciones relevantes merecieron ser admitidos en el cielo, después de su muerte.
TITANES: LA CAÍDA DE LOS TITANES.
De la unió n entre Gea, la tierra, y Urano, el cielo, nacieros diferentes criaturas: los Cíclopes, los
Hecató nquiros o Centimanos y los Titanes. É stos ú ltimos eran poderosos dioses que gobernaban el mundo
durante la llamada "Edad de Oro". En total los Titanes son doce; por un lado, seis Titanes:
Océano, el río que cricundaba el mundo.
Ceo, la inteligencia.
Hiparió n, el fuego astral.
Crío, dios de los rebañ os y manadas.
Já peto, padre de Prometeo, ancestro de la raza humana.
Crono - Saturno, el má s joven, rey de los dioses.
Por otro lado, seis Titá nidos:
Tetis, diosa del mar.
Rea, reina de los dioses (con Crono).
Temis, el orden divino, las leyes y las costumbres, y madre de las Horas y las Moiras con Zeus.
Mnemó sine, personificació n de la memoria y madre de las Musas con Zeus.
Febe, la de la corona de oro.
Tía o Tea, diosa de la vista.
Por temor a perder el poder, Urano encerró a los Cíclopes y a los Hecató nquiros en el Tá rtaro. Entonces
Gea intentó convencer a los Titanes para que se rebelasen contra su padre, pero só lo el ú ltimo de sus hijos,
Saturno, tuvo el valor de atarcarle, emasculá ndolo con una hoz que le habia facilitado su madre. Así tomó
su lugar en el mundo, pero al igual que su padre, Saturno fue destronado por su propio hijo. La lucha entre
Zeus y sus hermanos por desposeer a Saturno se conoce como la Titanomaquia, pues algunos Titanes se
pusieron al lado de Saturno mientras que otros lo hicieron por el futuro rey. El escenario, donde todos los
acontecimientos bélicos fueron acontecidos durante 10 añ os, fue Tesalia.
LA GIGANTOMAQUIA
La sangre de Urano, herido por Saturno, cayó sobre la tierra y la fecundó para crear así a los Gigantes. Eran
seres enormes de aspecto terrorífico y armados con una fuerza invencible. A pesar de tener origen divino
eran mortales, ú nicamente podian morir si se les mataba al mismo tiempo un mortal y un dios. Desde su
nacimiento, Zeus estaba continuamente amenazado por ellos y declararon la guerra al Cielo disparando
á rboles encendidos y lanzando enormes rocas. En la gran guerra que siguió , participaron todos los dioses,
apoyados por Heracles o Hércules, el mortal determinante para eliminar el peligro. La Gigantomaquia
concluyó con la victoria de los dioses del Olimpo y con la consolidació n de Jú piter en el poder.
ENEAS
Eneas o Aeneas era un héroe de la mitología grecorromana que participó en la Guerra de Troya, que tras la
caída de la ciudad logró escapar emprendiendo un viaje que lo llevaría hasta el Lacio italiano, donde, tras
una serie de acontecimientos se convirtió en rey y progenitor del pueblo romano, pues en esa misma tierra
dos de sus descendientes, Ró mulo y Remo, fundarían la ciudad de Roma.
Era hijo del príncipe Anquises y de la diosa del amor Venus, Afrodita en la mitología romana. Su padre era,
ademá s, primo del rey Príamo de Troya. Se casó con una de las hijas de éste ú ltimo llamada Creú sa, con la
cual tuvo un hijo llamado Ascanio. En su huida de la ciudad acompañ ado de toda su familia, su esposa
murió al quedarse atrá s.
Se trata de una figura relevante en las leyendas grecolatinas, venerado en la historia por su piedad y valor.
Sus hazañ as como caudillo del ejército troyano fueron relatadas por el propio Homero en la Ilíada, y su
viaje desde Troya que supuso la fundació n de Roma, fue relatado por Virgilio en la Eneida.
ENEAS Y ANQUISTES. Numismá tica latina
EL NACIMIENTO DE ENEAS
Anquises, padre del héroe troyano, pertenecía a la familia real de Troya al ser descendiente de la raza de
Dá rdano. Mientras sus rebañ os pastaban en el monte Ida, cerca de Troya, la diosa Venus (Afrodita en
Grecia) lo encontró y se enamoró de él a causa de su belleza. Se unió a él dá ndole un hijo, Eneas. É ste nació
en el mismo monte  Ida y su madre lo confió a las ninfas y al célebre centauro Quiró n, quienes lo criaron en
la escuela del centauro en el monte y después lo devolvieron a su padre cuando tenía cinco añ os. 
Anquises llevó a su hijo a la ciudad a casa de su cuñ ado Alcá too para que lo educase. Por otro lado, por
haber revelado el nombre de la madre a su hijo, Anquises fue alcanzado por un rayo por lo que quedó
ciego.
ENEAS EN EL CICLO TROYANO
Causada por el rapto de Helena de Esparta, mujer de extraordinaria belleza y esposa del rey Menelao, rey
de Esparta, la Guerra de Troya puso en escena a ilustres héroes troyanos, como Héctor, y griegos, como
Á yax el Grande, Aquiles y el famoso Odiseo. Eneas se convirtió en el má s valeroso de los héroes de su
ciudad después de Héctor. En los combates que tuvieron lugar durante el enfrentamiento bélico se vio
auxiliado y favorecido en varias ocasiones por algunos dioses, segú n cuenta la narració n homérica. Fue
herido por Diomedes pero su madre, Afrodita o Venus, lo salvó : en la acció n posterior, la propia diosa del
amor fue herida por Diomedes. Apolo también lo defendió cuando envolvió a Eneas en una nube y lo
transportó a Pérgamo, donde fue curado por Leto y Artemisa (Diana en Roma). Má s tarde el troyano
estuvo a punto de ser nuevamente herido por Aquiles y fue salvado otra vez por una deidad, Poseidó n
(Neptuno en Roma). En dos poemas perdidos del Ciclo Troyano, se ofrecían versiones diferentes acerca del
destino de Eneas tras la caída de Troya: en la Pequeña Ilíada, Eneas fue parte del botín de Neoptó lemo, el
hijo de Aquiles y, tras la muerte de éste en Delfos, el príncipe troyano recobraba su libertad. Sin embargo,
en la Iliupersis, Eneas conseguía escapar.
LA FUGA DE TROYA
Después de haber defendido Troya hasta que la ciudad fue entregada al fuego provocado por la invasió n
aquea, se escapó durante la noche a través de la llamas, llevando consigo sus dioses penates, a su padre
Anquises cargado sobre sus espaldas y de la mano a su hijo Ascanio. También fue seguido por su mujer,
princesa de Troya al ser hija del rey Príamo, que desapareció en la oscuridad porque Cibeles la retuvo y la
incorporó al coro de sus ninfas. Otras versiones, en cambio, defenderían que habría muerto al quedarse
atrá s.  Angustiado por esta pérdida, Eneas se dirigió a la orilla del mar y allí embarcó juntamente con un
grupo de troyanos fugitivos como él.
DESCENDENCIA LEGENDARIA
De sus uniones con Creú sa y Lavinia nacieron Ascanio y Silvio, respectivamente. Ascanio fue el fundador
de Alba Longa, la futura Roma, y el primero de un largo linaje de reyes. Segú n la mitología relatada por
Virgilio en la Eneida, Ró mulo y Remo eran descendientes del troyano por parte de madre, Rea Silvia,
convirtiendo a Eneas en el progenitor del pueblo romano. caída de Troya (1184 a.C.) y de la fundación
de Roma (753 a.C.). La familia Julia de Roma, y principalmente Julio César y el emperador Augusto,
incluían a Ascanio y Eneas dentro de su linaje y, por tanto, a la diosa Venus. Ademá s, los palemó nidas
afirmaban también ser descendientes de Venus a través de su descendencia de los Julios. Los reyes
legendarios de Bretañ a fueron incluidos en esta genealogía por medio de un nieto de Eneas, Brutus.

DINASTÍA JULIO-CLAUDIA EN LA ANTIGUA ROMA. CONSIDERADOS DESCENDIENTES DE VENUS


LA ODISEA - LA VENGANZA DE ODISEO (CANTOS XIII - XXIV)
Finalmente, en la venganza de Odiseo (Cantos del XIII al XXIV), se describía el regreso a la isla de Ítaca, el
reconocimiento por alguno de sus esclavos y su hijo, y có mo Odiseo se venga de los pretendientes
matá ndolos a todos. Tras aquello, Odiseo fue reconocido por su esposa Penélope y recuperó su reino. Por
ú ltimo, se firmaría la paz entre todos los itacenses.
 CANTO XIII. LOS FEACIOS DESPIDEN A ODISEO Y LA LLEGADA A ÍTACA.
Cuando el héroe termina de contar su viaje, su regreso al hogar es dispuesto por el rey. Acompañ ado por
navegantes feacios, Odiseo llegó a su isla natal. Atenea lo disfrazó de vagabundo para que no fuese
reconocido y, por consejo de la diosa de la sabiduría, Odiseo acudió a pedir ayuda a su porquerizo Eumeo.
 CANTO XIV. ODISEO EN LA MAJADA DE EUMEO.
Odiseo no reveló su verdadera identidad a Eumeo, quien lo recibió con comida y mantas. Se encontró con
la diosa Atenea, y juntos prepararon la venganza contra los pretendientes de la bella Penélope.
 CANTO XV. TELÉMACO REGRESA A ÍTACA.

Atenea aconsejó al joven Telémaco, hijo de Odiseo, salir de Esparta y regresar a su hogar. Mientras tanto,
Eumeo relataba su vida y sus orígenes al mendigo, y de có mo llegó al servicio de Odiseo.
 CANTO XVI. TELÉMACO RECONOCE A ODISEO.
Gracias a la ayuda de la dosa, el joven consiguió eludir la trampa que los pretendientes le habían
preparado a la entrada de la isla. Una vez en tierra, se dirigió por consejo de la diosa a la casa de Eumeo,
donde conoció al supuesto mendigo. Cuando Eumeo marchó a casa de Penélope a darle la noticia del
regreso de su hijo, Odiseo reveló su identidad a Telémaco, asegurá ndole que en verdad era su padre, a
quien no veía desde hacía veinte añ os. Tras un fuerte abrazo, planearon una exhaustiva venganza con la
ayuda de Zeus y Atenea.
 CANTO XVII. ODISEO MENDIGA ENTRE LOS PRETENDIENTES.
Al día siguiente, Odiseo, de nuevo como mendigo, se dirigió a su palacio. Só lo era reconocido por su perro
Argos, que, ya viejo, fallecía frente a su amo. Al pedir comida a los pretendientes de la reina Penélope,
Odiseo fue humillado e incluso golpeado por ellos.
 CANTO XVIII. LOS PRETENDIENTES VEJAN A ODISEO.
Aparecío un mendigo real de nombre Iro, quien solía pasarse por el palacio. Riéndose de Odiseo, lo retó a
una pelea. Los pretendientes aceptaron que el ganador se juntase a comer con ellos. Le dieron dos trozos
de pan al héroe veterano que, tras quitarse su manta y dejar ver sus mú sculos, ganó fá cilmente al mendigo.
A pesar de la victoria, debía seguir soportando las vejaciones de los orgullosos pretendientes.
 CANTO XIX. LA ESCLAVA EURICLEA RECONOCÍA A ODISEO.
Odiseo, ocultando su verdadera identidad, mantenía una larga conversació n con Penélope, quien ordenó a
su criada, Euriclea, que lo bañ ase. É sta ú ltima fue la nodriza del rey de Ítaca cuando era niñ o y reconoció
una cicatriz que a Odiseo, en su juventud, le hizo un jabalí cuando se encontraba cazando en el monte
Parnaso. La esclava, pues, reconoció a su amo, que le hizo guardar silencio para no fracasar en sus planes
de venganza.
 CANTO XX. LA ÚLTIMA CENA DE LOS PRETENDIENTES.
Al día siguiente, Odiseo pedía una señ al y Zeus lanzó un trueno en medio del cielo azulado. Este gesto fue
entendido por uno de los sirvientes como una señ al de victoria sobre los pretendientes. Odiseo aprovechó
para ver quién era fiel al desaparecido rey y, por tanto, habría de conservar la vida. Un profeta, amigo de
Telémaco, avisó a los pretendientes de que pronto los muros se mancharían con la sangre de ellos. A pesar
de que algunos de ellos dieron crédito a la profecía, la gran mayoría de ellos se reía de ella y no huyeron de
palacio.
 CANTO XXI. EL CERTAMEN DEL ARCO.
Aparecía Penélope con un arco que Odiseo dejó en casa antes de la marcha hacia Troya. Prometía así, por
fin, a sus pretendientes que se casaría con aquel que consiguiese hacer pasar la flecha por los ojos de doce
hachas alineadas. Uno detrá s de otro, los pretendientes lo intentaban pero ni siquiera eran capaces de
tensar el arco. Odiseo pidió participar en la prueba, pero los pretendientes se lo denegaron. Tras la
insistencia de Telémaco, le era permitido intentarlo. Con suma facilidad, el rey Odiseo tensó el arco y
consiguió hacer pasar la flecha por los ojos de las hachas, ante el asombro de los presentes. A la señ al de su
padre, Telémaco se armo, prepará ndose para la lucha final.
 CANTO XXII. LA VENGANZA.
Antínoo, jefe de los pretendientes, se encontraba bebiendo cuando Odiseo le atravesó la garganta con una
lanza dá ndole muerte. Ante las quejas de los demá s, Odiseo respondió con amenazadoras palabras, y los
pretendientes temían ya por sus vidas. Se inició así una feroz lucha, con los numerosos pretendientes por
un lado y Odiseo, su hijo y dos fieles criados por otro. Melantio, infiel cabrero de Odiseo, consiguió armas
pero gracias a la ayuda de la diosa Atenea, todos aquellos que traicionarion a Odiseo iban muriendo uno
por uno. Los esclavos fueron colgados del cuello en el patio del palacio, mientras que Melantio era cortado
en pedazos para que los perros se lo comiesen. Odiseo mandó a su nodriza Euriclea a que hiciese fuego y
limpiase el patio con azufre. La esclava avisó a las mujeres que seguían siendo fiele al héroe, que llegaron y
abrazaron a su amo.
 CANTO XXIII. PENÉLOPE RECONOCE A ODISEO.
Después de matar a los pretendientes que se hospedaban desde hace tiempo en su casa, Odiseo, mandó a
los presentes que vistiesen sus mejores galas y bailasen, para que los vecinos no sospechasen lo ocurrido.
Con la ayuda de Euriclea, el héroe se presentó ante Penélope. Como el aspecto de Odiseo era distinto al que
Penélope conocía, que ademá s estaba casi convencida de que su amado esposo había muerto, el héroe no
era reconocido por ella. Entonces, Odiseo describió el lecho conyugal y có mo fue él mismo quién lo hizo
partiendo de un olivo. Penélope, convencida ya, abrazó a su marido, quien le narró todas sus aventuras.
Finalmente le contó que aú n tendría que hacer otro viaje antes de terminar su vida en una tranquila vejez.
 CANTO XXIV. EL PACTO.
Las almas de los muertos viajaban al Hades donde contaban lo ocurrido a Agamenó n y Aquiles,
compañ eros de Odiseo en la expedició n de los aqueos a Troya. Odiseo marchó a casa de su padre, Laertes,
que se encontraba trabajando en la huerta. El hombre se encontraba envejecido y apenado por la larga
ausencia de su hijo. Para ser reconocido, Odiseo le mostró la cicatriz del jabalí y recordó los á rboles que en
su infancia le regaló su padre.
Mientras, los familiares de los pretendientes asesinados se juntaron en una asamblea pidiendo venganza
por la muerte de los suyos. Odiseo, su hijo y su padre aceptaron el reto dando así comienzo a la lucha.
Laertes disparó una lanza que mató al padre de Antínoo. Pero en ese momento el enfrentamiento cesó :
intervino la diosa Atenea, que animaba a los itacenses a llegar a un pacto para poder vivir en paz durante
los añ os venideros.
LA ODISEA - EL REGRESO DE ODISEO (CANTOS DEL V AL XII)
Entre los cantos V y XII se narra la etapa llamada El Regreso de Odiseo, donde el héroe llega a la corte del
rey Alcínoo y narra todas sus aventuras desde que salió de la ciudad de Troya.
 CANTO V: ODISEO LLEGA A ESQUERIA DE LOS FEACIOS.
En una nueva asamblea de los dioses, Zeus tomó la decisió n de mandar al mensajero de los dioses, Hermes,
a la isla de Calipso para que ésta dejase marchar a Odiseo. La ninfa prometió al héroe de la guerra de Troya
la inmortalidad si se quedaba, pero el rey de Ítaca prefería salir de la isla y volver con su familia. Tardó
cuatro días en construir una balsa y emprendió el viaje al quinto día. Sin embargo, Poseidó n, el dios del
mar, hundió su embarcació n por estar enfadado con Odiseo desde que éste cegó a su hijo Polifemo. Pero la
nereida Leucó tea ayudó al héroe, dá ndole una manta con la que debía taparse el pecho y nadar hasta la isla
de los feacios.
 CANTO VI: ODISEO Y NAUSÍCAA.
Atenea visitó en un sueñ o a la princesa de Esqueria, Nausícaa, hija de Alcínoo; en él, la convenció para que
se hiciese cargo de sus responsabilidades como mujer en edad de casarse. Al despertar, Nausícaa pidió a su
padre, el rey, un carro con mulas para ir a lavar ropa al río. Mientras ella y sus esclavas descansaban y
otras jugaban, Odiseo despertó , las vio y pidió ayuda a la princesa. Nausícaa, impresionada por su forma
trabajada de hablar, acogió al héroe y le brindó alimentos. É l la siguió hacia la casa del rey y Nausícaa le
indicó có mo debía el héroe pedir a la reina hospitalidad: le señ aló un bosque consagrado a la diosa Atenea,
situado a las afueras de la ciudad, lugar donde podría descansar. Odiseo aprovechó la ocasió n para
implorar a la diosa que lo reciban y lo ayuden a llegar a su patria.
 CANTO VII. ODISEO EN EL PALACIO DE ALCÍNOO.
Guiado hasta allí por su protectora, Atenea, Odiseo fue recibido en palacio por el mismísimo rey de los
feacios, Alcinó . É ste lo invitó al banquete que estaba a punto de celebrarse y Odiseo contó todo lo acaecido
hasta ese momento, con lo que el soberano quedó gratamente impresionado y le ofrece la mano de su hija.
Sin embargo, el griego no aceptó , por lo que el rey cambia su ofrecimiento por ayudarlo a llegar a su isla.
 CANTO VIII. ODISEO AGASAJADO POR LOS FEACIOS.
Se celebró una fiesta en el palacio en honor del huésped, que aú n no se había presentado. Tras una
competició n de atletismo, en la que Odiseo asombra al pú blico con un gran lanzamiento de disco, comenzó
el banquete. El aedo Demó doco amenizó la comida con un canto sobre la mítica guerra de Troya. Y al
hablar del episodio del caballo, Odiseo rompió a llorar. El rey mandó al aedo que dejase de cantar y
preguntó al huésped sobre su verdadera identidad.
 CANTO IX. ODISEO CUENTA SUS AVENTURAS: LOS CICONES, LOS LOTÓFAGOS Y LOS CÍCLOPES.
Odiseo se presentó como quién era, rey de Ítaca y comandante de un ejército aqueo, y comenzó a relatar
toda la historia desde que salió de la guerra. 
Contó como comienzo que destruyeron la ciudad de Ísmaro, donde se encontraban los Cicones, donde
perdió bastantes compañ eros. 
Má s tarde llegaron a la isla de los Lotó fagos. Allí, tres compañ eros que comieron la flor de loto perdieron el
deseo de regresar, por lo que tuvo que llevá rselos a la fuerza.
Posteriormente llegaron a la isla de los Cíclopes. En una caverna se encontraron con el hijo de Poseidó n,
Polifemo, que se comió a varios de los soldados que Odiseo dirigía. Estaban atrapados en aquella cueva,
pues estaba cerrada con una enorme piedra que les impedía salir a ellos y a su propio ganado. Odiseo,
armado de astucia, emborrachó con vino al gigante con un só lo ojo, mandó afilar un palo y lo cegaron
mientras éste dormía. Ya ciego y para asegurarse de que sus prisioneros no escapasen, el Cíclope tanteaba
el lomo de sus reses a medida que iban saliendo de la cueva para ir a pastar, pero cada uno de los marinos
iba agarrado al velló n de las ovejas, escondidos entre el vientre y las piernas.
 CANTO X. LA ISLA DE EOLO: EL PALACIO DE CIRCE, LA HECHICERA.
Odiseo siguió narrando có mo él y sus hombres viajaron hasta la isla de Eolo, dios de los vientos, quién
trató de ayudarles a viajar hasta sus hogares en Ítaca. Eolo entregó a Odiseo una bolsa de piel que contenía
todos los vientos del oeste. Pero, al acercarse a Ítaca, sus hombres, curiosos y desconfiados, decidieron ver
lo que había en la bolsa. Así pues, los vientos se escaparon, desencadenando una terrible tormenta que
hizo desaparecer la esperanza del regreso.
Tras seis días de navegació n sin rumbo, llegaron a la isla de los Lestrigones, gigantes antropó fagos que
devoraron a casi todos los compañ eros de Odiseo.
Huyendo atemorizados, llegaron a la isla de la hechicera Circe, quien dijo al héroe que para regresar a su
casa debería pasar por el país de los muertos. Al igual que la ninfa Calipso, Circe se enamoró de Odiseo,
pero no llegó a ser correspondida.
 CANTO XI. DESCENSO AL HADES.
Tras llegar al país de los Cimerios y realizar el sacrificio de varias ovejas, Odiseo visitó la morada del dios
de los muertos, Hades, para consultar al adivino Tiresias, quien le profetizó un difícil regreso a Ítaca. A su
encuentro salieron todos los espectros, quienes quisieron beber la sangre de los animales sacrificados.
Odiseo se la dio en primer lugar a Tiresias, luego a su madre, Anticlea, y también bebieron varias mujeres
destacadas y algunos combatientes que habían muerto en la guerra de Troya.
 CANTO XII. LAS SIRENAS, ESCILA Y CARIBDIS, LA ISLA DE HELIOS Y OGIGIA.
De nuevo en ruta, Odiseo y sus compañ eros consiguieron escapar de las Sirenas, cuyo canto hacía
enloquecer a quien las oyese. Para ello, Odiseo ordenó a sus hombres taparse los oídos con cera
exceptuá ndolo a él, quien mandó ser atado al má stil del barco.
Escaparon también de las peligrosas Caribdis y Escila.
Consiguieron llegar a Trinacria (Sicilia), la isla del Sol. Pese a las advertencias de no tocar el ganado del
dios Sol Helios, los compañ eros sacrificaron varias reses, lo que provocó la có lera de la divinidad. Al
hacerse de nuevo al mar, Zeus lanzó un rayo que destruyó y hundió la nave, y só lo sobrevivió Odiseo, que
llegó a la isla de Calipso, lugar donde se econtraba al principio de la historia.
TELÉMACO - LA ODISEA - TELEMAQUIA (CANTOS I - IV)
En la obra que consta de 24 cantos, la Telemaquia transcurre durante los cuatro primeros, describiendo la
situació n de Ítaca con la ausencia de su rey, el sufrimiento de la familia real, Telémaco, hijo de Odiseo, y
Penélope, mujer del ingenioso héroe. La bella reina recibía la incesante presió n de los pretendientes
asentados en el palacio durante los diez largos añ os que duró la guerra. Al llegar a una edad adulta, el
joven príncipe emprendió un viaje en busca de su padre.
 CANTO I. EL CONCILIO DE LOS DIOSES Y LA EXHORTACIÓN DE ATENEA A TELÉMACO.
 Homero empezaba la Odisea invocando a una Musa para que contase lo que le sucedió a Odiseo después
de la destrucció n de Troya. En una asamblea de los dioses griegos, Atenea abogó por la vuelta del héroe a
su hogar, su protegido durante la campañ a militar aquea durante diez largos añ os. Sin embargo, por
desviarse del camino y entretenerse en diferentes espacios geográ ficos, Odiseo llevaba unos cuantos añ os
en la isla de la ninfa Calipso. La mismísima Atenea, tomando la figura del rey de los Taifos, Mentes,
aconsejó al hijo de su protegido, Telémaco, que viajase en busca de noticias de su padre, forzando su
partida. 
Así pues, la Telemaquia llegaba a su fin con este drama de suspense. Normalmente en los viajes de los
héroes recibían ayuda de un mentor. En la Odisea, Atenea sirvió de guía tanto a Telémaco como a Odiseo.
 CANTO II. TELÉMACO REÚNE EN ASAMBLEA AL PUEBLO DE ÍTACA.
El palacio de Odiseo se econtraba invadido por decenas de pretendientes que, creyendo que el rey ha
muerto, buscaban la mano de su esposa Penélope. Pero gracias a la ayuda de la diosa de la sabiduría,
Atenea, apareció en forma de Mentor para guiar a la familia real. Así pues, Telémaco convocó una
asamblea en el á gora para expulsar a los soberbios pretendientes de su hogar. Finalmente, Telémaco
consiguió una nave y emprendió un viaje hacia Pilos en busca de noticias sobre su padre.
 CANTO III. EL VIAJE A PILOS.
La siguiente mañ ana, Telémaco y Atenea, quien continuaba bajo la figura de Mentor, llegaron a Pilos. Allí,
invitados por su rey, Néstor, participaron en una hecatombe (un sacrificio multitudinario de bueyes)
dedicada para Poseidó n. El rey les relató el regreso de otros héroes sobrevivientes desde Troya y la
muerte del rey de Micenas, Agamenó n. Sin embargo, la esperanza de Telémaco se apaga pues Néstor no
tenía ninguna informació n específica de Odiseo.
Así pues, Néstor sugirió al príncipe de Ítaca que partiese a Esparta para hablar con su rey, Menelao, quien
acababa de regresar de su largo regreso. A su vez, Atenea pidió a Néstor que uno de sus hijos acompañ ase
al joven Telémaco a Esparta y desapareció milagrosamente. Impresionado por que un joven estuviese
escoltado por una diosa olímpica, Néstor ordenó el sacrificio de una vaca en honor a ella y arregló que su
hijo Pisístrato acompañ ase a Telémaco.
 CANTO IV. EL VIAJE A ESPARTA.
Continuó el príncipe su viaje hasta Esparta, donde fue recibido por los soberanos de la ciudad, Menelao y
Helena. Antes de la informació n sobre el rey de Ítaca, Menelao le contó su propia desviació n en Egipto al
regresar de la Guerra de Troya, durante la cual se enteró de que Odiseo estaba vivo. A través del relato de
Menelao el joven Telémaco supo acerca de la desdichada suerte que había corrido Odiseo, encontrá ndose
éste en una isla retenido por Calipso. Mientras tanto, los pretendientes, sabiendo del viaje del joven,
prepararon una emboscada para tenderle a su regreso.
Estos cuentos de valentía y astucia educaron aú n má s a Telémaco sobre su padre, sirviendo como ejemplo
futuro de heroísmo a los que debería aspirar. La historia de Orestes se relata nuevamente para inspirar al
príncipe de Ítaca a tomar acciones contra los pretendientes. Telémaco tomó sus propios pasos para la
hombría cuando abandonó Esparta. Menelao, dispuesto a cumplir los presentes requeridos por Telémaco
para abandonar Esparta, le dió un cuenco de vino hecho por el dios de la industria Hefesto (Vulcano en
Roma). Telémaco empezó entonces su viaje de regreso a su hogar.
Pero en Ítaca los pretendientes de su madre planearon una emboscada para Telémaco y acabar con su vida
antes de que alcanzase plena madurez y pueda causarles problemas: en el Libro II, Telémaco es
considerado un niñ o que no representaba amenaza alguna; para el final del Libro IV su creciente hombría
se convierte en un gran peligro. 
HOMERO
Esta obra es atribuida tradicionalmente al poeta griego Homero. É ste es el nombre dado al aedo griego
antigua a quien, tradicionalmente se le atribuye la autoría de las principales poesías épicas griegas, a
saber, la Ilíada y la Odisea. Desde el periodo helenístico ha sido cuestionado si el autor de ambas obras fue
la misma persona. Sin embargo, anteriormente no só lo no existían estas dudas sino que las obras eran
consideradas relatos histó ricos reales. 
Admirado, imitado y citado por todos los poetas, filó sofos y artistas griegos que lo siguieron, es el poeta
por antonomasia de la literatura clá sica, a pesar de que la biografía de Homero aparece rodeada del má s
profundo misterio, hasta el punto de que su propia existencia histó rica ha sido puesta en tela de juicio.
Las má s antiguas noticias sobre Homero sitú an su nacimiento en Quíos, aunque ya desde la Antigü edad
fueron siete las ciudades que se disputaron ser su patria: Colofó n, Cumas, Pilos Ítaca, Argos, Atenas,
Esmirna y la ya mencionada Quíos. Para Simó nides de Amorgos y Píndaro, só lo las dos ú ltimas podían
reclamar el honor de ser su cuna.
Aunque son varias las vidas de Homero que han llegado hasta nuestros días, su contenido, incluida la
famosa ceguera del poeta, es legendario y novelesco. La má s antigua, atribuida sin fundamento al
historiador del siglo V a.C. Heró doto. En ella, Homero es presentado como el hijo de una huérfana
seducida, de nombre Creteidas, que le dio a luz en Esmirna. Conocido como Melesígenes, pronto destacó
por sus cualidades artísticas, iniciando una vida totalmente bohemia. Una enfermedad fue la que le dejó
ciego, y desde entonces pasó a llamarse Homero. La muerte, siempre segú n el seudo Heró doto, lo
sorprendió en Íos, en el curso de un viaje hacia la ciudad de Atenas.
Las dos obras de Homero fueron consideradas por los griegos de la época clá sica y por las generaciones
posteriores como las composiciones má s importantes de la literatura de la Antigua Grecia. Ambas forman
parte de una serie má s amplia de los poemas épicos de diferentes autores y extensiones denominado ciclo
troyano; de los otros poemas, en cambio, ú nicamente han sobrevivido fragmentos.
Ademá s de la Ilíada y la Odisea, a Homero se le atribuyeron otros poemas, como la épica menor
có mica Batracomiomaquia ("La guerra de las ranas y los ratones"), el corpus de los himnos homéricos, y
varias otras obras perdidas o fragmentarias, tales como Margites. Algunos antiguos autores también le
atribuían el Ciclo épico (también conocido como Ciclo Troyano), que incluía má s poemas sobre la Guerra
de Troya, así como epopeyas que narraban la vida de Edipo y guerras entre argivos y tebanos.
Los historiadores modernos, sin embargo, suelen estar de acuerdo en que la Batracomiomaquia,
el Margites, los himnos homéricos y los poemas cíclicos son posteriores a la Ilíada y la Odisea.
Homero fue fundamental para la unió n de la antigua Hellas. Sus obras fueron utilizadas también como
fundamentos de la pedagogía griega. En la Antigua Grecia no había un ideal nacionalista: no era, como hoy,
un estado o país unificado política ni geográ ficamente, pues, estaba dividido en diferentes reinos o
ciudades-estado, completamente autó nomas unas de otras. Era una realidad heterogénea, donde, la
identidad helénica só lo se unificaba mediante tres elementos comunes: por un lado, la lengua griega; por
otro, el ser estados "civilizados"; y, por ú ltimo, la educació n. El estudio por parte de los antiguos griegos de
las obras homéricas suponía una base de la Antigua Grecia, siendo el sistema universal de educació n.
GEOGRAFÍA DE HOMERO
Homero concebía un mundo que estaba completamente rodeado por Océano (considerado el actual
océano Atlá ntico), del que se pensaba que era el padre de todos los ríos, mares, fuentes y pozos.
El estudio de las menciones geográ ficas en la Ilíada desvela que el autor conocía detalles muy precisos de
la actual costa turca y, en particular, Samotracia y el río Caístro, cerca de É feso. En cambio, las referencias a
la península griega, con excepció n de la pormenorizada enumeració n de lugares de Catálogo de naves, son
escasas y ambiguas. Todo esto indica que, de haber sido Homero una persona concreta, se trataría de un
autor griego natural de la zona occidental de Asia Menor o de alguna isla pró xima a ella.
El mencionado Catálogo de naves, que es la enumeració n de los ejércitos de la coalició n aquea, recoge un
total de 178 nombres de lugar agrupados en 29 contingentes diferentes. Es un catá logo en el que muchos
de los lugares mencionados ya no podían ser reconocidos por los geó grafos griegos posteriores a Homero,
pero en el que no se ha podido demostrar ninguna localizació n erró nea.
En la Odisea, Homero menciona una serie de lugares en la parte que trata de las aventuras marinas de
Odiseo (Ulises en Roma) de los que la mayoría de los historiadores sostiene que se trata de lugares
puramente imaginarios, a pesar de que la tradició n posterior trató de encontrar una precisa localizació n
de ellos.
Otro aspecto controvertido de la geografía homérica ha sido la localizació n de la isla de Ítaca, patria de
Odiseo, puesto que algunas de las descripciones de ella que aparecen en la Odisea no parecen
corresponderse con la Ítaca actual.
ASPECTOS HISTÓRICOS INCORPORADOS EN LOS POEMAS HOMÉRICOS
Teniendo el cuenta el contexto histó rico de Homero (s. VIII a.C.), los historiadores afirman que, aunque las
historias contadas en sus poemas épicos son, mayormente, imaginarios, se destacan aspectos histó ricos
que definen la sociedad de los llamados Siglos Oscuros (1150 - 750 a.C.). También es conocida como la
Edad Oscura, que transcurre desde el colapso del mundo micénico (1200 - 1100 a.C.) hasta la época
arcaica griega (mediados del siglo VIII a.C.), caracterizado por la escasez de fuentes que complican de
manera extrema la reconstrucció n de las realidades histó ricas del periodo.
Homero describía una sociedad basada en el caudillaje. Se trataba de una sociedad guerrera en la que cada
regió n tenía una autoridad suprema, habitualmente hereditaria. Cada cabeza de grupo o caudillo tenía su
séquito personal, formado por personas que guardaban un alto grado de lealtad. Así, disfrutaban de una
serie de privilegios, siempre entendidos en el contexto histó rico del momento. Se quedaban con la mejor
parte en la distribució n de botines y la propiedad de un dominio.
Las decisiones políticas eran discutidas siempre en un consejo formado por el caudillo y los jefes locales.
Má s tarde, eran explicadas en la asamblea del pueblo. Los jefes caudillos también tenían una funció n
religiosa, pues eran los encargados de presidir los sacrificios ofrecidos a los dioses.
En las relaciones exteriores, la hospitalidad era bá sica, siendo el eje de la relació n en la que los caudillos o
embajadores estaban obligados a ofrecerse mutuamente alojamiento y ayuda cuando uno viajase al
territorio del otro.
Homero también describía un tribunal de justicia que juzgaba los delitos del momento, aunque a veces las
familias de los implicados podían llegar a un acuerdo privado que sirviese como compensació n por el
delito cometido, incluso en el caso de asesinato.
