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La fascinante historia de nuestra mente

CIENCIA&
CEREBRO
Dirección científica: Javier DeFelipe

© Manuel Martín-Loeches por el texto


© 2017, RBA Coleccionables, S.A.U.

Realización: EDITEC
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39bi; Natural History Museum, London/Science Photo Library:
39bd; Amélie Beaudet/Frontiers in Human Neuroscience: 65; Marce!
Oberlaender, Max Planck Group: In Silico Brain Sciences, Center of
Advanced European Studies and Research, Bonn, Germany: 85;
Lilly_M/Wikimedia Commons: 101; DO TROMP/Science Photo Library/
AGE Fotostock: 105; Duncan Hull/Wikimedia Commons: 129.

ISBN (OC): 978-84-473-9071-7


ISBN: 978-84-473-9436-4
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RBA Editores México, S. de R.L. de C.V. Av. Patriotismo 229, piso 8,
Col. San Pedro de los Pinos, CP 03800, Deleg. Benito Juárez,
Ciudad de México, México
Fecha primera publicación en México: noviembre 2020.
Editada, publicada e importada por RBA Editores México, S. de R.L. de
C.V. Av. Patriotismo 229, piso 8, Col. San Pedro de los Pinos, CP 03800,
Deleg. Benito Juárez, Ciudad de México, México
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ISBN: 978-607-556-089-2 (Obra completa)


ISBN: En trámite (Libro)

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Introducción 7

01 Conocernos a nosotros mismos 13

02 Esculpiendo nuestro cerebro 47

03 La unión hace la fuerza 79

04 Una mirada al futuro desde el pasado 109

Lecturas recomendadas 139

Índice 141
eneraciones de científicos han intentado responder a una pre-
gunta claramente formulada: «¿Qué nos hace humanos?». Esta
gran cuestión ha intrigado al ser humano desde la más remota An-
tigüedad, y ha sido respondida al albur de los tiempos y -sobre
todo- de las ideas religiosas. En el mundo occidental la respuesta
fue, durante miles de años, que somos como somos por estar he-
chos «a imagen y semejanza de Dios». Pero tras la revolución que
supuso la obra de Charles Darwin, El origen de las especies (1859),
en la que sentaba las bases de la biología evolutiva, este tipo de res-
puestas dejaron de ser aceptables; había que buscar en otro sitio.
Desde entonces, la comunidad científica ha echado mano de cual-
quier tipo de evidencia que pudiera dar una solución satisfactoria
a la gran pregunta. Y el mayor foco de atención ha sido, es y será,
el cerebro: «¿Qué hace al cerebro humano único?». Esta es ahora la
nueva versión de la gran pregunta.
Conocer la evolución de nuestra mente, de nuestro cerebro, su-
pone también conocer la historia de la ciencia y los descubrimien-
tos en torno a este tema. Dicho de otra manera, a medida que la

1 7
ciencia y la tecnología avanzan, se van incorporando nuevas for-
mas de responder a la gran pregunta. Desde el estudio del compor-
tamiento hasta los últimos descubrimientos en genética, los cien-
tíficos interesados en la evolución del cerebro humano han sabido
aprovechar cada avance en su propio beneficio.
Una buena forma de aproximarse a la historia de nuestra men-
te comenzaría por saber cómo es esta actualmente. La psicología y
la neurociencia nos están permitiendo conocerla en profundidad.
Pero, a la vez, los más recientes avances en estos campos están po-
niendo en entredicho la presencia en nuestra especie de faculta-
des mentales únicas y cualitativamente diferentes, o incluso que
seamos realmente tan racionales como creemos. Comenzaremos,
por tanto, dando un breve repaso a algunas de estas facultades que,
tradicionalmente, se han considerado especialmente humanas,
como la consciencia, el lenguaje, la memoria de trabajo o la toma
de decisiones. Habrá lugar además para hablar del arte, la religión
y las emociones. Pero iremos también a donde empezó todo, al es-
tudio de las primeras herramientas y su evolución a lo largo de los
milenios, así como a lo que estas nos pueden decir acerca de la evo-
lución de nuestra mente.
El árbol evolutivo humano es un camino de avances en nuestras
capacidades cognitivas en el que la tecnología lítica es la muestra
más fehaciente de este recorrido. Conoceremos sus diversas etapas
y principales momentos; veremos que el árbol está bastante ra-
mificado y que hoy día somos la única especie de nuestro género
(Hamo) que queda viva en el planeta, algo absolutamente excep-
cional y que, de alguna manera, también nos hace únicos. Seremos
testigos de nuestros logros desde el principio de los tiempos hasta
el momento actual. Desde un estado similar al de cualquier otro
primate, hasta el de una especie que es capaz de enviar su tecnolo-
gía más allá de los confines del sistema solar, será difícil hablar de
un punto a partir del cual se pueda establecer un antes y un des-
pués en nuestra condición de seres humanos. Este tipo de circuns-

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tandas nos ponen en nuestro lugar en la naturaleza, en la historia
natural del planeta Tierra, y nos tienen que hacer reflexionar, de
forma colectiva e individual, acerca de nuestro futuro corno espe-
cie. Somos una especie que en gran parte se ha hecho a sí misma
y que ha sabido superar grandes e increíbles retos. La especie hu-
mana debe aprovechar todo su potencial para poder aspirar a un
futuro óptimo, el mejor posible. Pero para eso debe de conocerse a
sí misma en profundidad.
muchas décadas, los esfuerzos científicos por entender
la evolución del cerebro y la mente humanos se centraron principal-
mente en el denominado proceso de encefalización. A medida que
se iban descubriendo nuevas especies fósiles que habrían sido po-
tencialmente antecesoras de la nuestra -o cercanas a nuestra línea
evolutiva-, algo que llamó la atención fue que tamaño del cerebro
se había hecho progresivamente mayor, hasta el punto de resultar
una de las especies más encefalizadas del planeta, si no la que más.
Se ha considerado que la proporción entre el volumen cerebral y el
corporal es la clave de nuestras capacidades ,u,~,,,. ,. ,,,~.., más destaca-
das. Las especies con una relación mayor entre el volumen cere-
bro y el volumen corporal suelen ser más inteligentes, entendiendo
por inteligencia la capacidad de afrontar con éxito problemas nue-
vos e inesperados. Es corno si para un cuerpo de determinado tama-
ño se necesitase una cantidad específica de tejido nervioso. A partir
de ahí, si se tiene el privilegio de poseer tejido nervioso «sobrante» o
extra, se entrará en el club de las especies inteligentes. Y la nuestra
parece estar en un puesto de honor.
Pero con la encefalización no solo se produjo un incremento glo-
bal del volumen cerebral. A medida que nuestro cerebro aumentaba
su tamaño, se podrían descubrir patrones evolutivos según los cua-
les algunas zonas presentaban mayores crecimientos que otras, lo
que afectaría no solo al tamaño, sino también a forma del cerebro.
Durante muchos años se quisieron ver aumentos desproporciona-
dos en los lóbulos frontales o en las áreas del lenguaje. Sin embargo,

1 9
estudios más recientes han puesto en entredicho muchas afirmacio-
nes anteriores. Así, un lugar clave de nuestra evolución podría estar
en los lóbulos parietales, relacionados con la integración sensorial
y la manipulación del espacio, más que en los frontales, implicados
en procesos de planificación y autocontrol. Daremos un repaso a los
diversos estudios que han abordado la extensión relativa de las dis-
tintas áreas del cerebro, así como a los más recientes que plantean su
comparación con especies vivas de primates, en busca de patrones
únicos de nuestra especie que permitan entender qué nos hace hu-
manos.
Una aproximación más reciente al estudio de la evolución de
nuestro cerebro se ha producido mirando al microscopio las distin-
tas zonas cerebrales, especialmente la corteza, comparando lo que se
ve con lo observado en el cerebro de otras especies. Los datos obteni-
dos con otros primates (especialmente macacos) son de gran interés
para entender por qué nuestra corteza podría tener mayores capaci-
dades de computación. Existen algunas diferencias notables en cier-
tos tipos de neuronas y sus cantidades relativas. Técnicas modernas
de recuento celular han puesto de manifiesto datos muy interesantes
respecto a las diferencias en número de neuronas entre los cerebros
de primates y los de otros grupos animales. De estas investigaciones
se deduce que un cerebro grande de primate como el nuestro es el
cerebro con más neuronas en la corteza cerebral de todos los anima-
les terrestres, lo que supone una gran ventaja. Las nuevas técnicas
también nos permiten estudiar, en el humano y en otras especies, la
densidad y cantidad de conexiones a media y larga distancia quepo-
seen los distintos cerebros. Con ellas se han obtenido datos significa-
tivos que indican que el ser humano muestra aumentos específicos
en determinadas conexiones, así como conexiones que no existen en
otras especies.
Terminaremos nuestro viaje revisando una de las aportaciones
científicas al estudio de la evolución de nuestro cerebro más prome-
tedoras: el desciframiento genoma de humanos fósiles y su com-

10 1
paración con el genoma humano actual. Este último, aunque bas-
tante completo, aún posee algunas lagunas, y el ADN fósil es todavía
muy incompleto y fragmentado. Aun así, ya se está logrando deter-
minar qué rasgos del cerebro y el sistema nervioso y de su desarro-
llo, podrían ser diferentes entre Horno sapiens y otros miembros de
nuestro género. Por ejemplo, algunos genes implicados en el autis-
mo o en determinados trastornos psiquiátricos parecen diferir entre
especies humanas. Comentaremos también el caso de algunos genes
de gran relevancia para determinadas capacidades cognitivas, como
el lenguaje, y sus posibles diferencias con otras especies. Estas téc-
nicas nos permiten también estimar el grado de antigüedad de algu-
nas variantes genéticas, así como vislumbrar antiquísimas historias
de migraciones y cruzamientos entre especies. Queda, no obstante,
mucho por avanzar en este campo. Aún hay que conocer en detalle la
función específica de cada uno de los aproximadamente dieciocho
mil genes humanos -por cierto, muchos menos de los que tiene, por
ejemplo, un tomate-y cuáles y cómo se relacionan con los rasgos en
los que nuestro cerebro destaca.
La evolución no tiene fin, aunque nos parezca estar en una si-
tuación estanca como especie, esto no es así: seguimos evolucio-
nando. Cuando sepamos en profundidad cómo somos, de dónde
venimos y de dónde viene cada rasgo diferencial de nuestra espe-
cie, habremos satisfecho uno de nuestros mayores anhelos. Y lo
que es más trascendente, podremos decidir con conocimiento de
causa hacia dónde queremos dirigir nuestros pasos como especie.
Esto también nos hará únicos.

1 11
1 CONOCERNOS
A NOSOTROS MISMOS

Tras revoluciones científicas como la


copernicana o la darwiniana, la ciencia ha
buscado nuevas respuestas a las preguntas
sobre nuestro lugar en el universo. Lo
que va encontrando quizá no nos deje en
muy buen lugar, pero nos permitirá tomar
decisiones acertadas acerca del futuro al
que podríamos aspirar corno especie.
la entrada al templo de Apolo en Delfos se podía leer una ins-
cripción que decía: «Conócete a ti mismo». Podemos decir que
es una máxima a la que ha aspirado la humanidad probablemente
desde el inicio de los tiempos. El ser humano se ha visto -y aún
se ve- a sí mismo como un ser muy especial, marcando una clara
frontera entre los animales y «nosotros». Somos criaturas tan ex-
traordinarias que no debió ser difícil llegar a la conclusión de que
todos los demás seres vivos estaban a nuestro servicio. De ahí a
creer que somos seres divinos y que el universo gira en torno a no-
sotros había muy pocos pasos. Nuestras facultades mentales, nues-
tra inteligencia, la capacidad que tenemos para explotar los recur-
sos del medio circundante, nuestra tecnología, serían evidencias
de ese estatus único que nos corresponde.
En determinadas aptitudes mentales o cognitivas, desde 1ue-
go, parecemos realmente insólitos. Una de las más llamativas es el
lenguaje articulado, un conjunto de sonidos que se combinan en-
tre sí y que funcionan como símbolos de nuestras ideas, que nos
permite transmitir grandes cantidades de información de una ge-

Conocernos a nosotros mismos 1 15


neración a otra y acumular conocimiento a lo largo de los siglos.
Nuestro complejo lenguaje nos permite también hablar y pensar
sobre ideas abstractas, quizás imposibles de concebir si no fuera
porque tenemos términos para ellas: semana, mes, decisión, paz,
pensamiento... Si, además, somos capaces de escribir, el poder del
lenguaje para transmitir y acumular conocimiento se multiplica.
Los avances científicos y tecnológicos son, en gran medida -qué
duda cabe-, fruto del lenguaje. Muchas personas creen que lo que
nos hace únicos no es el lenguaje, sino la consciencia. En su opi-
nión, tener una mente, un mundo mental, una realidad paralela a
la actividad cerebral, al cuerpo, sería algo que poseemos los seres
humanos en exclusiva. Los sueños nos demostrarían casi cada día
que cuerpo y mente son dos cosas distintas: nuestro cuerpo apenas
se mueve en la cama mientras «nosotros» viajamos a través del es-
pacio y el tiempo, vivimos situaciones, nos ocurren cosas. Nuestro
pensamiento consciente, nuestra capacidad de razonar y de tomar
decisiones voluntariamente, son la base de nuestro libre albedrío,
de nuestra libertad y, por tanto, de la responsabilidad de todos
nuestros actos.
Los humanos, además, destacamos por algunos comportamien-
tos únicos entre los seres vivos. No hay sociedad humana que no
tenga creencias religiosas, con mayor o menor formalismo. Cree-
mos con mucha facilidad en la existencia de espíritus, de entes in-
corpóreos, fruto de esa convicción que hemos mencionado antes
de la existencia de una mente separada del cuerpo (del cerebro),
que toma decisiones y es de naturaleza consciente. El cuerpo pue-
de morir, pero el espíritu es otra cosa. Nos trasciende y, por lo tanto,
pasará a otro plano de realidad donde las almas incorpóreas podrán
formar jerarquías, organizarse como los que aún están vivos. Y de
ahí es fácil llegar al surgimiento de deidades, de espíritus espe-
cialmente importantes, dioses o ángeles. Nuestra especie también
manifiesta un comportamiento aparentemente extraño, el arte, sea
pictórico, musical, literario o de cualquier otro tipo. Solo una es-

16 1 Conocernos a nosotros mismos


pecie extraordinaria, dotada de unas características semidivinas,
podría ser capaz de expresarse así.
Hagamos un cóctel con todo junto, el lenguaje, la consciencia, la
voluntad, la religión, el arte ... ¿qué más pruebas necesitamos para
demostrar que, de alguna manera, somos el centro del mundo co-
nocido? O, a la inversa, ¿qué o quién nos va a bajar del trono? La res-
puesta es muy sencilla: la teoría de la selección natural de Charles
Darwin y la inmensa cantidad de investigaciones que sobre nues-
tra mente y nuestro comportamiento se están desarrollando desde
hace más de un siglo, especialmente las de las de las últimas déca-
das. Definir detalladamente nuestro cerebro y saber qué lo hace di-
ferente es algo que esperarnos poder alcanzar en el transcurso de
unas décadas. Se conseguirá con la ayuda de los avances científicos
y tecnológicos que permiten estudiar cada vez más y mejor cómo es
nuestro cerebro y compararlo con el de otras especies vivas, como
los grandes simios, o con el de especies extintas de nuestra misma
línea evolutiva, como los neandertales. En última instancia, respon-
der a la gran pregunta nos permitirá integrarnos definitivamente en
el medio natural del que nunca hemos salido, aunque hayamos creí-
do lo contrario, y conocernos a nosotros mismos en profundidad.
De ahí a poder tornar decisiones bien informadas acerca de nuestro
futuro corno especie solo hay un paso. Esa es la razón por la que te-
nernos que conocer la fascinante historia de nuestra mente.
Los datos con los que se pretende responder a la gran pregunta
son ya muy numerosos y van arrojando luz. Lo que se vislumbra, no
obstante, es que quizá no haya un único rasgo que nos haga huma-
nos, que nos haga diferentes. Incluso puede que no seamos tan
ferentes corno habíamos pensado. Probablemente somos fruto de
una larga serie de coincidencias y circunstancias evolutivas que nos
han llevado hasta donde estamos hoy, pero que podrían habernos
conducido por otros derroteros. Lo que la ciencia va descubriendo
nos pone cada vez más en nuestro sitio dentro del mundo natural,
animal. No parece haber nada cualitativamente extraordinario que

Conocernos a nosotros mismos 1 17


haya dado lugar a este ser excepcional; simplemente una serie de
ajustes y adaptaciones, la mayoría de carácter cuantitativo, basta-
rían para explicar las peculiaridades de nuestra especie, de nuestro
cerebro, de nuestra mente. Con todo, y al no haber una única res-
puesta, el panorama es complejo y aún queda mucho para llegar a
una descripción detallada y definitiva acerca de las peculiaridades
de nuestro cerebro.

SOMOS UNOS ANIMALES

La teoría de la selección natural de Darwin supuso un antes y un


después en nuestra concepción del ser humano. Si en el siglo XVI
Nicolás Copérnico nos destronó definitivamente del centro del sis-
tema solar y, en realidad, de todo el universo, Darwin nos despojó
de nuestro papel predominante en el planeta Tierra como especie
creada de la nada (o del barro) «a imagen y semejanza de Dios».
Todo tiene un porqué, los rasgos físicos, biológicos y comporta-
mentales de una especie son fruto de la evolución de los organis-
mos a lo largo de miles o millones de años. Según esta teoría, cual-
quier rasgo presente en una especie tiene sus precedentes, más o
menos rudimentarios, en otras especies que la antecedieron o que
surgieron en algún momento de una manera más simple que se fue
perfeccionando a lo largo del tiempo. Así, por ejemplo, los sofisti-
cados ojos de los mamíferos evolucionaron a partir de células foto-
sensibles mucho más sencillas, ya presentes en grupos de animales
mucho más antiguos, como los anélidos (lombrices) o los cnidarios
(medusas), tras millones de pasos intermedios.
La propuesta de Darwin es muy sencilla. Parte de la premisa de
que, dentro de una especie, no todos los individuos son idénticos.
Esto es obvio: en la nuestra, los hay más altos o más bajos, con un
color de pelo u otro, y así prácticamente para cualquier característi-
ca que nos podamos imaginar. Esto incluye los rasgos más relacio-

18 1 Conocernos a nosotros mismos


nados con el comportamiento: inteligencia, memoria, lenguaje ...
Aquellos atributos que resulten más exitosos para un determinado
entorno, por ejemplo, una piel más oscura en lugares donde el sol
es más intenso, conllevarán que sus portadores dejen, probable-
mente, más descendencia. Con ese rasgo estarán mejor adaptados.
Si es heredable, al menos parte de esa descendencia lo portará, y
volverá a tener más probabilidades de sobrevivir y, a su vez, dejar
descendencia. Durante un tiempo, los portadores de ese rasgo con-
vivirán con otros miembros de su especie que no lo poseen, pero al
cabo de miles de años, toda la especie lo poseerá. Es una cuestión
de estadística, de probabilidades: más descendencia en sucesivas
generaciones acaba desplazando los rasgos de quienes tuvieron
menos, o ninguna (fig. 1). El ser humano no habría escapado a este

Í FIG.1

La selección natural en acción: en esta especie, el color claro es menos atractivo


para los predadores, por lo que los portadores de este rasgo sobrevivirán más y
dejarán más descendencia. En el transcurso de varias generaciones, el color claro
será el más abundante y, si esperamos lo suficiente, todos los individuos lo poseerán.

Conocernos a nosotros mismos 1 19


destino, sería un ser vivo más, y sus capacidades mentales llevarían
el «sello indeleble» de su origen animal. Primate, para más señas.
Muchas personas no encuentran dificultad alguna en admitir
nuestra pertenencia al mundo animal y que somos fruto de la evo-
lución, como todos los demás, cuando
Y debemos reconocer hablamos de las emociones. Son, dicen
-así me lo parece- algunos, el lado «más animal» de nues-
que el hombre[...] tra naturaleza. A lo largo de la historia,
lleva aún en su filósofos de renombre han considerado
estructura corporal el las emociones como algo molesto, in-
sello indeleble de su cluso como algo que sería deseable ex-
bajo origen. tinguir, y que quien es capaz de domi-
narlas demuestra una gran virtud. Sin
CHARLES DARWIN embargo, las emociones no son lo «me-
nos humano» del ser humano. Siguen
siendo parte de nuestra naturaleza porque son útiles y necesarias;
sin emociones no haríamos nada, no sentiríamos la necesidad de
hacer nada. Para colmo, en el ser humano aparecen emociones que
parecen propias, como el orgullo, la vergüenza, la culpa, la humi-
llación y tantas otras. Son emociones sociales. Y es que, al parecer,
y según numerosos autores, la presión selectiva más importante de
nuestro género, el humano, ha sido la competencia con otros seres
humanos. No con los enemigos de otra tribu u otro lugar, sino con
los propios compañeros del grupo.
La convivencia en sociedad nos resulta relativamente fácil por-
que tenemos una serie de adaptaciones, fruto de la selección natu-
ral, que nos lo permiten. Cuando convivir en grupo en un entorno
de recursos relativamente limitados, y donde incluso conseguir pa-
reja -la mejor pareja- para dejar descendencia no es tarea senci-
lla, el mayor éxito es de aquellos que a lo largo de miles de años han
mostrado rasgos que les proporcionaban mayor facilidad para en-
tender y manipular el entramado social. Detectar automáticamen-
te las intenciones de los demás, conseguir que no se descubran las

20 1 Conocernos a nosotros mismos


nuestras, ser capaz de persuadir a otros para obtener un beneficio
o incluso de sin que se note mucho, son rasgos ventajosos
para la convivencia en grupo. Somos descendientes de aquellos
que tuvieron ventaja en este tipo de habilidades.
No es algo exclusivamente humano, pero sí algo en los que
los humanos destacamos por encima de las demás especies. Son
rasgos propios del orden de los primates, especies de elevado ca-
rácter social, llevados a su máxima expresión. Se puede decir que
somos primates modelados fundamentalmente por lo social. Es
muy posible que mayoría de nuestras sobresalientes aptitudes
cognitivas, como nuestra inteligencia o nuestra capacidad de pla-
nificación, sean fruto de esta circunstancia. Podemos comprobar-
lo repasando algunas de las características mentales de nuestra
especie que parecen ser exclusivas pero que, como veremos, no lo
son tanto.

