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Materia: Elementos de Historia nacional

Docente: Prof. Lic. Francesca Del Negro

El Uruguay pastoril y caudillesco. La Guerra Grande.


I. Características del país en esa época

Habiendo comenzado su historia como estado independiente de una manera incierta


y no esperada por todos los actores, el nuevo Estado oriental entró en un período
que se conoce, en lo económico, como “pastoril”, debido a la importancia de este
estilo de vida primitivo, basado en la explotación ganadera como sostén de la
economía nacional, y, en lo político y socio-económico, como “caudillesco”, por la
presencia de los caudillos como rectores de la política nacional, muchas veces por
encima de las instituciones, que eran muy débiles. Vamos a centrarnos en la segunda
característica.

Los datos socio-demográficos y económicos que aporta Alfredo Castellanos dan una
idea sintética de la realidad del Uruguay apenas nacido a la vida independiente: una
población de 74.000 habitantes, de los cuales el 20% en Montevideo y el 80% en los
24 centros urbanos existentes –de los cuales solamente Colonia y Maldonado tenían
la categoría de ciudades- y dispersos en el medio rural; 14 escuelas de “primeras
letras” en todo el territorio, con 1.000 alumnos; alto índice de analfabetismo; una
única forma de producción, que era la ganadería de carácter extractivo; la presencia
solamente de las industrias del tasajo y de las curtiembres, asociadas a aquella;
escasa producción agrícola, más que nada de trigo; predominio del latifundio y de la
ocupación sin títulos; un inadecuado sistema financiero para sostener el erario, que
se mantenía fundamentalmente por las rentas de aduana. Al período que va de 1830
a 1838, este historiador lo denomina “la república caudillesca”.

Zum Felde pinta de la misma manera al país de la época: semidesierto, sin


agricultura, sin alambrados ni caminos y con solamente el caballo y la carreta como
medios de comunicación, con escasas escuelas y comisarías y exiguos núcleos
poblados. En ese ambiente reina el gaucho, que luchó en la gesta independentista,
pero es ajeno al devenir político de la ciudad y reacio a encajar en una legalidad que
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es teórica y lejana. Su intervención en la vida pública será seguir al caudillo, quien
es también –o se comporta como- un gaucho. Más inteligente, más enterado, más
emprendedor que quienes lo siguen. Poseedor de carisma, se hace depositario de la
confianza política que los gauchos le tienen, y de la soberanía que tácitamente le
entregan.

En la jerarquía existente entre los caudillos, según su ámbito de acción y fuerza


política, sobresalen los caudillos nacionales. Generalmente estancieros, con alto
rango militar, que dividen su vida entre el campo y la ciudad, están relacionados
tanto con los “doctores” –o sea los políticos instruidos de la ciudad- a quienes tratan
con campechana superioridad, como con la masa rural, con la que tienen vínculos de
filantropía patriarcal. Saben cómo comportarse en circunstancias y con personas
muy diferentes: en un salón de la ciudad y en el campamento militar, con el indio y
con el diplomático. En estas circunstancias el caudillo, sea blanco o colorado, se
torna el centro de gravedad de las relaciones sociales y el árbitro de la fuerza y
asume un carácter autoritario, tanto cuando está respaldado por una investidura
constituciones –como ser Presidente de la República- como sin ella.

Si bien eran jefes guerreros, dadas las circunstancias los caudillos también podían
ser hombres de paz, tal como señala Pivel Devoto. Pone como ejemplos a Rivera en
1838, cuando, al inicio de la Guerra Grande, intentó hacer la paz con Rosas, al
propio Rivera, al final de esa contienda, cuando busca llegar a un acuerdo con
Oribe, o al mismo Oribe con Flores, en 1855, cuando suscriben el Pacto de la Unión.
Según Bruschera, los caudillos nacionales cumplieron incluso una importante
función de cohesión social, al operar de nexo entre dos mundos opuestos sociológica
y culturalmente, como el campo y la ciudad.