Era una sociedad totalmente estratificada o jerarquizada, siguiendo así una de las constantes histó ricas del
mundo antiguo. En el punto superior de la organizació n social se encontraba la aristocracia privilegiada o
aristoi, documentada también en los restos materiales obtenidos mediante la arqueología. Era un grupo
compuesto por personas de un gran grado de riquezas basadas en la gran propiedad. Cada familia o grupo
se definía con la filiació n, teniendo como referencia principal un antepasado comú n de origen mítico, es
decir, un dios o un héroe concreto.
Tal y como explica la palabra aristoi, se pensaba que eran los mejores de la sociedad del momento. En una
sociedad patriarcal, se consideraban aristoi solo a los hombres, quienes acumulan valores morales citados
en poemas épicos, como por ejemplo la valentía, la osadía, la nobleza del alma, la fuerza o la belleza. Siendo
un sistema social basado en los caudillos, la importancia de la guerra es innegable: por un lado, morir en la
guerra suponía conseguir "la mejor muerte" y, por otro, el sobrevivir y llegar a una edad avanzada se
consideraba que eran hombres de experiencia, hombres imprescindibles para la comunidad gracias al
poder de la palabra. Entre las funciones de la aristocracia se encontraban la prioridad de la guerra, que
también incorporaba la caza y la piratería, garantizar el orden de la comunidad y administrar la justicia.
Era una sociedad gentilicia (gene), unidades sociales parecidas a las tribus en un contexto donde las
famosas polis no existían. Eran comunidades unidas y cohesionadas suprafamiliares, donde familias y
tribus diferentes convivían. Por tanto, los matrimonios eran la base de las relaciones sociales y políticas. 
Era una sociedad monó gama, pues los hombres só lo podían tener una ú nica esposa. Sin embargo, estaba
permitido que tuviesen numerosas concubinas, aunque hay un caso concreto en el que Homero
mencionaba una situació n de poligamia, la del rey troyano Príamo. La herencia se basaba en la
primogenitura, siendo el hijo varó n el heredero de todos las propiedades. 
Aunque se defendía una equidad social a causa de el mismo origen, lengua y religió n, en la prá ctica las
diferencias sociales eran notorias, siendo el pará metro econó mico bá sico.
Por otro lado, se encontraban los campesinos libres, hombres exentos de la esclavitud pero totalmente
pobres y organizados en minifundios. Los tethes, en cambio, eran campesinos sin propiedad alguna que
sobrevivían gracias a vender mano de obra. 
En esta sociedad también se encuentran los esclavos patriarcales, que no eran la misma realidad de la
época clá sica. No se consideraban, entonces, simple mercancía: eran esclavos que mantenían una relació n
personal directa con el dueñ o y trabajaban junto a ellos. Las razones de la eslcavitud se basaban en
diferentes orígenes como la piratería, los presos de guerra o el comercio.
También eran mencionados por Homero los demiurgos, extranjeros libres que tenían un trabajo
especializado y profesional: artesanos, poetas, heraldos o mensajeros, herreros, rapsodas y demá s.
Estaban en continuo movimiento, yendo de comunidad en comunidad y no estaban atados a una tierra
concreta.
En cuanto a los valores éticos descritos, se incluyen el honrar debidamente a los dioses; respetar a las
mujeres, los ancianos, los mendigos y los suplicantes extranjeros y no deshonrar el cadá ver de un enemigo
muerto. Relacionado con el tema de la muerte, la incineració n es el uso funerario que aparecía en los
poemas homéricos.
La religió n era politeísta: los dioses tenían características antropomó rficas y decidían el destino de todo
mortal. Se realizaban numerosos ritos, tales como sacrificios y plegarias para conseguir ayuda y
protecció n. 
Aunque el hierro era conocido, la mayor parte de las armas eran de bronce. Homero describe también el
uso del carro de guerra como medio de transporte empleado por los caudillos durante las batallas.
EL CICLO TROYANO
El ciclo troyano es un conjunto de poemas que, datados en la época de la Grecia arcaica, narraban la
sucesió n de los acontecimientos de la famosa leyenda de la guerra de Troya. Entre ellos se encuentran dos
que han llegado hasta nuestros días, la Ilíada y la Odisea, atribuidas ambas a Homero. Los otros, hoy
perdidos, solo se conocen por fragmentos o resú menes realizados por antiguos autores.
1. LAS CIPRIAS O CANTOS CIPRIOS.
Las Ciprias o Cantos Ciprios comprendían once libros en hexá metros dá ctilos. Fue compuesto,
probablemente, a finales del siglo VI a.C. La tradició n defendía que Homero se lo dio a su yerno Estasino de
Chipre, como parte de la dote de su hija. Sin embargo, otros mencionaban como compilador a Hegesias de
Salamina.
En esta obra se narra los orígenes del conflicto troyano, describiendo los nueve primeros añ os de guerra
con los griegos.
 Empezaba con una deliberació n entre Jú piter y Temis acerca de la Guerra de Troya.
 Continuaba con la inesperada aparició n de Eris en la boda de la nereida Tetis con el mortal Peleo, y
el consiguiente juicio de Paris acerca de la belleza de Minerva (Atenea), Juno (Hera) y Venus
(Afrodita). É sta ú ltima era la ganadora tras prometer a Paris que conseguiría a Helena de Esparta.
 Después de viajar a Laconia (o Lacedemonia) acompañ ado de Eneas, Paris se llevó (con o sin su
consentimiento, pues la obra no lo aclara) a Ilió n junto con su dote.
 Menelao, rey de Esparta y marido de Helena, deliberó con su hermano, Agamenó n, rey de Micenas
y, posteriormente, con Néstor de Pilos acerca de la necesidad de reunir un gran ejército. Así
recorrieron Grecia reuniendo caudillos. Odiseo, rey de Ítaca, trató de evitar ser reclutado fingiendo
estar loco, pero Palamedes descubrió su trampa y Odiseo tuvo que rectificar, uniéndose al resto de
la expedició n.
 La flota griega se reunió así en el puerto de Á ulide. El adivino Calcante predijo que la guerra iba a
durar diez largos añ os, y zarparon, arribando por error en Teutrania, donde hieren a su rey Télefo,
que posteriormente será curado por el mismo que lo hirió , el famoso héroe Aquiles.
 Reunida nuevamente la expedició n en Á ulide, no pudieron zarpar los griegos a causa de las
tempestades. Calcante conminó a Agamenó n a sacrificar a su hija Ifigenia para apaciguar a la diosa
de la caza, Artemisa (Diana en Roma). Anteriormente, Agamenó n había matado una cierva
consagrada diciendo que él era mejor arquero que la propia diosa. 
 Por fin zarparon hacia la ciudad de Troya, pero Filoctetes fue abandonado en Lemnos tras ser
mordido por una serpiente.
 Cuando llegaron y desembarcaron ante las grandes murallas de la ciudad legendaria, el príncipe
Héctor mató a Protesilao y Aquiles mató a Cicno. Los aqueos exigieron la devolució n de Helena y su
dote, pero los troyanos se negaron. A su vez, los aqueos asediaron toda la regió n y Aquiles tomó
como esclava a Briseida mientras Agamenó n tomaba a Criseida.
2. LA ILÍADA. 
La Ilíada es una epopeya griega mundialmente conocida, siendo el poema má s antiguo escrito de la
literatura occidental. Atribuida al célebre Homero, no cabe duda pues, que Homero (s. VIII. a.C.) es el polar
sobre el que se apoya la épica grecolatina y, por ende, la literatura occidental.
Compuesta en hexá metros dactícicios, consta de 15.693 versos, divididos por editores, ya en la antigü edad,
en 24 cantos o rapsodias. Si trama radica en la có lera del héroe griego principal, Aquiles. Narra los
acontecimientos ocurridos durante 51 días en el décimo y, por tanto, ú ltimo añ o de la Guerra de Troya. El
título de la obra deriva del nombre griego de Troya, Ilión.
3. LA ETIÓPIDA.
La Etió pida comprendía cinco libros en hexá metros dá ctilos. Fue compuesto, probablemente, entre los
siglos VII - VI a.C.
Se atribuye su compilació n a Artino de Mileto, pero referencias a uno de sus má s importantes personajes
-Pentesilea, reina de las Amazonas- datan del 600 a.C., sugiriendo una fecha má s tardía.
 Empezaba poco después de la muerte del príncipe troyano Héctor, con la llegada de la reina
Pentesilea, hija de Ares (o Marte), al frente de las Amazonas en ayuda a los troyanos. Aunque ésta
tiene un momento de gloria en la batalla, el héroe aqueo Aquiles la mató .
 El guerrero griego Tersites se burló má s tarde de Aquiles, acusá ndolo de que se había enamorado
de ella tras haberla asesinado. Pero Aquiles contestó matá ndolo, teniendo que purificarse
ritualmente por haber matado a uno de los suyos.
 Má s tarde, llegó el otro aliado de Troya: Memnó n el Etípoe, hijo de Eos y Titono, liderando las
tropas de Etiopía y llevando una armadura hecha por el propio dios de la forja, Hefesto (o Vulcano
en Roma). El aliado troyano mató a Antíloco, hijo de Néstor y amigo de Aquiles. É ste ú ltimo mató al
etípoe y Jú piter lo hizo inmortal a petició n de su madre, Eos. Pero Aquiles, rabioso, persiguió a los
troyanos hasta las mismas puertas de la ciudad, y ante la puerta Escea lo mataron Paris y el dios
Apolo. 
 Odiseo y Á yax rescataron el cuerpo inerte del héroe. Se inició un funeral para Antíloco y otro para
Aquiles, al que asistió su madre, la ninfa marina Tetis, acompañ ada por las musas. Se celebraron
juegos funerarios en honor al héroe, en los que se ofreció como premio sus armas, disputadas por
aquellos que recuperaron el cuerpo, es decir, Á yax y Odiseo.
4. LA PEQUEÑA ILÍADA.
La Pequeñ a Ilíada estaba compuesta por cuatro libros en hexá metros dá ctilos. Se suele datar entre los
siglos VII y VI a.C. Se atribuye su compilació n a Lesques de Pirra o de Mitilene, Cinetó n de Esparta, Diodoro
Eirtreo y Homero.
 Empieza con la continuidad del asedio a la ciudad de Troya. Héleno, adivino troyano que es
capturado por Odiseo, profetizó que só lo con cierto arco Troya caería. Este arco estaba a
disposició n de Filoctetes, el cual había sido abandonado en la isla de Lemnos. Diomedes,
probablemente acompañ ado por algú n otro héroe, acudió a la isla y llevó a Filoctetes hasta Troya,
siendo curado por Macaó n. Tras ello, Filoctetes luchó con Paris en un combate singular,
consiguiendo matarlo.
 Helena se casó con su cuñ ado Deífobo.
 Odiseo llegó a Esciros y trajo al hijo del difuno Aquiles, Neoptó lemo, dá ndole la armadura de su
padre. Neoptó lemo mató al hijo de Télefo, Eurípilo, que había acudido en auxilio de los troyanos.
 Odiseo se disfrazó de mendigo para espiar pero es reconocido por Helena. Sin embargo, no lo delató
e incluso planearon juntos la captura de la ciudad.
 Así, Odiseo vuelve con Diomedes a robar el paladio. Epeo construye, por indicació n de Atenea
(Minerva), el caballo de madera y se meten en su interior los mejores guerreros griegos. A su vez,
quemaron el campamento y replegaron su flota en la isla de Ténedos.
 Creyendo que sus enemigos se habían retirado, los troyanos rompieron parte de sus murallas para
poder meter dentro al caballo y celebrar así la victoria.
 El desenlace se centra en la posterior quema y saqueo de Troya. 
5. ILIUPERSIS.
La Illiupersis se atribuye a Arctino de Mileto, siendo dos libros en hexá metros dá ctilos. Su nombre
significaba "saqueo de Ilió n". Fue compuesto, probablemente, en el siglo VII a.C. También hace referencia a
este poema el libro II de la Eneida de Virgilio, donde cuenta la historia desde el punto de vista troyano con
diferencias en detalles.
 La historia comenzaba con los troyanos discutiendo con qué hacer con el famoso caballo de madera.
La princesa Casandra y el sacerdote Leocoonte, adivinos troyanos, manifestaron la sospecha de una
trampa griega, defendiendo que el monumental objeto contenía soldados en su interior. Pero los
demá s troyanos decían que era una reliquia sagrada de los dioses Poseidó n (el romano Neptuno) o
la propia diosa de la sabiduría Atenea (Minerva en Roma). Al ganar la opinió n de la mayoría, se
celebró la aparente victoria troyana por la creencia de que los griegos habían abandonado el asedio.
 Sin embargo, el dios Apolo envió dos serpientes que mataron a Laocoonte y a uno de sus hijos.
Viendo esto, só lo Eneas y sus hombres vaticinan el desenlace y abandonaron la ciudad.
 Por la noche, los griegos salieron del caballo y abrieron los pó rticos de la ciudad para que los demá s
griegos, que habían vuelto de Tñ enedos, entrasen. Los troyanos son, por tanto, masacrados y la
ciudad arde en llamas.
 Neoptó lemo mató al rey Príamo, quien se había escondido en el altar de Zeus; el rey espartano
Menelao mató a Deífobo y recuperó a Helena; Á yax arrastró por la fuerza a la princesa Casandra, al
cual se agarró a la estatua de Atenea y los dioses consideraron castigarle. Pero éste se refugió en el
altar de la diosa de la sabiduría. Neoptó lemo mató al bebé de Héctor, Astianacte, y se llevó a su
mujer Andró maca como esclava.
 Finalmente, antes de partir, los aqueos hicieron un sacrificio humano con la hija del rey Príamo,
Políxena, en la tumba de Aquiles.
6. EL NOSTOI: LOS REGRESOS.
Nostoi era un poema atribuoido a Agias de Trezén, Homero y Eumolpo. Eran cinco libros de hexá metros
dá ctilos, datado hacia el siglo VI a.C.
 Empezaba con los aqueos (o griegos) prepará ndose para partir de las costas troyanas, mientras que
una disputa de Agamenó n y Menelao entra en escena sobre si debían partir de regreso a sus casas
de inmediato o no.
 Atenea estaba furiosa con el comportamiento salvaje de los aqueos en el saqueo. Agamenó n se
quedó atrá s para hacer un ritual para apaciguarla. Mientras, Diomedes y Néstor partieron los
primeros, llegando sanos y salvos a sus casas.
 Menelao partió pero llegó a perder la mayoría de sus barcos a causa de las tormentas. Incluso llegó
a Egipto, donde permaneció varios añ os.
 Otros, en cambio, partieron con el adivino Calcante por tierra hacia Colfó n: allí el sabio murió y fue
enterrado.
 Cuando Agamenó n zarpó de regreso, se le apareció el fantasma de Aquiles, quien le predijo que
sería asesinado. Zeus mandó una gran tempestad al rey de Micenas, y sus barcos y Á yax perecieron
a petició n de Atenea en las rocas Caférides, situadas en el extremo sur de la isla de Eubea.
 Neoptó lemo siguió el consejo de su abuela Tetis, regresando por tierra. En Tracia vio a Odiseo en
Maronea, quien llegaba por mar. Al fin, el hijo de Aquiles llegó a casa mientras que el viejo Fénix
murió en el camino. Allí, su abuelo y rey Peleo lo reconoció .
 La historia de Agamenó n terminó en tragedia: llegó a Micenas y fue asesinado por su mujer
Clitemenestra y el amante de ésta, Egisto, que a su vez era primo del rey Agamenó n. El hijo de
Agamenó n, Orestes, le vengó matando a su madre y el amante, siendo ésta una parte bá sica para
una trilogía de Esquilo.
 Tras pasar algunos añ os, Menelao llegó a casa, mientras que el ú nico griego vivo que aú n no había
regresado era Odiseo.
7. LA ODISEA.
La Odisea es atribuida a Homero. Se cree que fue escrita en el siglo VIII a.C. Segú n otros autores, esta obra
se llegó a completar en el siglo VII a.C., a partir de poemas que só lo describían partes de la obra actual. Fue
originalmente escrita en lo que se ha llamado dialecto homérico. La obra consta de 24 cantos.
Al igual que muchos poemas épicos antiguos, comienza in medias res, lo que significa que empieza en
mitad de la historia, contando los hechos anteriores a base de recuerdos o narraciones del propio Odiseo
(conocido como Ulises en Roma). El poema se divide en tres partes:
 En la Telemaquia, los cantos del I al IV se describe la situació n de Ítaca con la ausencia de su rey, el
sufrimiento de Telémaco y Penélope debido a los pretendientes, y có mo el jocen emprende un viaje
en busca de su padre.
 En el regreso de Odiseo, los cantos del V al XII, Odiseo llega a la corte del rey Alcinoo y narra todas
sus aventuras desde que salió de Troya. 
 Finalmente, en la venganza de Odiseo, los cantos del XIII al XXIV, se describe el regreso a la isla, el
reconocimiento por alguno de sus eslcavos y su hijo, y có mo Odiseo se venga de los pretendientes
matá ndolos a todos. Tras aquello, Odiseo será reconocido por su esposa Penélope y recuperará su
reino. Por ú ltimo, se firma la paz entre todos los itacenses.
8. TELEGONÍA.
La Telegonía se atribuye a Conetó n de Esparta o a Eugamó n de Cirene. También se ha pensado que pudo
ser un plagio realizado por este çultimo de un poema de Museo. Comprendía dos libros de hexá metros
dá ctilos. 
La fecha de su composició n es incierta. Cirene, ciudad de Eugamó n, fue fundada en 631 a.C. por los griegos,
pero el poema oral puede haber existido antes. También Homero pudo haber conocido esta obra: el
episodio de Tesprocia y el de la lanza de Telégono parecen estar basados en el relato de la profecía de
Tiresias del libro XI de la Odisea, pero también es posible que Homero usase la historia de Telégono como
base para dicha parte de la Odisea.
Se diferencian dos episodios: por un lado, el viaje de Odiseo a Tesprocia y, por otro, la historia de
Telégono. Probablemente cada uno de los dos libros relataba ambos episodios diferenciados.
 La historia comienza tras la matanza de los pretendientes de Penélope, esposa de Odiseo o Ulises.
Los cadá veres son enterrados y Odiseo hace sacrificios a las Ninfas, en cuya cueva escondió el
tesoro que trajo de Troya a Ítaca (Odisea, XIII). 
 A continuació n, viajó a la É lide a visitar a un tal Políxeno, que le da un cuenco con las historias
pintadas de Trofonio, Agamedes y Augías.
 De vuelta en Ítaca fue a Tesprocia a hacer sacrificios por consejo de Tiresias. Allí se casó con la
reina Calídica, con quien tendrá luego un hijo llamado Polipetes. Se quedó allí para verlo nacer y
luchar contra los tesprotos y los vecinos brigos. En esa guerra la reina muere y Odiseo volverá a
Ítaca.
 Mientras, Circe había tenido un hijo con el héroe, llamado Telégono ("nacido lejos"). Ambos vivían
en la isla de Eea. Por consejo de Atenea, Circe le dijo el nombre de su padre, le entregó una lanza
cuya punta era el aguijó n de una manta-raya venenosa que Hefesto había creado y lo mandó en
busca de Odiseo.
 Una tormenta lo llevaría a Ítaca, sin saber él dó nde se encontraba. Cometió piratería y robó ganado
de Odiseo. Pero éste lo ve y acude. Luchan y Telégono mata a Odiseo con su lanza envenenada,
cumpliendo así la profecía de Tiresias en la que la muerte le llegaría al rey de Ítaca del mar.
Mientras muere se reconocen mutuamente y Telégono lamentó su error. Má s tarde llevó el cadá ver
de su padre, junto a su hermanastro Telémaco y su madrastra Penélope a su hogar en la isla Eea.
Allí es enterrado y Circe hace a los demá s inmortales. Su hijo Telégono se casó con Penélope y
Telémaco con la maga Circe.
EL PAPEL DE AFRODITA EN LA GUERRA DE TROYA
El punto de partida para el estallido de la terrible Guerra de Troya fue la boda entre el rey mortal Peleo y la
diosa Tetis. Tanto diversas divinidades como mortales fueron invitados a las bodas de los futuros padres
del célebre Aquiles. Solamente la diosa de la Discordia Eris no fue invitada a la celebració n. Como
venganza, ésta apareció en medio de la fiesta con una manzana dorada que llevaba inscrita la palabra
kallistei (es decir, para la má s hermosa"), que arrojó después entre las diosas.
Afrodita, Hera y Atenea reclamaron cada una por su lado ser la má s bella y, por tanto, la justa propietaria
del fruto. Estuvieron de acuerdo en llevar el asunto ante una gran autoridad, el padre de los dioses, quien,
al no querer el favor de ninguna de sus sú bditas dejó la elecció n en manos de un mortal: Paris, el príncipe
troyano antes de conocer su verdadera identidad. Hera procuró sobornarlo por todos los medios
ofreciéndole un gran reino en el Asia Menor; mientras, Atenea le garantizaba la sabiduría, la fama y la
gloria eterna en la batalla; pero Afrodita, susurrá ndole, le entregaba como esposa a Helena, la mujer
mortal má s hermosa del mundo. Ató nito ante todo lo que le ofrecían, Paris no dudó y eligió a la diosa del
amor. Viendo el resultado del pleito, las otras dos diosas encolerizaron y a través del rapto de Helena
provocaron directamente la Guerra de Troya.
OTRAS HISTORIAS DE AFRODITA. AFRODITA E HIPÓLITO
En una de las tradiciones defendidas de la historia de Hipó lito, la diosa de la belleza era el catalizador de su
muerte. El joven desdeñ ó su culto por el de Artemisa y, como venganza, Afrodita provocó que su
madrastra, Fedra, se enamorase de él. Sin embargo, la diosa sabía que Hipó lito la rechazaría.
En la versió n má s popular de la historia de Eurípides, Fedra clamaba venganza contra Hipó lito
suicidá ndose y dejando una nota en la que relataba a Teseo, su marido y padre del joven Hipó lito, que éste
la había violado sin piedad. Hipó lito, por su parte, había jurado no mencionar el amor de Fedra por él y
rehusó noblemente defenderse a pesar de las consecuencias. Teseo maldijo en ese momento a su hijo,
maldició n que Poseidó n estaba obligado a cumplir. Así, Hipó lito fue sorprendido por un toro que surgió del
mar y asustó a sus caballos, haciendo volcar su carro. 
Curiosamente esta no es la muerte que Afrodita urde en la obra Hipólito, pues en el pró logo se afirma que
espera que Hipó lito sucumba a la lujuria con Fedra y Teseo les sorprenda juntos. Hipó lito perdona a su
padre antes de morir y Artemisa revela la verdad a Teseo antes de jurar que matará a uno de los amores
de Afrodita, Adonis, como venganza.
LAS INTROMISIONES DE AFRODITA
 Galuco de Corinto, el hijo de Sísifo, enfadó a la diosa. É sta hizo que los caballos del mortal
enfureciesen durante los juegos funerarios en honor al rey Pelias. Tanta era la locura de los equinos
que llegaron a despedazar a su dueñ o. Desde entonces, el fantasma de Glauco espantaba,
supuestamente, a los caballos durante los Juegos Ístmicos.
 Momo fue presa de la mofa de Afrodita, lo que provocó su expulsió n del Olimpo.
 Afrodita figura como la bisabuela de Dionisos, dios del vino; pero en otras versiones se le
consideraba su amante.
 En el libro III de la Ilíada de Homero, Afrodita salvaba a su protegido troyano Paris cuando estaba a
punto de ser asesinado por Menelao de Esparta.
 Afrodita era muy protectora con su hijo, Eneas, quien luchó en la Guerra de Troya. Diomedes estuvo
a punto de matar al joven en batalla, pero Afrodita lo salvó . El aqueo hirió a la diosa, dejando ésta
caer a su hijo, volando al Monte Olimpo. Entonces Eneas fue envuelto por una nube creada por
Apolo, quien lo llevó a Pérgamo, un lugar sagrado del reino de Troya. Allí fue la hermana del dios
sol, Artemisa, quién curó a Eneas.
 Fue Afrodita quién convirtió a Anaxarete en piedra por reaccionar tan desapasionadamente a las
sú plicas de Ifis, para amarla, incluso tras el suicidio de éste.
ARES Y LA GUERRA DE TROYA
En la Ilíada de Homero se representa a un Ares sin alianzas fijas ni respecto hacia Temis, el orden correcto
de las cosas: prometió a Atenea y Hera que lucharía al lado de los valerosos aqueos, pero la bella Afrodita
logró persuadirlo para que luchase en favor a Troya.
Durante las batallas, Diomedes se enfrentó al príncipe Héctor y contempló como el dios de la guerra estaba
luchando en el bando troyano. Así, Diomedes exclamó a sus soldados que se retirasen lentamente. Hera,
reina de dioses y la madre de Ares, vio la injerencia del dios y pidió permiso a Zeus, su padre, para alejarlo
del campo de batalla. Sin embargo, Ares logró atacar a Diomedes con su lanza, pero Atenea desvió el
ataque. El héroe griego respondió con la pica y Atenea guió ese golpe para herir a Ares, quien en su caída
bramó como nueve o diez mil hombres y huyó al Olimpo, lo que obligó a los troyanos a retirarse.
Cuando Hera mencionó durante un diá logo con Zeus que su hijo Ascá lafo había fallecido, Ares rompió a
llorar y quiso unirse a la contienda del lado de los aqueos contra la orden de Zeus de que ningú n dios
olímpico debía participar en la célebre guerra. Atenea detuvo a Ares y le ayudó a quitarse la armadura.
Má s tarde, cuando el padre de los dioses permitió a las divinidades tomar parte activa en la guerra de los
mortales, Ares intentó vengarse de Atenea. No obstante, el dios terminó herido de nuevo cuando Atenea lo
golpeó con una piedra só lida, cubriendo al caer con su cuerpo tumbado siete yugadas. Cuando la piedra
golpeó al dios, mató a Ilíada y lo mandó a gobernar su patria, Tracia, un lugar de sabiduría.
ARES EN LA TIERRA
Ares abandonó el cielo, se retiró a la regió n de Tracia y moró durante algú n tiempo este país, por el cual
sentía una especial estima y en el que era adorado como principal divinidad. 
De aquí marchó a Grecia; al llegar al Á tica presenció los ultrajes que infería a su hija Alcipa el cruel
Alirrocio, hijo del dios Poseidó n, y no pudiendo contener su indignació n mató al agresor. Poseidó n citó
entonces a Ares para que compareciese ante un tribunal augusto que los atenienses acababan de instituir,
para que fuese allí mismo juzgado. El acusado expuso a los jueces el asunto con toda la simplicidad y
franqueza de un soldado y se defendió con tal elocuencia, que fue absuelto. Entonces, este tribunal tomó el
nombre de Areó pago. Areó pago quiere decir colina de Ares: Ares significa en griego Marte y pagos colina.
En efecto, el Areó pago se asentaba sobre la colina donde Ares pleiteara.
Uno de los papeles de Ares situado en el propio continente griego era el del mito fundacional de la ciudad
de Tebas. El dios era el progenitor del dragó n acuá tico que mató Cadmo, convirtiéndose en ancestro de los
espartanos: los dientes del dragó n brotaron como si de una cosecha creciese una raza de guerreros
descendientes de Ares. Para aplacar a Ares, Cadmo tomó como esposa a Harmonía, fruto de unió n entre el
dios con Afrodita, resolviendo así la contienda y fundando la ciudad de Tebas.
HÉROE
En la folclore y mitología, un héroe o heroína en femenino, era un personaje eminente que encarnaba la
quinta esencia de los rasgos claves valorados en su cultura originaria. Comú nmente, el héroe poseía
habilidades sobrehumanas o rasgos de personalidad idealizados que le permitían llevar a cabo
extraordinaras hazañ as que resultarían beneficiosas por las que sería reconocido perpetuamente.
Los héroes de las culturas mitoló gicas griega y romana se acercaban, en muchas ocasiones, al estatus de
dioses. La palabra héroe procede del griego antiguo, describiendo al héroe cultural que aparecía en esa
mitología. 
Los héroes griegos eran personajes mitoló gicos, fundadores epó nimos de diversas ciudades y territorios
griegos. Sin embargo, éstos no siempre solían ser modelos ideales de conducta o poseían virtudes
heroicas; muchos eran semidioses, hijos de mortales y dioses. La época de estos personajes en la que se
sitú an las historias de los mitos griegos se conocía como Edad Heroica, que terminaba poco después de la
legendaria Guerra de Troya, cuando los célebres combatientes volvieron a sus hogares o incluso
marcharon al lejano exilio.
El héroe clá sico vivía en circunstancias inusuales. Por ejemplo, la situació n de su nacimiento era muchas
veces una constante en los relatos: un hombre poderoso intentaría matarlo al nacer por miedo a perder
todo cuanto controla, era raptado y criado por padres adoptivos en un país lejano. Rutinariamente estos
personajes encontraban una misteriosa muerte; a menudo se contaba que fallecían en la cima de una
colina; otras veces, su cuerpo no era enterrado; en otras ocasiones no dejarían sucesió n alguna; y tendría
uno o má s sepulcros sagrados.
En la mayoría de las religiones indígenas europeas aparecían héroes en alguna de sus formas. Los héroes
germá nicos, helénicos y romanos, junto con sus atributos y formas de adoració n, fueron ampliamente
absorbidos por las confesiones ortodoxa y cató lica del cristianismo, constituyendo la base de la actual
culto a los Santos.
CULTO HEROICO GRIEGO. DEFINICIÓN DEL CULTO HEROICO EN LA GRECIA ANTIGUA
El culto heroico era una de las características má s peculiares de la antigua religió n griega. En griego
homérico, heros (cognado con el latín vir) significaba simplemente "hombre aristrocrático". Sin embargo,
para el periodo histó rico la palabra había pasado a significar específicamente un hombre muerto, adorado
en su tumba por su fama en vida o su forma inusual de morir, otorgá ndole así poder sobre los vivos.
El culto griego a los héroes era diferente a la veneració n ancestral. Solían ser un asunto má s cívico que
puramente familiar, y en muchos casos ninguno de los seguidores eran descendientes del héroe. Por otra
parte, también era distinto al culto romano a los emperadores muertos, ya que no se creía que el héroe
había ascendido al Olimpo o se había convertido en una deidad: estaba bajo tierra, siendo su poder
puramente local. Por este mismo motivo, su culto era ctó nico por naturaleza y sus rituales eran muy
similares a los de Hécate y Perséfone que a los de dioses celestes como Zeus o Apolo.
Las ú nicas dos excepciones fueron Heracles y Ascelpio, quienes podían ser adorados como dioses tanto
como héroes.
En el culto, los héroes se comportaban de una forma bastante diferente a como lo hacían en la mitología.
Podían aparecer como hombres o como serpientes indistintamente, y rara vez lo hacían salvo que se
enfadasen. Un dicho pitagó rico advertía que no debía de comerse la comida que había caído al suelo
porque "pertenece a los héroes". En una obra fragmentaria de Aristó fanes, un coro de héroes anó nimos se
describía como remitentes de piojos, fiebres y forú nculos.
TIPOS DE CULTO HEROICO
Esta veneració n se ofrecía predominantemente a hombres, aunque también a mujeres e incluso niñ os. Se
rendía culto a todo tipo de personajes, siendo algunos de ellos los siguientes:
 Hombres famosos del pasado mítico: héroes en el sentido moderno de la palabra, como Edipo en
Atenas o Pélope en Olimpia.
 Fundadores de ciudades, como Bato de Cirene.
La mayoría de las veces estaban involucradas las muertes violentas e inesperadas, como en los siguientes
casos:
 Los muertos en batallas, que solía ser algo má s colectivo que individual, de forma que no
desbaratar el delicado equilibro de las polis griegas, como en el caso de los muertos de la batalla de
Marató n.
 Los muertos por rayos, como en varios casos de la Magna Grecia.
 Los que desaparecían en el interior de la tierra, como Edipo y Anfiarao.
El culto heroico podía tener la mayor importancia en los asuntos políticos de una ciudad. Cuando Clístenes
dividió a los atenienses en nuevos demos (unidades administrativas) para votar, consultó al orá culo de
Delfos en honor a qué héroes debía bautizar cada divisió n. 
Segú n Heró doto, los espartanos atribuían su conquista de Arcadia a su robo de los huesos de Orestes de la
ciudad de Tegea.
En la mitología, los héroes solían tener estrechas relaciones -aunque bastante conflictivas- con las
divinidades. Por esto, el nombre de Heracles significaba "gloria de Hera", a pesar de que toda su vida fue
atormentado por la reina del Olimpo. Esto era má s cierto incluso en sus apariciones en el culto. 
Quizá el ejemplo má s llamativo sea el del rey ateniense Erecteo, a quien Poseidó n mató por preferir a
Atenea como diosa patrona de la ciudad. Cuando los atenienses adoraban a Erecteo en la mítica Acró polis,
lo invocaban como Poseidó n Erecteo.
SEMIDIÓS
El término semidió s era usado para describir la figura mitoló gica fruto de la unió n carnal entre un dios y
un mortal. En la época helenística y clá sica también eran catalogados como semidioses los poetas y bardos
del momento, que narraban historias sobre la vida de los dioses dela época épica. También a los
semidioses se les llamaba héroes.
Parte de la naturaleza dual de los héroes griegos que dio lugar al concepto de semidió s era la doble
paternidad que intervenía en su procreació n, un tema recurrente, pues actuaban un mortal y una deidad.
La madre mortal podía yacer con ambos padres en la misma noche (por ejemplo, Etra, madre de Teseo), o
ser visitada secretamente por un dios (Danae, madre de Perseo). Segú n se pensaba en la antigü edad, la
semilla de la deidad, simbolizando el cielo, se mezclaba en el ú tero, simbolizando la madre tierra, y los
hijos poseían parte de las cualidades divinas, como fortaleza y energía extraordinarias, poder cruzar el
umbarl de la vida y la muerte y regresar sin dañ o alguno o hacer de intermediarios tras la muerte entre
deidades y mortales.
Zeus fue el padre de muchos héroes y dioses como resultado de sus devaneos amorosos. A estos  héroes,
tras la muerte se les concedían honores, especialmente entre aquellos griegos que reclamaban ser
descendientes suyos y que esperaban protecció n y patronazgo de alguna deidad por su intercesió n.
La veneració n de héroes fue parte de los ritos ctó nicos de la religió n de la Antigua Grecia. Eran mortales
aunque tenían preferencia sobre los hombres y algunos poderes inusuales. La ú nica excepció n fue
Heracles, que, tras su muerte, fue aceptado entre los dioses olímpicos, adquirieron una posició n bastante
privilegiada.
ENEAS - LA APOTEOSIS DE ENEAS
Narraciones mitoló gicas posteriores a La Eneida de Virgilio relataban có mo, tras la victoria de Eneas sobre
Turno, Venus pidió a Jú piter que acogiese a su hijo entre las divinidades celestes. Todos los dioses, Juno
incluida, ya má s conciliadora, dieron su asentimiento y el padre de los dioses, asintiendo fuertemente con
la cabeza, confirmó su voluntad.
Venus lo agradeció y, transportada en vuelo por palomas, se dirigió hacia la desembocadura del Municio,
en el Laurentino, ordenando al río que eliminase de Eneas todo cuanto tenía de mortal; luego ungió el
cuerpo de su hijo así purificado con un ungü ento divino y, rociando su boca con néctar y ambrosía, lo
convirtió en dios.
