Está en la página 1de 17

El ejercicio profesional del abogado: obligaciones, responsabilidad, rubros resarcibles

y sanciones

Por Juan Francisco González Freire(*)

I.- Reseña introductoria


En base a los estudios efectuados oportunamente de la vigente normativa que atiende en
forma general el ejercicio profesional liberal1, en el presente artículo se desarrollará la
responsabilidad del abogado, producto del ejercicio de la profesión. La misma comprenderá
un estudio no solo sobre sus derechos, sino también sobre las obligaciones que el
profesional tiene a su cargo, como consecuencia de las imposiciones legales que surgen de
la normativa de fondo, de los códigos procedimentales y de la ética profesional;
destacándose a ésta última bajo el lineamiento ilustrativo de la Ley 23.187, -
correspondiente con la matriculación del Colegio Público de Abogados de la Capital
Federal- siendo potestad de cada Colegiación la disposición de sus normas aplicables2.
A continuación, se motivará un análisis hacia la actual temática, resaltándose la normativa
general aplicable, los derechos y el deber abogadil, las sanciones procesales y el encuadre
legal hacia la configuración de la responsabilidad civil junto con los rubros resarcibles y
pronunciamientos judiciales.

II.- Encuadre legal regulado hacia la responsabilidad profesional genérica


Cuando hablamos de la responsabilidad civil del profesional liberal, debemos acudir
ineludiblemente a los términos establecidos en el artículo 1768 del Código Civil y
Comercial. Ello es así, debido a que hasta el momento el Legislador no ha sabido
diferenciar ninguna particularidad en cuanto a la exigencia de una aplicación legal
diferenciada para cada tipo de actividad profesional, rigiéndose por medio de una norma de
concentración jurídica genérica. De allí que, ante la aplicación de lo dispuesto en el
mencionado artículo 17683, la conducta de cada profesional deberá analizarse bajo lo
contemplado en el artículo 17254, en función de la configuración los presupuestos legales
de la responsabilidad civil común, como lo son la relación de causalidad (art. 1726); la
antijuridicidad (art. 1717), el factor de atribución (arts. 1722 y 1724); y el daño (arts. 1716
y 1737); más allá de la existencia de alguna responsabilidad objetiva en virtud del resultado
previsto en la obligación preexistente (art. 1723), o por posicionarse frente a una
imposición legal de seguridad, garantía, o vicio de la cosa que se sirve (arts. 1723; 1757 y
de lo que a ésta última derive, como por ejemplo, los arts. 1759 y 1769); o bien por la
condición especial del agente, o de las circunstancias que ameriten invertir la carga de la
prueba (cfr. arts. 1760, 1761, 1762, 1763 y 1767, del CCCN).
De allí que deviene relevante el análisis del reproche endilgado a cada profesional en
particular, siendo que a éstos se les exige más que haber incurrido en una culpa común,
superando la conducta que debe desplegar un buen padre de familia. En efecto, no refiere
ser un tema menor el hecho de que una norma abarque la totalidad de las responsabilidades
de los profesionales, habida cuenta de que cada una de ellas exige comportamientos
diferentes, superando el deber de diligencia que le es exigible al hombre común. Es por ello
que las diferencias que rigen en materia de culpabilidad, sea ésta derivada del acto común,
como del acto profesional conllevan la necesidad de analizarse bajo parámetros distintos.
Teniendo en cuenta entonces, que la denominada "culpa común" es aquella en que puede
incurrir cualquier persona, mientras que la "culpa profesional" es la que incurre una persona
que desarrolla el ejercicio profesional faltando a los deberes especiales que éste impone; “la
construcción del distingo no responde a un criterio simplista, como si dijéramos que se trata
de una sola culpa –imprudencia, negligencia o impericia– juzgada sobre la base de un
mismo parámetro, en el que la única diferencia estriba en juzgar, en un caso, el obrar de un
ciudadano cualquiera y, en el otro, el de un ciudadano profesional. No se trata de eso. "La
distinción encierra un afán tuitivo, ya aludido, y apunta a juzgar con benevolencia el
quehacer profesional, atendiendo a una serie de razones, que se juzgan decisivas"5.
Finalizando el punto, y a pesar de no encontrarse regulada la responsabilidad profesional
liberal en forma particular, ésta recae en la aplicación conjunta de los arts. 1724 y 1725,
valorando la conducta del profesional en función de una responsabilidad subjetiva. Así se
dijo, que “…en el derecho argentino la culpa se aprecia en concreto, pero con una
comparación con un modelo ideal o abstracto, es decir que se trata de una apreciación
mixta, en parte concreta, en parte abstracta; este proceder apreciativo surge sin dificultad
del doblete –anteriormente de la triada o trípode que conformaban los arts. 512, 902 y 909,
CC– que ahora componen los arts. 1724 y 1725 del CCCN que juegan juntos en esta
materia"6.

III.- Análisis de las distintas clases de obligaciones que configuran la responsabilidad


del abogado.
En atención a lo expuesto en el punto que antecede, al hablar de la responsabilidad del
abogado (cfr. art. 1768, CCCN), la valoración de la conducta puesta de manifiesto en su
actuar profesional (art. 1725) juega un papel esencial. Remontándonos a lo que establecía el
derogado art. 512 del Código de Vélez, deberá siempre ponderarse la definición de culpa en
cuanto a las circunstancias que correspondiesen a la persona, tiempo y lugar7 (hoy, art. 1724
del Código Civil y Comercial); pues es en base a ello que se le imputará el alcance de la
reparación de las consecuencias jurídicas por su actuación. La confianza depositada, la
naturaleza de la obligación, y la condición especial por la cual se contrata al profesional
condicionan inexorablemente la suerte de quién resulte posicionarse frente a un reproche
susceptible de reparación (cfr. arts. 1716 y 1737).

Asimismo, para establecerse el alcance de la responsabilidad obligacional, debe analizarse


si el abogado se encuentra frente al encargo de una obligación de medios, o una obligación
de resultado. Para ello se debe recurrir a lo establecido por el codificador en las
obligaciones de hacer, cuya definición se encuentra plasmada en el art. 7738; surgiendo de
manera diferenciada mediante el art. 774. En efecto, éste último artículo menciona en su
primer inciso que la prestación de un servicio sin procurarle un resultado concreto al
acreedor configura una obligación de medios, mientras que en el inciso siguiente, al
procurar arribar a un determinado quehacer o logro, la obligación pasa a ser de resultado.

