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LA LIBERTAD RELIGIOSA
-Bidart Campos-
La fórmula constitucional
La toma de posición del estado frente al poder espiritual o religioso puede definirse,
esquemáticamente, a través de tres posiciones tipo: a) la sacralidad o estado sacral en
que el estado asume intensamente dentro del bien común temporal importantes
aspectos del bien espiritual o religioso de la comunidad, hasta convertirse casi en un
instrumento de lo espiritual; no se trata de que el estado cumpla una función espiritual,
o desplace a la comunidad religiosa (o iglesia) que la tiene a su cargo, sino de volcar a
los contenidos del bien común público todos o la mayor parte de los ingredientes del
bien espiritual; b) secularidad o estado secular, en que el estado reconoce la realidad de
un poder religioso o de varios, y recoge el fenómeno espiritual, institucionalizando
políti-camente su existencia y resolviendo favorablemente la relación del estado con la
comunidad religiosa (o iglesia) una o varias ; este modo de regulación es muy flexible, y
está en función de la circunstancia de lugar y tiempo tomando en cuenta por ej. la
composición religiosa mayoritaria o pluralista de la sociedad; c) laicidad o estado laico,
en que sin reparar en la realidad religiosa que se da en el medio social, elimina a priori
el problema espiritual del ámbito político para adoptar a lo menos teóricamente una
postura indiferente o agnóstica que se da en llamar neutralidad.
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demás confesiones y obtienen un reconocimiento preferente. Se trata del
culto católico, y de la Iglesia respectiva. La norma de la constitución actual
a la que otorgamos tal sentido es el viejo art. 2º, que permanece incólume
después de la reforma de 1994. El art. 2º dispone que el gobierno federal
sostiene el culto católico apostólico romano.
La fórmula constitucional
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estatal) – o de “existencia necesaria”- como la calificó Vélez Sarsfield en
el art. 33 de su código civil : y aquella relación se define como de unión
moral entre el estado y la misma Iglesia.
Esta unión moral significa solamente que entre la Iglesia Católica y el
estado debe existir una relación de cooperación, con autonomía de una y
otro en el ámbito de las competencias respectivas, y con reconocimiento
estatal de la órbita del poder espiritual propio de la Iglesia, al modo como
viene definido en el Acuerdo de 1966 entre la Santa Sede y la República
Argentina.
No llegamos a advertir que la Iglesia Católica sea una iglesia oficial, ni que la religión
católica sea una religión de estado. No obstante, para comprender la valoración
constitucional contemporánea a los constituyentes, es elocuente traer a cita el
pensamiento de Vélez Sarsfield, jurista de esa generación, quien en el art. 14 inc. 1º de
su código civil torna inaplicables en nuestro país las leyes extranjeras opuestas a la
“religión” del estado (como son -según lo puntualiza en la nota respectiva- las dictadas
en odio a la Iglesia, o las que permiten matrimonios que la Iglesia condena).
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7. Cuando el Art. 2° dice que “el gobierno federal sostiene…” hemos de
interpretar que la atribución de ese deber al “gobierno” federal significa
que el sostenimiento está a cargo del “estado federal”, y que lo ha de
cumplir el “gobierno” que ejerce su poder y que lo representa.
Es útil hacer esta aclaración porque hay quienes entienden que estando
asignado “únicamente” al gobierno federal el deber de sostenimiento, la
cláusula no obliga a las provincias ni a los gobiernos provinciales. A la
inversa, si sostenemos que el art. 2º impone una obligación al “estado
federal” y que contiene un “principio” constitucional, aquélla y éste se
trasladan a las provincias por imperio de los arts. 5º y 21, y descartan e
invalidan la fórmula de “laicidad” en las constituciones provinciales.
El Derecho Judicial.
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eclesiales, y la irrevisa-bilidad de una sanción canónica de naturaleza
espiritual. Sin generalizar exten-sivamente la pauta, queda en claro que,
con esta reciente jurisprudencia, el estado reconoce a la Iglesia en virtud
de un tratado internacional (que es el Acuerdo de 1966) una esfera que le
queda exclusivamente reservada, como propia del ordenamiento
canónico que la rige y, lo que es lo mismo, que el estado se abstiene de
interferir en ella.
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la designación de los obispos para las iglesias catedrales, asignando al
presidente de la república, a propuesta en terna del senado, la presentación
de los candidatos a la Santa Sede. Asimismo, el presidente conce-día el
pase, o retenía, con acuerdo de la Corte Suprema, los decretos de los
concilios, y los breves, rescriptos y bulas del Sumo Pontífice.
