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Alba y yo.

Santino Cruz.
6 de Junio de 2022.
Alba y yo.

© Santino Cruz, [2022]

Todos los derechos reservados.


AGRADECIMIENTOS.

Para mi esposa Ruth, por su valioso apoyo y por


creer en mí siempre. Para mi familia, y para mis
amigos.

6 de junio de 2022.
El amor jamás se extingue.
(1 Corintios 13:8a)
A PRIMERA VISTA.
Después de tantos años de búsqueda, años de
intentar, de fracasar y no encontrar a nadie que me
hiciera sentir lo que se siente ser amado por
alguien especial. Luego de desistir y sentirme
desilusionado por no ser lo que nadie esperaba.
Después de tantos rechazos y de la frustración de
sentirme tan solo.

Cuando, resignado a que nadie deseara estar


conmigo. Dejé de buscar. Pero, de pronto y sin
esperarla. Llegó a mi vida una mujer. Una
desconocida que en un instante se convirtió en el
centro de mis pensamientos, en la musa que tanto
anhelaba, aquella que me hiciera suspirar, que se
adueñara de mis movimientos y se volviera el
centro del universo.

Por fin se presentaba. Pero no estaba enterado de


que ella ya estaba ahí. Esperando sin saberlo, por
ese primer encuentro en el que nuestras vidas
darían un vuelco que las cambiaría por completo.

Ahí estaba yo. Sentado en la acera, sin nada que


hacer, sin nada que decir y sin pensar en nada.
Con el acostumbrado cigarro en la mano (no sabía
cuánto le molestaba a ella el humo) escuchando a
mis amigos charlar. Sin prestar mucha atención a
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lo que decían. Ella estaba a unos cuantos pasos de
mí. De pronto, alguien se acercó a ella diciendo
que yo le mandaba saludos. Pero era mentira. Yo
no la había visto todavía, ni siquiera había notado
su presencia y al escuchar lo que le dijeron lo
negué alegando que no la conocía.

Por supuesto, ella se molestó un poco y dijo que


no le interesaba, como ya era costumbre. Y se fue
sin prestar atención siquiera a mi presencia.
Cuando pasó a mi lado, ignorándome y desviando
su mirada altanera, alcancé a percibir un suave
aroma que me hizo suspirar. Observé su rostro de
cerca. ¡El rostro más bonito que había visto nunca!
Y algo dentro de mí, me hizo sentir una sensación
un poco extraña. Era algo que no había sentido
antes. Era como si hubiese descubierto algo
familiar que de inmediato provocó en mí ese
deseo de estar cerca de ella.

Apenas se había ido, apenas me había visto. Pero


algo dentro de mí, me decía que ella era la chica,
que la indicada acababa de llegar a mi vida. Y esto
me hizo desear verla una vez más, por lo menos
un instante. Así como había sucedido un momento
atrás. Mis ojos comenzaron a reclamar su
presencia. Tenerla frente a mí tan solo para
admirarla, ya que tal vez no me atrevería a nada
más. Mi olfato deseaba volver a percibir ese rico

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aroma que emanaba de su ser. Por un momento
pensé en seguir sus pasos, pero aparte de que no vi
por dónde se fue, no me creí capaz de hacerlo,
mucho menos de saber qué decir, si acaso ella me
regalaba un poco de su tiempo. Seguramente haría
el ridículo, ¡Igual que siempre!

No sabía nada de ella, no sabía de dónde venía, si


vivía cerca. Tampoco sabía si acaso volvería. Ni
siquiera tenía un nombre para aquel hermoso
rostro y me dispuse a saber todo lo posible de su
vida. Descubrí muy poco, o casi nada, tan solo su
nombre. Puesto que tampoco sabía a quién
preguntar sobre ella.

¡Alba! Era un nombre lindo y diferente que no


había escuchado en ninguna otra persona. Ahora
no solo conocía una mujer hermosa. Ahora
conocía un rostro lindo, con un nombre bello, que
comenzaba a provocar mis sentimientos.

Pasé varios días pensando en ella, alimentando un


gran deseo de volver a verla. Pero ella no volvía.
No volví a saber nada de su paradero durante
varios días. Y nadie me decía nada que me
ayudara a saber dónde podría encontrarla.
Además, no me atrevía a preguntar mucho, pues
mi timidez siempre me frenaba en este tipo de
situaciones.

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Unos días después, cuando ya se desvanecía el
ánimo, cuando comencé a creer que solo estaba
ahí de paso aquel día. Cuando traté de hacerme a
la idea de que no volvería a verla y volví a la
misma rutina, pasar el rato con mis amigos y
fumar como un anciano. Fue entonces cuando
sucedió.

Otra vez estaba sentado en aquel mismo lugar. Era


una tarde en la que, el sol se asomaba tras las
nubes justo después de haber cesado la lluvia.
Dándole un aspecto limpio y alegre a la calle. El
agua estancada a lo largo de la calle reflejaba el
cielo y hacía lucir bello todo el lugar. Mientras
observaba el paisaje, la vi venir a la distancia. Con
toda su hermosura, siendo bañada por el sol que la
acariciaba de frente y le regalaba toda su luz. Con
sus bellas facciones reflejándose en el agua. Y
ella, con su caminar desdeñoso, sabiéndose bella y
observada por los jóvenes que pasaban por el
lugar.

Me regaló el mejor recuerdo de aquellos mis


diecisiete años. Fue una escena tan linda, que me
hace sonreír cada vez que se cruza por mi mente.

Ella pasó a mi lado sin prestar atención a mi


presencia. Lleno de nervios, traté de acercarme a

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ella y tratar de hablar un poco. Intenté, pero no
pude. Pues no fui capaz de decir palabra alguna.
Me limité a observarla por el breve instante que
estuvo presente. Probablemente haciéndola sentir
incómoda, tal vez acosada. Por lo que decidió
marcharse al cabo de unos cuantos minutos. Y con
mi mirada sobre ella todo el tiempo. Esperando
que en algún momento se cruzara con la suya.
Ahora estaba seguro; ella era la mujer. Era a quien
yo esperaba. Pero ahora me sentía incapaz de
conseguir conquistarla. Ahora el miedo al rechazo
se volvía mucho mayor. Tenía miedo a intentar y
fallar, a que se alejara y no volviera a saber más de
ella. Sentí tanto miedo a tantas cosas absurdas,
que por momentos creí que sería mejor no decirle
ni una palabra. Nunca había sentido confusión así.
Esto para mí era una buena señal, pues esto
significaba que esta vez era diferente. Pero
también podría ser que si me arriesgaba, podía
quedarme peor que antes y la decepción sería aún
más grande.

No sabía qué hacer. Todavía no cruzaba una


palabra con ella y ya estaba hecho una piltrafa.
Soñando con una y mil posibilidades. ¿Y si ella
también quisiera entablar una relación conmigo?
No. No era una posibilidad real. Aún así, seguí
creando un sin fin de historias en mi mente.
Ensayando tantas formas de conversar con ella.

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Desechándolas todas al final. Pues no sabía si
acaso sería capaz de acercarme y hablarle. Por
momentos, me creía capaz y me decía a mí
mismo, que la siguiente vez si me atrevería a
hacerlo. Decirle que me gustaba y que me gustaría
conocerla mejor y, ¿Quién sabe?, tal vez llegar a
entablar una relación. Sin embargo, luego me
entristecía de pensar que sin duda me diría que no
había posibilidad de que eso sucediera.
Un día, se lo conté a uno de mis hermanos. Quien
al instante me dijo <<¡Estás enamorado!>>. Yo
dije que no era posible porque no la conocía, que
apenas la había visto y solo sabía su nombre.

—¿Y? eso no importa. Uno casi nunca se enamora


de las personas que ya conoce.

—Pero. ¿Cómo le hago? ¿Qué le digo?

—No sé. Háblale. Pregúntale cosas. Tienes que


hablar con ella. De lo que sea, solo demuestra tu
interés.

Tal vez tenía razón y era verdad que me enamoré


de ella. Tal vez había descubierto el amor a
primera vista y así ella se convertía en mi primer
amor.

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Esperé pacientemente hasta volver a verla, para
averiguar si en verdad era amor lo que yo sentí.
No tuvo que pasar mucho tiempo. Pues al
siguiente día, al llegar al lugar de costumbre, ella
estaba ahí. Y al verla otra vez, lo descubrí. No
podía ni hablar, las rodillas me temblaban, las
manos me sudaban bastante y sentía el corazón
empujando mi garganta, como si quisiera salir de
mi cuerpo, como si quisiera escapar de tan
bochornoso momento.

Ya no había duda, era ella en realidad a quien


tanto había esperado. Pero ahora no sabía qué
tenía que hacer para que ella también sintiera lo
mismo. Pues no me prestaba mucha atención,
muchas veces ni siquiera me miraba y cuando
intentaba acercarme para hablar con ella,
simplemente desviaba su atención para hablar con
alguien más. Esa maldita costumbre que tiene
mucha gente de interrumpir cuando yo estoy
hablando, (¡Cuánto odio eso!) Y yo, con mi nula
experiencia en el coqueteo, no sabía qué hacer y
mejor me quedaba callado.

Pero poco a poco, fui encontrando la forma de


llamar su atención. Comencé por hablar un poco y
marcharme. Tan solo hacer algún comentario
superficial, solo para averiguar si por lo menos
aceptaba hablar conmigo. Y cada vez fui ganando
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más confianza. Luego de un par de semanas, se
podría decir que ya éramos amigos. Siempre que
ella llegaba, me acercaba de inmediato, la
saludaba alegremente y hablaba un poco con ella.
No sé si ella ya había notado cuánto me gustaba.
Yo no se lo había dicho aún, pero estoy seguro de
que se me notaba. Pues cada día que la miraba,
charlamos un poco más. Ella era quien hablaba
más. Me hacía muchas preguntas y yo solo
contestaba. A veces no sabía qué decir, solo me
quedaba ahí escuchándola hablar, viéndola ser
bella y simpática. Mis ojos se perdían en el
movimiento de sus labios, labios que cada día
deseaba un poco más. Soñaba con atreverme a
besarlos y descubrir si su sabor era tan delicioso
como me lo imaginaba. Cosa que muchas veces
me hizo dejar de prestar atención a lo que ella
estaba diciendo. Apenado, solo sonreía. No sé si
ella se daba cuenta de eso. Pero seguía hablando y
hablando sin parar. Haciéndome suspirar con esa
linda voz.

Entonces, tomé la decisión. Estaba dispuesto a


decirle de frente y sin rodeos un directo "Me
Gustas" Me propuse a conquistarla. Y esperé a que
viniera de nuevo para comenzar con el cortejo.
Durante horas esperé en aquel sitio, observando
hacia el final de la calle, esperando que, en
cualquier momento, ella diera vuelta en la esquina.

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Se fue el sol y vino la luna. Y de ella, ni una señal.
Llegaron mis amigos, jugando con un balón,
haciendo alboroto. Yo no les presté mucha
atención. Estaba concentrado en aquella esquina.
No quería que se escapara de mi vista si es que
acaso pasaba por ahí. Pronto, algunos de mis
amigos se fueron y otros se quedaron ahí también
por un rato. El señor de la tienda cerró su local, y
ella no llegaba. Se fueron mis amigos, se hizo
media noche y ella no vino. Se hizo de madrugada
y yo seguía sentado en el mismo lugar, con la
esperanza de verla una vez más. Me fumé media
caja de cigarrillos y ella nunca llegó.

Me marché pensativo a casa. Preguntándome si tal


vez perdí demasiado tiempo, si a ella no le
interesaba estar conmigo, si solo me miraba como
un amigo, o tal vez ni eso. Tal vez solo me
hablaba por qué yo insistía en acercarme y
molestarla todo el tiempo.

Me sacudí los malos pensamientos y me dije


<<mañana vendrá>>. Al siguiente día, era un
hecho para mí que la vería y que le pediría que
fuera mi novia. Me prometí a mí mismo que me
diría que sí.
Pero llegó el siguiente día y ella tampoco
apareció. Ni el siguiente, ni el siguiente. Dos

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semanas transcurrieron, semanas en las que no
pasó nada interesante, más que el tedio de tener
que esperar a poder verla de nuevo.

Tantos días de espera de esa que desespera. Sin


noticia alguna, sin recompensa y poco a poco con
menos esperanza. Pasaron y pasaron todos esos
días, en los que me la pasé mirando
constantemente a la esquina, esa esquina por la
que ella nunca apareció.

Mis ojos la reclamaban, mis oídos me gritaban


que necesitaban escuchar su dulce voz, mi nariz
deseaba con ansiedad volver a oler ese aroma que
no era perfume ni era el olor de su ropa; era el olor
maravilloso de su piel, olor que no había
descubierto en nadie. Un olor que me hipnotizaba
y me hacía conocer su piel si siquiera haberla
tocado.

Pues no me había atrevido a rozar siquiera la piel


de sus manos. Ya que la miraba inalcanzable. De
esas cosas que no se deben tocar porque son
sagradas.

Pero ella no venía y creí que ya no lo haría. Y el


desespero me orilló a alejarme de mi guardia
constate. Por lo que, equivocadamente, dejé de
esperarla.

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Era domingo y decidí acompañar a mi amigo
Ángel a la plaza. Llegamos, caminamos,
conocimos algunas chicas, hablamos con ellas,
nos despedimos y quedamos de volver a hablar.
Pero yo no dejaba de pensar en Alba. Quería verla
otra vez.

Por momentos, mi mente se marchaba a un lugar


ficticio en el que podía estar con ella. Tanto, que al
instante olvide el nombre de quién acababa de
conocer. Pero no importaba porque no me
interesaba.

Cuando regresamos, casi era la hora de que se


cerraba la tienda donde siempre nos reuníamos y
donde siempre esperaba por Alba. Cuando
doblamos la esquina y la vista me permitió ver la
entrada de la tienda.

Alba iba saliendo del lugar, los nervios y el temor


entraron en mí de golpe. Me arrepentí de
abandonar mi puesto de vigilancia, pues fallé en el
peor momento. Pero no todo estaba perdido, ella
estaba ahí, a mi alcance, a tan solo unos pasos. Me
apresuré a su lado, la saludé alegremente,
mostrando mi mejor sonrisa. Pero ella parecía
indiferente.

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—¡Hola! ¿A dónde vas? ¿Puedo decirte algo?

—No. Ya me voy. —dijo con algo de indiferencia.

—¿Mañana?

—No sé. A ver qué pasa.

No dijo nada más y se marchó. Me decepcioné de


mí mismo, pues perdí la oportunidad que por
tantos días esperé. Pero ¿Por qué se mostraba
molesta? ¿Acaso también esperaba encontrarme
ese día?

Con esa duda en mi mente, me dispuse a volver a


esperar, pues no me quedaba más. Se fueron
cuatro días mas, días de insoportable espera. Mi
vista puesta en aquella esquina por la que ella no
doblaba y por más que esperé. Ella no volvió a
aparecer.

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ME GUSTAS.
Después que pasaron tantos días sin poder verla.
Llegué a pensar muchas veces que tal vez no
volvería, que mi existencia para ella no tenía
ninguna importancia. Pero un día, como aquel en
que no la esperaba. La vi venir de nuevo. Todo mi
ser se estremeció. Me sentí vivo de nuevo y una
gran sonrisa invadió mi rostro. Expectante
acompañé su andar con la mirada mientras se
acercaba, hasta que, por fin estuvo frente a mí.

La recibí con tanta emoción, que traté de regalarle


mi mejor sonrisa. Y sin saber qué hacer, ni que
decir. Tan solo la miré, sonriente, nervioso,
ansioso por admirar ese bello rostro de cerca. No
atiné siquiera a ponerme de pie y así, sentado
como estaba, la saludé con alegría. Ella me miró
con sus ojitos chiquitos, que siempre estaban
enmarcados por unos pequeños lentes metálicos
de color café que resaltaban toda su belleza y ese
brillo especial que me cautivaba.

El momento siguiente se quedó grabado para


siempre en mi mente. Con una sonrisa, se paró
frente a mí, me miró fijamente, acto seguido,
tomaba asiento junto a mí. La sorpresa que me
causó fue imposible de ocultar. Se me bajó la
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sangre y mi respiración y mi pulso se aceleraron al
instante.
—¿Qué pasa? —preguntó.

—No. Nada. —repuse.

Los nervios se intensificaron y me dejaron mudo.


Como siempre pasaba, mis piernas empezaron a
temblar, mi mandíbula se entumeció y mi corazón
saltaba en mi pecho por la alegría de que haya
decidido sentarse junto a mí. No podía creer que la
tuviera tan cerca, que su aroma estuviera otra vez
a mi alcance y me arrancara un suspiro más. Yo
que tanto había deseado ese momento, ahora que
estaba sucediendo no tenía idea qué hacer con él.

Y ahí estábamos, sentado uno al lado del otro, en


silencio. Solo nos mirábamos ocasionalmente y
nos sonreíamos. De repente, la cantidad de
preguntas que me hacía, había disminuido a
solamente unas cuantas. También se le notaba algo
nerviosa. Lo que me hizo deducir que también
pensaba en mí, de la misma forma en que yo
pensaba en ella. Seguimos así por un rato, sin
hablar demasiado, solo dejamos que pasara el
tiempo, sin atrevernos a dirigirnos la mirada otra
vez. Solo unas pocas palabras, sonrisas nerviosas,
como intentando conservar la compostura.

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Hasta que ella comenzó a hablar de nuevo. Para
preguntar con mucha insistencia si había alguien
especial en mi vida. Si acaso tenía una persona a
la cual dedicarle mi tiempo. Casi tartamudeando le
respondí que sí. Que había una chica que desde
unos días atrás, me había robado un montón de
suspiros, en la que pensaba todos los días y
deseaba ver en todo momento.

Ahora su insistencia era para saber de quién se


trataba. Yo no quería, o mejor dicho no me atrevía
a decirle que me refería a ella, que era ella quien
se robaba mis pensamientos día con día. Que ella
se adueñó de mi tiempo, desde la primera vez que
la vi.

Hice todo lo que pude por evadir la pregunta.


Intentando desviar su atención hacia otras
personas. Pero no. Ella estaba decidida. Quería
saber quién era esa persona especial para mí.
Fueron tal vez los quince minutos más largos de
mi vida. Sin saber cómo hacer para no decírselo.
Pues no había reunido el valor suficiente. Y sin
saber que decir o cómo abordar otro tema para no
contestar su pregunta. Pues a pesar de tanto
planearlo y de tanto ensayar las palabras correctas
para decirle, éstas no llegaban a mi mente y por
consiguiente, no encontraba la forma ni el valor
para simplemente decirle; "me gustas tú".

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Hasta después de un rato, fue que me decidí y
sacando valor de no sé dónde, simplemente se lo
dije:
—Sí, hay alguien que me gusta mucho.

—¿Quién es? ¿La conozco? —inquirió.

—Es una niña muy bonita que casi acabo de


conocer.

—¡Ah! Y ¿De dónde es?

—No sé, no la conozco bien.

—¿Yo la conozco?

—¿Eh? Este. Yo creo que sí.

—Y ¿cómo es?

—Pues es muy bonita, es chaparríta. Así como tú.

—¡Ya dime bien! ¿Cómo se llama?

—No sé. —mentí

Así insistió por un rato mas, hasta que por fin le


respondí.

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—¡Tú!

—¿Yo qué?

—Me gustas tú.

—Mm... —esta respuesta no me dijo nada. Esa no


era para nada la que yo esperaba. No pareció
moverla en lo absoluto, hasta pensé que le había
molestado lo que acababa de decir. —¡Ya en serio!

—¡Es en serio! —dije aún más nervioso.

Dijo no creerme y hasta se quiso hacer un poquito


la ofendida, diciendo que ella no me había dado
motivos para que yo la viera de esa forma y
muchos reproches más, por un momento
reflexioné ¿Para qué se lo dije?

Pues ella tenía razón. No era ella el tipo de chica


que acostumbra a cortejar. Yo acostumbraba a
hablar con muchachas más de mi edad, de otro
tipo. de las que se juntaban con los muchachos del
barrio. Con cholas. Ella se veía seria y de
diferentes costumbres a las mías. Tampoco parecía
ser el tipo de chica que se fijara en mí. Pues yo era
para los ojos de los vecinos nada más que un
vago, un cholo, una lacra, un drogadicto y hasta

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para algunos un ladrón en potencia. Era todo eso
simplemente por mi modo de vestir.

Además dijo que a ella le habían contado que me


gustaba otra chica. Hasta me dijo cuál de ellas y
que al parecer yo también le gustaba a dicha
muchacha, así que, por tal motivo no podía ser
ella. También me achacó que yo era tres años
mayor y que era obvio que me fijaría en otro tipo
de chica. En una de mi edad. Traté de convencerla
de que decía la verdad y dijo:

—¡Demuéstramelo!

En mi interior surgió la pregunta "¿Ahora que


hago?" Hubo un breve silencio y yo sin saber
como aliviar la tensión, levanté lentamente mi
mano derecha y con el nudillo del dedo índice hice
una suave caricia en su mejilla. Creí que se
apartaría, pero no lo hizo. Recibió la caricia de mi
mano temblorosa, ella cerró sus ojos y ese gesto
me indicaba que también deseaba ese roce de
nuestra piel. Ese roce de su delicada piel con la de
mi mano me hizo sentir algo muy bello y
reuniendo todo el valor posible, extendí la palma y
toque toda su mejilla. Con el pulgar hice una
caricia más a su pómulo sonrojado, acercando la
otra mano, tomé ambas mejillas con ternura, la
acerqué despacio hacia mí. Ella obedeció a mis

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manos y entrecerrando los ojos, se acercó
lentamente a mí. Por fin pude respirar su aliento
entrecortado, y luego, sin dudarlo más, la besé.

Por un breve instante sus labios correspondieron a


los míos. ¡También me besó! Y el dulce sabor de
su boca invadió la mía. Haciéndome volar por un
momento. Pero luego se separó empujándome por
el pecho con ambas manos y se mostró indignada.

Dijo que esa no era la forma de demostrar lo que


estaba diciendo. Yo no supe que hacer y le
pregunté cuál era la mejor manera de demostrar
cuánto me gustaba. Contestó que no lo sabía, pero
tenía que hacer algo más, no solo besarla sin su
consentimiento y faltarle al respeto de esa manera,
porque eso la ofendió mucho.

—¿Entonces? ¿Quieres ser mi novia?

La pregunta me salió sin pensarlo, sin medir las


consecuencias de lo que acababa de hacer y con el
riesgo de recibir como respuesta un rotundo "NO".
Se quedó viéndome, creo que no esperaba nada de
lo que yo acababa de hacer y se veía un tanto
sorprendida porque el chico tímido y temeroso
había desaparecido por un instante. Ella solo me
miraba sin decirme nada.

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Me arrepentí hacia mi interior de lo que acababa
de hacer. Tal vez me había aventurado demasiado.
Ahora estaba seguro de que me había equivocado.
Ella no pensaba en mí de la misma forma que yo y
acababa de cometer un gran error. Por un
momento quise huir, desentenderme de la
situación e intentar olvidar lo sucedido y esperar
que ella también lo olvidara. Pero a la vez quería y
necesitaba una respuesta. Tampoco quería
quedarme con una duda tan grande durante el
resto de mi vida. Consideré que era mejor saberlo
de una vez y resignarme a no ser lo que ella
deseaba, o llenarme de regocijo al obtener la
respuesta que quería escuchar.

Durante unos segundos pareció que las personas


que estaban al rededor habían desaparecido.
Solamente estábamos ella y yo, en un lugar
mágico en el que nadie nos molestaba. Era como
si el tiempo se hubiese detenido. Y todo careció de
importancia justo en el momento que la vi dibujar
media sonrisa para luego entreabrir sus labios en
señal de que estaba a punto de hablar para
responder.

—No sé.

De repente todas las emociones que se


amontonaban en mi mente, en mi pecho y en mi

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corazón se disiparon, se borró la sonrisa nerviosa
de mi cara para ser remplazada por un semblante
de decepción. Para mí eso era un no tratando de no
ser muy duro. Acabé de arrepentirme por haberme
arriesgado a tanto. ¡Claro! ¿Cómo era posible que
ella se fijara en mí? En un cholo ¿En qué estaba
pensando? El deseo de huir regresó con más
fuerza, quise dejarla con la palabra en la boca,
olvidándome por completo por el respeto que se le
debe a quien está diciendo algo. Estoy seguro de
que mis ojos me delataron, pues casi los sentí
inundarse por el sentimiento que luchaba por
desbordarse de mi ser.

Entonces interrumpió mis pensamientos diciendo:

—Es que no me dejan tener novio. Y tú eres


mayor que yo.

—¡Ah! Y ¿Entonces?

—La verdad no lo sé. Te veo mañana para darte


una respuesta.

Y yo, como hombre que soy, terco y desesperado.


Hice una pregunta muy tonta.

—Pero ¿Qué es más seguro? ¿Que si. O, que no?

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Solo me miró, sonrió, pero no respondió. Se
disculpó diciendo que ya era tarde, y dando una
suave palmada en mi hombro me dijo «adiós».

Al instante volvió a aparecer todo el mundo a mí


al rededor. Me di cuenta de que más de una
persona de las ahí presentes había escuchado al
menos un poco nuestra conversación. Me sentí
algo apenado, pero pronto le resté importancia a
eso.

Mi cabeza seguía llena de dudas. Ahora tenía


muchas más que antes, pues cabía la posibilidad
de que esa respuesta solamente fuera una forma de
escapar sin tener que decirme que no. Así
simplemente podía desaparecer de mi vida y
únicamente mucho tiempo después decirme que
no podía. O tal vez deseaba decir que si, pero en
realidad no podía. Pensé en esas y muchas
posibilidades más en las que siempre terminaba
diciendo que no quería ser mi novia.

Entristecido, me encaminé a casa. Estaba


confundido, no sabía que respuesta debía esperar.
Evalué un sinfín de probabilidades, positivas y
negativas. Pero el pesimismo se apoderó de mí y
al final casi todas eran negativas. Pasé casi toda la
noche en vela, hundido en mis pensamientos y

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cuando el sueño me venció, me había convencido
de que me diría que no.

A la mañana siguiente estaba un poco más


tranquilo y pase todo el día pensando en qué hacer
al llegar el momento. Hasta llegué a pensar en no
llegar a la cita ¿Para qué? Al fin iba a rechazarme.
Fue un día muy largo en el trabajo. Sin dejar de
pensar en ella, hice todas mis tareas, hasta que por
fin llegó la hora de la salida. Ese día se me había
hecho eterno. Pero al fin se acercaba la hora.
Un rato más y ya era el momento de ir a su
encuentro, a esperar por la respuesta que tanto
deseaba y tanto temía a la vez.

Y ahí estaba yo, sentando una vez más, en el


mismo lugar, con los nervios de siempre, con la
cabeza llena de dudas, con el temor de que ella no
iba a llegar o de qué la respuesta sería un triste
"NO". Así estuve un rato, entraba y salía del sitio
lleno de nervios. Los minutos pasaban y ella no
llegaba. Tal vez llegué muy temprano. Pero ahí
seguía, esperando. Hasta que, después de un rato.
Un poco tarde, pero llegó. Más bella que nunca,
luciendo radiante. Solo se paró frente a mí. Otra
vez no tuve la delicadeza de ponerme de pie, (se
me estaba haciendo costumbre ese mal hábito de
no ponerme de pie para saludarla) y sin más, pasó
sus dedos entre mis cabellos.

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—No me dejan tener novio, pero… —pausa.
Cómo llegué a odiar esas pausas. Mi corazón latía
de prisa, acortando mi respiración, como lo hacía
siempre.

—¿Significa que no? —pregunté antes de que


prosiguiera.

—Es que no me dejan.

—Bueno. Ni modo.
Ella me miraba fijamente con un ligero gesto que
no sabía si sonreía o era un semblante triste.

—¿Quieres que andemos a escondidas?

Mi corazón dio un salto más y no supe qué


responder. Ahora estaba mil veces más nervioso.
pues no iba preparado para esa respuesta. Estaba
convencido de que no querría ser mi novia y no
esperaba tal propuesta. Propuesta que por
supuesto iba a aceptar sin dudarlo.

—¿Puedo besarte? —fue lo único que atiné a


decir.

No dijo nada y cuando me puse de pie, acercó su


cuerpo al mío, me regaló un cálido beso, tan suave

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y húmedo que me pareció tan corto. Tanto que
desee besarla un poco más. Pero no quise lucir
desesperado y me conformé y me sentí satisfecho
con seguir abrazado a ella, tomando su cintura,
recargando mi cara en su hombro y sintiendo algo
que jamás había sentido. Todo había salido bien,
mejor de lo esperado. Por lo menos no dijo que
no.

Esta vez ella tenía menos tiempo. Me besó y


guiñándome un ojo, dijo:

—Te veo mañana.


Yo, sin palabras, aún adormecido por lo que
acababa de suceder, solo sonreí mientras la soltaba
y la miraba alejarse.

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DIJO QUE SÍ
No podía creer que haya dicho que sí. Y era tanta
la emoción que no me cabía en el pecho. Su
respuesta me había hecho tan feliz, que se me
notaba. No podía disimularlo, la sonrisa de oreja a
oreja me delataba. Por lo que decidí mejor irme a
casa. Pasé el resto de la tarde viendo televisión sin
prestar mucha atención pues no dejaba de pensar
en ella. ¿Qué estaba haciendo? ¿estaba igual de
emocionada?

Tal vez en ese momento también pensaba en mí,


en lo que yo estaba haciendo. Me enredé por un
rato en esos pensamientos, para luego más
tranquilo irme a la cama.

Al día siguiente no hubo ninguna novedad en el


trabajo. Todo pasó con normalidad, hasta que se
llegó a la hora de ir al lugar del próximo
encuentro. A esperarla con las mismas ansias de
siempre.

Esta vez llegó muy puntual. Ahora los nervios


habían mermado un poco. Tan solo esa sonrisa,
que no podía borrar de mi rostro. Pero aun así, la
situación era la misma. Ella hablaba y yo me
limitaba a escuchar y a contemplar toda la belleza
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que tenía a mi lado. Aún no me atrevía a abrazarla
de nuevo. Simplemente la tomé de la mano, su
piel era tan suave y cálida, que se sentía muy bien
poder tocarla. Estar tan cerca de ella y poder
respirar su aroma que me estaba enloqueciendo.

Durante algunos días nos mirábamos cerca del


sitio donde nos habíamos conocido. "A
escondidas". En un lugar donde nadie pudiera
vernos. Pues como había dicho antes, no tenía
permitido tener novio. Así que decidimos vernos
en secreto hasta que se presentara la oportunidad y
que yo fuera a hablar con sus papás. No sabía
cómo iba a hacerlo, apenas me atrevía a hablar
con ella. ¿Cómo lo haría con ellos?

Fueron días muy bellos, en los que yo disfrutaba


tanto estar a su lado. Tan buenos momentos que,
me parecieron muy pocos. Un día justo cuando
volvíamos del sitio que elegimos para vernos.
Cuando doblábamos la esquina, vimos venir a su
mamá. Nos quedamos paralizados, sin saber cómo
reaccionar. Ella soltó mi mano de prisa y
encaminó sus pasos hacia su madre. Quien le
propinó un fuerte regaño en mi presencia. Y se la
llevó. Yo no supe que hacer y me quedé ahí
parado. La vi marcharse con su madre y con su
hermana. Ella ya no me alcanzó a decir nada, solo
agachó la mirada y se fue.