Ahora bien, el presente artículo 774 ha suscitado en gran parte de la Doctrina el


cuestionamiento de que la mención del mismo se encuentra erróneamente conformada,
prestándose a confusión. Ello ocurre puntualmente al señalarse las palabras “independencia
de su eficacia” como “resultado eficaz prometido”, ya sea tanto en el inciso b), como en el
inciso c) -primer párrafo- de la norma. Considero que bien el texto global que encierra el
artículo 7749 no resulta ser del todo feliz en su lectura, la confusión se encuentra zanjada
mediante la aclaración de los artículos 1251 y 1252 del ordenamiento10. En efecto, siendo
éstas dos últimas normas las que diferencian la prestación de un servicio de la realización
de un hecho, la “eficacia” del resultado obligacional que se cuestiona encuentra reparo en
las locaciones de obra donde se materializa la entrega de la cosa (de conformidad con el
segundo párrafo del inc. c) del art. 774). Y qué mejor ejemplo que el aludido por Lorenzetti,
cuando ilustra la necesidad de contratar el servicio de un disk jockey para pasar música en
un casamiento (donde la prestación de servicios se extingue en sí mismo), junto al encargo
de un traje de novias (locación de obra) debido a que el traje de novia no dependerá más de
los servicios contratados, pudiendo el acreedor reproducir sus efectos con independencia de
la eficacia, es decir, volver a utilizar aquello que fuera materia obligacional bajo eficacia
del servicio del sujeto obligado. Considero entonces que la confusa narración del inc. b) del
art. 774 –en cuanto a procurar un resultado con “independencia de su eficacia” significa
que no se trata de hacer entrega de una cosa, ni que el resultado dependa exclusivamente
del deudor; sino de una prestación de servicios que se extinguen en sí mismo, pero
procurando un resultado cuya diligencia prestacional supera a la requerida en las
obligaciones de medios. Ejemplo de ello es el abogado que actúa como letrado apoderado,
procurando un resultado característico y/o propio de la parte, desempeñándose como tal
ante todos los actos del proceso.

Y lo hasta aquí debatido no resulta ser un tema menor, pues del tipo de obligación que se
trate (es decir, del grado de diligencia exigible) surge el posicionamiento probatorio de los
justiciables. Consecuentemente ello determinará si estamos frente a un deber de resarcir
con un actor de atribución subjetivo o ante una responsabilidad objetiva"11; cuestión esta
que resulta imprescindible en razón de la inversión de la carga de la prueba y los eximentes
de responsabilidad operables en materia de responsabilidad12.

IV.- Las obligaciones de medios y las obligaciones de resultado analizadas desde la


jurisprudencia.
Según sea la clase de obligación asumida por el profesional (cfr. art. 774, incisos a y b), el
deber de diligencia acarrea responsabilidades diferentes. No obstante, ello, la evolución de
los pronunciamientos judiciales cada vez impone un mayor grado de diligencia ante la mera
confección de escritos y/o actos procesales cuando el abogado actúa como patrocinante; sin
perjuicio de que la obligación de resultado consolida y compromete aún más su actuación
profesional.
La culpa profesional (en este caso, del abogado) es analizada desde la jurisprudencia desde
una perspectiva mucho más rigurosa que la considerada culpa común. En pos de lo
establecido en el artículo 1725, “Cuanto mayor sea el deber de obrar con prudencia y pleno
conocimiento de las cosas, mayor es la diligencia exigible al agente y la valoración de la
previsibilidad de las consecuencias”, la culpa del abogado conlleva un juzgamiento que
supera la exigencia del hombre medio, en cuanto al deber de comportarse y desenvolverse
como “un buen padre de familia”. Así, por ejemplo, “En el ámbito de la responsabilidad
profesional, la diligencia esperable en el cumplimiento de las obligaciones contraídas
excede a la que se le exigiría a un buen padre de familia”13. “Según el art. 902, del cód. civil
(hoy art. 1725, CCCN) debe aplicarse un criterio incluso más estricto en relación con la
evaluación de la culpa de los profesionales, frente al profano que requiere de sus servicios
precisamente en atención a la calidad científica o técnica de los mismos, todo lo cual es
aplicable al abogado…”14. En cuanto a la necesidad de la consagración de los presupuestos
de la responsabilidad, se señaló “Para determinar la responsabilidad profesional del
abogado es necesario que se cumplan los presupuestos de esa responsabilidad, cuales son la
antijuridicidad, el factor de atribución a título de culpa, el daño y la relación de causalidad.
El deudor se libera si demuestra que asumió todas las diligencias posibles”15.-
En cuanto a las obligaciones de medios, la jurisprudencia se reiterado en modo
prácticamente pacífico, que “La circunstancia de que no se haya conferido mandato al
abogado no excluye su responsabilidad por los errores cometidos en la tramitación del
juicio, si ellos manifiestan una negligencia inexcusable o un injustificado desconocimiento
de las reglas procesales…”16. En complemento con ello, “la obligación del abogado en la
defensa de su cliente es una obligación de medios y no de resultado. el profesional no
asegura a su patrocinado el éxito en el proceso, sino sencillamente emplear por su parte los
recursos conducentes a ese triunfo…”17; “nos encontramos frente a una obligación de
medios, de fuente contractual en la que el deudor se compromete a poner de su parte, los
medios razonablemente conducentes a la obtención de un resultado; por lo que, se logre o
no el mismo, queda exento de toda responsabilidad, si cumplió empleando todos sus
conocimientos, aptitud, diligencia, etc., es decir, poniendo de su parte todos los medios
idóneos y aptos en procura de aquella finalidad”18.
En cuanto a las obligaciones de resultado, la jurisprudencia en cambio sostiene que la
prueba de demostrar haber actuado con la debida prudencia y diligencia profesional
quedará en cabeza del abogado, al igual que demostrar la interrupción del nexo causal, ya
sea por el hecho del damnificado (art. 1729), el hecho de un tercero por quién no debe
responder (art. 1731), o el caso fortuito (art. 1730). Así, por ejemplo, se destaca que el
abogado no solo debe prestar la debida diligencia que la profesión requiere, sino también la
imposición de la carga de la prueba. Con respecto a ello, los pronunciamientos judiciales
sostienen “son deberes de resultado a cargo del abogado (…) razón por la que se lo tiene
por responsable de los daños que se deriven de la omisión, sin necesidad de la prueba de su
culpa…”19.
En el sentido señalado, “cuando el profesional asume el papel de apoderado, se encuentra
obligado a una prestación de resultado (…). en consecuencia, si los actos procesales se
precluyeron por el no ejercicio en término de aquellos y quedó clausurada la etapa
respectiva, no es necesario probar la culpa del abogado, sino que basta con la objetiva
frustración del resultado esperado”20; “el abogado que actúa como mandatario judicial está
obligado a una prestación de resultado en cuanto a los actos procesales que debe cumplir
específicamente, es decir, a ofrecer la prueba, a diligenciarla, a contestar los traslados y
vistas, etcétera”21; “en el papel de apoderado, el abogado se encuentra obligado a una
prestación de “resultado”, en relación con los actos procesales de su específica
incumbencia, tales como: suscribir y presentar los escritos correspondientes, asistir a las
audiencias que se celebren, interponer los recursos contra toda resolución adversa a su
parte, y en general, activar el procedimiento en las formas prescriptas por la ley”22.
Por último, y en relación con la exoneración, “la responsabilidad del abogado no surge si
acredita que el daño proviene de un factor que rompió el nexo adecuado de causalidad,
entre ellos, culpa de la víctima, el hecho del tercero por quién no debe responder, el caso
fortuito o la fuerza mayor (…). la parte es lega y, por lo tanto, el abogado debe demostrar
que la labor no pudo ser realizada por obstáculos imputables a la parte”23.
Sin perjuicio de ello, también han existido fallos y/o posturas encontradas con respecto al
endilgue de la responsabilidad profesional, dónde –por ejemplo– distintas Salas del fuero
Civil Nacional han señalado fundamentos diferentes. Al respecto, “el abogado no debe
limitarse a consignar en los escritos judiciales los hechos que le indican sus clientes, sino
que es su obligación examinar su verosimilitud, como asimismo apreciar la viabilidad de un
incidente antes de articularlo, pues su obligación es impulsar el procedimiento con un doble
carácter ético y profesional; el primero incide sobre la dignidad del letrado y el segundo,
sobre su responsabilidad”24; lo que, a contrario sensu,“no puede llevarse la responsabilidad
del abogado al límite extremo de hacerlo cargar con toda la veracidad en los planteos de su
patrocinado, pues no puede exigírsele que se transforme en un investigador exhaustivo de
los hechos que aquel le narra y que, generalmente, no son de su conocimiento personal.
Sólo en hipótesis en que exista certeza de que conocía la falsedad o inexistencia de los
hechos decisivos, y siempre que las circunstancias demuestren que la inconducta es
compartida con su cliente, podrá ser pasible de una responsabilidad conjunta”25; a lo que se
le suma, “si bien el letrado no es responsable de las manifestaciones realizadas por su
cliente, en ciertas y determinadas circunstancias en que los hechos alegados son de fácil
comprobación y la naturaleza del pleito autoriza a presumir su falsa invocación con el único
objeto de dilatar el juicio, es indudable la obligación que tiene de investigarlos antes de
suscribir el escrito que los contiene, o bien debe expresar claramente que a tales supuestos
fácticos se los anuncia bajo exclusiva responsabilidad del cliente”26.