ENEAS
Eneas o Aeneas era un héroe de la mitología grecorromana que participó en la Guerra de Troya, que tras la
caída de la ciudad logró escapar emprendiendo un viaje que lo llevaría hasta el Lacio italiano, donde, tras
una serie de acontecimientos se convirtió en rey y progenitor del pueblo romano, pues en esa misma tierra
dos de sus descendientes, Ró mulo y Remo, fundarían la ciudad de Roma.
Era hijo del príncipe Anquises y de la diosa del amor Venus, Afrodita en la mitología romana. Su padre era,
ademá s, primo del rey Príamo de Troya. Se casó con una de las hijas de éste ú ltimo llamada Creú sa, con la
cual tuvo un hijo llamado Ascanio. En su huida de la ciudad acompañ ado de toda su familia, su esposa
murió al quedarse atrá s.
Se trata de una figura relevante en las leyendas grecolatinas, venerado en la historia por su piedad y valor.
Sus hazañ as como caudillo del ejército troyano fueron relatadas por el propio Homero en la Ilíada, y su
viaje desde Troya que supuso la fundació n de Roma, fue relatado por Virgilio en la Eneida.
EL NACIMIENTO DE ENEAS
Anquises, padre del héroe troyano, pertenecía a la familia real de Troya al ser descendiente de la raza de
Dá rdano. Mientras sus rebañ os pastaban en el monte Ida, cerca de Troya, la diosa Venus (Afrodita en
Grecia) lo encontró y se enamoró de él a causa de su belleza. Se unió a él dá ndole un hijo, Eneas. É ste nació
en el mismo monte  Ida y su madre lo confió a las ninfas y al célebre centauro Quiró n, quienes lo criaron en
la escuela del centauro en el monte y después lo devolvieron a su padre cuando tenía cinco añ os. 
Anquises llevó a su hijo a la ciudad a casa de su cuñ ado Alcá too para que lo educase. Por otro lado, por
haber revelado el nombre de la madre a su hijo, Anquises fue alcanzado por un rayo por lo que quedó
ciego.
ENEAS EN EL CICLO TROYANO
Causada por el rapto de Helena de Esparta, mujer de extraordinaria belleza y esposa del rey Menelao, rey
de Esparta, la Guerra de Troya puso en escena a ilustres héroes troyanos, como Héctor, y griegos, como
Á yax el Grande, Aquiles y el famoso Odiseo.
Eneas se convirtió en el má s valeroso de los héroes de su ciudad después de Héctor. En los combates que
tuvieron lugar durante el enfrentamiento bélico se vio auxiliado y favorecido en varias ocasiones por
algunos dioses, segú n cuenta la narració n homérica. Fue herido por Diomedes pero su madre, Afrodita o
Venus, lo salvó : en la acció n posterior, la propia diosa del amor fue herida por Diomedes. Apolo también lo
defendió cuando envolvió a Eneas en una nube y lo transportó a Pérgamo, donde fue curado por Leto y
Artemisa (Diana en Roma). Má s tarde el troyano estuvo a punto de ser nuevamente herido por Aquiles y
fue salvado otra vez por una deidad, Poseidó n (Neptuno en Roma).
En dos poemas perdidos del Ciclo Troyano, se ofrecían versiones diferentes acerca del destino de Eneas
tras la caída de Troya: en la Pequeña Ilíada, Eneas fue parte del botín de Neoptó lemo, el hijo de Aquiles y,
tras la muerte de éste en Delfos, el príncipe troyano recobraba su libertad. Sin embargo, en la Iliupersis,
Eneas conseguía escapar. Este ú ltimo poema debió de constituir una de las fuentes principales de la
tradició n latina acerca de la fundació n de Roma.
LA FUGA DE TROYA
Después de haber defendido Troya hasta que la ciudad fue entregada al fuego provocado por la invasió n
aquea, se escapó durante la noche a través de la llamas, llevando consigo sus dioses penates, a su padre
Anquises cargado sobre sus espaldas y de la mano a su hijo Ascanio. También fue seguido por su mujer,
princesa de Troya al ser hija del rey Príamo, que desapareció en la oscuridad porque Cibeles la retuvo y la
incorporó al coro de sus ninfas. Otras versiones, en cambio, defenderían que habría muerto al quedarse
atrá s. 
Angustiado por esta pérdida, Eneas se dirigió a la orilla del mar y allí embarcó juntamente con un grupo de
troyanos fugitivos como él.

ODISE
O O ULISES - ODISEO EN LA GUERRA DE TROYA
Odiseo en Grecia o Ulises (Vlixes en latín) en Roma fue uno de los héroes legendarios de la mitología
griega, quien aparece como uno de los personajes principales de la Ilíada y protagonista de la Odisea, obra
a la que da nombre, obras atribuidas al rapsoda griego Homero. A parte de eso, también aparecía en varios
de los poemas perdidos del llamado Ciclo Troyano y posteriormente en diversas obras de autores clá sicos.
Era el rey de la isla de Ítaca, situada frente a la costa occidental de Grecia. En las obras se le atribuyen
diferentes procedencias: en la Odisea era hijo de Laertes o Alertes y Anticlea; en relatos posteriores, en
cambio, era hijo de Sísifo y Anticlea. También era hermano mayor de Ctímene. A su vez estaba casado con
Penélope, con la que tuvo un hijo, Telémaco, que sufrieron esperá ndolo desesperadamente durante veinte
largos añ os; por un lado, diez de ellos los había pasado luchando en la famosa Guerra de Troya y, por otro,
los restantes intentando regresar a su reino por una serie de obstá culos a los que tuvo que hacer frente.
Famoso por su valor, elocuencia y astucia, estuvo entre los comandantes que tomaron parte en la guerra
de Troya. Odiseo ha sido considerado, tradicionalmente en la Ilíada, como la antítesis de Aquiles: mientras
que la có lera del hijo de Tetis lo consumía, siendo de naturaleza autodestrutiva, Odiseo era visto como un
hombre má s comú n, conocido por el conocimiento sobre él mismo y las habilidades diplomá ticas. Ademá s
también se le considera má s convencionalmente como la antítesis de Á yax el Mayor, pues este ú ltimo só lo
poseía fuerza física mientras que el rey de Ítaca no só lo era ingenioso (demostrá ndolo con la idea del
Caballo de Madera o Caballo de Troya), sino como un elocuente orador. Los dos no eran solamente
opuestos en aspectos abstractos, sino que en la prá ctica los duelos eran constantes.
EL NACIMIENTO DE ODISEO
Con Homero, Odiseo era hijo de Laertes y Anticlea, y nieto de Arcisio por parte paterna, y de Ató lico, por la
materna. Segú n esta tradició n, Odiseo había nacido en Ítaca, concretamente en el monte Nérito, donde la
lluvia sorprendió a su madre en camino. Probablemente, esta leyenda haya sido la conocida como "Zeus
llovió sobre el camino". Los que creían que el padre del héroe era Sísifo, que se unió a Anticlea durante una
visita a Ítaca, querían explicar el nombre de Odiseo a partir de una supuesta relació n con el verbo "ser
odioso", lo que haría una referencia directa a que Sísifo era odiado por muchos, incluidos los propios
dioses. Quienes consideraban a Sísifo como padre del rey de Ítaca (como por ejemplo la tragedia griega)
ubicaban su nacimiento en la ciudad de Alalcó menas, situada en Beocia.
ODISEO ANTES DE LA GUERRA DE TROYA
Siendo todavía niñ o Telémaco, hijo de Odiseo y Penélope, se produjo el rapto de Helena por parte del
príncipe troyano Paris. Por tanto, implicado en el juramento de los pretendientes de la bella espartana, fue
obligado a cumplirlo y emprender una campañ a bajo un mando ú nico, con el fin de conseguir la reparació n
del ultraje cometido por Troya. Sin embargo, para evitar la partida, Odiseo fingió estar loco cuando recibió
la visita de Menelao y Palamedes, que estaban reclutando a los expedicionarios: ató a un arado dos bestias
de diferente especie, entreteniéndose en arar la arena del mar, sembrando sal en vez de trigo. pero
Palemedes, que sospechaba el engañ o, colocó al pequeñ o Telémaco, hijo de Odiseo, en la direcció n que éste
debía abrir el surco; el padre levantó la reja del arado para no dañ ar al pequeñ o, demostrando de esta
manera que su demencia era fingida. Su falsedad no sería jamá s perdonada.
Antes de partir aconsejó a su esposa que si él muriese se casase de nuevo cuando Telémaco alcanzase la
edad viril. En la empresa, Odiseo sería uno de los interventores má s activos en cuanto a la expedició n, pues
consiguió la participació n del gran Aquiles en la empresa, como posteriormente hizo con Neoptó lemo.
Alguna versió n asegura que Odiseo acompañ ó al rey de Esparta, Menelao, a Troya antes del inicio del
enfrentamiento con la finalidad de conseguir la devolució n pacífica de Helena. También en este período
despeñ ó ante Cíniras funciones de embajador de los Atridas.
Una tradició n aseguraba que Odiseo fue discípulo, al igual que tantos otros héroes griegos, del famoso
centauro Quiró n. Ademá s, frecuentemente estaba acompañ ado por su abuelo materno Autó lico, asistiendo
en el monte Parnaso a la cacería de un jabalí al que logró herir, dejá ndole una cicatriz en la rodilla, por la
que había de ser reconocido a su regreso a Ítaca tras la expedició n troyana; acudió a Mesenia para
reclamar una compensació n por el robo de unas ovejas; en Lacedemonia o Laconia recibió de Ífito el arco
de É urito, con el que tenía que matar a los pretendientes; en É fira intentó , en vano, que Ilo le diese veneno
para sus flechas; sin embargo, lo consiguió en Tafos por parte de Anquíalo.
Al llegar a la edad viril, Laertes, su padre, le entregó el reino con todas sus riquezas y Odiseo se encargó de
reconstruir su casa. Rico en tierras y en ganado, adquirió fama por su gran hospitalidad y por su respeto a
los dioses, en especial a Zeus y Atenea, diosa que le habría de proteger de continuo.
Acudió , atraído por la gran belleza de Helena de Esparta, como un pretendiente má s al palacio de Tindá reo
pero, al darse cuenta de las escasas posibilidades de las que disponía para conseguir tal recompensa,
decidió solicitar a Penélope, hija de Icario y sobrina de Tindá reo. Para asegurarse la ayuda de éste en tal
propó sito, le aconsejó que obligase a todos los pretendientes de la princesa espartana a jurar que
respetarían la elecció n de la muchacha y que defenderían al elegido contra cualquier agravio, evitando así
disputas ulteriores que podrían llegar a ser funestas para el propio rey. É ste, en compensació n, obtuvo
para Odiseo la mano de Penélope. En otras versiones, no obstante, se pensaba que Odiseo consiguió a su
esposa al vencer en una carrera pedestre.
ODISEO Y LA LLEGADA A TROYA
Las dos naves al frente de las que Odiseo se encontraba quedaron varadas en el centro del campamento
griego ante Troya. Cuando los barcos aqueos llegaron a la playa de la ciudad de Príamo, nadie saltó a
tierra, ya que había un orá culo de que el primer aqueo en saltar al suelo de Troya moriría. Odiseo arrojó su
escudo en la orilla y saltó sobre él, siendo seguido Protesilao, que saltó directamente sobre la arena y má s
tarde se convirtió el primero en perecer al ser asesinado por Héctor.
Ademá s fue a Lemnos en busca de Filoctetes, que estaba en posesió n de las flechas de Hércules, sin las que
Troya no podía ser tomada por los griegos. 
LAS HAZAÑAS DE ODISEO EN TROYA
Odiseo fue uno de los capitanes aqueos má s influyentes en la Guerra de Troya: junto a Néstor e Idomeneo
fue uno de los consejeros y asesores de mayor confianza, siempre defendiendo la causa aquea. Cuando el
rey de Micenas, Agamenó n, para poner a prueba la moral de los griegos anunció sus intenciones de
apartarse de Troya, Odiseo restauró el orden del campamento griego. Má s tarde, después de que muchos
de los héroes abandonasen el campo de batalla a causa de las lesiones (incluyendo a Agamenó n), Odiseo
convenció una vez má s al soberano micénico de no retirarse. Junto con otros dos enviados, fue elegido
para persuadir a Aquiles para volver al combate y aplacar su ira.
Homero relataba có mo era el encargado de devolver a Criseida a su padre, el sacerdote Crises; có mo
redujo al silencio, a base de golpes, al insolente Tersites. 
Con Agamenó n se encargó de concertar el combate singular entre Menelao y Paris, y con Héctor midió el
escenario del mismo. Cuando el combate fue reanudado, Odiseo mató , vengando a su amigo Leuco, a
Democoonte; en venganza por la muerte de Tlepó lemo mató a Alá stor, Cromio, Alcandro, Halio, Nomeó n y
Prítanis; posteriormente, acabó con la vida de Pitides. También adquirió cierta importancia al ofrecerse
para luchar en un combate singular contra el valeroso príncipe troyano Héctor, aunque no resultó
favorecido por el sorteo.
Cuando, junto con Fénix y Á yax el Grande, fue elegido para acudir ante Aquiles en embajada con el fin de
convencerlo de que volviese al combate. Ante el fracaso y, tras un consejo nocturno, Odiseo y Diomedes
fueron comisionados para una misió n de espionaje en territorio enemigo, en el curso de la cual mataron a
Doló n. Después de matar también a Reso, se apoderaron de sus caballos antes de que bebiesen del río
Janto.

En el transcurso del combate del día siguiente, Odiseo mató a otros tantos troyanos: Molió n, Hipó damo,
Deyopites, Toó n, É nnomo, Quersidamante, Cá rope y, por ú ltimo, Soco, quien lo había herido
anteriormente. Ayudado por Á yax y Menelao, consiguió retirarse de la batalla y, todavía herido, asistió a la
asamblea. 
Fue Odiseo quien aconsejó calma a su amigo Aquiles, impaciente por vengar la muerte de su fiel amigo
Patroclo, indicá ndole la conveniencia de que la armada descansase y recobrase fuerzas con la comida. En
los juegos fú nebres en honor a Patroclo, Odiseo igualó en la lucha a Á yax el Grande, obteniendo el mismo
premio ambos, al suspender el combate Aquiles, al temer por la vida de los héroes. En la carrera, con la
ayuda de la diosa Atenea, quien hizo caer a Á yax el Menor, consiguió la victoria, obteniendo como premio
una crá tera de plata. Pero el dios Apolo ayudó también a otros competidores, imponiéndose la ayuda de la
diosa de la sabiduría y la guerra.
ODISEO Y PALAMEDES
Odiseo también se encuentra relacionado con la muerte de Palamedes, la cual tiene diversas versiones.
Segú n algunas de ellas, Odiseo nunca perdonó a Palamedes el desenmascarar su fingida locura y fue la
causa de su caída. Una tradició n afirmaba que Odiseo convenció a un cautivo troyano para escribir una
carta pretendiendo hacerse pasar por el propio Palamedes. Una suma de oro era mencionada como
recompensa por la traició n de Palamedes. Después, Odiseo mató al preso y escondió las riquezas doradas
en la tienda de quien lo condenó vivir alejado de su preciado hogar. Se aseguraba también que la carta fue
encontrada por el rey Agamenó n, siendo prueba suficiente para los griegos para causarle la muerte a uno
de los suyos. Otras fuentes, en cambio, afirmaban que Odiseo y Diomedes incitaron a Palamedes a
descender a un pozo con la excusa de que en el fondo se encontraba un valioso tesoro: cuando Palamedes
llegó al fondo, los dos cabecillas procedieron a enterrarlo con piedras, causá ndole la muerte.
LA BATALLA POR LAS ARMAS DE AQUILES
Cuando Paris mató en batalla al bravo Aquiles, Odiseo y Á yax el Grande fueron quienes recuperaron el
cuerpo y la armadura del guerrero caído en medio de intensos combates. Durante los juegos fú nebres de
Aquiles, Odiseo compitió una vez má s con Á yax el Grande: Tetis, madre de Aquiles, dijo que las armas del
difunto irían al má s valiente de los griegos, pero só lo estos dos guerreros se atrevieron a reivindicar tal
privilegio. Los dos aqueos se vieron envueltos en una fuerte e intensa disputa compitiendo a través de los
méritos obtenidos para recibir la recompensa.
Los griegos, estaban dubitativos por temor a decidirse por uno de ellos: no querían ofender a ninguno por
miedo a hacer que el perdedor abandonase la guerra. Así pues, Néstor sugirio que los troyanos cautivos
decidiesen quién sería el ganador. Pero otras tradiciones apuntaban a que la votació n se hizo de manera
secreta entre los aqueos. En cualquier caso, Odiseo se proclamó victorioso.
Enfurecido y humillado, Á yax fue llevado a la locura por la protectora de Odiseo, Atenea. Cuando volvió en
sí, la vergü enza de haber sacrificado el ganado durante su locura, se suicidó con la espada que Héctor le
había entregado después de su duelo.
ODISEO Y DIOMEDES Y LOS ORÁCULOS
Junto con Diomedes, amigo fiel de Odiseo, fue a buscar al hijo de Aquiles, Pirro, para que acudiese en ayuda
de los griegos: un orá culo había declarado que Troya no podía ser tomada sin la ayuda de éste. Un gran
guerrero, Pirro también fue llamado Neoptó lemo ("nuevo guerrero" en griego). Tras el éxito de la misió n,
Odiseo le entregó la armadura del valeroso Aquiles a él.
Má s tarde recordó que la victoria no sería favorable a la causa aquea sin las flechas venenosas de Hércules,
que eran propiedad del abandonado Filoctetes, quien vivió por nueve añ os (los nueve añ os que la guerra
duraba en aquel instante) en la apartada y solitaria isla de Lemnos. Odiseo y Diomedes (o, segú n algunos
relatos, Odiseo y Neoptó lemo) salieron a rescatarlo. A su llegada, Filoctetes, quien todavía sufre la dichosa
herida que causó su abandono, fue visto enfurecido, sobre todo con Odiseo, por haberle dejado en la
intemperie. Aunqe su primer impulso era atacar directamente al rey de Ítaca, su ira fue aplacada por la
persuasió n de Odiseo y la influencia divina de los dioses. Así pues, Odiseo regresó al campamento con
Filoctets y las flechas que garantizarían la victoria aquea.
Después los dos héroes amigos trataron de robar el Paladio que se encontraba dentro de las murallas
troyanas, pues sin él saquear la ciudad sería imposible. Algunas fuentes romanas tardías indicaban que
Odiseo llegó a planear la muerte de su compañ ero en el camino de regreso, pero Diomedes frustró dicho
intento.
EL CABALLO DE MADERA
Cansados los guerreros griegos de la duració n del sitio a Troya y convencidos de que esta ciudad era
inexpugnable, pedían á vidamente a sus generales que les reintegraran a sus hogares. El descontento crecía
día a día y amenazaba una inminente sedició n.
Entonces, Odiseo  que fue siempre fecundo en tramar astucias, planteó la estratagema má s atrevida y má s
temeraria que la historia hace menció n, aplaudida por los capitanes aqueos, dispuestos ya a aventurarlo
todo. A este fin y con los abetos cortados del monte Ida, situado al lado de la legendaria ciudad, hicieron
construir un enorme caballo de madera, tan alto como los elevados muros de Troya y capaz de albergar en
sus entrañ as un gran batalló n armado. Al mismo tiempo, hicieron correr el rumor de que desistían en su
empeñ o de tomar Troya y que aquel monumental equino era una ofrenda a Atenea para obtener por su
intercesió n por un feliz retorno a su patria y aplacar la indignació n de la diosa por el robo del paladio. En
efecto, después de haber introducido en el vientre del caballo los trescientos guerreros má s escogidos,
entre los que se encontraban Odiseo, Pirro, Estanelo y Menelao, fueron a ocultar sus naves detrá s de la isla
de Tenedos, situada a poca distancia de la orilla.
Al conocerse en la ciudad la retirada de los enemigos, los transportes de jú bilo se desbordaban por todas
partes, las puertas se abrieron de par en par y muchos se apresuraron a salir para recorrer la llanura que
durante tanto tiempo los griegos habían ocupado. Algunos contemplaron con extrañ eza la ofrenda hecha a
la diosa de la sabiduría y la guerra, y la prodigiosa corpulencia del caballo. La juventud impetuosa pidió
que fuese arrastrado a la ciudad e introducido en la ciudadela; los má s avisados propusieron que sin duda
alguna fuese arrojado al fondo del mar o que se le prendiese fuego.
FILOCTETES: hijo del rey Peante o Pean de Melibea, en Tesalia, y de Metone, era amigo y compañ ero de
Hércules. 
FILOCTETES EN LA GUERRA DE TROYA
Hércules, momentos antes de morir, había hecho jurar a Filoctetes que no revelaría a nadie el sitio en el
que dejaba escondidas sus flechas; pero como el orá culo de Delfos había anunciado a los griegos "que no
podían tomar la ciudad de Troya hasta que estuviesen en posesió n de dichas flechas", enviaron a Odiseo al
encuentro del hijo de Peante, para que consiguiese hacerle declarar dó nde se hallaba el precioso depó sito.
Se negó a ello Filoctetes, pero al animarse la conversació n golpeó el suelo con el pie sobre el sitio en que
estaban escondidas: Odiseo interpretó aquel gesto, cavó el suelo y encontró las flechas. Ademá s, Filoctetes
era famoso por su arco y flechas, objetos que le habían sido entregados por el propio Hércules.
Filoctetes fue uno de los pretendientes de Helena de Esparta antes de su matrimonio con Menelao. Se
embarcó para el Asia junto con Agamenó n, Odiseo y otros jefes a pesar de la antipatía que sentía por ellos.
Durante la travesía, se escapó de sus manos una de las flechas que manejaba, le hirió en el pie. Segú n los
antiguos mitó logos, Filoctetes no fue herido en el pie por una flecha, sino por la mordedura de una víbora
que la diosa Juno había mandado contra él para castigarlo por haber asistido a Hércules en sus ú ltimos
momentos y haberle tributado los honores de la sepultura. La herida desprendía tal hedor que los aqueos,
instigados por Odiseo, desembarcaron a Filoctetes en un rincó n de la isla de Lemnos y allí lo abandonaron,
permaneciendo nueve añ os en esta costa desierta, solo, sin socorro alguno, sin consuelo y entregado a
horribles sufrimientos, expuesto noche y día a la voracidad de bestias salvajes.
Entre tanto y como el sitio de Troya iba prolongá ndose indefinidamente, se acordaron de que el orá culo de
Delfos les había predicho que les sería imposible acabar la lucha hasta que tuvieran en su poder las flechas
de Hércules. Hacía falta, por tanto, ir al encuentro de Filoctetes, apagar sus resentimientos y conducirlo al
campamento. Odiseo se encargó del difícil cometido, y supo disponerle tan bien por medio de sus palabras
persuasivas e insinuantes, sus halagos y sus ruegos, que al fin consiguió aplacarlo. Así pues, Filoctetes llegó
al campo de batalla para luchar en favor de los griegos y fue curado de su herida por Macaó n, hijo de
Esculapio, dios de la medicina o artes curativas.
Entonces acreditó su valentía realizando brillantes hazañ as: hizo entre los troyanos una feroz carnicería,
luchó con Paris y lo mató .
LA VUELTA DE FILOCTETES
Pero al terminar el sitio de Troya se negó a volver a Grecia, su patria, sea porque su padre no vivía ya, sea
para no volver a los lugares en que su amigo íntimo Hércules había muerto. Partió , pues, con un grupo de
tesalios y se estableció en Calabria, donde fundó la ciudad de Petilia.
NÉSTOR
Néstor era un héroe griego hijo de Neleo y Cloris. Reinó en la ciudad de Pilos y en toda Mesenia. Se
convirtió en rey después de que Hércules matase a su padre y a todos sus hermanos. Su esposa fue
Eurídice de Pilos, hija de Climeno, o Anaxibia, hija de Cratieo. Entre sus hijos se cuentan Perseo, Pisístrato,
Trasimedes, Pisídice, Policaste, Estrá tico, Á reto, Equefró n y Antíloco.
En algunas versiones fue uno de los Argonatuas, luchó contra los Centauros, participó en la caza del jabalí
de Calidó n, combatió contra Augías y sus sobrinos Ctéato y É urito, los Molió nidas Actoridas.
NÉSTOR EN LA GUERRA DE TROYA
Siendo ya Néstor octogenario, condujo a los soldados de Mesenia al sitio de Troya, y mientras duró la
guerra fue admirado por su profunda sabiduría, sus moderados consejos y elocuencia tan dulce como
persuasiva. "¡Ojalá tuviera yo diez Néstores en mi ejército -decía Agamenó n,- muy pronto veríamos caer los
muros de Ilion y las riquezas de esta ciudad opulenta serían el premio de nuestro valor!".
É l y sus hijos, Antíloco y Trasimedes, lucharon junto a los griegos en la Guerra de Troya que siguió al rapto
de Helena. Aunque por su avanzada edad no podía luchar -ya había vivido tres generaciones debido a los
que dioses o solamente Apolo le concedieron vivir los añ os que debían de haber vivido sus tíos, los hijos de
Anfió n y de Níobe masacrados por Apolo y Artemisa o Diana al burlarse de su madre, la titá nide Leto-, era
de utilidad en el á gora y daba consejos a los má s ilustres con el fin de asegurar el triunfo aqueo. 
También en asuntos internos su opinió n era fundamental, siendo desobedecido solo una vez por el rey de
Micenas, Agamenó n: Néstor le había aconsejado que no se dejase llevar de su ira contra Aquiles y no lo
quitase a Briseida. Sin embargo, Agamenó n hizo todo lo contrario pero bien pronto tuvo que reconocer su
error debido a la vergonzosa pérdida de su ejército estaba sufriendo frente a los troyanos.
NÉSTOR DE VUELTA EN PILOS
Por ser el ú nico guerrero griego que se había portado con total justicia durante el sitio de Troya, Zeus le
concedió un regreso relativamente sin complicaciones, y ya en su patria vivió tranquilamente y sin
problemas en compañ ía de su esposa e hijos que le profesaban veneració n y estima y atendía sus consejos
como si fuesen orá culos. . Estando ya en Pilos dio hospedaje a Telémaco, hijo de Odiseo, y le informó sobre
los primeros incidentes del regreso de los aqueos. Aunque no podía dar noticias sobre Odiseo, sí facilitó
caballos a Telémaco para que fuese a Esparta a encontrarse con el rey de la regió n, Menelao. Ademá s,
encomendó a su hijo Pisístrato que durmiese junto a Telémaco y fuese su compañ ero de viaje.
Antíloco, hijo de Néstor, le acompañ ó en su expedició n al Asia y se distinguió en diversos encuentros por
su valentía. Su afecto filial le causó la muerte. Viendo un día a su padre luchando en lo má s intricado de la
pelea y a punto de ser herido por una lanza que le dirigía Memnon, se interpuso entre los dos
combatientes recibiendo un golpe mortal.
DIOMEDES
Diomedes era un héroe aqueo hijo de Tideo. É ste ú ltimo era hijo de Eneo y de Deípile, quien era hija del
rey de Argos, Adastro. Diomedes nació y creció en Argos y se casó con su propia sangre, con Egialea, quien
era su tía o, en otras versiones, su prima.
LA VENGANZA CONTRA LOS HIJOS DE AGRIO
Acudió a ayudar a su abuelo paterno, Eneo, rey de Calidó n, cuando, destronado por sus sobrinos en favor
de Agrio, hermano de Eneo, fue desterrado de su reino. Diomedes se vengó de todos exceptuando sus dos
primos, Onquesto y Tersites, que a la postre derían muerte al viejo Eneo. Sin embargo, el reino de Eneo se
perpetuó en la fiel estripe de su hija Gorge.
DIOMEDES Y LA TOMA DE TEBAS
Al haber sido su padre, Tideo, uno de los Siete contra Tebas, que fracasaron en el objetivo de reducir el
reino beocio, Diomedes tuvo que participar como uno de los epígonos que, acaudillado por Alcmeó n,
derribaron los muros de la ciudad en la segunda campañ a.
DIOMEDES EN LA GUERRA DE TROYA
Es en la legendaria Guerra de Troya donde Diomedes forja el mito de guerrero indomable y valeroso, acaso
el má s bravo junto a Aquiles y en todo caso invicto. Como pretendiente de la bella Helena de Esparta, por
ser el soberano de la ciudad de Argos, aportó 80 naves a la armada aquea y desde el inicio participó como
protagonista en los principales pasajes de la épica homérica. Con su inseparable compañ ero Odiseo viajó a
Esciro, reino de Licomedes, en busca de Aquiles, al que Tetis había ocultado travestido de mujer para
evitar que su hijo llegase a Troya, pues en las playas de la ciudad el orá culo predijo la muerte del héroe.
Reclutado el Pelida para las huestes griegas, y ante la calma que la enojada Artemisa envió a los griegos,
impidiéndo a éstos retomar en Á ulide su viaje hacia Ilió n, Diomedes fue uno de los que presionó a
Agamenó n para que sacrificase a su hija, Ifigenia, como tributo a la diosa. También fue seleccionado entre
los jefes aqueos para participar como embajador en el infructuoso intento de convencer al rey troyano,
Príamo, de dar fin a la guerra con la devolució n de Helena a su esposo, Menelao. Tampoco consiguió
persuadir al rey de Micenas para que Briseida fuese devuelta a Aquiles para poder aplacar su ira y que
ayudase a los griegos en la batalla. En algunas versiones se decía que viajó hasta Lemnos para obtener de
Filoctetes las armas de Hércules, que custodiaba desde su muerte y sin las cuales Troya no podía ser
tomada.
Pero fue en la batalla y en la narració n que Homero hizo en la V y VI rapsodia de la Ilíada, la que da la
gloria a este héroe: su lanza no distringuiría la sangre de icor, pues no só lo se enfrentó a los dos má s
bravos troyanos, sino que arremetió con valor contra los dioses protectores de Troya. Al final del canto V,
Diomedes se encontró con Pá ndaro y Eneas: el primero, atacó y le dañ ó el ijar, pero aquél le atravesó la
boca de una lanzada. Eneas bajó del carro para recuperar el cadá ver de Pá ndaro, y Diomedes lo hirió
mediante una pedrada. Afrodita, viendo que su hijo (Eneas) quedaba indefenso, acudió en su ayuda,
circunstancia que aprovechó el argivo para atacar y herirla en la mano. Só lo la aparició n de Apolo, que
envolvía la escena con una nube y rescató a Eneas, impidiendo así la derrota del hijo de Anquises.
Ademá s, se narraba como Diomedes iba a enfrentarse a Héctor cuando el mismísimo Ares, dios de la
guerra, intervino, enrolado en las filas troyanas, encarando al héroe aqueo con la apariencia de un mortal.
Diomedes se dio cuenta de que el rival era dios y no hombre: retrocedió , pues las ó rdenes de su protectora,
Atenea, le advertían de no encarar a inmortales siempre que no fuese Afrodita, heredera de la dichosa
manzana de la discordia. Hera puso en conocimiento de Zeus el desigual escenario y éste permitiría la
batalla, diciéndole a la diosa de la sabiduría y la guerra Atenea: "Diomedes Tidida carísimo a mi corazó n no
temas a Ares ni a ninguno de los inmortales; tanto te voy a ayudar. Ea, endereza los solípedos caballos
hacia Ares, hiérele de cerca y no respetes al furibundo dios, a ese loco voluble y nacido para dañ ar, que
tanto a Hera como a mí nos prometió combatir contra los teurcos en favor de los argivos y ahora está con
aquellos y de sus palabras se ha olvidado" (Homero, la Ilíada, V, 826).
En el enfrentamiento, Atenea desvió la lanzada que Ares lanzó contra Diomedes; el héroe en respuesta
hirió al dios en el costado, quien huyó sangrando al Monte Olimpo. Zeus, enfadado, prohibirá desde
entonces que los dioses intervengan en la guerra de mortales.
Diomedes también participó en otros pasajes claves de la Guerra de Troya, como el la captura y muerte del
espía Doló n, o el robo del Paladio y los caballos de Reso, con los que Troya sería inexpugnable. En todas las
acciones estuvo siempre acompañ ado por su fiel amigo Odiseo. Sin embargo, una variació n del mito acerca
del robo del Paladio señ alaba que Odiseo, que quería atribuirse el mérito de haberlo robado solo, intentó
matar a Diomedes, aunque éste se dio cuenta, llegando a defenderse a tiempo.
EL REGRESO DE DIOMEDES
Después de haber tomado finalmente la ciudad y acabada la batalla con la victoria de los griegos, Diomedes
volvió a su ciudad natal, Argos. En diversas versiones se defendía que el héroe tuvo un feliz regreso. Pero
otros relatos contaban que su mujer, Egialea, y el amante de ésta, Cometes, intentaron matarlo: Diomedes
logró salir vivo de la emboscada y huyó al sur de Italia, donde fundó las ciudades de Canusio, Siponto y
Arpi.
NAUPLIO
Nauplio era hijo del dios del mar, Poseidó n y Amimone, hija de Dá nao. Fue considerado el legendario
fundador de Nauplia, siendo después su rey. Se casó con Filira, con quien tuvo un hijo, Lerno, su sucesor en
el trono.
Los antiguos mitó grafos notaron que el nacimiento de Nauplio I como nieto de Dá nao era incompatible con
las historias que lo conectaban con Palamedes y la Guerra de Troya, que sucedió muchas generaciones
después de que Dá nao gobernase en la Argó lida. Por tanto, se creó una genealogía que relacionaba a dos
personajes llamados Nauplio: Nauplio I - Lerno - Ná ubolo - Clitoneo - Nauplio II.
PALEMEDES, HIJO DE NAUPLIO
Palamedes, hijo de Nauplio, había muerto durante el sitio de la ciudad de Troya víctima de la calumnia que
Odiseo y otros jefes griegos levantaron contra él, acusá ndole de estar en inteligencia con el enemigo.
Palamedes, que estaba dotado de mucha penetració n, persuasió n e ingenio, inventó el juego del ajedrez,
añ adió el alfabeto otras cuatro letras y perfeccionó la tá ctica militar segú n las fuentes literarias clá sicas.
Ademá s, después de su muerte fue elevado a la categoría divina de los dioses.
LA VENGANZA DE NAUPLIO
Después de la toma de Troya por parte de los aqueos, cuando la flota griega retornaba triunfante a Europa,
fue sorprendida por una gran tempestad que sumergió gran parte de ella y arrojó al resto a las costas de la
isla de Eubea. Al tener Nauplio que encender durante la noche algunas fogatas sobre las rocas que
circundaban la isla atrayendo a aquellos parajes los barcos de los griegos para tener la satisfacció n de ver
como se estrellaban contra los escollos. Muchos soldados y marineros perecieron ahogados, y los que
consiguieron ganar la orilla con ayuda de manera o a nado, fueron allí mismo asesinados.
ANTENOR
Antenor, príncipe troyano y pariente del rey Príamo, recorrió durante su juventud las ciudades de Grecia,
trabando amistad con muchas ilustres familias, y desde entonces sintió por el pueblo griego un vivo afecto
que no pudieron borrar las hostilidades venidas por causa del príncipe Paris.