A las características de pastoril y caudillesco, que caracterizaban al Uruguay de la


época, Caetano y Rilla les agregan el de “mercantil”. En efecto, Montevideo era no
solo la principal ciudad del país, sino un puerto de enorme importancia, en la región,
ya desde la época de la Colonia. Por el mismo se canalizaba el comercio,
fundamentalmente de cuero y tasajo de exportación, y de productos manufacturados
de importación.

En resumen: el Estado oriental, en sus inicios, presentaba un panorama difícil,


producto de las particulares circunstancias políticas de su nacimiento –cristalizado
en la Convención Preliminar de Paz- sus estrechos vínculos con los países de la
región y de los aspectos estructurales relacionados con la sociedad y la economía de
la época, a los que hemos hecho mención. La Constitución de 1830 , aunque
celebrada con fasto, con frecuencia no fue respetada, y los conflictos eran resueltos
por medio de la lucha armada. Al decir de Barrán, el país real se salteó este orden
jurídico europeizado. Las guerras civiles dominaron el escenario uruguayo hasta por
lo menos 1876, guerras en las cuales se gestaron los dos partidos llamados
fundacionales o tradicionales: el blanco y el colorado. De ahí el nombre de “la tierra
purpúrea” con que Hudson llamó a la nuestra. La consecuencia de esta serie de

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factores en conjunto fue un período de inestabilidad política que se extendió hasta la
década de 1870.

Uno de los episodios de nuestra Historia que marca con claridad el estado de
inestabilidad política del nuevo país y los fuertes lazos existentes con sus vecinos -
incluso a nivel personal entre sus dirigentes políticos- es la Guerra Grande, que
trataremos a continuación.

II. La Guerra Grande

II.1 Presentación

Fue un conflicto armado que sucedió entre 1839 y 1851, parte del cual –entre 1843
y 1851- en nuestro territorio.

El mismo se dio en tres ámbitos simultáneamente: nacional (colorados vs. blancos),


regional (unitarios vs. federales argentinos, con participación también de los
“farrapos” de Rio Grande do Sul y del Imperio del Brasil) e internacional
(intervención de Inglaterra y Francia).

En la historiografía nacional representa un problema, que alcanza incluso a su


denominación. El adjetivo de “grande” comienza a ser utilizado en 1939, como
forma de nacionalizar el conflicto. La vertiente colorada la llamaba, en cambio, “la
guerra contra Rosas”. Pivel Devoto sostiene que esta guerra tiene ribetes de gran
drama, donde entraron en juego las fronteras de los países de la región involucrados,
la navegabilidad de sus ríos, la defensa de su soberanía, paralelamente a los intentos
de organización política de la nobel República. Barrán, a su vez, entiende que el
conflicto puede ser interpretado de diferentes maneras: lucha entre la América
española y la Europa industrial; entre federales y unitarios en Argentina con blancos
y colorados en Uruguay (cabe aclarar que las alianzas era: federales con blancos vs.
unitarios con colorados); entre los intentos hegemónicos a nivel regional de Rosas y
la supervivencia de pequeños estados, como lo eran Uruguay y Paraguay. La
internacionalización de los bandos implica un acople de partidos imperfectos –en
realidad, bandos o facciones, no partidos en el sentido moderno del término- lo cual
debe ser observado simultáneamente a la existencia de sentimientos nacionales en
formación. La guerra dejaría una impronta en nuestros partidos fundacionales,
relacionada con la geografía y la sociología del conflicto: los colorados identificados
con Montevideo, y, por extensión, con lo urbano y lo cosmopolita, en tanto los
blancos asociados con la campaña y lo local. De todas maneras, “son matices, no
divorcios”.