39
Desconsolado y cabizbajo, caminé despacio hacia
mi casa. Pensando mil cosas. Triste porque fuimos
descubiertos demasiado pronto. Suponiendo que
tal vez ya no podría volver a verla. Imposible
saber qué pasó con ella al llegar a su casa. Esperé
a ver qué pasaba el día siguiente.

Llegué puntual, como siempre. La esperé por un


par de horas. Otra vez la misma historia. Yo
esperaba y ella no llegaba. Después de un rato
deduje que no vendría.

Llegaron dos de sus amigas, no sabía sus nombres.


Pero las reconocí porque las vi una par de veces
con ella. Las observé por un momento.
Imaginando y suponiendo por qué ese día no
estaba con ellas. Luego de un rato se fueron. Todo
el tiempo que estuvieron ahí, me vi tentado a
preguntar por ella. Pero no supe cómo abordarlas.
No sabía si era correcto simplemente acercarme y
preguntar por ella. Si acaso me darían una
respuesta, o si me ignorarían. Dieron las diez y
media de la noche. La hora que ella acostumbraba
irse. No llegó y me resigné a perderla. Pues
siempre fui muy dramático y pesimista. Siempre
imaginando los peores escenarios y desenlaces
para cada situación de mi vida. Esta ocasión no

40
era la excepción. Supuse que me encontraba en un
problema que no tendría solución.

Unos minutos después vi venir a un niño


corriendo. No lo conocía. Solo sabía que vivía por
el rumbo del que siempre la veía venir. Llegó
hasta donde yo estaba y me entregó un papel
doblado. Era un recado de ella.

«Hola. No pude ir a verte hoy. Creo que no podré


por algún tiempo. Me regañaron bien gacho por lo
de ayer. Piensan que me llevaste a la oscuridad
para ya sabes qué y me dicen que no me van a
dejar salir más. Pero no pienses que esto es una
despedida. Voy a hacer todo lo que pueda para
poder verte otra vez. ¡Te quiero!»

Sentí algo de alivio. También sentí algo raro. Era


la primera vez que alguien me decía "Te quiero".
Esto hizo crecer mis ganas de verla y abrazarla.
Pero no me quedaba más que esperar a ver qué iba
a pasar.
Aguardé su llegada durante días. Ella no venía
más. Cada vez que llegaba a mi casa tomaba algún
libro que encontraba por ahí y casualmente leía
puras cosas tristes.

Lloré. Por momentos, lamenté haberla conocido.


Sabía que no debía haberme hecho ilusiones

41
porque siempre pasaba lo mismo. Cuando yo
estaba dispuesto siempre pasaba algo, por muy
simple que fuera y hacía que terminaran las cortas
relaciones que había tenido. Todo indicaba que
esta era una mas para la lista de fracasos que ya se
agrandaba, sin dejar espacio para que alguna vez
me pasara algo bueno y la situación fuese mas
favorable.
Pasaron dos días más sin novedad alguna. Hasta
que un día decidí no ir a buscarla, no tenía ánimos
para ir de nuevo a esperarla como un idiota.

Esta vez caminé por lugares solitarios. Buscando


un sendero que me ayudara a alejarme del deseo
de verla una vez más. anduve por rumbos
distintos. Esperando encontrar algo que me hiciera
desconcentrar y pensar en otras cosas que la
apartaran un poco de mi mente. Pero, más
temprano que tarde, me aburrí. Y mis deseos de
verla me llevaron al lugar de siempre.

Cuando pasé por el sitio, ahí estaba ella.


Esperándome. ¡Pendejo! Siempre me iba en el
peor momento. Noté que ya se marchaba del lugar,
haciendo un comentario a uno de mis amigos. La
alcancé cuando ya caminaba rumbo a su casa.
Sonreí. No podía evitarlo, me daba mucho gusto
verla.

42
—¡Hola! Pensé que ya no ibas a venir. —dije.

—No me dejan venir para acá. Hoy me escapé.


Pero no estabas.

—Ya me estaba haciendo a la idea de que había


sido todo.
—Ya me tengo que ir. —dijo extendiendo su
mano. Dejando un pequeño papel doblado sobre la
mía. —cada vez que pueda vendré a verte.

—¿Deveras?

—Sí. Pero no vayas a pasar por mi casa. Porque si


te ve mi mamá, a lo mejor te dice algo.

—¡Mm! Pues ni sé en cuál casa vives. ¿Como qué


me podría decir? —pregunta estúpida.

—Lee mi carta. Escríbeme una. Para que me digas


todo lo que no puedas decirme mientras no nos
vemos.

—No me gusta escribir. —mentí.

—Por favor. Es que no sé cuando vaya a poder


verte otra vez. Si no me ves, me la mandas con
alguien.

43
Y se fue. Casi corriendo, tratando evitar que la
vieran conmigo.

Rápidamente, me fui a un lugar a solas para leer el


papel que me había dado. No faltó el metiche.

—¿Qué es wey? —preguntó Juan.

—¡Nada wey! Ábrete para allá.


Desdoblé el papel e intenté leer sus palabras.
Cuando llegaron unas patrullas y bajando varios
policías. Nos pusieron contra la pared para
revisarnos. Al no encontrarnos nada, mas que
nuestros cigarrillos, nos corrieron a nuestras casas.
Pablo me acompañó y por ir platicando con él ya
no pude leer la carta. Al entrar a casa, tenía la
esperanza de que mi hermano aún no llegara. Pues
siempre acostumbró llegar más tarde que yo. O, a
llegar pedo y dormirse rápido. Pero no. Ahí
estaba, como compartíamos habitación. Otra vez
no tuve privacidad para leer mi carta. A fin de
cuentas, me encerré en el baño para por fin leerla.

«Hola. Tengo que decirte algo. Pero no encontraba


cómo.

Te escribo esto porque me dijeron que no me van


a dejar verte más. Dicen que no me conviene estar
contigo porque eres más grande que yo y por

44
cómo te vistes. Pero no voy a obedecer. Porque
también me gustas mucho y me gusta mucho estar
contigo. Aunque casi no hablas. Me gusta cómo
eres. Y Aunque no me gusta tu ropa, me gusta
como se te ve.»

¿Qué tiene de malo mi forma de vestir? Me


pregunté. Eso no tiene nada de malo. Me respondí
a mí mismo. Mientras yo no tenga ninguna mala
intención con ella.
<<Escríbeme una carta>> recordé sus palabras.
No Tenía ganas de escribir. No me gustaría que
ella también se burlara de ello. Así como lo había
hecho mucha gente antes. Y opté por no escribirle.
Lo que tuviera para decirle se lo diría en persona.
No quería pasar otra vez por la misma humillación
por la que pasé cuando era niño y mis hermanos
habían leído los intentos de poemas que tenía en
mi libreta.

Pero pasaron varios días sin tener ninguna noticia


suya. El niño que días antes me había entregado su
primera carta, seguía viniendo. Mi cerebro tardó
mucho en hacerme caer en cuenta que ella lo
enviaba esperando que con él le hiciera llegar mi
respuesta.

—¡Hey pinche morrillo! ¿Has visto a Alba?

45
—Si wey. Me mandó a buscarte. Dijo que me ibas
a dar una carta.

—Pregúntale cuándo va a venir otra vez.

El niño se fue corriendo, y unos minutos después


lo vi venir de nuevo. Pero ahora venía caminando,
tal vez se cansó de correr.

—Dice que ya no va a venir. Que le mandes la


carta.
—Dile que mañana se la mando, porque todavía
no la escribo. Dile que si ella no tiene una. Que
me la mande.

—¡No mames! Yo ya no voy a venir. Ya me cansé.

—¡Ah! ¿No? Ándale wey.

—Nel. Mejor dame pa' una coca.

—Ne' cáigale mejor. —le dije dándole un zape.

No quería. Pero ya estaba decidido. Por ella y por


las circunstancias. Iba a escribir otra vez. No tenía
ni idea de lo que le iba a decir. Pero me fui a casa
y saqué mi cuaderno y mi pluma del cajón donde
estaban arrumbados. Me senté y me dispuse a
escribir.

46
Sentado, con los codos sobre el borde de la cama.
Empuñé el bolígrafo. Escribí un "hola" y me
quedé casi una hora sin saber cómo continuar.
Hasta que comencé.

«¡Hola!
¿Cómo estás? Espero que estés muy bien. Yo
estoy bien. Bueno, no tan bien, ¡Te extraño! Todos
los días pienso mucho en ti.
A veces creo que eres tú quien no quiere verme y
solo inventas excusas. Pero luego me acuerdo de
lo que pasó y te creo, e intento hacerme a la idea.
Sin embargo también me están derrotando las
ganas de verte.

No sé si suene exagerado el decirte que te quiero.


Pero desde que te conocí sentí algo muy bonito
dentro de mí. ¿Por qué eso no pueden verlo? ¿Qué
tiene de malo cómo me visto? Si es por ser mayor
que tú. Te espero el tiempo que sea necesario.
Pero sólo dime qué voy a volver a verte.

Ya no sé qué más decirte. Ojalá te conociera mejor


y así sería diferente.»

Doblé el papel y lo guardé hasta poder


mandárselo. Tal vez podía haber dicho más. Pero
no se me ocurrió nada. Estaba enojado porque me

47
juzgaban sin conocerme, porque me querían cortar
las alas justo cuando empezaba a sentir que volaba
por ella. No podía esperar y fui a buscar al niño
para que le diera mi carta y si, ahí estaba.

—¿No que ya te habías cansado?

—Ya se me quitó.

—Ya escribí la carta. ¿Se la llevas?

—Pos ¿No que no?

—¡Llévasela wey!

—Pos dispárame una coca.

Tuve que darle diez pesos para su coca. Agarró la


carta y se fue a entregarla. Ya no regresó ese día.
Pues ya era tarde y tal vez no la encontró y no
pudo entregarla.

Al día siguiente, busqué al niño, esperando que


me trajera su respuesta. Pero dijo que ella no
estaba donde siempre y al parecer en su casa no
había nadie. Ese día no hubo respuesta. Pero no
me impacienté y esperé con calma.

48
El sábado tampoco tuve ninguna noticia de ella.
Pero seguí siendo paciente. Ella dijo que habría
días que no podría. El domingo estuve casi todo el
día en mi casa. En ratos escuchaba música y en
otros me ponía a jugar Play Station. Fui a la tienda
que era el punto de encuentro. Esperé un rato a ver
si su respuesta venía. Pero está vez no vino el
niño. ¡Vino ella! Y fui tan feliz de verla de nuevo.
Me abrazó y me besó con tanta ternura que quise
que ese momento no acabara nunca. No dijo nada,
solo me dio un papel y se marchó otra vez. Ahí
mismo abrí el papel que solo decía:

"Salgo de la secundaria a las dos de la tarde."


Pronto lo entendí. Pero no sin antes preguntarme,
¿A mí qué me importa eso? Pero al instante deduje
que quería que fuera a esperarla fuera de la
escuela.

Pero tenía que trabajar y no salía sino hasta las


seis. La hora en que podría escaparme por un rato,
era a las diez de la mañana. Cuando salíamos a
almorzar. Tenía que pensar en algo. A demás ni
siquiera sabía en qué secundaria estaba y no había
nadie cerca que pudiera decirme a cuál tenía que ir
a buscarla. Entonces me quedaba por delante la
tarea de averiguar en qué plantel estaba ella. Pero
tenía tantas ganas de verla de nuevo, que estaba
dispuesto a hacer todo lo posible para ir a su

49
encuentro. Pues era la primera vez que alguien
expresaba tener el el mismo deseo que yo y las
mismas ganas de verme. Cosa que me entusiasmó
tanto, que no estaba dispuesto a desaprovechar la
oportunidad de estar con ella.

POR ESCRITO.
Entonces tuve que darme a la tarea de averiguar en
qué secundaria estaba Alba. Y tenía que ser
rápido. Me escapé del trabajo a la hora del
almuerzo. No regresé. No me importaba que me
fueran a reprender o a despedirme. Pues
necesitaba estar con ella.

Fui a rondar cerca del lugar donde sabía que


estaba su casa. Tenía la esperanza de ver a alguna
de sus amigas. Para así poder preguntar a dónde
50
podría ir a buscarla. Por suerte, me encontré con
una de ellas y no tuve que pedírselo dos veces.

—Está en la técnica. La que está allá por el norte.

De inmediato me dirigí al lugar. Al poco rato, ya


estaba cerca de las puertas de la escuela,
esperando desde las doce del día. Pendiente de
cada vez que aquella puerta se abría y alguien
salía. Por si a caso alguna de ellas era Alba, que
por algún motivo había salido un poco más
temprano. Pero después de un rato, al no verla
salir. Me recosté bajo la sombra de uno de los
árboles del parque que estaba junto a la escuela.
Relajado, escuchando música en los auriculares
que no me dejaban escuchar lo que pasaba a mi al
rededor.

Casi sin darme cuenta, me quedé dormido. No


reparé en ello sino hasta que me di cuenta de que
estaba soñando. Me desperté de pronto y me
levanté de golpe. ¿Cuánto tiempo había pasado?
Consulté el reloj. Mas de una hora. Ya se acercaba
el momento de su salida. Me froté la cara, me
lleve un chicle a la boca. Luego me acerqué a un
lugar donde fuera visible cuando ella pasara.
Pronto comenzaron a pasar muchos estudiantes.
Pensé que tal vez ya se había ido cuando la
cantidad de muchachos disminuyó. Tal vez había

51
pasado frente a mí y no pude verla entre tantos
muchachos que desfilaban ante mí. Ya solo
pasaban unos cuantos. Hasta que en cierto
momento ya no pasó ninguno. Pero esperé un
poco más. Ya había notado que la puntualidad no
era su fuerte. Y así fue. Unos minutos después, la
vi salir junto a dos de sus amigas. Y me alegré de
nuevo. Cuando estuvo junto a mí se despidió de
sus amigas, ellas le sonreían pícaramente y le
decían algo al oído.

—¡No! ¿Cómo crees? —contestó ella.

No sé que le dijo, pero me imaginé lo que estaba


suponiendo. Se despidieron, me dijeron adiós. Yo
solo sonreí como respuesta y se fueron.

«Esta vez tendremos un poco más de tiempo»


Pensé.
Caminamos despacio por toda la avenida tomados
de la mano. Luego la tomé del hombro, la acerqué
a mí, y besé su mejilla.

—¡Qué linda estás! —dije mientras respiraba ese


delicioso aroma que siempre emanaba de su piel.

—¡Gracias! —contestó algo sonrojada– Tu


también estas muy guapo.

52
Yo caminaba orgulloso, abrazándola y admirando
su linda cara, como siempre. Deseé con todas mis
fuerzas que ese momento no se acabara nunca.
Nos detuvimos en un cruce. Ella iba a decir algo,
pero la interrumpí con un beso. Tomé su cintura y
la acerqué más a mí, ella me abrazó con fuerza y
sentí que su cuerpo también temblaba. Estaba
nerviosa, tal vez igual o más que yo. Terminamos
de besarnos, pero nos quedamos así, abrazados,
miré fijamente sus ojos, y noté que había miedo en
ellos.

Yo sabía que ella se estaba esforzando por poder


estar conmigo. Pero aun así ese miedo en sus ojos
me ponía a pensar si tal vez era mejor quitarle ese
peso de encima. Pues era obvio que la situación no
iba a cambiar en mucho tiempo, pues sus papás no
la querían ver conmigo, e intentarían evitar ese
romance a toda costa.

—¿A dónde vamos? —interrumpió mis


pensamientos.

—A dónde tú quieras, me imagino que no quieres


que te vean conmigo.

—Perdón, es que si nos ven juntos, ya sabes lo


que puede pasar. Puede que ya no nos veamos otra
vez.

53
—Sí. Entiendo. No te preocupes. Tú dime a dónde
vamos. Yo tengo todo el día libre.

Fuimos en busca de un lugar donde nadie pudiera


encontrarnos. Y lo encontramos. Era un sitio solo
y tranquilo, donde era raro ver personas pasar por
ahí. Tanto que quien nos haya visto caminar a ese
paraje, seguramente se imaginó que entrábamos
ahí para tener sexo.

Me sentí mal de tener que ir con ella a un sitio tan


feo. Pues no era así. En esos momentos yo no
habría hecho ni siquiera el intento de tocar su
cuerpo. Porque a pesar de lo que su familia y
algunos de mis amigos pensaban. Yo la quería
bien y mis intenciones con ella nunca fueron el
conseguir algo de sexo. Al contrario, si llegaba a
ser necesario, estaría dispuesto a alejarme de ella
con tal de no causarle más problemas. ¿Por qué
pasaba eso? Yo había creído que cuando
encontrara alguien, lo primero que haría, sería
intentar descubrir la sexualidad de su mano.

—¿En qué piensas? ¿En mí?

—Siempre estoy pensando en ti.

54
—Ahora no tienes que pensar en mí. Aquí estoy
contigo.

—¡Sí! ¡Por fin! ¡Ya te extrañaba! Perdón por no


saber qué más decir. Es que me pones muy
nervioso.

—Yo también te he extrañado mucho. No sabes


cuánto. —dijo mientras me abrazaba con fuerza.

Era tan bello tenerla a mi lado, sentirla tan cerca y


poder respirar el mismo aire por un momento. Tan
hermoso era el momento, que desee que todo fuera
diferente. Que fuera posible poder estar con ella
en todo momento. Eso para mí sería como un
sueño que se volvía realidad.

—¿Crees que un día podremos andar bien? Sin


escondernos.

No contestó. Solo me abrazó más fuerte y yo sin


saber qué hacer, solamente la acogí en mi pecho.
Sentí su calor, y comencé a desear que nunca se
separara más de mí.

—Puedo ver en tus ojos, que sientes miedo. ¿Pasa


algo? ¿Que tan grande es el riesgo?

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—Sí. Tengo miedo. Y el riesgo es tan grande, que
cada vez que te veo, puede ser la última vez. Y no
quiero eso. Me gusta mucho estar contigo.

—A mí también me encanta tenerte cerca.


También siento miedo por eso. Pero yo hago lo
que tú me pidas. Si debo insistir, aquí voy a seguir.
Y si no, pues con tristeza y todo, pero que sea lo
mejor para ti.

Nos quedamos ahí un buen rato. Sin hablar


demasiado. Aproveché todo el tiempo que pude
para besar sus dulces labios. Luego la acompañé
lo más cerca que pude de su casa. Cuando nos
despedimos, nos dimos un beso mas y tratando
que no lo notara, coloqué un papel dentro de su
mochila, para que al llegar a su casa lo encontrara.
Era la segunda carta que le escribía y decía así:

«Hola de nuevo.

Solo quiero decirte que el tiempo que paso contigo


es maravilloso. Aunque todavía no nos conocemos
lo suficiente. Por momentos ya siento que te
quiero. Pues te extraño cada momento y no dejo
de pensar en ti todo el tiempo.

Para mí, sería grandioso verte todos los días.


Poder disfrutar por más tiempo de tu compañía.

56
La verdad es que no sé hacer muchas cosas que a
ti te parezcan románticas. No sé por qué. Pero
siempre, se me hace tan difícil decirte lo que
siento. Me pongo nervioso y termino olvidando lo
que quería decir. Por eso te lo escribo, porque
cuando estoy contigo me siento muy feliz.»

Cuando regresé al trabajo, todos estaban enojados


conmigo. Había muchos quehaceres y para ellos
yo estaba perdiendo el tiempo. Me regañaron y me
duplicaron las tareas por hacer. Fui el último en
terminar. Ya era tarde cuando pude irme a
descansar. Me di un baño y decidí quedarme en
casa. Pues hasta para ir con mis amigos era tarde
ya. Pero estaba feliz. Había sido un buen día. Ya
que por fin había pasado más de media hora con
ella y con eso tenía suficiente para que nada
echara a perder mi día.

El siguiente día, volví a escapar del trabajo para ir


a verla. Y una vez más, nos escondimos del
mundo por un rato.

—¿Qué no trabajas?
—Sí. Pero me salí un ratito.

—Y ¿Ayer?

57
—También.

—¿No te regañan?

—Sí, pero vale la pena.

—¿Tú crees?

—¡Mucho!

—¿Por qué te gusta estar conmigo? Bueno, eso


dice la carta. Dime la verdad. ¿Qué quieres de mí?

—¿Por qué me gusta estar contigo? Porque


cuando estamos juntos, se me olvida todo.

—Me gustó mucho la carta.

—Ya te escribí otra. —dije extendiendo la mano, y


poniéndola en la suya.

—¡Gracias! Llegando a mi casa la leo.

La guardó en su mochila, y revolviendo todo lo


que llevaba en ella. Vi que sacaba algo.

—Yo no te traje nada. Pero tengo esto.

—¡Gracias!

58
Era un chocolate. La noté apenada, como si le
pareciera que el detalle carecía de valor. Lo que no
sabía era que ese era el mejor regalo que me podía
hacer, pues yo todo el tiempo me la pasaba
comiendo chocolate. Además. Era la primera vez
que alguien me regalaba un detalle de ese tipo. Ya
que hasta ese momento, mi tasa de éxito con el
sexo opuesto, era muy baja. Casi de cero.

—No has respondido.

—¿Qué cosa? —me hice el loco.

—¿Qué quieres de mí? ¿Qué buscas?

—No sé como responder esa pregunta. Perdón.

—¿No sabes lo que quieres? No te creo.

—Perdón. Es que, esta es la primera vez que me


pasa algo tan lindo, que la verdad no sé que
esperar, no sé que va a pasar. Siento que solo me
queda esperar a que pase lo mejor de mi vida junto
a ti.

—Eres muy raro.


La acompañé de nuevo. La dejé cerca de su casa,
caminé unos pasos hasta llegar a la esquina. Y me

59
quedé ahí parado por un par de minutos,
calculando el tiempo para que ella ya hubiese
llegado a su casa. Y con todo el valor que lo que
estaba sintiendo por ella me daba. Descolgué el
teléfono de monedas que estaba a mi lado y
marqué el número de su casa. (Si se preguntan,
¿cómo lo conseguí? Me pasé horas consultando la
sección amarilla. Hasta que di con el nombre de su
mamá.) Tembloroso, rogando porque fuera ella
quien contestara la llamada. Luego de un par de
tonos, escuché su voz.

—¿Bueno?

—Soy yo.

—¿Cómo conseguiste mi número?

—Tú me lo diste.

—¡No! No me acuerdo habértelo dado.

—Je je. No te creas. Lo busqué.

—¡Ah! ¡Qué bien! ¿Y?, pues dime. —no pude


descifrar en su tono si estaba molesta, o estaba
sorprendida.

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—Pues nada. Solo quería escuchar tu voz de
nuevo.
Nos despedimos una vez más y le pedí que leyera
mi carta. Dijo que ya estaba en eso. Que tenía que
colgar el telefono porque alguien se acercaba.
Esta vez la carta era más corta aún.

«¡Hola, linda!

Tal vez voy a repetir lo que ya había dicho antes,


pero tengo que decirte que me haces muy feliz y
que me gustaría que te quedarás conmigo
siempre.»
El miércoles no podríamos vernos. Pues yo estaba
seguro de que tendría mucho trabajo y era seguro
que no podría salir durante el día. Ya que iba a
terminar muy tarde. Ella iba a pasar el día con su
mamá y tampoco tendría oportunidad de verme. El
jueves, volví a escaparme. Pero esta vez se me fue
el tiempo volando y se me hizo tarde. Al llegar a
la escuela ella ya se había ido. Regresé al trabajo,
no me atreví a llamar a su casa, pues no era seguro
que la encontrara. Por la noche, no la vi por
ningún lado y nadie me supo decir dónde estaba.

El viernes tampoco pude ir a esperarla fuera de la


escuela. Pero esperaba poder verla por la tarde.
Así que al salir del trabajo, tomé un baño rápido y
sin siquiera comer, me fui a buscar la forma de

61
platicar un poquito con ella. Pasé mil veces por la
esquina de su casa. Me acerqué lo más que pude,
pero no pude verla. Fui a casa, y al llegar, me dijo
mamá.

—Te trajeron algo.

—¿Qué es?

—Una carta creo. La trajo un niño.

Desdoblé el papel, era una carta de ella.

«Hola.
Hoy no voy a poder verte, todos los viernes mi
mamá y yo vamos a visitar a unos familiares.

Yo también quiero que te quedes conmigo para


siempre. Mañana te veo a las nueve dónde nos
mirábamos antes. Quiero decirte algo.»

La última frase me dejó en suspenso, ¿Qué sería lo


que me tenía que decir? ¿Algo malo? ¿Una buena
noticia? Tanto me hizo pensar, que una vez más no
pude dormir. Y al día siguiente no me pude
concentrar en el trabajo. Se me hizo eterno el día.
No veía llegar las nueve. Tal era mi desesperación,
que tuve la sensación de que quince minutos
habían durado casi dos horas. El reloj avanzaba

62
muy lentamente, creí que estaba descompuesto.
Pregunté la hora a mis compañeros y si. El reloj
estaba a la hora correcta. Así sufrí todo el día,
hasta que se llegó la hora de salida del trabajo.
Corrí a casa. La rutina de siempre, comer,
descansar un rato, tomar un baño y luego a la
calle. Ella, tan impuntual como siempre. Había
dicho que a las nueve y llegó a las nueve cuarenta.
Pero esto no me molestaba. Luego de saludarnos
calurosamente y de besarnos como aquellos que se
extrañaron tanto. Pregunté:

—¿Qué me ibas a decir?

—Mm. No sé. Ya se me olvidó. —me quedé


viéndola con mi cara de; ¿Para eso tanto misterio?

—No te creas. Si lo recuerdo. Pero. No sé cómo


decirlo. —No pude suponer si era algo bueno o
era algo malo.— bueno, te lo voy a decir. ¡Yo
también te quiero!

¿Cómo explicar todo lo que sentí dentro de mí?


Una avalancha de sentimientos casi se desborda de
mi ser. Y no dije nada, sólo sonreí. No sabía qué
hacer. Nadie me lo había dicho antes. Además
esperaba que dijera cualquier otra cosa, menos
eso. Así que tomé su mano, hice que la extendiera
y saqué de mi bolsillo una pequeña flor aplastada

63
y casi deshojada que robé del jardín de una vecina.
La coloqué en su mano, sonrió y me besó. Nos
despedimos de nuevo. Fue una cita demasiado
corta. Y esta vez no sabíamos qué día volveríamos
a vernos. Pero yo ya era feliz. Los breves
momentos que pasaba a su lado eran tan
gratificantes que no necesitaba pedirle nada más a
la vida. Tan solo un poco más de tiempo, tal vez.

Cuando se fue, me encontré con Pablo. Le conté


un poco de lo que me estaba pasando, luego de
que me cuestionara el porqué lo tenía tan
abandonado. Pues él era mi mejor amigo desde
que éramos niños. Nos dirigimos a una tienda y
nos surtimos con cerveza. Había que celebrar lo
bien que la estaba pasando. Nos pusimos tan
borrachos, que cuando llegué a casa ya estaba
amaneciendo. Dormí un par horas. Para después
despertar con un dolor de cabeza insoportable y
unas ganas de vomitar que no pude resistir durante
todo el día. La resaca me abandonó hasta muy en
la tarde. No tenía ganas de levantarme, menos de
salir a la calle. Mejor me volví a dormir y desperté
hasta el lunes. Todavía un poco enfermo.

Estaba concentrado en las labores de mi trabajo.


Cuando sonó mi celular. Algo sorprendido, vi que
era un mensaje de texto. En aquel tiempo casi
nadie tenía celular y el mío sonaba allá de vez en

64
cuando. Eso porque mi mamá me llamaba para
saber dónde andaba. A excepción de eso, mi
teléfono era puro adorno. Entonces vi que el
remitente del mensaje no era ninguno de los cinco
contactos que tenía guardados. Era de un número
desconocido. Al abrirlo mi sorpresa se volvió
felicidad.

<<Hola, soy Alba, ya tengo celular>>

Esto me alegró mucho, pues ahora iba a ser más


fácil comunicarme con ella. Pues ya hasta había
olvidado que le había dado mi número cuando
empezamos a andar. Pero como nunca me llamó,
ya lo había olvidado. Pero no era su culpa, ya que
en esos años, un minuto de llamada a celular valía
una fortuna.

Rápidamente respondí el mensaje;

«¡Hola! ¡Qué bueno! Así vamos a poder platicar


más.»

No hubo respuesta. Pasó un buen rato y me aburrí


de esperar. Así que decidí hacerle una llamada.
Pero tampoco atendió. No me quedaba nada más
que esperar a que ella tuviera oportunidad de
responder.

65
66
67
VOLVEREMOS A VERNOS.
Fue más sencillo para mí charlar con ella por
medio de los mensajes de texto. Aunque no era lo
mismo. Día y noche, nos pasábamos
mandándonos breves textos, muchas veces sin
saber qué más decir. Solo nos decíamos cuanto
nos queríamos. Era como si estuviéremos juntos
todo el día, pero sin estarlo.

Aun cuando siempre podía saber dónde andaba y


que estaba haciendo. Deseaba sentir su calor, su
pelo acariciando mi rostro y ese brillo de sus ojos
al mirarme. Así que, cada vez que se presentaba la
más mínima posibilidad, corría a su encuentro.

Entonces fui por ella a la escuela cada que me lo


pedía. Pasábamos ratos hermosos caminando de la
mano, felices de estar juntos. Anduvimos por
lugares lejanos, disfrutando estar el uno con el
otro.

No nos importaba vernos obligados a caminar tan


lejos, ni el tiempo que nos tomara volver, ni el
cansancio. Aunque sí, quedábamos tan cansados
de las caminatas. Se veía que para ella era tan
satisfactorio como para mí cada momento que
compartíamos. En medio de besos y abrazos, ella
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tan parlanchina y yo atento escuchando. Pude
besar sus labios sin temor a ser vistos. En aquellos
parajes lejanos, pudimos pasear sin escondernos,
como si en realidad lo nuestro fuera algo posible.
Y yo me lo creía, hacía planes y la invitaba a sitios
a los que sabía no podría acompañarme. Cosa que
me regresaba a la realidad y recordaba que
estábamos escondidos.

Así pasamos casi dos semanas de ensueño, en las


que de verdad la sentí mía. Semanas en las que,
tiernamente, le entregaba todo mi cariño. Hasta
que, un día inesperado, me quedé con mis sueños
y mis suspiros atorados, ya que de un momento a
otro, todo se vino abajo.

Llegué al lugar de siempre, a sentarme por un rato,


para esperar por su llegada. Encendí un cigarrillo,
como siempre, me llevé un clorets a la boca y
disfruté la mezcla del sabor de la clorofila con el
tabaco. Ya se acercaba la hora y mis ansias de
verla se acrecentaban a cada segundo. Pero algo
me hizo voltear a mi derecha. Voltee lentamente,
Deseando no ver eso que menos me convenía en
aquellos momentos. Mis sospechas fueron ciertas.
Pues ahí estaba. La persona que menos hubiese
querido ver en ese instante. Era su mamá. Con una
mirada de desprecio fija en mí. Sin perderme de
vista, hasta que sonó el timbre de la escuela.