V.- Consecuencias jurídicas resarcibles por mal desempeño profesional – rubros


indemnizables.
Con respecto a los rubros resarcibles, la mala praxis abogadil impone y resalta un análisis
distinto de la cuantificación derivada de la reparación económica por culpa común. Si bien
la responsabilidad del abogado (ya sea ante obligaciones de medios o de resultado) es
susceptible de resarcimiento a favor de quién era su cliente, éste conlleva un estudio que no
depende tanto de cómo se desplegara la pretensión jurídica, sino de la suerte que éste
tendría al finalizar el pleito. Así, por ejemplo, la reparación del daño no va a estar dada por
la suma pretendida en el juicio dónde se cuestiona la praxis del abogado, sino la pérdida de
chance con la que el cliente se queda debido a la frustración de la demanda. Así, por
ejemplo, se sostuvo “la actuación negligente del letrado que no hizo comparecer al testigo
en tiempo oportuno, que no ofreció y acompañó la causa penal que dio lugar al ilícito o que
no expresó los agravios, es susceptible de ocasionar una pérdida de chance de obtener un
pronunciamiento favorable para el cliente”27; “la frustración de un negocio jurídico por
defecto de asesoramiento legal o por la pérdida de un juicio en razón de omisiones
atribuibles a errores o negligencia del profesional, configura la pérdida de una posibilidad,
es decir, de una chance que merece indemnización”28; “la indemnización… no puede
consistir –como lo pretenden los actores– en los importes que se hubieran reclamado de
haberse iniciado el proceso”29.
Es decir entonces, que la pérdida de chance se entrelaza lisa y llanamente con el éxito que
conlleva la demanda, poniéndose especial énfasis –dentro de esa probabilidad – si existen la
posibilidad de poner iniciar nuevamente el pleito, o realizar ese acto procesal que frustró la
pretensión original del actor. En relación a ello, se sostiene “la valuación de la chance ha de
consistir entonces en la realización del cálculo de las probabilidades que tenían los actores
de ganar el juicio…”30; como también, “si el proceso concluyó en la perención de instancia
por la desatención del abogado patrocinante de la actora, el resarcimiento ha de consistir en
la pérdida de la chance en sí misma, la cual importa la frustración de una probabilidad en la
que conviven elementos de certeza e incertidumbre”31; “si las posibilidades de éxito de un
juicio dónde se declaró la perención de la instancia eran muy remotas, no corresponde
acordar a la actora ninguna indemnización, toda vez que en última instancia el daño que el
comportamiento de su abogado le ha causado sería puramente eventual o hipotético”32.-
En cuanto al resarcimiento del daño moral, y si bien éste se relaciona con el menoscabo
espiritual, angustia y/o aflicción en la persona que lo padece, en el caso que nos ocupa debe
saberse diferenciar entre el detrimento original y el ocasionado por el mal desempeño
profesional. Es decir, poder diversificar o distinguir la dolencia que el cliente manifestó y
reclamó en la demanda de origen, con la producida por el abogado que frustró su derecho al
resarcimiento. Así, por ejemplo, se sostuvo “el daño moral que se otorga no lo es por la
muerte de su hijo, sino por el incumplimiento de sus obligaciones por parte de sus
letrados”33.
En cuanto al presente rubro –daño moral– el mismo se aplica mayoritariamente en forma
restrictiva, requiriéndose para su viabilidad la existencia de un contexto o contendido de
confianza depositado en el abogado que provoque un quebranto que pueda distinguirse de
las inquietudes y/o los considerados disgustos comunes. A tal efecto, “… solo basta señalar
que el contrato que ligaba a las partes tenía un alto contenido de confianza, habiéndose
encomendado al abogado derechos alimentarios, pero también con características
reparadoras ante la pérdida de empleo y una posible y prometida reincorporación al
mismo”34; caso contrario, “No hay que identificar el daño moral con cualquier molestia,
porque con ello todo hecho negativo (por insignificante que fuere) o todo contratiempo
podría ser causante de daño moral. No es ese el sentido de la Ley. Debe exigirse un
acontecer de entidad razonable para producirlo. Por lo tanto, no alcanza para fundar una
condena de éste carácter el compulsar los hechos en que se vio protagonista la actora, de
una situación, que si bien originó desagrado, molestias y angustias, ese estado de ánimo es
consecuente y forma parte de los riesgos que se corren constantemente en la vida cotidiana
y no tiene intensidad necesaria para configurar daño moral”35. A mayor abundamiento, “…
Parece razonable pensar que el tomar conocimiento de la deficiente actuación de su
abogada pueda haber generado en el actor fastidio, disgusto o un justificado enojo, pero
entre éstos estados de ánimo, desagradables si se quiere, y una modificación o alteración
espiritual que afecte el equilibrio emocional de la víctima y pueda ser considerado un daño
moral indemnizable, media una considerable distancia”36.
Continuando con el análisis del presente rubro, la jurisprudencia -en cambio- ha señalado la
viabilidad del resarcimiento del daño moral en los que a modo ilustrativo se resaltan
mediante los siguientes supuestos: “Existe lesión en los sentimientos o afecciones legítimas
de las partes en juicio, cuando la negligente actuación del letrado impidió obtener una
sentencia definitiva que probablemente hubiera sido favorable a sus intereses”37; “Debe el
abogado responder pecuniariamente frente al actor a título de daño moral, porque el hecho
de haber esperado seis largos años para resultar luego sorprendido por la caducidad de la
instancia ha debido producir profundas consecuencias en su fuero interno y en sus más
íntimas convicciones”38; “Debe responder por el daño moral el abogado que permitió se
decretara la caducidad de la instancia en los juicios en que actuaba, pues el mismo se
sustenta en la pérdida de tiempo y expectativa en los juicios que no concluyeron
adecuadamente”39; y por último, “Más allá de las consecuencias económicas, la actitud del
letrado demandado, el engaño sobre el estado del trámite del juicio laboral, la descripción y
la ira por la situación que le tocó vivir al actor, son motivos suficientes para admitir el
reclamo por daño moral”40.
Por lo visto existen posturas jurisdiccionales encontradas, más allá de que la reparación del
daño moral implique la existencia de un detrimento espiritual que supere la condición de
ser una “simple molestia”.
En cuanto a las erogaciones efectuadas por el cliente (considerado como daño emergente, o
los que debe afrontar en lo sucesivo, producto de la desidia profesional), tales como el pago
de la tasa de justicia, los honorarios de peritos y demás profesionales que intervengan en el
proceso, deberán ser reintegrados por quién haya propinado el reproche. Ya no se habla
entonces de una pérdida de chance, ni de un daño moral, sino de los gastos afrontados por
el cliente. Ahora bien, más allá de los rubros hasta aquí analizados, cabe tener presente que
sobre el abogado –que resulte responsable y civilmente condenado– no debe imponérsele el
monto original reclamado en la demanda por la cual termina siendo demandado, como
cuantía resarcitoria a favor de su cliente. Ello es así, pues “…el valor de la suma reclamada
en el juicio perdido por desidia del letrado solo tiene importancia indiciaria, pues aquí solo
debe resarcirse la lesión inferida por la pérdida de tal probabilidad”41; atento a que “si bien
la pérdida del juicio por omisión imputable al abogado representa un daño cierto, la
indemnización no puede consistir en la suma reclamada en la demanda, toda vez que, por
depender en alguna medida de circunstancias ajenas al abogado, no puede saberse a ciencia
cierta si la sentencia hubiera reconocido la totalidad de lo reclamado”42.