DO E UN ED
Es fácil entender que, en un mundo social relativamente complejo,
donde cada uno de los miembros del grupo tiene sus propios intere-
ses y compite con el resto, aquellos individuos con mejor capacidad
para entender y anticipar las reacciones de los demás tendrán una
gran ventaja. Los grupos humanos naturales -no los de las grandes
urbes de los tiempos modernos- suelen estar compuestos de unos
ciento cincuenta individuos, tres veces más que los que habitual-
mente encontraremos en especies cercanas, como los chimpancés.
Recordar la información relativa a todos ellos, sobre sus gustos, in-
tenciones, propósitos, actos y otras muchas cosas, requiere de una
gran memoria. He ahí una razón para que tengamos una mejora en
determinadas capacidades mentales, en este caso, una memoria a
largo plazo. Pero una mejora no implica necesariamente la exclu-
sividad; los miembros de un grupo de chimpancés, por ejemplo,

Conocernos a nosotros mismos 1 21


aunque sean menos numerosos, también se benefician de estas
capacidades, que son, por decirlo de algún modo, el germen de las
nuestras. Con este ejemplo ya empezamos a ver de dónde pueden
venir muchas de las peculiaridades de nuestra mente.
Hay otro tipo de memoria en la que algunos autores han que-
rido ver la clave de nuestra singularidad: la memoria de trabajo
u operativa, es decir, la capacidad de manejar y manipular infor-
mación mentalmente en el corto plazo, algo parecido a «lo que
tenemos en mente» en cada momento, con lo que pensamos y
llegamos a conclusiones. Se ha llegado a decir que los humanos
destacamos -cuantitativamente- en este rasgo, de manera que
somos capaces de tener en mente unos siete elementos (palabras,
números, ideas), mientras que otras especies, como los chimpan-
cés, no podrían abarcar más de tres o cuatro. Pero, como demues-
tran los experimentos llevados a cabo por Tetsuro Matsuzawa, del
Primate Research Institute de la Universidad de Kioto, un chim-
pancé debidamente entrenado puede perfectamente superar a los
humanos con creces, llegando a almacenar mentalmente y sin
problemas nueve posiciones espaciales presentadas muy breve-
mente. La mayoría de los humanos que se han medido con estos
chimpancés fracasaba a partir de cinco posiciones.
Si la memoria operativa se puede definir como «lo que tenemos en
mente», esto es precisamente lo que muchos entenderán por cons-
ciencia. La consciencia lleva años estudiándose en animales, espe-
cialmente en macacos. Si la consciencia es lo que nos hace humanos,
entonces la inmensa mayoría de los mamíferos y muchos otros ani-
males, incluidas numerosas aves y reptiles, son tan humanos como
nosotros. Por increíble que parezca, los pulpos parecen estar entre
las especies más inteligentes del planeta, y numerosos autores les
atribuyen consciencia sin dudarlo. Algunos cuervos (al menos, los
cuervos de Nueva Caledonia) son capaces de visualizar mentalmen-
te -esto es consciencia- la forma precisa que debe tener una herra-
mienta para poder sacar un objeto de un escondite. Tras unos segun-

22 1 Conocernos a nosotros mismos


>LA CONSCIENCIA EN LOS ANIMALES
Cada vez hay más evidencias que apuntan a que la consciencia no es pa-
trimonio exclusivo de la humanidad. En 2012, un grupo de neurocientíficos
elaboró la Declaración de Cambridge sobre la Consciencia, donde se re-
conoce que numerosos animales, incluidas algunas aves e invertebrados,
muestran esta característica mental. Desde hace décadas se trabaja con
animales en experimentos de rivalidad binocular.Tras entrenar a un mono
para que responda ante un estímulo pulsando un botón y a otro estímulo
diferente pulsando otro botón, se le presentan ambos estímulos simultá-
neamente, pero uno a cada ojo. A pesar de que su cerebro «ve» los dos
estímulos, el animal solo será consciente de uno de ellos en un momento
dado, pues ambos son incompatibles, fluctuando entre uno y otro de ma-
nera fortuita. Sabremos de cuál está siendo consciente porque apretará el
botón correspondiente.

Percepción
(alterna!

®®º

Estímulo (fijo)
Ojo Ojo
izquierdo izquierdo
Tiempo 500 ms 500 ms 500 ms 500 ms 500 ms

Percibido @ + +

-
Indicado
~-,
A
~,.;?
B
.Sl
A B
Experimento de rivalidad binocular. El animal ve una imagen distinta por cada
-~
ojo, y solo puede ser consciente de una de ellas en cada momento. Al haber sido
A B

entrenado a pulsar determinado botón para cada estímulo, podremos saber de cuál
está siendo consciente en cada momento [panel inferior).

23
dos de exploración, construyen dicha herramienta con su pico y sus
patas y obtienen el tan ansiado objeto. Ciertos animales, como los
chimpancés, algunos elefantes o los delfines, van más allá y mues-
tran autoconsciencia, es decir, son conscientes de sí mismos.
En general, aparte de que algunas zonas concretas del cerebro
sean necesarias para que haya consciencia, esta parece originarse
cuando la intensidad de la activación nerviosa supera determinados
umbrales. Algunos científicos creen que esta es una cualidad propia
de sistemas complejos interconectados y que, por tanto, podrían aca-
bar manifestándola internet y los ordenadores del futuro.
Una posible característica humana es la toma de decisiones de
manera voluntaria y consciente. Sin embargo, cada vez hay más
evidencias en neurociencia cognitiva que demuestran que so-
mos conscientes de muy poco de lo que ocurre en nuestro cerebro
cuando tomamos una decisión. En numerosas ocasiones descono-
cemos los verdaderos motivos que nos han llevado a realizar cier-
to acto, creyéndonos movidos por razones que en realidad no han
sido determinantes. La deliberación, el libre albedrío, la libertad,
en definitiva, es algo que no pocos neurocientíficos están empe-
zando a cuestionar seriamente.
Muchos seres vivos muestran ciertas dotes para la planificación
a corto y a medio plazo. Planes de un día para otro o incluso con
vistas a varios meses se han documentado en algunos primates y
aves. Ciertamente, nuestros planes pueden ser a muy largo alcance,
de muchos años, pero esto no es sino una diferencia cuantitativa,
consecuencia probablemente de un cerebro muy grande y de nues-
tra gran memoria a largo plazo.
¿Y qué podemos decir del arte y la religión? ¿No son la prueba in-
equívoca de que tenemos una mente simbólica, algo único en el reino
animal? No queda muy claro qué se quiere decir cuando se esgrime
que tenemos una «mente simbólica»; la mayoría de los psicólogos son
cada vez más reacios a utilizar este término para definir nuestra men-
te. lenguaje sí es simbólico -las palabras son sonidos arbitrarios

24 1 Conocernos a nosotros mismos


que se refieren a un contenido conceptual, son símbolos-, pero que
el pensamiento sea simbólico no es obvio. De hecho, pensamos con
lo que recordamos de nuestras experiencias, de manera que nuestra
mente es más mundana (o corpórea) que simbólica. Para muchos
autores, las religiones tienen su origen
en un conglomerado de circunstancias, Los dioses que
entre las que destaca un cerebro hiper- hemos creado
social, que piensa en términos de jerar- son exactamente
quías, que busca intenciones y propósi- los mismos que
,
tos (aunque no los haya), que cree que esperariamos que
la mente es independiente del cuerpo y creara una especie
que es capaz de pensar en varios mun- que está a medio
dos posibles a un mismo tiempo, algo cromosoma de ser
que se derivaría de nuestra capacidad un chimpancé.
para tener en cuenta los pensamientos CHRISTOPHER HITCHENS

de los demás como distintos de los nues-


tros. En esto último, algunos simios como los chimpancés muestran
cierta capacidad, aunque sea más limitada que la nuestra. En cuanto
al arte, se puede explicar por la propensión del sistema visual de los
primates a ser sobreestimulado por determinados tipos de estímulos
y a encontrar placer en ello. Esto tiene un valor adaptativo, ya que
la tendencia a encontrar patrones en el medio circundante ayuda a
detectar más fácilmente presas y predadores. Y si otros primates o
animales no realizan arte como el nuestro se debe en buena parte a
su incapacidad motora, manual, para realizar movimientos finos.
Como vemos, la brecha entre los animales y «nosotros» no es tan
grande como se pensaba, es quizá cuestión de cantidad, pero no de
calidad. En lo que respecta al lenguaje humano, quizá sí sea este un
rasgo en el que presentemos ciertas características aparentemente
únicas. Solo aparentemente, ya que a medida que se va profundi-
zando la idiosincrasia del lenguaje van siéndolo cada vez menos.
Parece que la brecha aquí también es cuantitativa, aunque muy
llamativa. Mientras que un simio (se han estudiados chimpancés,

Conocernos a nosotros mismos 1 25


gorilas y orangutanes) puede llegar a tener un vocabulario de un
máximo de mil palabras, los seres humanos podemos alcanzar per-
fectamente las cuarenta mil. Con tan amplio vocabulario podemos
denotar muchísimas cosas, incluyendo ideas abstractas o muy di-
fíciles de concebir sin lenguaje, como por ejemplo -y esto es muy
importante- las relaciones sintácticas entre los elementos de una
oración, que enriquecen la precisión del mensaje lingüístico.

LAS ABUNDANTES RAMAS DE NUESTRO


ÁRBOL GENEALÓGICO

Hasta aquí hemos dado un repaso, si bien muy resumido, de al-


gunas de nuestras capacidades mentales más sobresalientes y que
probablemente nos hacen únicos. Hemos visto que, de considerar-
nos el centro del universo, la ciencia actual nos está desplazando a
un papel menos relevante, más en línea con los demás seres vivos.
Según un movimiento muy exitoso dentro de la psicología actual,
denominado psicología evolucionista y cuyos máximos exponen-
tes son el matrimonio formado por Leda Cosmides y John Tooby,
de la Universidad de California en Santa Bárbara, el ser humano
no es otra cosa que un primate que ha evolucionado en un am-
biente concreto. De esta manera, nuestras principales caracterís-
ticas mentales no serían sino adaptaciones específicas para poder
afrontar los retos más frecuentes para la supervivencia y la repro- ·
ducción en nuestro antiguo entorno.
La fuerza evolutiva que moldeó nuestros cerebros sería, por
tanto, una sociedad de cazadores recolectores que vivieron en la
sabana africana durante el Pleistoceno o Edad del Hielo, época
geológica que comenzó hace unos 2,6 millones de años (Ma) y fi-
nalizó hace unos 12000 años. La mayoría de nuestras singulari-
dades se explicarían por estas circunstancias, de entre las que hay
que destacar especialmente la pertenencia a una sociedad con un

26 j Conocernos a nosotros mismos


número grande de individuos. Allí, en África, es donde parece que
se originó nuestra especie, Hamo sapiens. Mientras que el género
Hamo surgió aproximadamente hace 2,5 Ma, casi coincidiendo con
el comienzo del Pleistoceno, nuestra propia especie no tiene más
de 200 000 años. Algunos descubrimientos recientes del norte de
África aumentarían algo esta cifra, aunque es posible que no se
refieran a Hamo sapiens en toda su plenitud, sino a especímenes
presapiens. En cualquier caso, ese margen que va desde los 2,5 Ma
aproximadamente hasta el surgimiento de nuestra especie fue muy
amplio, y en ese largo camino hubo lugar para la aparición de diver-
sas especies de nuestro mismo linaje evolutivo. Muchas de ellas no
han dejado descendientes, han sido ramas muertas o callejones sin
salida, borradas de la faz de la Tierra por la selección natural. Hoy
día somos la única especie que queda del género Romo, circunstan-
cia absolutamente excepcional para los demás géneros animales.
Nuestra línea evolutiva se separó de la que dio lugar al chimpan-
cé común y al bonobo, nuestros parientes más cercanos, hace unos
ocho millones de años. Desde entonces, y antes de la aparición de
los primeros miembros de nuestro género, surgieron, coexistieron y
se extinguieron muchos miembros de la subtribu de primates homí-
nidos conocida como Hominina (homininos), caracterizados prin-
cipalmente por su postura erguida y locomoción bípeda. El género
Hamo pertenece a esta subtribu que, junto con la subtribu Panina
(panines) -que incluye a chimpancés, bonobos y sus ancestros-,
conforman la tribu de los Hominini (homininis). Esta última, junto
con la tribu Gorillini (gorilinis) -que incluye a los gorilas y sus an-
cestros- forman parte de la familia Hominidae (homínidos), que a
su vez es parte de la superfamilia Hominoidea (hominoideos). Todo
esto, que puede parecer confuso, lo mencionamos con el objetivo de
llamar la atención del lector sobre el hecho de que hasta hace poco
tiempo llamábamos homínidos solo a los ancestros de nuestra lí-
nea evolutiva, mientras que en los últimos años la ciencia prefiere
utilizar este nombre para incluir a un gran número de primates, in-

Conocernos a nosotros mismos 1 27


cluidos los chimpancés, los gorilas y los orangutanes (fig. 2). Lo que
antes llamaríamos homínidos ahora se suelen denominar homini-
nos. Pues bien, entre esos 7 y 2,5 Ma fueron apareciendo diferentes
primates de postura erguida y marcha bípeda, surgiendo hace unos
4 Ma el extinto género Australopithecus. De alguna de las especies de
australopitecos surgirían los primeros miembros del género Homo.
primer ser humano correspondería oficialmente a la especie
Hamo habilis, que vivió hace entre 2,1 y 1,5 Ma y fue descubierta
por el matrimonio formado por Louis y Mary Leakey, pioneros de
una auténtica saga de antropólogos, en la garganta de Olduvai, en
Tanzania. Sin embargo, su pertenencia al género Homo no es del
todo admitida, ya que su pequeña estatura y la presencia de rasgos
primitivos -como unos brazos muy largos- hacen pensar a mu-
chos científicos que su lugar estaría entre los australopitecos. En
cualquier caso, Homo sí podría estar en nuestra línea evolu-
tiva, y ya fabricaba herramientas líticas con cierta profusión, de las
que hablaremos más adelante.
Hace cerca de dos millones de años aparecería en escena la es-
pecie Homo erectus, cuya variante africana es conocida como Homo
ergaster. Esta especie tiene una fisonomía muy humana, con una
estatura cercana a la nuestra, y demostró grandes dotes intelectua-
les, tanto en su talla lítica como en el hecho de haber viajado por
la inmensidad del mundo entonces alcanzable desde África: Eura-
sia. Se atribuyen a H. erectus y H. ergaster muchos descendientes
bien conocidos: Homo antecessor, de aproximadamente un millón
de años de antigüedad; Hamo heidelbergensis, de entre 600 000 y
200000 años, y Hamo floresiensis, un pequeño humano de 1,1 m
de estatura que vivió hace entre 50 000 y 100 000 años en la isla
de Flores, en Indonesia -aunque esta especie podría descender de
Homo habilis-. Es importante destacar que la especie Homo erec-
tus en sentido estricto desapareció hace unos 140 000 años, lo que
indica que varios de sus posibles descendientes convivieron con él
durante mucho De Homo heidelbergensis, o de su variante

28 1 Conocernos a nosotros mismos


I FIG.2
Clasificación tradicional
Superfamilia Hominoideos

Familia Homínidos Póngidos Hilobátidos

Subfamilia

Tribu

S11btrib11

Género Horno Pan Gorilla Pongo Hylobates

Especies Humano Chimpancé Gorila Orangután Gibón


Bonobo

Clasificación moderna
Superfamilia Hominoideos

Familia Homínidos Hilobátidos

Subfamilia Homininos [Homininae) Póngidos

Tribu Homininis Gorilinis

S11blril:111 Homininos (Hominina) Panines 1


1 1
Género Hamo Pan Gorilla Pongo Hylobates

Especies Humano Chimpancé Gorila Orangután Gibón


Bonobo

Comparación entre el sistema de clasificación tradicional y el actual relativos a


nuestra línea evolutiva y sus parientes más cercanos. Los antiguos homínidos
ahora pasan a llamarse homininos; de ellos solo sobrevive un género (Horno) y,
dentro de este, solo nuestra especie (Horno sapiensl.

africana, Homo rhodesiensis, se conocen también varios descen-


dientes importantes, como Homo neanderthalensis, los neanderta-
les, que habitaron Europa hace entre hace 230 000 y 28 000 años, el
humano de Denisova, que vivió en Siberia hace unos 41000 años,
y nosotros mismos, Homo sapiens. Un miembro recientemente in-
corporado a esta gran familia es Hamo naledi, aparecido en la cueva
Rising Star, en Sudáfrica; una especie misteriosa, emparentada con
Homo erectus y de cuya edad aún se duda: podrían ser dos millones

Conocernos a nosotros mismos 1 29


>UN L

El árbol evolutivo de los homínidos es bastante más complejo de lo que


se creía. A medida que se realizan nuevas excavaciones su frondosidad
aumenta, incorporándose nuevas especies. Muchas parecen experimentos

Hamo floresiensis 1

Australopithecus
afarensis

anamensis

30
fallidos, no dejaron descendencia que perdurara, y numerosas conexiones
son aún objeto de discusión. Para no perdernos entre tantas ramas, pode-
mos podar un poco el árbol y dejar solo las de nuestra propia línea evolutiva.

Horno sapiens
Humano de Denisova

neanderthalensis

Homo rudolfensis

Simplificando de esta manera, el primer descendiente de los australopitecos


que nos interesa es Hamo habilis, del que probablemente derivó Hamo erectus/
ergaster, del que surgió Hamo heidelbergensis, de quien emergerían los nean-
dertales, los denisovanos y... nosotros mismos.

31
de años o solo 250 000. La evolución del género Homo aparece, por
tanto, llena de recovecos, de especies similares coexistiendo casi en
los mismos sitios, de multitud de ramas de las que hoy solo queda
una, la nuestra.

LAS PIEDRAS DE RAYO: REFLEJOS DE LA MENTE


DE NUESTROS ANTEPASADOS

Ahora que sabemos quiénes serán los protagonistas de nuestra his-


toria, ya estamos en disposición de ir conociéndolos en profundi-
dad. En la historia de la ciencia sobre la evolución de nuestro cere-
bro y nuestro comportamiento, la primera información disponible
han sido los productos de este último. Es una forma válida para
estimar las capacidades cognitivas, y por tanto cerebrales, de nues-
tros ancestros. En tanto no tengamos una máquina del tiempo, solo
podemos disponer de lo que nos han dejado. Como el tiempo trans-
currido es tan grande -recordemos que hablamos de millones de
años-, tenemos la suerte de que exista un producto del comporta-
miento humano que haya podido perdurar tanto tiempo, gracias a
sus peculiares propiedades: la industria lítica, las herramientas de
piedra. Su aparición en escena hace cerca de tres millones de años
marca el inicio de la prehistoria, y ya apuntaba a lo que sería una
progresiva y sorprendente carrera tecnológica.
La industria lítica de nuestros ancestros se conocía desde la
Antigüedad, pero su correcta interpretación tardaría mucho en
llegar. Los romanos llamaban ceraunia a piedras que creían pro-
ducidas por las caídas de los rayos y que utilizaban como amuletos
contra estos. De ahí que fueran conocidas como «piedras de rayo».
No se empezaron a considerar obras humanas hasta muy avanza-
do el siglo XVI, cuando el anticuario John Conyers encontró un
hacha de mano cerca de Londres que ahora se sabe que tiene unos
350 000 años. Contra la opinión de la mayoría de sus contempo-

32 1 Conocernos a nosotros mismos


ráneos, Conyers pensó que aquello era un utensilio humano, pero
nadie le hizo caso. No sería hasta finales del siglo xvm, de la mano
de John Frere, terrateniente inglés aficionado a las antigüedades,
que empezó a cobrar entidad la posibilidad de que estos utensilios
de piedra fueran obra de nuestros ancestros. Por supuesto, no se
interpretaban en el contexto de la evolución humana a través de la
sucesión de distintas especies. Aún no había aparecido el libro de
Darwin y los hallazgos se limitaban a Europa, por lo que se consi-
deraron más bien fruto de los primeros pasos de nuestro desarro-
llo cultural. Además, se creía que el mundo había sido creado el
23 de octubre del año 4004 a.c. a las seis de la mañana, un tiempo
insuficiente como para que se pudiera pensar en la existencia de
varias especies. Lejos estaban de sospechar aquellos pioneros del
estudio de la industria lítica prehistórica que lo que ellos investi-
gaban tendría la importancia que ahora tiene para conocer tanto
nuestros orígenes como el largo camino recorrido desde entonces
hasta la invención de las naves espaciales.
Los primeros productos de tecnología lítica de un hominino
se remontan a la época de los australopitecos, mucho antes de la
aparición del primer Horno habilis. Estas herramientas se datan
en unos 3,3 Ma y se han encontrado en el yacimiento de Lomekwi,
muy cerca del lago de Turkana, en Kenia. Pero quien empezó a
fabricar y utilizar herramientas con mayor asiduidad fue Hamo
habilis. Las primeras herramientas de esta especie se encontra-
ron en la década de 1930 de la mano de Louis Leakey, en la gar-
ganta de Olduvai, en Tanzania. De ahí que a estas herramientas,
caracterizadas por un estilo y rudo, se las conozca con
el nombre de industria olduvayense. Si bien es cierto que esta es
la denominación de mayor éxito, algunos científicos se inclinan
por el término más aséptico de tecnología de modo 1, quizá prefe-
rible si tenemos en cuenta que esta tecnología no se circunscribe
a esa región de Tanzania, sino que se encuentra en muchos otros
lugares del mundo, y que incluso las herramientas líticas de los

Conocernos a nosotros mismos 1 33


australopitecos de Lomekwi -hasta ahora las más antiguas cono-
cidas- pertenecen a este tipo de industria.
La tecnología olduvayense no parece muy complicada. La idea
fundamental es la de tomar un núcleo o canto de determinado ta-
maño y golpear fuertemente con otra piedra en uno de sus extre-
mos para reducirlo a una punta cortante (véase la fotografía supe-
rior de la página 39). Generalmente se ha dicho que elaborar una
de estas herramientas no necesitaba apenas planificación, bastaba
con tener la intención de afilar un guijarro a base de golpes más
o menos certeros y eso era todo. Es una visión quizá demasiado
simplista, sin embargo. Evidentemente, la industria olduvayense
no tiene la finura y el diseño premeditado de producciones pos-
teriores, pero sí se requiere cierta habilidad y práctica para poder
realizar una herramienta con un mínimo de utilidad. El hecho de
que esta tecnología haya perdurado durante cientos de miles de
años -hasta hace aproximadamente un millón de años, por dis-
tintas especies- da fe de su utilidad y de su indudable transmisión
cultural. La reducción de un guijarro también da lugar a lascas,
fragmentos que se desprenden de la piedra principal y que gene-
ralmente tienen un filo muy cortante. Estas lascas se usaban tam-
bién, y forman parte igualmente del conjunto de herramientas de
la tecnología olduvayense.
Cada vez se va conociendo más acerca del uso que se hacía de
estas herramientas. Si en un principio se pensaba que se utilizaban
para cazar, esta idea hace ya tiempo que fue desterrada. Un canto
tallado, un hacha de mano, no parece lo más sensato para acercarse
a un animal y salir vivo, especialmente si el animal tiene un cierto
tamaño, como las cebras o los cerdos salvajes, y peor aún si ade-
más tienen cuernos, como el búbalo, la gacela o el antílope acuáti-
co. Restos de todos estos animales se han encontrado asociados a
Horno habilis. Considerando, además, la pequeña estatura de esta
especie, de apenas 1,3 m, lo más probable es que obtuviera su dieta
carnívora a través del carroñeo. No era esta una actividad exenta de

34 1 Conocernos a nosotros mismos


peligro en el África oriental de aquellos tiempos. Un resto animal
era algo sumamente apetitoso para muchos otros carroñeros de la
sabana, como buitres o hienas. Por eso se piensa que Horno habi-
lis mostraría algún tipo de organización social, que le permitiera
obtener sus suplementos alimenticios protegido por la fuerza del
grupo. Vigilar, ahuyentar, avisar, serían sin duda tareas de algunos
de sus integrantes. También parece probable que usaran sus herra-
mientas para cortar los miembros de las piezas encontradas y así
poder transportarlos con mayor facilidad y salir rápidamente hacia
un lugar seguro, una especie de campamento base o refugio común
donde solía habitar el grupo. En varios lugares de África, como 01-
duvai o Gomboré, se han encontrado diversas acumulaciones de
guijarros y círculos de piedras, señales de posibles paravientos o
barreras contra los depredadores. En cualquier caso, está claro que
la industria de esta etapa se utilizaba para cortar huesos y descar-
narlos, como demuestran las marcas encontradas en muchos de
ellos. La traceología, o análisis de las huellas de desgaste de las he-
rramientas líticas, ha demostrado que, además de carne, estos pri-
mitivos seres humanos segaban plantas herbáceas, sobre todo gra-
míneas, prueba inequívoca de su tipo de dieta fundamentalmente
omnívora. La traceología también ha evidenciado que los cantos
tallados de Homo ha bilis se utilizaron para trabajar la madera. Pero,
desgraciadamente, la madera es un material que no ha soportado
el paso del tiempo, por lo que desconocemos el tipo de trabajos que
hacían con ella.
La técnica olduvayense no requiere de una secuencia de mo-
y golpes determinada, es decir, no una
clara en su fabricación, que requiera realizar unos movimientos
antes que otros para obtener el resultado final. Cada golpe que
se da es independiente de los demás, de manera que una herra-
mienta de este estilo se consigue por la pura suma de los golpes
asestados al guijarro. Se trata de dejar un filo cortante a lo largo de
uno de los bordes de la piedra, y no tendría la mayor importancia

Conocernos a nosotros mismos 1 35


haber comenzado por un extremo u otro, o por el mismo centro.
La capacidad cognitiva que exige esta tecnología, por tanto, no pa-
rece muy demandante. El hecho de que ya la produjeran algunos
miembros del género de los australopitecos, con un cerebro simi-
lar al del chimpancé, demuestra que con las capacidades mentales
de este último se pueden fabricar estas herramientas. Es más, los
chimpancés, de manera natural, utilizan distintos tipos de herra-
mientas. Por ejemplo, es muy conocida la preparación de ramas fi-
nas, deshojándolas, con el fin introducirlas en termiteros y obtener
así unos cuantos de estos jugosos insectos, que devoran con placer.
Más cerca aún de la tecnología olduvayense podría estar el uso de
guijarros para cascar nueces y otros frutos, golpeándolos contra
otras piedras utilizadas a modo de yunque. Si forzamos un poco la
máquina, ya en cautividad, podemos ir aún más lejos. El bonobo
Kanzi, que desde hace años se estudia en la Universidad del Estado
de Georgia, es capaz de construir herramientas que podrían con-
siderarse olduvayenses, aunque algo más toscas, y utilizarlas para
cortar cuerdas que le impiden acceder a determinados alimentos.

