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Dormir, esperar o morir

De acuerdo con mi registro escrito, la noche del 10 al 11 de enero de 2022 tuve una pesadilla.
Apenas dos días antes había comenzado a registrar mis sueños por escrito. Un ejercicio terapéutico
que se me ocurrió mientras tomaba terapia psicoanalítica con un doctor que me acosaba al mismo
tiempo que me deba herramientas para defenderme, hasta que pude defenderme de él. Por otro lado,
mantengo una estricta higiene de sueño.
Me acosté alrededor de las once de la noche por ser el mejor horario para mí, en posición fetal sobre
mi costado derecho, la cabeza descansando en la almohada, con un cobertor extra doblado entre las
piernas para relajar la espalda, bajo mi sábana y cobija, también por tener comprobado que es la
mejor postura para mí y, sin embargo, resignado a que pasaría lo de siempre, a pesar de todo. Quedé
dormido sin dificultades como la mayoría de las noches, cansado como vivo. Después de un par de
horas de sueño, comencé a despertarme de súbito y cada vez más seguido, hasta que ya no pude
volver a dormir.
Con cada despertar cambié de posición como si mi cuerpo necesitara descansar de lo que sea que
estuviera haciendo o no dormido, respirar, por ejemplo. Además, en una de esas, me dieron ganas
de orinar. Tuve que incorporarme, buscar mis crocs, salir al pasillo, encandilarme con la luz de la
lámpara que se activa por movimiento, abrir la primera puerta de frente a mano izquierda, encender
la lámpara, pasar al baño, levantar la tapa y el asiento, etc. En esos momentos de incertidumbre
entre el sueño interrumpido y la vigilia forzada, no me miro al espejo ni me lavo las manos, no
quiero ver las secuelas, sentir el agua fría, perder tiempo que no pueda recuperar después. Solo
quiero volver a la cama. Me da miedo no volver a dormir.
Esa noche soñé por lo menos dos veces. Cuando creí que me quedaba despierto, vi mi celular para
cerciorarme de que no tuviera caso seguir intentando dormir. Si bien era muy temprano, ya no era
de madrugada y, condicionado como estaba por mi proyecto de registro de sueños, más ansioso de
lo común, di un salto de la cama al escritorio para vaciar en palabras con la mayor exactitud posible
el contenido de mis sueños. Anoté en una libreta las siguientes líneas:
Soñé que dormía en un cuarto con alguien que no se acostaba. Un cuarto que era mi cuarto
de acá [Ciudad de México], pero estaba cambiado, había un baño con plantas adentro y
parecía como una bodega. Me levantaba y recogía una cadena del otro hombre [aparecía un
hombre en mi sueño] que luego perdía de vista.
Luego me volví a acostar y veía el cuarto de baño (donde primero había visto [entrar] al
hombre) lleno de plantas. Sabía que era este cuarto por la cama y las proporciones, aunque
no tiene baño interior, y el piso de aquel era de concreto y había muchas cosas y polvo
como en una bodega.
[Desperté conscientemente y volví a quedar dormido] Luego soñé que me veía al espejo y
tenía la cara muy cansada y marcada con líneas de expresión, eso me angustiaba. Me vi
viejo.
Traducción lineal de mi pesadilla fragmentada, o pesadillas, en palabras sucesivas y fieles al
sentimiento de angustia, verosímiles, lo que me permite volver a la raíz de aquel sueño como lo hice
en terapia las dos sesiones posteriores con el doctor Alonso Marín, y lo estoy haciendo ahora,
menos solo y más consciente de mí mismo.
En el primer sueño o momento del sueño que registré, reconocía mi cuarto en la Escandón, mismo
que, cuando soñé, llevaba rentando hacía poco más de dos meses. Yo sabía que estaba en el cuarto
que rento en Ciudad de México no por lo que veía, sino porque sabía de antemano que eso era una
representación de mi cuarto, con la certeza de quien vive en un lugar de paso, en una ciudad ajena,
también de paso, con todo y que en el sueño parecía una bodega a oscuras, apenas iluminada como
por las luces encendidas de un coche al estacionarse frente a su destino, a través de alguna ventana
o cristal por donde pudiera colarse la luz. El lugar se sentía húmedo y probablemente no tenía luz
eléctrica, lo que ahora me hace pensar que también pude representarme un búnker abandonado,
aunque me sintiera en mi cuarto, no seguro, solo en el lugar en que busco el descanso.
Recostado en posición fetal, bajo mi sábana de algodón y cobija, como suelo quedarme dormido, en
el sueño tenía vista panorámica sin necesidad de moverme, aunque con puntos ciegos importantes,
por ejemplo, la puerta o el lugar por donde entraba la luz, que adivinaba a mi lado izquierdo, hacia
donde nunca volteé. No podía ver más que bultos cubiertos por lonas a mi lado derecho, hasta que
apareció cruzando la habitación de izquierda a derecha el hombre que refiero en el registro.
Lo primero que noté de él en la penumbra fue su camiseta interior blanca, ceñida al cuerpo, como
las que uso para dormir, pantalón que no alcance a distinguir, y una cadena tornasol con un dije de
crucifijo desproporcionado al cuello. Era delgado, pero estaba en forma, como yo, y se notaba que
