Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Descubrí a Paulo Leminski gracias a la recomendación del poeta Edgardo Dobry. Fue en una
presentación de la Colección Poesía de la Editorial Killer en la que Dobry —que en ese
momento era mi asesor en una estancia de investigación en la Universidad de Barcelona—
leería algunos poemas de Leminski, traducidos por Aníbal Cristobo. Desde el inicio, los
poemas del escritor brasileño me deslumbraron:
un día
uno iba a ser homero
la obra nada menos que una ilíada
después
las cosas complicándose
se podía ser un rimbaud
un ungaretti un fernando pessoa cualquiera
un lorca un éluard un ginsberg
al final
terminamos siendo el pequeño poeta de provincia
que siempre fuimos
detrás de tantas máscaras
que el tiempo trató como a flores
quería tanto
ser un poeta maldito
las masas sufriendo
mientras profundo medito
quería tanto
ser un poeta social
rostro quemado
por el aliento de las multitudes
en vez de eso
mírame aquí
poniéndole sal
a esta sopa rala
que mal alcanza para dos
Nada tengo
Nada me pueden quitar
Soy el exextraño,
el que vino sin ser llamado
y, gato, se fue
sin hacer ningún ruido.
día
dame
la sabiduría de caetano
nunca leer periódicos
la locura de glauber
tener siempre una cabeza cortada más
la furia de décio
nunca hacer versitos normales.
la maquina
engulle páginas
escupe poemas
engulle páginas
escupe propaganda
MAYÚSCULAS
minúsculas
la máquina
engulle papel calca
escupe copias
engulle poetas
escupe prosa
MINÚSCULAS
mayúsculas
Los poemas que más me gustan de Leminski son precisamente aquéllos en los que se
explora la tragedia del oficio de escribir, la fatalidad del poeta frente a la obra que no llega:
Al pie de la pluma
por ellas
cambió la vida
días luces madrugadas
hoy
cuando vuelve a casa
página en blanco y en brasa
allá se va
da de frente con la nada
con todo dentro
sale
Lapida 1
Epitafio para el cuerpo
Aquí yace un gran poeta.
Escrito nada dejó.
Este silencio, creo yo,
son sus obras completas.
Lapida 2
Epitafio para el alma