69
Cuando ella salió, se quedó petrificada. Me
observó y luego a su madre. Evidentemente, no
supo cómo reaccionar. Y como era de esperarse, se
apresuró hacia sitio en el que se encontraba su
madre, quien caminó a su encuentro. Ella con la
mirada baja. No se atrevió a mirarme, menos a
decir algo. Su madre le dijo algo al oído y se
marchó con ella.

Yo no tuve ninguna reacción, me quedé paralizado


al saber que acabábamos de ser descubiertos. Tan
solo observé como se marchaba otra vez. Monté
mi bicicleta y comencé a andar en ella lentamente.
Impulsándome con el pie en el suelo. Me detuve
un poco para encender otro cigarrillo. Necesitaba
relajarme. En eso, dos chicas se pararon a mi lado.
Una de ellas preguntó qué había pasado.

—Nada. — contesté antipáticamente, sin voltear a


verla.

—¿Crees que ya no la dejen verte?

—¿Qué? ¿Quién eres tú?

—Me llamo Melisa. Soy amiga de Alba.

—Ah. Pues se la llevó su mamá. A ver qué dice al


rato. O mañana.

70
Me regresé al trabajo. Y no dejé de pensar en ella
todo el día. Me sentía culpable. Le envié unos 30
mensajes. A ninguno respondió. Quise llamar a su
casa y saber qué era lo que iba a pasar, si acaso
estaba bien. Pero no tuve el valor. Supuse que tal
vez la tenían bien vigilada, de no ser así ya me
habría enviado un mensaje, pero nada, ni una
señal y el día ya casi terminaba.

Ya por la noche, me acerqué para espiar su casa.


Estuve deambulando cerca por un buen rato. No
obtuve ningún resultado. Ella no estaba por
ningún lado. Ya era tarde y era un hecho que no
iba a verla. El niño mensajero no se encontraba
ahí. Entonces vi a una de sus vecinas. Le hice una
seña y se acercó.

—¿Has visto a Alba?

—No. Hoy no salió.

—¿Puedes darle algo?

Hice la pregunta mientras le entregaba una carta.


Solo asintió. La tomó y se dirigió directamente a
su casa y tocó el timbre. En seguida, alguien se
asomó a la puerta. Preguntó por ella y un minuto
después la vi asomar su linda cara a la puerta. Me

71
pregunté ¿Por qué para mí no podía ser así de
sencillo acercarme y pedirle que saliera? ¿Qué
tenía yo de malo? Ella me miró a la distancia y me
dedicó una sonrisa. Y nada más con eso me alegró
el día. La chica le entregó mi carta y ella me hizo
una señal para que esperara un momento. Mi carta
decía lo siguiente:

«¡Hola!

Hoy me sentí muy mal por ti. Me he dado cuenta


de que el tratar de estar conmigo únicamente te ha
causado problemas. Yo soy muy feliz a tu lado, los
momentos que hemos pasado, me han hecho sentir
algo que con nadie había logrado.

Durante estos días que hemos compartido, he


podido darme cuenta de que estoy de ti muy
enamorado. Tu mirada, tus ojitos chiquitos y tu
voz. Se la pasan todo el tiempo rondando por mi
mente. Lo que más quiero es tenerte cerca de mí.
Pero creo que tú no puedes disfrutarlo tanto como
yo. Pues los problemas que te causo deben tenerte
abrumada todo el tiempo.

Lo único que quiero es verte. Pero si no es


posible, podemos dejarlo hasta aquí. Antes de que
las cosas empeoren. Yo haré lo que tú me pidas.»

72
Estuve unos minutos esperando, y luego su amiga
vino con un pequeño recado.

«No. No quiero que terminemos, nada más


espérame unos días. Todo se va a arreglar. Ya
verás. Yo te aviso.»

No sabía si esto me daba esperanzas o me las


quitaba. Pues si tenía que esperar, era porque
seguía siendo imposible. Pero estuve dispuesto.
Esperé durante días. Sin embargo, no tenía
ninguna noticia suya, no había mensajes, no había
llamadas y esta vez no encontraba con quién
enviarle mis cartas. Hasta que apareció de nuevo
el niño mensajero.

—¿Dónde estabas? —le reclamé.

—Estaba en la casa de mi abuelita.

—De seguro te mandaron allá porque nadie te


aguanta en tu casa. Ya pórtate bien, que no ves que
acá tienes cosas que hacer.

—¡No mames! —dijo el grosero. No me respetaba


nada.

73
Le entregué una carta y le pedí que no volviera sin
una respuesta. Esta vez, obedientemente, corrió a
cumplir con la encomienda.

«Hola otra vez. Ya son muchos días y las ganas de


verte otra vez, son cada vez más grandes. A veces
siento que estoy por rendirme, pero no puedo
¿Qué tengo que hacer? ¿Por qué no pueden vernos
juntos? Yo haría cualquier cosa por ti. Si tan solo
me permitieran demostrar cuánto te quiero.»

La respuesta vino rápido, como nunca antes:

«Perdón. Creo que no vamos a poder vernos más.


Al menos por algún tiempo. Dice mi mamá que no
me van a dejar salir mientras tú estés rondándome.
Me encontraron los mensajes de texto que nos
enviamos y me regañaron bien gacho. Dicen que
solo me quieres para aprovecharte de mí. Yo sé
que no es así. Pero no quieren creerme.»

¿Cómo podían saber que era lo que yo quería? Si


ni yo mismo lo sabía ¿Por qué pensaban eso de
mí, si ni siquiera me conocían? Sentí tanto coraje,
que desee ir a preguntar por qué opinaban tan mal
de mí. Me dirigí a la tienda y compré un pequeño
cuaderno y un bolígrafo que me hizo enojar aún
más porque no funcionaba, lo rompí y compré
otro. Acto seguido, garabatee estas palabras:

74
«¿Cómo pueden suponer eso? Ni siquiera me
conocen. Pregúntale a tu mamá ¿Qué es lo que
necesito para ser de su agrado? He visto a unas
personas peores que yo rondándote. Y a ellos sí les
permite acercarse a tu casa. ¿Qué he hecho yo?
¿Dime si alguna vez te he faltado al respeto como
para que opinen así? No sé qué hacer. ¿Cómo
puede cambiar la situación? Si no puedo ni
acercarme.»

Esta vez me envió un texto. <<Es por cómo te


vistes>> No contesté. Pues me sentí discriminado,
humillado, me sentí peor esta vez, mucho peor que
las veces anteriores, cuando ya me había pasado
algo similar. Me quedé reflexionando si tal vez era
necesario cambiar mi forma de vestir. No quería
hacerlo, pues yo sentía que ya me estaba forjando
una identidad. Tal vez a los ojos de mucha gente
me veía como una lacra. Pero trataba de no serlo
por ningún motivo. Recordé que le había dicho
que haría lo que fuera por ella. Ya en casa le
escribí otra carta. Carta que decía así:

«Hola. No sé qué tiene de malo mi manera de


vestir. Pero si tú me lo pides, estoy dispuesto a
cambiarla. No me agrada la idea, pero por ti haré
lo que sea. Dime si eso va a cambiar en algo todo
lo que está pasando. Yo te amo tanto, que quiero

75
hacerte muy feliz. Y si hay algo que pueda hacer
para ya no tener que vernos a escondidas, lo haré.
Nada más dime qué es.»

Cuando volví a la esquina, el mensajero no se


encontraba cerca. Así que, se la envié con su
vecina y esperé durante cuatro días por una
respuesta que no llegaba. Ni una palabra después
de aquel mensaje. Llamé varias veces a su casa,
decían que no se encontraba, la busqué en la
escuela y siempre iban a recogerla. Me cerraron
todas las puertas de nuevo. No sabía qué podía
hacer. Hasta que, un día ella vino, se acercó hasta
donde yo estaba en compañía de mis amigos. Me
levanté de mi lugar, me acerqué a ella y dijo que
ya no la dejaban salir sola, que se había escapado
un momento solo para ir a hablar conmigo.

—Mándame más cartas, cuando pueda te las


contesto.

—¿Entonces ya no vamos a vernos?

—No. Por un tiempo. Creo que es lo mejor. Pero


voy a tratar de convencerlos de que nos den
permiso.

—Bueno pues. Yo te espero.

76
—Te prometo que no pasará mucho tiempo. Te
prometo que volveremos a vernos.

Ya no sabía qué esperar. Las buenas noticias ya no


formaban parte de nuestra relación.

—¿Me visto muy culero, wey? —pregunté a


Pablo.

—Nel. Se me hace chido we.

Los demás confirmaban las palabras de Pablo.


Pero su opinión no iba a ser relevante, ya que
compartíamos los mismos gustos.

En eso llegaron los "Fresas" del barrio. Con sus


ropas ajustadas, con sus pulseras, sus zapatos
puntiagudos de tacón y sus perfumes finos. Todas
unas divas entre todos los cholos.

—¿Dónde compras tu ropa, wey? —le pregunté a


uno de ellos.

—En el centro. ¿Por qué? ¿Te gusta?

—La neta no. Pero a lo mejor me compro unos


cambios.

—¡Ah! Pues en el centro mijo. Si quieres te llevo.

77
—Simón. De repente vamos, o ¿Qué?

—Sí. Tú me dices.

—Me vendes tus Vans we. —dijo Pablo


burlándose. Le dije que sí. De todas formas no se
los iba a vender. Podía seguir usándolos. A demás,
todavía no tomaba una decisión. —¡Vámonos we!,
o, ¿Ahí te quedas? —continué.

—¡Fuga! —contestó

Saqué mis cigarros y le ofrecí uno.


Encendiéndolos y empezando a caminar, le conté
a grandes rasgos la situación en la que me
encontraba.

—Yo sí lo haría we. —dijo muy serio— La neta,


tú sabes que yo no he tenido suerte en los amores.
A lo mejor por eso pienso así. Pero, si deveras la
quieres. ¿Qué puedes perder? Yo sí cambiaría por
alguien así.

—Sí. ¿Verdad? Pues a ver qué pasa. Me da


vergüenza vestirme así.

Cuando Pablo se quedó en su casa. Nos


despedimos, no sin antes preguntarle si al día

78
siguiente íbamos al billar. Al fin y al cabo no iba a
poder ver a Alba. Quedamos en irnos a las ocho,
para jugar unas dos horas mientras nos echabamos
una caguama.

Yo vivía a cinco casas de Pablo y en el corto


trayecto a la mía. Sonó mi celular con tono de
mensaje. Sonreí, seguro que era Alba. Pensándolo
y haciéndolo, desbloqueé la pantalla. ¡Era ella!

Solamente tres palabras;

«¡Volveremos a vernos!»

Al leerlo, tomé la decisión. Cambiaría lo que fuera


por estar con ella.

79
80
SEPARADOS.
Fue tan difícil concentrarme en lo que estaba
haciendo. No podía pensar en el juego de billar, en
las tonterías que decía Pablo, en la gente y en
todo. Tanto así, que perdí casi todas las partidas.
No hice mucho caso a la caguama, pues con la
incertidumbre que traía conmigo, creí no poder
controlarme, pues era muy probable que terminara
por emborracharme otra vez. Entonces, acabe por
tratar de aislarme del mundo.

Volvieron a transcurrir días y días sin verla. Sin


saber cómo estaba, si acaso seguía pensando en
mí, si me extrañaba, o, si tal vez la habían
convencido de olvidarse de mí. Yo acepté
esperarla. Pero no pensé que sufriría tanto por tan
larga y tan triste espera. Muchas veces estuve a
punto de tirar la toalla. Donde quiera que iba
cargaba con un semblante triste y amargado. Los
días no eran los mismos sin tener la esperanza de
verla un momento. No tenía ánimos de convivir
con mis amigos, pues cuando estaba con ellos no
hacían más que preguntar por lo que había pasado.
Y no me agradaba mucho tener decir que ella se
alejaba porque los demás creían que yo no era lo
suficientemente bueno para ella. Que se merecía

81
alguien mejor, alguien con un futuro prometedor,
alguien que tuviera algo bueno que ofrecerle.
Y Desafortunadamente ese no era yo. Yo no tenía
nada para ofrecer, más que el sentimiento que ella
misma provocaba en mí. A los ojos de las personas
que no me conocían yo era un rufián, un patán,
que solo quería usarla para aprovecharme de su
inocencia.

En mi mente daba vueltas lo que dijo sobre mi


forma de vestir. Que era un obstáculo entre los
dos, obstáculo que se podría hacer desaparecer.
Entonces, después de meditarlo por un buen rato.
Decidí que si era lo mejor para ella, que si eso me
ayudaría a mejorar la situación, la cambiaría.

No sabía yo de qué servía que hiciera esto, aún


con un atuendo diferente seguiría siendo la misma
persona. Eso no iba a cambiar nada. Pero habría
que intentar.

No sabía cuándo iba a volver a verla, no sabía si


alguna vez sucedería. Así que tomé un papel y le
escribí otra carta.

«Hola.

Espero que estés bien. Quiero decirte una cosa,


pero me gustaría poder verte para decírtelo. Pero,

82
como dudo que eso suceda pronto, te lo voy a
decir; He estado pensando mucho en vestirme
diferente, y espero con esto conseguir más
posibilidades de estar contigo. Había pensado en
no hacerlo y dejarlo todo por la paz, pero no pude.
La verdad es que odio esta distancia. No te sales
de mis pensamientos, me la paso esperando el día
en que volveré a verte. Añoro los momentos que
hemos pasado juntos y espero con ansias que
llegue el momento en que nos encontremos de
nuevo. Ese en el que estaremos juntos sin ningún
remordimiento. Cuando por fin podré besar tus
labios sin tener que escondernos más.

Si tú me dices que eso servirá de algo, lo haré sin


pensarlo.»

Fui en busca de alguien con quien enviársela.


Maldita costumbre de sus amistades de
desaparecer en el momento menos indicado. No
encontraba a nadie, fui hasta un lugar cercano a su
casa. No esperaba verla, pero me la topé cuando
iba camino a la tienda. Mis ojos deben haber
brillado de la alegría de verla. Los nervios y la
adrenalina volvieron, pues tenía muy claro que ese
era el peor lugar para verla. Le hablé y con una
seña le pedí que se detuviera, para poder hablar un
poquito. Dijo que tenía prisa, que no debían
vernos juntos. Deseé besarla con todas mis

83
fuerzas. Pero no pude acercarme ni siquiera un
poco. Le di la carta y dejé que se fuera. Cuando lo
que deseaba era llevármela conmigo. Robármela y
llevarla a vivir en mi mundo, aunque fuera solo
por un momento. Pero no podía hacer eso, pues
seguramente empeoraría la situación.

Me senté sobre una roca que estaba en la entrada


de una casa. La calle estaba algo sola, encendí un
cigarrillo y me puse a pensar. Tenía que encontrar
la forma de tenerla conmigo. Pero no había
muchas opciones, más que aprender a quererla a
pesar de la distancia. Porque aunque la sabía muy
cerca de mí, también la sabía tan lejana. Vi su
amor tan imposible que quise abandonar la batalla
e irme a llorar en mi soledad.

Ahí estaba, otra vez pensando en ella, necesitando


su presencia, recordando los momentos que me
había regalado, sonreía con cada pasaje del pasado
cercano que ahora parecía alejarse cada vez mas.
Y todo lo que habíamos pasado ahora parecía
distante, como si hubiese ocurrido en un tiempo
lejano. El cigarro se apagó en mi mano, la ceniza
cayó al piso y al deshacerse con el golpe de la
caída, vi en ella mis esperanzas destruirse. Mis
planes no habían funcionado y no había logrado
una relación próspera con ella. Me levanté y me

84
decidí a dejar de luchar, estaba seguro de que
ninguno de mis esfuerzos daría resultado.

Me dirigí a casa, era el único lugar al que tenía


ánimos de ir. Los amigos no iban a animarme, por
el contrario. Preguntarían por mi novia, yo,
fingiendo indiferencia diría que se había acabado.

Mientras caminaba, mi mente divagaba intentando


no pensar más en la triste situación. Un
interminable y molesto grillár me acompañó por
todo el camino. El viento mecía las ramas de los
árboles, haciéndolos cantar al ritmo del triste latir
de mi corazón. A lo lejos, escuchaba un perro
ladrar, pero ninguno de esos sonidos logró desviar
mi atención del suave susurro que me decía su
nombre al oído. Era imposible. No podía
resignarme, tenía que haber un modo. Pero por
más que lo buscaba no lo encontraba. Me encerré
en mi habitación, mi hermano no se encontraba,
encendí la radio, ¡Cuánta nostalgia me causó la
canción que sonaba! Cerré los ojos y sin poder
aguantar más, de ellos empezaron a brotar un par
de lágrimas. Intenté escribir algo para ella, pero no
pude, no tenía nada más que decir. Parecía que
todo se acababa y yo solo podía despedirme de mi
primer amor.

85
Cuando estaba a punto de tomar la decisión de no
volver a buscarla, de rendirme y alejarme para
siempre. Sonó el celular. Era un texto suyo, texto
que al abrirlo y leerlo de prisa, disipó por
completo todo mi dramatismo.

<<Búscame en la puerta de la escuela a las siete


de la mañana>>
Estaba a penas leyendo esto cuando llegó otro
mensaje:

<<No me contestes, nada más ve. Quiero decirte


algo.>>

Sentí algo de alivio al recibir estos mensajes. Pero


no sabía si lo que me iba a decir era algo bueno o
algo malo. (No quise permitir que mi yo
dramático regresara tan pronto.) Dormí lleno de
dudas. Pero aun así me desperté muy temprano.
Tenía que idear una forma de escapar del trabajo,
pues a las siete de la mañana tenía que estar en la
fábrica y como trabajaba junto con papá era muy
difícil no llegar, pues siempre iba con él en su
auto.

Así que tuve que pensar en una idea, la idea no


tardó en llegar a mi mente. Aún faltaba media hora
para que papá tocará a la puerta y nos pidiera
prepararnos para irnos a trabajar. Me vestí

86
rápidamente. Tratando de no hacer ningún ruido,
tratando de no despertar a mi hermano. Que aún
dormía profundamente y roncaba con todas las
fuerzas de sus pulmones. Tomé mis cosas y las
puse en mi bolsillo. Abrí la puerta despacio, eche
un vistazo a la cocina y a la sala. En la cocina
estaba mamá y papá aún no salía de su habitación.
No podría salir por la puerta porque
inevitablemente sería visto y descubierto por
mamá. Caminé de puntitas a la puerta trasera, salí
al patio y con una facilidad increíble escalé el
muro, con un par de saltos ya estaba en la azotea,
bajé por la ventana de los vecinos de atrás.

¡Listo! Ya estaba libre del trabajo, vi el reloj


"6:15" justo a tiempo, corrí un poco, pues aunque
todavía era buena hora, la escuela estaba un poco
lejos y no pude sacar mi bicicleta. Así que me tocó
correr.

Cuando llegué hasta allá, me incliné un poco sobre


mis rodillas para recuperar algo de oxigeno, luego
levanté la mirada y ahí estaba ella. Al parecer no
planeaba entrar a clases. No podía creer que fuera
a hacer eso por mí, pues me había platicado
alguna vez, que tenía un récord perfecto de
asistencia. Y yo iba a ser la causa de su primera
falta. Al menos eso pensé yo, pues también cabía
la posibilidad de que solo me dijera lo que tenía

87
que decir y se fuera a clases. Así que me quedé
parado en la esquina esperando a ver qué iba a
suceder. Ella, con una hermosa sonrisa, caminó
despacio hacia mí.

—No digas nada, camina como si no vinieras


conmigo. Te alcanzo en la otra esquina.

Obedecí sin decir una palabra. Cuando me


alcanzó, se aseguró que no nos vieran y se aferró a
mí. Posando su cabeza en mi pecho, la escuché y
la sentí sollozar. La abracé y sentí su calor, calor
que ya extrañaba. Volví a respirar su aroma, quise
decir algo, pero evitó que hablara dándome un
prolongado beso que correspondí deseando que su
boca se fundiera a la mía eternamente, luego la vi
a los ojos, esos ojos tan hermosos que ahora
lloraban.

—¡Te quiero! —dijo entre sollozos —¿Tú me


quieres?

—¡Te amo! —contesté mientras sacaba del


bolsillo un botón de rosa que acababa de robar en
el camino. Estaba todo aplastado, pero así se lo
entregué. Así se los daba siempre.

Lo observó y sonrió.

88
—Así de maltratado está mi corazón por tanto
tiempo de incertidumbre.

—¿Cuánto me amas? —dijo abrazándome de


nuevo.

—¡Mucho!

—¿Cuánto es mucho?

—Pues no sabría decírtelo. En todo este tiempo


me ha sido imposible comprender la magnitud del
amor que te tengo. Pero me he dado cuenta de que
te amo más de lo que me conviene. —sonrió.

—¿Por qué dices eso?

—Porque he hecho cosas que no habría hecho por


nadie. Nunca me había escapado del trabajo, por
ejemplo. Nunca había estado dispuesto a enfrentar
cualquier problema por alguien. Siempre ha sido
mas sencillo escapar cuando las cosas se ponen
difíciles.

—¿Qué estarías dispuesto a hacer por mí?

—¿Tú qué crees?

—Dime.

89
—Lo que sea.

Se quedó en silencio por un momento, como


pensando en lo que estaba por decir.

—¿Te casarías conmigo?

Me quedé estupefacto por un momento, no


esperaba esa pregunta y si lo anterior no me había
convencido aún de que ella en realidad me quería,
esto acabaría haciéndolo.

—¡Sí! —dije, evitando que se escuchara cualquier


señal de duda en mi respuesta— Pero ¿Por qué me
preguntas eso? —le pregunté un tanto
sorprendido.
—Quiero estar segura de cuánto me amas. ¿Vale la
pena arriesgar todo por ti?

—¡Pues claro que me casaría contigo! Yo daría


todo por ti.

—¡Promételo!

—Lo prometo.

—Pero dilo. Di que un día te vas a casar conmigo.

90
—Está bien. Te prometo que un día me casaré
contigo.

—Pero tienes que alejarte unos días, necesito


tiempo para convencer a mis papás. Ah, y necesito
que ya no te vistas así. ¿Se puede?

No contesté, seguía dudando si era conveniente


hacer un cambio tan drástico. Pero acababa de
repetirle que haría lo que fuera por ella, así que,
terminé aceptando.

—Solo dime por qué tengo que vestirme diferente.

—ya lo sabía, pero siempre tenía que salir con mis


preguntas estúpidas.

—Dice mi mamá que no quiere tener a un cholo


en la puerta de la casa.

—Pero. Aunque me vista diferente, seguiré siendo


la misma persona.

—¡Ah! Esa es la idea. No quiero que cambies tú,


únicamente tu ropa.

Dijo que ya tenía que irse, porque nada más avisó


en la escuela que llegaría un poco tarde, la
acompañé por la misma calle hasta la escuela. Nos

91
despedimos y esta vez me sentí feliz, pues aunque
por un tiempo no podría verla más, por lo menos
ya había un atisbo de luz en medio de tanta
oscuridad. La esperanza de que alguna vez sería
mía ahora revivía, así que respeté el trato y acepté
tomar mi distancia.

—Escribí esto antes de venir. Ojalá te guste.

—Le dije entregándole una carta más.

—¡Gracias! Al rato la leo.

Me dio un beso pequeño y se marchó.

«Hola.
Anoche estaba muy triste, creí que lo nuestro se
terminaría. Pensé que no te vería de nuevo y lloré,
lloré mucho por ti. Porque te amo, si tú me amas,
encontraremos la forma de lograrlo.

Es tanta la emoción que me dio el saber que


volveremos a vernos que acabo de soñar contigo.

Soñé con tu linda figura caminando hacia mí, el


sol se ocultaba detrás de ti y el viento acariciaba tu
cara con una suavidad casi tangible mientras
arrastraba las hojas secas de los árboles que
adornaban el camino. Cuando llegaste a mí, dijiste

92
que serías mía para siempre y me enamoré más de
ti. Decidí nunca más volver a dudar de lo real que
es nuestro amor.
Hasta pronto. Te amo chulita.»

Al llegar al trabajo me sentía nervioso, ya me


habían advertido que si volvía a tener una falta
más o un retardo tomarían medidas conmigo.
Entré y me dispuse a empezar con mis actividades
cuando se acercó mi hermano.

—Dice mi papá que vayas a la oficina. —dijo con


una sonrisa al saber lo que me esperaba.

—¿Para qué?

—No sé. Nada mas dijo que fueras.

Entré en la oficina y su mirada habló antes de que


su boca lo hiciera. Yo fijé la mía en el piso,
esperando una fuerte reprimenda.

—¿En qué quedamos?

No respondí nada, ya imaginaba lo que me diría y


me hice a la idea de que me había quedado sin
trabajo.

93
—Ya me aburrí de estar batallando contigo. ¡Estás
despedido!

Sí. Era lo que me esperaba, sin decir nada salí de


la oficina y mis hermanos preguntaron qué era lo
que me había dicho.

—Ya me voy.

Contesté con una mezcla de nerviosismo y


decepción, pues necesitaba el trabajo, pero no
pasaba nada, podía trabajar en cualquier otro
lugar. A demás tenía que idear algo con que
distraerme durante el tiempo que estaríamos
separados, para soportar la ansiedad que tendría
por volver a verla y para evitar a toda costa rondar
por su casa con la esperanza de verla de nuevo.

94
95
POSIBILIDADES.
Perdí la cuenta de los días que habían transcurrido.
La extrañaba tanto que poco a poco me fui
hundiendo en una muy fuerte depresión. Al punto
que perdí el ánimo por todas las cosas que tenía
que hacer. No me interesaba para nada salir a la
calle a buscar trabajo. Todos los días me quedaba
hasta tarde durmiendo en casa. Pues solo dormir
me alejaba un poco de mis pensamientos.

Volví a leer todos mis libros, que ahora no me


provocaban nada. Ni un asomo del entusiasmo, ni
el asombro que me causaban tiempo atrás. Cuando
entraba en los mundos que todos esos escritores
habían creado para mí. Tiempo atrás, podía sentir
la emoción con la que aquellos artistas plasmaban
cada palabra. Pero ahora no era así. Parecía que
todas mis emociones se habían marchado con ella.
Le escribí una montaña de cartas. En unos cuantos
días había arrancado todas las hojas del cuaderno.
Deseaba poder entregárselas todas. Pues en ellas
estaba impreso todo lo que sentía por ella.

Agarre la primera y se la mandé con el niño de


siempre.

«Hola.
96
Quisiera poder saber algo de ti. Necesito saber si
todavía piensas en mí, si me necesitas tanto como
yo a ti.

Pero es tan triste estar hundido en este profundo


silencio tuyo. Si tan solo pudieras darme una
pequeña señal de que sigues ahí, que me esperas y
que me extrañas. Mándame un texto. Por lo menos
un recado con alguien, no quisiera que esto que ha
nacido entre nosotros se muriera.»

Pasaron varios días y no había ninguna respuesta.


No podía buscarla, pues aunque la encontrara no
me permitirían acercarme ni un poco a ella. Así
que le envié otra carta.

«¿Cuántos días tendrán que pasar antes de que


tenga una noticia tuya? ¿Por qué es tan difícil
escribir algo y hacerlo llegar a mí con las personas
de siempre? A veces creo que tú ya no me quieres
y que todo aquello nada más era una excusa para
no tener que decírmelo de frente. Sea cual sea la
verdad, por favor dímelo. Ya no puedo esperar
más.»

Parecía que nunca iba a contestarme, pues pasaban


y pasaban los días y nada. Más de un mes pasó
para que me respondiera con este recado:

97
«No había podido contestar. Siempre me están
vigilando. Es muy difícil convencerlos de que me
dejen ser tu novia. Pero no pienses así. Aquí sigo y
sigo intentando.»

No sabía qué contestar. La amaba, pero ya no


podía sentirla. La distancia y su silencio no
ayudaban. Y yo, tan dramático y escandaloso, lo
empeoraba todo. Pensé que tenía que hacer algo y
decidí ir a buscarla. No la encontré, ella ya no
salía a la calle. No la dejaban salir.

Todo ridículo, me puse a vigilar su casa otra vez.


Para tratar de aprovechar cuando la viera salir, tal
vez intentar provocar un encuentro como en los
primeros días.

Pregunté a sus vecinas a qué lugares solía ir, a qué


hora era probable verla salir de casa. Si acaso salía
sola alguna vez. Pero nadie me decía nada que me
fuera de alguna utilidad.

Dos semanas espiando su casa fueron suficientes


para saber en qué punto y en qué momento la
encontraría a solas. Seguía siendo la hora de la
salida de clases, cuando se presentaba mi
oportunidad para estar con ella por un momento.
Aunque su mamá seguía yendo a esperarla a la
salida. Había ocasiones que en cierto punto del

98
camino tomaban caminos diferentes. Pues al
sentirla segura de mí, la dejaba ir a la papelería, o
a comprar cosas que ella necesitaba.

Agazapado a una distancia prudente y fuera del


alcance de su vista. La vi cuando salía de la
escuela. Las vi caminar juntas por un buen tramo
del camino. Luego, como ya lo esperaba, se
detuvieron a unas cuantas cuadras de su casa. Yo
las seguía a lo lejos y alcancé a ver que le decía
algo. La señora siguió su camino a casa, Así que
por fin, ella estaría a solas. Corrí dando la vuelta a
la manzana para encontrarla en la esquina y hacer
parecer que el encuentro era totalmente casual.

—¡Hola! —dije de un poco agitado.

Ella se sorprendió de verme y sin decir nada me


sacó la vuelta y siguió csu camino. Casi me
muero. Toda la alegría que sentí de poder verla
otra vez se esfumó en un instante. No podía creer
que haya reaccionado de esa forma. Yo esperaba
que me recibiera con los brazos abiertos, ansiando
encontrarse con los míos. No fue así, sino todo lo
contrario. En un instante mis ilusiones volvieron a
romperse dentro de mí. Mis manos se quedaron
extendidas en espera de un abrazo que no sucedió.
Instintivamente, mis ojos se fijaron en el suelo,
mis hombros se cayeron y mi corazón sintió

99
aquello como el peor de los desprecios. Quise en
ese justo momento tener el valor de olvidarme de
todo y seguir con mi vida sin tanto sufrimiento y
tanta incertidumbre. Pero no, yo era demasiado
terco para quedarme otra vez sin hacer nada. Volví
a levantar la mirada, y entonces la escuché hablar.

—Nos están viendo.

—¿Quién?

—¡Pues toda la gente! Aquí todos me conocen. No


lo eches a perder.

—¿Y qué hago? Es que ya pasó mucho tiempo. Te


extraño.

—¡Ay no sé! Vete. Ahorita veo que hacer.

—Bueno, adiós.

Le di otra carta. Iba a preguntar si había leído las


otras, pero las circunstancias no lo permitieron,
apenas y me alcanzó a escuchar cuando le dije
adiós porque no se detuvo del todo.

«Hola.

100
No estoy seguro de recibir una respuesta tuya
alguna vez. Pero aun así te seguiré escribiendo. Yo
sé que tal vez no sé como escribirte cosas bonitas,
pero siento que al menos de esta forma puedo
mantener vivo este sentimiento que muchas veces
flaquea, pues necesita de ti para mantenerse fuerte.

Yo hago lo que puedo por no dejarlo morir.