Durante el sitio de Troya, Antenor instó repetidas veces a Príamo para que Helena fuese devuelta al rey de
Esparta, Menelao, y, segú n Homeroo, no cesó de aconsejar la paz y la necesidad de pedir el armisticio. Esta
moderada conducta, empero, le hizo pasar por un traidor. Fue acusado de haber mantenido inteligencia
con Odiseo, haber favorecido el rapto del paladio y haber inspirado a los griegos la idea de construir el
caballo de madera. Lo que hay de cierto sobre ello es que la catá strofe de Troya los vencedores le
perdonaron la vida y respetaron su palacio.
Pero, ¿qué le sucedió a Antenor después de la rendició n de su patria? Sobre este particular reina la mayor
oscuridad. Unos defendían que partió con los reyes de Esparta, Helena y Menelao, y que después de
naufragar con ellos junto a las costas africanas, fijó allí su residencia y acabó en paz el resto de sus días.
Otros, al contrario, aseguraban que se quedó en Troade y reuniendo los pocos restos troyanos que se
habian escapado de la terrible matanza, fundó en esta comarca un nuevo reino. Una tercera versió n de la
leyenda, que parece ser la má s verídica, asegura que abandonó Asia, atravesó innumerables mares, visitó
las islas del golfo Adriá tico y al fin edificó en el continente veneciano las ciudades de Padua y Venecia.
TÉLEFO
Télefo, hijo de Hércules y Auge, era rey de Misia, regió n cercana a la legendaria Troya. Hay varias versiones
acerca de la identidad de la esposa de Télefo. En una de ellas fue una hermana del rey Príamo, Astíoque,
con la que tuvo varios hijos: Eurípilo, que luchó en la guerra en el bando troyano; Cipariso; Tarcó n y
Tirseno. En otra, su esposa fue Híera y con ella fue padre de Tarcó n y Tirseno. En otras versiones, su
esposa era Laó dice, hija de Príamo; en otra diferente era la hija de Teutrante, Argíope.
EL NACIMIENTO DE TÉLEFO
Télefo fue el hijo de Hércules y Auge, cuyo padre era Aleo rey de Tegea. Un orá culo le confesó a Aleo que su
hija tendría un hijo que mataría a sus tíos maternos, es decir, Hipó too y Pereo, hijos también del rey. En
consecuencia, Aleo designó a su hija como sacerdotisa de Atenea, y amenazó con matarla si no se mantenía
casta.
Hércules, violó a Auge estando ebrio, y a los pocos meses el padre de la sacerdotisa fue informado. Entregó
a su hija al rey de Nauplia, Nauplio, para que se encargase de ahogarla. Pero Auge consiguió dar a luz a
Télefo, y Nauplio, en lugar de matarla, la vendió junto con el niñ o a Teutrante, el rey de Teutrania, en Misia.
En una versió n diferente, Télefo fue amamantado por una cierva hasta que unos ganaderos lo encontraron
y lo llamaron Télefo, nombre que derivaba de thèle ("ubre") y yelaphòs ("ciervo"). Después, se lo
entregaron a su amo, el rey de Có rito, que se encariñ ó de él, cuidá ndolo como un hijo má s. Cuando Télefo
llegó a la edad adulta, indagó sobre sus progenitores ante el orá culo de Delfos. El orá culo lo dirigió a
Teutrania, donde fue en completo secreto (de ahí que el "El silencio de Télefo" se hiciera, desde entonces,
proverbial). Allí, entonces, encontró a su madre.
En ambas versiones se defendía que el rey Teutrante tomó como esposa a Auge y adoptó a Télefo como
hijo.
TÉLEFO, REY DE MISIA
En una versió n diferentes a las anteriores, Teutrante, en lugar de casarse con Auge, la adoptó como hija.
Idas, uno de los famosos argonautas, amenazó con destronar de su reino a Teutrante y Télefo, al llegar a
Misia, acompañ ado por el héroe Partenopeo, se enfrentó a él y lo derrotó , tras lo cual Teutrante le nombró
heredero y le dio a su hija adoptiva como esposa, Auge, la propia madre de Télefo. A punto de consumarse
el matrimonio entre madre e hijo, ella preparó una espada para matarlo, sin saber que era su hijo, puesto
que no quería tener ningú n tipo de relació n carnal con ningú n otro hombre. Pero los dioses enviaron una
gran serpiente que provocó que Auge soltase la espada. En ese momento, Télefo quiso matarla, pero ella
invocó a Hércules. Así pues, Télefo descubrió que era su madre.
Má s tarde se cumplió el orá culo segú n el que Télefo iba a matar a sus tíos Hipó too y Pereo.
TÉLEFO EN LA GUERRA DE TROYA
En el inicio de la expedició n de los aqueos contra Troya, se equivocaron de rumbo y en lugar de
desembarcar en la ciudad del rey Príamo lo hicieron en Misia. En un combate que libró junto sus costas,
pues Télefo era el rey, mató a muchos de sus enemigos y obligó a los restantes a huir. Su victoria hubiera
sido completa si Dionisos (o Baco, dios del vino), que protegía a los griegos, no hubiese echo brotar de la
tierra una cepa de vid con cuyas ramas se enredaron los pies de Télefo, ocasionando su caída. 
Aquiles se precipitó sobre él y le hundió su gran lanza sobre un costado. La herida, ancha y muy profunda,
que llegó a durar ocho largos añ os porque no se curaba le causaba inmenso dolor. El orá culo de Delfos le
anunció : "que esta herida no podía ser curada sino por el que la había causado". El rey de Misia, disfrazado
de mendigo viajó a Á ulide, donde se reunían de nuevo los expedicionarios griegos. Solicitado Aquiles para
que fuese al campo de Télefo y curara su herida, respondió que no era cirujano y que no tenía remedio
alguno para su mal.
Pero Odiseo (Ulises), que sabía que Troya no podía ser tomada si los griegos no contaban entre sus
soldados con un hijo de Hércules, explicó el orá culo de Apolo diciendo que la misma lanza que le había
producido la herida debía curarla. Aquiles consistió en raspar con un cuchillo la extremidad de su lanza y
con la herrumbre que de allí sacó arregló un emplasto que Télefo aplicó sobre la herida, cicatrizá ndose
ésta y quedando, al cabo de pocos días, completamente curado. Agradecido por este servicio, el rey de
Misia desertó del partido de Príamo y se unió al ejército griego.
Los griegos y los romanos compusieron muchas tragedias sobre Télefo, de las cuales ninguna ha llegado
hasta nosotros. En todas ellas debía de aparecer este héroe, mendigo, vagabundo y colmado de infortunios;
los sucesos en que descansa esta tradició n son hoy completamente desconocidos.
ÁYAX, HIJO DE OILEO - ÁYAX EL MENOR
Á yax, hijo de Oileo y rey de Ló crida, conocido como "el Menor" para diferenciarlo de Á yax I, hijo de
Telá mon o el conocido como "el Mayor". Á yax "el Menor" equipó cuatro naves para la expedició n hacia
Troya.
Era muy diestro en tirar el arco y lanzar el dardo, siendo, ademá s, el má s veloz en la carrera y el má s fuerte
de todos los griegos. Fue uno de los guerreros que penetraron en la ciudad escondidos dentro del famoso
caballo de madera, también conocido como Caballo de Troya. 
Durante el saqueo de Troya, penetró en el templo de Atenea (Minerva) y con la mano manchada todavía en
la feroz carnicería perpetrada, arrancó del santuario de la diosa a la sacerdotisa y princesa troyana
Casandra, hija del rey Príamo. Irritada Atenea al ver violada la santidad del templo, cuando Á yax volvía de
la expedició n sumergió , con la ayuda del señ or de los mares, Poseidó n, sus naves. Sin embargo, el héroe se
salvó del naufragio y flotó con fortuna hasta posarse sobre una roca, profiriendo entonces estas palabras:
"¡Me he salvado a pesar del poder de los dioses!", burlá ndose de ellos. Poseidó n, que escuchó la blasfemia,
con un golpe de su tridente sumergió el peñ asco y el impío fue devorado por las aguas.
Por otro lado, hay otra versió n acerca de su muerte, relacionada con la anterior. El arma del dios atravesó
el pecho de Á yax, lo clavó en la roca matá ndolo al instante. Se dice que, tan pronto como se le escapó el
alma, el tridente y el cuerpo se transformaron en piedra y allí quedaron, como una roca alta que sobresale
de las aguas del mar Egeo.
ÁYAX EL GRANDE - ÁYAX, HIJO DE TELAMÓN - TEUCRO
Á yax o Ayante, hijo de Telamó n y Peribea, reyes de Salamina, fue un legendario héroe de la mitología
griega que, después de Aquiles, se le consideraba el má s valiente entre todos los griegos. Para poder
distinguirlo de Á yax, hijo de Oileo, se le llamaba Á yax el Grande, Gran Á yax o Á yax Telamonio. Su nombre
venía, segú n la tradició n, de la nominació n de Hércules, amigo de Telamó n, quien al ver el á guila (aías) de
Zeus, se posaba en su hombro le anunció : "nacerá de ti, Telamón, el hijo que deseas y del hombre del ave que
acaba de aparecérsenos lo llamarán Áyax. Sorprenderá a los pueblos en las luchas de Marte", segú n anotó el
poeta Píndaro (Istmias, V).
Fue un valeroso guerrero, el má s fuerte después de su primo Aquiles, quien se embarcó a la legendaria
Guerra de Troya al mando de doce navíos de Salamina, acompañ ado de su hermano Teurco. Tuvo como
hijos suyos a Eantides con su esposa Brenda, y Erísaces y Fileo, con su sierva Tecmesa. Tradicionalmente
se pensaba que Fileo era el primer ancestro de la familia ateniense de los Filaidas.
ÁYAX EL GRANDE EN LA GUERRA DE TROYA
Peleó en la guerra con valentía, coraje y destreza. En la Ilíada de Homero se le describe como un guerrero
de gran estatura y fuerza colosal, testarudo y de inmenso escudo que por sí mismo era un antemural de las
falanges, segundo en destreza y valentía, ú nicamente por detrá s de Aquiles. No fue herido en ninguna de
las batallas relatadas en la obra homérica y fue el ú nico personaje de importancia en la obra que no recibió
ayuda por parte de los dioses. Así pues, era, por decirlo, el ú nico héroe homérico, que debía todos sus
triunfos a ser un mortal. Al igual que el destacado Aquiles, fue entrenado por el centauro Quiró n. Á yax, era,
sin duda, uno de los reyes má s relevantes en el campo de batalla. Sin embargo, su sabiduría estaba
limitada, pues personajes como Néstos, Idomeneo o Menesteo lo superaban con creces. Por otro lado, no
era tan há bil como Diomedes, Odiseo o Palamedes. Mandaba a su ejército llevando una gran hacha de
guerra y un enorme escudo, acompañ ado siempre por Teucro. 
ÁYAX EL GRANDE Y HÉCTOR
En la guerra, Á yax luchó con Héctor en dos ocasiones: la primera fue en un duelo que duró todo un día sin
que hubiese un vencedor; la segunda fue durante una incrusió n de los troyanos en el campamento de los
aqueos. En esta ocasió n, Á yax y el príncipe troyano pelearon  en los barcos griegos. El griego casí mató a
Héctor arrojá ndole una piedra mayor que el propio príncipe. Ambos encuentros tuvieron lugar cuando
Aquiles había abandonado el campo de batalla por el enfado que tuvo con el rey de Micenas, Agamenó n, y
los griegos estaban desolados.
Héctor y su hermano Paris reagruparon a los troyanos dentro de las murallas de Troya para lanzar un
ataque contra los aqueos, provocando así estragos entre los enemigos. Al comunicarle su hermano Héleno,
gemelo de Casandra, quien también disponía de las dotas adivinatorias, que no era su destino morir
todavía, Héctor desafiaba a cualquier griego a un combate singular.
Al principio, los griegos se mostraron reticentes, pero después de ser reprendidos por Néstor, nueve
griegos son los que se ofrecieron y sortearon quién de todos ellos se enfrentará al domador de caballos.
Á yax Telamó n se convirtió en el elegido, y luchó con Héctor durante todo el día, siendo ambos incapaces
de obtener victoria alguna. Cuando el duelo se terminó , cada rival expresó su admiració n al contrincante
por las virtudes del valor y la habilidad bélica. Así pues, el príncipe regaló al héroe aqueo su espada, que
Á yax acabaría usá ndola para suicidarse. A cambio, éste ú ltimo hizo lo propio con su cinturó n.
Ambos bandos acabaron pactando una breve tregua para enterrar a los muertos que yacían en las llanuras
pró ximas a la ciudad, tregua aprovechada por los griegos para construir una muralla y abrir un foso
alrededor de las naves.
Cuando Patroclo murió a manos de Héctor, los troyanos intentaron hacerse con su cuerpo y alimentar con
él a los perros, pero Á yax luchó y logró proteger al inerte aqueo, devolviéndolo al campamento griego y a
su amigo Aquiles.
ÁYAX EL GRANDE Y LAS ARMAS DE AQUILES: EL SUICIDIO DE ÁYAX
Muerto Aquiles, Á yax y Ulises se disputaron las armas de el héroe y cada uno defendió su pretensió n ante
la asamblea de capitanes. Á yax invocó las hazañ as por él realizadas y las llevadas a cabo por su familia.
Odiseo hizo constar con tanta habilidad como enardecimiento los servicios que había rendido a Grecia: su
elocuencia triunfó . Lleno Á yax de desesperació n por una preferencia que creía injusta, se levantó de la
cama durante la noche y, en completo estado de delirio, empuñ ó su espada, recorrió el campo de los
griegos y creyendo dar muerte a Odiseo, Menelao y Agamenó n, degolló los carneros y las cabras que
pacían alrededor de las tiendas. Vuelto en sí de su alucinació n y al ver que era objeto de burla por parte de
los soldados griegos, se hundió en el pecho la espada que Héctor le había regalado. 
Así, de la tierra empapada con su sangre nació una flor semejante al jacinto, sobre la que se ven, segú n
dicen, las dos primeras letras del nombre del héroe. Su muerte ocurrió antes de que Troya fuese tomada.
Los griegos le erigieron un magnífico monumento sobre el promontorio de Reteo. Ademá s, en su nombre
se celebraban en Salamina, su patria, las fiestas Aiantes.
TEUCRO
Teurco, hermano de Á yax, le había acompañ ado en su expedició n a Frigia. En relaidad, eran medio
hermanos, siendo hermanos só lo por parte de padre, pues la madre de Teucro era Hesione, hija de
Laomedonte.
É ste era tan habíl arquero, que se decía que había recibido el arco que manejaba del mismísimo Apolo. Al
volver a Salamina, su patria, después de la expedició n, fue acogido por el anciano Telamó n con frialdad y
de un modo hostil: "¿Dónde está tu hermano? ¿Que has hecho para vengar a tu hermano? ¿Dónde están las
cenizas de tu hermano?". A esta desconcertante acogida, siguió la orden de destierro perpetuo. 
Teurco se sometió sin abatirse y, acompañ ado de amigos fieles, se dirigió a Sidó n donde residía el rey Belo.
Sabedor de sus desdichas y su constancia, le dio algunos colonos fenicios con los que edificó en la isla de
Chipre una ciudad a la que dio por nombre Salamina, en la cual sus descendientes reinaron por muchos
siglos. Los que el historiador Justino narra sobre el viaje de Teurco a la Península Ibérica -concretamente
la Españ a actual- parece completamente fabuloso.
PATROCLO
Patroclo es considerado uno de los héroes griegos de la célebre Guerra de Troya, descrita, principalmente,
en la Ilíada de Homero. 
Patroclo era hijo de Menecio, rey de Locria. Hay diferentes versiones sobre la identidad de su madre:
algunos defendían que era la hija de Acasto, Esténele; otras, Periopis, hija de Feres; y, finalmente, Polipea,
hija de Peleo y hermana de Aquiles.
Su padre, Menecio, lo envió a Ptía, donde se hizo compañ ero y amigo inseparable del famoso Aquiles,
algunos añ os má s joven que él. Estaba presente, al igual que Aquiles y su padre, cuando Néstor acudía a la
corte de Peleo con el fin de reclutar guerreros para la empresa contra Troya. Fue invitado, al mismo
tiempo, que el Pelida Aquiles y aceptó .
PATROCLO Y LA GUERRA DE TROYA
Patroclo aparecía como el compañ ero fiel de armas de Aquiles. La Ilíada dudaba en cuanto a su cometido
exacto: el canto XVII mostraba a los caballos del Pelida llorando la muerte de "el que los guiaba".
Automedonte, el auriga de Aquiles, describía a Patroclo como el má s dotado para el manejo de corceles. En
el canto XIX de la Ilíada, Aquiles pedía a sus caballos que le trajesen de vuelta "a quien los conduce",
refiriéndose a sí mismo, a pesar de que el auriga había subido al carro antes que él.
En la Odisea, el alma de Agamenó n admitía a la de Aquiles que el cuerpo de éste, recién muerto, yacía
"olvidado del arte de guiar los carros". Otros indicios permitieron suponer que Patroclo acudía al combate
en un carro separado y que se batía luego junto a Aquiles. Ademá s, se pensaba que servía de mensajero a
su amigo, que lo envió a Néstor, en el Canto XI, en busca de noticias sobre la identidad del herido que fue
llevado al campamento aqueo. Asimismo, en el Canto II, Patroclo acudió por orden de Aquiles a buscar a
Briseida para entregá rsela a Odiseo. Cuando Néstor acudió acompañ ado por Fénix a implorara a Aquiles
que volviese al combate, fue Patroclo quien preparó el vino y los alimentos para todos los invitados.
Cuando, encolerizado, Aquiles se encerró en su tienda tras haber discutido con Agamenó n por la
usurpació n de Briseida, Patroclo cesó igualmente de combatir. En el canto XVI (también llamado
Patroclea), mientras los troyanos recuperaban terreno a los griegos y amenazaban con la quema de sus
naves, Aquiles autorizó a su amigo a ponerse su armadura y lanzarse al combate a la cabeza de sus
mirmidones. Durante la lucha, Patroclo consiguió matar algunos troyanos, entre los que se encontraba un
hijo de Zeus, Sarpedó n.
Sin embargo, cuando se encontró con el príncipe troyano, ayudado por el dios Apolo, no pudo vencer.
Apolo, envuelto en una nube, lo golpeaba en la espalda; acto seguido, Euforbo, hijo de Panto, lo hirió de
nuevo en el mismo lugar y huyó enseguida a la carrera. Finalmente, Héctor dio muerte a Patroclo,
despojá ndolo de sus armas. Menelao y Á yax el Grande protegieron su cuerpo y se lo entregaron a Aquiles,
quien decidió entonces retomar las armas para poder vengar a su amigo.
Tetis, madre de Aquiles, dio de beber a Patroclo néctar y ambrosía para evitar que su cadá ver se
corrompiese y, al mismo tiempo, Aquiles se enfrentó al príncipe troyano Héctor, venciéndolo. El Pelida
ofreció luego a los griegos un festín en honor al caído Patroclo, al final del cual se le aparecería el muerto y
le suplicaría que quemase su cadá ver lo antes posible. A la mañ ana siguiente, Aquiles ordenó construir una
pira funeraria para el difunto, se cortó un mechó n de su cabellera y sacrificó bueyes, corderos, perros y
caballos, así como doce jó venes nobles troyanos.
PATROCLO Y AQUILES: ¿AMIGO O AMANTE?
La amistad de Patroclo y Aquiles era proverbial y, sin embargo, desde el siglo V a. C., algunos griegos veían
en ella algo má s allá . En general, los autores griegos añ adían en esa época un componente pederasta a las
amistades míticas, como las de Orestes y Pílades, Teseo y Pirítoo o Hércules y Yolao. Segú n la
documentació n histó rica, dicha prá ctica, junto con la homosexualidad, era comú n en el mundo heleno
antiguo, como por ejemplo se puede apreciar en Esparta en el proceso de aprendizaje de los hombres (la
famosa agogé).
En este caso, no pretendían saber si eran amigos o amantes, sino por por qué Homero se mosraba
reservado sobre dicha realció n, y si Patroclo era el eró meno de Aquiles o viceversa. En su obra Contra
Timarco, el orador ateniense Esquines declaró : "Aunque Homero alude numerosas veces a Patroclo y a
Aquiles, pasa silenciosamente sobre su deseo y evita señalar su amor, al considerar que la intensidad de su
afecto estaba clara para los lectores cultivados. Aquiles declara en algún lugar (...) que, involuntariamente,
ha infringido la promesa hecha a Menecio, padre de Patroclo, pues le había asegurado que lo traería de
vuelta a Opus sano y salvo si Menecio se lo confiaba y lo enviaba a Troya con él".
En efecto, para muchos griegos, la desmesurada emoció n que Aquiles mostraba tras la muerte de Patroclo,
así como su exaltació n el la venganza, no dejaba ninguna duda sobre la naturaleza de sus relaciones. Las
reservas de Homero se interpretaron como un signo de discreció n. Esquilo desarroló este tema en su
tragedia perdida Los Mirmidones, en la que representa sin rodeos a Aquiles llorando sobre el cuerpo de su
amigo mientras alaba la belleza de sus caderas y añ oraba sus besos. Tanto en Esquilo como en Esquines,
Aquiles se consideraba el erastés y Patroclo el eró meno.
Es posible poner en duda esta versió n si se parte del detalle de la barba: Patroclo era quien la llevaba
mientras Aquiles carecía de tal. De hecho, es posible llegar a pensar que Aquiles, al ser má s jó ven, era el
eró meno y Patroclo el erastés, má s aú n cuando la admiració n provocada por el amor es la de Patroclo
hacia Aquiles; hecho que corroboraría dicha idea. Lo que es por supuesto incontestable es que los dos
hombres se querían -amor o amistad- por igual.
Esto mismo es lo que exponía el filó sofo ateniense Plató n en El Banquete cuando hace decir a Fedro que
"Esquilo desvaría al afirmar que Aquiles era el amante de Patroclo, cuando era más hermoso no sólo que
Patroclo, sino también que todos los héroes juntos, y aún no le había crecido la barba, por lo que era mucho
más joven, según afirma Homero". A pesar del desacuerdo presentado, tampoco Fedro tenía duda alguna
sobre la relació n entre los dos héroes griegos.
Posteriormente, en cambio, la tradició n se estabilizó en torno a la versió n de Esquilo, en conformidad con
el estatus social de los dos hombres. Así, Claudio Eliano, declaró en su Varia Historia: "Ajelandro puso una
corona sobre la tumba de Aquiles y Hefestión sobre la de Patroclo, queriendo insinuar Hefestión que él era el
favorito de Alejandro como Patroclo de Aquiles". Segú n Bernard Sergent, la polémica de los antiguos sobre
el papel de cada uno demostró que la relació n entre Aquiles y Patroclo no está vinculada al modelo
pederasta: se trata, simplemente, de una relació n entre jó venes de la misma generació n.
LOS JUEGOS FÚNEBRES EN HONOR DE PATROCLO
Después de la incineració n, el propio Patroclo suplicó , Aquiles organizó en su honor diversos juegos. É stos,
consignados en el canto XXIII de la Ilíada, son, junto a los organizados por Alcínoo en la Odisea, uno de los
testimonios má s antiguos del deporte en la antigua Grecia.
 Una carrera de carros la cual ganó Diomedes, obteniendo como primer premio una esclava y un
trípode. Antíloco llegó segundo haciendo trampa, Menelao tercero, Meríones cuarto y Eumelo el
ú ltimo.
 Un pugilato (combate de boxeo) ganado por Epeo, quien obtiene una mula.
 Una prueba de lucha libra, disputada por Á yax el Grande y Odiseo. Aquiles los declaró iguales.
 Una carrera a pie, que ganó Odiseo, obteniendo así una crá tera de plata. Á yax llegó el segundo y
recibió un buey; Antíloco fue tercero y consiguió medio talento de oro, premio previsto incialmente,
así como un segundo talento de oro por haber halagado a Aquiles "el de los pies ligeros".
 Una hoplomaquia o lucha con armas, disputada por Dió medes y Á yax. Aquiles los juzgó iguales y se
repartieron el premio: la lanza, el escudo y el yelmo de Sarpedó n. Mientras, Dió medes recibió un
sable tracio.
 Una prueba de lanzamiento de peso, que ganó Polipetes, obteniendo dicho peso en hierro bruto
como premio.
 Una prueba de tiro con arco donde Merió n salió victorioso, consiguiendo como premio diez hachas
de doble hoja. El perdedor, Teucro, obtuvo diez hachas sencillas.
 Una prueba de lanzamiento de jabalina, la cual no llegó a disputarse ya que Aquiles detuvo a los dos
contendientes, Agamenó n y Merió n. Dijo, ademá s, que todos sabían que el Atrida era el má s fuerte.
É ste obtuvo un caldero de estrena y Merió n una lanza de bronce.
LA GIGANTOMAQUIA
La Gigantomaquia era, literalmente en griego antiguo "la guerra de los gigantes", siendo un episodio
fundamental en la mitología griega que seguía a la Titanomaquia. Cuando Zeus, nuevo soberano de las
divinidades griegas derrotó a su padre Cronos y sus aliados, sus hermanos titanes, los encerró en el má s
profundo espacio del inframundo, es decir, en el Tá rtaro para evitar cualquier peligro. Su abuela Gea,
madre de Cronos y Rea, se enfadó por ello y engendró a los Gigantes, que entamblaron combate contra los
dioses olímpios.
Los Olímpicos conocían un orá culo que defendía que los Gigantes no podrían morir a manos de los dioses a
no ser que un mortal luchara a su lado, por lo que Zeus hizo llamar, por medio de Atenea a su hijo Heracles,
un semidió s mortal. A su vez, Gea fabricó un brebaje que impedía también que los Gigantes pudiesen morir
a manos de un mortal. Al jactarse de esta situació n, el padre de los dioses impidió que Helios, Selene y Eos
se levantasen y consiguió destruir la pó cima creada por su abuela.
La batalla se libró en Flegra ("tierra ardiente") o en Palene que era donde habitaban los Gigantes. Entre
todos ellos, Apolodoro afirmaba que Porfirió n y Alcioneo eran los má s destacados. É ste ú ltimo, que se
había llevado las vacas del ganado del dios Helios desde Eritia, era inmortal siempre que luchase en su
tierra natal, mientras que Homero aportaba el dato de que Eurimedonte reinaba sobre ellos.
Los Gigantes llevaron a cabo un primer ataque contra los dioses armados con rocas enormes y grandes
trocos de á rboles. Heracles atracó primero a Alcioneo, atravesá ndolo con una de sus flechas envenenadas.
Pero tal como el gigante caía al suelo volvía a la vida de nuevo. Siguiendo el consejo de la diosa de la
sabiduría Atenea, el héroe lo arrastró fuera de su tierra de origen, logrando matarlo definitivamente. Se
pensaba también que, al haber heredado la fuerza Zeus, Heracles mató al gigante partiéndolo el cuello con
sus manos. Ponrfirió n atacó a Heracles e intentó violar a Hera. Pero Zeus lo fulminó con el rayo y Heracles
lo remató con sus flechas. Efialtes murió de un flechazo en cada ojo, uno de Apolo y otro de Heracles. 
Cuando Encélado abandonaba el cambo de batalla, Atenea lo aplastó con la isla de Sicilia, donde quedó
perpetuamente encarcelado, por lo que su aliento de fuego surgiría del Etna. Segú n otras fuentes fue
muerto por el sá tiro Sileno. Mimas fue sepultado por el dios de la forja, Hefesto, bajo una masa de metal
fundido en la que se mantendría preso; al igual que Encélado escupiría fuego por el centro de una alta
colina, siendo la fuerza volcá nica del monte Vesubio.
Polibotes fue enterrado por Poseidó n, quien le arrojó un pedazo de la isla de Cos, dando así lugar a la
nueva isla de Nisiros. Hipó lito fue derrotado por el mensajero de los dioses, Hermes, llevando éste un
casco que lo hacía invisible (el casco de Hades). Gratió n fue abatido por las flechas de Artemisa; Dionisos
noqueó a É urito con su tirso; Hécate quemó a Clitio con sus infernales antorchas; y armadas con sus mazas
de bronce, las Moiras mataron a Agrio y Toante.
Aunque Hera, la diosa reina, derrotó al gigante Foitos. también convenció a unos cuantos gigantes para
luchar contra Dionisos, como por ejemplo Ctonio, que fue muerto por Demeter, prometiéndole a cambio a
Afrodita. Ademá s, cada gigante fue rematado por las flechas de Heracles empapadas en el veneno de la
Hidra de Lerna, exceptuando los que quedaron presos bajo islas.
CRONOS O SATURNO
Todo comienza con la autoridad de los grandes dioses o superiores sobre el mundo, donde aquellos que
formaban la corte llegaron después de los otros diez. Urano, Gea, Saturno y otros Titanes dominaban la
tierra. Entre ellos, Cronos (o Saturno en Roma) era hermano de Titan, quien, como primogénito debía
reinar. Sin embargo, la madre de ambos sentía especial devoció n por Saturno. Después de interminables
sú plicas, Titan renunció con una condició n: su hermano estaba obligado a exterminar todo hijo varó n para
que así la realeza volviese a recaer en manos de los Titanes. Saturno aceptó .
Hijo de Urano, el cielo, y Gea, la tierra, Saturno pertenece a la primera generació n divina, los llamados
urá nidas. El má s joven entre todos sus hermanos, ayudó a su madre a vengarse de su padre convirtiéndose
en el nuevo señ or del mundo. El reinado de Saturno, en cambio, fue un periodo y corto. Unido en
matrimonio con su hermana Rea (la Cibeles romana), devoraba a sus hijos por obligació n de una profecía
y, así, evitar que cualquiera de sus descendentes le destronase. Engendró y, por ende, devoró a Vesta,
Ceres, Juno, Plutó n y Neptuno. Pero Rea salvó al ú ltimo de sus hijos, Jú piter, dando a luz en Creta. En su
lugar, Saturno tragó una piedra que su mujer le entregó envuelta en pañ ales.
Escondido, Zeus al crecer cumplió aquella profecía que garantizaba a Saturno ser destronado. Dio a beber
a su padre una droga que le hizo vomitar la piedra que Gea le dio y a todos sus hijos. El temor cerró su
corazó n a los sentimientos de la naturaleza y armó emboscadas al hijo que era tan digno de su amor.
Jú piter, activo y valeroso, esquivó las celadas y, después de intentar en vano todos los medios de
conciliació n, cerró sus oídos a toda consideració n, entabló batalla contra Saturno, le expulsó del cielo y lo
sustituyó en el trono.
El dios destronado corrió a ocultar su derrota en Italia junto al rey Jano, que lo acogió amigablemente y
aun se dignó compartir con él la soberanía de su reino. Saturno, por su parte, conmovido ante tan generosa
acogida, se dedicó con ahinco a civilizar el Lacio, que era la regió n en la que Jano reinaba, y enseñ ó a sus
rudos habitantes diversas artes ú tiles.
La divinidad Cronos o Saturno está estrechamente ligado a la agricultura, de la que se considera fundador
y protector. Segú n cuenta la historia, el dios llego a Italia después de ser expulsado del Olimpo por su hijo,
Zeus. Instalado el templo en la colina Capitolina, el dios empezó a enseñ ar a los hombres los principios de
la agricultura, contribuyendo a la superació n de las costumbres bá rbaras e introduciendo un estilo de vida
má s orientado al orden civil y moral.
Después, cuando la civilizació n romana cogió los principios de la griega, Saturno fue Cronos, el dios que
devoraba a sus hijos, convertido en señ or del universo cuando su padre, Urano, fue expulsado. La imagen
del dios, adoptó paulatinamente el papel de dios del tiempo. Así adquirió atributos como la clepsidra o la
serpiente que se muerde la cola, símbolo de eternidad.
En la Alta Edad Media, las imá genes de Saturno se identificaron con un planeta y aparecía en las
ilustraciones de documentos textuales astroló gicos. Como  potencia planetaria, Saturno era considerado el
má s maligno de los planetas, lo cual hacía que se identificase con un cará cter oscuro. Siendo el planeta má s
lento, representaba la vejez, la pobreza, el paso del tiempo y la muerte. Por tanto, en imá genes era
representado como un hombre viejo, alicaído, con mirada severa y melancó lica. Sus atributos son
imprescindibles en la iconografía para ser identificado, como la hoz curva.
Durante esta época Cronos es igual a dios del tiempo, por lo que la hoz se convierte en símbolo del tiempo
que amputa la vida humana. En la antigua vida romana también aparece como un hombre viejo canoso. En
la Edad Media se incorpora la imagen de un señ or alado con la clepsidra. El reloj es movido por sus pies
para indicar el transcurrir de las horas.
Las fiestas ligadas a esta divinidad, llamadas saturnales por los romanos, empezaban el 16 de diciembre y
se celebraban por espacio de tras días, durante los que permanecían cerrados los tribunales y las escuelas
pú blicas, se suspendía la ejecució n de los criminales y no se practicaba arte alguno como no fuera el
culinario. Los festines, los juegos y el placer reinaban por doquier. Durante estas fiestas, que evocaban la
igualdad y la libertad de la edad de oro, los esclavos eran servidos a la mesa por sus señ ores a quienes
podían echar en cara impunemente las má s duras verdades o espetar maliciosos decires.
LA MITOLOGÍA ROMANA
Las creencias mitoló gicas de la Antigua Roma es un cú mulo de diferentes tradiciones: la primera,
principalmente tardía y literaria, consistía en préstamos completamente nuevos para Roma procedentes
de la mitología griega; la otra, en cambio, era antigua y cú ltica, donde funcionaba en formas muy diferentes
a las de la equivalente griega.
Los romanos no tenían historias secuenciales sobre los dioses comparables a la Titanomaquia griega o la
seducció n de Zeus por Hera hasta que los poetas empezaron a adoptar los modelos griegos en la Repú blica
Romana, momento de expansió n geográ fica y militar considerada como "el imperialismo romano", que
incluía la conquista del Mediterrá neo del este. 
Sin embargo, hasta ese momento tenían un sistema muy desarrollado de rituales, escuelas sacerdotales y
panteones muy relacionados con los griegos. Por otro lado, el rico conjunto de mitos histó ricos sobre la
fundació n y auge de la ciudad  de Roma lo representaban mediante actores humanos con ocasionales
intervenciones divinas.
La religió n romana, estrechamente relacionada con los relatos mitoló gicos, no se basaba en creencias
como es el caso del cristianismo. Era una religió n basada en hechos, pues no ponían en duda la existencia
de divinidades. La fe o creencia se basaba en una falta de "pruebas" que no confirmarían la existencia de
una deidad. Pero los antiguos romanos no dudaban: la presencia de las divinidades se manifestaba en el
mundo material mediante los llamados prodigios, señ ales de dioses que expresaban, por lo general,
aceptació n o negació n.
Existían humanos y seres suprahumanos; la apariencia física de las divinidades era antropomorfa, vivían
en el mismo mundo y só lo se diferenciaban mediante los poderes que los dioses tenían.
LA MITOLOGÍA ARCAICA
El modelo romano incluía una forma muy diferente a la de los helenos de definir y concebir a los dioses.