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Según dicho historiador, a nivel ideológico puede interpretarse también como una
lucha entre tendencias: autoritaria y americanista por un lado, y liberal y
europeizante por el otro. En la versión de Sarmiento, se trató de la lucha entre
“civilización” y “barbarie”, debate que estaba instalado en los círculos políticos e
intelectuales de la época, pero que resulta demasiado simplista para abordar la
complejidad del fenómeno.

II.2 Causas

a) Rivalidades entre estados europeos.- Se trata de la pugna entre Inglaterra y


Francia. La primera como potencia hegemónica a nivel mundial, cuna de la
Revolución Industrial y dueña de una poderosa armada. La segunda, con una
economía crecientemente industrial, y dispuesta a desafiar en dominio británico.
Llegada más tarde a la lucha de los imperios, Francia practicó una política más
agresiva –y menos sabia- que Inglaterra. En esa etapa del desarrollo del
capitalismo, el propósito de las potencias europeas era abrir mercados en todo el
mundo para sus productos manufacturados y, a la vez, asegurarse el suministro
de materias primas, luchando contra cualquier traba proteccionista. Los extensos
y ricos territorios de las nuevas repúblicas, que recién salían de la colonización
española, eran ideales para estos propósitos. Recordemos que Inglaterra se había
apresurado a reconocer la independencia de varias de ellas. Con este propósito,
la cuestión de la libre navegabilidad de los ríos era clave.
En marzo de 1838, ante la negativa del gobierno de Rosas a otorgarle la
“cláusula de la nación más favorecida”, de la que gozaba Inglaterra desde 1825,
la flota francesa bloqueó el puerto de Buenos Aires. Este primer bloqueo se
mantuvo hasta octubre de 1840. Ese país se alió a Rivera para provocar la caída
de Oribe. Las dos potencias bloquearon conjuntamente dicho puerto desde 1845,
y ayudaron al gobierno colorado localizado en Montevideo hasta el 1850.
Los motivos de estas acciones fueron diversos: el crecimiento industrial
promovido por las burguesías nacionales en ambas potencias, asociado a un
aumento del consumo que era necesario satisfacer, de ahí su urgencia por
conseguir nuevos mercados; la protección a los inmigrantes, que por entonces en
Montevideo eran entre 30.000 y 48.000 –según la fuente consultada- de los
cuales unos 20.000 eran franceses, quienes reclamaban antes su Cónsul, al que
reconocían como una autoridad mayor a la nacional, al tiempo que Francia
exigía a Rosas un trato preferencial para los franceses que se dedicaban al
comercio y a la ganadería, siendo la negativa de éste lo que motivó el aludido
bloqueo francés al puerto bonaerense; la ocupación territorial directa que, si bien
no era una prioridad –dado su mutuo recelo y los riesgos aparejados por un
cambio tan radical en el estado de cosas- no estaba descartada; la seducción que
la ideología liberal producía en la juventud intelectual, quien veía en Rosas y
Oribe la representación del oscurantismo y la derrota de la revolución
independentista, trasladando inadecuadamente a estos lares el esquema de lucha
ideológica existente en Europa.

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b) Rivalidades económicas.- Las mismas se daban con distintos actores en varios
frentes: entre los puertos de Montevideo y Buenos Aires, lo cual era una
herencia de los tiempos de la Colonia; entre el comercio de importación de
Buenos Aires, por el cual se beneficiaba de los derechos aduaneros –cuya
recaudación no era nacionalizada, sino que quedaba en la Provincia de Buenos
Aires- y la producción artesanal de las Provincias del Litoral, para las cuales las
importaciones eran perjudiciales; entre Buenos Aires y las Provincias del
Litoral, que estaban contra el predominio político y económico de aquella y
deseaban acceder al comercio directo con el extranjero, sin necesidad de pasar
por la barrera que significaba el puerto de la capital.
c) Problemas políticos regionales.- Tanto en el Uruguay, como en la
Confederación Argentina, que terminan entrecruzándose. En efecto, mientras
Manuel Oribe ejercía su mandato, llegan a Montevideo exiliados unitarios,
escapando de la represión de Juan Manuel de Rosas.