V.- Las sanciones impuestas por los códigos procesales y en el ejercicio de la matrícula
(ética profesional)
El abogado que ha incurrido en mala praxis debe responder por las consecuencias jurídicas
que genere el hecho o la conducta que termina siendo contraria a los intereses de su cliente.
Pero no solo existe como sanción una condena pecuniaria; es decir, aquella decisión
judicial que le impone el deber de resarcir el daño; sino que también podrá ser pasible de
otras sanciones. Ellas son, por ejemplo, las que enumeran los Códigos de Procedimiento43,
o bien el Tribunal de disciplina del Colegio donde tenga registrada su matriculación 44.
En cuanto a las sanciones que establece –por ejemplo– el Código Procesal Civil y
Comercial de la Nación, el mismo le impone al abogado distintas costas o multas producto
de su proceder. Entre ellas se pueden destacar las que dispone el art. 45 (temeridad y
malicia), el art. 52 (costas al abogado), el art. 37 (sanciones conminatorias en función de los
arts. 49 y 50); el art. 130 (multa por pérdida de expediente), y el art. 72 (por pluspetición
inexcusable). Cabe preguntarse si la imposición de multas o costas (que establece, por
ejemplo, el art. 52) no resultan ser disparadores de una futura acción por daños y perjuicios,
cuando de la propia letra del artículo se hace referencia a la responsabilidad civil o criminal
que “sin perjuicio pudiese corresponder”. Entendemos que sí, siempre y cuando el pago que
señala la citada manda no satisfaga el perjuicio causado por el mandatario, y/o letrado
patrocinante; pues en el caso de que así sea, el daño deja de serlo, producto de no
configurarse uno de los presupuestos legales exigibles de la responsabilidad civil, como lo
es el daño cierto (art. 1716 y 1737 del Código Civil y Comercial vigente).
En cuanto a las sanciones que se relacionan con el ejercicio profesional (la Ética
profesional), cada Colegiación dispone de normativa propia que reprueba la conducta del
abogado. A sus efectos bien puede señalarse los deberes a cargo del abogado por medio de
la Ley 23.187, o la Ley 517745 (correspondiente a los Colegios de Abogados de la Capital
Federal y la Provincia de Buenos Aires, respectivamente), siendo éstas de aplicación para la
dignidad y el decoro en el ejercicio de la profesión; sin perjuicio de que la misma
Colegiación tutela los derechos para su desempeño46. Y que si bien en éste puntual caso la
conducta del abogado no surge taxativamente de un expediente judicial, tanto los deberes y
prohibiciones, como las exigencias que imperan en el marco del ejercicio profesional 47
conllevan la misma importancia (o aún más) que el reproche civilmente pasible de
resarcimiento.-
Con respecto a la imposición de sanciones en distintos escenarios, como lo es, la aplicación
de multas y/o costas establecidas en los Códigos procesales, y las que la Colegiación
dispone en su normativa relacionada con el ejercicio profesional48, existen contrastes
jurisprudenciales que con el tiempo han ido inclinándose a favor de que la conducta del
abogado pueda verse juzgada en ambas instancias. A punto tal, que si bien se sostuvo que
“no existe diferencia ontológica alguna entre las infracciones del art. 34, incs. 5, d), y 6, del
código procesal con las descriptas en los arts. 14 y 22 del código de ética del colegio
público de abogados de la capital federal, por lo que el tribunal de disciplina se excedió en
sus facultades imponiendo una sanción a quién ya había sido sancionado por el juez de la
causa…”49, la mayoría resulta apoyar la tesitura contraria, en cuanto a que “el tribunal de
disciplina del Colegio Público de Abogados puede sancionar la conducta dilatoria y
obstruccionista del abogado, aunque el juez de la causa le haya impuesto una multa por
haber incurrido en temeridad y malicia (art. 45, CPCC)“50.
Entre los casos más comunes que los abogados incurren en mala praxis profesional, se
encuentran: La caducidad de instancia (de cualquier instancia, incluyendo los incidentes y
medidas cautelares): el rechazo de demanda fundada en algún supuesto de excepción previa
(ej.: prescripción); el acuse de negligencia probatoria (cfr. art. 384 CPCCN); el
incumplimiento de rendición de cuentas y entrega (representación del cliente); los actos
procesales como: no apelar (arts. 242 CPCCN), no contestar las vistas y traslados (art. 150
CPCCN) – incurrir en pluspetición inexcusable (art. 72 CPCCN) rechazándose el beneficio
de litigar sin gastos (art. 81, 2 párrafo, CPCCN) y la falta de renovación de medidas
cautelares; entre otros. También existen casos donde si bien no existe un imperativo legal
hacia el desempeño del abogado, queda a criterio de los Tribunales (civiles y de disciplina)
el alcance de la responsabilidad, según las circunstancias de la causa. Ello surge cuando del
texto de la norma surge “puede” y no “debe”, (ej.: la impugnación de pericias –art. 477–y
los alegatos –art. 482 CPCCN).