EL NACIMIENTO DE LA ESTÉTICA

El siguiente paso en la evolución de la tecnología humana fue un


gran salto cualitativo en todos los sentidos. En la transición del
estilo olduvayense al estilo que nos ocupará ahora, el achelense
o modo 2, pudo haber un período intermedio (o protoachelense),
donde ya se apuntaban maneras. Una vez que se estableció el nue-
vo estilo, su éxito fue tal que estuvo presente durante un tiempo
larguísimo: las primeras herramientas achelenses pueden tener
1,7 Ma y las últimas, aproximadamente, 100 000 años. Durante
un período, las tecnologías olduvayense y achelense coexistieron,
pero acabó imponiéndose esta última. Este tipo de tecnología
nació de la mano de la especie Hamo erectus, más concretamen-

36 1 Conocernos a nosotros mismos


te de su variante africana, Horno ergaster, y corre en paralelo a
la presencia de importantísimos avances en la evolución del ce-
rebro y la conducta humanos. Del éxito para la supervivencia de
sus fabricantes da fe el hecho de que herramientas de este estilo
se encuentran abundantemente por todo el Viejo Mundo, y que,
aunque su primer artífice fue H. erectus, la gran mayoría de sus
descendientes siguieron fabricándolas, incluidos, curiosamente,
algunos Horno sapiens arcaicos.
La técnica achelense presenta una notable innovación respecto
a la olduvayense y, por tanto, podemos sospechar la presencia de
relevantes avances cognitivos. Fabricar una herramienta ya no era
un acto de mínima planificación, casi improvisado, sino que en la
mente del tallador había un plan claramente preconcebido respec-
to a la forma y tamaño del utensilio. Una de las características de la
talla achelense es su simetría 3D, es decir, son herramientas simé-
tricas tanto por los lados como por sus dos caras (véase la fotogra-
fía inferior izquierda de la página 39). De ahí el nombre de bifaces
con el que también se las conoce. Observando una de estas herra-
mientas se aprecia perfectamente que se perseguía una obra bien
acabada, con numerosos retoques y, lo que es muy importante, con
la necesidad de secuencias organizadas jerárquicamente y bien es-
tudiadas. No se podía golpear en ciertos lugares de la herramienta
en tanto no se hubieran llevado a cabo otros golpes previos, prepa-
ratorios. El control sobre la talla también fue superior porque en su
fabricación se fueron incorporando otros materiales, más flexibles
que la piedra pero igualmente muy duros, que permitían dar gol-
pes más certeros y finos: el hueso, las astas y la madera. La «caja de
herramientas» del tallador achelense se había enriquecido mucho
respecto a la de los olduvayenses.
Podemos decir que la tecnología achelense es fruto de una mente
humana en el pleno sentido de la palabra. Su fabricación demuestra
unos avances cognitivos sin precedentes. Antes comentábamos que
existen dudas en torno a si la especie conocida como Horno habilis

Conocernos a nosotros mismos 1 37


pertenece o no a nuestro género, pero nadie duda de la pertenencia
de H. erectus, el precursor del achelense. Ocurrieron además mu-
chas cosas importantes durante el período achelense, avances que
nos pusieron directamente en el camino hacia la modernidad. El
afán de mejora y perfeccionamiento de los talladores de este esti-
lo tuvo un punto de inflexión muy destacado hace unos seiscientos
mil años, de la mano de H. heidelbergensis. A partir de este momen-
to, se busca aún más la sofisticación, se perfeccionan las simetrías,
los retoques son increíblemente finos. En varias de estas piezas apa-
recen, además, curiosos fósiles marinos de la propia roca con la que
se fabricó el utensilio; lo más llamativo es que los talladores no solo
no los ignoraron, sino que tallaron la herramienta alrededor del fó-
sil, al que otorgaron un papel protagonista, obteniéndose así una
pieza de gran belleza (véase la fotografía inferior derecha de la pági-
na contigua). Había nacido el sentido estético deliberado.
La perfección del achelense ha llamado la atención de nume-
rosos autores. Se ha llegado a pensar que no se buscaba tanto la
utilidad de la herramienta como su belleza, en un alarde de capaci-
dad manual y estética del fabricante. Se ha propuesto incluso que
fueron un elemento clave en la selección sexual de los humanos de
aquellos tiempos: el tallador de la herramienta con un mejor acaba-
do sería digno de admiración por el grupo y, probablemente, por los
miembros del sexo contrario; de ahí a poder llevarse la mejor pare-
ja -en belleza, fertilidad y capacidades cognitivas que garantiza-
ran la supervivencia de la descendencia- había solo un paso. Esta
interpretación parece aceptable, pero ha sido puesta en duda. Los
retoques finos y detallados, la simetría perfecta, son sin duda esté-
ticamente atractivos, pero son, sobre todo, útiles. Una herramienta
así cortaba mejor y era más resistente. Si las herramientas olduva-
yenses podían cortar a una profundidad de cinco centímetros, las
de este período podían alcanzar los veinte. La simetría 3D no era
un capricho, sino que incrementaba el número de posibles usos
de la misma herramienta: cortar carne, curtir pieles, buscar raíces,

38 1 Conocernos a nosotros mismos


- Arriba, hacha olduvayense, propia de Hamo habílis; debajo, a la izquierda, bifaz
achelense, propia de Hamo erectus y sus descendientes. Algunos bifaces achelenses,
tallados en torno a un fósil [derecha 1, podrían demostrar una intención estética.

Conocernos a nosotros mismos 1 39


cortar y rebañar huesos, madera ... y todo ello de una manera
precisa. Se suele decir, no sin razón, que el hacha de mano achelen-
se es la navaja suiza de la prehistoria. prototipo de herramienta
achelense es el hacha de mano con forma de lágrima, pero no fue la
umca. repertorio era amplio y fue creciendo con el tiempo; entre
otras, fueron frecuentes las formas ovaladas, redondeadas, triangu-
lares o trapezoidales. Además, el tallador achelense aprovechaba
con frecuencia las lascas que salían de fabricación de un bifaz, a
las que sometía a diversos procesos y retoques.
Se especulado mucho acerca de si la tecnología achelense
exigía la existencia de un lenguaje articulado como el que presen-
tamos los humanos modernos, o menos algo similar, siquiera
mínimo -un protolenguaje-, que permitiera la transmisión del
conocimiento necesario para la fabricación de tan sofisticadas
herramientas. Menos especulativo parece pensar que la técnica ol-
duvayense no necesitaba lenguaje. Recientes experimentos en los
que se intenta enseñar esta técnica sin lenguaje lo demuestran, y
el hecho de que algunos chimpancés sean capaces de conseguir-
lo, también. Pero con el achelense sigue habiendo dudas, que será
necesario despejar manera sistemática. Es probable que, en ge-
neral, no se necesite lenguaje para enseñar a hacer un bifaz, pero
también es probable que durante el largo período de su existencia
el lenguaje fuera evolucionando, incorporándose a su transmisión
cultural, especialmente en cuanto a su perfeccionamiento. Pero, de
momento, esto es pura suposición.
Más seguro es el hecho de que durante el período de pleno apo-
geo de la tecnología achelense se produjo el dominio controlado y
deliberado del fuego. Aparecen indicios aislados de su uso desde
la época de Hamo habilis, unos 1,8 Ma, pero su mayor apogeo
comienza hace unos 800 000 años con H. erectus. El dominio del
fuego supuso un enorme avance en bienestar de esta especie, no
solo porque calentaba durante las noches frías o protegía supues-
tamente del ataque de depredadores en horas nocturnas, sino tam-

40 1 Conocernos a nosotros mismos


>N D o
Un salto cognitivo muy importante durante la evolución humana es el que se
puede apreciar entre la industria olduvayense, que comenzó hace cerca de
3 Ma, y la achelense, cuyos inicios se remontan a hace 1,7 Ma. Este «salto
mental» ha llamado la atención de neurocientíficos como Dietrich Stout,
del Departamento de Antropología del Emory College of Arts and Sciences,
en Atlanta [Georgia], que con técnicas de flujo sanguíneo cerebral han es-
tudiado las áreas implicadas en ambos tipos de tecnología. La tecnología
olduvayense involucraría principalmente áreas de los lóbulos parietal y
frontal implicadas en la coordinación visomotora de la prensión manual.
Esta técnica es relativamente simple y no incluye secuencias motoras je-
rárquicamente organizadas, aunque sí cierta complejidad sensoriomotora
y manipulativa. La técnica achelense, por su parte, involucra más cantidad
de tejido cerebral, ya que además de implicar las mismas áreas que la
olduvayense, incorpora zonas frontales y prefrontales, especialmente del
hemisferio derecho, que participan en la representación abstracta y en la
organización jerárquica de las acciones. El aumento del volumen cerebral
que se dio en Hamo erectus/ergaster respecto a especies anteriores habría
facilitado, sin duda, el desarrollo de esta tecnología.

Hemisferio izquierdo Hemisferio derecho

- Comparación de las áreas cerebrales implicadas en la tecnología olduvayense


[puntos claros! y achelense [puntos claros y oscuros!. Además de involucrar
las mismas áreas que la olduvayense, la tecnología achelense incorpora áreas
relacionadas con procesos cognitivos más abstractos y complejos.

41
bién porque permitió el surgimiento de uno de los grandes inventos
de la humanidad: cocina. Nuestra especie es la única del planeta
que cocina sus alimentos, algo que debemos al período achelense
y que, como veremos más adelante, tiene mucho que ver en lo que
nos hizo humanos.

EN R
Hace unos doscientos mil años, quizá más, apareció un gran avance
en el modo de producir tecnología utilitaria a partir de material
tico que estuvo en auge hasta hace aproximadamente cuarenta mil
años. Se denomina tecnología musteriense, a partir de los hallazgos
realizados en el abrigo rocoso de Le Moustier, en la Dordoña france-
sa, y se conoce también como tecnología de modo 3. Es la típica tec-
nología del neandertal, y cuando se halla en Europa se suele asociar
indefectiblemente con esta especie. No obstante, también la usa-·
ban los primeros Romo sapiens, especialmente en el norte de África
y Oriente Próximo. Durante mucho tiempo, en la mayor parte del
resto del mundo se siguió manteniendo la tradición achelense.
El modo más prototípico de fabricar tecnología musteriense es
mediante la llamada técnica Levallois. A diferencia de las técnicas
olduvayense y achelense, aquí no se parte de un guijarro de tamaño
similar al producto final y al que se le dan toques con otra piedra
u otro material percutor hasta alcanzar la forma final. punto de
partida en esta técnica son núcleos pétreos mucho más grandes,
rocas de mayor tamaño de las que se extraerán varias piezas. Los
primeros pasos consisten en preparar esa gran roca en una de sus
caras, procediendo a dar una forma deliberada que se asemejará al
de un hacha de mano (en el ejemplo más común) por uno de sus
lados (fig. 3). Esto exige golpes y retoques numerosos a lo largo de
superficie y los laterales del lado que se esté abordando. A conti-
nuación, y de un solo golpe certero y conciso, se desprenderá una

42 1 Conocernos a nosotros mismos


pieza de ese núcleo; esa pieza desprendida ya será la herramienta
buscada. ~
u núcleo puede seguir utilizándose para extraer
.. . . ·-~

más piezas. Con este modo trabajar la piedra se controla mucho


mejor el tamaño y forma de la pieza que se quiere extraer que
con las técnicas anteriores. Además, tiene ventaja de que se apro-
vecha mucho más el material, lo que, a su vez, debió permitir una
mayor movilidad en los grupos que lo empleaban, al no tener que
cargar con cantidades tan grandes de materia prima.
La tecnología musteriense supuso un gran avance tecnológico
en la historia de la humanidad, y su aparición pone de manifiesto

Í FIG.3

[f]

[I]

En la técnica Levallois, un núcleo de piedra (1), es retocado en sus bordes (2),


extrayéndose lascas de su superficie (3 y 4). lo que va dando un perfil afilado a la
pieza. Un solo golpe certero (5) desprenderá la herramienta final del núcleo (6).
Las flechas negras indican los lugares donde se golpea.

Conocernos a nosotros mismos 1 43


la presencia de notables avances cognitivos en las especies que la
aplicaban. Visualizar el resultado final en la técnica achelense era
un proceso que implicaba pocos pasos mentales, ya que una vez es-
cogida una piedra del tamaño y forma adecuados, el producto final
se conseguía a base de ir reduciendo el núcleo. En la técnica Leva-
llois, lo que el tallador debe tener en su mente a la hora de elegir
un gran núcleo son varias piezas a la vez, el número y los distintos
tamaños de las mismas, el mejor reparto y ubicación de estas a par-
tir del núcleo. Esto exige un gran esfuerzo mental, una capacidad
de memoria operativa de gran amplitud y versatilidad. Realmente,
estamos entrando ya en la recta final.
De hecho, el último trayecto de la tecnología prehistórica viene
ya de nuestra mano, la de Hamo sapiens. Durante varias decenas
de miles de años, nuestra especie no se distinguió notablemente
de los neandertales a este respecto. Pero hace unos cincuenta mil
años comenzó a manifestar una gran variabilidad en las formas,
los materiales y los usos de la tecnología que producía. Además
de la piedra, materiales como las astas, los huesos, la madera, el
marfil o las conchas de moluscos pasaron a ser no ya utensilios con
los que trabajar la piedra o la madera, sino objetos trabajados en
sí mismos. Además, muchos de ellos mostraban ornamentación, y
algunos manifiestan la existencia de una vida, en general, más rica
y compleja. Empezaron a aparecer obras de arte en las paredes de
las cuevas y abrigos rocosos, pequeñas esculturas de piedra, hue-
so o marfil y los primeros instrumentos musicales, flautas hechas
de hueso de ave. Pendientes, brazaletes y otros objetos de adorno
personal también eran frecuentes. No es que los neandertales ca-
recieran de muchos de estos avances tecnológicos y mentales -o
sociales- pero los presentaban con muchísima menor frecuencia.
En algunos casos, aunque no en todos, se podría pensar que esta-
ban imitando a H. sapiens. Aparecieron también mejoras en las téc-
nicas de caza, corno demuestra la existencia de puntas de venablo
(una especie de jabalina o lanza corta), los famosos bastones perfo-

44 1 Conocernos a nosotros mismos


rados o bastones de mando, que posiblemente sirvieran para ende-
rezar la madera de los venablos, o los propulsores, que permitían
cazar a gran distancia, sin los peligros
de acercarse a la presa. El futuro del
En la industria lítica, además de hombre depende
piezas más pequeñas para sujetar a inexorablemente de
una vara y obtener un venablo, me- las interacciones
diante la reducción de grandes núcleos entre las fuerzas
se obtenían largos y afilados cuchillos, sociales y las
de gran eficacia en multitud de tareas bio[ógicas.
cotidianas. Con nuestra especie esta- THEODOSIUS DoBZHANSKY

mos ya en el modo 4, y entrarnos en un


período que va evolucionando rápidamente. En Europa pasamos
por varias etapas que se definen por sutiles diferencias en sus téc-
nicas y productos artísticos y ornamentales. La última culmina-
ría hace unos doce años, coincidiendo aproximadamente con
el final del Pleistoceno, el final del Paleolítico y el comienzo del
Neolítico. No deja de ser interesante que los primeros tiempos de
Hamo habilis coincidieran, poco más o menos, con el comienzo del
Pleistoceno, y que el final de este coincidiera con el del Paleolítico
o «edad de piedra antigua». Este largo período, sin duda, ha sido el
gran moldeador de la especie humana.
Aunque la evolución es algo gradual y no termina nunca, el ni-
vel de desarrollo alcanzado por el cerebro de nuestra especie ya no
sufriría mayores cambios desde su aparición, hace unos doscientos
mil años. Anatómica y funcionalmente el cerebro de entonces y el de
ahora son básicamente iguales.
La mayoría de los avances tecnológicos ocurridos desde entonces
son más que probablemente el fruto del desarrollo cultural de una
misma especie. La mejora en las técnicas de caza -el uso de arpo-
nes, el arco, las trampas-, la invención de la agricultura y la ganade-
ría -que surgieron de manera independiente en varios lugares del
mundo-, las edades de los metales, la Edad Antigua, la Edad Me-

Conocernos a nosotros mismos 1 45


y la Edad Contemporánea no son sino una secuencia frenética
de avances producidos por un cerebro que ya alcanzó su madurez
evolutiva hace decenas de miles de años.
La evolución humana no ha terminado, ni biológica cultural-
mente. Los avances tecnológicos que ha alcanzado Hamo sapiens no
~·~··~ .. parangón en el reino animal. Hemos sido capaces de
seres humanos a la Luna y no tardaremos en hacerlo a Marte; tene-
mos sondas espaciales que han abandonado el sistema solar y que
siguen su camino a velocidades de vértigo. Los avances científicos
de los últimos siglos han aportado un conocimiento increíble y sin
precedentes sobre todas las ramas del saber: geología, química, físi-
ca, genética, psicología... Hemos conseguido mucho en todos estos
campos, ahora poseemos conocimientos extraordinarios sobre el
origen del universo, de Tierra y de nosotros mismos. lo que es
más valioso e importante, tenemos la capacidad, por primera vez en
la historia natural de este planeta, de decidir sobre nuestro futuro
como especie. Somos capaces manipular nuestros propios genes,
sabemos cosas sobre nuestra mente y nuestro cerebro que antes ni
tan siquiera sospechábamos.
Darwin pensaba que somos una especie que se ha hecho a sí mis-
ma, que se ha autodomesticado, y probablemente no le faltaba razón.
Si hemos sido capaces de llegar tan lejos con conocimientos muchas
veces intuitivos y poco deliberados, ¿hasta dónde podríamos llegar
con los conocimientos que estamos alcanzando? Para tomar decisio-
nes informadas a este respecto, aún debemos seguir ahondando en
conocernos a nosotros mismos, y eso incluye saber de dónde veni-
mos. Cada vez estamos más cerca de tener una respuesta '-'-'"''·uu.~i

46 1 Conocernos a nosotros mismos


ESCULPIENDO
NUESTRO CEREBRO

Uno de los aspectos más llamativos de


nuestro cerebro es que es tremendamente
grande con relación al tamaño del cuerpo.
Es el resultado de un largo camino que se
inició hace millones de años. Pero ¿es el
tamaño del cerebro lo único importante para
explicar la mente humana? En el proceso
de encefalización, el cerebro también ha ido
cambiando su forma.
sistema nervioso de los animales puede presentar las más va-
formas y estructuras. Los hay con forma de retícula, corno
el de la hidra, con forma de anillo con cinco nervios, corno en las
estrellas de mar, o con una disposición que recuerda a las vías del fe-
rrocarril, como en el caso de las planarias, gusanos planos que viven
en el medio acuático. Los pulpos poseen un sistema nervioso muy
complejo, compuesto numerosos ganglios, y con más neuronas
distribuidas a lo largo de sus ocho tentáculos que en el propio cere-
bro. Todos estos sistemas nerviosos pertenecen a animales inverte-
brados, en los que la variabilidad es muy grande. Cuando nos centra-
mos en el grupo de los vertebrados, la variabilidad es mucho menor
y su fisonomía se ciñe a un patrón general: el sistema nervioso posee
un largo cordón, muestra simetría bilateral y posee varios niveles o
segmentos, organizados jerárquicamente, entre otras característi-
cas. En las especies con las que tenemos un mayor parentesco evolu-
tivo, los parecidos son aún mayores: las mismas partes y elementos
del sistema nervioso y su disposición se van a encontrar en todos los
mamíferos; solo notaremos una gran diferencia en los tamaños rela-

Esculpiendo nuestro cerebro i 49


tivos de las distintas piezas, reflejo en la mayoría de los casos del tipo
de vida y las habilidades particulares de cada especie.
Nuestro sistema nervioso, sus nervios y células, se distribuyen
por todo el cuerpo, pero la parte que más nos interesa se encuentra
en el sistema nervioso central, compuesto del cerebro y la médula
espinal, contenidos en las estructuras óseas del cráneo y la colum-
na vertebral, respectivamente. El nuestro es un sistema nervioso
de primate. En este grupo de mamíferos, una parte muy volumino-
sa del mismo corresponde al cerebro, que es la parte en la que nos
vamos a centrar principalmente.
La parte más externa del cerebro está formada por una fina capa
de unos 3 mm de espesor que se conoce como corteza cerebral. Esta
es, digamos, la «parte pensante» del cerebro, y la extensión de su
superficie en el ser humano es muy notable, del orden de tres veces
más que la del chimpancé. La corteza cerebral -y la materia que
se localiza debajo de ella- se divide principalmente en cuatro ló-
bulos: frontal, parietal, temporal y occipital (fig. 1). Mientras que el
lóbulo frontal se encarga principalmente de la planificación y eje-
cución de acciones, los demás son principalmente perceptivos. El
parietal es somatosensorial, el occipital es visual y el temporal es
auditivo y, en su parte inferior, visual. Un aspecto muy llamativo de
nuestro cerebro, de la corteza cerebral concretamente, es que pre-
senta una serie de surcos o cisuras, hendiduras que le dan un aspec-
to arrugado. Este hecho podría deberse a la necesidad de albergar
una mayor superficie en un espacio limitado. A los salientes, lo que
se observa entre surco y surco, se los conoce como giros o circunvo-
luciones. Tanto los giros como los surcos serán de gran importancia
en el estudio de la evolución del cerebro. En la parte inferior y pos-
terior del cerebro se encuentra el cerebelo, una especie de «peque-
ño cerebro» (de ahí su nombre, en latín), dedicado especialmente a
labores de coordinación motora.
Una de las más clásicas y a la vez productivas formas de estu-
diar la evolución del cerebro humano se ha derivado del análisis de

50 1 Esculpiendo nuestro cerebro


1 FIG.1
LÓBULO FRONTAL Surco central o de Rolando
LÓBULO PARIETAL

' Surco lateral


o cisura de
Silvio

LÓBULO TEMPORAL

Surco central Surco intraparietal

Vista lateral [hemisferio izquierdo) y superior del cerebro, mostrando los


principales lóbulos y algunos surcos de interés.

los moldes endocraneales, del interior de los cráneos, de especies


extintas de nuestro género y de otros homininos y homínidos. El
cerebro es un tejido muy blando y, por tanto, no fosiliza. En algunos
casos aislados el molde se ha producido de manera natural. Uno de
los más conocidos es el del Niño de Taung, un cráneo infantil de
Australopithecus africanus de 2,5 Ma de antigüedad encontrado en
Sudáfrica y en el que la acumulación de sedimentos en su interior
permitió la fosilización de su molde endocraneal. En la inmensa
mayoría de las ocasiones, sin embargo, estos moldes deben ser fa-
bricados por los científicos, algo que en no pocas ocasiones resulta
problemático, dado lo fragmentarios y escasos que suelen ser los

Esculpiendo nuestro cerebro 1 51


>C EB H H su NC
Frente a la gran variabilidad de formas y modos de organización de los
cerebros de los invertebrados, los de los vertebrados presentan muchos
rasgos comunes, consecuencia de su origen común. Las principales dife-
rencias entre ellos son consecuencia del devenir de cada clase animal, y
vienen condicionadas por el principal modo de vida de cada especie. Por

Bulbo olfatorio

Corteza cerebral

Aunque la mayoría de los primates


se caracterizan por tener una ex-
tensa corteza cerebral, el humano
triplica la extensión de esta res-
pecto a su pariente más cercano,
el chimpancé.