Muchas veces quisiera interceptar tu camino,
robarte y llevarte a caminar por el mío. Pero no
me atrevo porque yo no soy dueño de tu destino,
aunque sienta que tú eres la dueña del mío.

No sabes todo lo que me haces sentir cada vez que


te miro. Si tan solo me permitieran estar un
minuto contigo sería feliz. Siempre que te
acuerdes de mí, piensa cuánto te quiero. Tú eres y
siempre serás mi hermoso lucero, creo que mis
pasos no dejarán de ir tras de ti, hasta que yo me
muera.
De verdad espero verte pronto.»

Ya no sabía qué más hacer con mis sentimientos.


Deseaba con todas mis fuerzas poder tomarlos y
ponerlos en un cajón, archivarlos y dejarlos ahí,
como un bello y triste recuerdo, como una historia
que se había quedado esperando por un final feliz
que no llegaría nunca.

101
Pero no podía hacerlo, por más profundo que
intentaba ponerlos, volvían a salir a la luz y las
personas que notaban mi tristeza, preguntaban por
qué seguía así. Tan sencillo que era olvidarla y
buscar a alguien más. Alguien que se entregara a
mí sin reservas y sin temor a intentar volverse
parte de mí. Seguro era fácil encontrar quién la
reemplazara por completo, ¡Qué tontos! ¿Cómo
iba a olvidarla si yo estaba seguro de que ella era
mi complemento? No podía lanzarla al olvido así
como así. Ella no era un objeto, ni una cosa que
cuando ya no funciona basta con comprar otra
nueva, no podía hacer eso con el amor de mi vida.

En el fondo esperaba que un día todo se iba a


voltear a mi favor. Traté de convencerme de que,
llegado el momento, ella sería mía y se quedaría a
mi lado por siempre. Siempre supe que podíamos
superar todos los obstáculos y que aquellas
personas que trataban de alejarla de mí,
terminarían celebrando nuestra unión, como
sucede en el final de un cuento.

En mi celular se escuchó un tono de notificación.


Deseé con todo mi corazón que fuera ella. ¡Puta
madre! No era ella. Era un mensaje de texto sin
importancia. Me entristeció saber que no era un
mensaje suyo. De todas las personas que me
rodeaban, ella era la única que no se comunicaba a

102
ese aparato, quise romperlo contra la pared. Y
justo cuando iba a lanzarlo sentí que empezaba a
vibrar, estaba entrando una llamada y al volverlo
hacía mi pude ver su nombre en la pantalla. Y una
vez más, el cambio de humor drástico que ya se
volvía una constante en mi vida, volvió a suceder.

—¿Bueno? —respondí tratando de controlar las


emociones.

—Soy yo.

Mi cerebro no reaccionó. Me quedé sin poder


hablar y ella insistió.

—¿Bueno? ¿Me escuchas?

—¡Sí! Si… Perdón. Aquí estoy.

—¿Qué haces? ¿Cómo estás?

No estaba pensando claramente y con la voz


entrecortada, le dije justo lo que estaba haciendo.

—¡Estaba llorando! —se escuchó una breve risa


en la bocina.

—¿Por qué?

103
—Por ti. Porque te extraño. Por todo.

—¡Ah! Pues ya no llores. Yo también te extraño.


Pero pronto vamos a poder vernos. Estoy a punto
de convencer a mi mamá.

—¿Es en serio?
—Sí. Bueno, más o menos. Pero ya algo es algo.
Dijo que iba a pensarlo si te vistes de forma más
decente.

—Pero ¿Ya te va a dejar hablar conmigo por lo


menos?

—No. Todavía no. Ahorita aproveché que


salieron. Me gustan tus cartas. Mientras tanto
mándame más y cuando pueda te las responderé
todas.

—Bueno pues.

—Ya te voy a colgar. Creo que ya llegaron.

Colgó sin que pudiera decirle adiós. Pero me


alegró un poco la noticia. Solo quedaba esperar
que no se prolongará mucho la espera o terminaría
por volverme loco.

104
Agarré la pluma y un papel para escribirle algo
más. Eché un vistazo al cajón y vi todas las cartas
de despedida que había escrito. Y me avergonzó el
darme cuenta del tamaño de mi dramatismo. Y le
escribí esto:

«Hola.

Ya lo pensé. O mejor dicho ni lo pensé. En cuanto


colgaste el teléfono, decidí que estoy dispuesto a
cambiar por ti. Estoy decidido a seguir esperando
el tiempo que tú me digas. Voy a vestir diferente.
Y si al hacerlo aún no ha tomado una decisión,
que por lo menos no prolongue más tu silencio,
porque eso me mata. Que al menos me dé la
oportunidad de hablar contigo por teléfono,
aunque no pueda verte.»

Esta vez me aventuré un poco más y encaminé mis


pasos hasta su puerta. Por un momento casi logré
tener la osadía de tocar el timbre, pero me
contuve. Deslicé la carta por debajo de la puerta y
me marché. En el camino me encontré con una
linda flor, que al instante decidí robar, pensando
en regalársela en cuanto la viera. Pues tenía la
esperanza de que sucedería antes de que aquella
flor muriera.

Al poco rato recibí un mensaje de ella.

105
<<Ve por mí a la escuela mañana, te veo en la
puerta a las diez>>

Acerté. Y más pronto de lo esperado iba a verla


otra vez. Exactamente a las diez llegué a la puerta
de la escuela. Esta vez ella fue puntual. No sabía
qué hacer, si acercarme o esperar. Y justo en ese
momento salió de prisa, se acercó a mí
regalándome un abrazo. ¡Ah, cuánto extrañaba
eso! Caminamos juntos hasta la plaza, donde
platicamos por un rato. Yo estaba hipnotizado por
su delicioso aroma y su dulce voz. Tanto que casi
olvidaba darle mi flor. Al ponerla en sus manos
me besó y me agradeció por esperar todo ese
tiempo.

—Te prometo que la próxima vez nos veremos en


mi casa.

—¿De veras?

—Sí. Ya casi lo logramos. ¿Me acompañas?

—¿A dónde?

—A mi casa.

—Y ¿Si nos ven?

106
—Tienes razón. Antes de llegar, te vas por otro
lado.

Caminamos despacio, con alegría. Disfrutando


mutuamente nuestra compañía. Me detuve en seco
y me quedé pensativo. Ella preguntó:

—¿Qué pasa?

—¿Por qué hoy no me has besado? —pregunté.

—Pensé que no querías. Te toca. Yo siempre te


beso a ti.

Por fin volví a saborear el dulce sabor de esa


boquita chiquita. Nos besamos sin importar si
alguien nos miraba. Luego la acompañé hasta una
cuadra antes de llegar a su casa. Nos besamos de
nuevo y cuando más lo disfrutaba. Me propinó
tremenda mordida en el labio.

—¿Por qué me muerdes? —me quejé.

—Es para que te acuerdes de mí.

—Eso no es necesario. Siempre me acuerdo de ti.

107
Sonriendo, dio la vuelta y emprendió su camino.
La acompañé con la vista, admirando su gracioso
andar. Viéndola con ternura. Ya no había duda,
ella logró enamorarme. Y sí. Su recuerdo me duró
como tres días. Fue tan fuerte la mordida, que me
dolía cada vez que comía algo y la recordaba con
una sonrisa.

—¡Pinche Alba!

108
CAMBIOS.
Ya tenía varios días sin ver a Pablo. Lo noté algo
raro. Como si estuviera celoso de que lo haya
abandonado por una chica. Era algo que nunca
habíamos hecho. Como mejores amigos habíamos
pasado por todas las etapas de nuestras cortas
vidas juntos. Pero esta vez había algo que me
hacía cambiar con todo el mundo. No solo con él.

Dejé atrás tantas cosas, dejé de desvelarme con


mis amigos, dejé un poco las parrandas, las
aventuras de un montón de niños ebrios ya no eran
más que historias del pasado para mí. Ya no
sucedían las mismas cosas que antes, me alejé de
los otros amigos que me invitaban a jugar fútbol,
los compañeros de los accidentes en bicicleta.
Todo eso, sin pensarlo, se quedó atrás.

Era una tarde nublada, pero no parecía que fuese a


llover. El viento suave y fresco la volvía
agradable. Compramos cerveza. Necesitaba
platicar con él, pues era una de las pocas personas
que me entendía. Le conté todo lo que había
pasado y me escuchó con mucha atención. No
interrumpió en ningún momento mi discurso,
hasta que al fin terminé de contarle mi suplicio de
amor.
109
—¿Qué vas a hacer? —preguntó.
—¿Qué puedo hacer? —respondí.— sigo
esperando. ¿Qué más hago? Algunas veces creo
que no vale la pena insistir tanto en algo que es
posible que no llegue a ser una realidad.

—Si ya te esperaste mucho tiempo. ¿Qué más da


unos días más?

—¿Y si ya no sé que más hacer, o qué más


decirle? Se me acaban los argumentos. Siento que,
más bien, se está aburriendo de mí.

—No pienso lo mismo.

—¿Y si todo cambia? ¿Y si me abandona?

—No debes pensar en esas cosas, solo debes


pensar en hacerla feliz. Porque si ella es feliz, te
hará feliz también. Y si todavía tienes dudas,
reflexiona ¿Sientes que ella es la indicada?
Acuérdate que si es la persona indicada, aunque la
alejen de ti. El destino la pondrá en tu camino de
vuelta. Pues los caminos que están destinados a
cruzarse, se cruzarán tarde o temprano. El destino
siempre los vuelve a juntar en el momento
indicado. Ni antes, ni después. Y si es así, nunca
va a desaparecer de tu vida. Las personas que

110
están destinadas a cambiarte la vida, siempre van a
estar ahí, aun cuando se vayan, seguirán siendo
parte de tu historia.
Me quedé sin palabras, nunca lo había escuchado
hablar así, pero no quise preguntar. Además, me
gustó mucho lo que dijo, pues tenía razón. No
había manera de cambiar lo que tenía que suceder
y si ella iba a ser para mí, no habría quien pudiera
evitarlo.

—¿Y tú? ¿Cómo vas con ese tema? —pregunté.

—No quieres saber. No encuentro a nadie, yo creo


que me voy a morir solo, y feo, y solo.

—No lo creo. Algún día, ¿o no crees en lo que me


acabas de decir?

Asintió mientras encendía un cigarrillo para luego


ofrecerme uno, y cuando yo lo encendía dijo:

—Sí. Si lo creo y no me mortifico. Ya sucederá.

Platicamos de otras cosas más mientras bebíamos


cerveza y fumábamos tanto, que parecíamos
chimeneas. Yo pensaba en lo que me había dicho y
me tranquilice. De verdad necesitaba hablar con
él, y me disculpé por haber dejado atrás aquellos

111
buenos tiempos. Respondió que no había
problema, que lo entendía perfectamente.

—Tú eres como mi hermano. Y te voy a apoyar


siempre. Aun cuando estés equivocado, cuenta
conmigo. Si yo te veo caer en un abismo, te juro
que me lanzo contigo solamente para ayudarte a
salir de ahí, pues estoy convencido de que tú
harías lo mismo.

No era la primera vez que me demostraba que


siempre iba a estar conmigo para bien o para mal.
Al fin éramos amigos inseparables. Ninguno de
los dos sabía que muy pocas ocasiones de esas
volverían a ocurrir antes de que cada cual tomara
rumbos diferentes, dejando que esa amistad tan
grande se volviera tan solo un montón de buenos
recuerdos de la infancia y parte de la adolescencia.

Sonó mi celular en medio de aquel memorable


momento de grandes amigos. Era ella, acababa de
enviar el mensaje que tanto esperaba y que
cambiaría para siempre el rumbo de mi vida.

<<¿Puedes venir a mi casa? Mi mamá quiere


hablar contigo.>>

Me quedé pensando en qué hacer. No imaginé que


me lo fuera a pedir tan pronto.

112
<<Si, pero. ¿Puedo verte antes en la esquina?
Cinco minutos.>>

Dijo que sí, y dudé, ¿Qué iba a decirme la señora?


¿Y si me pedía que dejara en paz a su hija? Me
disculpé con Pablo porque tenía que irme. Él no se
molestó para nada, al contrario, me acompañó
hasta la esquina, parecía tan emocionado como yo
de pensar en la posibilidad de formalizar por fin la
relación con Alba. Llegamos y cuando la vio
acercarse se despidió, saludó a Alba con una
sonrisa y se retiró.

—¡Hola chico!

—¿Qué pasa? —pregunté.

—Nada.

—¿Es en serio lo del mensaje?

—¡Si! ¿Crees que si fuera broma me acercaría


cuando ella está viendo?

—No. Pues no ¿Verdad? ¿De qué quiere hablar


conmigo?

113
—Ya sabes. Le he rogado tanto, que por fin me
dijo que iba a considerarlo, si tenías los pantalones
de pedirle a ella que me dé permiso de andar
contigo.

—Y ¿Qué le digo?

—No sé. ¿Nunca has pedido permiso?

—No. Nunca. Ni siquiera había conocido a


ninguna de las mamás de quienes fueron mis
novias.

—Bueno vamos. A ver qué se te ocurre.

Nervios otra vez, tal parecía que a esta gente


estaba dispuesta a provocar que mi corazón
explotara de tantos saltos que le hacían dar cada
vez que me ponían en suspenso. Si entonces
hubiera tenido cincuenta años, ya habría sufrido
un par de infartos. Me paré frente a la señora que
me miraba con esos ojos que me apuñalaban con
tal desprecio que hasta se podía sentir en el aire.

—Buenas noches, señora. —dije entre dientes con


la mirada esquivando la suya.

—Buenas noches... Dígame.

114
—¿Eh?… Este, pues, me dice Alba que es posible
que nos dé su permiso para ser novios.

—Pues aunque no se los dé, ya andan de novios


¿No? —no dije nada, busqué con la mirada los
ojos de Alba, pero se había escapado de mi vista—
Puedo darle permiso para andar con ella. Pero…
—ahora ella buscó a Alba, quien al instante se
acercó— No lo quiero vestido así en mi casa, ni
quiero verlo aquí todos los días. Menos verlos
escondiéndose no sé dónde.

—Está bien.

Eso era mucho mejor que tener que durar un mes


entero sin verla, y acepté los términos sin dudarlo.

—¿Puedo quedarme un ratito con ella ahorita?

—¡No! Hasta mañana u otro día.

—¡Un ratito! —intervino Alba.

—¡Ah! —ojos de disgusto— Bueno diez minutos.

—Gracias, señora.

No dijo nada y entró a la casa. Alba se quedó


parada frente a mí. Yo sin poder creerlo y casi

115
desmayando de los nervios, mis manos
hormigueando y un sudor frio recorriendo mi
espalda. Solo le sonreí. Miré a mi alrededor, la vi
de nuevo y me sentí tan feliz. Y justo cuando iba a
abrazarla, llegó su papá. Los nervios fueron más
intensos y no supe cómo reaccionar, ella dijo
bajito "él todavía no sabe" tuve miedo de que me
corriera o me reclamara. Pero no dijo nada, siguió
de paso, abrió la puerta y entró como si no notara
mi presencia. Respiré aliviado. Aunque pensé que
en cualquier momento tenía que hablar con él. Por
fin la abracé y le dije "te amo" sonriendo, dijo que
también me amaba.

—Ahora sí podemos estar tranquilos. Ya no hay


necesidad de escondernos.

—¡Si!, pero. ¿Qué días voy a poder verte?

—Yo te aviso ¿Si?

—Sí. ¿Ya ponemos hablarnos por teléfono?

—¡Claro que sí! Pero. Dime que vas a cumplir tu


promesa y siempre vamos a estar juntos.

—¡Siempre juntos!

116
Y por fin pude besarla sin temor a que alguien
estuviera viéndonos. Ahora tenía la certeza de
saber que eso ya no le iba a causar ningún
problema.

—Te escribí una carta.

—¿En serio? Me gusta todo lo que me escribes.


Se la entregué y la leyó ahí mismo.

«Hola.

Ya son muchos días los que tengo sin apreciar esa


hermosa sonrisa tuya, sin saborear ese bonito
aroma que siempre tienes y que me hace
enloquecer. Pues es tanto el tiempo sin poderte
abrazar y sentir que eres mía. Es tanto que el día
que por fin te tenga cerquita tal vez no sepa ni que
hacer ni que decir. Si ese día me das un beso seré
el tipo más feliz. Y debo decirte algo más, ya
estoy renovando mi guardarropa, pues no quiero
que nada me impida estar junto a ti. Por ti haré lo
que nunca haría por nadie más. Porque después de
conocerte a ti creo que nunca voy a poder querer a
nadie más. Tú eres esa chica que frecuenta mis
sueños desde que te conocí, tú eres la que inspira
mi mente para escribir. Y sobre todo eres la
primera persona que me ha demostrado que quiere

117
quedarse junto a mí. Por todo eso te prometo que
siempre voy a ser para ti.»

No me dijo nada, pero su sonrisa decía que le


gustaba lo que acababa de leer, yo estaba un poco
apenado pues desde aquella vez en que mis
hermanos se burlaran de mí. No había habido
nadie que leyera en mi presencia algo escrito por
mí. Me besó, era un beso diferente, un beso que
transmitía todo el cariño que estaba guardando
para mí, y cuando nos besábamos con pasión su
madre nos interrumpió.

—Ya despídete Alba, ya es tarde. —no la escuché


salir.
—Ya me tengo que ir. —dijo mientras me daba un
beso en la mejilla.

—¡Chingada madre! —dije para mis adentros—


Me avisas cuando pueda venir a verte.

—Sí. Mañana, llegando de la escuela te llamo.

Me sorprendió que Alba no me dijera nada por


haber ido con aliento alcohólico. Seguramente al
día siguiente me lo reprocharía. Pues ya me había
comentado que no le gustaba nada que llegara con
ella apestando a cerveza.

118
Me sentía algo extraño, ese momento era algo por
lo que nunca había pasado y se sentía bien. Ahora
era más feliz y corrí a contarle al mundo que por
fin ella era mi novia y no lo tenía que ocultar más.
Fui hasta donde Pablo y le compartí mi felicidad.

—¡Pues hay que celebrar!

Él ya estaba algo ebrio, ya había comprado más


cerveza y me estaba esperando.

—Estaba seguro de que algo bueno iba a pasar


hoy. —dijo mientras me ofrecía una cerveza.

Yo estaba feliz y acepté encantado. Platicamos por


otro buen rato, me dijo que se alegraba por mí,
aunque esto significaba que lo seguiría teniendo
igual de abandonado.
—Aprovecha que ya la dejaron. Nada más te voy
a decir una cosa ¡No la vayas a cagar, wey!

Terminamos igual de ebrios. Tan ebrios que


Ricardo, el mayor de nuestros amigos, tuvo que
llevarnos a casa en su carro. Pues no podíamos ni
caminar y al final yo me quedé dormido ahí donde
estábamos.

Desperté muy tarde, tenía algunos mensajes de


ella, deseándome buenos días, respondí de

119
inmediato y dijo también estar muy contenta y que
ese día también podíamos vernos.

<<Te espero a las nueve de la noche "te quiero">>

Era por ahí del medio día. Así que, posiblemente,


el día no me parecería tan largo. Intenté desayunar
algo, pero no pude. La cruda me hizo correr al
baño a vomitar. Mejor fui a la tienda de la esquina
por un agua mineral. Afortunadamente, con el
agua y un buen baño, el malestar desapareció.
Ahora sí comí algo, luego me encaminé a las
maquinitas. Ahí estaba Pablo, me invitó un juego
de billar en la mesa nueva que acababan de
instalar en el lugar. Jugamos y nos divertimos un
rato. Esto hizo que el tiempo pasara volando. Ya
eran las ocho. Tenía que ir a casa, a cambiarme de
ropa para ir a visitar a Alba.
Y otra vez estaba nervioso, pues esta vez iría a
verla con un nuevo look. No estaba seguro de lucir
del todo bien, tanto que no me atrevía a salir de la
habitación. Solo esperaba que ella le diera el visto
bueno a mi nueva apariencia. Pues aquella ropa
que compré, era más del gusto de mi amigo
Marco, que del mío. Ahora solamente quedaba
esperar a ver qué impresión causaba en ella.

120
TRAGEDIA.
Me daba mucha vergüenza tener que salir a la
calle vestido de una forma diferente. Sentí que ya
no era el mismo, que estaba perdiendo mi
identidad, mi personalidad. Por momentos quise
arrepentirme, pero tenía que dejar atrás todo lo
que me impedía estar con ella. Al fin, me atreví a
salir y esquivando las miradas curiosas de los
vecinos, me apresuré a llegar hasta su casa.

Rápido llegué. Puntual como siempre. Llamé a la


puerta y me dijeron que en un momento saldría.
Aguardé en silencio sentado en su pórtico, cinco
minutos, luego diez, quince y no salía. Media
hora, cuarenta minutos, ya iban a ser las diez y
nada. ¿Estaba jugando conmigo? Se suponía que a
las diez tenía que irme y ya casi era esa hora. Y
cuando faltaban tres minutos por fin salió.

—Perdón, estaba ocupada.

—No importa. Pero creo que ya tengo que irme.


Ya son la diez. —dije haciendo mi cara triste.

—No. Todavía no. No es tu culpa que se haya


hecho tan tarde.

121
Charlamos un rato, dijo que le gustaba mi nuevo
look, hasta me dio algunos consejos de cómo
combinar la ropa y todas esas cosas. No entendí
nada. Pero si a ella le agradaba el nuevo estilo que
estaba intentando adoptar. Lo que dijeran los
demás no me importaba.

Nos besamos, hablamos de lo bien que se sentía


estar por fin juntos sin ningún inconveniente. De
mis ropas saqué una flor deshojada y se la regalé.

—¿Por qué siempre están así?

—Porque las guardo en el bolsillo.

—¿No sería mejor que la llevaras en la mano para


que no se maltrate?

—Puede ser que sí, pero si la llevo en la mano a la


vista de todos y por alguna razón no puedo verte
me quedaría con mi flor en la mano. Viendo a
todos lados, cómo es que no llegaste a la cita y mi
imagen sería la del típico chico que dejaron
plantado… No quiero eso… Pero bueno, las cosas
ahora deben ser diferentes ¿No?

—Pues si, cuando te pida que vengas es porque si


voy a poder verte.

122
—Está bien, entonces ahora sí, me gustaría saber
todos tus gustos, y lo que te divierte, quiero saber
todo de ti para saber cómo puedo complacerte.
—Siento que ya me conoces lo suficiente. Pues
me gusta todo lo que haces por mí.

—Entonces, ¿Voy bien?

—Sí. Sigue igual.

Se llegó el momento de marcharme. Fue una hora


que me pareció un minuto, todo lo contrario a la
espera interminable de antes. Le regalé una carta
más, esta vez no esperé a que la leyera.

«Hola linda.

¿Sabes algo? Cada vez que nos vemos me


enamoro más de ti. Me gusta como me hablas,
como tus manos acarician mis brazos y mi pecho,
me encanta escucharte hablar y como eres capaz
de hacerme hablar también.

La verdad me tienes muy enamorado, aunque a


veces siento miedo, miedo de que tú no te
enamores igual de mí, y que me quede otra vez
como un tonto.
Yo sé que nos prometimos estar juntos por
siempre. Pero las promesas algunas veces se

123
olvidan. Sin embargo, no quiero pensar en esas
cosas. Quiero invitarte a una fiesta que iré el fin de
semana, la próxima vez que nos veamos nos
pondremos de acuerdo.»
De regreso a casa tuve que soportar otra vez las
burlas de quienes no aprobaron el que yo estaba
intentando cambiar por una mujer. Preguntaban
qué iba a pasar si ella me abandonaba, ¿Cómo
pensaba recuperar todo lo que había dejado atrás?

Tal vez los amigos volverían. Pero el absurdo


intento de ser una persona diferente para agradarle
a ella iba a seguirme por el resto de mi vida.

Si las cosas no funcionaban siempre iba a haber


alguien recordándome todas las tonterías que hice
por agradar a quien tal vez un día podría aburrirse
de estar conmigo.

Resté importancia a todo lo que me decían, pues la


única opinión que importaba era la de ella. Los
demás quedaban en segundo término y no me
importaba ni lo que opinaba mi familia. Dónde
también toda la vida se han burlado de los
cambios que hice, sin saber por todo lo que tuve
que pasar para que nuestro amor no se quedara
solo en un intento.

Cuando llegué a casa recibí un mensaje suyo.

124
<<No puedo ir a fiestas contigo, solo podemos
vernos aquí en mi casa, perdón>>

No podía ponerme exigente, ya había logrado


bastante y necesitaba tener más paciencia. Algún
día todo mejoraría. Respondí que estaba bien y me
dispuse a escribir una carta más para ella.

«Hola. Sé que no podemos vernos cada que yo


desee todavía y que no podemos salir juntos. Algo
que me encantaría. Quisiera presumir por todas
partes que por fin eres mía. Siempre estar besando
tus labios que me acarician el alma. Cuando
estamos juntos siento que cualquier tormenta se
calma. Y cuando no estás conmigo, cada vez que
el viento me acaricia, imagino que son tus manos
las que están tocando mi cara, cierro los ojos y te
sueño aún estando despierto. Te has metido tan
profundo en mí que sería imposible algún día
dejarte salir.

Te llevo por doquiera que voy, solo tú vives en


mis pensamientos y no sabes cuánto disfruto tu
presencia, aunque solo sea por breves momentos.

Te amo chulita y siempre voy a amarte.»

125
El día siguiente no nos vimos, pero la espera era
menos tediosa, pues existía la seguridad de que al
día siguiente podría estar con ella. Y así pasamos
algunas semanas, viviendo en un mundo de sueños
que se volvían realidad.

Le escribí algunas cartas más y en esta intenté


decirle lo maravilloso que era tenerla a mi lado.

«Hola.

No sabes cuánto te extraño los días que no puedo


verte, estoy seguro de que nunca dejaré de
quererte y sin un día es posible que te quedes
conmigo, haré todo lo necesario para verte feliz.

Quiero ver reflejada en tus ojos la felicidad que


me haces sentir. Esos ojos que me hacen soñar
cuando me miran. Y si cuando no puedes verme
me extrañas igual como te extraño yo, tan solo
espera la noche, observa todas las estrellas,
apreciarlas como lo hago yo, pues en cada una de
ellas están guardados todos los besos que me falta
por darte.»

Unos días después pude ir a verla de nuevo y...

Ahí estábamos una vez más, sentados sobre la


acera, charlando de tantas cosas que siempre

126
terminábamos por olvidar lo que acabábamos de
decir. Yo estaba fascinado con todo lo que
habíamos logrado, pero seguía siendo imposible
salir juntos a ningún lado. Igual que los días
anteriores, solo podía verla por una hora para
luego retirarme.
Pero lo que se avecinaba cambiaría un poco toda
esa situación. Porque en cierto momento, sucedió
algo que haría que la necesitara a mi lado más que
nunca.

Una tragedia acababa de suceder. Era una tarde


como cualquier otra y yo estaba sentado a la mesa
comiendo con mamá, cuando entró una llamada al
teléfono de casa. Contesté y una voz que no
recuerdo de quién era, habló:

—¿Ahí está tu mamá?

—Si…

—Dile que venga rápido porque el niño tuvo un


accidente y está inconsciente… ¡No se despierta!

—dijo antes de que yo pudiera decir algo, y colgó.


Le dije a mamá lo que me habían dicho y corrimos
hasta el lugar. No quedaba lejos, mi hermano vivía
cerca de casa.

127
Cuando llegamos me encontré con la imagen más
triste que vi en todo lo que llevaba de vida. Una
ambulancia con las torretas encendidas estaba
estacionada en la entrada de la casa. Al llegar,
entramos y nos topamos tan duro con la peor
noticia que yo había escuchado nunca.

—No pudimos hacer nada. El niño no tiene signos


de vida. —dijo el paramédico que se dirigía hacía
la ambulancia.

Todos rompieron en llanto. Yo todavía no entendía


lo que pasaba. Eché un vistazo a la habitación
donde se encontraba y pude verlo ahí tendido
sobre una cama. Tan pequeño y tan frágil cuerpo
sin vida. De golpe comprendí la situación y lloré.
No podía creerlo, miraba a todos ir y venir
desesperados, nadie sabía que hacer, no aceptaban
que él ya se había ido.

Mi alma se estremeció y se derrumbó toda la


felicidad que sentía en aquel momento. Me
pidieron que fuera hasta donde mi padre para
avisarle. No querían decírselo por teléfono y justo
cuando iba de salida llegó mi hermano que había
salido corriendo del trabajo para ir a ver qué era lo
que estaba pasando. Lo recibieron con la terrible
noticia y me entristeció aún más ver cómo su
rostro se desfiguraba y ver cómo su mundo se

128
derrumbaba. Vi a mi hermano romperse en mil
pedazos con tal noticia. Yo no podía más con esta
situación, el llanto no cesaba y así me fui a
decírselo a papá.

Al llegar a la fábrica, ya me estaban esperando,


papá se adelantó y preguntó:
—¿Qué pasó? —su rostro se llenó de lágrimas aún
antes de que se lo dijera. Pues mi rostro adelantó
la noticia.

—¡No! ¡No puede ser! ¿Pues que fue lo que pasó?

—No sé. No me alcanzaron a decir. Me vine en


cuanto dieron las noticia.

Y lloramos todos juntos. Él y el resto de mis


hermanos, dejaron el trabajo sin terminar para ir a
acompañar a mi hermano mayor en tan dolorosa
pérdida. Yo olvidé muchas de las cosas que
pasaron en todo aquel momento, fue mucho para
mí cargar con la responsabilidad de llevar una
noticia como aquella.

Cuando volví a casa fui vencido por el sueño.


Desperté cuando ya había oscurecido. Perdí la
noción del tiempo, no sabía qué hora era, en casa
no había nadie, todos están con mi hermano
tratando de apoyar en lo que fuera posible. Luego

129
de un momento volví a la realidad de lo que estaba
pasando y vino a mi mente Alba. No había
hablado con ella, tendría que avisarle que
probablemente no iría a su casa ese día, tomé el
celular e intenté llamarla, pero no tenía saldo,
levanté la bocina del teléfono de casa y no había
línea, ¡Perra mala suerte! Tuve que ir a buscarla,
antes de llegar a su casa, la encontré, al verme y
ver mi semblante triste me abrazó, y al sentir su
abrazo lloré de nuevo. Descargué en su hombro
todas las lágrimas que se habían atorado en mis
ojos durante un buen rato.

—Me enteré de lo que pasó ¿Estás bien?

—Sí. Estoy bien. Venía a decirte que no voy a ir a


tu casa hoy, necesito estar con mi familia, ojalá
pudieras venir.

—Pregunté, pero no me dejaron. Perdón.

—No te preocupes. Mañana te veo ¿Si?

—Sí. Está bien.

Su mirada decía que quería ir conmigo, pero no


podíamos echar a perder lo que habíamos
conseguido. Yo lo entendí y preferí dejarla ir a
casa. Y fui a acompañar a mi familia en tan

130
doloroso momento. Algunos amigos vinieron,
pero pronto se fueron, al cabo de un rato solo
estaba la familia acompañando aquel pequeño
hombrecito que se había adelantado a nosotros.
Luego de un rato fui vencido por el sueño y decidí
ir a casa a dormir, tal parece que cuando estoy
triste me da por dormir mucho.