VI.- LA RESPONSABILIDAD DEL ABOGADO CUANDO MEDIA “RELACIÓN DE


DEPENDENCIA”.

Mientras el abogado –como profesional– se desempeñe a título personal51, la


responsabilidad civil será directa (art. 1749), debiendo recurrir a la invocación del art.
1768, en función de los arts. 1725 y 1724; a no ser que la asistencia letrada recaiga en más
de un profesional, o que detrás del abogado exista una estructura de poder, dirección y/o
mando, que lo posicione como “dependiente del principal” (cfr. art. 1753, CCCN).-
Tratándose de éste último supuesto, se trata de una responsabilidad indirecta o refleja,
dónde el cliente podrá demandar tanto al profesional con el que se relaciona, como a la
persona jurídica o ideal, cuya responsabilidad podrá ser direccionada hacia su titular. Si
bien la presente clase de responsabilidad ha sido abordada oportunamente52, debe resaltarse
de manera significativa que el principal asume la responsabilidad del profesional en función
de mediar una obligación legal de garantía. A tal efecto, “El vigente art. 1753 del Código
unificado dispone que la responsabilidad del principal es objetiva, debiendo responder
civilmente por los hechos de las personas que se encuentran a su cargo. "Si bien la regla en
el Código es la responsabilidad directa por el hecho propio –cfr. artículo 1749–
cuantitativamente gran parte de las actividades de la vida moderna se desarrollan cuando
una persona se sirve de otra, lo que puede originar una responsabilidad indirecta"53; y no
solo que el principal estará obligado a responder por el daño que causen los que están bajo
su relación de dependencia, sino también por aquellas personas de que se sirve para el
cumplimiento de sus obligaciones54. Ello es así, por cuanto “el principal y el dependiente
responden concurrentemente, por cuanto el primero responde indirectamente en virtud de
una obligación legal de garantía. De allí que "la ley constituye al principal por razones de
prácticas y de justicia, en garante de las culpas de sus subordinados en el ejercicio de sus
funciones. Existe un interés social en proteger a la víctima frente a quien extiende su marco
de actividad recurriendo al auxilio de terceros"55.
En el mismo sentido, "En el marco de la sociedad moderna, con la evidencia de la
potenciación de los riesgos y de la insolvencia de un gran número de responsables, se
plantea la necesidad de garantizar a los terceros –dentro de límites razonables– por la
acción eventualmente dañosa de quienes actúan en el interés de otros"56.
Cebe tener presente, que si bien el art. 1252, CCCN señala en su segundo párrafo que “los
servicios prestados en relación de dependencia se rigen por el derecho laboral57, la
“responsabilidad” frente a terceros debe encuadrarse en los supuestos normativos
enunciados, pues el profesional se relaciona con el principal en rigor de lo que dispone el
derecho laboral; más no con quién resulta ser víctima de su desidia, habida cuenta de que la
acción hacia el principal conlleva la misma suerte que si fuese dirigida de manera directa
hacia el profesional liberal (art. 1768, CCCN).

VII.- RESPONSABILIDAD IMPUTABLE. SINOPSIS.

Resulta significativo tener siempre presente que la analizada responsabilidad conlleva la


particularidad de ser aplicada a sujetos que representan un conocimiento o un
posicionamiento especial frente al hombre común de la sociedad. De allí que el profesional
"es aquel que tiene tal especialización de conocimiento, que lo que vende es precisamente
eso, sus conocimiento, su saber, su ciencia. Por supuesto la actividad intelectual pura
siempre se da mezclada con alguna actividad material o manual, pero la nota distintiva es
que las operaciones manuales que pueda hacer un profesional son absolutamente
imposibles de lograr si no se tienen los conocimientos"58.
La especialidad de la actuación de los profesionales no amerita un concepto especial de
culpa, sino una apreciación particular de sus circunstancias, que no hace sino agravar la
previsión que a ellos se exige por sobre la que se requeriría a una persona razonable y
prudente y/o profano. No cabe entonces sostener la existencia de una culpa especial para
los profesionales o una culpa independiente de los principios generales que emanan de los
arts. 1724 y 1725 del CCCN. Por esto no existe un criterio profesionalista de culpa, ni una
concepción de artífice o perito como paradigma de apreciación. La culpa, en los casos de
malas praxis, no debe ser valorada con un criterio particular o benevolente, sino que debe
hacerse sin apartarse de lo que dispone el derecho común. Pero, sin duda, en todo el Código
campea la máxima del art. 1725, que lleva a la obligación de extremar los recaudos a quien
ostenta cualidades, o conocimientos especiales, arquetípicamente un profesional
universitario en el ejercicio de su profesión. Y aun cuando no exista un concepto
profesional de culpa, es obvio, es razonable que no cabe equiparar un profesional (v. gr., un
arquitecto, un ingeniero o un médico), a un hombre común.
La responsabilidad del profesional se basa en una culpa determinada por la omisión de la
diligencia especial exigible por sus conocimientos técnicos, exigencia que no puede
confundirse con la más simple de un hombre cuidadoso. Claramente quien encaja en alguna
de las categorías especiales, como la que aquí comentamos, no puede reclamar ser juzgado
como un mero padre de familia, ya que el estándar de exigencia es más alto en estas
categorías que en la genérica..."59. De allí justamente la necesidad de resaltar que “El nuevo
Código Civil y Comercial, entre diversos defectos que muestra, exhibe en materia de
apreciación de la conducta, en especial de los profesionales, una sorprendente escasez
normativa, una notable insuficiencia de contenidos"60; siendo que la apreciación de la
conducta siempre dependerá de la discrecionalidad jurisdiccional61. Es por ello que "de
conformidad con el art. 1725 del Código, la conducta del experto debe valorarse realizando
un paralelismo entre su accionar y el que hubiera prestado un buen profesional"62.-
Asimismo resulta significativo destacar que existen algunos casos donde si bien el abogado
se posiciona frente a una obligación de medios (cfr. art. 774, inc. a), del Código Civil y
Comercial) no siempre su culpabilidad le impondrá al cliente -damnificado- la carga de
demostrar procesalmente el incorrecto ejercicio profesional. En efecto, acontecen supuestos
de obligaciones de medios que “se las califica de agravadas, en virtud del cual el factor de
atribución sigue siendo subjetivo, pero la culpa se presume”63, teniéndose en cuenta, de
modo significativo, el deber de información y el consentimiento del damnificado, no solo
para juzgar la conducta del profesional, sino también para impartir el grado de
responsabilidad atribuible a cada una de las partes. Afín con el deber de información y el
consentimiento al cual hago referencia, tal como lo señala el autor, “la voluntad común
plasmada en el contrato celebrado entre el profesional y el paciente o cliente no resulta ser
un tema menor, sino que, por el contrario, creemos que es esencial para la resolución de la
Litis, pues a partir de ello se podrá conocer la dimensión y calidad de la obligación
prometida por el profesional y si ha existido incumplimiento de la misma”64. Es por ello
que “el grado de la diligencia requerida del deudor puede ser, además, más o menos
elevado, como en las obligaciones determinadas, según las circunstancias y la convención
de las partes”65; pues queda claro que el “profesional” conlleva un deber de obrar con
mayor diligencia que el común de la población66.
Por último, debe tenerse en cuenta que la responsabilidad del abogado también puede
configurarse de manera extrajudicial. Y es correcto que así sea, pues los efectos jurídicos de
los actos que realice el cliente acarrean consecuencias por más que no se vean
oportunamente reflejados en un expediente. La confianza que el damnificado deposita en el
profesional es pasible de generar responsabilidad, teniendo en cuenta que el deber de
probidad, lealtad y buena fe67 trasciende que éstas solo se presten en el desarrollo de una
contienda judicial, debido a que resultan ser valores de conducta intrínsecos al ejercicio
profesional. En cuanto a la responsabilidad del abogado por su labor extrajudicial, la
jurisprudencia tiene dicho: “para la apreciación de la responsabilidad profesional en “tareas
extrajudiciales” se aplican los mismos principios correspondientes al desempeño
jurisdiccional. Por lo tanto, una opinión o consejo dado al cliente en desacuerdo con la
doctrina, la ley o la jurisprudencia, es susceptible de generar la obligación de reparar el
daño ocasionado. Ello es así, por cuanto el profesional no cumplió con su deber de
diligencia y prudencia, acorde a sus aptitudes y mérito profesional…”68. No parece
desacertado el razonamiento, habida cuenta que si existe el derecho para reclamar los
honorarios del profesional por su labor extrajudicial, también debe existir el derecho de
quién se asesora y realiza actos por parte de su abogado de confianza, pudiéndose reprochar
toda aquella conducta que se torne antijurídica por el quebrantamiento de la normativa que
regula el ejercicio profesional.
No obstante ello, cabe poner de resalto -una vez más- que no toda conducta antijurídica
viabiliza la reparación del daño. Tal como se ha desarrollado su explicación en los puntos
que anteceden, no debe confundirse la dignidad profesional, con la responsabilidad civil
que engendra el acto abogadil hacia el deber de resarcir las consecuencias dañosas de su
producción (cfr. arts. 1716, 1717, 1721, 1724, 1725, 1726, 1727, 1737, 1738 y 1768,
CCCN). El primero será pasible de sanción en función del decoro y la ética que impone el
ejercicio profesional; el segundo dependerá del perjuicio causado derivado de su
culpabilidad, cuyas secuelas provoquen en el cliente -víctima- un detrimento en su estado
patrimonial, o extrapatrimonial.--