52
ejemplo, cuando el sistema olfativo es determinante para una especie, las
partes del cerebro dedicadas a este sentido tendrán un tamaño relativa-
mente mayor. Cuando en la vida de una especie se producen muchas situa-
ciones imprevistas, se necesitará mayor flexibilidad en el comportamiento
y, por lo tanto, una mayor corteza cerebral.

El butbo olfatorio que envía


información a las partes más
primitivas del cerebro, ha per-
dido protagonismo a lo largo
de la historia evolutiva frente
al desarrollo de la corteza.

Mamífero primate

53
fósiles de algunas especies. Las nuevas tecnologías, no obstante,
están haciendo esta tarea más fácil.

LAS SE ILLAS DEL N IMIE

Sin necesidad de realizar un molde interior del cráneo, ya se


pueden extraer datos relevantes acerca de algo de extraordinaria
importancia para la evolución de nuestro cerebro: su volumen. Es-
timando el volumen del interior del cráneo vacío, se puede tener
una idea bastante buena del volumen del cerebro que un día alber-
gó. Ya que entre el cerebro y cráneo solamente se encontraba la
fina capa de las meninges y algunas ramificaciones del sistema vas-
cular, el volumen del interior del cráneo es aproximadamente un
10 % mayor que el del cerebro; como aproximación es ideal, espe-
cialmente para especies extintas, donde no tenemos otra manera
de calcular el volumen de un cerebro que ya no existe.
El volumen cerebral a partir del interior del cráneo se empezó
a estimar desde las primeras décadas del siglo xx, mucho antes
de la fabricación de los primeros moldes endocraneales. méto-
do era sencillo: bastaba con introducir semillas en el interior del
cráneo, normalmente a través delforamen magnum, la abertura
inferior que conecta el cráneo con la columna vertebral, y com-
probar cuántas cabían. Cuantas más semillas, obviamente, ma-
yor volumen craneal y, por tanto, cerebral. Así se estudiaron in-
finidad de fósiles y especies actualmente vivas, y se compararon
sus volúmenes cerebrales manera .~ ... ~ •• ~ Obviamente,
las estimaciones en la actualidad son mucho más precisas, pues
se emplean algoritmos computacionales a partir de imágenes
obtenidas mediante escáneres de los cráneos. Las cifras que se
barajan actualmente sobre la capacidad craneal en centímetros
cúbicos (ce) para las distintas especies que nos interesan aquí se
resumen en la tabla siguiente.

54 1 Esculpiendo nuestro cerebro


Especie Capacidad craneal

Chimpancé (Pan troglodytesl 350 ce

Australopithecus africanus 300-500 ce

Hamo habilis 600 ce

Hamo ergaster 800 ce

Hamo erectus 1 000 ce

Hamo heidelbergensis 1 200 ce

Hamo neanderthalensis/sapiens 1 400-1 500 ce

Podemos ver claramente un progreso en volumen cerebral,


que ya quedó manifiesto desde que este se medía con semillas. Es
el fenómeno conocido como proceso de encefalización. Este dato no
pasó desapercibido, y bajo premisa de que el ser humano había
alcanzado grandes cotas en sus capacidades intelectuales de ma-
nera gradual, en el curso de la evolución, parecía muy evidente que
ese aumento volumen cerebral que ver directamente con
nuestros logros cognitivos. Pero, aunque el volumen cerebral en sí
parecía ser -y aún lo parece, corno veremos- un factor clave, el
dato enseguida hubo de matizarse, ya que otras especies cuentan
con un cerebro mucho mayor pero no necesariamente con capa-
cidades cognitivas superiores a las nuestras. Basten como ejemplo
los cachalotes, con unos 8 000 ce, o los elefantes, con 5 000 ce, dos
especies destacan voluminoso de sus cuerpos. re-
sultó evidente que había que considerar el volumen relativo ce-
rebro, es decir, la relación entre el volumen cerebral y el volumen
corporal. Se observa, efectivamente, que, en general, en mundo
animal, volúmenes cerebrales relativos mayores suelen darse en
especies con un comportamiento más complejo, con capacidades
intelectuales mayores. Estas observaciones dieron lugar a pro-

Esculpiendo nuestro cerebro 1 55


puesta del neurocientífico estadounidense Harry J. Jerison en 1973
de calcular el llamado cociente de encefalización, resultado de rela-
cionar el volumen cerebral de una especie con el que cabría esperar
para una especie de su mismo volumen corporal. A esta propuesta
subyace una asunción: para controlar un cuerpo de un volumen
dado se necesita un cerebro o un número de neuronas mínimo con-
creto. De ahí que cuerpos más grandes tiendan a mostrar cerebros
más grandes simplemente por esta relación, y lo contrario sucede
para los pequeños. A partir de ahí, cualquier especie que muestre
más tejido neural del necesario, o tejido extra, normalmente mos-
trará también un comportamiento más complejo. Una especie que
muestre el volumen cerebral esperado para su volumen corporal
tiene un cociente de encefalización de 1. perro, por ejemplo,
está en torno a 1,1. Una especie tan inteligente como chimpancé
tendrá entre un 2 y un 3; el delfín está en torno a mientras que
nuestra especie alcanza entre 6 y 8. El neandertal que, como vimos,
tenía un volumen cerebral muy similar al nuestro, poseía un cuer-
po de mayor envergadura, por lo que su cociente de encefalización
sería ligeramente inferior al nuestro.
El volumen cerebral parece dar muchas pistas para estimar las
capacidades cognitivas de una especie extinta. En los primates,
la extensión de la corteza cerebral -que se puede deducir vo-
lumen cerebral total- se relaciona con el número de individuos
que componen el grupo natural de una especie. Así, por ejemplo,
el chimpancé suele convivir en grupos de no más de cincuenta in-
dividuos, mientras que a nosotros, con una corteza cerebral más
de tres veces mayor, nos correspondería un de ciento cin-
cuenta o más miembros. Efectivamente, muchos grupos de caza-
dores-recolectores actuales parece que se mueven en torno a esa
cifra. El psicólogo evolucionista británico Robin Dunbar utiliza
estos datos para estimar el tamaño de los grupos de especies ex-
tintas de nuestro linaje: unos sesenta para los australopitecos; en-
tre sesenta y setenta para Horno habilis; entre ochenta y cien para

56 1 Esculpiendo nuestro cerebro


H. ergastery H. erectus; unos ciento veinte para H. heidelbergensis
y ciento cincuenta para neandertales y H. sapiens. Dunbar va más
allá y defiende que el tamaño de la corteza cerebral también nos
permitiría predecir los niveles de intencionalidad de una especie,
la capacidad de ser consciente de los pensamientos propios y aje-
nos; es lo que algunos autores llaman teoría de la mente. Saber
que uno mismo tiene una creencia sobre algo es un nivel de in-
tencionalidad 1, y lo poseen la mayoría de los primates y algunos
mamíferos, como elefantes y delfines. Los grnndes simios, como
los chimpancés, y los australopitecos podrían alcanzar el nivel 2:
saber que el otro sabe algo. Un nivel 3 correspondería a afirmacio-
nes del tipo «yo creo que tú piensas que él quiere ... » y ya estaría
presente en Homo erectus. Por su parte, Homo heidelbergensis y
Hamo neanderthalensis es probable que alcanzaran el nivel 4 («yo
creo que tú piensas que él quiere que ella crea... »), mientras que
solo nuestra especie habría alcanzado el nivel 5 ( «yo creo que tú
piensas que él quiere que ella crea que ellos pretenden huir»).

TRAS LAS HUELLAS DE CEREBROS EXTINGUIDOS

En la década de 1970 se empezó a extraer de manera sistemática


otro tipo de información de los cráneos huecos de nuestros antepa-
sados. Información que iba más allá de su volumen, y que ha resul-
tado ser de enorme valor para el estudio de la evolución de nuestro
cerebro. Principalmente de la mano del antropólogo estadouniden-
se Ralph Holloway, se empezaron a realizar moldes endocraneales
de silicona, una ingeniosa manera de acceder al interior de los fó-
siles sin dañarlos. La silicona entraba en forma semilíquida al inte-
rior del cráneo y se adhería a las paredes del mismo; al solidificar-
se, podía extraerse por el foramen magnum con facilidad, dada su
gran flexibilidad, obteniéndose así una copia fidedigna de la forma
del cerebro que una vez contuvo y también algunas de sus cisuras y

Esculpiendo nuestro cerebro 1 57


vasos sanguíneos. Hasta entonces, el único endocráneo entero dis-
ponible era el del Niño de Taung. Su estudio había comenzado a
proporcionar datos de interés sobre algo tan importante como una
posible reorganización cerebral. Que el cerebro había aumentado
su tamaño a lo largo de la evolución quedaba claro, pero ¿la encefa-
lización consistía únicamente en un mero aumento de volumen, o
también había cambiado la organización interna del cerebro? Esta
era, y aún es, una pregunta trascendental.
Los primeros estudios de un endocráneo fueron realizados en
la década de 1920 por el antropólogo y anatomista australiano
Raymond Dart, quien examinó el endocráneo natural del Niño de
Taung. Los estudios de Dart habían mostrado una posible reorga-
nización en el cerebro de los australopitecos en relación con el de
otros primates. Dart había observado que el surco lunado se situa-
ba en una posición más inferior que en otros primates. Se trata de
un pequeño surco que en primates señala el límite entre las áreas
17 y 18 del mapa de Brodmann, el mapa de la corteza cerebral hu-
mana más utilizado hasta la fecha, que divide la corteza cerebral
en 52 áreas, en función de sus características observadas al micros-
copio (fig. 2). Este descenso de la posición del surco lunado impli-
caría una reorganización cerebral importante, ya que significaría
que en los australopitecos la corteza asociativa, que relaciona e in-
tegra la información de diferentes regiones cerebrales, con la que
abstraemos y entendemos lo más esencial del mundo, ya habría
aumentado su tamaño relativo en relación con áreas primarias, de
procesamiento básico y poco elaborado de la información. En con-
secuencia, esto indicaría una mejora sustancial en sus capacida-
des cognitivas respecto a otros primates. Si comparamos la corteza
asociativa de otro mamífero, como la rata, con la nuestra, veremos
una diferencia colosal en su extensión relativa respecto a las áreas
primarias, que subyace a las diferencias cognitivas entre la rata y
el humano. Entre primates humanos y no humanos, la diferencia
no es tan grande, obviamente, aunque sí de suficiente envergadura

58 1 Esculpiendo nuestro cerebro


1 FtG. 2
Lóbulo parietal

Lóbulo occipital
Lóbulo temporal

Lóbulo parietal Lóbulo frontal

Lóbulo occipital
lóbulo temporal

Mapa de Brodmann. Arriba, vista lateral del hemisferio izquierdo; debajo, vista
sagital (corte entre los dos hemisferios). Las áreas 4 y 6 son motoras; las áreas 1,
2 y 3 son somatosensoriales, las áreas 17 y 18 son visuales y las áreas 41 y 42 son
auditivas. El resto es corteza asociativa, mostrando mayor grado de abstracción e
integración cuanto más nos alejemos de las áreas antes citadas.

Esculpiendo nuestro cerebro 1 59


como para explicar las diferencias mentales entre, por ejemplo, un
chimpancé y un humano.
Cuando, décadas más tarde, el estudio del surco lunado en aus-
tralopitecos fue retomado por otros autores como Holloway, o la
también antropóloga estadounidense Dean Falk, se inició una po-
lémica que aún no ha sido resuelta. Mientras que Holloway defen-
día las tesis de Dart, dando por hecho que en los australopitecos ya
se había producido una reorganización cerebral importante, Falk
consideraba que el surco lunado no era la pequeña hendidura seña-
lada por Dart y Holloway en el endocráneo del Niño de Taung, sino
otra situada en posición más superior. Esto negaría la supuesta re-
organización del cerebro australopiteco. Ni tan siquiera el estudio
de otros moldes endocraneales de este género extinto, esta vez no
naturales, vino a clarificar la situación. Los moldes, sean naturales,
de silicona o incluso los obtenidos actualmente mediante técnicas
digitales de alta resolución, tienen un pequeño problema: no son
la huella directa del cerebro, sino de las meninges -concretamen-
te de la denominada duramadre, la más externa- que en su día
recubrieron el cerebro. Esto quiere decir que lo que podemos ver
en un molde endocraneal nos permite aproximarnos a los surcos y
otros aspectos de la fisionomía del cerebro, sí, pero de manera muy
limitada, pues la huella que estos dejan en el interior del cráneo es
generalmente confusa y no está exenta de ambigüedad.
Afortunadamente, otros hallazgos han sido menos polémicos.
Uno de ellos, de capital importancia, se refiere al área de Broca,
una región de la corteza cerebral del hemisferio izquierdo funda-
mental para el lenguaje humano. Corresponde aproximadamente
a las áreas 44 y 45 del mapa de Brodmann, y en los endocráneos se
puede identificar, tentativamente, localizando las ramas horizon-
tal y ascendente del surco lateral, también conocido como cisura
de Silvia, que se pueden ver en la figura 1, entre otros factores. Ya
Holloway identificó hace décadas que esta estructura mostraba
una especie de abultamiento y reconfiguración desde los primeros

60 1 Esculpiendo nuestro cerebro


tiempos del género Hamo, tanto en H. habilis como en su coetáneo
H. rudolfensis. Este cambio ocurriría en el lado izquierdo, pero no
en el derecho, ya que el área de Broca está muy lateralizada a este
hemisferio cerebral, notándose por
tanto una clara asimetría entre ambos Hablamos con
hemisferios, que se observa tanto en nuestros cerebros,
estas especies corno en H. erectus y es- no con nuestras
pecies posteriores. A medida que se ha lenguas. La
ido disponiendo de un mayor número diferencia es
de fósiles y que las técnicas modernas fundamental.
de imagen digital han permitido refi- PHILIP TüBIAS

nar los estudios de esta parte del inte-


rior de los cráneos, parece ser que este tipo de patrón cerebral se ha
podido encontrar también en algunas especies de australopitecos,
si bien no de forma tan consistente corno en el género Romo y mos-
trando un patrón intermedio entre la fisonomía del chimpancé y
del humano.
Precisamente las asimetrías del cerebro humano parecen haber
tenido una gran importancia en la evolución de nuestra mente y
nuestras habilidades cognitivas. Si, en lugar de repartirse las mismas
funciones mentales entre ambos hemisferios, cada hemisferio se
especializa en determinadas funciones, un cerebro grande como el
nuestro obtendrá grandes ventajas. Básicamente, el tiempo necesa-
rio para que la información se transmita de un lugar a otro dentro de
la compleja red de neuronas que constituyen un mismo sistema cog-
nitivo será más breve si todo transcurre en un mismo hemisferio que
si se necesita intercambiar información entre ambos. Las distancias
serán más cortas y el balance final será el de una mayor eficiencia.
El caso del lenguaje, corno veíamos al hablar del área de Broca, es un
ejemplo paradigmático de lateralización de funciones en el cerebro
humano, pues tanto dicha área corno otras de crucial importancia
para nuestro lenguaje se encuentran sistemáticamente en el hemis-
ferio izquierdo. Otro excelente ejemplo es la existencia de una mano

Esculpiendo nuestro cerebro 1 61


dominante en la inmensa mayoría de las personas, una mano que
es muchísimo más hábil que la otra en su coordinación motora y,
sobre todo, en su precisión de movimientos. Esa mano es la derecha
en una considerable mayoría de los miembros de nuestra especie.
Esta lateralización de funciones tan marcada no la encontramos en
otras especies cercanas a la nuestra. En primates, y especialmente
en grandes simios, podemos observar que hay diestros y zurdos,
pero la proporción de diestros frente a zurdos no es ni mucho menos
tan grande como en nuestra especie.
¿Cuándo se produjo esta preferencia por el hemisferio izquier-
do -que gobierna la mano derecha- a lo largo de la evolución?
Una evidencia son las marcas dejadas en los incisivos por las he-
rramientas líticas durante la ingesta de alimentos. Nuestros ances-
tros cortaban la carne colocando un trozo grande entre los dientes
y seccionando con una lasca u otro utensilio la parte sobrante, que
no podían ingerir. Esto deja unas huellas muy características en los
incisivos, generalmente oblicuas, y es precisamente la dirección de
esa trayectoria la que nos indica si se cortó con la mano derecha o
con la izquierda. Los datos indican que la tendencia a ser diestros
ya existía en Hamo habilis. En paralelo, los moldes endocraneales
son también muy claros al respecto. El cerebro humano presenta un
patrón único, según el cual el lóbulo frontal derecho sobresale más
que el izquierdo, mientras que el occipital izquierdo sobresale más
que el derecho. A simple vista, da la sensación de que ambos hemis-
ferios se han desplazado uno con respecto al otro, como si el hemis-
ferio derecho se hubiera llevado hacia delante y/o el izquierdo hacia
atrás (fig. 3). A esta disposición se la conoce como torque del cerebro
humano, y a los salientes (frontal y occipital) se les denomina pe-
talia. Ni chimpancés ni australopitecos presentan esta disposición,
aunque algunos gorilas sí parecen mostrar una petalia occipital. Por
otra parte, no todos los humanos muestran el torque cerebral, pero sí
la inmensa mayoría. Estudiando los endocráneos se encuentra que
mientras que los australopitecos carecían de este, empezó a ser fre-

62 1 Esculpiendo nuestro cerebro


Í FlG.3
Anterior
Petalia frontal - - ~

1\
~r
Hemisferio 'y Hemisferio
derecho izquierdo

~" )
'-

' ~ - - - Petalia occipital


Posterior

Vista basal [desde abajo! del cerebro humano mostrando el torque: el lóbulo
frontal derecho se proyecta hacia delante [petalia frontal) y el occipital izquierdo,
hacia atrás [petalia occipital).

cuente en Romo habilis y Romo rudolfensis, y mucho más sistemá-


ticamente en R. erectus y especies posteriores. No se sabe a ciencia
cierta qué refleja esta disposición. Por un lado, la petalia occipital
(izquierda) se ha querido relacionar con la expansión de áreas del
lenguaje del hemisferio izquierdo. Por otro, el lóbulo frontal derecho
está implicado en diversas funciones cognitivas como la organiza-
ción del espacio, pero también en aspectos importantes de la socia-
lización; de hecho, es la última área del cerebro en madurar, y no lo
hace hasta los veintiún años de edad, aproximadamente. Ninguna
de estas posibles relaciones se ha demostrado aún empíricamente.
Sin embargo, el hecho de que, en el transcurso de la evolución, su

Esculpiendo nuestro cerebro 1 63


aparición coincida con presencia, constatada arqueológicamente,
de una preferencia sistemática por mano derecha, sí nos permite
pensar en una reconfiguración importante del cerebro humano hace
dos millones de años. Una reconfiguración posiblemente unida al
lenguaje y a otros importantes avances cognitivos, aunque aquí en-
tramos en un terreno más especulativo.