Al despertar por la mañana, descubrí que no


estaba soñando y esa tragedia en realidad estaba
sucediendo. Fui donde mi familia y todos seguían
igual de tristes. Mi mente estaba perdida, creo que
por momentos no razonaba pues se borraron
muchos recuerdos de ese día. Desde el momento
en que llegué y abracé a mamá olvidé todo hasta
el momento en que colocaron a mi sobrino en el
descanso del panteón.

Las personas amontonándose sobre el pequeño


féretro, casi todos llorando a grito abierto. Iban y
venían sin ningún orden y me empujaban, pero yo
no me inmutaba. Estaba hundido en mi tristeza,
sin prestar atención a todo el alboroto. Cuando
sentí una mano sobre mi hombro. Y al volverme
ahí estaba ella. Sin decirme nada me recibió en sus
brazos y volví a llorar. El nudo de mi garganta se
deshizo y me desahogué en su regazo. Junto con el
dolor de lo que estaba pasando. Brotaron todas
mis frustraciones, mis tristezas reprimidas, la

131
impotencia de no estar seguro de que ella fuera
mía. Todos los días de espera, todos aquellos
cigarros que se consumían junto conmigo cada vez
que me quedaba esperando poder verla de nuevo.
Pero ahora ahí estaba conmigo, apoyándome,
prestándome su hombro para derramar mi llanto.
Me demostraba que era ella la indicada, que
siempre iba a estar conmigo.

Después de eso todos mis recuerdos son vagos,


pero me di cuenta de que ella haría lo posible por
acompañarme en mis peores momentos. Justo en
el peor momento, cuando me sentía más solo y
desconsolado, ella había aparecido y me había
prestado su hombro, gesto que no olvidaría nunca.

Los días tristes después de la tragedia fueron muy


tranquilos, el desánimo me obligó a insistir menos
en molestar a Alba. Me pasaba horas echado en la
cama, derramando lágrimas sin poder entender por
qué esas cosas pasaban. Ella, solamente preguntó
una vez por el motivo de que me haya distanciado
un poco. Me disculpé, pues ella no tenía la culpa
de lo que pasaba y la había dejado a un lado por
momentos. Me comprendió y me reafirmó que
podía contar con ella. Que no me alejara, al
contrario, ella estaba dispuesta a brindarme su
compañía en tan difíciles momentos.

132
Así lo hice. Acepte todo su apoyo y con su ayuda
pude, poco a poco, ir aceptando lo que había
pasado, a resignarme y seguir viviendo mi
felicidad junto a ella.

133
PRIMER ERROR.
Alba y yo no podíamos estar mejor. Estábamos en
el mejor momento de nuestra aún temprana
relación. Podíamos vernos casi todos los días. Nos
llevábamos muy bien y no teníamos problemas.
Más que novios, ahora éramos como mejores
amigos. Se podría decir que todo estaba en calma
y el amor parecía crecer día con día.

Pero siempre tenía que ocurrir algo que nos


hiciera perder de nuevo esa relativa paz.

Sin quererlo y sin buscarlo, un día conocí a


alguien más. No sé si fue por casualidad, o por
curiosidad, pero terminé enredado con una
persona que ni siquiera me gustaba y que tampoco
conocía. Pero ahí estaba yo, jugando al don Juan,
orgulloso ante mis amigos por una nueva
conquista, creyendo que era digno de admiración
el que quisiera tener dos novias a la vez.

No me daba cuenta de que esto solo me acarrearía


más problemas, pues más temprano que tarde esto
llegó a oídos de Alba.

Aunque nada más había visto a la otra chica una


sola vez y aunque al poco rato me arrepentí
134
profundamente de lo que acaba de hacer, las
consecuencias fueron igual que si hubiera estado
con ella mucho tiempo.

Cuando llegué a casa de Alba. Cínico, orgulloso y


altanero, ella ya estaba esperando mi llegada y
antes de que yo dijera nada, me hizo saber que
estaba enterada del error que acababa de cometer.

—¿Pensaste que no me iba a dar cuenta? —yo no


respondí nada.

Su mirada no expresaba enojo, más bien una


profunda tristeza. Y yo ahí parado sin decir nada,
nada más la miraba y me daba cuenta de que
estaba perdiendo todo eso, por lo que había
luchado tanto. Tan solo por alimentar mi ego y
presumir a mis amigos que era capaz de tener
conmigo a la chica que quisiera.

Me dijo que hasta ahí llegaba lo nuestro, que


podía ir a buscar todas las chicas que quisiera,
pues había dejado de confiar en mí desde el
momento en que se enteró de que rompí la primera
promesa que le había hecho. Me pidió que, por
favor me fuera de su casa y que no volviera más.

Yo no hice nada por evitar la ruptura, no intenté


explicar lo que había hecho, solo di media vuelta y

135
me fui. Mientras caminaba me esforcé en recordar
esa promesa que había hecho y había olvidado,
entonces vino a mi cabeza el recuerdo de una
charla que tuvimos cuando nos estábamos
conociendo.

—¿Tienes novio? —pregunté aquella vez.

—No. No tengo, hace poco tuve un novio, pero lo


dejé.

—¡Ah! Y ¿Por qué lo dejaste?

—Es que andaba con otra al mismo tiempo.

—¡Uh! Que mal. Si fueras mi novia, yo no te haría


eso.

—Eso dicen todos y siempre acaban haciendo lo


mismo.

—Yo no. Yo no soy así. Soy diferente.

—No te creo. Dicen por ahí que eres bien puto.


Pero bueno, de todas formas no somos nada, así
que no me importa.

—En serio. Es más, te lo prometo, si un día


llegarás a ser mi novia, nunca te haría eso.

136
—Bueno pues, te creo.

Cómo en ese tiempo ella aún no sabía que me


gustaba, yo no lo había tomado muy en serio, de
hecho, hasta había olvidado esa charla, pero para
ella era una promesa o esperaba que para mí
también tuviera algún valor. Pero mis acciones le
dejaron ver qué no era así, pues la había roto a la
primera oportunidad y me dijo que no me lo
podría perdonar nunca.

¿Qué hago? Me pregunté. No sabía que debía


sentir, al parecer mi cerebro aún no asimilaba lo
que acababa de suceder. Por un instante no sentí
dolor. No había esa tristeza que me aquejaba
cuando la alejaban de mí, no había la
desesperación de no saber cuándo la vería otra
vez, no había llanto, era como si me sintiera
seguro de que no pasaba nada. Que mañana las
cosas serían otra vez como ayer. Pero cuando llegó
el mañana, me tope de frente con la realidad que
tanto me resistía a aceptar.

Dejó de contestar mis mensajes y mis llamadas.


Fui a buscarla y dijeron que no estaba. Sus amigas
se negaban a hablarme de ella, la busqué en la
escuela y se negó a verme. Fue entonces cuando

137
supe la gravedad de lo que había hecho, ella ya no
tenía interés alguno de estar conmigo.

Y ahora nadie estaba dispuesto a ayudarme. Ya no


había la complicidad de ciertas personas para que
yo pudiera verla.
Volví a llamar Ella no estaba. Mandé cientos de
mensajes a su celular y ninguno tuvo respuesta.
Hasta entonces lloré. Me embriagué para intentar
disipar la tristeza, pero no lo logré. Cada día que
pasaba sin ella parecía una eternidad, pues ahora
la sensación era diferente. Ahora no solo era el
deseo de verla como antes, ahora la extrañaba
porque ya sabía cómo era tenerla a mi lado, sentir
que era mía y que ella me quería. Ya no podía
sentir eso y la tristeza de saberlo me destrozaba
por dentro.

Me perdí en el alcohol por unos días. Me sentí tan


miserable, pues estaba seguro de que si no podía
estar con ella, nunca podría volver a sentir lo
mismo, que no podría encontrar a nadie igual en
toda mi vida.

Aún ebrio le escribí una carta donde cínicamente


me atreví a reprochar que no se quedara conmigo.

«Hola.

138
No sé si tendré contestación a esta carta. Aun así
te escribo esto, pues me ha sido imposible siquiera
dirigirte la palabra.

Entonces te diré lo que yo siento. Y pues, a pesar


de saber que me he equivocado, que tal vez soy la
peor persona que has conocido. Y sabiendo que he
roto mi promesa, es injusto que por cualquier
error, todo se termine, que todo lo que he hecho
por estar a tu lado, pierda todo su valor solo por
una equivocación, ¿A caso pensabas que era
perfecto? Ya sabes que no soy capaz de hacer nada
bien y que hago muchas cosas sin reflexionar.
Quisiera explicarte lo que pasó ese día. Pero como
no pasó nada, no hay mucho que explicar, fue un
desliz sin importancia que no volverá a pasar.

Sé que debería pedirte perdón, pero en una carta


no está bien, lo haré cuando te vea y si de verdad
quieres estar conmigo y es necesario que te ruegue
estoy dispuesto a hacerlo. Pues hay otra promesa
que no quiero romper.»

Busqué la forma de entregársela, pero ya no era


igual de sencillo que antes. Sus amigas no estaban
dispuestas a ayudarme. Y mis amigas no se
llevaban bien con ella y las suyas, mis amigos no
eran ya de su agrado y tampoco les dirigía la

139
palabra. Entonces estaba solo. Pues el mensajero
ya no estaba tampoco.

Y volví al acecho. Fui buscar los lugares que ella


frecuentaba. A las rutas que transitaba rumbo a
casa y a la escuela, a sus vueltas, a la plaza, a los
mandados y a todo sitio que ella iba. Pero nada.
Ahora me evitaba, parecía como si alguien le
informara dónde estaba yo, para que se alejara.

Así pasé varios días de búsqueda sin encontrarla.


Hasta que una de sus amigas se compadeció de
mí. Al verla, de inmediato pregunté por ella, y al
contrario de lo que esperaba se detuvo.

—¿Y Alba? —pregunté.

—Ahí anda.

—¿Cómo está?

—Bien, creo. La he visto muy triste, yo pienso


que te extraña.

—¿Tú crees? Yo si la extraño mucho.

—Yo creo que sí. Nunca quiere hablar de eso,


pero se le nota.

140
—¿Puedes darle esto? —dije dándole la carta.

—¡Claro! Yo te aviso lo que diga.

—Dile que me llame. Quiero decirle algo.

—Claro. Yo le digo.

—Gracias.

Cuando se fue yo me fui para mi casa. No quería


que mis amigos vieran lo triste que seguía.

De camino a casa recibí una llamada suya. Me


sentí feliz de saber que escucharía de nuevo su
voz. Pero sentí miedo de pensar que me pidiera
que no la molestará más.

Al contestar solo dijo:

—¿Qué quieres?

—Quiero verte. Te extraño.

—Ya no me busques ni me mandes recados.

—¿Leíste la carta?

141
—Sí. Pero dice puras mamadas. Todavía te haces
el ofendido.

—¿Puedo verte por lo menos una vez? Necesito


pedirte perdón.

—No. No me pidas perdón. A mí no me hiciste


nada. ¡Adiós!

Y colgó, me quedé reflexionando, y sí. Lo que


había escrito no tenía ninguna posibilidad de
mejorar mi situación y empecé a creer que debía
hacer lo que me pedía y no molestar más, pues lo
había echado a perder y veía muy difícil llegar a
un arreglo. Decidí no pensar más en ello por un
momento. Y al llegar a casa me perdí por un rato
en un videojuego, olvidé un rato lo mal que me
sentía. Pero al día siguiente, no pude evitar seguir
pensando y algo me decía que debía seguir
intentando.

Busqué a su amiga con la esperanza de que aún


estuviera dispuesta a ayudarme. Y ella me dijo
algo que me devolvió un poco de esperanza.

—Tienes que volver con ella.

—¿Por qué dices eso?

142
—Ella te quiere un chingo. Pero la neta, si la
cagaste bien gacho. Pero, si de verdad la quieres,
tienes que recuperarla.

—Pero no sé cómo. No quiere hablar conmigo, no


quiere verme, ni que le mandé decir nada.

—Sigue insistiendo. Yo te ayudo a convencerla de


que te vea un día de estos.

—¿Por qué me ayudas? Creía que te caía gordo.


—La verdad nunca me has caído muy bien. Pero
ella es mi amiga y la veo triste desde que terminó
contigo. Sólo por eso.

—¡Ah! Bueno, pues gracias.

No me dijo nada más. Solamente hizo una cara


algo chistosa, me dio la espalda y se fue
rápidamente.
Pero como lo prometió. Dos días después, Alba
envió un mensaje.

<<Ven mañana a mi casa a las nueve>>

Respondí al mensaje, pero ella ya no respondió


más.

—¿Cómo le hizo esta vieja? —dije en voz alta.

143
—¿Qué traes cabrón? —me dijo mi hermano
César.

—¿Ya hablas solo?

—Nada wey. No me haga caso.

Esperé hasta el momento de verla otra vez y al


llegar a su casa, su amiga estaba ahí y se despidió
a mi llegada. Me quedé a solas con ella y lo
primero que hice fue pedirle perdón y prometer
que no volvería a pasar lo mismo otra vez. Le
entregué un pequeño ramo de flores que compré
para la ocasión. Sin tomar las flores, me miraba
fijamente a los ojos. Con una seriedad que me
hizo bajar la mirada. Después de un momento, por
fin las tomó, ya no pudo seguir resistiendo, lo
primero que hizo fue abrazarme y decirme cuánto
me quería. Mis labios por fin volvieron a besar los
suyos y le dije cuánto la amaba.

—¿Puedes darme otra oportunidad?

—Te quiero tanto que no puedo decirte que no.


Pero tampoco puedo decirte que sí. Necesito
pensarlo.

—¿Cuánto tiempo necesitas?

144
—No lo sé. Yo te digo cuando vengas.

—El día que quieras. Yo vengo en chinga.

No obtuve la respuesta que deseaba, pero al menos


no todo estaba perdido. Por lo menos pude verla
de nuevo, y así enterarme de que todavía existía
alguna posibilidad, y aún podía luchar para
recuperar todo lo que había perdido.

145
146
RECONQUISTA.
Otra vez esos agobiantes días de interminable
espera por una respuesta que parecía no llegaría
nunca. Esta vez, me parecía más largo y tedioso el
tiempo sin respuesta. Ella seguía sin responder
mis mensajes y mis llamadas. Por momentos,
pensé en obedecer su deseo de no buscarla más, al
fin ya había alguien más que se interesara en mí,
(al menos eso creía yo) pero justo cuando estaba
por decidirme a dejarlo todo por la paz, llegó la
respuesta en forma de mensaje de texto. Dijo que
seguía muy decepcionada, que no me había
perdonado aún, pero estaba dispuesta a intentar
otra vez. Iba a darme otra oportunidad.

Y volví a su casa, llamé a la puerta, dijeron que en


un momento más saldría. Estuve un rato
esperando pacientemente, pero no salía. Pasó
mucho tiempo y yo estaba ahí sentado con una flor
en la mano. Pasó otro rato y ella no salía. Me
levanté y caminé a la tienda, compré unos chicles
y unos cigarros. Cuando me pare de nuevo en la
entrada, escuché como se abría la puerta. Ya venía,
tan linda como siempre. Pero con su cabello
alborotado, aún con el uniforme de la escuela.
Esta vez no se había arreglado para mí.

147
—Estaba dormida. No me habían dicho que
estabas aquí.
—Ya sabías que iba a venir.

—Pensé que no ibas a venir. Creí que ibas a ir a


ver a la otra.

No dije nada, solo le di mi flor, con el ánimo ya


caído. Intenté besarla y se resistió y dijo que ya
era tarde, que era mejor que ya me fuera. Sin decir
una palabra más, regresó al interior de su casa,
dejándome ahí solo, con el deseo de decir tantas
cosas, el deseo de sus besos y del calor de su
cuerpo.

Una vez más deambular, hundido en mis


pensamientos con mi triste caminar. Pensando en
no darme por vencido, pues algo me decía y
seguía creyendo que ella era la indicada. Que tenía
que luchar aún más por ese amor que yo mismo
había descuidado. Mientras caminaba de regreso a
casa, traté de idear una forma de volver a
conquistar su cariño, de encontrar la manera de
que se entregara completamente a mí, así como yo
deseaba hacerlo, entregarle mi vida y todo mi
amor.

Escribí una carta más, ya sin saber que decirle.


Intenté expresar mi sentir, esperando que

148
haciéndole notar la miseria en la que me
encontraba iba a hacerle cambiar de opinión:

«Hola.
¿Cómo va todo? Me imagino que debes estar muy
bien, olvidándome. Parece que no te importa lo
que yo siento ni lo triste que pueda estar sin ti. Ya
no quisiera llorar más, pero me parece algo
imposible, porque te amo y estoy seguro de que
nunca voy a dejar de hacerlo. Yo te he entregado
lo mejor que hay en mí como para que a la
primera equivocación me dejes abandonado sin
importarte nada. No sé qué deba hacer para
convencerte de que mi amor es solo para ti y para
nadie más. Pues estás empeñada en no creer nada
de lo que yo diga ni lo que haga y así no puedo
hacer más. Es tu decisión lo que pase de ahora en
adelante.»

Pensé que depositar en ella mis culpas, era la


mejor manera de presionarla para volver conmigo.
Y empecinado en lograrlo, fui y le entregué la
carta. No me aparté de su puerta hasta lograr
entregarla y cuando así fue, comencé a pensar en
lo que había escrito y me di cuenta de que estaba
mal lo que le estaba diciendo. Aun así, me dispuse
a esperar una respuesta. Y no la hubo.

149
Cuando, por fin dijo que podía ir a verla de nuevo,
paso lo mismo que la vez anterior, nada más salió
para decirme que era mejor que ya me fuera, que
estaba cansada y no estaba de humor para
recibirme.

Al día siguiente, la esperé a la salida de la escuela.


Cuando me vio me sacó la vuelta y se alejó de mí.
Iba acompañada de sus amigas, que de vez en
cuando volteaban a verme y le decían algo. Ella
seguía caminando sin prestar atención. Deseaba
alcanzarla y obligarla a hablar conmigo, pero no
era capaz de hacerlo. Tenía que respetar su espacio
y su decisión de estar lejos de mí.

Entonces una de sus amigas se quedó atrás como


esperándome. Yo me había quedado parado
pensando en mi suerte y ella me hizo una seña
para que la alcanzara.

—¿Está enojada? —me preguntó sonriendo.

—Sí.

—Yo creo que ya se le está pasando, mañana va a


haber una tardeada. Dijo que quería invitarte, pero
está indecisa.

—Entonces no me va a invitar.

150
—Ve de todas formas. Yo voy a convencerla de
que pase la tarde contigo.

Me indicó la hora y el lugar y no dudé ni un poco


en presentarme. Y así lo hice. Llegué bien
temprano, cuando casi no había llegado nadie.
Pagué mi entrada y me dirigí a comprar una
bebida y como era una tardeada de estudiantes no
había venta de alcohol. Tenía ganas de una
cerveza, pero compré una coca y me senté en un
sitio cercano a la puerta, para así poder verla
cuando llegara al lugar.

Paso un rato y cuando el sitio estaba casi lleno la


vi llegar acompañada por sus amigas. La chica que
había hablado conmigo el día anterior de
inmediato le señaló el lugar donde estaba yo.

Ella se mostraba renuente y no me regalaba


siquiera una mirada. Yo no me atrevía a acercarme
y sin perderla de vista, esperando cruzar las
miradas me quedé ahí sentado.

Hasta que su amiga la llevó de la mano hasta mí y


la hizo sentar a mi lado y le exigió quedarse ahí.

—¿Cómo estás? —intenté abrir la conversación.

151
—Bien. —dijo desdeñosa.

Me ignoraba, pero aun así no se iba de mi lado.


Mirábamos a los presentes que bailaban. Se
frotaba las manos y jugaba con un papel que
llevaba en ellas. Yo la miraba al rostro, seguía
esperando que sus ojos me miraran, luego volteó y
de inmediato desvió la mirada. Yo intentaba
abrazarla, pero no me permitía hacerlo. Traté de
tomar su mano y me la arrebató. Cada vez que yo
me acercaba a ella, se alejaba. Intentaba charlar y
a penas contestaba.

—¿Quieres bailar? —dije esperando que dijera


que no.

—Sí.

Bailamos una canción sin decirnos una palabra.


Ella esquivando mi mirada, seria, mostrándose
aún molesta. Yo intentando seguir sus pasos y
tratando de imitar los de las otras personas que
bailaban. La canción terminó luego de haberme
parecido eterna. Nos quedamos parados en medio
de la pista y en ese momento recordé que justo un
día antes había escuchado una canción que me
había gustado y pensé en dedicársela. Cuando
estaba por decírselo por pura casualidad, el DJ

152
tocó esa canción, se me bajó la sangre de la
emoción y sin pensarlo le dije:

—Te dedico esa canción.

Ella no dijo nada, solo asintió y entonces hice algo


que nunca creí hacer para nadie y no creo que
vuelva a hacerlo. Me acerqué hasta su oído y
desde el fondo de mi corazón salió la voz que me
hizo cantarle. Le canté sin importarme mi horrible
voz. Me olvidé de la pena y aún sin poder
abrazarla, le dediqué al oído toda la letra de esa
canción. Entonces fue ella quien me abrazó y me
apretó fuerte. Cuando terminó la canción, una
sonrisa nerviosa me invadió el rostro y antes de
que yo dijera nada, se acercó despacio y
tiernamente me regaló un suave y prolongado
beso, dejándome probar nuevamente aquel sabor
de sus labios que me tenía enloqueciendo.
Agradecí al cielo y a Dios por hacer posible aquel
bello momento y por darme el valor de olvidar lo
mal que canto para atreverme a hacerlo.

Terminé de convencerme de que en ningún otro


lugar podría ser tan feliz como lo era en sus
brazos. Que era ella lo que yo estaba buscando y
que me perdí en el momento en que decidí fallarle
a su amor.

153
—¿Puedes perdonarme?

—No estoy segura. La regaste. Pero está bien.


¡Una oportunidad!

No lo dijo muy convencida aún, pero para mí ya


era ganancia. Se abría de nuevo la posibilidad de
tenerla a mi lado.

Seguimos pasándola bien durante el tiempo que


duró el evento, charlando y bailando, y ya no la
solté de mi mano, era mía, ya no había que
dudarlo.
Cuando terminó el evento, se despidió de sus
amigas para que yo la acompañara a su casa.
Caminamos felices hasta allá, yo esperé hasta el
último momento para entregarle un pequeño
regalo que le llevaba desde el día anterior.

Cuando llegamos a la puerta de su casa, ella por


alguna razón metió su mano en el bolsillo de mi
pantalón, comenzó a hurgar entre todo lo que
había en él y dijo:

—¿Qué es esto? —sacando una pequeña bolsa de


papel de mi bolsillo.

—Es para ti.

154
Extrajo el contenido y solo se quedó mirando un
momento, levantó la mirada.

—¿Para mí?

Asentí sonriente. Era una pulsera de oro formada


por eslabones en forma de corazón acompañada
por una pequeña carta.

Me agradeció y me pidió, la ayudará a colocarla


en su mano izquierda.

—Yo también tengo un regalo para ti, pero no


puedo dártelo ahora.
—No importa, después me lo das. Lee la carta.
Desdobló el papel y leyó estas palabras:

«Nunca vuelvas a apartarte de mí, eres el amor de


mi vida.»

—¿Cuándo te voy a ver otra vez? —pregunté.

—No sé. ¿Quieres venir mañana?

—Claro que sí. Cuando tú digas.

—Bueno, nos vemos a la salida de la escuela. Yo


también tengo un regalo para darte y quiero
dártelo mañana.

155
Nos despedimos con un beso y yo me fui del
lugar. Esta vez suspirando y siendo más feliz que
nunca, ansioso por saber qué era eso que ella me
iba a regalar.

156
157
DE LOS SUEÑOS A LA
REALIDAD.
Me había pasado casi toda la noche imaginando
qué sería ese regalo que ella me daría. Pensé en
muchas posibilidades ¿Tal vez un reloj? Nunca
había acostumbrado a usarlo, pero si así fuera lo
usaría. ¿Una cartera? Tampoco utilizaba porque
nunca acostumbraba a tener dinero en los
bolsillos, más ahora que no trabajaba, menos
ningún tipo de tarjetas o credenciales, ¿Un
encendedor? Ese si me sería útil, pero no me hice
ninguna idea de lo que podría ser y ya de
madrugada me quedé dormido, como siempre
pensando tanto en ella.

Recuerdo ir caminando a la orilla de un lago, ver


su silueta a la distancia. La veía tan lejos, pero
podía sentirla. Escuchaba a muchas personas
hablar al mismo tiempo. Poco a poco, caminé más
deprisa hacia ella. Pero la vi darse la vuelta y
caminar en dirección contraria a mí.

Corrí tras sus pasos, pero ella se alejaba más y


más. Algunas personas se atravesaban en mi
camino y provocaron que se alejara más de mí.
Todas esas personas que escuchaba hablar, eran

158
personas sin rostro y al ignorarlas, comenzaron a
gritar y a amontonarse frente a mí. Entre el mar de
cabezas, veía aquella bella silueta alejarse
despacio, poco a poco se fue haciendo más
pequeña, hasta que se perdió en la oscuridad que
había traído el ocaso.
A empujones, pude librarme de aquellas personas
que me cerraban el camino. Corrí a buscarla,
anduve por toda la orilla de ese lago. Intenté
seguir sus huellas, pero no las había. Grité su
nombre con toda la fuerza de mis pulmones, no sé
si me escuchaba, pero no contestaba.

Ya era de noche y aquella gente ya se había


marchado. Me vi solo en aquel lugar remoto. No
estaba ella, no estaba nadie.

Caminé sobre mis pasos, sabiendo que regresaba a


dónde empecé. Pero no había nada más que hacer.
Ella se fue sin dejar rastro. Aunque la busqué, me
di cuenta de que la perdí en el momento en que la
dejé caminar sola, por no saber evadir las palabras
de aquellas personas que hablaban sin parar.

Decepcionado, regresé y me sente junto a aquel


pequeño arbusto, en el que la había soñado en mis
brazos. Había alguien ahí, por la falta de luz, no
pude ver quién era. Me acerqué y al poder
distinguir su rostro, me di cuenta de que era ella.

159
—¡Hola! —dijo al verme. —¿Dónde estabas? Te
he estado esperando.

—Te estaba siguiendo.

—¿Siguiéndome? Yo no me he movido de aquí.


—Te vi alejarte. Toda esa gente me impedía
alcanzarte.

—¿Qué gente? Aquí no hay nadie. Todo este


tiempo hemos estado solos.

No entendía lo que había pasado, a lo mejor me


había imaginado aquella escena. Me senté a su
lado y luego lo recordé.

—¿Qué era eso que me ibas a regalar?

—Esto.

Sacó algo de su bolso, aunque me lo mostró, no


podía verlo.

—¿Qué es? —pregunté.

—Es…

160
En el justo momento en que lo decía. Sonó la
alarma y me desperté. Estaba soñando, pero me
estaba pareciendo muy real.

Cómo ella lo pidió, la esperé a la salida de la


escuela. Vi a los estudiantes salir y marcharse
hasta que ya no salió nadie. No vi a sus amigas,
estaba soñoliento y tal vez me distraje, pero no.
Un rato después salieron sus amigas, pero ella no
estaba con ellas, pregunté por ella y dijeron que no
asistió a clases, "que extraño ella nunca faltaba"
Me fui de regreso y cuando iba de camino a donde
mis amigos me llamó.

—Bueno.

—Perdón, hoy no fui a la escuela, no pude


avisarte.

—Ah. No te preocupes, otro día.

—Ven a mi casa en la noche.

Llamé a Pablo y pregunté dónde se encontraba.


Estaba en el billar con otros amigos y me dirigí
hacía allá. Estuve un par de horas jugando con
ellos, platicamos de algunas cosas sin importancia
y se pasó el tiempo volando. A las seis de la tarde
ella llamó de nuevo.

161
—¿Qué pasó

—Ven ahorita a mi casa.

—¿Ahorita?

—Sí. No te tardes. Te espero.

Me despedí de Pablo y los demás y agarré mi


bicicleta para irme volando a su casa y en menos
de diez minutos ya estaba ahí, apenas iba a tocar el
timbre cuando ella abrió la puerta.

—Ya vine.

—¿Quieres pasar?

—¿Eh? ¿Puedo entrar?

—Sí. Estoy sola...

Tomó mi mano y me guio a la sala. Yo estaba


lleno de nerviosismo de nuevo, no sabía que hacer,
me imagina que era lo que podía pasar después.
Pero sentía temor, sentía algo extraño que me
decía que aquello estaba mal, yo no debía estar
ahí, era su casa y estaba a punto de hacer algo que
podría llenarme de remordimiento después.

162
—¿Qué tienes? —preguntó con una sonrisa pícara
en su cara.

—Nada. Es que soñé contigo.

—¿Qué soñaste? —sonrió.

—Soñé que te ibas de mi lado. Había personas que


te alejaban de mí. Me sentía desesperado. Pero
corrí tras tus pasos y te encontré, a pesar de que
habías borrado las huellas tras de ti.
—A veces también sueño cosas extrañas. Pero las
olvido, o no les presto atención, al cabo, nunca
pasan las cosas de los sueños.

—Pues sí. Tienes razón, fue un sueño muy


extraño.

—¿Qué quieres hacer? —cambió el tema.

—No sé.

Si lo sabía, pero no quería decirlo. Ella se acercó a


mí y me invitó a besarla. La besé, pero sentí no
hacerlo bien, algo me pasaba, no podía creer que
estuviera ante tal situación.

163
Volvió a tomar mi mano y comenzó a hacerla
recorrer su piel desde el cuello hasta el pecho. La
llevó más abajo y la detuvo en su vientre, sus ojos
fijos en los míos, pegó su cuerpo al mío e hizo que
mis manos rodearan su cintura y yo me aventuré a
llevarlas más abajo. Por primera ocasión estaba
tocando su cuerpo, aún seguía tan nervioso que de
inmediato deje de hacerlo.

—No te detengas.

—¿Y si llega alguien?

—Acaban de irse.
Y mis manos volvieron a recorrer su piel. Ahora,
por debajo de sus ropas, yo estaba sudando, los
nervios, la adrenalina y el deseo alborotaban los
pensamientos en mi cabeza y desembocaban en mi
entrepierna. Por primera vez mis manos
comprobaron su deseo convertido en humedad,
todo mi cuerpo comenzó a temblar pues el temor
era tan grande que me obligaba a tratar de evitar
aquello que tanto deseaba desde algún tiempo
atrás. Ella lo notaba y me invitaba a continuar, yo
seguía luchando por contenerme, por no cometer
un error y menos en aquel lugar.

—¿Qué te pasa? ¿No te gusta?

164
—Si me gusta, pero no sé ¿Estás segura?

—¿Ya tuviste tu primera vez? —nunca me habían


preguntado tal cosa.

—No —dije algo apenado.

—Yo tampoco. Quiero saber que se siente.

La pregunta hizo bajar un poco la temperatura de


la situación y aproveché para escaparme un poco
de sus brazos, ya me había arrepentido y decidí no
hacerlo. Me encaminé a la puerta, ella me alcanzó
y me preguntó por qué no quería hacerlo. ¡Claro
que quería! Pero a pesar de que el momento se
prestaba para ello, no me atrevía. Por primera vez
en mi vida lo pensé dos veces y preferí
despedirme y marcharme de aquel sitio y sin dar
muchas explicaciones, intenté salir del lugar. Pero
ella preguntó de nuevo.