(*)
Abogado especialista en Derecho Civil. Autor del libro “La Responsabilidad Civil en el
Código Civil y Comercial” (2da Edición). Edición elDial.com – Año 2018.
1
GONZALEZ FREIRE, Juan Francisco, “La Responsabilidad de los Profesionales”, ED.
279, N° 14.468, de fecha 14/08/2018; GONZALEZ FREIRE, “La Responsabilidad Civil de
los Profesionales Liberales”, LA LEY online (cita AR/DOC/3961/2016; y GONZALEZ
FREIRE, “Los profesionales liberales. Su responsabilidad en función de la nueva
legislación, elDial.com (cita DC23A8).
2
Como por ejemplo: el Código de Ética profesional del Colegio de Abogados de Capital
Federal (Ley 23.187); de Provincia de Buenos Aires (Ley 5177); Mendoza (Ley 4976);
Corrientes (Decreto Ley 119/01); Córdoba 5805; Santa Fe (Ley 13.443); Neuquén (Ley
685); Tucumán (Ley 5233); entre otros.
3
LEY 26.994 - ARTICULO 1768.- Profesionales liberales. La actividad del profesional
liberal está sujeta a las reglas de las obligaciones de hacer. La responsabilidad es subjetiva,
excepto que se haya comprometido un resultado concreto. Cuando la obligación de hacer se
preste con cosas, la responsabilidad no está comprendida en la Sección 7a, de este Capítulo,
excepto que causen un daño derivado de su vicio. La actividad del profesional liberal no
está comprendida en la responsabilidad por actividades riesgosas previstas en el artículo
1757.
4
LEY 26.994 - ARTICULO 1725.- Valoración de la conducta. Cuanto mayor sea el deber
de obrar con prudencia y pleno conocimiento de las cosas, mayor es la diligencia exigible al
agente y la valoración de la previsibilidad de las consecuencias. Cuando existe una
confianza especial, se debe tener en cuenta la naturaleza del acto y las condiciones
particulares de las partes. Para valorar la conducta no se toma en cuenta la condición
especial, o la facultad intelectual de una persona determinada, a no ser en los contratos que
suponen una confianza especial entre las partes. En estos casos, se estima el grado de
responsabilidad, por la condición especial del agente.
5
MOSSET ITURRASPE, Jorge, Responsabilidad por daños – Código Civil y Comercial
de la Nación, Responsabilidad de los Profesionales, Santa Fe, Rubinzal-Culzoni, Año 2015,
Tomo VIII, pág. 158.
6
LÓPEZ MESA, Marcelo, Curso de las obligaciones, 2ª ed., Buenos Aires, Hammurabi,
2018, t. 2, pág. 136.
7
LEY 340 – ARTÍCULO 512 - La culpa del deudor en el cumplimiento de la obligación
consiste en la omisión de aquellas diligencias que exigiere la naturaleza de la obligación, y
que correspondiesen a las circunstancias de las personas, del tiempo y del lugar.
8
LEY 26.994 - ARTICULO 773.- Concepto. La obligación de hacer es aquella cuyo objeto
consiste en la prestación de un servicio o en la realización de un hecho, en el tiempo, lugar
y modo acordados por las partes.
9
LEY 26.994 - ARTICULO 774.- Prestación de un servicio. La prestación de un servicio
puede consistir: a) en realizar cierta actividad, con la diligencia apropiada,
independientemente de su éxito. Las cláusulas que comprometen a los buenos oficios, o a
aplicar los mejores esfuerzos están comprendidas en este inciso; b) en procurar al acreedor
cierto resultado concreto, con independencia de su eficacia; c) en procurar al acreedor el
resultado eficaz prometido. La cláusula llave en mano o producto en mano está
comprendida en este inciso.
10
LEY 26.994 - ARTICULO 1251.- Definición. Hay contrato de obra o de servicios
cuando una persona, según el caso el contratista o el prestador de servicios, actuando
independientemente, se obliga a favor de otra, llamada comitente, a realizar una obra
material o intelectual o a proveer un servicio mediante una retribución. El contrato es
gratuito si las partes así lo pactan o cuando por las circunstancias del caso puede presumirse
la intención de beneficiar.
ARTICULO 1252.- Calificación del contrato. Si hay duda sobre la calificación del
contrato, se entiende que hay contrato de servicios cuando la obligación de hacer consiste
en realizar cierta actividad independiente de su eficacia. Se considera que el contrato es de
obra cuando se promete un resultado eficaz, reproducible o susceptible de entrega.
11
ALTERINI, Jorge H., Código Civil y Comercial de la Nación – Tratado Exegético,
Buenos Aires, La Ley, 2016, t. VIII, pág. 391.
12
GONZÁLEZ FREIRE, Juan F., Los profesionales liberales. Su responsabilidad en
función de la nueva legislación, elDial.com (cita DC23A8).
13
CNCiv., SALA J, 08/07/1999, JA., 2000-IV-7
14
CÁM. 2°CIV. Y COM., SALA I, LA PLATA, 01/09/1992, LEXIS 14/38603.-
15
SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE MENDOZA, SALA I, LEXIS 1/5513022.-
16
CNCiv., SALA E, 26/12/1991, LL., 1993-A-63.
17
CÁM. CIV. COM. Y MIN., SAN JUAN, SALA I, 31/08/1993, JA., 1994-I-455.
18
CÁM. 5 APEL. CIV. Y COM., DE CORDOBA, 06/11/2003, ELDIAL – cita AA1CA1.
19
SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE MENDOZA, SALA I, 28/02/2001, LEXIS
1/5513023.-
20
CNCiv., Sala E, 27/09/1999, LEXIS 10/8141; CNCiv., Sala D, 12/12/1979, ED. 87-157;
CNCiv., Sala F, 27/07/1976, DJ. 1973-21,s.14)
21
CÁM. 3°CIV. Y COM. DE CÓRDOBA, 08/03/2005, ELDIAL – cita AA288C.
22
CNCiv., SALA E, LEXIS 2/10097.-
23
CÁM. 1°CIV., MENDOZA, CIRC. 1°14/08/1998, ELDIAL – cita MC5C6.
24