Por ejemplo, en la mitología griega Deméter era caracterizada por una historia conocida por el rapto de su
hija Perséfone a manos del dios de los infiernos, Hades. Los antiguos romanos, en cambio, concebían a su
equivalente Ceres como una deidad con un sacerdote oficial llamado Flamen, subalterno de los flamines de
Jú piter, Marte y Quirino, pero superior a los de Flora y Pomona. También se le consideraba agrupado en
una tríada con otros dos dioses agrícolas, Liber y Libera, y se sabía la relació n de dioses menores con
funciones especializadas que la asistían: Sarritor (escardado), Messor (cosecha), Convector (transporte),
Conditor (almacenaje), Insitor (siembra) y varias docenas má s.
Así pues, la mitología romana arcaica, al menos en lo referente a los dioses, no estaba formada por relatos
sino má s bien el entrelazamiento y las complejas interrelaciones entre dioses y humanos.
La religió n original de los primeros romanos fue modificada por la adició n de numerosas y contradictorias
creencias en épocas posteriores, y por la asimilació n de grandes porciones de la mitología griega. Lo
relativamente poco que se conoce sobre la religió n romana primitiva es gracias a escritores posteriores,
quienes buscaron preservar las viejas tradiciones del olvido en el que estaban cayendo. Otros escritores
clá sicos, como el poeta Ovidio en sus Fastos ("calendario"), fueron fuertemente influidos por los modelos
helenísticos, y en sus obras se recurre con frecuencia a las creencias griegas para rellenar los huecos de las
tradiciones romanas.
LA HISTORIA ROMANA SEGÚN LA MITOLOGÍA ANTIGUA
En contraste a la escasez de material nativo sobre dioses, los romanos tenían una rica panoplia de
leyendas sobre la fundació n y primera expansió n de la ciudad de Roma. Ademá s de estas tradiciones de
origen local, se injertó material procedente de leyendas heroicas griegas en una época templana, haciendo,
por ejemplo, a Eneas antepasado de Ró mulo y Remo: la Eneida de Virgilio y los primeros libros de Livio
son las mejores fuentes para conocer esta mitología humana.
LA FUNDACIÓN DE ROMA SEGÚN LA MITOLOGÍA ROMANA
Segú n la tradició n romana, los gemelos Ró mulo (771 - 717 a.C.) y Remo (771 - 753 a.C.) fueron los
fundadores de la ciudad de Roma. Finalmente sería só lo Ró mulo quien la fundaría, convirtiéndose en su
primer rey en el 753 a.C., dando comienzo a la fase histó rica conocida como Roma Moná rquica (753 - 509
a.C). Sin embargo, la historiografía actual considera falsa dicha tradició n, fijando el origen a finales del
siglo VII a.C.
Después de la legendaria Guerra de Troya, Eneas, un príncipe troyano que sobrevivió a la destrucció n de la
ciudad, se refugió con su familia en la llanura del Lacio de Italia. Algunos añ os después, su hijo Ascanio
fundó la ciudad de Alba Longa.
Cuatro siglos má s tarde, un rey de la ciudad de Alba Longa, Numitor, fue destronado por su hermano
menor Amulio. Para garantizar su seguridad, el usurpador mató a todos los hijos varones de su hermano y
obligó a su sobrina, Rea Silvia, a hacerse sacerdotisa para que permaneciese virgen de por vida. Pero el
dios Marte (el equivalente a Ares en Grecia) la hizo madre, dá ndole los gemelos Ró mulo y Remo. Amulio,
enfurecido, ordenó que los niñ os fuesen arrojados a las aguas del río Tiber. Pero la canasta en la que
habían sido depositados quedó varada en la orilla y la loba Luperca encontró a los hermanos,
amamantá ndolos como si fuesen sus propios hijos. Má s tarde fueron recogidos y criados por un
matrimonio de pastores, Fá ustulo y Aca Larentia.
Pero al de unos añ os los gemelos descubrieron su origen. Buscando venganza, volvieron a su ciudad natal
para matar a su tío abuelo y reponer en el trono a su abuelo Numitor. É ste, en agradecimiento, les entregó
territorios al noroeste del Lacio. Con dieciocho añ os, en el añ o 753 a.C., decidieron fundar una ciudad justo
donde la famosa loba los encontró . Discutiendo sobre el lugar decidieron que lo elegiría aquel que viese
má s pá jaros, prueba que Ró mulo ganó . Remo decía que era un augurio las seis aves que señ alaban el
monte Aventino, mientras que su hermano entendió como otro augurio las doce aves que señ alaron el
monte Palatino. É ste ú ltimo, tras una fuerte disputa, decidió marcar los límites (pomerium) de la futura
ciudad y amenazó con matar a todo aquel que los cruzase. Remo le desobedeció cruzando con desprecio la
línea y reclamaba que Ró mulo nunca llegaría a ser rey. Pero éste ú ltimo no dudó ni un segundo y mató a
Remo. Arrepentido, decidió enterrar a su hermano en la cima del Palatino y en honor a su nombre llamó a
la ciudad Roma. Luego emprendió su etapa como ú nico soberano de la recién fundada ciudad.
Creó el Senado, compuesto por cien personas conocidas como patres, cuyos descendientes fueron los
patricios, y dividió la ciudad en 30 curias o congregaciones. Los primeros habitantes, por otro lado, fueron
los asylum: refugiados, libertos, esclavos y pró fugos.
EL RAPTO DE LAS SABINAS
Segú n contaba la tradició n, los primeros habitantes de Roma eran todo hombres. Para encontrar una
solució n, Ró mulo organizó una fiesta con pruebas deportivas en honor al dios Neptuno e a la que invitó a
la població n vecina, entre los que se encontraba la de Sabina. Los sabinos, especialmente voluntariosos,
acudieron en masa con sus mujeres e hijos y precedidos por su soberano. Comenzó el espectá culo y el rey
romano aprovechó la ocasió n: con una señ al cada romano raptó a una mujer, hecho conocido como el
rapto de las sabinas, y después echaron a los hombres de sus terrenos. 
Los romanos intentaron aplacarlas convenciéndolas de que só lo lo hicieron porque querían que fuesen sus
esposas, y que ellas no podían menos que sentirse extremadamente orgullosas de pasar a formar parte de
un pueblo que había sido elegido por los dioses. Las sabinas pusieron un requisito a la hora de contraer
matrimonio: en el hogar, ellas só lo se ocuparían del telar, sin verse obligadas a realizar otros trabajos
domésticos y se erigirían como las que gobernarían la casa.
Añ os má s tarde, los sabinos, enfadados por el doble ultraje de traició n y el rapto de sus mujeres atacaron a
los romanos, a los que fueron acorralando en el Capitolio. Para lograr penetran en la zona, contaron con la
romana Tarpeya, quien les flanqueó la entrada a cambo de "aquello que llevasen en los brazos",
refiriéndose a los brazaletes. Viendo con desprecio la traició n de la romana a su propio pueblo, aceptaron
pero, en lugar de darle joyas la mataron aplastá ndola con sus pesados escudos. El espacio donde, segú n la
leyenda, tuvo lugar el asesinato, recibió el nombre de Roca Tarpeya desde la que se arrojaba a los
convictos de traició n.
Cuando se iban a enfrentar en lo que parecía ser la batalla final, las sabinas se interpusieron entre ambos
ejércitos combatientes para que dejasen de matarse porque, razonaron. Los hombres de la ciudad a la que
Ró mulo había ofendido y atacado decidieron rescatarlas bajo el mando del rey Tito Tacio, provocando en
las sabinas un gran dilema: si morían los sabinos, morían sus padres y hermanos; pero si morían los
romanos, morían sus maridos e hijos. Las sabinas lograron hacerlos entrar en razó n y, finalmente, se
celebró un banquete para festejar la reconciliació n. Finalmente, Ró mulo pactó con el rey sabino Tito Tacio
una diarquía hasta la muerte de éste ú ltimo.
EL REINADO DE RÓMULO HASTA SU MUERTE
Terminada la guerra con los sabinos, Ró mulo estableció la diarquía junto a Tito Tracio y aumentó el
numero de senadores a 200. El rey romano, ademá s, creó las primeras tres tribus: la de los romanos o
Ramnes, la de los sabinos o Titites y la població n restante o Luceres. Asimismo, dividió cada una de las
tribus en 10 curias; cada una de éstas se llamaron como 30 de las sabinas raptadas, que a su vez dividió en
10 gentes.
También formó las primeras legiones que estaban conformadas por 3000 soldados de infantería y 300 de
caballería: cada curia debía aportar una centuria de infantería y una decuria de caballería. Igualmente,
creó la guardia de los celeres, guardia personal de los monarcas. Su nombre derivaba de Celer, el jefe y el
má s importante consejero de Ró mulo. Estaba formada por 300 hombres de infantería o de caballería,
dependiendo siempre de la fuente histó rica de informació n.
Ró mulo murió en el 716 a.C. en medio de una tormenta provocada por su propio padre, el dios Marte. Tras
este hecho fue su cuñ ado Numa Pompilio quien le sucedió como rey.
DIOSES NATIVOS: ROMANOS E ITÁLICOS
Las prá cticas rituales romanas de los sacerdotes oficiales distinguían claramente dos clases de dioses. Por
un lado estaban los indigetes, dioses originales del estado romano. Su nombre y naturaleza estaban
indicados por los títulos de los artistas má s antiguos y por las fiestas fijas en el calendario.
Por otro lado se encontraban los novensides, divinidades posteriores cuyos cultos fueron introducidos en
la ciudad en el periodo histó rico, normalmente en una fecha conocida y como respuesta a una crisis
específica o necesidad percibida.
Ademá s, las divinidades romanas incluían los llamados dioses especialistas, cuyos nombres eran
invocados al realizar diversas actividades, como por ejemplo la cosecha. Los fragmentos de los viejos
rituales que acompañ aban a estos actos como el arado o la siembra revelan que en cada parte del proceso
se invocaba a una deidad diferente, estando el nombre de cada una de ellas derivando regularmente del
verbo para la operació n. Estas divinidades podían ser agrupadas bajo un término general, el de los dioses
asistentes o auxiliares, que eran invocados junto con las deidades mayores. 
Los antiguos cultos romanos eran má s un polidemonismo que un politeísmo: los conceptos que los
adoradores tenían de los seres invocados consistían en poco má s que sus nombres y funciones, y el
"poder" o numen del ser se manifestaba en formas altamente especializadas.
Su cará cter y sus fiestas mostraban que los antiguos romanos no só lo eran miembros de una comunidad
agrícola, sino que también estaban orgullosos de luchar y muy involucrados en la guerra. Los dioses
representaban distintivamente las necesidades prá cticas de la vida diaria, como las sentía la comunidad
romana a la que pertenecían. Se entregaban a los ritos y ofrendas que consideraban apropiados. Así, Jano y
Vesta guardaban la puerta y el hogar, los Lares protegían el campo y la casa, Pales los pastos, Saturno la
siembra, Ceres el crecimiento del grano, Pomona la fruta y Consus y Ops la cosecha. Incluso el majestuoso
Jú piter, rey de los dioses, era honrado por la ayuda que sus lluvias daban a las granjas y viñ edos. En su má s
amplio cará cter era considerado, a través de su arma de rayos, el director de la actividad humana y, por su
amplio dominio, el protector de los romanos en sus expediciones militares má s allá de sus fronteras.
Prominentes en la época má s antigua fueron los dioses Marte y Quirino, que a menudo se identificaban
entre sí. Marte era el dios de la guerra al que se honraba en marzo y octubre. Se cree que Quirino fue
patró n de la comunidad militar en tiempos de paz.
Jano y Vesta eran dioses antiguos con poca individualidad, y sus historias personales carecían de
matrimonios y genealogías. A diferencia de los dioses griegos, no se consideraba que funcionaban de la
misma forma que los mortales, y por ello no existen muchos relatos sobre sus actividades. Este culto
primitivo estaba asociado con Numa Pompilio, segundo rey de Roma, de quien se creía que tuvo como
consorte y consejera a la diosa romana de las fuentes y los partos, Egeria, a quien a menudo se identifica
como una ninfa en las fuentes literarias posteriores. 
Sin embargo, se añ adieron nuevos elementos en una época relativamente temprana. Otras adiciones
fueron el culto de Diana en el monte Aventino y la introducció n de los Libros Sibilinos, profecías de la
historia del mundo que, segú n el mito, fueron compradas por Tarquino a finales del siglo IV a.C. a la Sibila
de Cumas.
A la casa real de los Tarquinios se atribuyó en las leyendas el establecimiento de la gran Tríada Capitolina,
Jú piter, Juno y Minerva, que asumió el lugar supremo en la religió n de la Antigua Roma. Son los tres dioses
principales de la religió n romana que, como en otras religiones indoeuropeas, entre los romanos había una
marcada tendencia a reunir a los dioses en grupos de tres. Fruto de esta tendencia son las distintas tríadas
que a lo largo de la historia se compusieron con diferentes dioses.
Aunque la primera tríada, conocida como la tríada arcaica, estaba formada por Jú piter, Marte y Jano, pero
pronto éste ú ltimo fue sustituido por Quirino. Su culto era importante, como lo atestigua el nombre dado a
los tres principales sacerdocios o flamines.
La tríada clá sica era conocida con el nombre de tríada capitolina, por tener su templo en la Colina
Capitolina, donde se encontraba el templo de Jú piter Ó ptimo Má ximo o Jú piter Capitolino, y estaba
formada por Jú piter, Juno y Minerva. Derivaba de la religió n etrusca: la tríada etrusca estaba formada por
Tinia, Uni y Menrva.
DIOSES EXTRANJEROS
La adquisició n de deidades locales vecinas tuvo lugar a medida que el estado romano conquistaba el
territorio de los alrededores. Los romanos solían conceder a los dioses locales del territorio conquistado
los mimos honores que a los dioses antiguos que habían sido considerados propios del estado romano. En
muchos casos, las recién absorbidas deidades eran invitadas formalmente a llevar su domicilio a nuevos
santuarios en Roma mediante el ritual de evocatio. 
En el 203 a.C., la figura de culto representativa de Cibeles fue retirada de Pesino (Frigia) y acogida  en
Roma. Ademá s, el crecimiento de la ciudad atrajo a extranjeros, a los que se permitía continuar con la
adoració n a sus propios dioses. De esta forma llegó Mitra y su popularidad entre las legiones extendió su
culto hasta lugares tan lejanos como Bretañ a. 
Ademá s de Cá stor y Pó lux, los asentamientos conquistados en Italia parecieron haber contribuido al
panteó n romano con Diana, Minerva, Hércules, Venus y otras deidades de menor rango, algunas de las
cuales eran divinidades itá licas, procediendo otras originalmente de la cultura griega de Magna Graecia
(Sicilia). 
Las deidades romanas importantes fueron, finalmente, identificadas con los má s antropomó rficos dioses y
diosas griegos, y asumieron muchos de sus atributos y mitos.
LA MITOLOGÍA EN GRECIA
La mitología griega es el conjunto de mitos y leyendas pertenecientes a los antiguos griegos que trataban
sobre sus dioses y héroes, la naturaleza del mundo, los orígenes y el significado de sus propios cultos o
prá cticas rituales. Así formaban parte de la religió n de la Antigua Grecia. Los investigadores modernos han
recurrido a los mitos y los estudian en un intento por arrojar luz sobre las instituciones religiosas y
políticas de la civilizació n de la Grecia, así como para entender mejor la naturaleza de la propia creació n de
los mitos.
La mitología griega aparece explícitamente en una extensa colecció n de relatos e implícitamente en las
artes figurativas como la cerá mica pintada y ofrendas votivas. Los mitos intentaban explicar los orígenes
del mundo y detallaban las vivencias y aventuras de una amplia variedad de dioses, héroes y otras
criaturas. Estos relatos fueron, originalmente, difundidos mediante la tradició n poética oral, si bien
actualmente los mitos se conocen gracias a la literatura griega antigua.
Las fuentes literarias má s antiguas conocidas, los poémas épicos de la Ilíada y la Odisea, se centraban en
los sucesos de la Guerra de Troya. Dos poemas del casi contemporá neo de Homero, Hesíodo, la Teogonía y
los Trabajos y los días, contienen relatos sobre la génesis del mundo, la sucesió n de gobernantes divinios y
épocas humanas y el origen de las tragedias de los mortales y las costumbres sacrificales. También han
sido conservados mitos en los himnos homéricos, en fragmentos de poesía épica del llamado ciclo troyano,
en poemas líricos, en las obras de los dramaturgos clá sicos del siglo V. a.C., en escritos de investigadores y
poetas helenísticos y en textos de la época del Imperio romano de autores como Plutarco y Pausanias.
Los hallazgos arqueoló gicos han supuesto una importante fuente de detalles sobre la mitología griega, con
dioses y héroes presentes prominentemente en la decoració n de diversos objetos: diseñ os geométricos
sobre cerá mica del siglo VIII a.C. representaban escenas del ciclo troyano o las aventuras de Heracles
(Hércules en Roma). En los siguientes periodos histó ricos, el arcaico, clá sico y helenístico aparecieron
escenas mitoló gicas homéricas y de otras varias fuentes para complementar la evidencia literaria
existente.
La mitología griega ha ejercido una amplia influencia sobre la cultura, el arte y la literatura de la
civilizació n occidental, y continú a siendo parte del patrimonio y lenguaje cultural. Poetas y artistan
hallaron inspiració n en ella desde las épocas antiguas hasta la actualidad, descubriendo el significado y la
relevancia contemporá neos en los temas mitoló gicos clá sicos.
VISIÓN GENERAL DE LA HISTORIA MÍTICA
La mitología griega ha ido cambiando con el tiempo para acomodar la evolució n de su propia, de la que la
mitología es un índice, tanto expresamente como en sus asunciones implícitas. En las formas literarias
conservadas, como se hallan al final de los cambios progresivos, es inherentemente política.
Los primeros habitantes de la Península Balcá nica fueron un pueblo agricultor que, mediante el animismo,
asignaba un espíritu a cada aspecto de la naturaleza. É stos asumieron forma humana y entraron en la
mitología local como dioses. Cuando las tribus del norte invadieron la península helena trajeron un
panteó n nuevo de dioses, basado en la conquista, la fuerza, el valor y el heroísmo en un contexto de
absoluta violencia. Otras deidades má s antiguas del mundo agrícola se fusionaron con las de los má s
poderosos invasores o bien se atenuaron en la insignificancia.
En el periodo arcaico los mitos sobre relaciones entre dioses y héroes se convirtieron en algo frecuente,
indicando un desarrollo paralelo de la pederastia pedagó gica, que fue introducida sobre el 630 a.C. Para el
final del siglo V a.C. los poetas habían asignado al menos un eró meno (su compañ ero sexual adolescente) a
todos los dioses importantes salvo Ares y a muchos personajes legendarios. Los mitos previamente
existentes, como el de Aquiles y Patroclo, también fueron reinterpretados bajo una luz pederasta. Los
poetas alejandrinos primero y luego má s generalmente los mitó grafos literarios del antiguo Imperio
romano, adaptaron a menudo de esta forma historias de personajes mitoló gicos griegos.
El logro de la poesía épica fue crear ciclos histó ricos, y como resultado desarrollar un sentido de
cronología mitoló gica. De esta manera, la mitología griega se despliega como una fase del desarrollo del
mundo y el hombre. Aunque las autocontradicciones de estas historias hacen imposible una línea temporal
absoluta, sí puede discernirse una aproximada. La historia mitoló gica puede dividirse en tres o cuatro
grandes periodos:
Los mitos de origen o la Edad de los Dioses: eran mitos sobre los orígenes del mundo, los dioses y la
raza humana.
1. La Edad en la que hombres y dioses se mezclaban libremente: historias de las primeras
interacciones entre dioses, semidioses y mortales.
2. La Edad de los Héroes o Edad Heroica, donde la actividad divina era má s limitada. Las ú ltimas
mayores leyendas heroicas son las acontecidas en la célebre Guerra de Troya y sus consecuencias,
consideradas por algunos expertos como un cuarto periodo.
COSMOGONÍA Y COSMOLOGÍA: LA EDAD DE LOS DIOSES
Los mitos de origen o mitos de creació n representaban un intento por hacer comprensible el universo en
términos humanos y explicar el origen del mundo.
La versió n má s ampliamente aceptada en la época, si bien un relato filosó fico del comienzo de las cosas, es
la recogida por Hesíodo en su Teogonía. El comienzo se centraba en el Caos, un profundo vacío. De éste
emergieron Gea, la Tierra, y algunos otros seres divinos primordiales: el Abismo o el Tá rtaro, el É rebo y el
Amor o Eros. Sin ayuda masculina, Gea dio a luz al Cielo o Urano, que entonces la fertilizó . De esta unió n
nacieron primero los Titanes: Océano, Ceo, Crío, Hiperió n, Já peto, Tea, Rea, Temis, Mnemó sine, Febe, Tetis
y Cronos. Tras éste, Gea y Urano decretaron que no nacerían má s Titanes, de forma que siguieron los
Cíclopes de un solo ojo y los Hecató nquiros o Centimanos.
Cronos ("el má s joven, de mente retorcida, el má s terrible de los hijos de Gea") castró a su padre y se
convirtió en el gobernante de los dioses junto a su hermana y esposa Rea y los otros Titanes como su corte.
El conflicto entre padre e hijo se repetiría cuando Cronos se enfrentó a su hijo Zeus. Tras haber traicionado
a su padre, Cronos, el nuevo soberano divino, temía que su descendencia hiciese lo mismo, por lo que cada
vez que Rea daba a luz un hijo, él lo secuestraba y lo engullía. Rea lo odiaba y lo engañ ó escondiendo a Zeus
y envolviendo una piedra en pañ ales que Cronos tragó . Cuando Zeus creció , dio a su padre una droga que
lo obligó a vomitar a sus hermanos y a la piedra, que habían permanecido en el estó mago de Cronos todo
el tiempo. Zeus luchó entonces contra él para conseguir el trono de los dioses. Al final, con la ayuda de los
Cíclopes, los cuales liberó del temible Tá rtaro, Zeus y sus hermanos consiguieron la victoria, condenando a
Cronos y los Titanes a la prisió n del Tá rtaro.
Zeus sufrió la misma preocupació n y, después de que le fuese profetizado que su primera esposa Metis
daría a luz un dios "má s grande que él", se la tragó . Sin embargo, Metis ya estaba encinta de Atenea y esto
lo entristeció hasta que ésta salió de su cabeza, adulta y vestida para la guerra. Este "renacimiento" de
Atenea fue usado como excusa para explicar por qué no fue derrocado por la siguiente generació n de
dioses, al tiempo que explica su presencia. Es probable que los cambios culturales ya en progreso
absorbiesen el arraigado culto local de Atenea en Atenas dentro del cambiante panteó n olímpico sin
conflicto porque no podía ser derrocado.
EL PANTEÓN GRIEGO
Segú n la mitología clá sica, tras el derrocamiento de los Titanes el nuevo panteó n de dioses y diosas fue
confirmado. Entre los principales dioses griegos se encontraban los olímpicos, residiendo sobre el monte
Olimpo bajo la mirada de Zeus. Aparte de estos, los griegos adoraban a diversos dioses rupestres, al
semidió s rú stico Pan, las ninfas (ná yades que moraban en las fuentes, las dríades en los á rboles y las
nereidas en los mares), dioses-río, sá tiros y demá s. Ademá s, había poderes oscuros del inframundo, como
las Erinias o Furias, que se decía que perseguían a los culpables de crímenes contra los parientes.
En la amplia variedad de leyendas que formaban la mitología griega, las deidades que eran nativas de los
pueblos griegos se describían como esencialmente humanas pero con cuerpo ideales. Con independencia
de sus formas esenciales, los antiguos dioses griegos tenían muchas habilidades fantá sticas, siendo la má s
importante ser inmunes a enfermedades y poder resultar heridos só lo bajo circunstancias altamente
inusuales. Los griegos consideraban la inmortalidad como característica distintiva de los dioses;
inmortalidad que, al igual que la eterna juventud, era asegurada mediante el constante uso de néctar y
ambrosía, que renovaba la sangre divina en sus venas.
Cada dios descendía de su propia genealogía, perseguía intereses diferentes, tenía una cierta á rea de su
especialidad y estaba guiado por una personalidad ú nica; sin embargo, estas descripciones emanan de una
multitud de variantes locales arcaicas, que no siempre coincidirían entre ellas. Cuando se aludía a estos
dioses en la poesía, la oració n o los cultos, se hacía mediante una combinació n de su nombre y epítetos,
que los identificaban por estas distinciones del resto de sus propias manifestaciones. Por ejemplo, Apolo
Musageta era Apolo como jefe de las musas. Alternativamente el epíteto puede identificar un aspecto
particular o local del dios, a veces se cree que arcaico ya durante la época clá sica de Grecia.
La mayoría de los dioses estaban relacionados con aspectos específicos de la vida. Por ejemplo, Afrodita
era la diosa del amor y la belleza, mientras Ares era el dios de la guerra, Hades de los muertos y Atenea de
la sabiduría y el valor. Algunas deidades como Apolo y Dionisos revelaban personalidades complejas y
mezcolanza de funciones, mientras otros como Hestia (literalmente "hogar") y Helios (literalmente "sol")
eran poco má s que personificaciones.
Los templos má s llamativos e impresionantes tendían a estar dedicados a un nú mero limitado de dioses,
que fueron centro de grandes cultos panhelénicos. Era, sin embargo, comú n en muchas regiones y
poblaciones que dedicasen sus propios cultos a dioses menores. Muchas deidades también honraban a los
dioses má s conocidos con ritos locales característicos y les asociaban extrañ os mitos desconocidos en los
demá s lugares. Durante la era heroica, el culto a los héroes o semidioses complementó a la anterior.
LA EDAD DE LOS DIOSES Y LOS MORTALES
Uniendo la edad en la que los dioses vivían solos y la edad en la que la interferencia divina en los asuntos
humanos era limitada, había una edad de transició n en la que las deidades y los mortales se mezclaban
libremente. Fueron estos los primeros días del mundo, cuando los grupos se mezclaban má s libremente de
lo que lo harían luego.
La mayoría de estas historias fueron narradas luego por Ovidio en su obra Las metamorfosis, y se dividen a
menudo en dos grupos temá ticos: historias de amor por un lado e historias de castigo por otro.
Las historias de amor solían incluir el incesto o la seducció n o violació n de una mujer mortal por parte de
un dios, resultando en una descendencia heroica. Estas narraciones sugieren generalmente que las
relaciones entre dioses y mortales son algo a evitar, incluso las relaciones consentidas raramente tenían
final feliz. En unos pocos casos, una divinidad femenina era emparejada con un mortal, como en el Himno
homérico a Afrodita, donde la diosa yace con Anquises concibiendo a Eneas.
 El segundo tipo de historias, las de castigo, tratarían de la apropiació n o invenció n de algú n
artefacto cultural importante, como cuando Prometeo robó el fuego a los dioses, cuando éste o
Licaó n inventaron el sacrificio, cuando Tá ntalo robó néctar y ambrosía de la mesa de Zeus
dá ndoselo a sus propios sú bditos, revelá ndoles los secretos de las deidades, cuando Démeter
enseñ ó a agricultura y los Misterios a Triptó lemo, o cuando Marsias inventó elaulos y se enfrentó a
un concurso musical contra el dios Apolo. 
LA EDAD HEROICA
La época en la que vivieron los héroes es conocida como Edad Heroica. La poesía épica y genealó gica creó
ciclos de historias agrupadas en torno a héroes o sucesos particulares y estableció las relaciones familiares
entre héroes de las diferentes historias, organizando asó las historias en secuencia.
Tras la aparició n del culto heroico, los dioses y los héroes construyeron la esfera sacra y eran invocados
juntos en los juramentos, dirigiéndoseles oraciones. En contraste con la Edad de los Dioses, durante la
heroica la relació n entre los protagonistas valerosos carecería de forma fija y definitiva; ya no nacían
grandes dioses, pero siempre podrían surgir nuevos dioses del ejército de los muertos.
Otra importante diferencia entre el culto a los héroes y a los dioses era que el primero se convertía en el
centro de la identidad de un grupo local.
En cuanto a la cronología, los monumentales sucesos de Heracles eran considerados el principio de esta
era. También se adscriben a ella tres grandes sucesos: la expedició n argoná utica, la guerra de Tebas y la
famosa guerra de Troya.
LA APOTEOSIS DE ENEAS
Narraciones mitoló gicas posteriores a La Eneida de Virgilio relataban có mo, tras la victoria de Eneas sobre
Turno, Venus pidió a Jú piter que acogiese a su hijo entre las divinidades celestes. Todos los dioses, Juno
incluida, ya má s conciliadora, dieron su asentimiento y el padre de los dioses, asintiendo fuertemente con
la cabeza, confirmó su voluntad.
Venus lo agradeció y, transportada en vuelo por palomas, se dirigió hacia la desembocadura del Municio,
en el Laurentino, ordenando al río que eliminase de Eneas todo cuanto tenía de mortal; luego ungió el
cuerpo de su hijo así purificado con un ungü ento divino y, rociando su boca con néctar y ambrosía, lo
convirtió en dios.
LA ENEIDA - LIBRO XII: EL DUELO ENTRE ENEAS Y TURNO
Aunque Latino y Amata pidiesen al líder rú tulo que detuviese el conflicto, pero él, enamorado de Lavinia, la
guerra prosiguió entre batallas y luchas hasta que llegó el duelo decisivo entre Eneas y Turno. Pronto, éste
ú ltimo se encontró en dificultades, por tanto porque fuese inferior en fuerza a Eneas, sino porque el hado
estaba en su contra. 
Repentinamente, le hirió una flecha que no sabía quien había disparado. Venus inspiró al anciano Yá pige
para que curase a su hijo. Así, el héroe troyano recuperó sus fuerza y pudo regresar a la batalla. Los rú tulos
huyeron, pero Eneas só lo buscaba a su enemigo mayor, Turno; éste también buscaba el combate con el
troyano, pero su hermana Juturna se lo impidió .
Juno empleó un nuevo ardid enviando a la hermana de Turno, Juturna, a buscar que se rompiesen los
acuerdos que podrían llegar a hacerse, pues conocía de buena manera que Turno con las armas era menos
diestro que Eneas.
Turno heredó de su padre Dauno una espada hecha por el mismo dios de la forja, Vulcano, pero no era la
que llevaba en esos momentos, pues había tomado por error la de uno de sus compañ eros. En el combate
con Eneas, se rompió este arma, que hizo que huyese en busca de la suya. Eneas lo persiguió con esmero,
pero se perdió la lanza entre las raíces de Rauno, un á rbol divino. Venus desenredo la lanza; por su parte,
Turno recobró su espada, por lo que el combate se reanudó .
Entonces intervino Jú piter ante Juno, que desde el comienzo había tomado parte por Turno, para que
desistiese de sus propó sitos, prohibiéndole tomar parte en la guerra: el hado ya había decidido. 
Juno reconoció haber persuadido a Juturna de que ayudase a su hermano, y aceptó dejar de intervenir,
pero pidió que cuando se unan los troyanos a los latinos desapareciese el nombre de los primeros. La
diosa, reconociendo la derrota, consiguió de su marido que los latinos pudiesen conservar su lengua y sus
costumbres y que la estirpe a la que habían dado origen, así como la originada por los troyanos, fuese
denominada romana.
Mientras tanto, se hicieron los juramentos ante Jú piter para que el fin de la guerra se redujese al combate
entre Eneas y Turno. Pero Juturna asumió la forma del guerrero Camerto e instó a la intervenció n de los
rú tulos en la batalla. En eso, un augurio fue interpretado por Tolumnio como favorable a lo que pide
Juturna en la forma de Camerto y el acuerdo se rompió .
Eneas, en cambio, se opuso a la ruptura de los acuerdos, queriendo emprender el combate singular. Tras
encontrarse cara a cara y descargar las lanzas sin herirse, ambos echaron mano a las espaldas. Turno lanzó
un golpe, pero la espalda se le partió y ya se daba a la fuga cuando su hermana Juturna, la ninfa aliada de
Juno, le lanzó otra y pudo reemprenderse el temido duelo. 
En este punto, el padre de los dioses envió al campo de batalla una de las furias con el aspecto de un ave
nocturna, que empezó a volar alrededor de Turno. Jutuna comprendió que la muerte estaba cerca y se
alejó desesperada mientras vencía Eneas matando al rey rú tulo.
LA ENEIDA - LIBROS IX, X Y XII: LA BATALLA
LIBRO IX. LA AUSENCIA DE ENEAS EN LA BATALLA CONTRA LOS RÚTULOS
Ante la inminente batalla en las tierras del Lacio, Juno envió a la diosa mensajera Iris para que llevase a
Turno a la guerra contra los troyanos. 
Eneas había mandado a su gente que, en caso de ser atacados, se refugiase tras la empalizada. El rey de los
rú tulos, Turno, intentó pues incendiar la fortificació n primero y todo lo demá s má s tarde. Entonces, Ops,
madre de Jú piter, apartaría del incendio las naves troyanas convirtiendo a cada una de ellas en una bella
ninfa inmortal.
Así pues, Turno pensó que los compañ eros de Eneas ya no conseguirían escapar de sus fuerzas, haciendo
que sus tropas descansasen y se regocijasen bebiendo altas cantidades de vino.
Al darse cuenta de esto Niso y Euríalo, pidieron permiso para ir en busca de Eneas los sustitutos del héroe
troyano al mando, Mnesteo y Seresto. Iulo prometió muchos premios por la hazañ a de los primeros, por lo
que partirían inmediatemente.
Niso abrió el camino dando muerte a varios rú tulos. En el camino, Euríalo se rezagó y fue alcanzado
violentamente por Volscente. Advirtiéndolo, Niso regresó para rescatar a su amigo y compañ ero: se
encomendó a Apolo y dio muerte a unos cuantos rú tulos. Pero en la refriega murieron Euríalo, Niso y
Volscente y luego, las cabezas de los dos troyanos caídos fueron exhibidas por el pueblo de Turno de una
manera algo macabra.
Mesapo logró abrir la empalizada, inciá ndose así una sangrienta batalla. Ascanio, el hijo de Eneas, entró en
batalla dando muerte a Numano. Algunos dioses olímpicos tomaron parte en la guerra, por lo que Marte
infundió fuerza en los latinos. Ante tal situació n, Turno, el jefe del pueblo atacante, quedó cercado por los
troyanos sin que la diosa Juno pudiese ayudarle. Pero el destino hizo que se salvase, arrojá ndose al río y
alargando la lucha aú n má s.
LIBRO X. LA LLEGADA DE ENEAS AL CAMPO DE BATALLA
Jú piter, al ser el soberano de las divinidades, prohibió a los otros dioses que participasen en la batalla
celebrada en las tierras italianas. Pero Venus pidió clemencia para su hijo Eneas y todos los troyanos; ante
tal sú plica, Juno se hacía la desentendida por su enemistad hacia el pueblo de la legendaria ciudad de
Troya. Entonces, Jú piter decidió que a nadie habría de favorecer él en la batalla, por evitar el facciones en
el Olimpo.
Eneas llegó por mar con sus alianzas firmadas: le seguían nobles y virtuosos guerreros como Má sico,
Abante, Asilas y Astur. Las ninfas, que antes eran las naves de comandantes troyanos, se acercaron al hijo
de Venus informá ndole de todos los acontecimientos acaecidos en la batalla. Llegados al campo de batalla,
Turno no cejó en su ataque, empezando así un fiero combate.