NU EM UNA VIEJA CIENCIA

Salvo el torque, los demás datos extraídos de los moldes endocra-


neales no han estado exentos de polémicas. Aunque la más conflic-
tiva de ellas ha sido la referida al surco lunado de los australopite-
cos, los datos referidos a la asimetría y reconfiguración del área de
Broca también han sido controvertidos. Mucha de la información
que aportaba un molde endocraneal hecho de látex o cualquier
otro material tenía la gran limitación de que se obtenía mediante
la observación visual pura y dura, e incluso mediante el tacto. Esto
abre las puertas a una gran subjetividad por parte del investigador
y a la ausencia, en la mayoría de los casos, de datos numéricos que
permitieran cuantificaciones y comparaciones precisas. A finales
de la década de 1970, Holloway comenzó a aplicar un estéreo plotter
que de alguna manera mejoraba la situación. Este aparato permitía
medir la superficie del endocráneo en sucesivos puntos separados
entre sí y calcular la distancia entre estos y un punto central. Era
una forma rudimentaria de empezar a aportar datos cuantitativos
y relativamente replicables para la paleoneurolog(a, que es como se
ha denominado a la ciencia que estudia los moldes endocraneales
de homininos extintos.
La paleoneurología conoció un cambio absolutamente radical
cuando, en los últimos años del siglo xx, se empezó a utilizar la
tecnología médica y el uso digital de los datos así extraídos para es-
tudiar los cráneos fósiles de nuestros antepasados. Estos empeza-

64 1 Esculpiendo nuestro cerebro


ron a pasar, como si de pacientes se tratara, por los escáneres TAC
(siglas de tomografía axial computarizada, una técnica que permite
obtener mediante rayos X imágenes de cortes de un órgano u obje-
to) ubicados en hospitales. Con el tiempo, los laboratorios de pa-
leoneurología se hicieron con sus propios escáneres y han ido in-
corporando las diversas novedades y avances en esta técnica, como
la microtomografía de alta resolución, similar a la TAC pero que
utiliza un haz de rayos X mucho más fino, lo que permite obtener
imágenes de elementos muy pequeños con una gran definición.
Ahora no se hacen moldes de silicona, el tratamiento digital de una
imagen escaneada del cráneo de un hominino permite la recons-
trucción digital en 3D del interior del mismo con todo lujo de deta-
lles. Ya no se trabaja con las manos, al menos no exclusivamente,
pues se imprimen estos moldes mediante impresoras 3D de gran
resolución que permiten «extraer» el interior de un cráneo fósil me-
diante la magia de la tecnología digital. El tratamiento digitalizado
de la información que antes se obtenía mediante moldes de látex
está permitiendo, además, el uso de potentes programas de análisis
y tratamiento de datos de la imagen 3D de un endocráneo que, una
vez, hace cientos de miles o millones de años, albergó un cerebro
vivo. Las ventajas están siendo sorprendentes.
Para empezar, con este nuevo método de análisis es ahora muy
fácil recomponer cráneos incompletos, llenar virtualmente los va-
cíos que el tiempo ha dejado en un fósil, y obtener así un molde
endocraneal completo. Recordemos que gran parte del material
utilizado en esta ciencia es incompleto o está muy fragmentado.
El volumen, total o parcial, las distancias entre diversos puntos
de interés o las asimetrías pueden ahora calcularse con precisión
milimétrica. También es posible «deformar» los endocráneos para
corregir posibles errores debidos a una mala conservación (por
ejemplo, un cráneo aplastado), o agrandarlos y reducirlos a volun-
tad para superponerlos a los de distintas especies con tamaños ab-
solutos diferentes, permitiendo así apreciar posibles diferencias en

Esculpiendo nuestro cerebro 1 65


forma. A este respecto, un notable avance en el tratamiento es-
tadístico y matemático de las imágenes 3D de endocráneos fósiles
es el uso de las técnicas de morfometria geométrica, que permiten
analizar con exactitud su forma con independencia absoluta del
volumen, y realizar comparaciones entre distintas especies. La in-
formación que proporciona la morfometría es, por tanto, muy útil
para detectar posibles reconfiguraciones o cambios en determina-
das estructuras cerebrales, así como aumentos de tamaño relativos
en unas zonas cerebrales en relación con otras.
También se da la circunstancia afortunada de que en las últimas
décadas el número y calidad de los fósiles disponibles han ido
creciendo significativamente. A medida que se han aumentado los
fondos para la realización de excavaciones en numerosos lugares
del mundo, tanto en África como en Europa y Asia, han surgido
no solo nuevas especies que han ido completando nuestro árbol
genealógico, sino también nuevos ejemplares de las ya conocidas.
Valga de ejemplo la especie Homo heidelbergensis, de la que antes
de los descubrimientos de la Sima de los Huesos, en la Sierra de
Atapuerca, en Burgos (España), el número de hallazgos, muy frag-
mentados y parciales, se podía contar con los dedos de las manos.
Desde finales de la década de 1980 y principios de la de 1990 han
aparecido en este yacimiento al menos diecisiete cráneos, algunos
de ellos muy completos, y restos de más de treinta individuos.
Con este nuevo panorama dentro de la paleoneurología, se han
ido confirmando, precisando, matizando y ampliando muchos de
los descubrimientos y observaciones realizados en las décadas ante-
riores por los pioneros de esta disciplina científica. Así, parece con-
firmada esa asimetría y posible reconfiguración del área de Broca en
todos los ejemplares del género Hamo analizados, y de hecho ha sido
gracias a las nuevas tecnologías que se ha podido constatar que los
australopitecos pueden ser admitidos en el club de los homininos
con peculiaridades en esta estructura de capital importancia para el
lenguaje. El dilema sobre el surco lunado, no obstante, aún está espe-

66 1 Esculpiendo nuestro cerebro


> D

Actualmente, la paleoneurología trabaja escaneando los fósiles con téc-


nicas de imagen de alta resolución, como la microtomografía mediante
sincrotrón de rayos X con contraste de fase, o la microtomografía de neu-
trones. Es posible así obtener moldes endocraneales digitales 30 y de alta
definición con los que se puede trabajar sin tocar el fósil. Las posibilidades
que ha abierto esta aproximación son múltiples. Por ejemplo, los endocrá-
neos de distintas especies pueden aumentarse o reducirse hasta conseguir
darles un volumen similar y así poder superponerlos y compararlos en
relación con otros parámetros de gran interés, como la forma. Las com-
paraciones se realizan mediante algoritmos matemáticos, evitando así po-
sibles errores humanos o interpretaciones subjetivas. No obstante, esta
disciplina está aún en desarrollo, y se necesitan protocolos de análisis que
sean fiables y que permitan realizar medidas similares entre laboratorios
e identificar las mismas estructuras en distintas muestras, sin que esto
dependa de la pericia del investigador. Se persigue, por tanto, que el pro-
ceso de análisis pueda ser automatizado. Otra de las grandes ventajas de
esta nueva forma de obtener moldes endocraneales respecto a los tradi-
cionales moldes de silicona es la posibilidad de compartirlos con multitud
de laboratorios de todo el mundo, sin coste alguno, de manera inmediata y
sin perder resolución en el copiado.

- Moldes endocraneales digitales, algunos dentro de su cráneo semitransparente,


de las especies: (Al Hamo sapiens (humano actuall, (B) Pan troglodytes (chimpancél,
(C) y (D) Australopithecus africanus.

67
rando a ser abordado con estas tecnologías. problema es que este
se puede observar relativamente en los moldes endocraneales
de primates no humanos, pero en los de humanos es prácticamente
imposible de encontrar.
Un dato interesante que se podido obtener en los últimos años
se refiere al lóbulo frontal de los homininos. Mencionar que el lóbu-
lo frontal es «lo que nos hace humanos» es un clásico que figura en
numerosos manuales, principalmente debido a que muchas sus
funciones implican elevados niveles de complejidad cognitiva.
Entre otras, funciones ejecutivas, es decir, de control del com-
portamiento, supervisión del mismo, selección de respuestas y
toma de decisiones, inhibición y corrección de errores, y un largo
etcétera. El área de Broca pertenece a este lóbulo presumible
importancia para nuestra cognición. Teniendo en cuenta estas
cunstancias, se han intentado encontrar peculiaridades en él, por
ejemplo, en su forma o en su tamaño. Sin embargo, si bien es cier-
to que en Horno sapiens el perfil del lóbulo frontal es ligeramente
más curvado que en el resto de homininos, esta modificación de
su forma no se considera realmente sustancial. El cambio en su
curvatura tiene probablemente más relación con cambios estruc-
turales en la cara de nuestra especie: tenemos una cara más corta
y somos el único hominino con mentón (la barbilla) hacia fuera.
Tampoco el tamaño relativo del lóbulo frontal -en comparación
con otros lóbulos- parece mayor en nuestra especie al comparar-
lo con otros homininos; es más grande, pero porque todo el cere-
bro es más grande, y en comparación con los neandertales apenas
hay diferencia. Estos resultados están en consonancia con los ob-
tenidos al hacer comparaciones con primates vivos, como veremos
más adelante.
Un dato interesante respecto al lóbulo frontal, no obstante, es
que al comparar los distintos homininos entre sí, la anchura de este
en su parte más anterior o prefrontal aumentó en neandertales y
Horno sapiens, modificando la forma general del cerebro vista des-

68 1 Esculpiendo nuestro cerebro


de arriba. Este ensanchamiento podría reflejar ajustes neurales que
solo se dieron en estas especies con un cerebro de tamaño similar;
sin embargo, la opinión más aceptada es que tuviera que ver con
una mera redistribución del volumen del lóbulo frontal, al ser estas
las dos únicas especies de homininos en las que gran parte del mis-
mo se apoya sobre la parte superior de las órbitas de los ojos.
Por otra parte, una estructura que parece haberse visto poco o
nada modificada en la evolución de nuestro linaje es el lóbulo occi-
pital. Algunos autores hablan de que en neandertales pudo darse un
aumento de esta parte de la corteza cerebral mayor que en nuestra
especie, básicamente porque en primates su tamaño se correlaciona
con el tamaño de las órbitas oculares y los neandertales las tuvie-
ron de mayor tamaño que las nuestras; pero es un dato que no se ha
confirmado. Se discute igualmente la posibilidad de que otras dos
estructuras más, el lóbulo temporal y el cerebelo, muestren cambios
relativos en su volumen cuando comparamos nuestra especie con
otros homininos. El primero podría ser algo mayor de lo esperado
para nuestro volumen cerebral y el segundo, algo menor. Sin em-
bargo, numerosos autores mantienen mucha cautela al respecto, ya
que debido a su localización dentro de la estructura craneal, su aná-
lisis en los moldes endocraneales es complejo y presenta algunas
ambigüedades.

LA CÚPULA DEL PENSAMIENTO

Hay una zona de la corteza cerebral que podría tener mayor im-
portancia para explicar la naturaleza de la mente humana, no solo
con respecto a otras áreas de la corteza, sino también a lo que se
había venido creyendo desde hacía varias décadas. Como ya hemos
dicho, el lóbulo frontal ha sido el centro de todas las miradas a lo
largo de la historia de la paleoneurología. Los resultados han sido
relativamente decepcionantes: ha aumentado su tamaño, pero no

Esculpiendo nuestro cerebro i 69


mucho más que otras zonas, y en la comparación entre nuestro ce-
rebro y el de los neandertales no parece haber nada significativa-
mente distinto. Por eso suscitó cierta sorpresa cuando las técnicas
de morfometría geométrica demostraron que probablemente pa-
trón más distintivo de Homo sapiens respecto a otros homininos se
encuentra en el lóbulo parietal.
Si alineamos los moldes endocraneales de distintos homini-
nos, pongamos que de H. habilis, H. erectus, H. heidelbergensis, H.
neanderthalensis y H. sapiens, en una vista lateral y por ese orden,
habrá dos cosas que nos llamarán la atención. Una es el progresi-
vo aumento de volumen del primero a los dos últimos, mostrando
estos un volumen similar. Otra, que los cerebros de todas las espe-
cies excepto nuestra muestran una forma muy similar, más alar-
gada y aplanada en su parte superior. Habrá entre ellas pequeñas
diferencias de forma, lógicamente, pero estas son consecuencia de
diversas adaptaciones alométricas a un cambio en el tamaño del ce-
rebro; es decir, tendencias anatómicas naturales que hacen variar
la forma de una estructura cuando variamos su tamaño -como
cuando cambia la forma de un globo, y no solo el tamaño, a me-
dida que se va hinchando-. Si la vista no fuera lateral, sino desde
arriba, el molde del neandertal mostraría el ensanchamiento pre-
frontal que comparte con nosotros, y un pequeño ensanchamiento
en las partes inferiores del lóbulo parietal. En nuestra especie, el
ensanchamiento de los lóbulos parietales es, sin embargo, tan lla-
mativo que se puede apreciar perfectamente desde cualquier án-
gulo: lateral, superior, frontal o posterior. Nuestro cerebro muestra
un patrón general de globularización, es decir, de abombamiento,
que afecta sobre todo a los lóbulos parietales. La globularización es
en parte una alometría debida al acortamiento y menor proyección
de nuestra cara, que modifican la forma del cráneo y, por tanto, del
cerebro que crece en su interior. Sin embargo, el abombamiento del
lóbulo parietal, en particular en sus partes superiores, es un ras-
go característico de nuestra especie y no parece ser una alometría.

70 1 Esculpiendo nuestro cerebro


Algo ha pasado en nuestros lóbulos parietales que no ha ocurrido
en otros homininos y que ha cambiado notablemente su forma. No
se sabe a ciencia cierta si este rasgo anatómico apareció en nuestra
especie desde el origen, ya que no se ve tan marcado en los prime-
ros especímenes de Horno sapiens, que por otra parte son muy es-
casos y fragmentados. Pero el patrón es consistente a partir de los
últimos cien mil años.
Para el investigador italiano Emiliano Bruner, del Centro Nacio-
nal de Investigación en Evolución Humana,. en Burgos, una de las
posibilidades más aceptables para explicar el ensanchamiento y
abombamiento de las partes superiores del lóbulo parietal en nues-
tra especie es un aumento significativo de una parte de la corteza
cerebral que pertenece al lóbulo parietal pero que solo se ve cuando
separamos ambos hemisferios: elprecúneo (fig. 4). Es esta una parte

f FIG.4

Localización en la corteza cerebral del precúneo y de la ínsula. La expansión del


precúneo podría haber provocado que nuestro cerebro muestre una morfología
única. La ínsula en nuestro cerebro parece algo más grande de lo esperado en
comparación con otros primates.

Esculpiendo nuestro cerebro 1 71


de nuestro cerebro esencial para entender nuestra mente y nuestro
comportamiento, pues está asociada a numerosas funciones cogni-
tivas de la mayor importancia. El precúneo es fundamental para la
coordinación espacial y temporal, para asociar las representaciones
visuales con la experiencia corporal y el «yo», o consciencia de uno
mismo con relación al mundo y a los demás. Junto con otras áreas
parietales, el precúneo participa en la integración y coordinación vi-
soespacial entre el cuerpo y los objetos -o personas- del mundo ex-
terior, calculando sus distancias respecto a nosotros y participando
en los planes de acción para acercarnos y manipularlos e interactuar
con ellos. El precúneo es, además, una parte crucial del llamado sis-
tema por defecto, una red neuronal repartida por diversas partes de
la corteza cerebral que participa en procesos mentales tan «huma-
nos» como la imaginación, las decisiones morales, la visualización
de situaciones futuras o la teoría de la mente, que mencionábamos
al hablar de los niveles de intencionalidad. Si, como parece, en Hamo
sapiens se ha dado un aumento de esta parte de la corteza que no se
habría producido en otros homininos con un volumen cerebral simi-
lar, y este aumento va asociado a una mejora de estas funciones, está
claro que aquí podríamos encontrar muchas respuestas a la pregun-
ta de qué nos pudo dar la ventaja cognitiva que los neandertales no
tuvieron y que determinó que estos se extinguieran en favor nuestro.
Este ensanchamiento de los lóbulos parietales en nuestra espe-
cie se complementa muy bien con otros hallazgos obtenidos de los
moldes endocraneales. Uno de ellos ya se apreciaba con los méto-
dos antiguos, pero la tecnología digital y el aumento de muestras
disponibles han permitido refinar y cuantificar los datos. Se trata
de la vascularización externa del cerebro. En los moldes endocra-
neales se aprecia la huella de una serie de ramas arteriales que es-
tuvieron entre las meninges y el cráneo. Una de ellas corresponde
a las ramificaciones y extensión de la arteria meníngea media, que
cubre buena parte de la zona correspondiente a los lóbulos parie-
tales y temporales. Pues bien, en todas las especies humanas ahora

72 1 Esculpiendo nuestro cerebro


extinguidas se aprecia poca ramificación en esta arteria, mientras
que en nuestra especie su patrón es mucho más complejo y ramifi-
cado, especialmente en la zona parietal. Es muy probable que esto
se relacione con los procesos de termorregulación, como medio
para eliminar calor excesivo en esas zonas de la corteza. Por otra
parte, hay un tipo de información que solo se ha podido extraer de
moldes endocraneales digitalizados, y es el mapa de disipación del
calor de un cerebro. No solo las ramificaciones arteriales contribu-
yen a la termorregulación, sino que la propia forma de una estruc-
tura, en este caso el cerebro, determina los puntos por los que el
calor se disipa con más facilidad. Dependiendo de la extensión de
la superficie del cerebro y su distancia al centro del mismo, que es
donde se produce más calor, se puede calcular la cantidad de calor
que se disipa en cada punto. Este valor variará dependiendo de la
forma de la superficie en cada punto, pues la distancia al centro del
cerebro será mayor o menor en función de aquella. Considerando
que el nuestro tiene una forma peculiar, es probable que también
haya diferencias a este respecto. Efectivamente, en el cerebro de
humanos extinguidos, dos lugares parecen ser los principales pun-
tos de disipación: las partes basales (inferiores), de manera muy
marcada en los lóbulos temporales, y las partes superiores del cere-
bro, abarcando parte de los lóbulos parietal y frontal. Sin embargo,
en nuestra especie el punto de disipación superior pierde eficacia,
precisamente por su forma abombada. Es posible, por tanto, que el
aumento de vascularización meníngea en esas partes sea un meca-
nismo de compensación muy oportuno.

ANATOMÍA COMPARADA

Los moldes endocraneales aportan información de gran valor para


entender la evolución de nuestro cerebro, pero tienen sus limita-
ciones, aun a pesar del uso de las modernas tecnologías digitales.

Esculpiendo nuestro cerebro 1 73


Hay surcos corticales de gran importancia que no pueden verse con
claridad en estos moldes, ni con los análisis más finos y exhausti-
vos. Por esta razón, desde hace unas décadas se han empezado a
estudiar diferencias de tamaño relativo o de forma entre nuestro
cerebro y otros cerebros que puedan ser relevantes para entender
nuestra evolución, pero en los que se puedan delimitar más clara-
mente las distintas zonas de la corteza y sus principales hitos. Nos
estamos refiriendo a los cerebros de primates vivos, de los que, me-
diante tecnología actual con resonancia magnética, se pueden ex-
traer imágenes 3D directamente, sin el obstáculo que suponían las
meninges para observar la superficie cerebral, y compararlas con
las del cerebro de humanos actuales. Lógicamente, aunque más
alejados en el tiempo que los homininos extintos, los homínidos y
otros primates vivos forman parte de nuestra historia evolutiva, y
se pueden encontrar patrones en los que la evolución haya incidido
de manera específica, aportando información relevante que ayude
a entender lo que nos separa.
Debido al interés que tradicionalmente ha suscitado el lóbulo
frontal para entender lo que nos hace humanos, no es de extrañar
que los primeros estudios a este respecto se centraran en esta parte
del cerebro. La cuestión, recordémoslo, no es si el lóbulo frontal ha
aumentado su tamaño, ya que todo el cerebro lo ha hecho y no cabe
duda de que esta parte también. El objetivo específico es saber si di-
cho lóbulo ha sufrido un desarrollo aún mayor que el de otras par-
tes del cerebro, o si solo ha habido un mero cambio en su volumen,
al compás del resto. En el año 2000, cuando los datos extraídos de
moldes endocraneales todavía no eran categóricos al respecto, las
investigadoras Katerina Semendeferi y Hanna Damasio publicaron
un artículo que causó cierta conmoción. Habían realizado reso-
nancias magnéticas de los cerebros de distintos tipos de primates,
concretamente chimpancé, bonobo, gorila, orangután y gibón, y
las habían comparado con las de los humanos. Parcelaron el cere-
bro en varias regiones, entre ellas, como es obvio, el lóbulo frontal.

74 1 Esculpiendo nuestro cerebro


Si, virtualmente, aumentarnos el tamaño del cerebro de cualquiera
de estos primates no humanos hasta alcanzar el tamaño del nues-
tro, el lóbulo frontal (u otra área de la corteza) ¿sería más pequeño?
Para sorpresa de las investigadoras y de la comunidad científica, la
respuesta fue que no, a excepción de la comparación con el gibón.
Puede que nuestro lóbulo frontal sea especial, pero porque está en
un cerebro grande, no porque sea particularmente grande. Sí en-
contraron aumentos más allá de lo esperado en el lóbulo temporal y
en la ínsula (fig. 4), situada en un recoveco de la corteza y que se re-
laciona con las sensaciones viscerales, entre otras funciones, pero
no fueron significativos, si bien el aumento del lóbulo temporal ha
sido corroborado por algunos trabajos posteriores. Sin embargo, no
se analizó la forma, sino el volumen relativo de cada lóbulo, lo que
podría explicar que tampoco se vieran las diferencias respecto al
lóbulo parietal que cabría esperar teniendo en cuenta los datos de
los moldes endocraneales.
Vistos todos los datos, el lóbulo frontal de un Hamo sapiens po-
dría considerarse simplemente corno el lóbulo frontal de un simio,
pero más grande, sin nada más que lo haga especial. Pero algunos
autores sugirieron que quizá no habría por qué esperar que todo el
lóbulo frontal humano fuera diferente, sino solo la parte más an-
terior, las regiones prefrontales, que estarían a cargo de funciones
cognitivas más abstractas que otras partes más posteriores y dedi-
cadas simplemente al control de los movimientos. Ya vimos que,
en la zona prefrontal, neandertales y H. sapiens muestran un en-
sanchamiento respecto a otros miembros de nuestro género, pero
que no solo no se ha podido adscribir a áreas concretas del mapa de
Brodmann, sino que se piensa que es consecuencia de una adap-
tación al espacio ocupado por las órbitas de los ojos. No obstante,
Thomas Schoenemann, de la Universidad de Pensilvania, usando
de nuevo resonancias magnéticas de primates no humanos y hu-
manos, fue capaz de encontrar que la corteza más frontal, la que
correspondería a las áreas 9 y 10 del mapa de Brodrnann, parece

Esculpiendo nuestro cerebro 1 75


ello. En caso, se la base de que mejora cogni-
tiva y el aumento volumen cerebral están relacionadas porque
ido de la mano en los últimos dos millones de años. Y cuando
se comparan las distintas especies vivas entre sí, resulta evidente
que hay una relación entre el volumen cerebral, absoluto o relativo,
y la complejidad cognitiva de una especie. Sin embargo, cuando se
correlacionado volumen cerebral con las capacidades inte-
lectuales en humanos vivos, los valores no han sido muy altos. La
relación de la forma del lóbulo parietal con capacidades cognitivas
e intelectuales en seres humanos vivos también resultado ser
muy limitada. Esto tiene una explicación: estamos comparando in-
dividuos de misma especie, el Horno sapiens moderno, donde las
variaciones en tamaños, absolutos y relativos, están probablemen-
te más relacionadas con factores individuales ocurridos durante el
desarrollo que con aspectos evolutivos. Pero, a nivel de especies,
la relación es indudable. nuestro es un cerebro de primate que
aumentado de manera desmesurada y en el que algunas partes
podrían haber sufrido un desarrollo especial.