—¿No te gusta?

—No creas que no quiero. Es esto lo que más


deseo desde hace mucho, pero no sé, no considero
que sea un buen momento.

—¿Cuándo es un buen momento?

165
—No sé. Más bien es por el lugar, mejor otro día.

—Como quieras.

Me acompañó hasta la puerta y echando un


vistazo a la calle, me dijo que saliera cuando
estaba segura de que nadie me vería salir de ahí.

—¿Nos vemos más tarde?

—¡No! —sonaba molesta.

—¿Entonces? ¿Mañana?

—Te aviso.

—Bueno pues. ¿Te espero afuera de la escuela?

—A las doce.

No podía creer que hubiese dejado pasar aquella


oportunidad, pero creí más conveniente hacerlo y
esperar a verla de nuevo al medio día. Y tal como
lo dijo, se escapó más temprano de clases para
salir a verme.

—¿Qué hacemos?

166
No respondí. Simplemente, la besé como tanto me
gustaba hacerlo, ahora yo tomé su mano y la lleve
conmigo, juntos caminamos a un lugar secreto.
Cuando llegamos allá, le dije que si estaba
dispuesta, esta vez sí tendría el valor de hacer lo
que me pedía.

Esta vez no pude resistirme más. Dejé que mis


manos corrieran libres por todo su cuerpo, besé
toda su piel mientras le quitaba cada prenda de
encima. Respiré su aroma tan de cerca a medida
que mis labios exploraban cada rincón de cuerpo,
sus manos hacían lo propio con mis ropas y sentía
su suave roce por todo mi ser. Aún siendo un
novato, su respiración agitada me indicaba que
estaba a punto de descubrir su intimidad, que
ahora era mía y que estaba dispuesta a entregarse a
mí.
Dejamos que el deseo se desbordara y fuimos
presas del placer. Mis ojos contemplaron por
primera vez todo su cuerpo sin el obstáculo de la
ropa a punto de ser mío y de yo entregar el mío a
ella sin miedo y sin condiciones. Nos rendimos al
deseo y al calor del momento, consumando el acto
del Amor. Nuestros cuerpos se empaparon de
sudor y quedaron rendidos sin importarnos nada
más. Ni el pasado, ni el presente, ni lo que podía
pasar en el futuro. Nos abrazamos y dejamos pasar

167
el tiempo sin esperar nada más. Solo teniendo la
certeza de que yo era suyo y ella de mí.

—¿Nos vamos? —preguntó

—Yo no tengo ninguna prisa.

—¿Te veo más tarde? Tengo que llegar a tiempo a


casa para que no sospechen que estaba en otro
lugar.

—Te acompaño.

—Muy bien.

Y una vez más caminamos por las calles de


siempre. Ella apretaba mi mano, y yo la observaba
caminar a mi lado y me sentí orgulloso de que
alguien como ella pudiera ser para mí. La dejé
cerca de su casa y dije que más tarde iba a
visitarla. Estuvo de acuerdo y nos despedimos con
un beso. Llegué a casa a comer y de inmediato
preguntaron que me pasaba, pues no podía
esconder mi cara de felicidad. Dije que no pasaba
nada y después de comer me fui a mi cuarto para
dormir plácidamente por horas y como de
costumbre, soñar con ella.

168
Desperté cuando ya el sol se ocultaba y
rápidamente tomé un baño, para luego correr hasta
su casa. Al llegar, ella ya estaba afuera esperando.
La saludé muy emocionado y me senté a su lado y
así pasamos el rato, charlando, abrazados,
sentados juntitos, sin mencionar en ningún
momento lo que había sucedido. Hasta que era la
hora de despedirme e irme a casa a soñar de nuevo
con lo maravilloso y sensacional que era todo lo
que estaba viviendo a su lado.

—¿Te gustó el regalo? —acompañó la pregunta


con una pícara sonrisa.

—Más que eso. Eres lo mejor que me ha pasado.


¡Tú eres mi mejor regalo!

Cuando estuve en casa, tomé mi cuaderno y me


dispuse a dedicarle unas palabras en una carta
más. Que le entregaría en la próxima cita, cita que
estaba planeando fuera en un lugar especial.

«¡Hola, chulita! Estoy muy contento de que hayas


decidido darme otra oportunidad. No sabes lo feliz
que me hace saber que me quieres tanto como yo
te quiero a ti. ¿Sabes? Desde que te conocí, solo tú
haces que vea más bellos los atardeceres, o más
terribles cuando estoy lejos de ti. Tú influyes tanto
en mi mundo, a tal punto que mi estado de ánimo

169
ha llegado a depender de ti, de lo que pasa entre tú
y yo.

Ya debes de imaginar cómo está ahora mi ánimo.


Me siento por las nubes de sentir lo que ahora
siento, tus besos me dan alas y me hacen volar por
lo más alto del cielo. Tú sola presencia me ha
llevado a conocer un mundo nuevo, un mundo
diferente que no habría imaginado, ni lo hubiera
descubierto en mis sueños. Tal vez ya te lo he
escrito, pero eres el amor de mi vida, aún siendo la
primera persona que me hace sentir algo así, estoy
seguro de que no habrá nadie que me haga sentir
igual. Te amo y no lo digo únicamente por lo que
pasó, sino por todas las demás cosas, los pequeños
detalles que me han hecho creer que de verdad te
intereso, que haces lo que está en tus manos por
regalarme un poquito de tu tiempo.

Tú haces que mi vida tenga un poco de sentido.


Porque antes de ti, ninguno de mis días tenía algún
objetivo y ahora el objetivo de esos días es lograr
hacerte muy feliz.»

COMPROMISO.
Doblé el papel con cuidado y lo guardé en mi
bolsillo, como de costumbre. Salí al patio de mi
casa para fumar un cigarro. Y mientras fumaba,
170
comencé a soñar despierto. A imaginar un futuro a
su lado. En el que, tal vez un día no muy lejano, la
llevaría al altar. ¡Un futuro a su lado! Nunca había
visualizado tal cosa con ninguna persona. Nadie
había logrado despertar en mí ese tipo de
emociones. Nadie me había hecho despegar los
pies del suelo, mucho menos, habían logrado antes
meterse en mis sueños. Sí. Estaba seguro, ¡Era
ella! Era la mujer para mí.

Me fui a dormir y tuve una noche sin sueños, una


noche corta, de esas veces que uno se despierta
antes que el despertador. Ansioso por verla. Quise
ir a robármela de la escuela, pero ya no quería
interferir tanto en su asistencia. Así que me
contuve. Preferí ir a esperarla a la salida. Pero no
pude, a esas horas, a mi mamá se le ocurrió que
había algunas cosas que hacer en casa y me puso a
trabajar. Así que, se me pasó la hora de la salida.
cuando estuve libre y pude darme un baño, ella
seguro ya estaba en su casa. Entonces no tuve más
remedio que irme a echar un rato a mi cama. No
dormí, mi ansiedad era mayor al cansancio de las
labores que acababa de realizar.
Salí de mi habitación y eché un vistazo por la
ventana. Era un día nublado, pero yo no lo veía
gris. Yo miraba los árboles llenos de vida, algunas
aves revoloteaban en ellos, parecían alegres por la
poca lluvia que había caído. Había algunos niños

171
corriendo por la calle. Hasta los perros de la calle
hacían parte de aquel bello paisaje que miraban
mis ojos.

Tomé el celular y rápidamente escribí un mensaje


preguntando si podríamos vernos pronto. De
inmediato respondió diciendo que sí. Que
podíamos vernos el jueves próximo y yo me
llenaba de júbilo al saber que pronto la tendría en
mis brazos de nueva cuenta. Luego reparé en que
faltaban dos días para eso.

—¡Puta madre! ¿Dos días? —me dije a mi mismo.

Pero intenté tomarlo por el lado bueno. Así tenía


dos días libres para convivir con mis amigos. Pero
estos no me dejaban en paz, no hacían otra cosa
que preguntar; ¿Qué era lo que ella me había
hecho? Pues ya no convivía con ellos con la
misma frecuencia de antes. Parecía que me estaba
olvidando de ellos, pero no. Simplemente, mis
prioridades habían cambiado y todo mi tiempo
estaba destinado para ella. Y si sobraba tiempo
para estar con ellos, lo hacía si no, yo siempre
prefería pasar todas mis horas disfrutando de mi
chulita.
Por fin, luego de ese par de días llenos de
interrogatorios, llegó el jueves y me prepare para
verla de nuevo. Estaba dispuesto a demostrar lo

172
mucho que la quería y de camino a su casa me
robé una rosa del jardín. Escogí la más hermosa
para que hiciera juego con la belleza de ella.

Cuando llegué y se la di me dijo que le gustaba


mucho que le regalara flores. Yo sonreí satisfecho,
le di un beso en la mejilla, la abracé y aparte de
todo eso, le regalé la carta.

—Oye Alba ¿Puedo invitarte a salir el domingo?

—¿A dónde?

—Bueno. Es que hay un restaurante en el centro,


al que he ido un par de veces y me gusta mucho la
comida de ahí. No es de esos lugares lujosos, pero
me ha gustado comer ahí y me preguntaba sí,
¿Quieres ir a comer conmigo?

—Me encantaría. Pero, tengo que pedir permiso.

—Claro que sí. Pregúntale a tu mamá si te deja ir


conmigo, y vemos si podemos hacer planes.

Entró casi corriendo a casa a preguntar a sus


padres si le permitirían acompañarme. Solo tardó
un par de minutos, para luego salir con un
semblante triste y decirme que la respuesta fue
negativa. Que yo no era, ni sería nunca de fiar.

173
Que no la iban a dejar ir conmigo a ningún lado,
que si quería verla, iba a ser siempre en la puerta
de su casa. Al parecer, ellos esperaban que lo
nuestro fuera únicamente un capricho de Alba que
no tardaba en acabar. Y que tal vez con ese tipo de
impedimentos, acabaría por rendirme y darme por
vencido.

Me habría encantado que desde el principio


hubiésemos podido salir juntos con libertad. Sin
tantas limitaciones y sin tener que hacerlo
clandestinamente. Pero no había sido posible, así
que se hizo lo que se pudo y a fin de cuentas, de
una u otra forma, yo me había propuesto a lograr
tenerla conmigo para siempre. Así que batallando,
y gracias a todos mis esfuerzos, conseguí más
tiempo a su lado del que esperaba.

—No me dieron permiso.

—¡Qué mal! Bueno, no pasa nada, después será.

Cuando ya tenía que irme pregunté si nos


veríamos el sábado y dijo que si, que me esperaba
a la hora de siempre y yo me comprometí a ser
puntual.

El viernes, no hubo ninguna novedad. Anduve con


Pablo casi todo el día. Fuimos al billar, jugamos

174
un par de horas. Luego fuimos a la esquina con los
muchachos. Estaban jugando a los trompos, nos
preguntaron si queríamos jugar. Pablo rápido se
unió a la diversión, yo fui a comprar un trompo
para jugar, pero como era malísimo para ese
juego. En la primera ronda me lo ganaron y me fui
bien enojado a mi casa. Además, ya era tarde y era
mejor irme a descansar un rato. Esperé la noche
viendo la televisión y luego de un rato, me fui a
dormir.

Ya el sábado, cuando la ansiedad de verla


aumentaba. Me entretuve jugando Play Station. Ya
en la tarde me bañé para irme a verla. Puntual,
bien bañado y bien perfumado. Caminaba
alegremente para su casa.

Pero de repente, se me ocurrió la idea más loca y


arriesgada de todas. Desvíe deliberadamente mi
camino con rumbo a la plaza. No tenía ningún
plan en concreto. Simplemente, me estaba
escapando de ella, por primera vez. Sin pensar,
abordé el primer autobús que vi pasar, el cual
llegaba hasta el centro de la ciudad. Pagué mi
pasaje y tomé asiento, no sabía dónde me iba a
bajar, por un momento no supe ni porque había
hecho eso. Aun así, seguí adelante, dejé que me
guiará mi intuición y en un lugar al azar, o tal vez
porque ya me quería regresar para verla. Pedí mi

175
bajada, al bajar caminé unos cien metros y vi el
escaparate de una joyería en la que entré con la
intención de ver si encontraba algo lindo para ella.
Observé una gran cantidad de joyas sin preguntar
por los precios. Solo estaba ahí viendo. El
encargado preguntó si buscaba algo en especial,
dije que no y seguí observando, escudriñando
entre tantos diseños y ninguno llamaba mi
atención. El encargado de la joyería parecía
nervioso, tal vez mi apariencia aún conservaba
algo de lo lacra que me miraba antes y podía ser
que se imaginara que yo era algún drogadicto con
la intención de asaltarlo o algo así.

Pero de pronto, entre todos esos metales vi un


diseño que me pareció familiar, era un anillo de
oro que tenía ese diseño de corazón idéntico al de
la pulsera que le regalé a Alba y sin pensar ni
preguntar sobre medidas ni siquiera el precio. Dije
que lo quería, el sujeto cambió su semblante un
poco y un tanto despectivo lanzó el precio a mis
oídos. Era relativamente caro, pero no estaba fuera
de mi alcance. Así que le contesté
sarcásticamente;

—No le pregunté el precio. Me lo llevo. —dije


con una sonrisa mamona en mi cara.

176
Por suerte, traía el dinero suficiente en la bolsa, de
no ser así habría tenido que darle la razón, y
decirle «¡Gracias! Ahorita a la vuelta» Pero, con lo
que me gustaba ser sarcástico con la gente que
trataba de verme hacia abajo, la situación se me
ajustó perfectamente. Lo pagué y lo deposité en el
bolsillo y al salir del lugar casualmente iba
pasando el autobús, ¡Que suerte tuve, era el último
del día! De no haberlo tomado me habría tocado
caminar hasta casa de Alba, pues me había
terminado casi todo mi presupuesto en la compra
hecha recién. Era seguro que no ajustaba para
pagar un taxi.

Al tomar asiento saqué el celular del bolsillo para


ver la hora. Las 9:00 p.m en punto, ya debería
estar en su casa y había dicho que llegaría
temprano. El celular tenía varios mensajes de ella
diciendo que me estaba esperando, respondí que
no tardaba, pero no era así, el autobús tardaría casi
una hora en llevarme hasta el punto más cercano
de la ruta a su casa y todavía de ahí tendría que
caminar un poco.
Cuando bajé del bus caminé lo más rápido posible
y cuando llegué a su casa ya eran las 10:20 casi la
hora de irme a casa.

—Se me hizo bien tarde.

177
—Sí. Ya vi ¿Por qué?

—Andaba en el centro. Bueno, cerca del centro.

—¡Ah! ¿Y eso?

—Fui a comprar algo.

—¿Qué cosa?
—¿Recuerdas lo que te prometí?

—¿Estar siempre conmigo?

—Aquel día que nos prometimos casarnos algún


día.

—¡Ah! Sí. Si me acuerdo ¿Por qué?

—Hoy me comprometo a qué llegado el día voy a


casarme contigo. —dije mientras le mostraba el
anillo.

—¡No mames! ¿Es en serio? —nunca me había


dicho así.

—¡Claro que es en serio! ¿Qué dices? ¿Aceptas?


¿Nos casamos?

—¡Si! ¡Acepto casarme contigo! Pero ¿Cuándo?

178
—No sé. Yo creo que el mismo tiempo nos dirá
cuando sea el momento. ¿No crees?

—Pues sí. El tiempo dirá. Pero la respuesta es ¡Si!

Definitivamente, el anillo estaba hecho para ella,


pues hacía juego con la pulsera y entró
perfectamente en su dedo. Yo estaba dudando,
pues no sabía si le quedaría, pero por fortuna así
fue. Exactamente a la medida de su dedo. Su cara
se veía radiante, sus ojos expresaban lo que no
decían las palabras y me decían que le había
gustado la propuesta, aun cuando no fue ensayada
ni tan elaborada. Pues nunca me han gustado esos
espectáculos que hacen para pedir matrimonio. En
los que aparecen no sé cuántas personas, unas
mostrando carteles, otros con globos, unos
grabando y otros haciendo no sé qué cantidad de
cosas. Sí, he tenido mis momentos de debilidad
ante la cursilería, pero no tanto. Este momento me
parecía que debería ser algo más íntimo y
personal. Dónde las reacciones de los
involucrados, quedan en la memoria de ambos
como un recuerdo privado y muy suyo.

Entró a su casa para compartir la noticia allí


dentro y luego de un par de minutos salió con un
semblante totalmente opuesto al que tenía cuando

179
entró. La vi triste y comprendí que la noticia no
fue agradable para ellos.

—¿Qué pasó?

—Me dijeron que no puedo casarme contigo. Que


no tengo edad para estar pensando en esas cosas.

—Pero yo no digo que ya. Yo nada más te estoy


entregando un símbolo del compromiso que tengo
contigo.
—Eso les dije, pero dicen que no puedo casarme
contigo y que debo regresarte el anillo.

—Guárdalo, es tuyo. Mi promesa se va a cumplir


de todas formas, cuando estemos listos.

Estuvimos de acuerdo en que, a pesar de eso, un


día terminaríamos por casarnos, pues ambos
estábamos seguros de que habíamos encontrado a
esa persona especial, con la que uno quiere pasar
el resto de sus días.

No pude borrar el semblante triste de su cara. Pero


pude calmarla un poco y le pedí que les diera
tiempo y ya que ella fuera mayor veríamos que
podíamos hacer para cumplir nuestra promesa y
hacer realidad nuestros sueños. Al fin y al cabo
teníamos toda una vida por delante y ya llegaría el

180
día en que todo iba a estar de nuestro lado.
Reafirmamos nuestra promesa y nos dimos un
beso, beso que interrumpió su mamá:

—Ya métete.

—¡Puta madre! —dije mentalmente, y me hice a


la idea de que me tendría que acostumbrar a qué
me cortaran la inspiración cada vez que ella me
besaba con más pasión.

—Ya me voy. —dije sonriendo.


—¡Hasta mañana! —dijo Alba.

—¿Mañana? Pero mañana…


Fue lo que alcancé a escuchar mientras mis pasos
me alejaban del lugar.

181
182
MENTIRAS.
El domingo fui a buscarla temprano, pero no
estaba en casa. Estuve un rato con Pablo y los
demás. Estuvimos platicando un rato, luego llegó
el "Chore" y nos invitó a ir a ver el fut en su casa.
Todos estuvieron de acuerdo y todos juntos
peregrinamos hasta allá. Cuando entramos, vi que
ya estaba preparado con una tina llena de cerveza.
A mí me aburría ver el futbol, pues me gustaba
más jugarlo, que verlo en la tele. Pero esa tina de
cerveza me invitó a quedarme, pronto todos
tuvimos una en la mano. Y al calor de los gritos y
las alegatas entre mis amigos por las jugadas, me
dejé llevar y al poco rato, ya comenzaba a sentir
los estragos del alcohol en mi cuerpo. Quise irme,
pero ya entrado en calor acabé decidiendo seguir
la parranda. Al poco rato, se acabó el juego y
salimos a la calle con el cargamento de cerveza,
nos emborrachamos tanto, que acabamos haciendo
un sinnúmero de payasadas a media calle. Pablo y
yo cantábamos a grito abierto y los demás gritaban
y hacían escándalo.

De pronto, reparé en que ya estaba borracho y que


tenía que ir a ver a Alba, vi la hora, ya eran casi
las ocho. Tenía algo más de una hora para
disimular mi estado. Fui a casa a bañarme rápido,
183
me cambié, me perfumé, salí de inmediato y de
camino a su casa, compré unos chicles. Ninguna
de las acciones antes mencionadas tuvo resultado.
Pues al llegar, ella estaba afuera, esperándome, se
puso de pie frente a mí y lo primero que dijo fue:

—¡Vienes borracho! Mejor ya vete, hueles bien


feo.

Y sí. Estaba muy borracho. Di la media vuelta y


caminé, luego de unos pasos, regresé.

—Mañana vengo.

Y al día siguiente me recordó que no le agradaba


nada el aliento alcohólico. Que cuando quisiera
irme a tomar con mis amigos, no había ningún
problema. Pero que no podía ir así a su casa. No lo
había tomado tan mal y llegamos a un acuerdo
sobre eso.

El tiempo transcurrió y parecía ya no haber tantos


obstáculos entre Alba y yo. Lo del anillo perdió
fuerza pronto y comenzó una rutina entre
nosotros. Vernos cada tercer día, pasar un par de
horas juntos y al parecer todo empezaba a marchar
bien.

184
Yo decidí esforzarme en demostrar que era el
hombre para ella, le puse más seriedad al asunto y
hablé con mi papá para que me diera otra vez el
trabajo. Además de que ya me había acabado mi
dinero, necesitaba demostrar que era un buen
hombre, no solo cualquier vago.
Ahora, ya no me escapaba durante el día para ir a
buscarla, aunque las ganas no fueran menos.
Intenté mejorar mi apariencia y aparentar ser una
persona mejor.

Y la relación se fue haciendo cada vez más formal.


Cada vez que la visitaba, hablábamos de muchas
cosas y yo todo el tiempo quería estar pegado a
sus labios. La cantidad de besos que me daba
nunca eran suficientes y ella me complacía
dejándome probarlos a cada rato.

Luego, hubo la oportunidad de salir a caminar


juntos de vez en cuando, la acompañaba a algún
mandado o íbamos a comprar un helado y cosas
así, siempre abrazados o tomados de la mano.

Lo que yo no sabía era que, a pesar de mis


esfuerzos, yo no era bien visto aún por sus padres.
Y al parecer seguían ejerciendo presión para que
me dejara. Y de repente, un día ella empezó a
cambiar, comenzó a evadir mis visitas, parecía
inventar pretextos para que no me presentara a su

185
casa. Los días que era tanta mi inasistencia, ella
cedía y aceptaba vernos por un rato. Pero de
pronto ya no accedía a besarme, intentaba
abrazarla y me rechazaba y cuando caminábamos
juntos ya no lo hacíamos como días atrás. Ya no
me dejaba abrazarla ni tomar su mano.
Ella estaba distante, la sentía triste, tal vez
decepcionada. De pronto ya no hablaba tanto
como antes, ahora siempre estaba callada y a duras
penas contestaba a lo que yo le platicaba. Varias
veces quise saber qué le pasaba, pero no me decía
una razón clara sobre su actitud. Simplemente,
decía que no se sentía bien y que necesitaba unos
días para pensar, que no fuera por su casa, al
menos por una semana.

Yo no entendía por qué no quería estar en mi


presencia. Por más que le pregunté, no quiso
decírmelo. Al tercer día de no ir a verla, yo había
salido temprano del trabajo y rondé un rato por su
casa y cuando la vi llegar de la escuela vi algo que
me partió el corazón. Un muchacho la
acompañaba, ambos hablaban y reían. Y yo, a lo
lejos, solo los veía, intenté tranquilizarme,
suponiendo que tal vez solo la había acompañado
y que de inmediato se marcharía. Pero no fue así,
se quedaron un rato hablando ahí en la entrada de
su casa, bajé la mirada a la carta que llevaba en mi

186
mano y dudé si debía entregársela, sentí que
estaba siendo reemplazado. Releí la carta:

«Hola.

No sé cuántos días durará esto, pero para mí ya


son muchos. Yo quisiera estar ahí a tu lado en este
momento y besarte mucho como siempre lo hago,
pero creo que ya no es lo que tú deseas, ya no te
siento como antes, te noto extraña, como que algo
de mí te molesta, pero no quieres decirlo. He
intentado tanto ser un hombre normal por ti, he
dejado de seguirte y de robarme tu tiempo para
que no te sientas acosada. Intento darte tu espacio,
pero eso parece no funcionar, pues me doy cuenta
de que algo se ha roto entre tú y yo. Por lo menos
me gustaría saber qué es lo que está causando este
rechazo en ti.»

Quise acercarme y preguntar qué estaba pasando.


Pero me contuve por no hacer una escena, los
celos me estaban matando y me sentía furioso de
ver a otro en mi lugar. No lo hice, esperé hasta que
aquel sujeto se retiró para marcar a su casa, pero
no me la pasaron. Algo estaba pasando y tenía que
saber que, así que le envié un texto.

<<¿Podemos hablar?>>

187
<<¿De qué?>>

<<¿Quién era ese?>>

<< Un amigo ¿Por qué? ¿Estás celoso?>>

<<¿Es esa la causa de que me pidieras tiempo?>>

<<No>>
<<¿Entonces?>>

<<Bueno, si, pero no por lo que piensas.>>

<<¿Qué está pasando entonces?>>

<<Ven a las nueve y hablamos.>>

Cuando llegué ella no estaba, esperé unos minutos


y luego llegó acompañada de una de sus amigas,
no me dijo de dónde venía, pero se veía contenta.
Al verme su cara se tornó seria, su amiga se fue y
yo me acerqué a ella intentando besarla y volvió a
rechazarme.

—¿Quién es Paula? —preguntó alejándome de


ella con las manos.

—No sé ¿Por qué? —dije intentando recordar si


conocía a alguien con ese nombre.

188
—¿No sabes? Pues ella sí sabe muy bien quien
eres tú.

Me quedé sin palabras, no tenía idea de que me


estaba hablando.

—Dime quien es ella.

—Es que no sé, no conozco a ninguna Paula.


—Ella dice lo contrario. Parece que si te conoce
muy bien, sabe dónde trabajas, tus horarios, tu
edad, todo creo que hasta más que yo.

—Bueno, pero que me conozca no quiere decir


que yo también a ella.

—Es que no solo es eso, me dijo algo más, y hasta


me trajo pruebas.

¡Ah chingado! Pensé ¿De qué se trata esto? Me


puse a reflexionar y no. No conocía ninguna mujer
con ese nombre ¿Algún error de una borrachera?
No tampoco cabía esa posibilidad, pues nosotros
no acostumbramos eso. Pensé y pensé y no tuve
idea de quién me hablaba.

—¿Pruebas? ¿Qué tipo de pruebas? —en aquel


tiempo los teléfonos aún no tenían cámara, ni

189
existían las capturas de pantalla, ni ese tipo de
cosas, y no me imaginé que podría ser.

—Traía un bebé.

—¿Un bebé?

—Si ¡Y dice que es tuyo!

—¡Ah cabrón! Eso no me lo esperaba —dije


riendo.
—¿Qué tiene de gracioso? ¡ES EN SERIO!

—Pues, que es mentira. Si yo tuviera un hijo por


ahí mis papás ya me hubieran casado con la
mamá.

—Entonces ¿Es cierto o no es cierto?

—¡Claro que no! Si así fuera hubiera sido lo


primero en contarte.

—Es que lo dice con tanta seguridad. Y hasta me


pareció que el bebé se parece a ti.

—No, pues eso no es verdad, es más dile que


venga cuando esté yo. O mejor aún, que vaya a mi
casa, o que te diga dónde vive para ir a ver qué
quiere.

190
—Pues me dijo que iba a venir cuando estuvieras
aquí para que yo viera que dice la verdad.

—Pues ojalá y venga para conocer a mi hijo. —


dije a carcajadas, algo que a ella no le hizo
ninguna gracia.

—Júrame que es mentira.

—Te lo juro. Pero dime ¿Qué tiene que ver en


todo esto el tipo que estaba contigo?

—¡Ah, pues él dice que también te conoce! Y dice


que la historia de Paula es verdad.

—¿A poco? Ese wey vive cerca de la fábrica de


mi papá, pero de eso a que me conozca, no lo creo
ni siquiera hemos cruzado palabra. Pinche
morrillo sonso ¿Qué va a saber de mí?

—Pues eso dijo.

—Ya sé por donde va el asunto, más bien pienso


que le gustas y busca un motivo para quedar bien
contigo ¿No crees?

—No sé. No lo creo, pero ya veremos si viene esa


mujer a desmentir tu historia.

191
—Ya veremos... Y ¿Entonces que? ¿Nos
reconciliamos?

—Todavía no estoy tan convencida, pero voy a


creer en ti solo porque la historia no tiene tantos
argumentos, pero ya se verá que sucede luego. De
todas formas no puedes venir pronto, porque mi
mamá sabe ese chisme y me dijo que no te quiere
ver por aquí. Deja que se aclare y luego vienes
otra vez.

—Me da pena decirlo. Pero…

—¿Qué?

—Antes de ti, yo era. —dudé en proseguir.

—¿Eras qué?

—Virgen. —dije en voz baja.

Ella sonrió y recapitulando llegamos a la


conclusión de que yo decía la verdad. Y justo
cuando estábamos en medio de la reconciliación
apareció otro fantasma. Era la chica con la que
había intentado engañarla tiempo atrás. Y no venía
en son de paz.

192
—¿Qué? ¿Te crees mucho perra?

Ambos desviamos la mirada hacia ella a la vez. La


miramos con algo de asombro, era un tema ya
olvidado que revivía y al parecer traía ganas de
pelear. Alba la ignoró y ella insistió y le propinó
un empujón. Yo intenté intervenir, pero me
callaron y discutieron airadamente hasta el punto
de llegar casi a los golpes. Hasta que una señora
que estaba cerca intervino y la echó del lugar.
Alba me dijo que ya era hora de irse a dormir,
tratando de evitar que su mamá se fuera a dar
cuenta de lo que estaba pasando ahí afuera. Me
dio un beso frío en la mejilla en señal de que ya
me fuera, no sin antes advertirme que teníamos
que hablar. Le di la carta.
—La escribí antes de que pasara todo esto, pero
deberías leerla de todas formas.

—Mañana hablamos.

Lo dijo en un tono amenazador, pero lo bueno de


ese problema era que decidió de último momento
que si la vería al día siguiente y no tendría que
esperar, cómo había dicho antes. Pero ahora tenía
otro problema que enfrentar. Seguramente iba a
preguntar por qué esta mujer había vuelto.

193
194
INFIEL.
El día siguiente, cuando llegué a su casa, ella
estaba afuera, platicando con una de sus amigas. Y
ya me esperaba con una pregunta:

—¿Qué quería esa vieja? ¿Sigues de chistoso con


ella?

No respondí, pues no sabía qué quería. Si solo la


había visto una vez, solo había sido un desliz sin
importancia. Si para mí no significaba nada, por el
hecho de que nada había sucedido. ¿Ella no
pensaba lo mismo? ¿Por qué había ido hasta ahí?
No podía saber que era lo que pasaba, porque
claramente el problema no era conmigo, sino con
ella. Yo me quedaba en segundo término.

Traté de desviar la conversación todo lo que pude,


tratando de evitar el tener que dar una explicación
que sinceramente me sentía incapaz de poder dar.
Desde hacía un tiempo ya había adoptado la mala
costumbre de hacer cosas tan solo por impulso y
terminaba sin saber explicármelo a mí mismo,
mucho menos a los demás. Estaba tan molesta,
que me dejó ahí parado, solo, esperándola de
nuevo y no salió más, se quedó dentro de su casa y
pasado un rato me tuve que marchar.
195
El día siguiente que la fui a buscar, mandó decir
que no se encontraba. Otra vez no respondía mis
llamadas, ni mis mensajes, pensé en escribir una
carta más, pero está vez no tenía idea sobre que le
podría escribir.