Turno pidió a su hermana, la diosa Juturna (una deidad menor, ninfa de las aguas y manantiales), que le
ayudase en la batalla. Tras haber hecho grandes estragos, Palante fue muerto por Turno, tomanod éste
algunas de sus valiosas armas. Lleno de ira, Eneas reaccionó , dando muerte a muchos enemigos rú tulos.
En tanto, Jú piter provocó a su mujer Juno y ésta le pidió que demorase la muerte del héroe rú tulo. Ella
misma tomaría la figura de Eneas y, confundiendo a Turno, haciendo que le persiguiese y así lo puso a
salvo. Turno, al darse cuenta del engañ o, intentó volver desesperadamente sobre sus pasos pero la diosa
se lo impidió .
Mezencio tomó el lugar de Turno en la batalla, que era observada por los dioses con admiració n. Al mismo
tiempo, Eneas hirió a Mezencio, cuyo hijo Lauso, quien lo asistió y ayudó a huir, fue ejecutado por el
caudillo troyano. Después, Mezencio volvió a la batalla, hallando también la muerte en las manos de Eneas.
LIBRO XI. LAS CONTRADICCIONES DEL REINO DE LOS LATINOS
Eneas envió el cuerpo de Palante a su padre. Luego llegaron los emisarios latinos pidiendo una tregua para
poder enterrar a todos sus muertos, a lo que el semidió s troyano accedió sin impedimento alguno.
Mientras tanto, Evandro se lamentaba de manera dramá tica por la muerte de su hijo, pero no retiraría su
apoyo a Eneas. En el reino de Latino, había grandes contradicciones, pues algunos se mostraban aú n a
favor de Turno, pero otros pedían que se entregase la mano de la princesa Lavinia a Eneas.
Unos emisarios llegaron de la ciudad de Diomedes, que recomendaban a los latinos tener mucha cautela
con el comandante troyano. Sin embargo, Latino deseaba ya detener la guerra dando tierras a los troyanos.
Drances recomendó también darle la mano de Lavinia y Eneas.
Pero, como era ló gico, Turno se opuso y promovió nuevas batallas, apoyado por la reina Camila. Los
troyanos se acercaron a las murallas latinas, desatá ndose otra vez la contienda. Camila destacó de manera
notoria por todas sus hazañ as.
Los dioses siguieron tomando parte en la batalla, donde Jú piter infundió valor en Tarcó n. Arruntes,
encomendá ndose a Apolo, disparó una flecha a Camila, logrando el objetivo de darle muerte. Ante tal
situació n, las tropas de los rú tulos huyeron lejos, pero Turno, enterado de los hechos, no abandonó el
campo.
LA ENEIDA - LIBROS VII Y VIII: ENEAS Y LOS TROYANOS LLEGAN AL LACIO. LIBRO VII. LOS TROYANOS EN
LACIO
Después de la travesía del inframundo las fuerzas troyanas capitaneadas por el héroe Eneas se dirigían al
bosque del Lacio por el que pasaba el famoso río Tíber, el que actualmente cruza la ciudad de Roma. En
esas misteriosas tierras vivía Latino, rey de los aborígenes, el pueblo má s antiguo de Italia, con la corte en
Laurentina (la ciudad de los laureles), situada en la llanura de Laurento. Junto a él gobernaba su mujer
Amanta, y eran padres de Lavinia, quien estaba comprometida con Turno, el rey de los rú tulos, un pueblo
de la regió n. Sin embargo, se había predicho que la hija de Latino no iba a casarse con Turno, sino con un
extranjero.
Los troyanos celebraron una comida pero se quedaron con hambre. Entonces, Eneas recordó que se le
predijo que, cuando esto sucediese, llegaría el fin de sus males. Así pues, el comandante mandó cien
emisarios a la corte del rey Latino, quien los recibe con hospitalidad. En nombre de Eneas y apoyá ndose
siempre en las advertencias de los orá culos, Ilioneo pidió a Latino unas tierras donde los troyanos
pudiesen asentarse. Así, el rey del Lacio reconoció en Eneas al yerno prometido, pidiendo a los troyanos
que su caudillo acudiese a palacio para tener una conversació n con él.
LA RAZÓN DE LA GUERRA: LA DISORDIA DE ALECTO, UNA DE LAS ERINIAS
Pero la diosa que gobernaba el cielo junto a Jú piter, Juno, odiaba desde siempre a los troyanos por no
haber recibido de Paris como regalo la famosa manzana de oro empujó a Turno a declarar la guerra a los
recién llegados. Juno, con la intenció n vengativa de causar una guerra que perjudique de manera notoria a
los troyanos, envió a Alecto, una de las temibles Erinias que era encargada de castigar los delitos morales
sobre todo si eran delitos contra los mismos hombres, para que sembrase la discordia, tomando así las
funciones de la diosa Némesis entre los mortales. Con una de sus serpientes, Alecto inyectó la furia en
Amata, y ésta se enfrentó con su esposo para que no dé la mano de Lavinia al héroe troyano, sino a Turno.
Al ver que Latino no cambiaba de parecer, Amata, valiéndose de todo lo que tenía en su mano, consiguió
con la ayuda de otras mujeres latinas esconder a la princesa Lavinia.
Má s tarde, Alecto se dirigió a Ardea, la ciudad de los rú tulos donde reinaba el gran Turno, y, para suscitar
en el monarca un odio sin límites hacia Eneas como usurpador, le hincó otra de sus seprientes, llena de
furias. Así pues, Turno decidió entonces enfrentarse con Latino por la mano de Lavinia.
Aú n así, el intervencionismo que Juno suscitó no se limito a estas dos acciones, pues Alecto ejerció después
su influjo en los perros cazadores de Ascanio, que condujeron a su amo en pos de un ciervo del que era
dueñ o el latino Tirreo. Al enterarse el pueblo latino de dicha falta de respeto, se emprendió una batalla
donde caerían las primeras víctimas. Por este motivo, todos los latinos exigieron a su rey que declarase la
guerra a los troyanos, pero él continuó resistiendose. Llegarían mientras tanto los aliados, como Lauso,
Aventino, Catilo y Camila.
Viendo los exitosos resultados, tanto Alecto como Juno se sintieron extremadamente satisfechas.
LIBRO VIII. ENEAS Y LOS PALANTEOS
Ante esta desdichada situació n el dios-río Tíber habló con el héroe troyano para aconsejarlo para el futuro:
le recomendaría pues que buscase una alianza con los palanteos, a cuya ciudad podría llegar precisamente
siguiendo su curso. Así, Eneas preparó el viaje con detenimiento, reconociendo el buen augurio.
Acompañ ado por Acates, Eneas llegó a la ciudad justo cuando el rey, Evandro, y su hijo, Palante, estaban
ofreciendo mú tliples sacrificios a Hércules (Heracles en Grecia). Al ser acogidos, los troyanos pidieron al
sobreano una ayuda, una alianza para así hacer frente al pueblo rú tulo y vencerlos. Evandro aceptó , viendo
que eran ambas naciones descendientes de Atlante: invitó el monarca a Eneas a tomar parte en los
sacrificios a Hércules, siendo ésta una forma de aceptació n.
VENUS PIDE ARMAS A VULCANO PARA SU HIJO ENEAS
Mientras tanto, Venus, preocupada por el repentino giro de los acontecimientos y por los peligros relativos
que se derivarían de ellos, fue a ver a su esposo Vulcano (Hefesto en la Antigua Grecia), dios de la
industria. Así, la diosa del amor y la belleza le rogó que fabricase nuevas armas para su amado hijo, al igual
que había hecho para Aquiles a petició n de su madre Tetis.
El dios acudió a su taller y ordenó a sus ayudantes, los Cíclopes, que interrumpiesen todos los trabajos que
tuviesen entre manos para dedicarse enteramente a las armas de Eneas.
LA ENEIDA - LIBROS V Y VI: ENEAS VIAJA AL INFRAMUNDO. LIBRO V: LAS MUJERES IMPIDEN EL DESARROLLO
DEL VIAJE. ENEAS SE ALEJA DE CARTAGO
Ya habiendo zarpado, Eneas contempló desde el mar la llama que ardía en la costa de Cartago, y demasiado
bien sabía de qué se trataba.
Los viajeros intentaban llegar a tierras italianas pero se desató otra tempestad, y, cuando ésta se calmó ,
probaron otra vez a alcanzar Trinacia. Habiendo llegado allí, los troyanos se dirigieron a las tierras de su
amigo Acestes, por quien fueron recibidos hospitalariamente.
EL FUNERAL DE ANQUISES
Cumpliéndose ya un añ o de la muerte del padre del héroe, Anquises, Eneas llevó a cabo sus funerales.
Durante los sacrificios, una serpiente comió las ofrendas del altar. No sabiendo si se trataba de una
criatura mala o del genio del lugar, Eneas prefirió tomarlo como un buen presagio.
Después mandó Eneas celebrarse unos juegos donde Cloanto venció en la competició n de remo. En la
carrera, Salio y Niso, hermano de Asio, tropezaron por lo que Euríalo venció ; sin embargo, los tres
recibieron los premios. En la lucha, nadie quiso enfrentarse a Dares hasta que el anciano Entelo se atrevió
y consiguió vencerlo. En el tiro con arco fue Acestes el ganador. Luego, Ascanio y sus amigos hicieron una
representació n de la guerra. 
EL INCENDIO DE LAS NAVES 
Juno envió de nuevo a Iris y esta vez tenía la finalidad de suscitar en las mujeres troyanas el deseo de no
viajar má s para así detener el propó sito de Eneas. Tomando Iris la forma de la anciana Beroe, que no había
acudido porque estaba indispuesta, se dirigió a las mujeres, que habían sido apartadas de los juegos
funerarios del padre de Eneas, les dijo que se le había aparecido en sueñ os Casandra. Bajo ese pretexto,
defendió que la princesa troyana le había dicho que debían quemar las naves, pues ya se había alcanzado
el objetivo del viaje, y cumplió el encargo llevando a las mujeres a destruirlas, comenzando el incendio ella
misma.
Pirgo, que fue nodriza del rey Príamo, advirtió a las otras de que Berone no había acudido porque estaba
enferma, y que esa otra era muy semejante a una divinidad del cielo. Al punto, la mensajera se dio a
conocer yéndose de allí en forma de arco iris. Las muchachas, exaltadas, tomaron la antorcha del altar de
Neptuno y comenzaron a prender fuego a las embarcaciones.
Los hombres contemplaron las llamas; Eumelo avisó a su líder, quien llegó rá pido al lugar del desastre.
Una vez allí, Eneas imploró al padre de los dioses, Jú piter, quien hizo que empezase a llover. Só lo se
perdieron cuatro piezas de la flota troyana, pero Eneas se aconsejó a sí mismo fundar una ciudad para
quienes quieran quedarse y renunciar a continuar el viaje. 
Los troyanos fundaron así la ciudad para quienes no quisiesen continuar con el viaje, poniéndole el
nombre de Acestes. Por fin, zarparon, y las mujeres, que ahora sí deseaban seguir junto a los guerreros
troyanos, los despidieron entre llantos de lamento. Una vez má s, los viajeron intentaron dirigirse a Italia.
Venus rogó a Neptuno como protectora de su hijo que los troyanos no sufriesen má s males, y el dios de los
mares les prometió que llegarían a las puertas del Hades con só lo un hombre menos: "una cabeza por
muchas será dada" (unum pro multis dabitur caput).
A medianoche todos dormían, hasta Palinuro, el timonel, de lo que se había encargado el Sueñ o o Somnus.
Palinuro y el timó n cayeron al agua mientras el resto seguía durmiendo: la nave derivó pero Eneas
despertó en medio del caos ocupando el puesto del caído y corrigió el rumbo justo a tiempo, pues ya la
nave se dirigía a los dominios de las temerosas Sirenas.
LIBRO VI: ENEAS VIAJA AL HADES. ENEAS EN BUSCA DE LA SIBILA: LAS PREDICIONES DE APOLO
Eneas, aú n indeciso, se le apareció esa misma noche en sus sueñ os su padre Anquises, quien le recomendó
que só lo los má s aptos para enfrentarse en batalla partiesen al Lacio, pues allí deberían derrotar a un
pueblo belicoso. Ademá s, el espíritu le comentó que, para que pudiese darle má s detalles de su destino,
tendría que ir a visitarlo al inframundo.
Los troyanos arribaron a las playas de Cumas, visitando la gruta de la Sibila acompañ ados de la sacerdotisa
de Glauco, Deífobe. La sibila fue poseída por el Apolo y el héroe pidió al dios sus orá culos y que permitiese
a los troyanos que se estableciesen en el Lacio. Apolo predijo así que se librarían batallas por causa de una
mujer, pero que Eneas saldría victorioso de ellas. 
ENEAS Y LA SIBILA DE CUMAS
El héroe se encontró con la Sibila de Cumas junto al lago Averno, situado en el interior del crá ter de un
volcá n, donde se pensaba que estaba uno de los accesos al mundo de ultratumba. Después de advertir a
Eneas de los peligrosos riesgos de la empresa, la sibila le informó de que para llegar al Hades era necesario
encontrar un ramito de oro, que Proserpina (Perséfone en Grecia), la reina del Averno, pedía recibir como
regalo, escondido en las frondas de un á rbol del bosque cercano: si conseguía cogerlo tendría la
confirmació n de deber llevar a cabo el viaje. 
Hallado el ramo gracias a la ayuda de Venus, Eneas pudo aventurarse en el Hades acompañ ado por la
sibila. Acababan de adentrarse en los infiernos cuando se encontraron con horribles figuras,
personificaciones de los males que afligían a la humanidad, como las Harpías, las Gorgonas, y la Hidra de
Lerna. Presa del temor, Eneas hizo ademá n de desenvainar la espada, pero la sibila le recordó que se
trataba de meras sombras carentes de cuerpo. Llegaron luego junto al barquero, Caronte, que se dirigía a
ellos en tono á spero recordando las funestas consecuencias que habían padecido otros vivos que se
aventuraron en aquel lugar. Pero la sibila, tranquilizá ndolo, le mostró el ramo de oro, por lo que Caronte se
quedó quieto, acogiendo a ambos en su barca y conduciéndoles a la orilla opuesta. Ya navegando, vieron la
cueva de Cerbero, los jueces de los muertos y los campos llorosos. 
Allí encontró las sombras de sus compañ eros y de sus antiguos enemigos, y la de Dido que, desdeñ osa,
apartó la mirada de él y se alejó sigilosamente. También contempló muchas almas de grandes guerreros de
otros tiempo, como Deífobo, que se casó con Helena después de que Paris muriese. Pasado un rato, los
pasajeros de la barca vieron una bifurcació n: una vía condujo al palacio de Plutó n; la otra, al Tá rtaro.
Después, arribaron a los bosques afortunados donde buscaron a Anquises. 
Llegando Eneas junto a su padre, tras un nostá lgico encuentro, Anquises, desde una elevació n, le mostró
un largo cortejo en movimiento, señ alá ndole entre las distintas figuras a sus descendientes, los que harían
grande a Roma. Luego le reveló su futuro inmediato hablá ndole de la guerra que habría que sostener en el
Lacio. Eneas regresó después al lugar donde le esperaban sus amigos por una puerta de marfil del Sueñ o.
En seguida, se dirigieron todos al puerto de Cayeta.
LA ENEIDA - LIBRO IV: LOS CAMINOS DE ENEAS Y DIDO SE SEPARAN. EL TRATO DE JUNO Y VENUS
La reina Dido, por influjo del pequeñ o Cupido, se enamoró perdidamente de Eneas. Extasiada por el relato
de Eneas, Dido, enamorada y atemorizada por el sentimiento que experimentaba se confesó a su hermana
Ana, que le aconsejó librarse de la obligació n de fidelidad a la memoria de su marido, afirmando que los
muertos no se preocupaban de semejantes asuntos, y a considerar la oportunidad de un matrimonio que
daría solidez a su reino. Al conocer dicha noticia, Juno decidió aliarse con Venus para conseguir que el
comandante troyano se enamorase a su vez de Dido. Con esta artimañ a, Juno pretendía que Eneas no
prosiguiese con su destino por quedarse siempre en Cartago. 
ENEAS Y DIDO DE CAZA
La pasió n de Dido era correspondida por Eneas gracias a la intervenció n divina de su madre y la reina de
los dioses. Un día, durante una partida de cacería, có mplices ambas diosas, hicieron que comenzase un
violento temporal que obligó a los participantes a buscar refugio en las campiñ as. Eneas y Dido se
encontraron precisamente en la misma caverna donde celebraron esponsales ocultos. Sin importarles los
comentarios, ambos vivieron, pues, su amor con gran implicació n, hasta el punto de olvidar los
compromisos adquiridos.
MERCURIO ORDENA A ENEAS QUE ABANDONE A DIDO
Dido no dudaba en mostrarse siempre junto a Eneas, a quien pú blicamente incluso llamaba marido. Pero la
terrible Fama difundió rá pidamente por el país la noticia del nuevo amor de la reina cartaginense,
deformá ndola como era de costumbre.
El rey Jarbas, que había ayudado a Dido a su llegada al país extranjero doná ndole el terreno sobre el que
construir Cartago y que había sido rechazado por la reina, ofendido, pidió justicia al cielo. Al saberlo
Jú piter, temiendo que Eneas detuviese su viaje hacia las tierras del Lacio italiano, envió al mensajero de los
dioses, Mercurio (Hermes en Grecia), para que recordase al troyano que su destino era concluir la
fundació n de Roma.
Mercurio encontró al héroe mientras ayudaba a los cartaginenses en la construcció n de la ciudad, y
enseguida le habló para recordarle la misió n que el Destino le reservaba. Al recibir tal orden, el troyano no
sabía có mo decírselo a Dido.
EL ADIÓS DE ENEAS A DIDO
Eneas, con el corazó n henchido de tristeza, decidió partir. Encargó a sus compañ eros Sergesto, Seresto y
Mnesteo que preparasen la flota con sigilo. En cuanto Dido, se preometió buscar el momento para
comunicarle la noticia, pero la reina, presagiando cuanto estaba a punto de suceder, se anticipó ,
enfrentá ndose a él a cara descubierta. Le reprochó el haber preparado la marcha a escondidas y subrayaba
que por amor a él ella lo habría sacrificado todo. Le suplicó , pues, que reconsiderase su decisió n y no la
dejase sola, rehén de la terrible Fama, por cuya causa se había atraído el odio de los pueblos limítrofes.
Pero Eneas ya estaba decidido y le recordó que nunca le había prometido desposarla, que no la olvidaría y
que siempre le estaría agradecido, pero que una voluntad superior a la suya lo obligaba a partir para
alcanzar y fundar una nueva patria en Italia. Ante semejantes palabras, la reina comprendió que de nada
valía su amor y, profundamente ofendida, le reprochó su incomprensió n y su ingratitud. Al fin, permitió
que su amado marchase lejos.
EL SUICIDIO DE DIDO
A pesar de las incesantes sú plicas de Dido y la petició n de su hermana Ana para que, al menos, retrasase la
partida, Eneas resolvió marcharse, y la reina, vencida por el dolor y la amargura, decidió darse muerte.
Fingiendo haber recibido los consejos de una sacerdotisa sobre el modo de librarse de su insana pasió n a
través de encantamientos prodigiosos, invitó a su hermana a levantar una pira en la residencia y a echar
en ella todos los recuerdos de su amado, sus armas, sus ropas, para reducirlo a cenizas y deshacerse de su
memoria.
Se cumplió pues la voluntad de la reina y la maga en su presencia, llevó a cabo unos ritos del caso,
invocando a divinidades infernales. Mientras tanto, Eneas, apremiado por Mercurio, decidió partir al alba.
Desde lo alto de su torre, la reina descubrió la nave troyana alejá ndose, se arrojó a la pira y se mató
atravesá ndose con la espada de Eneas. En su discurso de muerte, clamó por un vengador:
Luego vosotros, tirios, perseguid con odio a su estirpe
y a la raza que venga, y dedicad este presente
a mis cenizas. No haya ni amor ni pactos entre los pueblos.
Y que surja algú n vengador de mis huesos
que persiga a hierro y fuego a los colonos dardanios
ahora o má s tarde, cuando se presenten las fueraz.
Costas enfrentadas a sus costas, olas contra sus aguas
imploro, armas contra sus armas: peleen ellos mismos y sus nietos.
Eneida, IV, 622 - 629
Juno se apiadó pues de Dido por su larga agonía y envió a Iris para que la ayudase a morir. En medio de su
arco polícromo, la mensajera descendió y cortó un mechó n del cabello de Dido para consagrarlo al
inframundo. De esta manera, el cuerpo de la infortunada perdió el calor de la vida.
LA ENEIDA - LIBROS II Y III: DESDE TROYA HASTA EL PUERTO DE DRÉPANO, LA MUERTE DE
ANQUISES
Los Libros II y III de la Eneida de Virgilio son relatos dentro del relato. Durante el banquete de la reina
Dido, a su petició n, Eneas recordó la triste suerte de su ciudad: la caída y el saqueo de Troya (Libro II) y las
tribulaciones sufridas por él mismo y por su gente desde ese acontecimiento (Libro III).
LIBRO II: LA FUGA DE TROYA
El troyano contó có mo ocurrieron los hechos durante la ú ltima noche de la Guerra de Troya, hechos casi
inmediatos a los que se refería el final de la Ilíada. El relato de Eneas de la toma de Troya se abrió con el
episodio del caballo: Ulises, Odiseo en Grecia, junto con otros soldados griegos, se ocultaría en las entrañ as
de un monumental ("alto como un monte", instar montis equum) caballo de madera mientras que el resto
de las fuerzas griegas se ocultaba en la isla de Ténedos, frente a la legendaria ciudad troyana.
Los troyanos, ignorando el engañ o entendieron que sus enemigos habían huido e hicieron hacer entrar al
caballo en su ciudad. Pensaban, pues, que se trataba de una ofrenda para los dioses. Aunque no todos
pensarían así, pues Laooconte advertiría a la població n, hecho por el cual sería eliminado junto a sus dos
hijos por dos monstruos marinos. Al llegar la noche, los hombres salieron del caballo abriendo los
portones de la ciudad para que los refuerzos entrasen. Así conseguirían someter a Troya al fuego y al
terror. En el momento del asalto, a Eneas se le apareció el príncipe muerto por Aquiles, Héctor,
exhortá ndolo a huir llevando consigo los penates, divinidades protectoras de la familia y el fuego del
hogar, y las vendas sagradas.
Tras despertar sobresaltado a causa de los ruidos del combate, vio Troya en llamas, y se armó intentando
resistir la furia de los griegos. Visitó pues el palacio del rey Príamo y contempló la muerte de el hijo de
éste, Polites, a manos de Pirro, quien luego decapitaría al propio rey troyano.
En medio del caos, Eneas vio a Helena y, lleno de ira, se disponía a castigar a la culpable de todas las
calamidades hasta entonces ocurridas. Venus, madre del valeroso Eneas, se le apareció mandá ndole
contenerse: los verdaderos culpables serían los dioses y no Helena de Troya. Luego, la diosa del amor
mandó a su hijo a que buscase a su familia y a los dioses penates.
Eneas buscó y encontró a su padre Anquises y a su hijo Ascanio. En principio, Anquises se resistió a partir,
hasta que un presagio divino lo convenció . Viendo que todo estaba perdido, se refugió Eneas con su familia
en el monte Ida, llevando a hombros a su anciano padre; pero durante la fuga, perdió a su esposa Creú sa.
La perdió de vista, que había sido apartada por Venus y luego sería una víctima má s de la matanza. Aunque
Eneas regresó a la arrasada ciudad en busca de ella, al aparecérsele su sombra y serle revelado por ella
que su destino era la fundació n de Roma, Eneas volvió con los suyos preparando lo necesario para la
partida.
LIBRO III. ENEAS LLEGA A TRACIA
Eneas huyó con los suyos cuando la flota y todo lo necesario estaba preparado, zarpando direcció n a
Tracia, quienes eran sus amigos. Habiendo desembarcado allí, el héroe pretendía cumplir su intenció n de
fundar la nueva ciudad en esa tierra. Para encender la necesaria hoguera sacrificial, tomaron ramas de un
arbusto pero éstas empezaron a sangrar. Eneas se encontraba frente al tú mulo de Polidoro y las ramas
eran las lanzas que empleo Poliméstor para matarlo. Una voz sonaba desde el interior: era la de la sombra
de Polidoro, quien advertiría a los troyanos de que el rey tracio estaba a favor de los griegos. Por tanto, los
viajeros decidieron entonces abandonar Tracia.
ENEAS Y EL ORÁCULO DE APOLO
Eneas y su gente acudieron entonces a la isla de Delos, a la corte del rey Anio. Allí consiguieron descubrir
por medio de los orá culos de Apolo que habrían de buscar a la Madre Antigua (antiqua mater, equivalente
a una antigua tierra) y fundar allí la nueva ciudad donde vivieron sus antepasados, desde donde sus
generaciones venideras serían las ú nicas dominadoras del mundo en un futuro. 
Anquises pensó que el orá culo se refería a Creta, el lugar de culto de la diosa Cibeles y la tierra donde nació
su antepasado Jú piter. Así pues, se dirigieron hacia la mítica isla, donde fundaron la ciudad de Pérgamo.
Era pleno verano caracterizado por una fuerte sequía donde hombres y bestias morían. Así pues, el padre
de Eneas le pidió al héroe que volviese a consultar al orá culo de Apolo. Sin embargo, no sería necesario
pues los dioses penates se le aparecerían en sueñ os a Eneas, mandados por Apolo. Por ellos conocería el
resentimiento del dios supremo, que no se les era permitido quedarse en esa zona y que las tierras
aludidas por el orá culo eran las de Italia o el Lacio. Anquises recordaría así que allí nació su antepasado
Dá rdano, por lo que decidieron viajar hacia el occidente.
LA ISLA DE LAS ARPÍAS
Los fugitivos se hicieron a la mar y debieron de soportar una intensa tormenta de tres días. Al cuarto, entre
las islas del Mar Jó nico llegaron a las llamadas Estró fades. Al desembarcar en una de ellas encontraron
rebañ os sin vigilancia, de reses pequeñ as y grandes: mataron bueyes y cabras y ofrecieron  sacrificios a
Jú piter y después comenzaron un festejo.
De repente, anunciadas por un terrorífico bramido, se precipitaron desde las alturas de los montes las
Arpías, seres monstruosos que eran generalmente representados con cabeza de mujer, cuerpo de pá jaro y
temibles garras. Acosaron el campamento volando y dejaron las mesas llenas de inmundicias. Entonces,
Eneas decidió hacerles frente con las armas, pero fue en vano, pues eran invulnerables. Mientras las Arpías
se alejaban el héroe preparó una emboscada que culminaría con su éxito. Muchas de aquellas criaturas
consiguieron escapar pero una de ellas, Celeno, desde lo alto de una roca, predijo a los troyanos una suerte
adversa incluso cuando llegasen a Italia, donde se verían obligados por el hambre a comer de sus propios
recursos.
ENEAS Y LOS TROYANOS EN BUSCA DE TRINACRIA
Los viajeros abandonaron los dominios de las Arpías navegando después cerca de Ítaca, la isla de Ulises,
uno de sus peores enemigos y acabarían arribando a la playa de Accio. Allí celebraron juntos unos juegos y
dejaron en el templo de Apolo el escudo de Abas, el capitá n de una de las naves.
Má s adelante, Eneas se enteró de que un hijo de Príamo, Héleno, que se había casado con la viuda del
príncipe Héctor, Andró maca. Aun así antes del casamiento había sido concubina de Pirro, reina en
Butrinto, una ciudad cercana a la que se dirigían. Llegaron pues a principios de invierno y contemplaron
que era una réplica de la ciudad caída. Ya acogidos, Héleno predijo a Eneas que llegaría a Italia pero que
para entrar tendría que sufrir, pues allí vivían los griegos. Ademá s le dio otros consejos: le dijo que debía
cuidarse de Escila y Caribdis y le aconsejó que implorase al numen de Juno y que atendiese al orá culo de la
Sibila de Cumas.
Continuando su viaje, los troyanos pasaron junto a los Montes Ceraunios, en la actual Albania. Antes de
dirigirse a Trinacria, ofrecieron sacrificios tanto a Juno como a Minerva (Atenea en Grecia). Ya cerca de las
costas de su meta, avistaron el penacho del Etna, en Sicilia. Ya en el Estrecho de Mesina, por intentar evitar
a la terrible Escila casi acabarían diezmados por Caribdis, pero el remolino de la bestia los impulsó mar
adentro, y así, perdidos, llegaron a las costas de los cíclopes. Allí se encontrarían con un griego
abandonado por la empresa de Ulises: Aqueménides, quien les pidió que lo llevasen con ellos y aconsejó
escapar pronto. Los Cíclopes estaban preparados para atacarlos pero no llegaron a alcanzarlos. 
Al final, habiendo escapado de los temibles gigantes de un solo ojo, Aqueménides condujo a los troyanos a
su destino en Trinacria. Pasaron por Ortigia y luego por el puerto de Drépano, donde moriría el padre del
líder troyano, Anquises. Y así terminaría el relato de su viaje a Dido.
LA ENEIDA - LIBRO I: ENEAS LLEGA A CARTAGO, REINO DE DIDO. EL NAUFRAGIO DE LOS TROYANOS
Juno (Hera en Grecia), que conocía el glorioso destino que aguardaban los troyanos, pues fundarían el gran
imperio romano, intentaría impedir que Eneas y sus seguidores llegasen a Italia. Para conseguirlo pidió al
dios de los vientos, Eolo, que se valiese de sus fuerzas naturales para hacer naufragar a los fugitivos. A
cambio, le ofrecería por esposa a una de las ninfas que formaban el séquito de la vengativa reina de los
dioses: Deyopea, la del cuerpo má s hermoso. Eolo, aunque no aceptó el soborno si accedió a ayudar a la
diosa, por lo que los troyanos acabaron dispersá ndose en el mar.
Al conocer dicha noticia el dios de los mares, Neptuno (Poseidó n en la mitología griega), lo tomó como una
injuria, ya que el mar era su dominio y ayudó a los ná ufragos a llegar a las costas de Libia. Sin embargo, no
llegaron todos juntos, siendo separados en dos grupos a causa de la tempestad.
LA FUNDACIÓN DE CARTAGO
Mientras tanto, la diosa Venus, madre de Eneas, se presentó con la forma de una virgen espartana y con un
aspecto de cazadora, muy parecido también al de la diosa de la caza, Diana. Así pues, ayudó a los troyanos
informandoles de que las tierras donde se encontraban eran las de la reina Dido.
Así pues, Venus le explicó a Eneas la historia de Cartago. Su reina, Dido, procedía de Tiro, donde reinaba su
despiadado hermano Pigmalió n quien, para adueñ arse de sus innumerables bienes, la había acusado de
traicionar a su marido, Siqueo. Sin embargo, fue Pigmalió n quien había hecho matar a Siqueo, que era tío
de ambos. Pero a la inocente esposa le llegó en sueñ os la sombra del marido que, tras desvelarle lo
acaecido, le aconsejó que partiese lejos, mostrá ndole un lugar que nadie conocía, en el que había un tesoro
escondido que le sería necesario durante el exilio. Dido, junto a algunos compañ eros leales, organizó la
fuga y llegó a las costas de Libia. Allí pidió a Jarbas, el poderoso rey de los getulos, un terreno donde fundar
una nueva ciudad. El rey, burlá ndose de ella, declaró que le concedería una parcela de tierra tan grande
como pudiera abarcar una piel de buey. Dido, que no se intimidó en absoluto, cortó una en tiras
delgadísimas y ocupó toda la tierra que consiguió encerrar entre éstas, unidas una a otra, y el mar.
EL BANQUETE DE DIDO
Eneas y Acates, envueltos en una nube que les hacía invisibles, por obra de Venus, llegaron a la ciudad de
Cartago. Mientras estaban en camino vio a los compañ eros que el mar había separado.
Al llegar a la ciudad entraron en el templo de Juno. Para su gran sorpresa, allí descubrieron las empresas
má s importantes de la guerra de Troya esculpidas a lo largo de una pared. Mientras tanto entró Dido la
reina con su séquito de nobles y otros cartaginenses, entre los que se encontraban algunos de los troyanos
que Eneas pensaba que habían perecido en la tempestad. 
Llegados a esa tierra, pidieron hospitalidad a la reina que, generosamente, les invitó a establecerse en su
magnífica ciudad. Ante palabras tan tranquilizadoras, Eneas y su compañ ero, desvanecida la nube, hicieron
su aparició n y Dido, que conocía bien la fama del héroe, les invitó a palacio. 
Con la intenció n de que Dido tratase bien al héroe troyano y que no le ocurriese nada, Venus pidió a su hijo
upido (Eros en Grecia) que tomase la forma de su hermano materno Ascanio, lo suplante e infunda en la
reina amor por Eneas, a lo que Cupido accedió . Venus adormeció a su nieto Ascanio y lo llevó a Idalion, un
lugar de culto consagrado a la diosa del amor. Así tal como le pidió su madre, Cupido infundió en Dido un
apasionado amor por Eneas. Sin embargo, Dido juró una vez a su esposo que no volvería a casarse.
La noche del banquete la reina apareció extasiada por Eneas y só lo se dirigió a él, pidiéndole que le
explicase la trá gica historia de Troya.
ENEAS
Eneas o Aeneas era un héroe de la mitología grecorromana que participó en la Guerra de Troya, que tras la
caída de la ciudad logró escapar emprendiendo un viaje que lo llevaría hasta el Lacio italiano, donde, tras
una serie de acontecimientos se convirtió en rey y progenitor del pueblo romano, pues en esa misma tierra
dos de sus descendientes, Ró mulo y Remo, fundarían la ciudad de Roma.
Era hijo del príncipe Anquises y de la diosa del amor Venus, Afrodita en la mitología romana. Su padre era,
ademá s, primo del rey Príamo de Troya. Se casó con una de las hijas de éste ú ltimo llamada Creú sa, con la
cual tuvo un hijo llamado Ascanio. En su huida de la ciudad acompañ ado de toda su familia, su esposa
murió al quedarse atrá s.
Se trata de una figura relevante en las leyendas grecolatinas, venerado en la historia por su piedad y valor.
Sus hazañ as como caudillo del ejército troyano fueron relatadas por el propio Homero en la Ilíada, y su
viaje desde Troya que supuso la fundació n de Roma, fue relatado por Virgilio en la Eneida.
EL NACIMIENTO DE ENEAS
Anquises, padre del héroe troyano, pertenecía a la familia real de Troya al ser descendiente de la raza de
Dá rdano. Mientras sus rebañ os pastaban en el monte Ida, cerca de Troya, la diosa Venus (Afrodita en
Grecia) lo encontró y se enamoró de él a causa de su belleza. Se unió a él dá ndole un hijo, Eneas. É ste nació
en el mismo monte  Ida y su madre lo confió a las ninfas y al célebre centauro Quiró n, quienes lo criaron en
la escuela del centauro en el monte y después lo devolvieron a su padre cuando tenía cinco añ os. 