78 1 Esculpiendo nuestro cerebro


Los moldes endocraneales de especies
fósiles proporcionan información de gran
valor, pero se quedan en la superficie.
las últimas décadas, los esfuerzos
se han dirigido a comparar el interior de
nuestro cerebro con el de especies vivas
cercanas a la nuestra, intentando entender
qué nos hace diferentes. riosamente,
no hay una única respuesta.
o cabe duda de que los endocráneos fósiles de nuestra lí-
nea evolutiva nos han permitido entender de dónde viene
el ser humano, conocer nuestros orígenes y cómo gradualmente
nuestro cerebro se ha hecho cada vez más grande, en paralelo a
nuestros principales avances tecnológicos -reflejo, a su vez, de
avances mentales- a lo largo de millones de años. También nos
muestran posibles cambios en la forma del cerebro que no se de-
ben a la mera expansión del mismo y que podrían indicar, siquie-
ra sea indirectamente, que ha habido reconfiguraciones en las
estructuras cerebrales subyacentes. Pero, aunque aún se siguen
estudiando, los moldes endocraneales no nos pueden dar toda la
que necesitamos.
La ciencia siempre busca caminos alternativos para resolver sus
retos. De ahí que, desde finales del siglo xx y especialmente desde
principios del siglo XXI, muchos científicos interesados en conocer
en detalle la evolución de nuestro cerebro hayan optado por usar el
microscopio o alguna de las nuevas técnicas que van permitiendo
entender la microarquitectura cerebral y se hayan puesto a la tarea

La unión hace la fuerza 1 81


de estudiar diferencias entre el cerebro humano y el de especies
vivas con mayor o menor proximidad genética.
El último antepasado común entre el ser humano y el chimpan-
cé, que es la especie viva más cercana a nosotros, vivió hace unos
ocho millones de años. Desde entonces, ambas ramas han evolu-
cionado; una de ellas ha dado lugar al género Pan, constituido por
dos especies, Pan troglodytes o chimpancé común y Pan paniscus o
bonobo, mientras que la otra dio lugar al género Homo, del que solo
quedamos nosotros, Homo sapiens_. como única especie represen-
tante. ¿Qué ha pasado desde entonces para que unas especies, las del
género Pan, muestren las habilidades mentales que vemos en ellas,
pero la nuestra haya sido capaz de enviar naves al espacio? Sabemos
que una respuesta está en el aumento relativo de nuestro volumen
cerebral, pero necesitamos saber si hay algo más, a nivel microscó-
pico, que pudiera explicar esas diferencias. Es un debate que lleva
presente mucho tiempo y que, hoy por hoy, sigue sin dirimirse defi-
nitivamente: el de si nuestro cerebro es especial solo por ser grande
o porque, además, ha sufrido cambios estructurales importantes.
Como veremos, hay defensores acérrimos de ambas posturas, y es
muy posible que la verdad tenga un poco de ambas posibilidades.
Ya hemos visto algunos intentos de aproximarse a una compara-
ción entre el cerebro humano y el de otros primates, mediante téc-
nicas de imagen cerebral que permiten comparar áreas cerebrales
entre especies vivas por su tamaño. El campo de la neuroanatomía
comparada, iniciado en los tiempos de Santiago Ramón y Cajal,
tiene un futuro prometedor, y va aún más allá. Su objetivo no es
quedarse en los tamaños, sino estudiar a fondo el rompecabezas
cerebral, es decir, las piezas que lo componen -las neuronas- y
las conexiones entre ellas, tanto a nivel local, entre lugares próxi-
mos, como a largas distancias dentro del cerebro. Muchos de los
resultados ya obtenidos son sumamente interesantes, y permiten
entender que nuestro cerebro, además de ser grande, puede tener
ciertas ventajas en su capacidad de computación, así como algunas

82 1 La unión hace la fuerza


peculiaridades que explicarían nuestro comportamiento único. No
podemos conocer cómo fueron en estas características tan particu-
lares los cerebros de nuestros ancestros homininos ya desapareci-
dos, al menos de momento. Pero sí podemos especular sobre ello,
asumiendo una evolución que ha sido en su mayor parte gradual y
siempre bajo la guía de la selección natural.

LOS PILARES DE LA SABIDURÍA

Aunque el auge de esta disciplina es bastante reciente, una de las


primeras aproximaciones a la microneuroanatomía comparada tuvo
lugar hace ya más de un siglo de la mano del neuroanatomista al que
debemos el mapa de la corteza cerebral humana más utilizado hasta
la fecha, el alemán Korbinian Brodmann. Brodmann también publi-
có mapas de primates no humanos, como algunos monos arboríco-
las. Encontró una gran similitud entre las áreas corticales humanas
y las de otros primates, tanto en calidad como en cantidad, si bien
puede resultar curioso que del total de 52 áreas que estableció para la
corteza cerebral, dos (la 14 y la 15, situadas en un recoveco de la ínsu-
la) no se encontraban en el humano, aunque estudios más recientes
apuntan a que también estarían presentes en nuestra especie.
No obstante, ni el trabajo de Brodrnann ni otros similares lleva-
dos a cabo poco tiempo después podían presentar un grado de pre-
cisión suficiente corno para encontrar diferencias apreciables en
los detalles. Aquellas parcelaciones de la corteza se basaban princi-
palmente en las diferencias en el grosor de sus distintas capas. En la
mayoría de su extensión, la corteza cerebral muestra seis capas con
características y funciones bien diferenciadas en sus apenas 2,5 o 3
mm de espesor. Dependiendo de que una zona de la corteza tenga
una función sensorial, motora o de asociación, determinadas capas
mostrarán un mayor o menor grosor, e incluso en algunas regiones
pueden desaparecer, corno en la corteza motora primaria, donde

La unión hace la fuerza 1 83


falta la capa IV, que tiene una función principalmente sensorial.
Basándonos en estos datos, las principales diferencias entre un hu-
mano y otros primates no serían sino diferencias en la extensión
de las diferentes regiones, algo por otra
Si tuviera 42 años parte lógico si tenemos en cuenta que
en vez de 72, nuestra corteza es al menos tres veces
tiraría todos mis más extensa que la de un chimpancé.
endocráneos y me Había que mirar más adentro, a los la-
dedicaría a este drillos que componen el edificio.
nuevo campo de la No fue hasta la década de 1950 cuan-
microneuroanatomía do se descubrió que la corteza cerebral
comparada. se organiza en las llamadas minicolum-
RALPH HoLOWAY nas corticales, que son su verdadera uni-
dad funcional, por encima de las neuro-
nas. Estas minicolumnas son el resultado de agrupar verticalmente,
mediante múltiples y densas conexiones, las neuronas de las capas
II a la VI -la capa I se caracteriza por tener muy pocas neuronas-
(fig. l). Entre columna y columna existe un pequeño espacio carente
de neuronas, el neuropilo, donde se pueden encontrar gran número
de extensiones de las neuronas, a través de las cuales se conectan
con otras neuronas. Cada minicolumna está compuesta por entre
ochenta y cien neuronas de diversos tipos, y podría decirse que esta
unidad funcional constituye un procesador en paralelo del cerebro.
Su importancia para la capacidad de procesamiento del cerebro, por
tanto, aunque aún no del todo bien conocida y definida, se considera
indiscutible. ¿Es posible entonces que lo que hace peculiar a lamen-
te humana sea simplemente el resultado de multiplicar el número
de minicolumnas? En parte la respuesta es sí, pero no únicamente.
A principios del presente siglo, y de la mano de investigadores como
el español Javier DeFelipe, del Instituto Cajal, en Madrid, se fue des-
cubriendo que las minicolumnas humanas no son idénticas a las del
chimpancé u otros primates. Se había hallado una diferencia funda-
mental en la microorganización del cerebro humano.

84 1 La unión hace la fuerza


I FIG.1

Neurnpilos
La corteza cerebral se organiza en minicolumnas corticales, grupos de neuronas
de diferentes tipos interconectadas verticalmente, abarcando las seis capas de la
corteza y dando lugar a sus principales unidades funcionales.

En general, las minicolumnas humanas son bastante más anchas,


mostrando un diámetro de alrededor de los 51 µm (micrómetros, mi-
llonésimas de metro) respecto a los 36 µm de chimpancés y otros pri-
mates. Esta mayor anchura se debe sobre todo a un neuropilo más
ancho, que indica, a su vez, un mayor número de conexiones, tanto
dentro de una columna como entre columnas. Las neuronas suelen
recibir información de otras neuronas a través de las extensiones o
ramificaciones llamadas dendritas, presentes en gran número. Exis-
te una extensión en las neuronas llamada axón, mucho más larga,
que transmite esa información, en forma de impulsos nerviosos, a
las dendritas de otra neurona. En cada punto de contacto entre una
dendrita y los axones provenientes de otras neuronas se desarrolla
una espina dendrítica. Pues bien, si nos fijamos en las neuronas de
una minicolumna humana, especialmente en las que se ubican en la

La unión hace la fuerza 1 85


capa III, veremos que la cantidad de dendritas y sus ramificaciones,
así como el número de espinas dendríticas, también resultan ser ex-
traordinariamente altos en el cerebro humano en comparación con
el de otros primates. Las neuronas de la capa III, que por su forma de
triángulo o pirámide reciben el nombre de neuronas piramidales, se
encargan fundamentalmente de enviar información a otras minico-
lumnas de otras regiones de la corteza. Otra particularidad de nues-
tra minicolumnas -siempre en comparación con las de otros prima-
tes- es que presentan un mayor número de neuronas inhibitorias,
que se encargan de modular, enlentecer y en algunos casos frenar
la activación de las demás neuronas, un mecanismo de autocontrol
que aumenta la eficacia de procesamiento al descartar redundancias
y activaciones superfluas. Finalmente, el número de neuronas den-
tro de una minicolumna cortical humana es también mucho mayor,
y estas están muy compactadas, de manera que caben más ocupan-
do el mismo espacio. Todas estas características no pueden indicar
sino una cosa: la mayor capacidad de computación en paralelo de la
unidad funcional de la corteza cerebral humana.
Esta descripción de nuestras minicolumnas se puede aplicar a
prácticamente cualquier área de la corteza cerebral, incluyendo las
más primarias, pero donde estas características muestran su máxi-
ma expresión es en aquellas áreas más relacionadas con los proce-
sos cognitivos superiores. Nos referimos a las áreas de asociación,
especialmente en el lóbulo temporal y, de manera muy destacada,
en las regiones prefrontales. Entre estas últimas, cabe destacar
el área 10 del mapa de Brodmann, que ya mencionamos antes, al
comentar que algunos autores defienden que su extensión es ma-
yor de la esperada para un cerebro de nuestro tamaño, respecto a
los primates no humanos. Como esta región cerebral se encuentra
justo detrás de la frente, podríamos decir que cobra cuerpo la ex-
presión popular «tener dos dedos de frente» como sinónimo de in-
teligencia, y de hecho es una zona de la mayor transcendencia en
nuestras capacidades intelectuales. Algunos trabajos también han

86 1 La unión hace la fuerza


encontrado cierta asimetría en estas características, de manera que
el hemisferio izquierdo parecería presentarlas en mayor medida
que el derecho, en consonancia con la mayor lateralización de fun-
ciones del cerebro humano.

¿NEU LUS ENTE HUMANAS?

La microneuroanatomía comparada ha sido muy prolífica desde sus


inicios propiamente dichos, a principios de este siglo, de manera que
enseguida se multiplicaron de manera espectacular los hallazgos de
posibles diferencias microscópicas entre el cerebro humano y el de
otros seres vivos. Algunas ellas podrían ser la respuesta a «lo que
nos hace humanos», aunque también es cierto que muchas podrían
ser meros accidentes del destino, peculiaridades sin un papel deter-
minante. Varios de estos hallazgos se han referido a tipos especiales
de neuronas. Si el cerebro humano es tan peculiar, ¿tendrá algún tipo
de neuronas que ningún otro cerebro posea? Aunque pronto resultó
evidente que la respuesta es un «no» rotundo, pues toda la tipología
de neuronas de un ser humano la podemos encontrar en cualquier
otro primate, sí se ha propuesto que varias de ellas abundarían de
manera especial en nuestro cerebro y que esto podría explicar, si no
todas, al menos muchas de las singularidades de nuestra mente.
Un candidato destacable en este sentido han sido las llamadas
neuronas en huso. Se trata de neuronas piramidales modificadas, con
un cuerpo más alargado y estrecho en los extremos. Mientras que las
neuronas piramidales típicas poseen una dendrita principal dirigida
hacia la superficie y varias dendritas que surgen de base del cuerpo
celular, de cada extremo de las neuronas en huso surge una dendrita.
Estas dendritas se extienden verticalmente en direcciones opuestas.
Las neuronas en huso se encuentran en la capa V de la corteza, que
suele enviar sus axones a larga distancia para conectar con otras par-
tes del cerebro o la corteza cerebral, y el lugar concreto de la corte-

La unión hace la fuerza 1 87


za donde se concentran la mayor parte de este tipo de neuronas tan
especiales es el cíngulo anterior, una estructura que se corresponde
aproximadamente con el área 24 del mapa de Brodmann. También se
pueden encontrar en la ínsula, una par-
Tengo la impresión te oculta de la corteza que ya mencio-
de que los namos, relacionada con las sensaciones
anatomistas tienden viscerales, y en algunos otros lugares de
a enfatizar la la corteza prefrontal. Algo que ha resul-
diversidad, mientras tado muy llamativo de estas neuronas
los evolucionistas es que solo se han encontrado en unos
buscan pocos animales. Concretamente, en los
uniformidades. grandes simios -gorila, orangután y
HARRY J. JERISON chimpancé-, algunas ballenas y delfi-
nes, focas y elefantes. Y, por supuesto,
en humanos, de ahí su gran interés. Aunque en las ballenas son aún
más abundantes y se encuentran más distribuidas que en nuestro ce-
rebro, el hecho de que, dentro de los primates, seamos la especie en
la que la proporción de estas neuronas es mucho mayor llamó ense-
guida la atención.
Algo une a todas estas especies, y es la importancia de su vida
social; tienen un alto índice de socialización, y de hecho son espe-
cies que suelen pasar la prueba del espejo. En esta prueba, se pinta
una marca en la cara del animal mientras está anestesiado. Al des-
pertar y mirarse en un espejo, si el animal se toca en la marca eso
indica que reconoce que la imagen reflejada es la suya. Sería una
señal de que poseen un cierto grado de autoconsciencia. De estas
circunstancias, y considerando las funciones en las que participa
el cíngulo anterior, se llegó a concluir que estas neuronas se activa-
rían en caso de conflicto social y, al menos en el humano, también
moral. Emociones como la vergüenza o la culpa podrían tener que
ver con la activación de estas neuronas. También es muy posible
que tengan un papel destacado en la comunicación acústica, en las
vocalizaciones, algo en lo que también destacan todas las especies

88 1 La unión hace la fuerza


que las presentan y que no deja de estar vinculado a la socializa-
ción. hecho de que recientemente se hayan encontrado también
en algunos loros reforzaría esta idea.
Otro tipo de neuronas que ha alcanzado enorme protagonismo
en los últimos años son las denominadas neuronas espejo, aunque
quizás este protagonismo sea un poco desmedido, como veremos.
Su descubrimiento fue casual y tuvo lugar en 1996. equipo de
Giacomo Rizzolatti, en la Universidad de Parma, había colocado
unos electrodos intracerebrales en un macaco con el fin de estu-
diar actividad de las neuronas de las zonas motoras de la corteza
del mono cuando este realizaba movimientos de la mano. Estando
el mono preparado y realizar acción alguna, uno de los inves-
tigadores cogió un plátano de un recipiente a la vista del animal
cuando, repentinamente, una de las neuronas que el mono utili-
zaría para realizar esa misma acción se activó. macaco no hizo
nada, pero activó las neuronas que habría utilizado para coger el
plátano. Y así se produjo el descubrimiento de que ciertas neuronas
de las áreas motoras del cerebro se activan cuando vemos realizar
acciones a los demás, como si nosotros mismos las hiciéramos. Un
descubrimiento sensacional, que más adelante fue ampliado: la
mera intención de movimiento por parte de otro individuo, sin que
se realice el movimiento, es capaz de activar estas neuronas.
Desde entonces, el grupo descubridor y otros investigadores han
teorizado sobre la importancia que pudieron tener este tipo de neu-
ronas, una vez más neuronas piramidales, en la evolución humana.
Apoyados también por algunos resultados experimentales en huma-
nos, se propuesto que neuronas espejo estar en el ori-
gen de funciones mentales tan desarrolladas en los humanos como
la teoría de la mente o intencionalidad, de las que ya hemos hablado,
e incluso que una extensión de las áreas en las que se encuentran
pudo dar lugar al área de Broca, de innegable importancia para el
lenguaje humano. También se han propuesto como responsables del
aprendizaje imitativo, de la autoconsciencia o del autismo (cuando

La unión hace la fuerza 1 89


no funcionan adecuadamente). Pero, aunque no imposible, es difícil
de aceptar por parte de la comunidad científica que una sola cosa
lo explique todo, de manera que surgido numerosas críticas al
papel protagonista estas células no ya en la evolución las ca-
pacidades mentales humanas, sino en su propia función en los cere-
bros actuales. Se activan cuando vemos a alguien que pretende ha-
cer algo como si nosotros lo estuviéramos haciendo, sí, pero para que
esto ocurra, y dada la complejidad de un sistema tan interconectado
como el cerebro, se necesitan otras muchas neuronas, desde las pu-
ramente perceptivas hasta otras localizadas en áreas de asociación
que interpreten lo que estamos viendo y den lugar a las activaciones
de las neuronas motoras que conocemos como neuronas espejo. De
esta manera, estas neuronas no serían sino el último eslabón de una
larga y compleja cadena, y probablemente insuficientes por sí solas
para ejercer todas las funciones que se les atribuyen. Además, no to-
das las neuronas espejo son neuronas motoras, este tipo de reacción
la podemos encontrar en muchas otras, incluyendo las de las regio-
nes implicadas en las emociones, como la amígdala, que reaccionan
a las expresiones emocionales de otros.

DE LAS N ONES N

Aunque no se hayan encontrado neuronas específicamente huma-


nas, existe la posibilidad de que las mismas neuronas pode-
mos encontrar en otros seres vivos presenten en nuestro cerebro
patrones distintivos en su forma de operar. A búsqueda de esta
posibilidad se han puesto varios equipos científicos en los últimos
años. En una sinapsis (fig. 2), o contacto entre dos neuronas, una
de ellas libera cierta cantidad de una sustancia química, conocida
como neurotransmisor, que llega hasta unas proteínas especializa-
das que se sitúan en la membrana de la otra neurona. Estas proteí-
nas son los denominados receptores postsinápticos.

90 1 La unión hace la fuerza


1 F10.2
SINAPSIS

de neurotransmisor

NEURONA

En una sinapsis, el axón de una neurona libera moléculas de neurotransmisor en las


dendritas o el soma de otra, donde existen receptores especializados en reconocer
esa sustancia química. A partir de ahí, la neurona receptora experimentará
fenómenos que se han ido haciendo más complejos a lo largo de la evolución.

A partir de aquí, pueden ocurrir muchas cosas. La posibilidad más


simple es que los receptores postsinápticos se abran y permitan el
flujo de iones (partículas con carga eléctrica) a través de la membra-
na de la célula receptora, que cambiará su potencial eléctrico, lo que
acabará dando lugar, finalmente, a que dicha neurona «se dispare»
o no y contacte con otras neuronas liberando su neurotransmisor.
Cada neurona puede recibir miles de sinapsis y establecer, a su vez,
otras miles de sinapsis con otras tantas neuronas. Pero en la mayoría
de las neuronas del cerebro humano, y especialmente en las de la
corteza cerebral, no ocurre este tipo de sinapsis tan simple, sino que
se ven implicados más protagonistas. En las sinapsis más complejas,

La unión hace la fuerza 1 91


los receptores postsinápticos no se abren para permitir el paso de
iones, sino que se ponen en marcha unos intrincados mecanismos
que implican un entramado de diversas proteínas con distintos ro-
les y funciones. Algunas de ellas permitirán la apertura de canales
tónicos, que serán en este caso los que permitirán el flujo de iones a
través de la membrana celular. Otras se encargarán de poner en mar-
cha procesos que harán que dichos canales permanezcan abiertos
más tiempo del habitual, de manera que la neurona pueda seguir ac-
tiva incluso sin la llegada de más neurotransmisor. Otras, finalmen-
te, se ocuparán de llegar al mismo núcleo de la célula, provocando
que determinados fragmentos del ADN se expresen y se produzcan
importantes cambios estructurales en la célula, desde aumentar el
número de receptores postsinápticos hasta modificar y multiplicar
las ramificaciones de las dendritas y los axones.
El neurocientífico Seth Grant, de la Universidad de Edimburgo,
lleva afi.os tras la pista de los sistemas de receptores postsinápticos
de la corteza cerebral para explicar la evolución del cerebro humano.
Estos sistemas se han complicado notablemente a lo largo de la evo-
lución, de manera que mientras que la mayoría de los invertebrados
presenta el mecanismo más simple, sin proteínas intermediarias,
en los vertebrados el número y las funciones de estas se han multi-
plicado de forma considerable, llegando a haber al menos mil tipos
distintos. Es interesante la observación que hace Grant de que unas
133 anomalías cerebrales, incluyendo trastornos psiquiátricos como
la esquizofrenia, estarían relacionados con alteraciones en algunas
de estas proteínas. Cuando se comparan estos complejos sistemas
receptores entre el humano y otros mamíferos se observan dos co-
sas. Por un lado, dada su eficacia y utilidad para los denominados
procesos de plasticidad cerebral, relacionados con la remodelación
y adaptación de un cerebro a los cambios y fundamentales para el
aprendizaje y la memoria, hay un gran número de proteínas y me-
canismos que son comunes a la mayoría de los mamíferos y se han
mantenido inalterados a lo largo de decenas de millones de afi.os de

92 1 La unión hace la fuerza


evolución. Por otro, en el ser humano algunas proteínas de estos sis-
temas postsinápticos muestran mucha mayor presencia que en otros
mamíferos, incluyendo primates no humanos. Entre ellas, algunas
de las más importantes se encuentran en zonas del cerebro, funda-
mentalmente de la corteza cerebral, muy relacionadas con aspectos
importantes de nuestro comportamiento social como el lenguaje, la
memoria y el aprendizaje o las emociones. El equipo de Grant tam-
bién ha identificado los genes que codifican muchas de estas proteí-
nas. Analizando sus mutaciones en comparación con las versiones
encontradas en el ADN de otros seres vivos, se estima que la mayoría
ellas se habrían producido justo antes de los más significativos
aumentos de volumen cerebral ocurridos durante el proceso de en-
cefalización en la evolución de los homininos, lo que implicaría que
pudieron facilitar la aparición de dichos cambios.
Además de estas diferencias en la complejidad de los sistemas de
receptores, la corteza cerebral humana podría mostrar patrones úni-
cos de organización o agrupamiento de estos. Existen al menos cien
tipos distintos de neurotransmisores, lo que se corresponde con otros
tantos tipos diferentes de receptores postsinápticos, ya que cada re-
ceptor solo reconoce un único tipo de neurotransmisor, ignorando
el resto. Karl Zilles, de la Universidad de Aachen, en Alemania, lleva
años investigando las unidades de funcionamiento que componen la
corteza cerebral de diversos animales, incluida nuestra especie, en
función de la distribución y agrupamiento de distintos receptores.
Las unidades de funcionamiento se definen así por la abundancia de
determinados receptores específicos para ciertos neurotransmisores
en regiones concretas de la corteza cerebral. La existencia de las di-
ferentes unidades de funcionamiento tiene que ver con el modo de
vida más característico de cada especie, es decir, dependen de que
la especie base su vida en el movimiento de determinadas articula-
ciones, como las alas en los murciélagos, o en determinados tipos
de percepciones, como la olfativa en el caso de los perros, por poner
solo algunos ejemplos. Las neuronas de los diferentes lugares del ce-

La unión hace la fuerza 1 93


rebro que participen en estos comportamientos tan concretos com-
pondrían las correspondientes unidades de funcionamiento.
Algunas de estas unidades de funcionamiento son propias de los
primates, como la abundancia de receptores para el neurotransmisor
acetilcolina en las zonas perceptivas co-
La neurociencia rrespondientes al tacto, la vista y el oído.
está todavía en su Las áreas 10 y 11 del mapa de Brodmann
infancia, y sabemos -la primera ya la hemos mencionado
muy poco incluso varias veces por su posible importancia
sobre cómo el en la evolución de nuestro cerebro- pa-
cerebro del mono recen constituir otra unidad funcional
genera la cognición por su abundancia específica en recep-
del mono. tores de diversos neurotransmisores.
RICHARD PASSINGHAM Se ha encontrado al menos una uni-
dad de funcionamiento específicamen-
te humana, al menos al comparar nuestro cerebro con el del macaco.
Abarca fundamentalmente las áreas 39 y 40 del mapa de Brodmann,
una parte de la corteza crucial para diversos procesos cognitivos su-
periores, como la atención espacial y el lenguaje, entre otros. Ade-
más, forma parte del sistema por defecto, una red de neuronas lo-
calizadas en diversas áreas de la corteza que se activa cuando nos
sumimos en nuestra propia imaginación o visualizamos situaciones
futuras, entre otras funciones, y de la que ya hablamos. Este tipo de
investigaciones, al igual que las relativas a la identificación de los
diferentes tipos de sistemas receptores postsinápticos, requieren de
un gran esfuerzo y muchos años de trabajo. Quedamos a la expecta-
tiva de los interesantes frutos que puedan dar en el futuro.