CNCiv., SALA H, 07/03/1996, JA., 2000-II, SÍNTESIS; LEXIS 1/41381.
25
CNCiv., SALA E, 30/05/1996, LEXIS 10/2827.
26
CNCiv., SALA L, 22/02/1994, LEXIS 10/6593.
27
CNCiv., SALA E, 14/10/96, LEXIS 10/3356.
28
CNCiv., SALA G, 29/03/2001, LL., 2001-E-144.
29
CNCiv., SALA G, 24/02/2005, ELDIAL. –AA27F2.
30
CNCiv., SALA K, 26/03/2003, ELDIAL. –AA1807.
31
CNCiv., SALA M, 23/08/2002, LEXIS 1/62293
32
CÁM. CIV., COM. Y MIN., SAN JUAN, SALA II, 02/09/1992, JA., 1994-I-196.
33
CNCiv. Sala B, ELDIAL – cita AAA1A5C, de 11/07/03.-
34
CNCiv., SALA B, 09/2004, ELDIAL – cita AA2536.
35
CNCiv., SALA B, 02/0/1999, LL., 2000-E-286.
36
CAM. 3° CIV. Y COM. DE CORDOBA 08/03/2005, ELDIAL – cita AA288C.
37
CNCiv., SALA E, 26/12/1991, LL., 1993-A-63.
38
CNCiv., SALA K, 24/09/2004, ELDIAL – cita AA250D.
39
CAM. CIV. Y COM. AZUL, SALA I, 24/02/2000, LLBA., 2001-331.
40
CNCiv., SALA I, 05/10/2004, ELDIAL – cita AE1FC7.
41
CNCIv., Sala G, 29/03/91, LL. 2001-E-144.
42
CNCiv., SALA M, 16/03/94, LL. 1995-D-75.
43
Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, Código Procesal de la Pcia de Buenos
Aires; y los Códigos de Procedimiento que cada Provincia tenga por autonomía normativa.
44
Cfr. Códigos de Ética Profesional como por ejemplo: el CPACF (Ley 23.187); Colegios
de Abogados de la Pcia. de Buenos Aires (Ley 5.177), etc.-
45
Cfr. LEY 23.187: (ARTS. 43 a 50) y LEY 5177: (ARTS. 24 A 33). Dónde surgen
sanciones como: Llamado de atención, advertencia en presencia del consejo, multa (no
pudiendo exceder la retribución mensual de un juez nacional de 1ra. Instancia), suspensión
de la matrícula (ley 23.187 hasta 1 año, y ley 5177 hasta 2 años); y la exclusión.
46
como por ejemplo: los establecidos en la Ley 23.187 –art. 21– (la inviolabilidad del
ejercicio profesional, cfr. inc. c y j – la defensa de su conducta profesional –ante el tribunal
de disciplina -art. 39, inc. a); y ante la Cámara Contencioso Administrativa -art. 47, 3er.
párrafo – el trato (consideración y respecto) equiparable a los magistrados –art. 5 (y art. 58
CPCCN) – la inviolabilidad de su estudio profesional –art. 7, inc. e) – percibir honorarios a
cambio de consulta jurídica, asistir a sus clientes, guardar el secreto profesional, la libre
comunicación ante casos de privación de libertad –art. 7, incs. a, b, c y d, respectivamente –
el acceso a la información de las autoridades públicas relacionada con las tareas
encomendadas, como también hacia los informes a cargo de dependencias policiales,
servicio penitenciario u organismos de seguridad –art. 8 y 9); como también lo establecido
en la Ley 5177 – (derechos similares a favor de los profesionales que surgen de los arts. 21;
y 69, entre otros).
47
LEY 23.187(como ejemplo de Deberes y Prohibiciones) –art. 6: (inc. a) observar
fielmente la constitución nacional y la legislación que en su consecuencia se dicte; (inc. b)
aceptar y ejercer los nombramientos de oficio que por sorteo efectúen las autoridades del
colegio para asesorar, defender o patrocinar jurídicamente en forma gratuita, a litigantes
carentes de recursos; (inc. c) tener estudio o domicilio dentro de la capital federal; (inc. d)
comunicar al colegio todo cambio de domicilio, como la cesación o reanudación de sus
actividades profesionales; (inc. e) comportarse con lealtad, probidad y buena fe en el
desempeño profesional; (inc. f) observar con fidelidad el secreto profesional, salvo
autorización fehaciente del interesado – art. 10: queda expresamente prohibido: (inc. a)
representar, patrocinar y/o asesorar simultánea o sucesivamente, en una misma causa,
intereses opuestos; (inc. b) ejercer la profesión en procesos en cuya tramitación hubiera
intervenido anteriormente como juez, secretario o representante del ministerio público; (inc.
c) autorizar el uso de su firma o nombre a personas que, sin ser abogados ejerzan
actividades propias de la profesión; (inc. d) disponer la distribución o participación de
honorarios con personas que carezcan de título habilitante; (inc. e) publicar avisos que
induzcan a engaño u ofrecer ventajas que resulten violatorias de las leyes, o que atenten
contra la ética profesional; (inc. f) recurrir directamente, o por terceras personas, a
intermediarios remunerados para obtener asuntos. Y LEY 5177 – (art. 8), deber de prestar
juramento – (art. 58), obligaciones del abogado: – ej. secreto profesional, no abandonar los
juicios mientras dure el patrocinio, colaboración profesional con el servicio de justicia –
(art. 60) prohibiciones: publicar avisos o publicaciones que pueda inducir a engaños,
celebrar contratos de sociedad con quienes no sean abogados, procurarse clientela por
medios incompatibles con la dignidad profesional, etc. – (art. 73) deber de asistir a las
audiencias, activar el proceso, (apoderado: presentar recursos legales y no abandonar la
representación) – (art. 116) infracciones –aplicación de multas– ej. ante casos donde se
publique el lugar (estudio, asesoría) sin mencionar al abogado, ante supuestos de seguir
desempeñándose en la profesión mientras se encuentra sancionado, etc.
48
Como por ejemplo, las sanciones que surgen del ART. 45 de la LEY 23.187, son distintas
a las establecidas en el Código Procesal Civil y Comercial Nacional, debido a la existencia
de dos bienes jurídicos protegidos (LA ÉTICA y LA RESPONSABILIDAD