Anquises llevó a su hijo a la ciudad a casa de su cuñ ado Alcá too para que lo educase. Por otro lado, por
haber revelado el nombre de la madre a su hijo, Anquises fue alcanzado por un rayo por lo que quedó
ciego.
ENEAS EN EL CICLO TROYANO
Causada por el rapto de Helena de Esparta, mujer de extraordinaria belleza y esposa del rey Menelao, rey
de Esparta, la Guerra de Troya puso en escena a ilustres héroes troyanos, como Héctor, y griegos, como
Á yax el Grande, Aquiles y el famoso Odiseo.
Eneas se convirtió en el má s valeroso de los héroes de su ciudad después de Héctor. En los combates que
tuvieron lugar durante el enfrentamiento bélico se vio auxiliado y favorecido en varias ocasiones por
algunos dioses, segú n cuenta la narració n homérica. Fue herido por Diomedes pero su madre, Afrodita o
Venus, lo salvó : en la acció n posterior, la propia diosa del amor fue herida por Diomedes. Apolo también lo
defendió cuando envolvió a Eneas en una nube y lo transportó a Pérgamo, donde fue curado por Leto y
Artemisa (Diana en Roma). Má s tarde el troyano estuvo a punto de ser nuevamente herido por Aquiles y
fue salvado otra vez por una deidad, Poseidó n (Neptuno en Roma).
En dos poemas perdidos del Ciclo Troyano, se ofrecían versiones diferentes acerca del destino de Eneas
tras la caída de Troya: en la Pequeña Ilíada, Eneas fue parte del botín de Neoptó lemo, el hijo de Aquiles y,
tras la muerte de éste en Delfos, el príncipe troyano recobraba su libertad. Sin embargo, en la Iliupersis,
Eneas conseguía escapar. Este ú ltimo poema debió de constituir una de las fuentes principales de la
tradició n latina acerca de la fundació n de Roma.
LA FUGA DE TROYA
Después de haber defendido Troya hasta que la ciudad fue entregada al fuego provocado por la invasió n
aquea, se escapó durante la noche a través de la llamas, llevando consigo sus dioses penates, a su padre
Anquises cargado sobre sus espaldas y de la mano a su hijo Ascanio. También fue seguido por su mujer,
princesa de Troya al ser hija del rey Príamo, que desapareció en la oscuridad porque Cibeles la retuvo y la
incorporó al coro de sus ninfas. Otras versiones, en cambio, defenderían que habría muerto al quedarse
atrá s. Angustiado por esta pérdida, Eneas se dirigió a la orilla del mar y allí embarcó juntamente con un
grupo de troyanos fugitivos como él.
DESCENDENCIA LEGENDARIA
Eneas posee un á rbol genealó gico muy amplio. Su ama de crianza fue Caieta. De sus uniones con Creú sa y
Lavinia nacieron Ascanio y Silvio, respectivamente. Ascanio fue el fundador de Alba Longa, la futura Roma,
y el primero de un largo linaje de reyes. Segú n la mitología relatada por Virgilio en la Eneida, Ró mulo y
Remo eran descendientes del troyano por parte de madre, Rea Silvia, convirtiendo a Eneas en el
progenitor del pueblo romano. Algunas fuentes antiguas romanas lo llaman su padre o abuelo, pero,
teniendo en cuenta las fechas generalmente aceptadas acerca de la caída de Troya (1184 a.C.) y de la
fundació n de Roma (753 a.C.) esto parece imposible.
La familia Julia de Roma, y principalmente Julio César y el emperador Augusto, incluían a Ascanio y Eneas
dentro de su linaje y, por tanto, a la diosa Venus. Ademá s, los palemó nidas afirmaban también ser
descendientes de Venus a través de su descendencia de los Julios. Los reyes legendarios de Bretañ a fueron
incluidos en esta genealogía por medio de un nieto de Eneas, Brutus.
DINASTÍA JULIO-CLAUDIA EN LA ANTIGUA ROMA CONSIDERADOS DESCENDIENTES DE VENUS
LA ENEIDA DE VIRGILIO
La Eneida era una epopeya latina escrita por el autor Virgilio en el siglo I a.C. por encargo del emperador
Augusto con la finalidad de glorificar el imperio romano mediante la atribució n de un origen mítico.
Virgilio elaboró una reescritura, má s que una continuació n, de los poemas homéricos tomando como inicio
la famosa Guerra de Troya y su destrucció n. A su vez presentaría la fundació n de Roma a la manera de los
mitos griegos.
Virgilio trabajó en esta obra desde el añ o 29 a.C. hasta el fin de sus días en el 19 a.C. Se suele considerar
que Virgilio, en su lecho de muerte, encargó quemar la Eneida, fuera porque desease desvincularse de la
propaganda política del princeps romano o fuera porque no considerase que su obra hubiese alcanzado la
perfecció n buscada por él como poeta.
Al ser una obra latina, los nombres y conceptos utilizados no serían griegos sino romanos, como por
ejemplo los nombres de los dioses (Juno, Jú piter, Venus etc.).
COMPARACIONES CON OTROS MITOS Y OBRAS
Se dice que, má s aú n que una imitació n de las obras de Homero, Virgilio se planteó una suerte de
competició n con el autor de la Ilíada y la Odisea. Así, frente a los 14 canto de que se compone cada una de
las epopeyas homéricas, la Eneida se componía solamente de 12. Se podrían encontrar paralelismos, con
sus correspondientes oposiciones, entre las dos obras griegas y esta otra latina:
 El regreso o nostos, má s propio de la Odisea y de la primera mitad de la Eneida. En la obra latina, el
regreso no es el de un héroe a su hogar, sino el de parte de un pueblo a uno de los lugares de origen de la
estirpe de alguno o de algunos de sus héroes, lugar determinado por elecció n divina y que los héroes
habrá n de averiguar. En la cronología mítica, el viaje del Eneas literario coincidiría en el tiempo con
los nostoi griegos. Como en la Odisea, en la Eneida hay una deidad que se opone a que el héroe llegue a su
destino: Poseidó n en el poema griego y Juno en el latino. Por otro lado otras deidades se alían con ella y,
por ú ltimo habría otras que ayudan al héroe (algunas, teniéndolo como su protegido), cambios de alianzas
y deidades que no toman un partido.
 La justificació n de la guerra entre dos pueblos con motivos míticos y de amores y desamores. En
la Ilíada, y en general en el llamado Ciclo Troyano, se presenta como causa humana de la guerra inmediata,
contemporá nea o reciente el despecho de Menelao por el abandono de que es objeto por parte de Helena,
aunque éste habrá de explicarse por asuntos de los dioses. En el poema de Virgilio se presenta como causa
humana de futuras guerras el despecho de Dido por el abandono de Eneas. Ademá s, también tendrá que
explicarse tal abandono por intrigas divinas.
 La Eneida se compara también con las Argonáuticas de Apolonio, y es fá cil que el poeta romano
tuviera presente la traducció n latina de Varró n. También en este caso, hay similitudes y diferencias entre
una obra y otra en varios aspectos, empezando por los amores de Dido y Eneas y los de Jasó n y Medea. Los
modelos latinos má s importantes de los que se valió Virgilio para la composició n de la Eneida y para el
contraste con ellos son la Guerra Pú nica (Poenicum Bellum) de Nevio y, sobre todo, los Anales (Annales) de
Ennio, el gran clá sico de la épica romana de ese tiempo. En varios pasajes de la Eneida se citaban otros del
poema de Ennio, a veces literalmente.
LA ENEIDA DE VIRGILIO: RESUMEN GENERAL
Eneas, príncipe de Dardania huía de Troya tras haber sido quemada por el ejército griego. Entre su gente,
iba con él su padre Anquises y su hijo Ascanio. Craú sa murió durante la toma de la ciudad, y el fantasma
del difunto príncipe Héctor le decía a Eneas que no virtiese amargas lá grimas por la esposa perdida, ya que
el destino le había asignado otra de sangre real.
Juno (la Hera griega), esposa de Jú piter (Zeus griego), rencorosa todavía con toda la estripe troyana,
trataba de desviar por todos los medios a la flota de supervivientes de su destino, Italia.
Las peregrinaciones de Eneas duraron así siete añ os hasta que, llegado el ú ltimo, es acogido en el reino
emergente de Cartago, gobernado por Dido -llamada también Elisa de Tiro-. Por un ardid de Venus y
Cupido, Dido se enamoró perdidamente de Eneas y, tras la partida de éste por orden de Jú piter, se quitaba
la vida maldiciendo antes a toda estirpe venidera de Eneas y clamando por el surgimiento de un héroe
vengador: de esta manera, se creaba el cuadro que justificaba la eterna enemistad entre los dos pueblos
hermanos, Roma y Cartago, que al final conduciría a las célebres Guerras Pú nicas.
De camino a Italia, a Eneas se le aparecía el alma de su padre Anquises pidiéndole que vaya a verlo al
Hades. Eneas cedía y, acompañ ado de la Sibila de Cumas, recorría los reinos de Plutó n y Anquises le
muestra toda la gloria y la pompa de su futura estirpe: los romanos.
Llegados por fin los troyanos a Italia, el rey Latino los recibía pacíficamente, y, recordando que una antigua
profecía debía que su hija Lavinia se casaría con un extranjero, decidía aliarse con Eneas y darle a la
princesa por esposa.
Pero trastornado por las Furias, Turno, rey de los rú tulos y primo y pretendiente de Lavinia, declararía la
guerra a Eneas. Los dos ejércitos adquirieron aliados y se enfrentaron fieramente, ayudados los troyanos
por Venus y los rú tulos por Juno sin que Jú piter interviniese. Se producirían muertes en ambos bandos y,
finalmente, Eneas mataría a su enemigo.
Publio Virgilio Maró n nació el 15 de octubre del 70 a.C. en Lombardía y murió en la actual Brindisi el 21 de
septiembre del 19 a.C. Má s conocido por su nomen, Virgilio, fue un poeta romano, autor de la célebre en
la Eneida, las Bucólicas y las Geórgicas. En la obra La Divina Comedia de Dante Alighieri fue su guía a través
del Infierno y del Purgatorio.
Formado en las escuelas de Mantua, Cremona, Milá n, Roma y Ná poles, se mantuvo siempre en contacto
con los círculos culturales má s notables del momento. Estudió filosofía, matemá ticas y retó rica,
interesá ndose también por la astrología, medicina, zoología y botá nica. De una primera etapa influido por
el epicureísmo, evolucionó hacia un platonismo místico, por lo que su producció n se consideraría una de
las má s perfectas síntesis de las corrientes espirituales de la Antigua Roma.
BIOGRAFÍA
Hijo de campesinos, Virgilio nació en Andes, actual Virgilio, una aldea pró xima a Mantua en la regió n
italiana de Venetia et Histria. Recibió una esmerada educació n pudiendo estudiar retó rica y poesía gracias
a la protecció n del famoso político Cayo Mecenas. Sus primeros añ os los pasó en su ciudad natal, pero al
llegar a la adolescencia se trasladó a Cremona, Milá n y Roma para terminar su formació n intelectual.
En Roma se introdujo en el círculo de los poetae novi: a esta época pertenecerían sus primeras
composiciones poéticas, recogidas en el Apéndice Virgiliano.
Llegó a Ná poles en el 48 a.C. para estudiar con el maestro epicú reo Siró n. Por entonces estalló la Guerra
Civil de Roma tras el asesinato de César, lo que afectó de manera directa a Virgilio, quien incluso vio
peligrar su patrimonio. Pasó gran parte de su vida en Ná poles y Nola. Fue amigo del poeta Horacio y de el
propio emperador Augusto antes de que llegase al cargo supremo en el Imperio Romano.
Entre los añ os 42 y 39 a.C. escribió las Églogas o Bucólicas, que dejan entrever los deseos de pacificació n
de Virgilio en unos poemas que exaltaban la vida pastoril, imitando así los Idilios del poeta griego Teó crito.
Aunque estilizados e idealizadores de los campesinos, incluyen referencias a hechos y personas de su
tiempo. En la célebre égloga IV, se cantaba la llegada de un niñ o que traería una nueva Edad Dorada a
Roma. La cultura posterior encontró aquí un vaticinio del nacimiento de Cristo.
Entre el 36 y el 29 a.C., compuso, por encargo de Mecenas, las Geórgicas, un poema con la finalidad de dar
una imagen sobre un tratado de la agricultura, destinando a proclamar la necesidad de restablecer el
mundo campesino tradicional en Italia.
A partir del añ o 29 a.C. inició la composició n de su obra má s ambiciosa, la Eneida, cuya redacció n lo ocupó
once largos añ os, siendo un poema de doce libros que relataba las peripecias del troyano Eneas desde su
fuga de la mítica ciudad hasta su victoria militar en Italia. La intenció n evidente de la obra era la de dotar
de una épica a su patria vinculá ndose con la tradició n griegas. Eneas llevaba a su padre Anquises sobre sus
hombros y su hijo Ascanio de la mano. En Cartago, en la costa de Á frica, se enamoró de él la reina Dido,
quien se suicidaría tras la partida de héroe. En Italia, Eneas vencería a Turno, rey de los rú tulos. El hijo del
héroe, Ascanio, fundaría Alba Longa, ciudad que má s tarde se convertiría en Roma. Segú n Virgilio, los
romanos eran descendientes de Ascanio y por lo tanto del propio Eneas. 
El estilo de la obra era má s refinado que el de los cantos griegos en los que se inspiró . Ya había escrito su
obra maestra cuando realizó un viaje por Asia Menor y Grecia, con el fin de constatar la informació n que
había volcado en su poema má s famoso. En Atenas se encontró con Augusto y regresó con el princeps a
Italia, ya enfermo.
OBRAS
El perfecto verso de Virgilio fue elogiado y considerado ejemplar tanto entre sus coetá neos como en la
Edad Media, el Renacimiento, y siguientes, al tiempo que la Eneida era desmenuzada como un tratado
filosó fico y político. El esfuerzo de los renacentistas por unir el cristianismo con la cultura clá sica encontró
en Virgilio su principal referencia.
 Las Bucólicas.
 La Eneida.
 Las Geórgicas.
 Un conjunto de obras menores conocidas desde que Escalígero le dio ese nombre en su edició n de
1573, como Appendix Vergiliana, atribuida a Virgilio en la Antigü edad, pero cuya autenticidad dudan
bastantes especialistas modernos, en la que se recogen poemas
como Culex, Dirae, Aetna, Ciris, Catalepton, Cataleptum, Moretum, Copa o Elegiae in Maecentatem.
 En el Cules o "Mosquito", este alerta en un sueñ o al pastor que lo mató de que al picarlo le salvó la
vida, y por eso el mosquito se ve honrado con una tumba por el pastor.
 Las Dirae o "Maldiciones" son pronunciadas por el amante de una tierra que ha debido abandonar,
arrebatada por unos veteranos del ejército romano. Su enamorada Lydia fue honrada por un poema de
amor que llevaría su nombre y un elogio del campo donde ella vivía.
 El Aetna, consagrado al volcá n siciliano Etna.
 El Ciris, evocació n de la metamorfosis en pá jaro (ciris) de Escila, hija del rey de Megara.
 El Catalepton, manojo de poemas cortos de los cuales algunos parecían auténticas obras de
juventud de Virgilio.
En una fase má s tardía, se han añ adido aú n a esta colecció n: 
 La Copa, poema que lleva el nombre de una bailarina siria que invita a un viajero al placer de verla
bailar en su casa.
 Las Elegiae in Maecentatem, pieza necroló gica que refleja las ú ltimas palabras de Mecenas,
benefactor de Virgilio y dirigidas al emperador Augusto.
 El Moretum, poema gastronó mico que describe con detalle la preparació n de ese plato local propio
de la Cisalpina.
LA BATALLA POR LAS ARMAS DE AQUILES
Cuando Paris mató en batalla al bravo Aquiles, Odiseo y Á yax el Grande fueron quienes recuperaron el
cuerpo y la armadura del guerrero caído en medio de intensos combates. Durante los juegos fú nebres de
Aquiles, Odiseo compitió una vez má s con Á yax el Grande: Tetis, madre de Aquiles, dijo que las armas del
difunto irían al má s valiente de los griegos, pero só lo estos dos guerreros se atrevieron a reivindicar tal
privilegio. Los dos aqueos se vieron envueltos en una fuerte e intensa disputa compitiendo a través de los
méritos obtenidos para recibir la recompensa.
Los griegos, estaban dubitativos por temor a decidirse por uno de ellos: no querían ofender a ninguno por
miedo a hacer que el perdedor abandonase la guerra. Así pues, Néstor sugirio que los troyanos cautivos
decidiesen quién sería el ganador. Pero otras tradiciones apuntaban a que la votació n se hizo de manera
secreta entre los aqueos. En cualquier caso, Odiseo se proclamó victorioso.
Enfurecido y humillado, Á yax fue llevado a la locura por la protectora de Odiseo, Atenea. Cuando volvió en
sí, la vergü enza de haber sacrificado el ganado durante su locura, se suicidó con la espada que Héctor le
había entregado después de su duelo.
ODISEO Y DIOMEDES Y LOS ORÁCULOS
Junto con Diomedes, amigo fiel de Odiseo, fue a buscar al hijo de Aquiles, Pirro, para que acudiese en ayuda
de los griegos: un orá culo había declarado que Troya no podía ser tomada sin la ayuda de éste. Un gran
guerrero, Pirro también fue llamado Neoptó lemo ("nuevo guerrero" en griego). Tras el éxito de la misió n,
Odiseo le entregó la armadura del valeroso Aquiles a él.
Má s tarde recordó que la victoria no sería favorable a la causa aquea sin las flechas venenosas de Hércules,
que eran propiedad del abandonado Filoctetes, quien vivió por nueve añ os (los nueve añ os que la guerra
duraba en aquel instante) en la apartada y solitaria isla de Lemnos. Odiseo y Diomedes (o, segú n algunos
relatos, Odiseo y Neoptó lemo) salieron a rescatarlo. A su llegada, Filoctetes, quien todavía sufre la dichosa
herida que causó su abandono, fue visto enfurecido, sobre todo con Odiseo, por haberle dejado en la
intemperie. Aunqe su primer impulso era atacar directamente al rey de Ítaca, su ira fue aplacada por la
persuasió n de Odiseo y la influencia divina de los dioses. Así pues, Odiseo regresó al campamento con
Filoctets y las flechas que garantizarían la victoria aquea.
Después los dos héroes amigos trataron de robar el Paladio que se encontraba dentro de las murallas
troyanas, pues sin él saquear la ciudad sería imposible. Algunas fuentes romanas tardías indicaban que
Odiseo llegó a planear la muerte de su compañ ero en el camino de regreso, pero Diomedes frustró dicho
intento.
NÉSTOR EN LA GUERRA DE TROYA
Siendo ya Néstor octogenario, condujo a los soldados de Mesenia al sitio de Troya, y mientras duró la
guerra fue admirado por su profunda sabiduría, sus moderados consejos y elocuencia tan dulce como
persuasiva. "¡Ojalá tuviera yo diez Néstores en mi ejército -decía Agamenó n,- muy pronto veríamos caer los
muros de Ilion y las riquezas de esta ciudad opulenta serían el premio de nuestro valor!".
É l y sus hijos, Antíloco y Trasimedes, lucharon junto a los griegos en la Guerra de Troya que siguió al rapto
de Helena. Aunque por su avanzada edad no podía luchar -ya había vivido tres generaciones debido a los
que dioses o solamente Apolo le concedieron vivir los añ os que debían de haber vivido sus tíos, los hijos de
Anfió n y de Níobe masacrados por Apolo y Artemisa o Diana al burlarse de su madre, la titá nide Leto-, era
de utilidad en el á gora y daba consejos a los má s ilustres con el fin de asegurar el triunfo aqueo. 
También en asuntos internos su opinió n era fundamental, siendo desobedecido solo una vez por el rey de
Micenas, Agamenó n: Néstor le había aconsejado que no se dejase llevar de su ira contra Aquiles y no lo
quitase a Briseida. Sin embargo, Agamenó n hizo todo lo contrario pero bien pronto tuvo que reconocer su
error debido a la vergonzosa pérdida de su ejército estaba sufriendo frente a los troyanos.
DIOMEDES EN LA GUERRA DE TROYA
Es en la legendaria Guerra de Troya donde Diomedes forja el mito de guerrero indomable y valeroso, acaso
el má s bravo junto a Aquiles y en todo caso invicto. Como pretendiente de la bella Helena de Esparta, por
ser el soberano de la ciudad de Argos, aportó 80 naves a la armada aquea y desde el inicio participó como
protagonista en los principales pasajes de la épica homérica. Con su inseparable compañ ero Odiseo viajó a
Esciro, reino de Licomedes, en busca de Aquiles, al que Tetis había ocultado travestido de mujer para
evitar que su hijo llegase a Troya, pues en las playas de la ciudad el orá culo predijo la muerte del héroe.
Reclutado el Pelida para las huestes griegas, y ante la calma que la enojada Artemisa envió a los griegos,
impidiéndo a éstos retomar en Á ulide su viaje hacia Ilió n, Diomedes fue uno de los que presionó a
Agamenó n para que sacrificase a su hija, Ifigenia, como tributo a la diosa. También fue seleccionado entre
los jefes aqueos para participar como embajador en el infructuoso intento de convencer al rey troyano,
Príamo, de dar fin a la guerra con la devolució n de Helena a su esposo, Menelao. Tampoco consiguió
persuadir al rey de Micenas para que Briseida fuese devuelta a Aquiles para poder aplacar su ira y que
ayudase a los griegos en la batalla. En algunas versiones se decía que viajó hasta Lemnos para obtener de
Filoctetes las armas de Hércules, que custodiaba desde su muerte y sin las cuales Troya no podía ser
tomada.
Pero fue en la batalla y en la narració n que Homero hizo en la V y VI rapsodia de la Ilíada, la que da la
gloria a este héroe: su lanza no distringuiría la sangre de icor, pues no só lo se enfrentó a los dos má s
bravos troyanos, sino que arremetió con valor contra los dioses protectores de Troya. Al final del canto V,
Diomedes se encontró con Pá ndaro y Eneas: el primero, atacó y le dañ ó el ijar, pero aquél le atravesó la
boca de una lanzada. Eneas bajó del carro para recuperar el cadá ver de Pá ndaro, y Diomedes lo hirió
mediante una pedrada. Afrodita, viendo que su hijo (Eneas) quedaba indefenso, acudió en su ayuda,
circunstancia que aprovechó el argivo para atacar y herirla en la mano. Só lo la aparició n de Apolo, que
envolvía la escena con una nube y rescató a Eneas, impidiendo así la derrota del hijo de Anquises.
Ademá s, se narraba como Diomedes iba a enfrentarse a Héctor cuando el mismísimo Ares, dios de la
guerra, intervino, enrolado en las filas troyanas, encarando al héroe aqueo con la apariencia de un mortal.
Diomedes se dio cuenta de que el rival era dios y no hombre: retrocedió , pues las ó rdenes de su protectora,
Atenea, le advertían de no encarar a inmortales siempre que no fuese Afrodita, heredera de la dichosa
manzana de la discordia. Hera puso en conocimiento de Zeus el desigual escenario y éste permitiría la
batalla, diciéndole a la diosa de la sabiduría y la guerra Atenea: "Diomedes Tidida carísimo a mi corazó n no
temas a Ares ni a ninguno de los inmortales; tanto te voy a ayudar. Ea, endereza los solípedos caballos
hacia Ares, hiérele de cerca y no respetes al furibundo dios, a ese loco voluble y nacido para dañ ar, que
tanto a Hera como a mí nos prometió combatir contra los teurcos en favor de los argivos y ahora está con
aquellos y de sus palabras se ha olvidado" (Homero, la Ilíada, V, 826).
En el enfrentamiento, Atenea desvió la lanzada que Ares lanzó contra Diomedes; el héroe en respuesta
hirió al dios en el costado, quien huyó sangrando al Monte Olimpo. Zeus, enfadado, prohibirá desde
entonces que los dioses intervengan en la guerra de mortales.
Diomedes también participó en otros pasajes claves de la Guerra de Troya, como el la captura y muerte del
espía Doló n, o el robo del Paladio y los caballos de Reso, con los que Troya sería inexpugnable. En todas las
acciones estuvo siempre acompañ ado por su fiel amigo Odiseo. Sin embargo, una variació n del mito acerca
del robo del Paladio señ alaba que Odiseo, que quería atribuirse el mérito de haberlo robado solo, intentó
matar a Diomedes, aunque éste se dio cuenta, llegando a defenderse a tiempo.
PATROCLO Y LA GUERRA DE TROYA
Patroclo aparecía como el compañ ero fiel de armas de Aquiles. La Ilíada dudaba en cuanto a su cometido
exacto: el canto XVII mostraba a los caballos del Pelida llorando la muerte de "el que los guiaba".
Automedonte, el auriga de Aquiles, describía a Patroclo como el má s dotado para el manejo de corceles. En
el canto XIX de la Ilíada, Aquiles pedía a sus caballos que le trajesen de vuelta "a quien los conduce",
refiriéndose a sí mismo, a pesar de que el auriga había subido al carro antes que él.
En la Odisea, el alma de Agamenó n admitía a la de Aquiles que el cuerpo de éste, recién muerto, yacía
"olvidado del arte de guiar los carros". Otros indicios permitieron suponer que Patroclo acudía al combate
en un carro separado y que se batía luego junto a Aquiles. Ademá s, se pensaba que servía de mensajero a
su amigo, que lo envió a Néstor, en el Canto XI, en busca de noticias sobre la identidad del herido que fue
llevado al campamento aqueo. Asimismo, en el Canto II, Patroclo acudió por orden de Aquiles a buscar a
Briseida para entregá rsela a Odiseo. Cuando Néstor acudió acompañ ado por Fénix a implorara a Aquiles
que volviese al combate, fue Patroclo quien preparó el vino y los alimentos para todos los invitados.
Cuando, encolerizado, Aquiles se encerró en su tienda tras haber discutido con Agamenó n por la
usurpació n de Briseida, Patroclo cesó igualmente de combatir. En el canto XVI (también llamado
Patroclea), mientras los troyanos recuperaban terreno a los griegos y amenazaban con la quema de sus
naves, Aquiles autorizó a su amigo a ponerse su armadura y lanzarse al combate a la cabeza de sus
mirmidones. Durante la lucha, Patroclo consiguió matar algunos troyanos, entre los que se encontraba un
hijo de Zeus, Sarpedó n.
Sin embargo, cuando se encontró con el príncipe troyano, ayudado por el dios Apolo, no pudo vencer.
Apolo, envuelto en una nube, lo golpeaba en la espalda; acto seguido, Euforbo, hijo de Panto, lo hirió de
nuevo en el mismo lugar y huyó enseguida a la carrera. Finalmente, Héctor dio muerte a Patroclo,
despojá ndolo de sus armas. Menelao y Á yax el Grande protegieron su cuerpo y se lo entregaron a Aquiles,
quien decidió entonces retomar las armas para poder vengar a su amigo.
Tetis, madre de Aquiles, dio de beber a Patroclo néctar y ambrosía para evitar que su cadá ver se
corrompiese y, al mismo tiempo, Aquiles se enfrentó al príncipe troyano Héctor, venciéndolo. El Pelida
ofreció luego a los griegos un festín en honor al caído Patroclo, al final del cual se le aparecería el muerto y
le suplicaría que quemase su cadá ver lo antes posible. A la mañ ana siguiente, Aquiles ordenó construir una
pira funeraria para el difunto, se cortó un mechó n de su cabellera y sacrificó bueyes, corderos, perros y
caballos, así como doce jó venes nobles troyanos.
PATROCLO Y AQUILES: ¿AMIGO O AMANTE?
La amistad de Patroclo y Aquiles era proverbial y, sin embargo, desde el siglo V a. C., algunos griegos veían
en ella algo má s allá . En general, los autores griegos añ adían en esa época un componente pederasta a las
amistades míticas, como las de Orestes y Pílades, Teseo y Pirítoo o Hércules y Yolao. Segú n la
documentació n histó rica, dicha prá ctica, junto con la homosexualidad, era comú n en el mundo heleno
antiguo, como por ejemplo se puede apreciar en Esparta en el proceso de aprendizaje de los hombres (la
famosa agogé).
En este caso, no pretendían saber si eran amigos o amantes, sino por por qué Homero se mosraba
reservado sobre dicha realció n, y si Patroclo era el eró meno de Aquiles o viceversa. En su obra Contra
Timarco, el orador ateniense Esquines declaró : "Aunque Homero alude numerosas veces a Patroclo y a
Aquiles, pasa silenciosamente sobre su deseo y evita señalar su amor, al considerar que la intensidad de su
afecto estaba clara para los lectores cultivados. Aquiles declara en algún lugar (...) que, involuntariamente,
ha infringido la promesa hecha a Menecio, padre de Patroclo, pues le había asegurado que lo traería de
vuelta a Opus sano y salvo si Menecio se lo confiaba y lo enviaba a Troya con él".
En efecto, para muchos griegos, la desmesurada emoció n que Aquiles mostraba tras la muerte de Patroclo,
así como su exaltació n el la venganza, no dejaba ninguna duda sobre la naturaleza de sus relaciones. Las
reservas de Homero se interpretaron como un signo de discreció n. Esquilo desarroló este tema en su
tragedia perdida Los Mirmidones, en la que representa sin rodeos a Aquiles llorando sobre el cuerpo de su
amigo mientras alaba la belleza de sus caderas y añ oraba sus besos. Tanto en Esquilo como en Esquines,
Aquiles se consideraba el erastés y Patroclo el eró meno.
Es posible poner en duda esta versió n si se parte del detalle de la barba: Patroclo era quien la llevaba
mientras Aquiles carecía de tal. De hecho, es posible llegar a pensar que Aquiles, al ser má s jó ven, era el
eró meno y Patroclo el erastés, má s aú n cuando la admiració n provocada por el amor es la de Patroclo
hacia Aquiles; hecho que corroboraría dicha idea. Lo que es por supuesto incontestable es que los dos
hombres se querían -amor o amistad- por igual.
Esto mismo es lo que exponía el filó sofo ateniense Plató n en El Banquete cuando hace decir a Fedro que
"Esquilo desvaría al afirmar que Aquiles era el amante de Patroclo, cuando era más hermoso no sólo que
Patroclo, sino también que todos los héroes juntos, y aún no le había crecido la barba, por lo que era mucho
más joven, según afirma Homero". A pesar del desacuerdo presentado, tampoco Fedro tenía duda alguna
sobre la relació n entre los dos héroes griegos.
Posteriormente, en cambio, la tradició n se estabilizó en torno a la versió n de Esquilo, en conformidad con
el estatus social de los dos hombres. Así, Claudio Eliano, declaró en su Varia Historia: "Ajelandro puso una
corona sobre la tumba de Aquiles y Hefestión sobre la de Patroclo, queriendo insinuar Hefestión que él era el
favorito de Alejandro como Patroclo de Aquiles". Segú n Bernard Sergent, la polémica de los antiguos sobre
el papel de cada uno demostró que la relació n entre Aquiles y Patroclo no está vinculada al modelo
pederasta: se trata, simplemente, de una relació n entre jó venes de la misma generació n.
LOS JUEGOS FÚNEBRES EN HONOR DE PATROCLO
Después de la incineració n, el propio Patroclo suplicó , Aquiles organizó en su honor diversos juegos. É stos,
consignados en el canto XXIII de la Ilíada, son, junto a los organizados por Alcínoo en la Odisea, uno de los
testimonios má s antiguos del deporte en la antigua Grecia.
 Una carrera de carros la cual ganó Diomedes, obteniendo como primer premio una esclava y un
trípode. Antíloco llegó segundo haciendo trampa, Menelao tercero, Meríones cuarto y Eumelo el
ú ltimo.
 Un pugilato (combate de boxeo) ganado por Epeo, quien obtiene una mula.
 Una prueba de lucha libra, disputada por Á yax el Grande y Odiseo. Aquiles los declaró iguales.
 Una carrera a pie, que ganó Odiseo, obteniendo así una crá tera de plata. Á yax llegó el segundo y
recibió un buey; Antíloco fue tercero y consiguió medio talento de oro, premio previsto incialmente,
así como un segundo talento de oro por haber halagado a Aquiles "el de los pies ligeros".
 Una hoplomaquia o lucha con armas, disputada por Dió medes y Á yax. Aquiles los juzgó iguales y se
repartieron el premio: la lanza, el escudo y el yelmo de Sarpedó n. Mientras, Dió medes recibió un
sable tracio.
 Una prueba de lanzamiento de peso, que ganó Polipetes, obteniendo dicho peso en hierro bruto
como premio.
 Una prueba de tiro con arco donde Merió n salió victorioso, consiguiendo como premio diez hachas
de doble hoja. El perdedor, Teucro, obtuvo diez hachas sencillas.
 Una prueba de lanzamiento de jabalina, la cual no llegó a disputarse ya que Aquiles detuvo a los dos
contendientes, Agamenó n y Merió n. Dijo, ademá s, que todos sabían que el Atrida era el má s fuerte.
É ste obtuvo un caldero de estrena y Merió n una lanza de bronce.
HÉ CTOR Y LA GUERRA DE TROYA
Héctor es uno de los personajes principales del poema de Homero la Ilíada. Como comandante de las
fuerzas troyanas, su contribució n a la resistencia frente al ejército aqueo fue sin duda decisiva. En la obra,
Héctor es situado como el personaje antagonista de Aquiles, ademá s de en el campo de batalla, en el
cará cter.
Pese a ser el guerrero má s admirable y temido por sus enemigos, Héctor no aprobó la guerra entre ambos
bandos. Al observar como Paris evitaba combatir con Menelao en duelo, le reprochó que rehusase el
combate tras haber causado tantos problemas a la patria. Por tanto, Paris propuso enfrentarse con
Menelao en un combate singular, cuyo vencedor se habría de quedar con la bella Helena y pondría fin a la
guerra. Sin embargo, durante el duelo, Afrodita acudió en ayuda del príncipe troyano, dejando el combate
nulo. Menelao reclamaba la victoria, pero Pá ndaro lo hirió con una flecha desde lo alto de las murallas,
reanudá ndose así la guerra.
Los griegos atacaban obligando la retirada de los troyanos, por lo que Héctor debía salir y encabezar el
contraataque. Cuando se disponía a atravesar las puertas de Troya, su esposa Andró maca, con su hijo en
los brazos, lo intentó detener suplicá ndole, en su nombre y en el de su hijo, que no salga de la ciudad.
Héctor sabía que Troya y la casa de su padre estaban condenadas, y que sus destinos serían la muerte o la
esclavitud en algú n país extranjero. Así, el príncipe le explicó a su mujer que no podía rehuir la lucha, y la
intentó consolar con la idea de que nadie podría abatirlo hasta que su hora se aproximase. El brillo del
yelmo de bronce del príncipe troyano asustó a su hijo, Astianax, haciéndolo llorar. Héctor se lo quitó ,
abrazó a su familia, y le rogó al dios Zeus que su hijo pueda llegar a convertirse en caudillo y obtenga má s
gloria en la guerra que él.
HÉ CTOR ACOSANDO EL CAMPAMENTO GRIEGO
Los troyanos seguían empujando a los aqueos dentro de su campamento tras la empalizada, y estaban a
punto de alcanzar sus naves cuando Agamenó n reagrupó a la coalició n griega, repeliendo el ataque. Cayó
la noche y Héctor decidió atacar el campamento enemigo e intentar quemar todas las naves de la coalició n
enemiga al día siguiente.