Rosas era un poderoso hacendado y saladerista, convertido en caudillo federal


bonaerense, que gobernaba con sentido práctico y mano dura la Confederación
desde 1829, lo que le valió el título de “Restaurador de las Leyes” entre sus
seguidores, y el epíteto de “tirano” entre sus detractores. Sostenía una idea
federal peculiar, con preeminencia económica de Buenos Aires, y una relativa
autonomía política del resto de las Provincias. Sus pretensiones de dominio
alcanzaban también al Uruguay y el Paraguay, atribuyéndosele la intención de
reconstruir un territorio análogo a lo que fue el Virreinato del Río de la Plata,
pero ahora con epicentro en Buenos Aires. Por otro lado, se mostró un acérrimo
defensor de la independencia argentina frente a las intromisiones de las
potencias europeas.

En nuestra capital los exiliados unitarios realizaban en la prensa propaganda


anti-rosista. Rosas, que estaba ligado a Oribe desde la época de la Cruzada
Libertadora, le pide que reprima estas acciones, ante lo cual éste les aplica la
censura. Entonces los unitarios comienzan a verlo como un enemigo y se ponen
del lado de Fructuoso Rivera. Tras verse obligado a renunciar como Presidente
por la rebelión de Rivera, en 1838, se dirige a Buenos Aires, donde es saludado
como Presidente Constitucional de nuestro país. El caudillo rebelde, que en
marzo de 1839 fue electo Presidente, estaba muy comprometido con los aliados
extranjeros que lo ayudaron a retomar el poder: los farrapos, que estaban en una
guerra secesionista con el Imperio del Brasil, ligados a Rivera por un acuerdo de
mutuo apoyo; los unitarios exiliados, a quienes ya hemos mencionado y los
franceses que, ante la negativa de Oribe a usar el puerto de Montevideo como
base para mantener el bloqueo al de Buenos Aires, para presionar a Rosas de
modo que cediera a su exigencia de trato especial para los franceses
comerciantes y ganaderos residentes en ese país. En esas circunstancias Rivera
declara la guerra a Rosas, ese mismo año. Cabe señalar, sin embargo, que Rivera
–quien se declaraba “un oriental liso y llano”- inmediatamente envía una

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delegación a Rio de Janeiro para aproximarse al gobierno imperial brasileño,
renegando de su alianza con los farrapos, y otra a Buenos Aires, para negociar la
paz con Rosas. Ambas fracasan. De ese modo el conflicto se internacionaliza
definitivamente.

II.3 Desarrollo del conflicto armado

Se reconocen dos etapas: una de 1839 a 1842, y otra de 1843 a 1851.

La primera se desarrolló casi enteramente fuera de nuestro territorio. En 1839 el


ejército entrerriano al mando de Echagüe entró a territorio uruguayo, formando
parte del mismo insignes orientales, como Lavalleja y Eugenio Garzón. El 29 de
diciembre de ese año son derrotados por Rivera en Cagancha. Esta victoria,
además de aumentar el prestigio militar y político del Presidente uruguayo,
asegura que en los siguientes tres años el teatro de guerra no sea nuestro país. La
historiografía colorada rescata a Cagancha como un hito en la independencia
nacional, si bien en el bando derrotado también había orientales. Durante ese
lapso la hacienda ganadera logra crecer y el país atrae inmigrantes europeos,
especialmente franceses. Recién en 1842 la guerra vuelve al Estado oriental,
luego de que las tropas comandadas por Oribe, que había sido nombrado general
en jefe del Ejército de la Confederación Argentina, derrota a las de Rivera en la
localidad argentina de Arroyo Grande. Ambos caudillos, que se consideraba
cada uno a si mismo Presidente Constitucional del país, estaban aliados con
sendas Provincias argentinas y comandaban los respectivos ejércitos coaligados.
Esta victoria de los federales y blancos unidos dio paso al Sitio de Montevideo,
que señala el inicio de la segunda etapa de la guerra.