LA NEUROQUÍMICA DE LA SOCIALIDAD

Independientemente de los mecanismos y agrupaciones de re-


ceptores corticales, que revelan especializaciones de nuestro ce-

94 1 La unión hace la fuerza


rebro, se ha constatado también la abundancia de determinados
neurotransmisores que no se da en otros primates y que, en opi-
nión de algunos investigadores, podrían explicar las excepciona-
les singularidades de nuestra mente. El candidato mejor situado
a este respecto es la dopamina. Este neurotransmisor puede tener
efectos excitadores o inhibidores, dependiendo de la zona y, es-
pecíficamente, del tipo de receptor al que se acople (hay al menos
cinco tipos reconocidos para la dopamina). Pero por lo que es más
conocida esta sustancia química es porque se la considera aso-
ciada a la felicidad y la satisfacción. Hay otra sustancia que tiene
fama por tener efectos similares, la hormona oxitocina, también
llamada «hormona del amor», y nuestra especie se caracteriza por
presentar unos niveles elevados de oxitocina si nos comparamos
con otros primates. Pero el trabajo de la dopamina es mucho más
fino y, probablemente, su contribución a la mejora de nuestras ca-
pacidades intelectuales sea mucho más relevante.
Desde hace tiempo se sabe que el cerebro humano abunda en
dopamina, en comparación con otras especies. No parece que haya
habido ninguna mutación genética específica que haya dado lugar
a esta abundancia, ya que ninguno de los genes directamente re-
lacionados con la síntesis de este neurotransmisor difiere entre el
chimpancé y el humano. Se piensa, por tanto, en un mecanismo
indirecto, y el candidato más plausible es un aumento notable en
la síntesis de hormonas tiroideas, que afectan al metabolismo de
la dopamina. Existen varias fuentes de dopamina en el cerebro, y
todas ellas están en el tronco o tallo cerebral, una estructura muy
primitiva que se encuentra en la base del cerebro y conecta los he-
misferios con la médula espinal. Parte de la dopamina que se pro-
duce en el tronco llega a toda la corteza cerebral, si bien, dentro de
esta, las zonas que la reciben en mayor medida son las prefrontales,
las más relacionadas con el pensamiento abstracto y el autocontrol.
Algunas partes del sistema límbico, el sistema de las emociones en
el cerebro, también reciben su dosis de dopamina.

La unión hace la fuerza 1 95


Hay otra región de nuestro cerebro que se lleva una grandísima
parte de la dopamina que viene del tronco cerebral: el cuerpo es-
triado. El cuerpo estriado se compone de varias concentraciones de
cuerpos neuronales o núcleos, como el núcleo caudado, el putamen
y el núcleo accumbens (fig. 3). Este último es el núcleo que estimu-
lan casi todas las drogas que producen adicción, incluida la nicotina,
y su estimulación produce un gran placer, una sensación de satis-
facción y bienestar. Esto no ocurre solo con las drogas, obviamente,
sino que cada vez que nos sonríen, nos dan una palmadita amistosa
en la espalda o nos dirigen palabras amables, el núcleo accumbens
se activa. Su papel en las relaciones sociales queda así en eviden-
cia y, por tanto, la importancia del cuerpo estriado en general para
explicar muchas de las peculiaridades de nuestra especie. Normal-
mente se suele hablar de que la corteza cerebral es lo que nos hace
humanos, y el hecho de que la nuestra tenga una extensión de más
de tres veces la de un chimpancé es un buen argumento a favor. Sin
embargo, quizá no sea tan conocido el hecho de que, después de la

r F1G.3

/ ·,,

Putám~íi

\~, ,, •,,,,·,,
,,
'<. '·,

El cuerpo estriado puede tener enorme relevancia en la evolución de nuestro


cerebro, Se encuentra en el interior del cerebro [que aquí se representa
transparente] y lo componen el m'.1cleo caudado, el putamen y el núcleo accumbens,

96 1 La unión hace la fuerza


corteza, la región del cerebro que más ha aumentado de tamaño en
nuestra especie es, precisamente, el cuerpo estriado. El nuestro tiene
un volumen, en términos relativos, del doble que el del chimpancé.
Desde el punto de vista evolutivo, la trascendencia de esta alta
concentración de dopamina en nuestro cerebro, especialmente en
el cuerpo estriado, se interpreta por el papel que esta región jue-
ga en las relaciones sociales. Mucho más allá de las recompensas
que sentimos al estimular el núcleo accumbens, el cuerpo estria-
do como un todo participa de forma muy activa en las complejas
relaciones sociales del ser humano. Así, además de su papel en la
secuenciación de movimientos, conocido desde hace tiempo, en
los últimos años se va descubriendo la tremenda importancia del
cuerpo estriado en la detección y comprensión de señales y con-
venciones sociales, en la tolerancia y la reducción de la agresividad
intragrupo y en la aceptación social, además de en funciones tan
relevantes para la comunicación humana -y aparentemente tan
exclusivamente humanas- como la sintaxis del lenguaje, las reglas
de combinación que permiten entender una oración. Se habla, por
tanto, de que nuestra especie tiene una personalidad dominada por
la dopamina. Se piensa que este fenómeno pudo comenzar a estable-
cerse desde muy antiguo, tan pronto como en los tiempos de Ardipi-
thecus ramidus, uno de los primeros homininos conocidos, de unos
4,5 Ma de antigüedad. Lo demostraría el hecho de que esta especie
ya presentaba, en comparación con otros primates cercanos como
los chimpancés, una drástica reducción de los caninos. Esto se inter-
preta como signo de la presencia de mucha mayor tolerancia entre
los miembros de esta especie, especialmente entre los machos. Ya no
se dirimirían las peleas, fueran por alimento o por conseguir la mejor
pareja, ganando el más fuerte, el de caninos más grandes e hirientes;
muy probablemente, serían otros los factores determinantes, y ahí se
pudo encarrilar el tren que condujo al ser humano.
Son muchos los autores que destacan el papel de la socializa-
ción o juego social para explicar la mayoría de las peculiaridades de

La unión hace la fuerza j 97


nuestra mente, y la probabilidad de que la dopamina tuviera bas-
tante relación con esto parece muy alta. Varios autores piensan que
un gran avance en este sentido tuvo que ver con la existencia de una
alta proporción de monogamia, algo a lo que se sabe que contribu-
ye la hormona oxitocina. El hecho de que el macho, que en el reino
animal normalmente invierte poco en la gestación y la crianza de
la descendencia -especialmente en los primates-, ayudara a la
hembra en estas tareas habría supuesto un gran avance, mejoran-
do notablemente la probabilidad de supervivencia de la prole, su
bienestar y su desarrollo, lo que conllevaría un éxito demográfico.
Este tipo de circunstancias solo se pueden dar en un grupo de pri-
mates en el que los machos se toleran y se respetan mutuamente,
algo que es posible gracias a una abundancia de dopamina. No obs-
tante, nada funciona aisladamente en el cerebro y difícilmente una
sola razón puede explicarlo todo. Pero un cuerpo estriado grande y
bañado, junto con la corteza cerebral, en abundantes dosis de do-
pamina, además de un aumento significativo de la corteza cerebral
en su conjunto y altos niveles de oxitocina, sí parece haber sido un
cóctel muy exitoso en la evolución de nuestro cerebro.

MÁS N QUE NADIE

La neurocientífica brasileña Suzana Herculano-Houzel ha aportado


datos muy reveladores para entender la evolución de nuestro cere-
bro. Y lo ha hecho partiendo de un escepticismo un tanto radical.
Esta investigadora partía de la base de que mayoría de los datos
de microneuroanatomía comparada que diferencian el cerebro de
la especie humana actual del de otros animales son en gran parte
poco sólidos o contradictorios. Muchas de las diferencias podrían
explicarse por simples principios de alometría y, cuando estos no
se pueden aplicar, hay numerosos desacuerdos: si algunas investi-
gaciones encuentran algún patrón diferencial relevante, cuando se

98 1 La unión hace la fuerza


intenta replicar en otros laboratorios los resultados no son los mis-
mos. También ponía en duda el principio del índice o cociente de
encefalización de Jerison, la idea de que la relación entre el volu-
men cerebral y el corporal es la clave para explicar las capacidades
cognitivas o intelectuales de una especie. En realidad, esta idea ha-
bía calado profundamente dentro de la paleoneurología, pero no
había suficientes datos que la apoyaran. Por un lado, no se habían
estudiado las capacidades cognitivas de muchas especies, de ma-
nera que se daba por hecho algo que carecía de evidencia empírica.
Por otro, había bastantes animales con un índice de encefalización
alto, pero en desventaja cognitiva respecto a otros seres con un índi-
ce mucho menor. Suzana Herculano-Houzel pone como ejemplo el
hecho de que los monos capuchinos presentan un cociente de ence-
falización superior al de los grandes simios, mientras que se puede
demostrar su inferioridad respecto a ellos en cuanto a sus capaci-
dades intelectuales. Para Herculano-Houzel, había que recuperar la
idea de que la clave no estaría en el tamaño relativo del cerebro, sino
en el absoluto: un cerebro más grande es, simplemente, un cerebro
más capacitado. No obstante, esto también era un problema: un
chimpancé y una vaca, dejando al margen su distinta masa corpo-
ral, tienen cerebros de un volumen similar; sin embargo, nadie diría
que ambos poseen un mundo mental y cognitivo similar.
Entonces ¿cuál es el patrón de referencia que debemos tener en
cuenta? ¿El valor absoluto o el relativo? Para esta científica, había
un fallo conceptual importante que era necesario abordar y aclarar.
La neurociencia ha considerado tradicionalmente que los cerebros
de los distintos órdenes animales estaban todos hechos siguiendo
un mismo patrón, como si el gramo de cerebro fuera intercambia-
ble y equivalente de unas especies a otras. Pero probablemente esto
no es así, y algunos especialistas sospechaban que debían existir
diferencias sustanciales en el contenido de los cerebros de las dis-
tintas especies, al menos entre las que pertenecieran a distintos
órdenes. Por ejemplo, los cerebros de una hiena manchada, del

La unión hace la fuerza 1 99


orden de los carnívoros, y de una cebra, del orden de los periso-
dáctilos, podrían presentar divergencias apreciables. Suzana Her-
culano-Houzel puso a punto una técnica sencilla y asequible, pero
revolucionaria, denominadafraccionador isotrópico, que se consi-
dera uno de los mejores inventos de la neurociencia del siglo XXI y
que permite contar con una precisión nunca antes conseguida el
número de neuronas por unidad de volumen cerebral. Tras años
de tesón y esfuerzo contando neuronas en los cerebros de nume-
rosas especies pertenecientes a los más diversos órdenes animales,
Herculano-Houzel ha llegado a unas conclusiones muy interesan-
tes respecto a la evolución de los cerebros y por qué el nuestro es
realmente destacable.
fraccionador isotrópico ha permitido desmontar, o quizá ma-
tizar, algunos de los mitos o afirmaciones sobre el cerebro que se
han venido repitiendo desde hace décadas. Uno de ellos es el de
que nuestro cerebro contiene unos cien mil millones de neuronas.
Esta cifra la debemos rebajar a ochenta y seis mil millones. Y esto
es solo el principio. Una de las conclusiones más interesantes es
que nuestro cerebro es especial, más inteligente y cognitivamen-
te privilegiado, por ser un cerebro de primate muy grande, el más
grande de entre todos los primates en términos absolutos. Según
esta interpretación, la capacidad intelectual de una especie no ven-
dría dada por el volumen relativo de su cerebro respecto al de su
cuerpo, sino por el volumen absoluto, pero dentro de su orden evo-
lutivo. Cada orden tendría un diseño microneuroanatómico distin-
to. El cerebro del chimpancé, del orden de los primates, tiene más
del doble de neuronas que el de la vaca, del orden de los artiodácti-
los; he ahí una diferencia cualitativa notable entre ambos cerebros.
Algo muy importante respecto a la calidad de los cerebros prima-
tes es que una de las partes que proporcionalmente se lleva más
neuronas, en relación a otros órdenes, es la corteza cerebral. Ha-
gamos números con un ejemplo. cerebro de primate más grande
de todos es el humano, que pesa unos 1400-1500 g; el del elefante

100 1 La unión hace la fuerza


>SOPA DE CEREBRO
En 2005 Suzana Herculano-Houzel dio a conocer un nuevo método para
contar con precisión el número de neuronas de un cerebro. Primero se fija
el tejido durante un par de semanas, para que los núcleos celulares sean
flexibles y resistan el estrés mecánico. Después se introduce en un homo-
geneizador manual con un disolvente y se tritura hasta obtener una mezcla
homogénea. En el proceso, las membranas celulares se deshacen pero
los núcleos quedan intactos. Si a la mezcla se le añade DAPI, un marcador
fluorescente de ADN, los núcleos se verán azules y se pueden contar. Pero
el cerebro contiene dos tipos de células, las neuronas y las células gliales,
y solo nos interesan las primeras. Hay una proteína que se halla solo en el
núcleo de las neuronas; se puede detectar añadiendo a la mezcla anticuer-
pos específicos que se unen a ella y tiñen de rojo sus núcleos, que así se
distinguen de los de otras células. Aunque la autora llama a este método
«sopa de cerebro», su nombre oficial es fraccionador isotrópico.

- Homogeneizadores de vidrio que se usan como morteros para triturar y mezclar el


tejido cerebral en la técnica desarrollada por Suzana Herculano-Houzel.

101
africano, del orden de los proboscídeos, pesa unos 4500-5000 g.
Un cerebro tan enorme como el del elefante tiene que tener, nece-
sariamente, más neuronas que el nuestro. Efectivamente, 257 000
millones del elefante, frente a 86 000 millones del nuestro. ¿Qué
hace al cerebro humano mejor que el del elefante para el cálculo,
el razonamiento o el lenguaje, por poner algunos ejemplos? La cor-
teza cerebral: mientras que la del elefante solo tiene algo más de
5 000 millones de neuronas, la del humano tiene nada menos que
16 000 millones. Como curiosidad diremos que la gran mayoría del
resto de neuronas cerebrales en ambas especies se concentra en el
cerebelo, estructura que, por deducción, no sería tan relevante para
nuestras capacidades cognitivas como la corteza cerebral.
Nosotros pertenecemos a un orden, el de los primates, en el
que se da la circunstancia de que el cerebro tiene un gran nú-
mero de neuronas corticales por centímetro cúbico. Solo ocurre
algo parecido en los cetáceos, y uno de ellos, el calderón común
(Globicephala melas) incluso dobla nuestro número de neuronas
corticales. Esto indica que, además del número de neuronas, la
organización interior del cerebro debe ser también un factor de-
cisivo. Los primates tienen un cerebro especial, relacionado con
un alto índice de dificultad en la organización y el dinamismo de
los sistemas sociales, donde las contrariedades en el juego social
-intenciones ocultas, engaños, persuasión y un largo etcétera-
son la norma y han tenido un papel muy destacado en su evolu-
ción. Ese mismo diseño, llevado a su máxima expresión, podría
explicar nuestras elevadas capacidades cognitivas. Teniendo en
cuenta que el cerebro del neandertal tenía un tamaño muy similar
al nuestro, es probable que tuviera las mismas capacidades cogni-
tivas e intelectuales, pero no sobrevivió lo suficiente como para
desarrollar todo su potencial mediante evolución cultural, como
sí hizo nuestra especie.
Hacer que nuestro cerebro sea más grande que el de los demás
primates habría sido algo relativamente sencillo desde el punto de

102 1 La unión hace la fuerza


vista evolutivo. Durante el desarrollo embrionario, las células pre-
cursoras, que llegarán a ser neuronas cuando maduren, son capa-
ces de duplicarse, algo que cuando migren a sus destinos y se con-
viertan en neuronas no podrán hacer -las neuronas son las únicas
células del organismo que no pueden renovarse mediante división
celular-. Como veremos más adelante, algunos genes permiten
que, en el humano, los procesos de división de las células precur-
soras se prolonguen en el tiempo mucho más allá de lo que lo ha-
cen en otros primates. De esta manera, el número final de neuronas
también será mucho mayor.
Para Suzana Herculano-Houzel hay un último dato importante
que ha de tenerse en cuenta. Aunque representa solo un 2 % de la
masa corporal, el cerebro gasta un 20 % del total energético con-
sumido. Es un órgano muy costoso. Dado nuestro gran cerebro de
primate, si tuviéramos que alimentarlo con un consumo primate
típico, a base de vegetales y solo ocasionalmente carne, deberíamos
dedicar al menos nueve horas diarias a alimentación, una inver-
sión de tiempo difícil de mantener. Pero, hace aproximadamente
1,8 Ma, el ser humano inventó algo que hizo posible reducir de for-
ma significativa el tiempo destinado a la alimentación: la cocina.
Los alimentos cocinados permiten multiplicar el aprovechamiento
energético de un producto, sea vegetal o animal, y el tiempo em-
pleado en su consumo y procesamiento digestivo es muchísimo
menor. Dicho de otro modo, sin la cocina no podríamos mantener
nuestro gran cerebro y, de hecho, puede constatarse que el volu-
men cerebral empezó a aumentar exponencialmente en nuestro
género este comenzó aUUHL«cu.

PISTAS DEL CER

Terminado el siglo xx y, especialmente, con la llegada del XXI, apa-


reció y se desarrolló una técnica que está aportando datos gran

La unión hace la fuerza 1 103


valor en el estudio de la evolución del cerebro. La tractografía es
una técnica basada en la resonancia magnética que permite trazar
las principales vías de comunicación dentro de un cerebro, los axo-
nes que recorren medias y largas distancias, tanto entre distintas
áreas de la corteza cerebral como entre la corteza y otras estructu-
ras. Hasta la llegada de esta técnica, conseguir este tipo de informa-
ción no resultaba fácil e implicaba la inyección de determinados
marcadores que recorrían los axones y que podían verse al micros-
copio. Esto era algo que no se podía hacer en cerebros vivos, desde
luego no en los humanos, además de proporcionar una informa-
ción parcial que había de ser completada en numerosos intentos.
La tractografía no solo permite saber por dónde van y cuáles son las
principales vías de comunicación interna del cerebro, sino en qué
medida estas son más o menos densas, es decir, robustas y consti-
tuidas por una cantidad notable de axones, un indicador de hasta
qué punto esa vía de comunicación tiene especial relevancia para
esa especie. Con esta técnica se han obtenido datos interesantes
que indican que el ser humano muestra aumentos específicos muy
importantes en determinadas conexiones, así como algunas cone-
xiones que parecen no existir en otras especies.
Uno de los hallazgos más significativos tiene que ver con elfas-
cículo arqueado, un conjunto de axones de capital importancia
para el lenguaje humano. La existencia de este fascículo ya la dio
a conocer el neurólogo alemán Karl Wernicke en 1874, al observar
los numerosos trastornos del habla que producía una lesión en el
mismo. De sus observaciones se deducía que el fascículo arquea-
do conecta bidireccionalmente, es decir, en caminos de ida y vuel-
ta, cierta zona localizada entre los lóbulos parietal y temporal del
hemisferio izquierdo, donde se encontrarían las «imágenes audi-
tivas» de las palabras, con una zona frontal inferior del mismo he-
misferio, donde se encontrarían los patrones de pronunciación de
las palabras. Con el tiempo, la primera de estas zonas ha tomado su
nombre, área de Wernicke, mientras que la segunda lleva el nom-

104 1 La unión hace la fuerza


>
El desarrollo de la tractografía ha evidenciado como nunca antes las princi-
pales vías de conexión del cerebro. Su carácter no invasivo está permitiendo
estudiar diversas especies, en ejemplares vivos y a lo largo de diversas
etapas de su desarrollo y circunstancias vitales. Lo que se hace es buscar
la movilidad o difusión de las moléculas de agua dentro de un órgano, en
este caso el cerebro. Estas tienen una movilidad libre o isotrópica cuando
se mueven en todas direcciones, lo que indica qué nada impide sus mo-
vimientos. Al calcular sus movimientos en tres dimensiones en un punto
determinado estos se ven como una esfera. Sin embargo, cuando algo res-
tringe sus movimientos estos presentan una forma alargada, elíptica. En el
cerebro esto ocurre en el interior de los axones, que están recubiertos de
una sustancia llamada mielina, que impide el paso del agua. Identificando
esos lugares donde los movimientos de las moléculas de agua siguen una
trayectoria más alargada y su orientación, se puede determinar punto a
punto el recorrido de un axón.

Las diferentes vías de comunicación del cerebro se pueden identificar analizando


los movimientos de las moléculas de agua a lo largo de los axones.

105
bre del neurólogo francés que la dio a conocer, Paul Broca, aunque
hoy se sabe que las funciones de esta última son algo más sofisti-
cadas que las propuestas inicialmente. Pues bien, uno de los resul-
tados más interesantes al estudiar este fascículo mediante tracto-
grafía en humanos y compararlo con el de chimpancés y macacos
es que en los primeros está muchísimo más desarrollado, presenta
un número enormemente mayor de axones y conecta áreas parie-
tales, temporales y frontales mucho más extensas, sobre todo en
las dos primeras. Al ser un fascículo fundamentalmente empleado
en el lenguaje, esta descripción alcanza toda su plenitud en el he-
misferio izquierdo, en el que está lateralizado el lenguaje humano.
Al observar los cerebros de macacos y chimpancés se aprecia que
estos últimos muestran un patrón intermedio entre el humano y el
macaco en este fascículo (fig. 4), lo que sugiere que su evolución ya
habría comenzado en el ancestro común a chimpancés y humanos,
y da pie a reflexionar sobre su desarrollo ulterior a lo largo de la
evolución humana.
Ligeramente por encima del fascículo arqueado transcurre el
fascículo longitudinal superior, que une áreas corticales frontales
con áreas parietales, también de manera bidireccional. Este fas-
cículo también muestra notables diferencias entre chimpancés y
humanos, que parecen relacionadas con las llamadas funciones
frontoparietales. Estas incluyen la atención espacial a la observa-
ción de acciones realizadas por los otros, el aprendizaje social y el
manejo de herramientas, en las que nuestra especie también des-
taca especialmente. Precisamente, este hallazgo se complementa
con otros, entre los que se encuentra un desarrollo mucho mayor,
en comparación con otros primates, del sistema de proyección cor-
ticoespinal, un conjunto de conexiones que nacen en las cortezas
motora y somatosensorial y que van directamente a la médula es-
pinal, donde contactan con las neuronas que activarán los diver-
sos músculos de las articulaciones. Este sistema está muy relacio-
nado con los movimientos voluntarios y precisos, especialmente

106 1 La unión hace la fuerza


r F10.4
Chimpancé

Macaco

Humano

El fascículo arqueado [FA), que en el humano conecta las áreas de Broca y Wernicke
[áreas del lenguaje), se ha desarrollado notablemente en nuestra especie,
particularmente en el hemisferio izquierdo.

de los dedos de las manos, y se encuentra muy desarrollado en los


humanos. Las conexiones que lo constituyen no solo son menos
numerosas en otros primates, sino que además muchas de ellas
no son directas hasta las neuronas que activan los músculos, sino
que pasan antes por neuronas intermediarias.
De gran importancia parece ser también el llamado fascículo
occipitofrontal inferior. Este fascículo parece ser exclusivamente
humano, al menos como tal, ya que en otros primates se encuentra

La unión hace la fuerza 1 107


fragmentado, sin mostrar una organización unitaria. Sus funcio-
nes y su importancia no son aún del todo conocidas. Es posible que
tenga alguna participación en procesos lingüísticos, en especial en
los relativos al significado del lenguaje. Une regiones occipitales,
temporales posteriores, y frontales inferiores. Entre estas últimas
se encuentran porciones correspondientes a la corteza que está en-
cima de las órbitas de los ojos y que tiene un destacado papel en los
sistemas de valores y gustos estéticos de una persona.
A la vista de todos estos resultados, hay que concluir que no bas-
taría solo con aumentar el volumen cerebral de un primate para
obtener un cerebro humano, sino que, además, habría que recon-
figurar algunas de sus conexiones. Haciendo un balance de lo que
hemos visto, parece que son múltiples los factores microneuroana-
tómicos que nos distinguen de otras especies. Teniendo en cuenta
que esta disciplina está en sus comienzos, es muy posible que se
descubran algunos más en los próximos años.