Tras una resistencia inicial, las tropas troyanas avanzaron hacia los barcos. Dió medes y Odiseo, en cambio,
obstaculizaron al príncipe troyano, ganando tiempo para una retirada. Mientras, los troyanos trataban de
derribar la empalizada. Héctor golpeó las puertas con una gran piedra, despejá ndola, y ordenó que los
guerreros de Troya escalasen el muro. Por ende, la batalla se trasladó al interior del campamento. Héctor
fue alcanzado por una piedra que Á yax arrojó , pero Apolo le infundía fuerzas. Finalmente, Héctor llegó
hasta la nave de Protésilas, ordenando incendiarla, pero la resistencia de Á yax lo impidió .
HÉ CTOR, PATROCLO Y AQUILES: LA MUERTE DE HÉ CTOR
Ante la peligrosa ofensiva troyana, las esperanzas griegas se redujeron a que Aquiles retorne a la lucha.
Pero el héroe griego se mantuvo renuente a pesar de las sú plicas de sus aliados, por lo que su compañ ero y
amigo Patroclo decidió , después de haberlo consultado con el propio Aquiles, vestirse con su armadura y
ponerse al mando de los mirmidones. Durante la lucha, Patroclo fue herido por Euforbo y Héctor fue quién
acabó con su vida.
El príncipe victorioso tomó la armadura del hijo de Peleo y Tetis, ordenando también la retirada del
combate. A su vez, evitaba combatir contra Á yax por el cuerpo inerte de Patroclo. Cuando Aquilies se
enteró de la tragedia, reclamó venganza, aceptando así volver a la lucha.
Durante la noche, los troyanos se reunieron en una junta. Polidamante, amigo y lugarteniente del príncipe
Héctor, aconsejó volver a la ciudad para poder protegerse de la ira y embestida de Aquiles. Pero Héctor
desoyó el consejo, ordenando mantenerse ene el campamento. Así pues, aceptó su destino, mostrá ndose
decidido a enfrentarse al encolerizado Aquiles: "Mañana, al apuntar la aurora, vestiremos la armadura y
suscitaremos un reñido combate junto a las cóncavas naves. Y si verdaderamente el divino Aquiles se propone
a salir del campamento, le pesará tanto más, cuanto más se arriesgue, porque me propongo no huir de él,
sino enfrentarle en batalla horrísona; y alcanzará una gran victoria, o seré yo quien la consiga. Que Ares es a
todos común y suele causar la muerte del que matar deseaba" (Homero, Ilíada, XVIII).
Al día siguiente, Aquiles y los griegos avanzaron empujando a los troyanos hasta las murallas. Héctor se
asustó , mezclá ndose entre las tropas por consejo del mismísimo Apolo. Pero tras dar muerte Aquiles a
Polidoro, uno de los hermanos de Héctor, éste dejó de esconderse, acudiendo al mítico enfrentamiento.
Nuevamente, Apolo ayudó a Héctor, retirá ndolo del combate.
En la retirada a la ciudad de las tropas troyanas, Héctor quedó fuera de las puertas y fue perseguido por el
enemigo. Dieron los dos tres vueltas a las murallas de Troya hasta que Atenea, en la forma de Deífobo,
incitó al príncipe a plantar cara a Aquiles. Héctor pidió a Aquiles que se honrase el cadá ver del perdedor,
pero el griego rechazó cualquier trato. Finalmente, Aquiles venció , clavá ndole la lanza en la base del cuello,
el ú nico lugar desprotegido por la armadura.
Una vez muerto, el cuerpo de Héctor fue lacerado por los griegos, y posteriormente, atado por los tobillos
al carro de Aquiles, quien lo arrastró alrededor de la ciudad. Durante doce días, el cuerpo permaneció
expuesto al sol y los animales, pero el dios Apolo protegía el cuerpo del héroe de cualquier maltrato,
conservá ndolo impoluto. Finalemente, el rey Príamo, con la ayuda del dios Hermes (Mercurio en Roma), se
aventuró hasta la tienda de Aquiles, suplicá ndole la devolució n del cuerpo. Aquiles se apiadó y, a cambio
de un rescate, entregó el cadá ver del príncipe a su padre, que parte hacia la ciudad para realizar los
debidos actos fú nebres.
La Ilíada empieza haciendo referencia a Aquiles y termina con la muerte de Héctor: "Mas, así que se
descubrió la hija de la mañana, Eos de rosados dedos, congregóse el pueblo en torno de la pira del ilustre
Héctor. Y cuando todos se hubieron reunido, apagaron con negro vino la parte de la pira a que la llama había
alcanzado; y seguidamente los hermanos y los amigos, gimiendo y corriéndoles las lágrimas por las mejillas,
recogieron los blancos huesos y los colocaron en una urna de oro, envueltos en fino velo de púrpura.
Depositaron la urna en el hoyo, que cubrieron con muchas y grandes piedras, amontonaron la tierra y
erigieron el túmulo. Habían puesto centinelas por todos lados, para vigilar si los aqueos, de hermosas grebas,
los atacaban. Levantado el túmulo, volviéronse: y reunidos después en el palacio del rey Príamo, alumno de
Zeus, celebraron el espléndido banquete fúnebre. Así celebraron las honras de Héctor, domador de caballos"
(Homero, Ilíada, XXIV).
PENÉ LOPE. ODISEO REGRESA A ÍTACA.
Penélope, mujer de Odiseo, era la má s virtuosa y la má s tierna de las esposas segú n el poeta Homero. Por
ende, se puede presumir cuá les serían sus añ oranzas mientras duró la prolongada ausencia de Odiseo y
también cuá l sería su dolor o sus temores cuando, después de tantos añ os, veía que su esposo no
regresaba con los otros príncipes a Grecia.
PENÉ LOPE Y SUS PRETENDIENTES
La hermosura de Penélope, su talento y sus virtudes, habían atraído a Ítaca numerosos pretendientes que
se esforzaban en persuadirla de que su marido seguramente había muerto y que debía casarse de nuevo.
La reina eludía há bilmente sus encuentros y rehusaba sus peticiones. Pero cada día aumentaban los
importunos y, llenos de audacia, habían ya invadido el palacio, instalá ndose en él, prodigando los festines y
disponiendo de todo como verdaderos señ ores. 
Penélope se vio entonces obligada a ceder en apariencia: los convocó y declaró que estaba resuelta a elegir
esposo entre todos ellos tan pronto como hubieseacabado de tejer la tela para envolver el cuerpo de su
suegro Laertes, cuando este anciano, consumido por las enfermedades, dejase de existir en vida. Penélope
durante el día entregaba a su tarea con la má s viva asiduidad, pero cada noche deshacía lo que durante el
día había bordado. Gracias a este artificio pudo entretener a los ambiciosos pretendientes durante tres
añ os consecutivos. Traicionada, al fin, por una de sus esclavas, se vio obligada a acabar la tela. Así pues, de
una empresa que no tiene fin o que no conduce a nada, se dice proverbialmente que es la tela de Penélope. 
ODISEO Y EURICLEA
Cuando desembarcó en Ítaca, por consejo de Atenea, Odiseo se disfrazó de mendigo y e albergó en la
cabañ a del porqueizo Eumeo, que le puso al corriente de los ú ltimos acontecimientos de palacio. Después,
Odiseo desveló su identidad a su hijo Telémaco y ambos decidieron qué hacer. Al día siguiente, el falso
mendigo llegó al palacio: informada por Eumeo de su llegada, Penélope pidió verle. A la puesta de sol, una
vez que despidió a todos sus pretendientes , la reina se reunió con el extranjero y conversó con él. A las
preguntas de Penélope el mendigo respondió con precisió n, demostrando que había conocido al rey de
Ítaca y, al oír sus palabras, el rostro de Penélope se inundó en lá grimas.
La reina pidió entonces a la anciana nodriza de Odiseo, Euriclea, que lavase los pies del invitado. La mujer
reconoció a su amo por una profunda cicatriz en la pierna, pero Odiseo la conminó a mantener el secreto
de su identidad.
LOS PRETENDIENTES Y LA PRUEBA DEL ARCO
Habían transcurrido hasta el momento veinte largos añ os desde que Odiseo partió de su lado. Penélope
había agotado ya todas sus ardides y todos los medios de dilació n. Los pretendientes demostraban una
impaciencia sin igual y su có lera se traducía en lamentos y reproches constantes, instá ndola con estas
palabras: "Hora es ya, bella Penélope, de que os decidáis: si el rey, vuestro esposo, exitiese aún, seguramente
estaría de vuelta; las aguas del mar deben haberlo tragado junto con sus soldados. ¿Por qué, pues, guardar
fidelidad a unos manes insensibles? El Estado necesita un caudillo.-Ay de mí- contestaba Penélope,- ¿Por qué
me proponéis tales cosas y por qué me acosáis de esta manera? Os conjuro a que esperéis aún un poco más.
La muerte de un héroe como Odiseo causa sensación; la noticia de su fallecimiento hubiese llegado a mis
oídos. Tal vez, arrojado por las olas a alguna isla desierta, vuelve sus ojos hacia Ítaca esperando solamente
que un viento favorable le permita volver. No obstante, y ya que el Estado necesita un jefe, he aquí el arco de
Odiseo. Sólo un héroe es capaz de manejar este arco; aquel de entre vosotros que pueda doblarlo será mi
esposo."
Penélope sabía a que género de hombres afeminados proponía tal desafío; ellos aceptaron. El pueblo
acudió en tropel a su palacio. Cada uno de los pretendientes se esforzó por salir vencedor de la prueba
decisiva. La reina, tranquila entre los espectadores, sonreía bajo el velo y se felicitaba de aquel
procedimiento que debía librarle de tantos importunios. En efecto: ninguno de ellos logró lo propuesto; el
arco rebelde resistió a sus débiles manos.
En otra versió n en vez de que el arco fuese doblado se defendía que Penélope propuso la siguiente prueba:
la reina tomaría por marido a aquel que, logrando tensar el arco, atravesase los doce anillos que
coronaban otros tantos má stiles.
LA MATANZA DE LOS PRETENDIENTES
Un hombre mal vestido y de un porte vulgar, cruzó la multitud y se presentó en la lid asegurando a
grandes gritos que lo doblaría (o, en la otra versió n, atravesaría los anillos). La gente apenas le hizo caso.
É l insistió , invocando la equidad de los jueves, las leyes del combate y la palabra dada por la reina. No se le
podía negar lo que él pedía. Tomó el arco en sus manos y al primer esfuerzo lo consiguió , mientras
exclamaba, mirando al pueblo estupefacto: "Reconoced por este acto de vigor a vuestro rey Odiseo, esposo de
la casta Penélope". Después, recogiendo algunos dardos y dirigiéndose a sus sú bditos añ adió : "Amigos,
seguidme; exterminemos esta raza de insolentes y pará sitos". La revolució n fue instantá nea; todos los
pretendientes, excepto el cantor Femio, fueron masacrados. 
ODISEO Y PENÉLOPE SE REENCUENTRAN
Sin embargo, Penélope no pudo creer que su esposo hubiese regresado, temiendo que el personaje
ganador sea un dios disfrazado, como en la historia de Alcmena. Odiseo protestó y para demostrar su
identidad hizo saber a su esposa que fue él quién hizo su cama, de la cual una de sus patas era de un tronco
de olivo. Así, finalmente, Penélope reconoció que él era realmente su marido.
El anciano Laertes halló nuevamente un hijo, Telémaco un padre y Penélope a su amado esposo. Homero
destacó que, a partir de ese momento, Odiseo iba a vivir una larga y feliz vida junto a sus seres queridos,
sabiendo gobernar sabiamente su reino, disfrutando de amplio respeto de su pueblo.
LA ODISEA. LA VENGANZA DE ODISEO. CANTOS XIII Y XXIV
Finalmente, en la venganza de Odiseo (Cantos del XIII al XXIV), se describía el regreso a la isla de Ítaca, el
reconocimiento por alguno de sus esclavos y su hijo, y có mo Odiseo se venga de los pretendientes
matá ndolos a todos. Tras aquello, Odiseo fue reconocido por su esposa Penélope y recuperó su reino. Por
ú ltimo, se firmaría la paz entre todos los itacenses.
 CANTO XIII. LOS FEACIOS DESPIDEN A ODISEO Y LA LLEGADA A ÍTACA.
Cuando el héroe termina de contar su viaje, su regreso al hogar es dispuesto por el rey. Acompañ ado por
navegantes feacios, Odiseo llegó a su isla natal. Atenea lo disfrazó de vagabundo para que no fuese
reconocido y, por consejo de la diosa de la sabiduría, Odiseo acudió a pedir ayuda a su porquerizo Eumeo.
 CANTO XIV. ODISEO EN LA MAJADA DE EUMEO.
Odiseo no reveló su verdadera identidad a Eumeo, quien lo recibió con comida y mantas. Se encontró con
la diosa Atenea, y juntos prepararon la venganza contra los pretendientes de la bella Penélope.
 CANTO XV. TELÉMACO REGRESA A ÍTACA.
Atenea aconsejó al joven Telémaco, hijo de Odiseo, salir de Esparta y regresar a su hogar. Mientras tanto,
Eumeo relataba su vida y sus orígenes al mendigo, y de có mo llegó al servicio de Odiseo.
 CANTO XVI. TELÉMACO RECONOCE A ODISEO.
Gracias a la ayuda de la dosa, el joven consiguió eludir la trampa que los pretendientes le habían
preparado a la entrada de la isla. Una vez en tierra, se dirigió por consejo de la diosa a la casa de Eumeo,
donde conoció al supuesto mendigo. Cuando Eumeo marchó a casa de Penélope a darle la noticia del
regreso de su hijo, Odiseo reveló su identidad a Telémaco, asegurá ndole que en verdad era su padre, a
quien no veía desde hacía veinte añ os. Tras un fuerte abrazo, planearon una exhaustiva venganza con la
ayuda de Zeus y Atenea.
 CANTO XVII. ODISEO MENDIGA ENTRE LOS PRETENDIENTES.
Al día siguiente, Odiseo, de nuevo como mendigo, se dirigió a su palacio. Só lo era reconocido por su perro
Argos, que, ya viejo, fallecía frente a su amo. Al pedir comida a los pretendientes de la reina Penélope,
Odiseo fue humillado e incluso golpeado por ellos.
 CANTO XVIII. LOS PRETENDIENTES VEJAN A ODISEO.
Aparecío un mendigo real de nombre Iro, quien solía pasarse por el palacio. Riéndose de Odiseo, lo retó a
una pelea. Los pretendientes aceptaron que el ganador se juntase a comer con ellos. Le dieron dos trozos
de pan al héroe veterano que, tras quitarse su manta y dejar ver sus mú sculos, ganó fá cilmente al mendigo.
A pesar de la victoria, debía seguir soportando las vejaciones de los orgullosos pretendientes.
 CANTO XIX. LA ESCLAVA EURICLEA RECONOCÍA A ODISEO.
Odiseo, ocultando su verdadera identidad, mantenía una larga conversació n con Penélope, quien ordenó a
su criada, Euriclea, que lo bañ ase. É sta ú ltima fue la nodriza del rey de Ítaca cuando era niñ o y reconoció
una cicatriz que a Odiseo, en su juventud, le hizo un jabalí cuando se encontraba cazando en el monte
Parnaso. La esclava, pues, reconoció a su amo, que le hizo guardar silencio para no fracasar en sus planes
de venganza.
 CANTO XX. LA ÚLTIMA CENA DE LOS PRETENDIENTES.
Al día siguiente, Odiseo pedía una señ al y Zeus lanzó un trueno en medio del cielo azulado. Este gesto fue
entendido por uno de los sirvientes como una señ al de victoria sobre los pretendientes. Odiseo aprovechó
para ver quién era fiel al desaparecido rey y, por tanto, habría de conservar la vida. Un profeta, amigo de
Telémaco, avisó a los pretendientes de que pronto los muros se mancharían con la sangre de ellos. A pesar
de que algunos de ellos dieron crédito a la profecía, la gran mayoría de ellos se reía de ella y no huyeron de
palacio.
 CANTO XXI. EL CERTAMEN DEL ARCO.
Aparecía Penélope con un arco que Odiseo dejó en casa antes de la marcha hacia Troya. Prometía así, por
fin, a sus pretendientes que se casaría con aquel que consiguiese hacer pasar la flecha por los ojos de doce
hachas alineadas. Uno detrá s de otro, los pretendientes lo intentaban pero ni siquiera eran capaces de
tensar el arco. Odiseo pidió participar en la prueba, pero los pretendientes se lo denegaron. Tras la
insistencia de Telémaco, le era permitido intentarlo. Con suma facilidad, el rey Odiseo tensó el arco y
consiguió hacer pasar la flecha por los ojos de las hachas, ante el asombro de los presentes. A la señ al de su
padre, Telémaco se armo, prepará ndose para la lucha final.
 CANTO XXII. LA VENGANZA.
Antínoo, jefe de los pretendientes, se encontraba bebiendo cuando Odiseo le atravesó la garganta con una
lanza dá ndole muerte. Ante las quejas de los demá s, Odiseo respondió con amenazadoras palabras, y los
pretendientes temían ya por sus vidas. Se inició así una feroz lucha, con los numerosos pretendientes por
un lado y Odiseo, su hijo y dos fieles criados por otro. Melantio, infiel cabrero de Odiseo, consiguió armas
pero gracias a la ayuda de la diosa Atenea, todos aquellos que traicionarion a Odiseo iban muriendo uno
por uno. Los esclavos fueron colgados del cuello en el patio del palacio, mientras que Melantio era cortado
en pedazos para que los perros se lo comiesen. Odiseo mandó a su nodriza Euriclea a que hiciese fuego y
limpiase el patio con azufre. La esclava avisó a las mujeres que seguían siendo fiele al héroe, que llegaron y
abrazaron a su amo.
 CANTO XXIII. PENÉLOPE RECONOCE A ODISEO.
Después de matar a los pretendientes que se hospedaban desde hace tiempo en su casa, Odiseo, mandó a
los presentes que vistiesen sus mejores galas y bailasen, para que los vecinos no sospechasen lo ocurrido.
Con la ayuda de Euriclea, el héroe se presentó ante Penélope. Como el aspecto de Odiseo era distinto al que
Penélope conocía, que ademá s estaba casi convencida de que su amado esposo había muerto, el héroe no
era reconocido por ella. Entonces, Odiseo describió el lecho conyugal y có mo fue él mismo quién lo hizo
partiendo de un olivo. Penélope, convencida ya, abrazó a su marido, quien le narró todas sus aventuras.
Finalmente le contó que aú n tendría que hacer otro viaje antes de terminar su vida en una tranquila vejez.
 CANTO XXIV. EL PACTO.
Las almas de los muertos viajaban al Hades donde contaban lo ocurrido a Agamenó n y Aquiles,
compañ eros de Odiseo en la expedició n de los aqueos a Troya. Odiseo marchó a casa de su padre, Laertes,
que se encontraba trabajando en la huerta. El hombre se encontraba envejecido y apenado por la larga
ausencia de su hijo. Para ser reconocido, Odiseo le mostró la cicatriz del jabalí y recordó los á rboles que en
su infancia le regaló su padre.
Mientras, los familiares de los pretendientes asesinados se juntaron en una asamblea pidiendo venganza
por la muerte de los suyos. Odiseo, su hijo y su padre aceptaron el reto dando así comienzo a la lucha.
Laertes disparó una lanza que mató al padre de Antínoo. Pero en ese momento el enfrentamiento cesó :
intervino la diosa Atenea, que animaba a los itacenses a llegar a un pacto para poder vivir en paz durante
los añ os venideros.
TIRESIAS. ODISEO EN EL HADES.
En la mitología griega, Tiresias fue un adivino ciego de la ciudad de Tebas; fue uno de los dos adivinos má s
célebres de la mitología griega, pues el otro fue Calcas. Era hijo de Everes y la ninfa Cariclo y padre de dos
hijas, Manto y Dafne.
TIRESIAS EL ADIVINO
Tiresias era un adivino que aparecía en todos los fragmentos mitoló gicos relacionados con Tebas desde la
época de Cadmo hasta la expedició n de los Epígonos. Fue él quien aconsejó que se entregara el trono de la
ciudad al vencedor de la Esfinge y, má s tarde, sus revelaciones conducirían a Edipo a descubrir el misterio
sobre su nacimiento y sus involuntarios crímenes. 
Tiresias era ciego desde su juventud. Segú n las versiones, su ceguera fue causada por la diosa Atenea,
quien lo castigó por haberla sorprendido mientras se bañ aba. Sin embargo, existe otra versió n que
defendía que la diosa Hera fue quien lo condenó tras mediar en una disputa sobre el placer que tenía con
Zeus. Pero en ambos casos le fue concedido como compensació n el don de ver el futuro. 
En la ú ltima versió n, Tiresias sorprendió a dos serpientes apareá ndose, las separó y entonces Hera lo
convirtió en mujer. Siete añ os má s tarde, Tiresias volvió a ver a las serpientes en una situació n similar y
entonces la reina de los dioses le hizo recobrar su sexo. Esta experiencia ú nica hizo que Zeus y Hera
recurriesen a él como á rbitro en una discusió n sobre quién experimentaba má s placer sexual. Cuando
Tiresias afirmó que el hombre experimentaba una décima parte del placer que la mujer vivía, Hera,
indignada, lo castigó dejá ndolo ciego. Zeus, en cambio, le otorgó el don de la profecía y una larga vida.
El significado esencial de la figura de Tiresias residía en su papel de mediador: gracias a sus dotes
proféticas, mediaba entre dioses y hombres; por su condició n andró gina, lo hace entre hombres y mujeres;
y por la excepcional duració n de su vida, entre vivos y muertos. 
TIRESIAS EN LA ODISEA
A petició n de sus compañ eros, Odiseo expresó a la maga Circe su deseo de partir. Pero la hechicera le
aconsejó que antes de hacerse a la mar fuese al reino de Hades, el inframundo, para consultar al adivino
Tiresias.
Así pues se dirigió al reino de los muertos porque necesitaba saber todo lo concerniente a su regreso, la
situació n de Ítaca y sus otras posibles hazañ as. El héroe, siguiendo los consejos de Circe, cumplió las
libaciones y sacrificios necesarios para entrar en contacto con las almas de los difuntos. La sangre de las
víctimas sacrificadas, cayendo en el abismo, hizo subir del Hades las almas de los muertos que deseaban
ser interrogadas: só lo después de haber bebido podrían conversar con el héroe. La sombra de Tiresias
debía, sin embargo, beber la primera, como si dispusiese ademá s de una cierta preeminencia en el Hades.
En efecto, Tiresias fue presentado por Circe como "el ciego, que no ha perdido nada de su espíritu" (X, 492),
mientras que las otras almas eran consideradas como "las cabezas sin fuerza de los muertos" (XI, 28). En
fin, el adivino ciego era descrito "llevando un cetro de oro" (XI, 90), un símbolo del poder que le había sido
reconocido.
Beneficiá ndose así de ese favor excepcional, podía todavía decir lo que han resuelto los dioses y predecir a
Odiseo todas las trampas que le esperarían en su regreso a casa. Después de haber explicado la causa del
odio del dios de los mares Poseidó n, quien perseguía a Odiseo y sus compañ eros por haber cegado a su
hijo el Cíclope Poligemo, el adivino prodigó sus consejos: entre ellos, el de respetar a toda costa el ganado
del dios Helios. Por otro lado, anunció al héroe que la masacre de pretendientes que deshonraban su casa
no sería para él la ú ltima aventura, pues debería volver a partir hasta que encontrase una tribu que no
sepa la existencia del mar y hacer allí un sacrificio a Poseidó n.
LA ODISEA. EL REGRESO DE ODISEO.
Entre los cantos V y XII se narra la etapa llamada El Regreso de Odiseo, donde el héroe llega a la corte del
rey Alcínoo y narra todas sus aventuras desde que salió de la ciudad de Troya.
 CANTO V: ODISEO LLEGA A ESQUERIA DE LOS FEACIOS.
En una nueva asamblea de los dioses, Zeus tomó la decisió n de mandar al mensajero de los dioses, Hermes,
a la isla de Calipso para que ésta dejase marchar a Odiseo. La ninfa prometió al héroe de la guerra de Troya
la inmortalidad si se quedaba, pero el rey de Ítaca prefería salir de la isla y volver con su familia. Tardó
cuatro días en construir una balsa y emprendió el viaje al quinto día. Sin embargo, Poseidó n, el dios del
mar, hundió su embarcació n por estar enfadado con Odiseo desde que éste cegó a su hijo Polifemo. Pero la
nereida Leucó tea ayudó al héroe, dá ndole una manta con la que debía taparse el pecho y nadar hasta la isla
de los feacios.
 CANTO VI: ODISEO Y NAUSÍCAA.
Atenea visitó en un sueñ o a la princesa de Esqueria, Nausícaa, hija de Alcínoo; en él, la convenció para que
se hiciese cargo de sus responsabilidades como mujer en edad de casarse. Al despertar, Nausícaa pidió a su
padre, el rey, un carro con mulas para ir a lavar ropa al río. Mientras ella y sus esclavas descansaban y
otras jugaban, Odiseo despertó , las vio y pidió ayuda a la princesa. Nausícaa, impresionada por su forma
trabajada de hablar, acogió al héroe y le brindó alimentos. É l la siguió hacia la casa del rey y Nausícaa le
indicó có mo debía el héroe pedir a la reina hospitalidad: le señ aló un bosque consagrado a la diosa Atenea,
situado a las afueras de la ciudad, lugar donde podría descansar. Odiseo aprovechó la ocasió n para
implorar a la diosa que lo reciban y lo ayuden a llegar a su patria.
 CANTO VII. ODISEO EN EL PALACIO DE ALCÍNOO.
Guiado hasta allí por su protectora, Atenea, Odiseo fue recibido en palacio por el mismísimo rey de los
feacios, Alcinó . É ste lo invitó al banquete que estaba a punto de celebrarse y Odiseo contó todo lo acaecido
hasta ese momento, con lo que el soberano quedó gratamente impresionado y le ofrece la mano de su hija.
Sin embargo, el griego no aceptó , por lo que el rey cambia su ofrecimiento por ayudarlo a llegar a su isla.
 CANTO VIII. ODISEO AGASAJADO POR LOS FEACIOS.
Se celebró una fiesta en el palacio en honor del huésped, que aú n no se había presentado. Tras una
competició n de atletismo, en la que Odiseo asombra al pú blico con un gran lanzamiento de disco, comenzó
el banquete. El aedo Demó doco amenizó la comida con un canto sobre la mítica guerra de Troya. Y al
hablar del episodio del caballo, Odiseo rompió a llorar. El rey mandó al aedo que dejase de cantar y
preguntó al huésped sobre su verdadera identidad.
 CANTO IX. ODISEO CUENTA SUS AVENTURAS: LOS CICONES, LOS LOTÓ FAGOS Y LOS CÍCLOPES.
Odiseo se presentó como quién era, rey de Ítaca y comandante de un ejército aqueo, y comenzó a relatar
toda la historia desde que salió de la guerra. 
Contó como comienzo que destruyeron la ciudad de Ísmaro, donde se encontraban los Cicones, donde
perdió bastantes compañ eros. 
Má s tarde llegaron a la isla de los Lotó fagos. Allí, tres compañ eros que comieron la flor de loto perdieron el
deseo de regresar, por lo que tuvo que llevá rselos a la fuerza.
Posteriormente llegaron a la isla de los Cíclopes. En una caverna se encontraron con el hijo de Poseidó n,
Polifemo, que se comió a varios de los soldados que Odiseo dirigía. Estaban atrapados en aquella cueva,
pues estaba cerrada con una enorme piedra que les impedía salir a ellos y a su propio ganado. Odiseo,
armado de astucia, emborrachó con vino al gigante con un só lo ojo, mandó afilar un palo y lo cegaron
mientras éste dormía. Ya ciego y para asegurarse de que sus prisioneros no escapasen, el Cíclope tanteaba
el lomo de sus reses a medida que iban saliendo de la cueva para ir a pastar, pero cada uno de los marinos
iba agarrado al velló n de las ovejas, escondidos entre el vientre y las piernas.
 CANTO X. LA ISLA DE EOLO: EL PALACIO DE CIRCE, LA HECHICERA.
Odiseo siguió narrando có mo él y sus hombres viajaron hasta la isla de Eolo, dios de los vientos, quién
trató de ayudarles a viajar hasta sus hogares en Ítaca. Eolo entregó a Odiseo una bolsa de piel que contenía
todos los vientos del oeste. Pero, al acercarse a Ítaca, sus hombres, curiosos y desconfiados, decidieron ver
lo que había en la bolsa. Así pues, los vientos se escaparon, desencadenando una terrible tormenta que
hizo desaparecer la esperanza del regreso.
Tras seis días de navegació n sin rumbo, llegaron a la isla de los Lestrigones, gigantes antropó fagos que
devoraron a casi todos los compañ eros de Odiseo.
Huyendo atemorizados, llegaron a la isla de la hechicera Circe, quien dijo al héroe que para regresar a su
casa debería pasar por el país de los muertos. Al igual que la ninfa Calipso, Circe se enamoró de Odiseo,
pero no llegó a ser correspondida.
 CANTO XI. DESCENSO AL HADES.
Tras llegar al país de los Cimerios y realizar el sacrificio de varias ovejas, Odiseo visitó la morada del dios
de los muertos, Hades, para consultar al adivino Tiresias, quien le profetizó un difícil regreso a Ítaca. A su
encuentro salieron todos los espectros, quienes quisieron beber la sangre de los animales sacrificados.
Odiseo se la dio en primer lugar a Tiresias, luego a su madre, Anticlea, y también bebieron varias mujeres
destacadas y algunos combatientes que habían muerto en la guerra de Troya.
 CANTO XII. LAS SIRENAS, ESCILA Y CARIBDIS, LA ISLA DE HELIOS Y OGIGIA.
De nuevo en ruta, Odiseo y sus compañ eros consiguieron escapar de las Sirenas, cuyo canto hacía
enloquecer a quien las oyese. Para ello, Odiseo ordenó a sus hombres taparse los oídos con cera
exceptuá ndolo a él, quien mandó ser atado al má stil del barco. Escaparon también de las peligrosas
Caribdis y Escila.
Consiguieron llegar a Trinacria (Sicilia), la isla del Sol. Pese a las advertencias de no tocar el ganado del
dios Sol Helios, los compañ eros sacrificaron varias reses, lo que provocó la có lera de la divinidad. Al
hacerse de nuevo al mar, Zeus lanzó un rayo que destruyó y hundió la nave, y só lo sobrevivió Odiseo, que
llegó a la isla de Calipso, lugar donde se encontraba al principio de la historia.
LAS DIEZ SIBILAS
Los autores discrepaban sobre su nú mero, su nombre, su patria y su historia. Algunos fijaban su nú mero
en tres, otros en cuatro y otros contaban hasta diez. Los primeros escritores griegos só lo mencionaban a
una Sibila: se cree que se referían a la sibila llamada Heró fila, quien profetizó la guerra de Troya. Má s tarde
fueron surgiendo otras, siempre con su nombre de profedencia. La lista, como se ha dicho anteriormente,
llegaría hasta diez:
1. La Sibila de Samos.
2. La Sibila Heró fila de Troya.
3. La Sibila del Helesoponto.
4. La Sibila frigia.
5. La Sibila cimeria.
6. La Sibila délfica.
7. La Sibila de Cumas o cumana, la má s importantes de toda la mitología romana.
8. La Sibila libia.
9. La Sibila tiburtina.
10. La Sibila babiló nica o pérsica.
El primer autor griego del que existen referencias que hablase de la Sibila era Herá clito en el siglo V a.C.
Igualmente Plató n só lo hablaba de una Sibila. Con el tiempo el nú mero se incrementó a tres, diez o hasta
doce. En todos los caso, má s que por su nombre, que en realidad no poseían, se conocían por el gentilicio
del paraje donde moraban.
LA SIBILA DE CUMAS O CUMANA
La Sibila má s conocida era, sin duda, la de Cumas. Apolo, que sentía verdadero afecto por ella, prometió le
acceder a uno de sus ruegos si cesaba de mostrarse indiferente. Deifobea, tal era su nombre (otros la
llamaban Herofila, otros Demofila y otros desdobían a nuestra sibila en dos personas diferentes)
recogiendo un puñ ado de arena, le pidió poder vivir tantos añ os como granos que tenía en la mano. Su
deseo le fue satisfecho, pero después ella se burló del dios que tan crédulo había sido y huyó .
A su vez, Apolo se burló de ella porque se le había olvidado perdile la juventud al mismo tiempo que la
longevidad. Pasados treinta o cuarenta añ os sintió ella debilitarse; a su fresca lozanía sucedió una
espantosa demacració n, la senilidad hizo sus pasos tardos, su voz se fue apagando y la existencia se le hizo
una carga verdaderamente pesada.
Al llegar Eneas al Lacio fue a consultarla al Averno y ella fue quien lo introdujo en el Hades. Siendo ya de
edad muy avanzada, compuso y llevó misteriosamente a Roma, donde a aquella sazó n gobernaba Tarquino
el Soberbio, los libros poéticos llamados Sibilinos. Cubierta con un amplio velo, avanzó grave y con seguro
pie hasta el palacio del soberano y pidió que le fuese concedido poder hablar con él. Admitida a su
presencia, le mostró nueve manuscritos y exclamó : "Príncipe, quiero cobrar trescientas monedas de oro por
estas hojas en que se encierran los destinos de Roma". Tarquino sonrió al oír semejante proposició n y no se
dignó a contestar. Deifobea no se arredró por ello; arrojó al fuego tres de sus documentos y añ adió :
"Príncipe, no podréis pagar en lo que valen estos seis rollos: en ellos se hallan contenidos los destinos de
Roma". 
A esta nueva sú plica, el príncipe se encogió de hombros y la trató de extravagante. La Sibila no cambió de
tá ctica, quemó otros tres cuadernos y le comentaba de nuevo al monarca: "Rey de los romanos, nunca se
pagará bastante lo que queda de estos oráculos: pido que me paguéis por ellos trescientas monedas de oro".
Tarquino, después de dudar un momento, mudó de parecer, reunió a los grandes de su corte para
consultarlos, entregó a la vieja Sibila la suma pedida y recibió los precisos libros que constituían una
recopilació n de las predicciones hechas sobre los destinos del imperio romano.
Desde entonces nada que tuviera alguna importancia se emprendía en Roma sin consulta. En tiempo de
guerra, sedició n, peste o hambre, recurrían a los versos sibilinos, que quedaron constituidos en orá culo
permanente, respetado e infalible. Para atender a la conversació n de tales libros se había establecido
un collegium (colegio) de sacerdotes llamados quindecenviros y solamente ellos tenían derecho
interpretarlos.
Narra un mito que el senado romano había propuesto a Augusto la deificació n. El emperador, indeciso,
prefirió consultar a la Sibila Tiburtina para ser aconsejado. La sacerdotisa le anunció la futura llegada de
un niñ o que llegaría a ser el má s grande de los dioses. Ante esas palabras, el cielo se rasgó y apareció la
Virgen con el Niñ o Jesú s en sus brazos.

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