En octubre de 1840 se produce un hecho diplomático de gran importancia en el


desarrollo posterior de la guerra: el acuerdo Mackau – Arana, entre
representantes respectivamente de Francia y la Confederación Argentina, para
poner fin al conflicto que ambos países mantenían desde hacía dos años y medio.
El desacuerdo de Inglaterra con el bloqueo francés fue un importante factor en
esta jugada diplomática. Ante el bloqueo Rosas no disponía más de las rentas de
aduana, por lo que suspendió el pago de la deuda a los banqueros ingleses. Ello,
sumado a su eterna aspiración de libertad de comercio, generó la reacción
británica. Francia logró que se satisficieran sus demandas, pero no la caída de
Rosas, que era su máxima aspiración. En lo que respecta al Estado oriental,
había dos artículos del acuerdo que le resultaban complicados. Por el Art. 4to. se
reconocía su existencia como estado soberano, pero a la vez se hablaba de
“derechos naturales” de la Confederación Argentina, toda vez que “lo reclame la
justicia, el honor y la seguridad”. Vale decir, que dejaba a Rosas la puerta abierta
para seguir la guerra contra Rivera. Por el Art. 6to. se disponía que si el gobierno
de la Confederación otorgaba a ciudadanos sudamericanos especiales derechos,
la cláusula de la nación más favorecida no se aplicaría en esta situación. Ello
podía implicar que Rosas estuviera planeando ampliar la Confederación,

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incluyendo gradualmente a ciudadanos uruguayos y paraguayos. Se considera
que dicho acuerdo fue una victoria diplomática de Rosas, quien recuperó su
puerto y sus rentas aduaneras, en tanto sus enemigos se vieron privados de un
importante aliado.

La segunda etapa de la guerra se caracterizó por: acciones militares desarrolladas


en el territorio uruguayo, la coexistencia de dos gobiernos y la intervención
anglo-francesa.

En febrero de 1843 Oribe, con un ejército de 7.000 hombres, comienza lo que se


dio en llamar el Sitio Grande. El mismo se prolongaría por ocho años.
Montevideo estaba defendida por un contingente de 5.000 hombres –que incluyó
a negros libertos (negros ex – esclavos liberados de urgencia en diciembre de
1842, para hacerse soldados)- en su gran mayoría extranjeros (franceses e
italianos). Por mar protegía a la ciudad la escuadra francesa. Las líneas
defensivas de la capital eran dos: una iba desde la Aguada hasta el actual
Cementerio Central, y la otra del actual Palacio Legislativo a la actual calle 21
de Setiembre. Por su parte, los sitiadores se concentraron en el territorio que hoy
corresponde a La Unión y el Cerrito. Por el Puerto del Buceo se establecía el
contacto marítimo con el exterior, hasta que fue bloqueado por los franceses. Las
acciones bélicas en este escenario recrudecieron entre 1843 y 1847. De ahí hasta
el final del conflicto se hicieron muy menguadas. Entretanto Rivera intentó
hacer pie en su medio preferido, que era la campaña, pero el 27 de marzo de
1845 es derrotado en India Muerta por las tropas entrerrianas al mando de
Urquiza, que acudieron a apoyar a Oribe. Luego de esto, Oribe pasó a tener el
dominio prácticamente completo de la campaña.

Para el futuro político del país, es muy importante conocer la geopolítica y la


geografía del conflicto en esta etapa, ya que habrán de marcar a futuro los rasgos
fundamentales de ambos partidos fundacionales.