iba al gimnasio por el estómago plano y el ancho de los hombros. Aunque se veía lampiño del
pecho a través de la camiseta, usaba barba, que le crecía mejor que a mí. Un mes antes que estuve
en Culiacán me la había dejado crecer para descansar de los rastrillos y, a pesar del incipiente
resultado, me reconocí en esa barba. De alguna forma, sin moverme, veía a ese hombre que parecía
estar en su habitación preparándose para dormir, lo que inmediatamente me produjo ansiedad
porque era otro hombre que iba a acostarse en la misma cama que yo, matrimonial, tanto en el
sueño como en la vigilia.
Todo el rato que lo vi me hice el dormido, no obstante el deseo que sentía deslizándose al interior
mi cuerpo inmóvil ante la presencia temida, ¿mas deseada?, de otro hombre. Él, por su parte, no
parecía advertir mi presencia mientras se preparaba para dormir. Luego entró al baño, aunque en la
vigilia no tengo baño en mi cuarto. Sin darme la cuenta, la luz proveniente del exterior había
cambiado, era más brillante y bañaba todo el frente de la habitación, como si hubiera amanecido.
Entonces me percaté de su cadena tirada en el suelo. Me levanté y fui por ella descalzo. Tanto el
suelo de concreto como la repisa que no había visto, estaban llenos de polvo. Recogí la cadena. Era
demasiado fina para ser convencionalmente de hombre. De repente, me sentí abandonado.
En su momento, el doctor Marín me dijo que la cadena que vi en mi sueño representaba lo
femenino, para el caso los brillantes, y lo masculino, el crucifijo, partes que conforman a todo ser
humano. Sin estar convencido, yo la había asociado al gusto de los buchones de mi tierra. Una
semana después del sueño, leyendo poesía de Mayakovski en traducción al castellano, se me reveló
su sentido. Lo que me llamó la atención en el sueño y no pude explicar en terapia, fue que en el
sueño esas dos partes, si bien conformaban una cadena, no estaban en armonía, sino opuestas entre
sí.
De regreso al sueño, con la cadena en la mano, volteé hacia donde había visto entrar al hombre. La
puerta del baño que me había figurado ya no estaba. Vi directo en las plantas que emergían del
estrecho de un cuarto de paredes blancas, como una jungla bañada en una luz infrarroja que volvía
azules las paredes, hinchadas por la humedad, y oscurecía las plantas, de hojas grandes,
inmaculadas, como de invernadero o laboratorio clandestino. Lo unheimlich u omomiso. Plantas
mordiendo mi pupila, que habrían corrompido lo que pudo ser un baño, devorando todo desde la
raíz que no dejaba ni siquiera ver el suelo, lo que había estado allí y lo que hubiera entrado o, más
bien, plantas que ahora revelaban la verdadera naturaleza del cuarto.
Cuando mi entonces terapeuta, después de contarle el sueño, me preguntó qué pensaba yo de este,
dudé por un segundo video su barba a través de la videollamada. Había soñado con él antes, pero
nunca le dije por temor a que le incomodara o, peor aún, le diera alas, que no le hacían falta. Creo
que él también dudó cuando le dije que la barba de aquel hombre que se parecía a mí era más espesa
que la mía, como la suya. Pudo ser una transferencia, pero, en esa ocasión, no era su barba, ni era él.
Luego recordé al chico que conocí en Puebla, con quien viví un par de semanas, quien me ayudó a
terminar una relación, si bien no de la mejor manera, de la única que fue posible. Él también usaba
una cadena al cuello, aunque nada que ver, estilo cubano, y el baño como el resto de su
departamento estaba lleno de plantas. Cuando recordé esto último no pude evitar hacer sentido del
sueño y predisponerme a aceptar la explicación del doctor, que retomó desde este punto.
El significado que extrajo de mi narración es que mi inconsciente, representado en la función
higiénica que cumplen los baños, habría desechado al hombre de mi sueño como si de mierda se
tratase, ruborizado. Muy conveniente para él, que se me insinuaba desde hacía meses, incluso antes
de que yo resolviera qué quería con este chico, sin importarle que por entonces y, en efecto,
desaparecía de mi vida, no como una excrecencia, sino como una parte cedida de mi corazón, que
después de ofrecerle mi amistad, no quiso estar. Tal vez quiso humillarme, como tantos otros
hombres homofóbicos que quieren los gais aflojemos. Algo que no toleré.
Sin que me diera cuenta y antes incluso del cambio de iluminación de vuelta en el sueño, cuando
recién apareció el hombre en el cuarto, este se transformaba. Ya no había bultos cubiertos por lonas,
ya no tenía miedo de aquel lugar, que se parecía más mi cuarto, sino del hombre que se preparaba,
mas no se acostaba conmigo, sin darme cuenta del imposible ya que no solo se parecía a mí, ese
hombre era yo. Horrorizado, desperté.
Cuando volví a entrar al sueño, sentí como si hubiera sido un instante que olvidé comentar en
terapia. Soñé que me veía al espejo, por accidente, pasando por ahí nada más, con el rostro
desfigurado por las arrugas, atrozmente envejecido. Morí por última vez esa noche y desperté a mi
pesadilla.

Valentín Eduardo
04 de septiembre de 2022, Ciudad de México

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