Desde unos meses atrás se me había vuelto


costumbre también pasar el tiempo pidiendo
disculpas, sintiendo que ella seguía conmigo tan
solo por el hecho de que yo era muy terco y
obstinado. Tercera vez que ella intentaba terminar
nuestra relación y yo trataba de encontrar la forma
de convencerla de que, un día todo iba a cambiar.
Y casi a la fuerza seguía a mi lado, yo me sentía
tan feliz por eso, pero me daba cuenta de que para
ella ya no era nada placentero el tiempo y el
cariño que me dedicaba.

Y como todo hombre, al darme cuenta de mi


situación, pensé en encontrar una manera de
mejorar todo eso y convertirme en lo que ella
deseaba.

Pero mis impulsos de hombre volvieron a jugar en


mi contra. ¿Por qué? Si antes yo no era así.

Un día vino la oportunidad de demostrarle a ella y


demostrarme a mi mismo que podía ser el hombre

196
que ella esperaba. Pues había una chica que
"Buscaba novio" Pero, de manera poco
inteligente, me ofrecí como pretendiente. Yendo
en contra de mi deseo de estar con Alba, me fui en
busca de una aventura.

Nervioso por saber que lo que estaba haciendo


estaba mal y ansioso por conocer a la chica en
cuestión, me presenté hasta el barrio donde vivía.
Y al conocerla me di cuenta de que no había ese
encanto, esa sensación, ese alboroto en el pecho y
en la cabeza que te hace dejar de pensar en todo y
en querer estar con esa persona todo el tiempo
posible. En pocas palabras, ni está vez ni las
anteriores sentí lo mismo que Alba me hacía
sentir.

Aún después de tanto tiempo. De ya conocernos y


de tener tanta confianza, Alba me hacía sentir
extraño, me hacía sentir como si no fuera yo,
como si fuera una extensión de ella. Simplemente,
ella me complementaba.

A pesar de eso, ahí estaba yo. En mi papel de


galán, tratando de conquistar a alguien más.

Hablamos un poco, de cosas que al momento


olvidé y otras a las que no les presté atención,
pues mi cabeza estaba en otro lugar, estaba

197
preocupado por lo que estuviese haciendo Alba.
En lo que ella podría estar pensando de mí, en el
pésimo novio que me había convertido.
—¿Si te preguntara si quieres ser mi novia, que
dirías? —pregunté espontáneamente, sin que
tuviese nada que ver con lo que ella estaba
hablando.

—Diría que sí.

—¿En serio?, pero, no me conoces.

—Pero me gustas, ya nos conoceremos.

Pero en cuanto hice la pregunta, me di cuenta de


lo mal que estaba haciendo, que estaba
arriesgando todo lo que estaba logrando. Así que
mejor me despedí y emprendí el camino de
regreso a casa. Ya me había probado a mí mismo
que era capaz de conquistar a otras chicas y eso
debía ser suficiente.

Estaba lejos de casa y haría un buen rato para


llegar. Mientras caminaba, aproveché para
reflexionar seriamente en lo que estaba haciendo y
para decidir que era lo que realmente quería para
mí y para Alba.

198
Decidí no volver a hacer esas cosas más.
Entregarle mi tiempo por completo a ella y a nadie
más, como en los primeros días.

Pero no, como la torpeza era parte importante para


todas mis acciones. Terminé por cometer muchos
errores más. Pues al encontrarme con Pablo y los
demás, mi estúpida arrogancia me hizo hablar de
más. Terminé alardeando frente a ellos sobre mi
más reciente hazaña en los amores. Terminé
presumiendo ante ellos todos los detalles de mi
nueva conquista, sin importar que esas palabras
iban a volar lejos de mi alcance y a llegar a oídos
que las harían terminar en bocas equivocadas, que
las transmitirían hasta llegar a dónde yo menos
quería que llegarán.

Después de tanta presunción y de hacer alarde de


mi habilidad recientemente adquirida para hacer
las veces de galán ante las mujeres. Me encaminé
orgulloso a disfrutar de los placeres de la suave
caricia de las sábanas de mi cama, a caer en un
sueño profundo y reparador.

Desperté vigoroso y con la clara intención de


reconquistar el amor de mi querida Alba. Planeé
todo lo que iba a decirle y todo lo que estaba
decidido a hacer para lograr el objetivo. Al
llamarla no me contestó, fui a buscarla y al verla

199
me llené tanto de emoción, intenté besarla, pero
no me lo permitió, intenté tomar sus manos entre
las mías y también me rechazó.

Después de un rato de internar sin lograr y de no


haber podido ni una palabra de sus labios arrancar.
Me despedí y fui a dónde se encontraba Pablo, le
invite unos tragos, a lo que sin reparo accedió.
Nos embriagamos y como siempre, le hable de lo
mucho que la amaba y le agradecí ser siempre en
quien podía confiar y contarle todo lo que me
sucedía.

Bebimos hasta perder la memoria, a tal punto de


que termine olvidando como regresé a casa. Otro
día más de intentar estar con ella y como muchas
veces, seguía sin lograr nada. Empecé a creer que
ella algo sospechaba, pero no me decía nada y yo
no me atrevía a preguntar. Cada vez más, la
sospecha de que a cada minuto que pasaba la
perdía un poco más, se apoderó de mí. Batallé e
insistí por muchos días más y en medio de la
incertidumbre y la embriaguez, se me agotaban las
ideas. Ya no sabía que más hacer y poco a poco
me fui haciendo a la idea de que ella ya no era
para mí. Dejé de luchar, ya no le escribía más, ya
no llamaba a su casa ni a su celular, no hubo más
mensajes y por fin la dejé de buscar.

200
Simplemente, me presentaba a su casa los días
marcados para vernos, ella salía un momento y se
sentaba junto a mí, sin dirigirme la mirada y aún
menos la palabra. Pasaba una hora y decía que
tenía que irse ya. Ya no había beso de despedida,
ni un abrazo, ni siquiera un roce de sus manos, tan
solo un "Ya me voy".

Hasta el día que me rendí y no me presenté un par


de veces, pues ya no tenía mucho sentido. Acepté
que aquello se acababa y que ya no podía hacer
nada más. Me di cuenta de que en el momento en
el que le abrí mi alma, ella echó un vistazo hasta
el fondo y no le gustó lo que encontró. Descubrió
la oscuridad que empezaba a apoderarse de mí,
supe que en cualquier momento ella tendría que
conocer algunos de mis secretos, pues si quería
abrirme por completo a su amor, tenía que
conocerme por completo. Por esta y las demás
razones, me decidí a dejar de intentar y por su bien
dejarla ir.

Pero había algo, algo extraño entre ella y yo, algo


que nos hacía buscarnos, pues estaba seguro de
que ella ya podía sentir lo mismo que yo, algo me
decía que también me extrañaba. Podía sentirlo.

Y fue entonces que ella llamó y preguntó el por


qué ya no había ido a su casa.

201
—¿Qué sentido tiene? Siento que ya no es lo
mismo que antes. No te culpo, algún día ibas a
darte cuenta como soy. En lo que me he
convertido. No sé qué me pasó, para atreverme a
hacer tantas pendejadas.

—¡Ven! Tenemos que hablar.

Y volví. Quise hacerla esperar, para que me


extrañara más. Pero no pude, más temprano que
tarde, me vi llamando a su puerta. Poco a poco
empezamos a hacer las paces, las cosas seguían
igual de frías, hasta dos o tres días de que
nuevamente nos llevábamos un poco mejor, me
recibió con una nueva pregunta.

—¡Hola! —dije intentando besarla, pero dio un


paso atrás y me empujó con las dos manos. Otra
vez.

—¿Quién es Rosa?

Me quedé anonadado. Se suponía que nadie le


diría nada sobre aquel día y se suponía también
que ella no conocía a la chica, según yo no habría
forma de que se enterara, pero aun así sucedió.
Después recordé cuánto lo presumí aquel día. Yo
no contestaba nada y ella no me quitaba su mirada

202
de encima, mirada que me decía estar tan
decepcionada. Y sin tratar de dar una explicación,
me quedé ahí parado como tonto. Solo viendo
como el poco brillo que quedaba de su amor por
mí, se apagaba en sus ojos que se mantuvieron
fuertes y no lloraron.

Al fin lo entendí, yo mismo destruí todo lo que


más deseaba, todo lo que amaba, y todo lo que ella
había hecho por estar conmigo murió en ese
momento y me dijo adiós.

Estaba más que claro que está vez no le


recuperaría, no quise preguntar cómo se había
enterado, tan solo le dije:

—Perdón.

Con la mirada clavada en el piso, y con los


hombros bajos. Caminé sin pensar a dónde
dirigirme, pensé en emborracharme e intentar
suavizar mi pena. Pero ni para eso tuve ánimo,
pensé en ir a hablar con Pablo, pero tampoco me
pareció buena idea, ¿qué hacer? Mis ojos no
lloraban tampoco. Sentía algo extraño, no podía
comprender por qué ella no había llorado, tal vez
mis sospechas eran ciertas y ella ya estaba dejando
de amarme. Y ya no sentía dolor por las estúpidas

203
acciones de un patán que decía amarla más que a
nada en la vida.

¿Depresión? ¿Tristeza? ¿Un mar de llanto? Nada


de eso me sucedió, más que triste, estaba
confundido. No sabía que pensar, no estaba seguro
de haberla perdido. Algo dentro de mí, quería
creer que ella aún me amaba y no aceptaba la idea
de que todo se acababa. Había algo que no dejaba
morir la esperanza y me hacía creer que, una vez
más, ella volvería a mí.

¿Cómo explicarle que me mantuve firme ante el


deseo? Que volví sobre mis pasos para regresar a
su camino. Que no fui capaz de traicionarla. Si
simplemente se lo decía no iba a creerme, pues mi
silencio había confirmado sus dudas. ¿Por qué no
lo aclaré? ¿Por qué me quedé callado? No.
Ninguna de esas preguntas era correcta. La
pregunta correcta me hizo sacar todo aquello que
no pude hacer al no asimilar lo que acababa de
pasar. Me pregunté¿Por qué lo hice? Y en ese
instante brotaron las lágrimas, llegó ese dolor y la
angustia de no saber qué más hacer para arreglar
la situación. Y otra vez, lloré, lloré a solas, en un
lugar solitario y oscuro. Acompañado tan solo por
mis pensamientos que iban y venían y ninguno me
traía una solución, parecía que chocaban unos con

204
otros, como si todos me hablarán al mismo
tiempo.

—¿Qué andas haciendo acá, wey? —era Pablo.

—Aquí, pensando.

—Llorando más bien, ¿No?

—Pues si wey, ya sabes.

—La cagaste wey. ¡Te dije! ¿Pues que te paso? Si


nosotros no somos así. ¿A poco nomas por quedar
bien con estos culeros?

—No sé, wey. Las cosas cambian, me imagino.


Me dio el cigarro que se estaba fumando, me
levantó de la piedra en la que estaba sentado. Y
me acompañó a mi casa.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó.

—Nada. Ya se acabó, ahora sí la cagué.

—¿Ella sabe todo? O nomás lo que les contaste a


estos.

—No sabe lo demás.

205
—¡Ahí está! Todavía se puede, dile la verdad.

—No sé. Es que desde el momento en que fui, ya


estaba mal. No creo que eso otro le sirva de nada.

Cuando llegué a casa, rápido me dormí. Esperando


que mis sueños me dieran alguna idea. Pero no me
dieron ninguna. Todavía tenía que vivir mi
realidad, ya estaba cansado de dar explicaciones y
estaba seguro de que ella no iba a perdonarme. Y
tuve que hacerme a la idea de que ya se había
acabado todo.

Luego de tanto estar pensando, descubrí el motivo


de que todo estuviera cambiando y tenía que
hablar con ella para saber si eran ciertas mis
sospechas y juntos descubrir el momento en el que
nuestra relación había comenzado a perder el
rumbo. Solo quedaba esperar que ella quisiera
hablar conmigo.

206
REGRESO.
Nuevamente días y noches eternas sin tener
ninguna señal suya. Sin la más mínima posibilidad
de verla. No tuvimos ningún contacto durante casi
una semana. No le envié mi lluvia de mensajes, no
llame ni una sola vez, no me pase por su casa, ni
hice el intento de encontrarla por la calle. Total,
todo eso no serviría de nada. Pues me di cuenta de
que durante todo ese tiempo, poco a poco, vi
desaparecer la alegría de su rostro y no me daba
cuenta.

Lo logré, hice exactamente lo contrario a lo que


quería hacer. Ella estaba dejando de amarme.

Hasta un día que no pude más y me decidí a


buscarla de nuevo. Pero sin el afán del tiempo
pasado, no quise acosarla igual que antes y me
limité a pedirle que me permitiera hablar con ella
tan solo una vez. Le envié un mensaje:

«Hola. ¿Podemos hablar? Te veo mañana.»

Si a final de cuentas se decidía por terminar


nuestra relación, yo lo entendería y la dejaría en
paz de una vez por todas.

207
Accedió sin tener que insistir demasiado, pero no
podía verla en su casa porque para sus padres, yo
ya había sido borrado de su vida por ser el patán
que había sido durante todo ese tiempo.

Nos vimos en un lugar cercano a su escuela, la


esperé por un largo rato hasta que terminaron sus
clases. Y cuando vino, la vi acercarse sin su
característica sonrisa, sus ojos no brillaban igual al
verme y me sentí sin esperanza alguna.

Era como si hubiese aceptado hablar conmigo solo


por la posibilidad de que por fin la dejara en paz.
Venía acompañada, eran sus amigas que se
rehusaban a dejarla a solas conmigo, al parecer ya
todo mundo sabía lo que había sucedido. Al fin les
pidió dejarnos solos, de mala gana y haciéndome
gestos, se alejaron.

—¿Qué quieres?

—¡A ti! —dije nervioso.

—¿Para qué?

No supe qué responder, a pesar de creer conocerla


bien y ella conocerme a mí y a pesar de la
confianza que se suponía ya existía entre los dos,
su sola voz y el sentir su mirada sobre mí, aún

208
lograba ponerme tan nervioso como la primera
vez.

—¡Te quiero! —No hallaba la forma de empezar


una conversación.

—¿Para qué?

La misma pregunta y mi incapacidad de responder


me llevó a sentir ansiedad por no saber qué hacer.
Sin saber que decir ni cómo reaccionar, lo único
que me vino a la mente fue abalanzarme sobre ella
e intentar besarla. Y como otras tantas veces, sus
manos me impidieron abrazarla, pero esa misma
resistencia no se hizo presente en sus labios que
correspondieron con la ternura de siempre.
Remató con una mordida a mi labio inferior, que
aunque dolorosa me dejaba un buen sabor de boca.

Y así de cerca, contemplé el hermoso café de sus


ojos que me miraban fijamente y a diferencia de la
última vez, ahora me decían que ella no podía
dejar de amarme. Sin hablar mucho más, me dijo
que me perdonaba. No entendí muy bien su
repentino cambio de parecer, ¿Qué había pasado?
¿Me iba a poner a prueba? Eso era lo más seguro.
Pero a pesar de esas dudas, la felicidad inundó mi
ser nuevamente y si hubiese sido más extrovertido
hubiera saltado de gusto sin importar que la gente

209
me observara. Sin embargo, al no ser así,
simplemente me sentí lleno de satisfacción hacia
mis adentros.
No había nada más que me importase en aquel
momento y le hice una invitación que estaba
seguro de que iba a rechazar.

—¿Y si vamos al cine?

—¿cuándo?

—¿Eh? No sé. —esperaba algún pretexto y no


estaba preparado para un sí— Cuando tú quieras.
—le contesté esperando que no dijera: "HOY"
pues no tenía un peso en el bolsillo. Y no tenía ni
idea que películas estaban en la cartelera, para
acabar más pronto, ni siquiera había ido a un cine
antes.

—Pido permiso y te aviso si pasas por mí el


sábado.

—¡Uff! ¡Qué bueno! Esa respuesta si me ayudaba.

—Está bien, me mandas un mensaje.

Esto fue un miércoles, el jueves no pude hablarle


ni mandar mensaje, se hizo muy tarde en el
trabajo, lo cual no me dio oportunidad de ir a

210
verla. Agotado simplemente me duché y me fui a
la cama.

El viernes era día en que no estaba disponible, así


que tenía que esperar su mensaje. Y si acaso no lo
enviaba, iba a llamarla para saber qué plan
proponía para el sábado.
El mensaje llegó a eso de las cuatro de la tarde, y
me imaginé que diría algo como "no me dieron
permiso" "no puedo" o algo por el estilo.

«Hola, ¿puedes pasar por mí a las cinco? Sí me


dieron permiso.»

¡Listo! Estaba hecho, nuestra primera salida en


pareja después de tanto tiempo de ser novios.
Aunque habíamos pasado tanto tiempo juntos, era
la primera ocasión en qué esto sucedía con el
consentimiento de sus padres. Y sin tener la
necesidad de tener que ocultarnos más. El tiempo
pasó con más lentitud de la que me tenía
acostumbrado y me pareció eterno el tener que
esperar veinticinco horas. Las más largas de todo
aquel tiempo, más aún porque las emociones que
se amontonaban en mi pecho no me dejaron
dormir, más que un par de horas. Y aunado a que
fue un sábado muy tedioso en el trabajo, pero por
suerte pude salir a tiempo para acudir a la cita más
importante de todas.

211
Cuando llegué, ella ya estaba lista. Estaba
esperando mi llegada, se veía contenta, tanto como
yo, así lo sentí. Caminamos de la mano a tomar el
bus y durante todo el trayecto nos llenamos de
besos y caricias, tanto como no lo habíamos hecho
durante todos esos días que estuvimos alejados.
Cuando llegamos al cine, fuimos de la mano a ver
la cartelera.

—¿Cuál quieres ver? —preguntó.

Solo hice un gesto indicando que no tenía ni idea.


Ella dijo que ninguna le llamaba la atención y
terminamos entrando a ver una que me llamó a mí
se me hizo interesante. Se quedó esperando a que
comprara las entradas, pero no sabía dónde y tuve
que confesarle que era la primera vez que estaba
en un cine. No me lo creía y se rio un poco, luego
ella compró las entradas y pidió lo que
compramos en la dulcería, palomitas, una coca y
no sé cuántas cosas más.

Entramos y la película duró poco para el tiempo


que deseábamos pasar juntos, al salir el sol ya se
había ocultado, le dije que todavía no quería
llevarla a su casa. Que me gustaría pasar más
tiempo a su lado, ella aceptó quedarse más tiempo
conmigo y me preguntó.

212
—¿A dónde vamos ahora?

—A dónde tú quieras, si estás conmigo, no


importa el lugar.

Caminamos un par de cuadras y sin más detuve un


taxi que iba pasando.
—¿Ya se te ocurrió a dónde?

—Si, ya verás.

Le indiqué al conductor a dónde nos llevara, era


un lugar secreto que se grabaría para siempre en
nuestra memoria.

Cuando llegamos, ella ya estaba tan nerviosa


como lo estaba yo. Ambos sabíamos lo que estaba
por suceder y aunque tratábamos de disimularlo
no logramos ocultarlo, ella lo notó en mí y yo
pude notarlo en ella. Justo al entrar, con un
delicado beso, dio comienzo al ritual de nuestro
amor. Mientras sus labios me besaban, mis manos
comenzaron a llenar de caricias todo su cuerpo.
Lentamente, me despojó de mi camisa, besó
despacio mi pecho mientras mis manos
desabotonaban la suya, poco a poco nuestros
cuerpos se llenaban de sudor al tiempo que
quedaban al desnudo. Frente a frente nos

213
contemplamos así por primera vez, sin prisas y sin
miedo a ser vistos, sucumbimos al calor del
momento, nuestros cuerpos se unieron una vez
más. Aun inexpertos, nos entregamos plenamente
y nos llenamos de amor hasta quedar exhaustos.
Empapados de sudor, nos quedamos abrazados por
un buen rato, contemplándonos, satisfechos y más
enamorados. Nos besamos apasionadamente y el
calor del momento nos invitaba a hacerlo otra vez.
Pero el reloj nos recordó que ella tenía que ir a
casa, pues ya era tarde y ella debería haber llegado
a las nueve en punto. Ya eran las diez con treinta y
nos apresuramos a vestirnos. Para,
inmediatamente, emprendimos el camino a su
casa, pues pronto tenía que llegar y yo marcharme
a la mía.

Ah, qué feliz me sentía, nunca esperé repetir esa


experiencia con ella, era lo mejor que me había
pasado hasta entonces.

Estaba dispuesto a hacer lo necesario por dar lo


mejor de mí para ella. Todavía faltaba hablar de
tantas cosas que habían quedado pendientes. Pero
yo no tenía ninguna prisa, pues lo más difícil ya
me lo había facilitado ella, ahorrándome un
montón de explicaciones.

214
Cuando llegamos a su casa, su mamá la esperaba
furiosa. Diciendo que no podían confiar en ella,
pues a la primera oportunidad había desobedecido
la hora que habían fijado para que regresara a
casa. Quise intervenir, pero ella repuso que se nos
había hecho tarde porque el camión se había
tardado mucho en pasar. (al fin eso no es nada raro
en mi pueblo, el servicio de transporte público es
peor que pésimo, pero ese es tema para otra
historia.) Y ella hizo como que lo creyó. No pude
despedirme como me gustaría porque ahí seguía
su mamá viendo. Solo besé su mano y le dije:
—¡Gracias! ¡Te amo!

Ella solo respondió con una hermosa sonrisa, dio


media vuelta y entró a casa. Yo me quedé
hipnotizado, viendo tanta belleza, casi
boquiabierto y al seguirla con la mirada, de pronto
me topé con la mirada de su mamá, mirada que me
apuñalaba y me asesinaba mentalmente.
Solamente le dije adiós a la señora y caminé
alegremente por la calle, infestada de borrachos,
como cada sábado. Muchos de ellos eran mis
amigos, que me invitaban a unirme a tomar con
ellos. Me vi tentado a quedarme, pero, nada más
bebí una cerveza y luego me fui. Pregunté por
Pablo, pues me pareció extraño no verlo entre
ellos.
—Anda con los grandes. —dijo alguien.

215
Me fui a la casa pensativo, pues no me gustaba
mucho que Pablo se fuera con esos sujetos, ya que
con ellos era otro tipo de ambiente, más pesado
del que nos gustaba a nosotros.

Luego recordé que no le mencioné nada a Alba


sobre lo que había reflexionado días antes nuestra
salida. Pero ya habría un momento para hablar
sobre eso.

216
217
OTRA VEZ.
Todavía no podía entender por qué me había
perdonado. Me parecía increíble que haya
cambiado de opinión sin siquiera haber escuchado
todo lo que hubiera podido decir en mi defensa.
Estaba feliz, pero no podía creerlo aún.

Estaba tan cariñosa conmigo como nunca antes.


Me encantaba está faceta suya, ya no tenía que
pedirle un beso porque ella me los daba a cada
rato. Era tan bonito ese tiempo, que pensé que este
era nuestro soñado final feliz.

Ella me decía que me amaba y ahora era ella la


que me buscaba y me mandaba cartitas. Todo esto
era un sueño hecho realidad para mí. Nunca pensé
lograr provocar algo así en ninguna mujer. Dado
que anteriormente, mi taza de éxito con el sexo
femenino, era casi nula. Y poco a poco olvidé eso
que quería hablar con ella. En fin ya no importaba
tanto, pues las cosas parecían haberse arreglado.

Un sábado, me tropecé con Pablo en la esquina y


en cuanto me vio, me invitó una cerveza. Al
principio me negué, pues casi era la hora de ir a
casa de ella. Insistió diciendo que con tomarme
una no pasaba nada. Y acabé bebiendo una
218
cerveza con él. Platicamos de cosas sin
importancia los escasos diez minutos que tarde en
beber esa pequeña lata.
Cuando llegué con ella, inmediatamente percibió
mi aliento a alcohol y dijo que me fuera para mi
casa, que no había ningún problema, que el
domingo nos veíamos. No parecía molesta, hasta
me dio un beso cuando ya me iba.

Al regresar a la esquina con los muchachos del


barrio, Pablo ya no estaba ahí. Pregunté por él y
me dijeron que estaba otra vez con los grandes. Y
fui a buscarlo.

Llegué al sitio, era un sitio regular, no era nada


fuera de lo común como decían todos. Apenas
llegué, me ofrecieron algo de beber, agarré una
cerveza y me la tomé tranquilamente, luego otra,
otra, y otra más. Hasta que perdí la cuenta y
cuando me di cuenta, ya estábamos tomando
tequila. No había visto nada raro todavía, sino
hasta un rato después en que todos empezaban a ir
al baño y regresaban de él, como nuevos, ya no se
les notaba la borrachera.

No pregunté, pues no quería saber de qué se


trataba, aunque me lo imaginaba. Yo seguía
estando a gusto con el mareo que me causaba el
alcohol. Luego de un rato empezaron a llegar

219
algunas muchachas, era obvio que ya las estaban
esperando. Todas llegaban y se acomodaban con
alguien, hasta que cada quien tenía una pareja y
comenzaron a abrazarse, a acariciarse y besarse
como si todos fueran novios. Yo aún era algo
inocente en ese aspecto por aquellos días, así que
no vi nada fuera de lo normal. Seguí bebiendo y
veía a Pablo feliz en los brazos de una mujer que
yo no conocía. ¿Dónde la había conocido? ¡Vaya
que si me había alejado bastante de él! No lo había
visto antes en una situación igual. Estuve sumido
en mis pensamientos por un breve momento, hasta
que alguien dijo:

—¡Ya llegó la tuya! —dirigiéndose a mí.

—¿La mía?

—La Amanda anda disponible. —dijo una de


ellas.

En eso entró una muchacha más o menos de mi


edad, tal vez un poco mayor. Y sin más se sentó a
mi lado:

—¡Hola! —dijo sonriendo.

Yo solo respondí con un gesto parecido a una


sonrisa. Mi nombre, mi edad y luego muchas

220
cosas que no recuerdo. Y ya que había bebido un
par de cervezas, se empezó a acercar mucho a mí,
se me repegaba mucho, e intentaba besarme. A lo
que rápidamente cedí, correspondí a esos besos
con sabor a cerveza y a cigarro. Vi que todos
hacían lo mismo, las besaban y las tocaban sin
pudor de ser vistos por todos los presentes,
algunos casi les quitaban ya las prendas de
encima. No sabía si este ambiente me gustaba, o
me disgustaba, pero me hacía sentir extraño,
nerviosismo, adrenalina y temor. De pronto mi
mente regresó al sillón en el que estaba sentado y
me vi con aquella chica casi encima de mí. Por un
momento quise resistirme, pero ella insistía y me
besaba con unas ansias, que realmente parecían
deseos.

Intenté zafarme un par de veces más, pero sus


labios y sus manos, lograron remover mis deseos,
invitándome a perder en su cuerpo, todo el cariño
que Alba me tenía. Luego de un momento,
comencé a ceder sin medir las consecuencias. Fue
una noche de besos y caricias, que estuvieron
cerca de llevarme a dar un paso más. Por suerte,
antes de que sucediera algo más comprometedor,
me vi descubierto justo por la persona que
seguramente se lo diría antes de que yo pudiera
inventar excusa alguna.

221
Llegó Jacobo, que también se juntaba con
nosotros en la esquina y era vecino de Alba y más
que amigo mío, era amigo de ella. Y estaba seguro
de que se lo diría.

De inmediato intenté escapar de esos brazos


ardientes que me tenían atrapado, y de esos labios
que no se despegaban de mi cuello.

—¡Tengo ganas! —dijo ella.

—Ya me tengo que ir. —respondí.

Me puse de pie y tambaleándome de lo borracho


que estaba, caminé hacia la salida. Jacobo no dijo
nada, solo me miraba. Me fui sin más. La
muchacha me dio alcance y me reprochó el
haberle hecho perder el tiempo. Y me reclamaba
que le diera dinero.

—¿Por qué? —pregunté

—Por cancelarme, ¿Pensabas que era gratis?

Metí la mano a la bolsa y saqué un par de billetes,


no sé de cuanto y se los di. No parecía conforme,
pero me dejó ir.

222
Me sentí fatal de saber que acababa de hacer una
vez más lo que tanto prometí que no haría otra
vez. La mirada de Jacobo me decía que estaba
perdido. Que está vez iba a perder a mi amor,
gracias a mis aventuras. Era un hecho, que más iba
a tardar yo en llegar a casa, que ella en enterarse
de lo que acababa de suceder. No supe qué más
hacer, más que escaparme de aquel lugar y
nervioso irme a casa a pensar en lo que había
hecho.

Al día siguiente, anduve nervioso todo el día, no


me atreví a llamarla ni a mandarle un mensaje. Y
cuando ya era hora de ir a verla, cuando me secaba
el cuerpo, después del baño, me di cuenta de que
la noche anterior había dejado evidencias. Tenía
un chupetón bien marcado en el lado izquierdo del
cuello. Torpemente, traté de cubrirlo con mi ropa,
esperando que ella no lo notara. Llegué y llamé a
la puerta, como si nada pasara. Al instante salió,
estaba muy seria, no me decía nada, no me dejaba
acercarme. Estaba esperando a que yo empezara a
hablar.

—Hola. —dije sonriente.

No respondió nada, su cara se tornó mucho más


seria. Ese silencio solo me confirmaba que lo
sabía. Aun así me aventuré a besarla y me rechazó.

223
Me miró fijamente y estirando su mano, bajó el
cuello de mi camisa.

— ¿Y esto?

Era el chupetón que acaba de descubrir un rato


atrás, el que torpemente creí que pasaría
desapercibido, pero no fue así. Una vez más, como
ya había sucedido varias veces, me dijo que ya no
quería ser más mi novia y que está vez era
definitivo. Dijo que lo sabía todo y que era mejor
no tratara de defenderme, porque la persona que se
lo contó, muy difícilmente le mentiría en un
asunto como ese. Hice caso a su sugerencia y no
intenté defenderme, está vez no habría excusa que
pudiera justificar mis actos y simplemente me
despedí y me marché una vez más, a llorar a solas
en mi cuarto, arrepintiéndome de ser tan bruto y
por hacer tantas tonterías.

—¡NO QUIERO VOLVER A VERTE! —me gritó


mientras me iba.

Una lágrima resbaló por mi rostro y después de


esa muchas más, no pude evitar ponerme a llorar
en medio de la calle. Con la mirada abajo, traté de
caminar rápido para llegar a casa antes de que
alguien me viera. Caminé por la otra calle para no
pasar por dónde estaban mis amigos. Pero,

224
¡Maldita sea! Por esa calle me los encontré, ya no
pude ocultar mis lágrimas y todos ellos me vieron
llorar.

—¿Qué tienes, wey? —preguntó el chore.

—Nada we.

—¿Qué pasó? —preguntó Pablo.

—Me mandó a la chingada we.

—¿OTRA VEZ? —gritó, no supe quién.

—¿Por lo de ayer? —preguntó Pablo.

—Si, wey. ¿De dónde vienen? —cambié de tema.

—¡Venimos de darnos en la madre con unos


vatos!

—dijo Edgar.

—¿Si? —pregunté a Pablo.

—No te creas we. Bueno, si fuimos, pero


corrieron.

—¿Crees que haya pedos, wey?

225
—No sé, we, a lo mejor de rato caen a la esquina.

—¡No mames! Yo ya me quiero ir a mi casa.

—Vámonos, wey.