En efecto, el Gobierno de la Defensa, colorado, estaba radicado en


Montevideo. La así llamada por Alejandro Dumas “Nueva Troya” tenía en 1843
– como hemos señalado- una mayoría de habitantes extranjeros, especialmente
franceses. Francesa era también la mayor parte del contingente militar que
defendía la ciudad, estando ese cuerpo comandado por el también francés
Comandante Thiebaut. José Garibaldi estaba al frente de la Legión Italiana,
conformada por mercenarios de esa nacionalidad. No solo demográficamente,
sino también ideológica y culturalmente, e incluso por el apoyo militar y
financiero recibido, Montevideo era una ciudad “europea”. Los círculos
dominantes adherían a la ideología liberal y aborrecían a Rosas y Oribe, por
considerarlos tiranos. Había espectáculos de ópera y se gustaba de la literatura
francesa. El bloqueo franco-inglés primero (1845-1847) y francés luego (1847-
1848) al puerto de Buenos Aires, benefició al de Montevideo, que vio
acrecentadas sus rentas aduaneras, ya que por ahí se canalizaba el comercio de

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las Provincias litorales argentinas. Cuando este último bloqueo culminó, los
franceses le otorgaron como compensación un subsidio. El gobierno se mantuvo
fiel a los principios del liberalismo – hecho relevante, teniendo en cuenta las
especiales condiciones en que se encontraban – rigiendo el estado de derecho.
Ello especialmente luego de que los elementos doctorales del Partido Colorado,
con Joaquín Suárez a la cabeza, se hicieran el gobierno, tras desterrar a Rivera
al Brasil en 1847. Este fue el origen del carácter liberal, cosmopolita y urbano
que luego caracterizaría al Partido Colorado. A pesar de ellos la figura de Rivera
siguió vigente hasta su muerte. Incluso ese mismo año intenta –de caudillo a
caudillo- llegar a un acuerdo con Oribe, para llegar al fin de la guerra, sin tener
en cuenta al gobierno de la Defensa.

Por su parte, el bando contrario constituía el Gobierno del Cerrito, que era
blanco. La uniformidad de sus componentes era mayor que en el campo
enemigo. El Partido Blanco se sentía representante de la legalidad y el orden, y
defensor de la americanidad frente a lo que consideraba una intromisión de las
potencias europeas. A nivel económico, a efectos de defender la principal
riqueza del país, prohibió la exportación de ganado en pie al Brasil. En lo
político, reivindicó los derechos fronterizos del país frente al Brasil. De hecho,
en las circunstancias excepcionales de la guerra, y a pesar de que en su gobierno
se restauraron las instituciones de la época en que era Presidente constitucional,
la figura de Oribe adquirió ribetes autoritarios, concentrando en sí el poder civil
y militar. El elemento doctoral que acompañaba al caudillo –un Juan Francisco
Giró, un Bernardo Berro, un Eduardo Acevedo- se oponía a esta forma de
gobernar, al tiempo que pugnaba por una mayor autonomía de Oribe en su
relación con Rosas, a quien veían como una amenaza a la independencia
nacional. Esas fueron las bases del carácter legalista, nacionalista y rural del
Partido Blanco.

La intervención extranjera comenzó en abril de 1845 por acción conjunta de


misiones diplomáticas de Inglaterra y Francia, que se presentaron juntas a exigir
a Rosas la libre navegabilidad de los ríos interiores, so pena de realizar un
bloqueo al puerto de Buenos Aires. Bajo el nombre de “misión diplomática” se
escondía lo que era, en los hechos, una intervención por la fuerza. Oribe fue
excluido de la negociación. Ante la negativa de Rosas, y considerando que el
bloqueo atentaba contra los intereses del comercio británico, Inglaterra entendió
que la mejor solución era forzar la entrada al Río Paraná, fomentando la creación
de un estado independiente, conformado por Entre Ríos y Corrientes. Es así que
una flota franco-británica quebró la resistencia opuesta por la flota de Rosas en
la vuelta de Obligado, zona donde el cauce del Paraná se estrecha. Así se abrió
el paso a los cien barcos mercantes que habían esperado en el Puerto de
Montevideo y ahora penetraban el interior de la Cuenca del Plata. Sin embargo,
desde el punto de vista económico, la operación fue un fracaso. La población se
mostró hostil a los extranjeros y no contaba con recursos para comprar la

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mercadería ofrecida. Por el contrario, la resistencia exacerbó los sentimientos
nacionalistas argentinos, con lo que la figura de Rosas salió fortalecida.