PROFESIONAL) – “Art. 43, Ley 23.187: Es atribución exclusiva del Colegio fiscalizar el
correcto ejercicio de la profesión de abogado. A tales efectos ejercitará el poder
disciplinario con independencia de la responsabilidad civil, penal o administrativa que
puede imputarse a los matriculados”; evidenciándose una interpretación diferente –Por ej.–
entre el Arts. 6, inc. e) de la LEY 23.187 y el Art. 34, inc. 5, d) del CPCCN, (siendo que
ambos señalan el deber de “LEALTAD, PROBIDAD Y BUENA FE”).-
49
Cfr. CNFED. CONT. ADM., SALA IV, 20/05/1993, ELDIAL – cita AH587.
50
CNCiv., SALA M, 28/11/2003, LL., 2004-C-131; ELDIAL – cita AE1E3C.
51
Cfr. GONZALEZ FREIRE, Juan Francisco, “Análisis de la responsabilidad profesional en
el Código Civil y Comercial”, elDial., cita DC256F de fecha 04/07/2018, dónde se señala
que el profesional liberal “es aquel que tiene tal especialización de conocimiento, que lo
que vende es precisamente eso, sus conocimientos, su saber, su ciencia. Por supuesto que la
actividad intelectual pura siempre se da mezclada con alguna actividad material o manual,
pero la nota distintiva es que las operaciones manuales que pueda hacer un profesional son
absolutamente imposibles de lograr si no se tienen los conocimientos (citando a LOPEZ
HERRERA, Edgardo, “Manual de Responsabilidad Civil”, Abeledo-Perrot, Buenos Aires,
2012, pág. 636).
52
GONZALEZ FREIRE, Juan Francisco, “La responsabilidad civil por el hecho de terceros
(principal por el hecho del dependiente, progenitores por el hecho de los hijos, de los
establecimientos educativos, tutores y curadores)”, ED. 275, N° 14.307, de fecha
13/11/2017.-
53
RIVERA, Julio - MEDINA, Graciela, Código Civil y Comercial de la Nación
comentado, Buenos Aires, La Ley, 2014, Tomo IV, págs. 1104 y 1105.
54
ALTERINI, Jorge H., Código Civil y Comercial de la Nación comentado –Tratado
exegético–, Buenos Aires, La Ley, 2015, t. VIII, pág. 322.
55
BUSTAMANTE ALSINA, Jorge, Teoría general de la responsabilidad civil, Buenos
Aires, 1972, pág. 287.
56
ZALAZAR, Héctor D., Responsabilidad del principal. Un caso dudoso, LL Litoral, 6-10-
05.
57
LEY 26.994 - ARTICULO 1252.- Calificación del contrato. Si hay duda sobre la
calificación del contrato, se entiende que hay contrato de servicios cuando la obligación de
hacer consiste en realizar cierta actividad independiente de su eficacia. Se considera que el
contrato es de obra cuando se promete un resultado eficaz, reproducible o susceptible de
entrega. Los servicios prestados en relación de dependencia se rigen por las normas del
derecho laboral. Las disposiciones de este Capítulo se integran con las reglas específicas
que resulten aplicables a servicios u obras especialmente regulados.
58
LÓPEZ HERRERA, Edgardo, Manual de responsabilidad civil, Buenos Aires, Abeledo-
Perrot, 2012, pág. 636 (cfr. ALTERINI, Jorge H., Código Civil y Comercial de la Nación –
Tratado Exegético, Buenos Aires, La Ley, 2016, t. VIII, pág. 387). López Herrera comparte
el pensamiento de Ricardo LORENZETTI (Responsabilidad civil de los médicos, Santa Fe,
Rubinzal-Culzoni, 1997, págs. 301/302), que las condiciones del profesional son: a) es un
experto en un área, b) posee autonomía técnica y es libre para aplicarla, c) para el ejercicio
de su profesión requiere una calificación especial y d) sus servicios se presumen onerosos.
59
LÓPEZ MESA, Marcelo, Curso de las obligaciones, 2ª ed., Buenos Aires, Hammurabi,
2018, t. 2, pág. 141.
60
LOPEZ MESA, ibídem, pág. 152.
61
Cfr. GONZALEZ FREIRE, Juan Francisco, “La Responsabilidad de los Profesionales”,
ED. 279, N° 14.468, de fecha 14/08/2018.-
62
PICASSO, Sebastián, Error y culpa médica, cfr. KEMELMAJER DE CARLUCCI,
Aída, Responsabilidad civil, Santa Fe, Rubinzal-Culzoni, 2007, pág. 269 y TRIGO
REPRESAS - LÓPEZ MESA, Responsabilidad civil de los profesionales, Buenos Aires,
Lexis-Nexis, 2005, pág. 33.-
63
PIZARRO, Ramón - VALLESPINOS, Carlos, “Instituciones de derecho privado.
Obligaciones”, Hammurabi, Buenos Aires, Año 1999, Tomo II, pág. 623.-
64
ALTERINI, Jorge H., “Código Civil y Comercial de la Nación – Tratado Exegético”,
Editorial La Ley, Buenos Aires, Año 2015, Tomo VIII, pág. 390/391.-
65
MAZEAUD, Henri y León, TUNC, André, “Tratado teórico y práctico de la
Responsabilidad Civil delictual y contractual”, Prefacio de Henri CAPITANT, Traducción
de la 5ta. Edición de Luís ALCALÁ-ZAMORA, CASTILLO, Ediciones Jurídicas Europa-
América, Buenos Aires, Año 1961, Tomo 1, Volumen I, págs. 130/131.-
66
Cfr. GONZALEZ FREIRE, Juan Francisco., “Los Profesionales liberales y su
responsabilidad en función de la nueva Legislación”, elDial, cita DC23A8.-
67
Imponiendo sanciones en caso de no desempeñarse con probidad, lealtad y buena fe, tanto
en orden a la Ética Profesional, mediante la Ley 23.187 (arts. 43 a 50), y la Ley 5.177 (arts.
24 a 33) entre otras; como también en el desempeño procesal que imponen los Códigos de
Procedimiento (ejemplo: Ley 25.488, el art. 34, inc. 4), “d”, del Código Procesal Civil y
Comercial de la Nación).
68
CNCiv., Sala H, 13/03/1996, JA., 1997-III-8.

Citar: elDial DC2880


Publicado el: 20/09/2019
copyright © 1997 - 2020 Editorial Albrematica S.A. - Tucumán 1440 (CP 1050) - Ciudad
Autónoma de Buenos Aires - Argentina

También podría gustarte