Me acompañó hasta mi casa y en el camino me


dijo que no me desanimara, que debería haber
esperado ese resultado por lo que andaba
haciendo. Que ni modo, ya encontraría otra mujer.
Le di la razón, pero no estaba de acuerdo con él.
Nunca encontraría a nadie como Alba.

Íbamos llegando a la esquina de mi casa y la de él.


Cuando faltaban unos cien metros para llegar a la
de él, y unos trescientos para llegar a la mía,
escuchamos un grito;

—¡ESOS SON!

Volvimos la mirada a la vez y a unos cuantos


pasos, estaban unos quince cholos, mirándonos,
mientras caminaban directo a nosotros. Yo me
quedé petrificado, no supe cómo reaccionar y
cuando mi cerebro respondió vi a Pablo corriendo
hacia la esquina donde estaban los demás. Me
quedé solo. Uno de ellos se acercó.

226
—¿Este wey es?

—No. Pero también se junta con ellos.

—¿Te sientes muy verga puto? —me escupió la


pregunta en la cara, lanzando un fuerte aliento a
mota.

—¿Por qué? —pregunté haciéndome el valiente.

—No se anden pasando de verga culeros.

—¿Con quién?

Me respondió con un derechazo que iba dirigido a


mi boca, alcancé a reaccionar, esquivando el
golpe, solo sintiendo como su puño cortaba el
viento. Pero justo al inclinar mi cuerpo hacia atrás,
sentí otro puñetazo en la nuca, luego uno más en
mi ojo derecho, luego otros más en la espalda, ya
no pude responder a la agresión y mi siguiente
reacción solo fue intentar cubrir mi rostro. Una
patada en el abdomen hizo que mi cuerpo cediera,
me doblé hacia adelante y me senté en
culequilllas, todavía tratando de tapar mi cara.
Sentía patadas llover por todo mi cuerpo y al final,
un zapato bien colocado entre mi labio superior y
mi nariz me hizo ponerme de pie de un salto.

227
—Ya déjenlo. —dijo alguien de ellos.

—¡Nomás pa que le bajen de huevos perros! —me


gritó el mismo que tiró el primer golpe.

Justo en el momento que se dieron la vuelta para


irse corriendo, dejándome a escasos metros de mi
casa, molido, bañado en mi propia sangre. Dieron
vuelta por la otra esquina todos mis amigos.
Corrieron a tratar de alcanzarlos, pero ya iban
lejos y no lo lograron.

Pablo, se paró a mi lado y metió su hombro bajo


mi brazo.

—Ven, wey. ¿Te llevo a tu casa?

—Si, we.
—Perdón por irme wey. Fui por estos, pero
andaban bien lejos. Si me quedo nos chingan a los
dos.

—No hay pedo wey, ya me tocaba.

—Tu camisa nueva wey.


Baje la mirada, y vi mi camisa nueva toda llena de
sangre. Tal vez no se desmancharía, pues era
blanca. Pero eso no era importante. Me dolía más

228
lo que había pasado con Alba, que los golpes que
acababa de recibir.

En cuanto llegue a casa me quité la ropa, y pensé


en meterme a bañar. Pero preferí echarme a dormir
y por fin continuar llorando. Luego de un rato me
dormí y esa noche no tuve sueños.

229
230
UN MES.
El lunes, adolorido y todo, con los ojos morados,
el derecho casi cerrado completamente, fui al
trabajo. Dónde papá se compadeció de mí y me
dio el día. Pensé en irme a buscar a mis amigos,
pero mejor me fui a mi casa. Me dolía todo el
cuerpo, caminé con gran dificultad, hasta que por
fin llegué a casa.

Me pasé la mayor parte del día acostado, en ratos


dormido y en ratos observando la pantalla de mi
celular, con la esperanza de que entrara una
llamada, o un mensaje de ella.

Nada. Ni mensajes ni llamadas, muchas veces abrí


la aplicación de mensajería, escribía una y mil
excusas, pero no fui capaz de presionar el botón
de "ENVIAR". Por fin, deje el teléfono a un lado
de la cama. Me levanté y puse a reproducir un
videocasete para ver los monólogos de Adal
Ramones, que mi papá grababa todos los martes.
Ahí estaba, acostado, triste, adolorido,
melancólico. De vez en cuando el programa me
sacaba una que otra risa, que me hacía casi llorar
por el dolor en las costillas.

231
Sonó el teléfono, era el tono de SMS, lo ignoré, ya
no esperaba que fuera ella. Debía ser algo sin
importancia, fui a tomar un poco de agua. Luego
me acosté otra vez, ya no puse atención a la tele.
Estaba más desganado y los dolores no disminuían
ni un poco.

En eso, se escuchó que llamaron a la puerta, fui a


asomarme. Era Pablo.

—¡Wey! Que otra vez van a venir los vatos esos.

—¡No mames! No puedo ni moverme.

—Por eso wey. Te decía para que no salgas.


Porque va a haber putazos.

Le dije que ya me iba a dormir para que se fuera.


No quería que me preguntara por lo de Alba,
estaba mejor solo, por el momento. Recordé que
un rato atrás había sonado el teléfono y fui a ver
de qué se trataba. Presioné el botón de desbloqueo
y lo primero que vi. ”Nuevo SMS" y abajo el
nombre de Alba. Rápidamente, lo abrí para ver
qué era lo que decía.

«Me contaron lo que te pasó ayer. ¿Estás bien?»

232
De inmediato respondí que estaba bien, que no era
gran cosa. Que en un par de días iba a estar mejor.
Y aproveché para preguntarle si podíamos vernos.
Pero no respondió más. Tomé su mensaje como
excusa para llenar su bandeja de entrada con mis
súplicas. Pero no hubo respuesta, iba a llamarla,
pero ya no lo hice. Y me eché a dormir otra vez.

Al día siguiente tampoco fui a trabajar, seguía


adolorido, un poco menos, pero igual me tomé el
día. Salí a ver si la miraba cuando llegara de la
escuela. Y si, si la vi, intenté interceptarla, pero en
las condiciones en las que estaba, fácilmente se
me escapó. Me evitó, me saco la vuelta. Me dolió,
pero ya habría alguna otra oportunidad. Así
anduve tres días detrás de ella. Y ella
ignorándome, luché y luché toda una semana, sin
resultados. Ella estaba decidida, lo nuestro se
había terminado.

Le mandé un par de cartas, y me las regresó sin


siquiera abrirlas. Llamé a su celular y a su casa, y
no estaba o no contestaba. Ni hablar de los
cientos, de mensajes de texto que le envié. Ya para
el jueves, cuando ya me sentía mucho mejor, me
decidí a buscarla por última vez. Sería la última
ocasión en que le rogaría. Ya me había cansado de
humillarme tanto, sin obtener ningún resultado.

233
Anduve espiando por su casa un buen rato, hasta
que la vi salir, la seguí a la distancia, tratando de
evitar que me viera. Iba a la papelería, llegó, entró
y duro un par de minutos ahí. Yo me paré junto a
la puerta y cuando salió, me paré frente a ella, la
tomé de los hombros y mirándola a los ojos le
dije:

—¿Podemos hablar?

—¡No! —dijo zafándose de mis manos.

—Por favor.

—No.

—¿Por qué no?

—No sé. Quiero pensarlo. Dame tiempo.

—¿Cuánto?

—No lo sé… Dame un mes, si dentro de un mes


no te llamo, no te mando un mensaje o te mando
decir algo, significa que no. Si es así, ya no me
busques por favor.

Dicho esto, siguió su camino a casa. Yo solo podía


contemplar toda esa belleza, belleza que ya no era

234
mía. Pensativo, caminé, esta vez sin rumbo,
nuevamente sin lágrimas, sin saber qué sentir,
aparte de una gran decepción de mi mismo. Pues
en el fondo ya me esperaba esa respuesta.

¡Un mes! Era mucho tiempo, tal vez pensando que


en el transcurso de ese tiempo, los sentimientos
morirían. Eso supuse, durante ese tiempo ella
podía encontrarse con alguien mejor. Yo no tenía
las mismas posibilidades, pues todas las
candidatas que aparecieron mientras ella fue mi
novia, desaparecieron, apenas dije que ya no tenía
novia.

No me quedaba de otra, más que disponerme a


esperar. Afortunadamente, por esos días, en el
negocio hubo un repentino aumento de trabajo y
esto me mantenía ocupado la mayor parte del día.
Trabajábamos hasta catorce horas al día, así que
no tenía tiempo de andar con lamentaciones,
simplemente trabajar y dormir durante dos
semanas.

A la tercera semana, ya tuve más tiempo libre, y


trate de encontrar la forma de distraerme de la
misma forma para no clavarme en una depresión o
cosas así. Durante las dos semanas transcurridas,
no probé gota de alcohol y esto ayudo bastante.
Me sentía relativamente tranquilo, claro que la

235
extrañaba y la seguía amando demasiado. Pero
tenía que hacer el intento de olvidarla, tal vez ella
ya estaba haciendo su parte. No lo sabía, pues
respeté su decisión, y creí que era lo más
conveniente no molestarla durante ese mes.

Así que, en lugar de ir a la esquina con mis


amigos, me iba al centro a pasar el rato, para
evitar estar cerca y tener la tentación de ir a
buscarla, pues si estaba con mis amigos, estaría
muy cerca de su casa. En esta etapa, creí mejor no
verla. Aun así, no podía evitar llevar la cuenta de
los días que faltaban para el mes. Faltaban cinco
días ya y el plan me estaba funcionando
perfectamente.

Estaba sentado en una banca, en el jardín del


centro de la ciudad, tranquilo, escuchando música
en mis audífonos, relajado. De pronto, alguien se
sentó a mi lado, yo estaba recargado con mis
codos en las rodillas, concentrado en mi música.
Pero las piernas que estaban al alcance de mi vista
eran de una mujer. No pude evitar lanzar un
suspiro al aire. Mi corazón deseaba con todas sus
fuerzas que fuera ella. Y al levantar la vista, vi a la
chica que se acababa de sentar junto a mí.

—¡Hola! —me saludó con una gran sonrisa.

236
—Hola.

—¿Qué haces?

—Nada. Aquí, pasando el rato. ¿Y tú?

—Acabo de salir de la escuela. Hace días que te


he visto por aquí.

—¿En serio? Yo no te había visto.

—¿De verdad? ¡Qué malo eres! Todos los días me


siento en esa banca, —apuntó la banca de enfrente
— a ver si te fijas en mí.

—Perdón. No me había fijado.

Iba a decir algo más, pero unos muchachos que


llevaban el mismo uniforme le gritaron y le
hicieron unas señas.

—Ya me tengo que ir, porque luego me deja el


camión.

—Está bien. No te preocupes.

—Adiós. ¡Me llamo Ana! —y empezó a caminar.

—¡Paco! Contesté mientras se alejaba.

237
—¡TE VEO MAÑANA! —me gritó a lo lejos.

Era muy bonita, piel blanca, con una boca


pequeña, cabello lacio a los hombros, ojos verdes,
ni alta ni baja. Me levanté y caminé a tomar el
camión de regreso a casa. Durante el viaje en el
camión, estuve pensando un poco. ¡Si era muy
bonita! Pero no era Alba, no había la misma
sensación, algo faltaba en esa interacción. De
todas formas estaba considerando la opción de ir a
verla otra vez al día siguiente.
Dormí plácidamente, ya estaba mas tranquilo, ya
no sentía tanto la ansiedad de correr a buscarla y
supuse que ella ya lo habría logrado muchas antes
que yo. Entonces, ¿Qué podía perder? Iba a ir a
ver a Ana otra vez. Pero las cosas nunca salen
como uno las planea. Pues al llegar a trabajar por
la mañana, me topé con que otra vez se nos había
amontonado mucho que hacer. Entonces era un
hecho que la salida iba a ser muy tarde.

Así fue, no pude ir a casa sino hasta eso de las


diez de la noche. Mucho tiempo después de la
hora en que la chica salía de clases. Solo hubo
tiempo para un baño, una cena y dormir. Ya
solamente faltaban cuatro días, no perdía la
cuenta. Pero aun así quise ir a ver a Ana. Me bañé
y me perfumé para ir a su encuentro y ver que

238
sucedía después. Llegué y me senté en la banca de
siempre, estuve ahí sentado un par de horas y ella
no apareció. No recordaba los rostros de sus
amigos, y no quise preguntar por ella. Y emprendí
el regreso. Pasó la noche y por la mañana recordé,
como todos los días, mi cuenta regresiva. ¡Tres
días! Trabajé tranquilamente, sin novedad alguna,
para luego irme a descansar. Esta vez decidí que
iba a ver a los muchachos, pues ya tenía mucho si
saber en qué habían parado las peleas con los
cholos del otro barrio.

Y decidí tomar el camino más largo para pasar por


la esquina de la calle de Alba. No pude evitarlo,
eso de que ya lo estaba superando era un intento
de engañarme a mi mismo. Iba a dar vuelta por la
esquina, pues mi intención solo era echar un
vistazo y ver si andaba por ahí.

Y ahí estaba, mi corazón no cabía de la emoción, y


en medio de tanta alegría, esa emoción le ganó a
mis pensamientos e hizo que mis pasos se
dirigieran en dirección a su casa.

Cuando ya estaba algo cerca, comencé a dudar y


pensé en regresar sobre mis pasos. Pues no quería
que pensara que iba a buscarla. Muy tarde, ella ya
me había visto y no quedó de otra, más que seguir
de frente y al pasar frente a su casa, la vi ahí

239
sentada en la entrada, con toda su hermosura que
iluminaba aquella noche. Voltee a verla, bajé un
poco la velocidad de mis pasos y al cruzar la
mirada con la de ella, solo le levanté la ceja, e hice
como que iba a seguir caminando. Entonces ella se
puso de pie, acción que me hizo frenar en seco y
quedarme parado esperando a ver qué iba a hacer.

Caminó directo a mí y antes de que pudiera decir


algo, me besó. Me besó con tanto amor y tanta
ternura que todos los sentimientos que había
escondido por tantos días, brotaron en forma de
lágrimas, lágrimas que se mezclaban con las suyas
mientras nos besábamos apasionadamente.

—¿Por qué no me buscaste?

—Era lo que querías.

—Yo no quería eso. Pensé que me conocías.

—Perdón, es que si la regué y pensé que ya se


había acabado.

—Yo creí lo mismo. Pero no puedo. ¡Te amo!

—Yo también te amo.

—¿Quieres que regresemos?

240
—Eso mismo te iba a preguntar. Pues yo digo que
sí. ¿Qué dices tú?

—Que sí. También. Pero ya no hagas esas cosas,


porque me haces sentir muy mal.

—No, ya no voy a hacerlo más. Perdóname.

—Está bien. Empecemos de cero.

—No. De cero no. Acuérdate que nos vamos a


casar.

241
RUTINA.
—Aún te quedan algunas cosas por explicar. —
comenzó ella.

—Muchas. Pero, ¿Tiene que ser ahora? —dije


intentando huir de nuevo.

—Mañana hablamos.

Pude escaparme un poquito de un largo rato de dar


explicaciones y aprovechamos el tiempo para
hablar de lo que habíamos hecho durante la
ausencia. Le dije que ningún momento había
dejado de extrañarla, que trate de hacerme el
valiente, tratando de aparentar que no me
importaba tanto. Y le dije orgulloso que no me
había emborrachado ninguna vez por el
sufrimiento.

—¿En serio? Yo también te extrañé mucho. Yo no


tomo y no salgo tanto, pero si tuve mis ratos
tristes y deprimentes. Me pasé días y noches
enteras esperando por un mensaje donde me
dijeras que querías verme.

—Lo hice, y me ignoraste.

242
—Sí. Pero todo estaba muy reciente. Todavía
estaba muy enojada contigo. Pero también estaba
preocupada, dijeron que casi te mataban.

—¡No! ¡No fue para tanto! —dije riendo.

—Pues eso dijeron. Y pues ya, cuando me dijiste


que estabas bien, se me quitaron las ganas de
hablar contigo.

—Si lo noté. Y si pensé muchas veces en llamarte,


en buscarte y rogarte. Pero quise darte tu espacio.
Ya mucho tiempo fui latoso y a veces si me da
vergüenza ser así.

—Me gusta que seas así. No sé por qué, pero eres


bien tierno cuando insistes. Pareces un niño.

Ese comentario me avergonzó un poco. No supe si


era alargador o vergonzoso. Me sentí como un
niño caprichoso, que a base de caprichos y
berrinches obtiene lo que quiere. Por suerte, esta
vez pude demostrar que podía ser más que eso y
que al ser necesario, tenía la capacidad de madurar
un poquito. Estábamos en eso, cuando.

—Ya métete. —dijo su mamá al abrir la puerta.

—¡Ya voy!

243
Me dio un beso y con la manga de su sudadera me
limpió las huellas que habían dejado las lágrimas
en mi cara.

—Mañana hablamos, ¿Si? —dijo y me sonó a


advertencia.

—Claro.

Un beso más, y un te amo mutuo como despedida.


Estaba feliz, pero nervioso, aún tenía mucho que
explicar y eso hacía que esa pequeña
reconciliación no fuera ninguna garantía.

Por suerte, no me fue muy difícil explicar todo lo


sucedido. Ella me aceptó de nuevo y prometió
dejar todo en el pasado, si yo me comprometía a
cambiar. Me comprometí a hacerlo e hice todo lo
posible por mejorar en todo lo que la había cagado
en el pasado.

Así transcurrieron algunos años, con altas y bajas.


En los que yo, mejoré un poco al tratar de ser el
hombre de sus sueños. Ya no la llevaba a
conocerme en sus pesadillas. Sí, tuvimos algunos
problemas en el camino. Pero, no fueron de gran
importancia. No eran más que tropiezos durante el
proceso de por fin conocernos a fondo.

244
Aun así, hubo muchas ocasiones en las que ella
parecía aburrirse y después de darle muchas
vueltas, por fin le dije aquella inquietud que
llevaba varios años guardando.

—¿Te acuerdas de la emoción con la que nos


encontrábamos cuando empezamos a ser novios?

—Sí. ¡Que buenos tiempos!

—¿Crees que fueron mejores?

—No lo sé. Tal vez eran diferentes.

—¿Los extrañas?

—Creo que a veces, sí.

—Yo también. ¿Sientes que hemos cambiado?

—Mucho.

—¿En qué?

—No estoy segura. En algún momento, todo dejó


de ser igual que antes. Te amo y no te cambiaría
por nadie. Pero algo, no sé qué. Algo nos hizo
cambiar.

245
—Creo saber qué es. Tal vez todo cambió en el
momento en el que yo cambié.

—¿Por qué cambiaste?

¿por qué cambié? Tampoco yo lo sabía. Pero sí


sabía en qué momento sucedió.

—Creo que fue cuando nos dieron permiso.


Parece que te sentí segura y me sentí libre de
actuar como me diera la gana. No lo sé, eso creo.

—¿Segura?

—Así lo sentí yo. ¿Recuerdas? Cuando todo iba


bien, yo sentía que te aburría. Eso no era
justificación para las estupideces que hice. Pero,
cuando esas cosas pasaban y volvía a empeñarme
en no perderte, a acosarte, a seguirte y demostrar
lo mucho que deseaba que estuvieras conmigo,
todo parecía volver a la normalidad. Y luego, la
historia se repetía una y otra vez.

—Es cierto. Parecía que teníamos más ganas de


vernos, cuando estábamos separados.

—Parece que la rutina acaba siempre por hacernos


desear separarnos, tan solo para volver a sentir la
necesidad de buscarnos otra vez. ¿No crees?

246
—Pues sí. Parece que así fue todas las veces.

—Debemos procurar no volver a dejar que la


rutina nos haga perder todo lo que luchamos por
volver realidad.

—Está bien. Ambos debemos poner de nuestra


parte para que esto no se vaya al carajo otra vez.

Se llegó la hora de irme a casa. Nos despedimos y


quedamos de vernos al siguiente día. Un nuevo día
para seguir luchando por mantener vivo eso que
estuve a punto de matar. Y que aún podía perder si
es que no tenía los argumentos para que ella se
quedara a mi lado. Todavía no era muy tarde y
llegué un rato con los muchachos del barrio, pues
ya los extrañaba también. Ya que desde que
comencé a tratar de ser un mejor hombre y
concentrarme en cosas más importantes, dejé de
frecuentarlos poco a poco, hasta que, un día dejé
de juntarme con ellos.

Todos me saludaron con gusto y me preguntaban


cómo estaba. Respondí que estaba bien y me senté
a fumar con ellos. Algunos jugaban retas de
fútbol, había otros allá en un rincón, drogándose.
Cada bolita en su mundo, aquellos jugando,

247
aquellos volando y el resto de nosotros, platicando
envueltos en el humo de los cigarros.

De repente, empezaron a caer piedras por todas


partes. Luego botellas de vidrio y se empezaron a
escuchar gritos. Eran los cholos, otra vez. Nos
llegaron por las dos esquinas y no nos dejaron un
hueco por dónde correr. Solo nos pusimos de pie
para esperar su llegada y seguramente a recibir
golpes. Esta vez venían armados con bates, con
botellas y palos. Al parecer, la cosa iba a ser en
grande, llegaron y se abalanzaron sobre los que
estaban hasta el frente. Se armó toda una batalla
campal y esta vez no me estaba yendo tan mal,
pues había dado más golpes de los que había
recibido. Y de pronto, cuando algunos cholos
quedaban tirados en mitad de la calle,
inconscientes, unos de allá y otros de acá. Pero
parecía que íbamos ganando y los rivales se
echaron a correr. Nosotros, haciéndonos los
valientes, quisimos perseguirlos y corrimos detrás
de ellos.

Al ir corriendo, gritando y arrojando piedras. Sentí


algo en la planta del pie, un dolor punzante subió
rápidamente por mi pierna y me hizo caer. Me
senté y miré mi pie, era una tabla, de las que
llevaban los rivales, tenía cómo cinco clavos y
todos ellos se me clavaron en la planta. Quise

248
arrancarla, pero el dolor no me dejó hacerlo.
Doblé la rodilla para poder ver mejor y vi como a
través de la suela de mi zapato, brotaba la sangre.
Instintivamente, al ver la sangre, sentí más dolor y
los que ya regresaban de la persecución, me vieron
ahí sentado. Algunos fueron a ver a los que
estaban noqueados y Pablo se quedó conmigo.
—¡No mames! Te está saliendo un chingo de
sangre.

—¡Me duele bien culero, wey!

—Deja te la quito.

Diciendondolo y haciéndolo, intento jalar la tabla,


pero está no salía. Luego, pisando sobre mi
tobillo, pudo imprimir más fuerza a sus manos y
de un fuerte jalón, sacó todos los clavos de un solo
movimiento. Junto con los clavos salió un grito de
dolor. Me quitó el zapato y con su camisa, me
secó la sangre, haciendo presión, poco a poco la
hizo parar. Hecho esto, me llevó hasta mi casa.

Llegando, fui directo al baño a lavarme el pie, lo


sequé bien y con un trapo improvisé un vendaje.
No pude dormir por el dolor, estuve toda la noche
pensando y quejándome de mis dolores. Y así me
tuve que ir a trabajar, con el pie tan hinchado que
a penas me pude poner el zapato. Tuve que

249
soportar el dolor que sentía, para disimular y que
no fueran a notar lo que traía. Y en el transcurso
del día me fui habituando a caminar así y que cada
vez se notara menos.

Cuando llegué a mi casa, inmediatamente me


quité los zapatos y sentí mi pie descansar. Estuve
acostado un rato en lo que se hacía la hora de ir
con Alba. Pero después de un rato quise
levantarme y ya no pude soportar el dolor y no iba
a poder caminar. Le mandé un mensaje diciendo
que mejor no iría a verla porque no aguantaba mi
pie.

«¿Todavía tienes la bicicleta?» —me preguntó.

Le respondí que sí, que ahí estaba en el pati de mi


casa.

«En media hora voy por ti.»

Volví a poner el vendaje en mi pie, bien ajustado y


sentí aliviar un poco el dolor, luego batallando,
pero me puse los zapatos. Probé y si pude pisar un
poco. Agarré la bicicleta y me encaminé a la
salida. Cuando ella tocó la puerta, abrí y me ayudó
a sacarla, me ayudó a montarla, acto seguido, se
montó también y comenzó a pedalear. Y me llevó
hasta su casa.

250
Ya en su casa, nos sentamos en la banqueta y
estuvimos abrazados un rato, nos besamos y
hablamos de algunas cosas vagas. Y de pronto
dijo.

—Dicen que sigues siendo bien puto. Que te han


visto por aquí y por allá. Haciendo no sé cuántas
cosas. Y no sé. Cuando me acuerdo de todo lo que
has hecho, todavía me hace dudar todo eso. Y no
sé si de verdad debamos seguir juntos.

Ya no respondí nada. De todas formas ella tenía


razón, mis acciones habían provocado que
perdiera la confianza en mí. Y acababa creyendo
cada rumor que llegaba a ella sobre mí.

—¿Quieres que aclaremos todos esos rumores? —


continuó.

Yo seguía sin responder, y ella seguía haciendo


preguntas que yo no pensaba contestar. Pues todo
lo que le habían dicho después de aquella última
vez, era mentira.

—Contéstame. —exigió. —Si ya no vas a decir


nada, entonces para ya meterme.

251
Yo seguía en silencio, sin querer decir nada. Sin
saber qué decir, mejor dicho. Pues era tan grande
la cantidad de mentiras que le había dicho sobre
mí, que no sabría por cuál empezar a dar mis
explicaciones. Tenía historias de días que yo ya
hasta había olvidado lo que andaba haciendo. Era
imposible enumerarle las cosas que había hecho
en cada ocasión, porque ya las había olvidado. Lo
que si era seguro, era que todas esas veces no
estuve con nadie más.

—Entonces, ya me voy. Ni me dices nada.

—Preguntas, ¿por qué me quedo en silencio? A


veces creo que es la mejor forma de justificar mis
errores. Porque tú no aceptas mis explicaciones,
eliges creer en otros antes de creer en mí. Prefieres
llevar en tus hombros el dolor de lo que sucedió
ayer, pudiendo llevar la felicidad que puedo darte
hoy. —dije al momento, la frase me salió sin
pensar y sentí pena, porque yo no acostumbra a
hablar de esa manera.

—¿Qué? —preguntó.

—Perdón, no quiero que suene como reproche,


pero es lo que siento. Lo que quiero decir, es que
me des una oportunidad, la última si quieres. Para
demostrarte que puedo ser mejor por ti.

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—Está bien. Vamos a seguir intentando. Pero a la
primera falla, se acabó. Yo entiendo que me digas
que lo estas intentando. Pero si hay rumores debe
ser por algo.

Acordamos que era la última oportunidad y yo


estaba decidido a sacar la mejor versión de mí
para ella. Y por amor, por el gran amor que sentía
por ella, lo logré. Cambié en tantos aspectos que
creo que definitivamente dejé de ser yo mismo.
Pero al contrario de lo que pensé, esta versión de
mí, me gustó mucho. Pues adopté un nuevo estilo
desde la forma de vestir, abandoné las
borracheras, el barrio y todas las cosas que
llevaban mis pasos a cometer errores que
afectaban mi relación con ella. Y esto me abrió
más las puertas de su casa. Y por fin, tuvimos toda
la libertad que soñamos, podíamos ir juntos a
cualquier sitio. Ahora ya sin preguntar, pues me
había ganado toda la confianza de su familia
cuando pudieron conocerme mejor.

Un día, como cualquier otro, la llamé por teléfono


para preguntarle si podíamos salir a dar una
vuelta, pues estaba aburrido en mi casa y tenía
muchas ganas de verla.

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—En media hora paso por ti. —le dije antes de
colgar el teléfono.

Cuando llegué por ella, ya me estaba esperando,


saludé a su mamá y nos despedimos de ella.
Caminamos hasta la esquina para tomar el camión
para el centro. Durante el trayecto platicamos de
muchas cosas, incluyendo ya, planes a futuro.

—¿Te imaginas cuando vivamos juntos?

—¡Si! Estaría muy chido. Todo el día juntitos.

—¿Cuándo? —pregunté.

—Cuando tú quieras.

—Yo diría que ya…

Interrumpimos un poco la conversación para bajar


del camión. Luego caminamos por las calles del
centro, viendo aparadores, muebles, ropa. Muchas
cosas que ya proyectábamos comprar juntos.
Fuimos a comer una hamburguesa, platicamos de
otras cosas. Luego seguimos caminando de la
mano, como siempre, felices de estar juntos. Nos
sentamos en una banca del jardín, y estuvimos un
momento en silencio, contemplando el atardecer.
Viendo como el sol se escondía detrás de las torres

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de la catedral, lanzando sus rayos de hermosos
colores por todo el horizonte.

Al parecer, ni ella ni yo, nos atrevíamos a


continuar con la conversación que dejamos
empezada en el camión. Y aprovechando la
belleza de aquel paisaje, la puse de pie y la admiré
con ese bello atardecer a sus espaldas.

—¡Qué hermosa eres! ¡Te amo!

—Yo también te amo.

—¿Quieres casarte conmigo? Ahora sí.

—¡Si!
—Cuando llegues a tu casa, te pones el anillo.
Porque esta vez no pude comprar uno.

—¿Este? —preguntó sacándolo de su cartera. —


Tú pónmelo.

Lo tomé y suavemente lo deslicé por su dedo, le


quedaba justo a la medida y se veía hermoso el
juego que hacía con su mano, con el color de su
piel y con la esclava que aún llevaba en su
muñeca.
Nos besamos con tanta ternura enfrente de todos
esos desconocidos que se detuvieron a observar

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como me declaraba. Y cuando todos esos curiosos
aplaudieron, fue cuando nos dimos cuenta de que
estábamos siendo observados. Nos apenamos, y
corrimos de la mano, escapando de aquella gente.
Tomamos un taxi, para regresar rápido. Me vino a
la mente ir a nuestro lugar secreto. Pero en lugar
de eso, la llevé a mi casa y por fin, se la presenté a
mis papás.

Estuvimos un rato afuera de mi casa. Y me vino


una idea a la cabeza, estábamos en silencio, yo la
observaba de perfil ¡Ah, como me gustaba esa
mujer! Del ángulo que la observara, ella era, para
mí, la mujer más bella del mundo.

—¿Qué hacemos? —rompí el silencio.

—No sé. Tú dime.


—¿Cuándo nos vamos a casar?

—Yo quisiera que ya. —dije nervioso.

—Yo también.

—Quédate aquí conmigo.

Dudó por un instante. Cambió el tema intentando


evitar responderme. Y así charlamos y reímos un
rato. Hasta que dijo.

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—¿Sabes que? Sí, me voy a quedar contigo. Eres
mi sueño y quiero estar siempre contigo.

Le dimos la noticia a mis padres, que nos hicieron


un montón de preguntas sobre lo que pensábamos
hacer.

—Son muchos pasos, vamos en el primero. —


respondí.

Luego de dar explicaciones, dar los avisos


correspondientes, de convencer a todo el mundo
de que estábamos seguros de lo que estábamos
haciendo. Por fin llegamos a mi habitación, nos
sentamos en la cama, platicamos un poco, reímos
y lloramos de felicidad al poder estar juntos
después de tantas cosas. Era el final feliz, ese que
llevábamos tanto tiempo buscando…
Eso creí.

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