Tras este episodio, la intervención extranjera se limitó al bloqueo conjunto del


Puerto de Buenos Aires, el bloqueo francés de los puertos del Buceo y Nueva
Palmira –en manos de Oribe- y la presencia defensiva de la escuadra francesa en
la Bahía de Montevideo. En 1847 Inglaterra pone fin a su participación en la
empresa, considerando que la misma perjudica los intereses de los ricos
comerciantes británicos de Buenos Aires, al tiempo que recelosa de la presencia
de los franceses en Montevideo. Presionada por ésta, Francia toma el mismo
camino y en 1848 su flota abandona la región.

Hacia 1847 la guerra pareció estancarse. Desde ese año hasta 1850 se sucedió la
llegada de diplomáticos franceses e ingleses, con la finalidad de lograr un
acercamiento entre las partes en pugna y la terminación definitiva del conflicto.
Se verificó una disminución de las pretensiones europeas, pasando de exigir la
apertura completa de los Ríos Paraná y Paraguay a reconocer, en los tratados de
1849 y 1850, la soberanía de la Confederación Argentina sobre dichas vías
fluviales.

El final de la guerra se produce en 1851, con actores exclusivamente regionales.


Luego de dos años de una virtual ausencia de combates en el Sitio de
Montevideo, y ya sin el apoyo de la escuadra francesa, el gobierno de la Defensa
busca otros aliados. Para ello se vinculó con Entre Ríos y con Brasil.

En dicha Provincia argentina gobernaba Justo José de Urquiza, un rico


hacendado y caudillo, que canalizó la disconformidad reinante en la misma
porque con su riqueza ganadera acrecida soportaba el monopolio aduanero de
Buenos Aires. Además Urquiza aspiraba a suceder a Rosas en el gobierno de la
Confederación. En mayo de ese año Rosas renunció, como lo hacía formalmente
cada año, a su cargo como encargado de relaciones exteriores de la
Confederación. Urquiza aceptó la renuncia, con lo cual su Provincia se convirtió
en un estado soberano. Aprovechando esta rivalidad y esta circunstancia, la
diplomacia colorada le propone una alianza contra Rosas.

Por otro lado, el gobierno brasileño ve en esta alianza una oportunidad para
contrarrestar el poder y las ambiciones de Rosas, las cuales se consideraban
peligrosas. Entonces se suma a Entre Ríos y la Defensa, conformando la Triple
Alianza antirrosista y antioribista. Con ello además los brasileños aspiraban a
conseguir la libre navegabilidad por los ríos de la Cuenca del Plata, por donde
sacar la producción del Mato Grosso. Además veían con buenos ojos que un
debilitamiento de la Confederación Argentina dejara desprotegido al Estado
oriental, con lo cual la idea –nunca abandonada- de reconstituir la Provincia
Cisplatina adquiría de nuevo fuerza.