Por fin, entre las competencias del congreso figuraba la de admitir en el
territorio nuevas órdenes religiosas a más de las existentes.
Ha de recordarse que, aun antes del Acuerdo de 1966 con la Santa Sede, el
ejercicio de estas competencias había ido moderando paulatina y
progresivamente su rigor.
c) La eliminación en la reforma constitucional de 1994 de todo el conjunto de
normas que brevemente hemos repasado con excepción del art. 2º, que ha
quedado subsistente aconseja derivar ahora a la historia constitucional las
evoluciones que registró la praxis en su aplicación hasta el Acuerdo de 1966,
y omitir su tratamiento en un texto de derecho constitucional.
11. El art. 1º del Acuerdo reconoce y garantiza a la Iglesia, por parte del
estado argentino, el libre y pleno ejercicio de su poder espiritual, el libre y
público ejercicio de su culto, así como de su jurisdicción en el ámbito de
su competencia, para la realización de sus fines específicos. El art. 3º
estipula que el nombramiento de arzobispos y obispos es de competencia
de la Santa Sede.
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Antes de proceder al nombramiento de arzobispos y obispos residenciales (es decir, con
gobierno de diócesis), de prelados o de coadjutores con derecho a sucesión, la Santa
Sede comunicará al gobierno argentino el nombre de la persona elegida para conocer si
existen objeciones de carácter político general en contra de la misma: el gobierno
argentino dará su contestación dentro de los treinta días, y transcurrido dicho término,
el silencio del gobierno se interpretará en el sentido de que no tiene objeciones para
oponer al nombramiento; todas estas diligencias se cumplirán en el más estricto
secreto. Los arzobispos y obispos residenciales y coadjutores con derecho a sucesión
serán ciudadanos argentinos.
12. El art. 2º dispone que la Santa Sede podrá erigir nuevas circunscripciones
eclesiásticas, así como modificar los límites de las existentes o
suprimirlas, si lo considerase necesario o útil para la asistencia de los
fieles y el desarrollo de su organización.
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IV. LAS CONSTITUCIONES PROVINCIALES
Sin descender a detalles que más bien son propios del derecho público
provincial, queda por reiterar que si la constitución federal conserva,
después de su reforma de 1994, el art. 2º, marca una pauta fundamental
para las relaciones de la Iglesia y el estado argentino: tratándose de un
principio incorporado a la constitución federal, las provincias deben dictar
sus constituciones de conformidad con dicho principio, en virtud del art.
5º. En consecuencia, las normas de las constituciones provinciales que
no se ajustan al principio de confesionalidad de la constitución federal son
inconstitucionales.
La definición de la Iglesia
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una de esas comunidades o que la abandone. Debe reconocerse a la
familia el derecho “a ordenar libremente su vida religiosa domestica bajo
la dirección de los padres”, a quienes “corresponde el derecho de
determinar la forma de educación religiosa que se ha de dar a sus hijos,
según sus propias convicciones religiosas” (Declaraciones cit., 1. 2. 4. 5.
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b) el derecho de las iglesias o confesiones reconocidas a tener propiedad,
y a ejercer los derechos que la constitución reconoce;
c) el derecho de cada persona de no ser obligada a participar en actos o
ceremonias de culto contra la propia conciencia, o en actos o ceremonias
con sentido religioso;
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humana , y así lo encaran habitualmente los tratados internacionales
sobre derechos humanos, es indispensable proyectarlo desde el hombre
hacia los grupos, comunidades, iglesias, ocomo se les llame, que
configuran asociaciones confesionales o cultos a los que el hombre
pertenece o se integra según su convicción libre.
22. Entre las disposiciones que en la materia contienen los referidos tratados
cabe citar al art. 12 del Pacto de San José de Costa Rica; el art. 18 del
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos; y el art. 14 de la
Convención sobre Derechos del Niño. A su modo, hay conexiones en la
Convención sobre Discriminación Racial (arts. 1º y 4 d vii) y en las dos
Convenciones sobre genocidio (art. II) y sobre la tortura (art. 1º).
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Asimismo hay que tener en cuenta que: a) la protección que en tratados
internacionales se reconoce a las minorías abarca a las de origen o índole
religiosas (por ej., art. 27 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos y art. 30 de la Convención sobre Derechos del Niño); b) la
imposición genérica del deber de respetar, hacer efectivos los derechos y
garantizarlos, impide discriminaciones que, entre otros motivos, se basen
en la religión.
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