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En julio de 1851 el ejército de Urquiza, comandado por Garzón, invade el
territorio uruguayo. Oribe no opone resistencia ya que la retirada del escenario
bélico de los europeos le había quitado fuerza a su idea de luchar por el
americanismo y, por otra parte, Urquiza era, como federal, un ex – aliado suyo.
Asimismo en ambos bandos orientales se estaba fortaleciendo la idea de que
estaban peleando una guerra sin sentido. El caudillo entrerriano, que se
consideraba heredero de Rosas al frente del federalismo, le plantea un armisticio
en términos favorables para el Partido Blanco, reconociendo que la motivación
de su lucha fue defender la independencia de la República Oriental del Uruguay,
y como legales todos los actos del gobierno del Cerrito. Manuel Herrera y Obes,
canciller del gobierno colorado, se opone a dichos términos y lograr una
modificación parcial de los mismos. Finalmente el 8 de octubre de 1851 se
celebra el armisticio, bajo el lema de “ni vencidos, ni vencedores”, que pondrá
fin a una guerra civil. El mismo fue muy celebrado por la población. Dice Pivel
Devoto que blancos y colorados se abrazaron durante los seis días de festejo
decretados, lo que revelaba la voluntad popular de que se pusiera fin a una
guerra civil, con ribetes internacionales, que había durado 12 años. Se considera
que por primera vez en nuestra historia, el sentimiento de orientalidad primó
sobre el de las divisas.

Apenas cuatro días después nuestra República y el Imperio del Brasil celebran
cinco polémicos tratados, que impondrían serios condicionamientos a la vida
futura del país. Andrés Lamas, por el gobierno de la Defensa, fue mediador de
la alianza con Brasil y más tarde responsabilizado por el carácter de los tratados.
Los mismos eran: de Alianza, por el cual ambas partes se obligaban mutuamente
a apoyar sus respectivos gobiernos, lo que de hecho –dado lo dispar del poderío
económico y militar de los dos estados, abría las puertas a la intervención
brasileña; de Extradición, por el cual Uruguay debía devolver al Brasil los
esclavos fugados, con lo cual se desconocía la legislación uruguaya, que había
abolido la esclavitud; de Prestación de Socorros, según el cual Brasil asumía la
entrega al gobierno uruguayo de un subsidio mensual de 60.000 patacones
contra la garantía de las rentas públicas, especialmente las de la Aduana, al
tiempo que nuestro país reconocía la deuda contraída por el gobierno de la
Defensa con el Barón de Mauá, contra las mismas garantías, vale decir que el
país pasó a depender de un país extranjero para cubrir el presupuesto público e
hipotecaba las rentas nacionales en favor de otro Estado; de Comercio y
Navegación, por el cual se establecía la navegación común del Río Uruguay y
sus afluentes, y ambas naciones se concedían recíprocamente la cláusula de la
nación más favorecida, al tiempo que por diez 10 años se eximía de derechos a
la exportación de ganado en pie a Brasil, así como al tasajo enviado por tierra a
Río Grande, medidas que perjudicarían a la industria saladeril del país; de
Límites, para los que se tomó el Río Cuareim al noroeste, y al noreste el Río
Yaguarón y la Laguna Merín, cuya navegación exclusiva se entregaba al Brasil,

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al que además se le cedió una franja de dos leguas y media de territorio en las
márgenes del Cebollatí y el Tacuarí, en la cual podía levantar fortalezas.

El más polémico de estos tratados fue el de límites, que produjo una controversia
histórica. Los blancos interpretaron que el mismo significaba no solo una
pérdida de territorio para nuestro país, al desconocerse los límites del Tratado de
Ildefonso, de 1777, sino también un compromiso a su soberanía desde el punto
de vista militar y financiero. Por su parte los colorados consideraron que con el
mismo se daba un marco legal a una situación ya preexistente, y que la presencia
del Brasil constituiría un freno a las ambiciones expansionistas de Rosas.

El epílogo de la guerra fue la derrota militar de Rosas en la batalla de Monte


Caseros, el 3 de febrero de 1852, a manos de la coalición, a la que se había
sumado la Provincia de Corrientes.

La Guerra Grande dejó a la República económicamente diezmada, debido a la


drástica disminución de la hacienda ganadera, y financieramente muy
comprometida. A nivel político, la paz del 8 de Octubre daría inicio al período
llamado como de “política de fusión”, que pretendió dejar atrás las divisas.

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