108 1 La unión hace la fuerza


UNA MIRADA AL FUTURO
DESDE EL PASADO

Las diferencias entre el cerebro humano


y el de otras especies tienen su origen
en modificaciones del material genético
escogidas por la selección natural.
Posiblemente, la genética nos permitirá
algún día definir con exactitud qué es lo que
nos hace humanos. Entonces podremos
decidir sobre nuestro futuro como especie.
n el ADN está escrito el principal guion para construir un ser
E vivo, y es este material el que, con el paso del tiempo, de miles
y miles de años y generaciones, se va modificando y produciendo
novedades que se traducen en variantes evolutivas. Algunas de
ellas serán ventajosas para sus portadores y, por tanto, permane-
cerán largo tiempo al ser transmitidas a una descendencia que
portará dichas ventajas. Los avances en genética han sido muy
espectaculares en las últimas décadas, gracias sobre todo a nu-
merosos desarrollos tecnológicos recientes que han permitido
manipular y tratar las cadenas de ADN (ácido desoxirribonuclei-
co) con una libertad y una facilidad sin precedentes en la historia
de esta disciplina. Así, se están pudiendo conocer en profundi-
dad los genomas completos -toda la larguísima secuencia del
ADN- de numerosas especies. Entre ellas, la nuestra, cuyo ge-
noma prácticamente íntegro se dio a conocer en 2005, y a partir
del cual se ha empezado ya a sintetizar de manera artificial una
réplica completa. Las posibilidades que se abren de cara al futuro
son casi ilimitadas.

Una mirada al futuro desde el pasado 1 111


Esta facilidad para extraer, estudiar, manipular y sintetizar el
ADN ha permitido comparar nuestras cadenas de ADN con las de
otros seres vivos, con el fin de conocer qué hace única a nuestra
especie (fig.1). Pero no es un trabajo fácil, en absoluto. ADN
mano está constituido por unos tres mil millones de pares de bases,
las secuencias de «letras» que constituyen nuestro código gené-
tico. Realizar una comparación, letra a letra, entre las secuencias
de nuestro ADN y las de otras especies es, por tanto, un trabajo de
multitud de equipos de científicos dedicados a esta labor durante
muchos años. De ahí que aún haya mucho trabajo por delante. Es
este un campo actualmente a pleno rendimiento, y en el que casi
cada año, si no cada mes, surgen datos nuevos que se añaden o mo-
difican a los anteriores.
Estos avances no tendrían sentido si no fuera porque otros equi-
pos de científicos se dedican a investigar sobre las consecuencias
de las diferencias entre los genomas de distintas especies. En pri-
mer lugar, hay que tener en cuenta que se desconoce la función de
una gran cantidad de secuencias genéticas. Saber para qué sirven
determinados fragmentos, qué efectos tienen en la constitución y

1 FIG.1
Humano AAAGAAGACC ACGGAGGCCC TGCTGGAGCT GAAGGC C GTG

Chimpancé AAAGAAGACC ACGGAGGCCC TGCTGGAGCT GAAGGC CATG

Orangután AAAGAAGACC ACGGAGGCCC TGCTGGAGCT GAAGGC CATG

Vaca AGAGAAGACC AAAGAGGCCC TGCTGGAGCT GAAGGC CATG

Perro AGAGAAGACC AAGGAGGCCC TGCTGGAGCT GAAGGC CATG

Rata GGAGAAGACC AAGGAGGCCC TACTGGAGCT AAAGGC CATG

La búsqueda de diferencias en el AON entre especies debe hacerse base a base.


Aquí se muestra una secuencia de cuarenta bases, destacándose las que se
diferencian del ADN humano. Cada letra representa una base: adenina (Al, citosina
(C], guanina (G) y ti mina (TI.

112 1 Una mirada al futuro desde el pasado


mantenimiento de un organismo o de una parte del mismo -como
el cerebro-- es fundamental para entender qué consecuencias pue-
den tener las diferencias que encontremos entre especies para esos
fragmentos. Es un trabajo duro y que llevará años, un campo que
también está en plena ebullición.
No es menos prometedor el campo relativo a la extracción de
ADN de especies humanas extinguidas, como el neandertal, los
denisovanos u Horno heidelbergensis. El genoma más completo del
neandertal, aunque aún bastante inconcluso, se publicó en 2010,
y desde entonces se han ido añadiendo más piezas al puzle. Para
los que estamos interesados en la evolución del cerebro humano
y, en particular, en conocer qué aspectos concretos de este son
diferentes respecto a otros homininos, esto abre un horizonte in-
mensamente prometedor. No podemos estudiar el interior de los
cerebros de otros homininos por estar ya extintos, pero al menos sí
podremos conocerlo de forma indirecta a través de las letras del có-
digo genético que en su día determinaron cómo debían construirse
dichos cerebros. Es muy probable que, gracias al estudio del ADN,
podamos llegar a saber qué nos dio la ventaja evolutiva suficiente
como para ser hoy día la única especie superviviente de esta subtri-
bu de los primates homínidos.

ELEMENTOS PARA CONSTRUIR UN ORGANISMO

El ADN se localiza en los cromosomas, en el interior del núcleo de


cada una de las células de nuestro organismo, y está constituido por
moléculas conocidas como nucleótidos (fig. 2). Cada nucleótido con-
tiene una molécula más pequeña llamada base, que puede ser de
cuatro clases diferentes, de modo que hay cuatro tipos de nucleó-
tidos. Las bases son las «letras» con las que está escrito el código
genético. Los nucleótidos del ADN reciben los nombres de sus ba-
ses: citosina, timina, guanina y adenina, pero para abreviar se sue-

Una mirada al futuro desde el pasado 1 113


len utilizar sus siglas, C, G y A. Las bases de cada cadena de ADN
establecen enlaces con las de cadena complementaria formando
pares de bases, siempre de la misma forma: adenina con timina (A-
T) y guanina con citosina (G-C); por eso, hablar de pares de bases o
nucleótidos suele ser equivalente. Mediante estas letras, en el ADN
se encuentran escritas las instrucciones para confeccionar proteínas,
que son cadenas de aminoácidos unidos y organizados formando una
estructura tridimensional. Los aminácidos son combinaciones parti-
culares de carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno. Para construir
nuestro organismo, incluido nuestro cerebro, es necesario producir
proteínas, pues estas se encargarán en gran parte de la formación, el
mantenimiento y el funcionamiento de las células que lo constitu-
yen. También conforman buena parte de los materiales que las so-
portan, como por ejemplo el colágeno, la proteína mayoritaria en los
huesos. Así, algunas proteínas son puramente estructurales, mien-
tras que otras tendrán cometido de provocar reacciones químicas
fundamentales para que todo proceda y funcione correctamente.
Existe un total de veinte aminoácidos codificados por el ADN.
Cada aminoácido específico es construido e incorporado a esa cade-
na en función de la sucesión de nucleótidos del ADN (fig. 2). Cada
tres nucleótidos componen una señal, una unidad de lectura, deno-
minada triplete, para que un aminoácido concreto se una a la cade-
na. Por ejemplo, si en el ADN aparece un triplete compuesto por las
letras CAC, entonces el aminoácido que se insertará a la cadena será
valina. Este código mediante el cual una sucesión de tres nucleó-
tidos concretos y en determinado orden se traduce en un aminoáci-
do particular es inamovible y universal, compartido por todos seres
vivos. Lo que en realidad se lee no es el ADN directamente, sino
una copia de este hecha de ARNm (ácido ribonucleico mensajero).
Esta se compone de bases complementarias a las del ADN: una e
en el ADN corresponde a una G en el ARN, y viceversa, una A co-
rresponde a una U (uracilo) -en ARN no existe la T- y una T
en al ARN, a una A. La copia de secuencia de ADN hecha a base

114 1 Una mirada al futuro desde el pasado


r F,G. 2--------------------------.
1 CÉlUlA 1

1 CROMOSOMA 1

Proteína

Serina

Triplete
ARNm

Proceso de lectura del ADN contenido en los cromosomas del núcleo de la célula.
Las secuencias de nucleótidos del ADN se copian como secuencias de ARN
mensajero [ARNml, que sale del núcleo y es leído para producir secuencias de
aminoácidos a razón de uno por cada triplete de nucleótidos.

de ARN (con la secuencia GUG en nuestro ejemplo para la valina)


saldrá del núcleo de la célula y será leída por los ribosomas, que son
los orgánulos celulares que traducen las cadenas de ARNm y van
«llamando» a los aminoácidos y ensamblándolos para dar lugar a
una proteína.
Normalmente, cuando hablamos del ADN, una de las primeras
palabras que salta a nuestra mente es gen. Este término se suele uti-
lizar para designar a toda una larguísima secuencia de nucleótidos
que determina la síntesis de una proteína concreta. Un gen tiene, en
realidad, dos partes. Una está constituida por una secuencia de nu-

Una mirada al futuro desde el pasado 1 115


cleótidos, normalmente cientos de miles, que, leídos de tres en tres,
nos van a decir qué aminoácidos ensamblar, y en qué orden, para dar
lugar a una proteína. En mismo gen vamos a encontrar también
otra larga secuencia de nucleótidos que
Antes pensábamos determina cuándo y cómo se debe leer
que nuestro futuro la otra parte. Esta parte adicional es lo
estaba en las denominamos porción reguladora
estrellas. Ahora del gen. Así, solo se sintetizará la pro-
sabemos que está teína correspondiente cuando lo de-
en nuestros genes. termine la porción reguladora del gen.
JAMES WATSON Que esto ocurra dependerá, entre otras
cosas, de la presencia de otras proteí-
nas que se hayan sintetizado por la expresión de otros genes. Estas
se conocen como proteínas reguladoras o factores de transcripción,
y a los genes que las codifican se los llama genes reguladores. Entre
la multitud de genes de un genoma hay, por tanto, una relación je-
rárquica: hasta que no se han expresado ciertos genes no se podrán
expresar otros. De esta manera, un solo gen puede afectar a otros
muchos miles de ellos.
Como vemos, formación de un organismo a dela
mación contenida en el ADN es un proceso verdaderamente com-
plejo. No debemos olvidar, además, la importancia del ambiente
en el desarrollo y mantenimiento de un ser humano y sus partes
constituyentes. No hablamos solo de los nutrientes y demás apor-
tes necesarios para producir nuestras proteínas y otros elementos
fundamentales durante el desarrollo, sin los cuales el resultado
puede ser muy diferente a «estaba escrito» en nuestra
renda genética. Hablamos también de las experiencias vitales, de
la interacción del organismo con su entorno, desde la percepción y
el ejercicio físico hasta la educación. Precisamente será el cerebro
la parte de nuestro cuerpo que más se verá afectada por este tipo
de ambiente, ya que sus conexiones y el número de sus neuronas
dependen en gran medida de nuestra experiencia. Es un factor que

116 1 Una mirada al futuro desde el pasado


debe tenerse en cuenta. Por otra parte, en los últimos años se está
constatando también la importancia de los llamados factores epige-
néticos, factores externos, no incluidos en el ADN pero que pueden
afectar a la expresión de los genes contenidos en él, determinando
que se active o no en ciertos momentos, que se potencie o dismi-
nuya su activación e incluso que se modifique de alguna manera el
resultado final, todo ello sin alterar el ADN. Muchos factores epi-
genéticos son mecanismos químicos que, en principio, no deberían
heredarse, pues son consecuencia de circunstancias ocurridas du-
rante la vida de un individuo, corno la alimentación o la exposición
a determinadas sustancias. Pero en algunos casos parece haberse
constatado una herencia epigenética, que podría ir incluida en los
cromosomas junto con el ADN de los padres. Sin embargo, no todos
los expertos están de acuerdo, al menos en que esa herencia pueda
transmitirse a más de una o dos generaciones. Y aunque existe algu-
na propuesta de que los factores epigenéticos podrían haber tenido
algún papel en la evolución de nuestro cerebro, hoy en día resulta
muy especulativa.

GENES QUE MARCAN LA DIFERENCIA

Una clave fundamental para entender que un organismo sea un


chimpancé y no un ser humano es la particular combinación de
relaciones jerárquicas entre los genes, concretamente entre genes
reguladores y genes estructurales, que es única de cada especie. De
hecho, cuando compararnos los genes humanos con los del chim-
pancé casi todas las diferencias se encuentran en los genes regula-
dores. Aun así, la diferencia es mínima. Pero en esa pequeña por-
ción debe haber algo muy importante. Añadamos a eso que de los
aproximadamente 21000 genes de nuestro genoma se considera
que en torno a un 80 % o un 90 % juegan algún papel en el desarro-
llo, la configuración o el mantenimiento del cerebro. De la regula-

Una mirada al futuro desde el pasado 1 117


ción del funcionamiento de esa gran cantidad de genes depende
que tengamos un cerebro humano, un cerebro que pueda hablar,
diseñar un edificio o tocar el piano, por poner solo algunos ejem-
plos. No es de extrañar, por tanto, que donde se han hallado las di-
ferencias más destacables entre los genes de otros primates y los
humanos sea en los genes reguladores.
No es fácil saber para qué sirve cada uno de los miles de genes de
nuestro genoma, y mucho menos sus mecanismos de acción o los
lugares donde intervienen. Es un trabajo ímprobo, de ahí que aún
sea mucho lo que ignoramos al respecto. Una forma de abordar esta
cuestión consiste en insertar la secuencia de nucleótidos que se
quiere estudiar en el genoma de un embrión animal, generalmente
un ratón, reemplazando la secuencia original del propio animal, y
estudiar los efectos que tiene en su desarrollo y en su comporta-
miento. Pero para hacerlo de una manera razonable, tenemos que
elegir antes qué gen interesa estudiar. Como desconocemos casi
todo de una gran cantidad de genes, elegir los que puedan ser de in-
terés para estudiar la evolución de nuestro cerebro resulta compli-
cado. Cuando se ha hecho, la elección se ha basado en hechos más
o menos fortuitos o en observaciones indirectas que parecían indi-
car que un gen podría ser interesante. En algunos casos ha habido
suerte y se han obtenido resultados muy útiles.
Uno de los casos más sonados es, sin duda, el del gen FOXP2.
En la década de 1990 se llevó a cabo una investigación sobre una
familia británica, conocida como «familia KE», en la que casi la
mitad de los miembros presentaba un trastorno del lenguaje que
afectaba a su sintaxis. Encontrar el gen defectuoso no parecía fácil
pero, casualmente, durante la investigación apareció una persona
sin relación con la familia KE que mostraba síntomas similares.
Este individuo presentaba una alteración muy visible en el cromo-
soma 7, y se acabó encontrando la secuencia alterada en la fami-
lia KE, correspondiente al gen FOXP2. Una sustitución en un solo
nucleótido causaba, a su vez, la de un aminoácido, y ahí parecía

118 1 Una mirada al futuro desde el pasado


estar el origen del trastorno. El estudio del genoma en otros casos
similares ha permitido establecer la importancia de FOXP2 para
la sintaxis del lenguaje. Incluso se ha encontrado que tiene un pa-
pel relevante en el canto de las aves canoras, que presenta ciertas
similitudes con el lenguaje humano, como la heredabilidad o un
período crítico para su aprendizaje.
Ningún rasgo del comportamiento, y menos aún algo tan com-
plejo como el lenguaje humano, depende de un solo gen, sino nor-
malmente de varios miles. A pesar de ello, a FOXP2 se le conoce
como «el gen del lenguaje», y se ha convertido en objeto de impor-
tantes debates y estudios en torno a la evoludón humana y en uno
de los genes más estudiados de la historia reciente de la genética.
Este gen parece crucial por su papel en la cadena de genes que in-
tervienen en el desarrollo y el mantenimiento del cerebro. FOXP2
codifica un factor de transcripción que abunda en el cerebro en de-
sarrollo, especialmente en la corteza, así como en el cerebro adulto
y que regula la expresión de otros factores de transcripción. Está,
por tanto, en una posición muy alta en la jerarquía de los genes
implicados en la construcción de un cerebro. Uno de los primeros
y más llamativos datos que se conocieron acerca de este gen es que
al comparar la versión humana con la del chimpancé, el gorila o
el macaco, resulta que hay una diferencia en al menos dos de los
aminoácidos transcritos, y que esta diferencia asciende solo a tres
cuando lo comparamos con los de otros mamíferos, como el ratón
(fig. 3). Esto quiere decir que el gen se ha conservado casi inalte-
rado a lo largo de muchos millones de años de evolución, proba-
blemente dada su importancia en el desarrollo del sistema nervio-
so. La diferencia entre los primates y otros mamíferos es mínima,
y nuestra especie difiere solo un poco más, pero esta disparidad
podría ser decisiva. Los ratones con una versión humana del gen
muestran una mayor capacidad de aprendizaje, unas vocalizacio-
nes ultrasónicas cualitativamente diferentes de las que suelen em-
plear para comunicarse, así como un aumento significativo de la

Una mirada al futuro desde el pasado 1 119


rF10.3

1 Número de mutaciones con electos


DNúmero de mutaciones sin efectos

0/2

Orangután

Hace 75
millones___; Macaco
de años :
1/131
----------•-------------------------- Ratón

FOXP2 es un gen con un alto grado de conservación entre los mamíferos. Sin
embargo, en el humano se han dado dos mutaciones (sustituciones de aminoácido!
con consecuencias importantes para la proteína codificada por este gen.

longitud y plasticidad sináptica de las dendritas de neuronas que


se encuentran en el cuerpo estriado, que parece tener un papel
muy destacado en nuestra evolución y en el lenguaje humano.
Al igual que FOXP2, otros genes de gran relevancia para la evolu-
ción del cerebro humano se han descubierto al observar que, cuan-
do presentan una anomalía, el desarrollo de este se ve gravemente
afectado. Así, una fuente de información muy importante la propor-
cionaron los casos de microcefalia, un trastorno que conlleva una
reducción muy notable del tamaño del cráneo y del cerebro y que
se acompaña en la mayoría de los casos de retraso mental. Si una de
las claves de la evolución del cerebro humano ha sido su aumento, es
posible que encontrar genes cuya alteración provoque lo contrario
nos proporcione pistas acerca de cuáles han sido importantes en esa
evolución. Y, efectivamente, se encontraron varios. Dos de los más
conocidos y estudiados son MCPHl, conocido también como micro-

120 1 Una mirada al futuro desde el pasado


cefalina, y ASPM, pero hay al menos otros seis. La principal acción
de estos genes tiene lugar sobre las células precursoras de las neu-
ronas, prolongando notablemente sus períodos previos como célu-
las inmaduras. Esto da lugar a un aumento de la cantidad de ellas
que pueden surgir por división celular y, por ende, a un número final
de neuronas mucho mayor, dando como resultado un cerebro más
grande y de mayor plasticidad. Se observan varias mutaciones en es-
tos genes a lo largo de la evolución, no solo comparar humanos
con primates, sino entre primates y otros mamíferos, y existe una
correlación importante entre el número de mutaciones observadas
en estos genes y el tamaño del cerebro de una especie. Dada la gran
cantidad de mutaciones observadas, algo relativamente infrecuente,
se piensa que estos genes han debido sufrir una selección positiva,
también conocida como selección direccional, un tipo de selección
natural en la que se seleccionan rasgos en un sentido específico de
una manera muy marcada, fruto sin duda de la gran importancia de
ese rasgo frente a otros. Las valiosas ventajas de tener el cerebro más
grande parecen haber guiado esta selección positiva.
Algunos genes trascendentales en nuestra evolución son el re-
sultado de duplicaciones de genes más primitivos. Las duplicacio-
nes de genes o secuencias genéticas (fig. 4) son un mecanismo evo-
lutivo muy importante, ya que mientras se mantiene el gen original
sin modificar y cumpliendo su función primigenia, las copias que se
hayan producido pueden verse modificadas y experimentar varia-
ciones que pueden resultar ventajosas. Un caso muy llamativo es lo
que ha ocurrido con el gen SRGAP2, que se sabe que está implicado
en el desarrollo de la corteza cerebral, ya procesos
de migración y maduración de las células precursoras, así como en
un aumento importante en la cantidad de contactos sinápticos que
tendrán las neuronas cuando maduren. Mientras primates no
humanos y otros mamíferos muestran una sola de este gen,
en el ser humano hay cuatro: la ancestral, que comparten con otros
seres vivos, y tres duplicaciones incompletas (es decir, no todo el

Una mirada al futuro desde el pasado 1 121


I FIG.4

~~ .••.•
Antes de la duplicación

''
-----------~
' '

~~• 11►■ 111


Después de la duplicación

De manera fortuita, un gen puede duplicarse por completo o en parte, de modo


que el original puede seguir realizando sus funciones mientras que la copia puede
sufrir cambios y dar lugar a otras nuevas.

segmento se ha duplicado) que serían específicamente humanas y


que debieron ocurrir hace entre 3,4 y 1 Ma.
Como vemos, la gran mayoría de los genes implicados en la evo-
lución de nuestro cerebro tienen un papel muy importante en la
regulación de su desarrollo. Y uno de los aspectos más destacables
-aunque no el único- parece ser el efecto retardante de estos ge-
nes en la maduración de las células precursoras de las neuronas,
lo que acaba produciendo un cerebro más grande y con más neu-
ronas, dando apoyo a la propuesta de Herculano-Houzel de que el
nuestro no es sino el cerebro de un primate aumentado de tama-
ño. Quedaría aún por detectar qué otras modificaciones de nuestro
genoma podrían estar detrás de los cambios en la reorganización
interna del cerebro humano.

LA EVOLUCIÓN ACELERADA

No todo en el material genético son genes. De los más de tres mil


millones de pares de bases de nuestro genoma se estima que solo
una pequeña parte son genes (es decir, codifica proteínas), de los

122 1 Una mirada al futuro desde el pasado


que se calcula que en el humano no hay más de veintiún mil.
resto del material genético se le llamó durante décadas ADN ba-
sura, lo que no fue sino una forma un tanto metafórica y original
de reconocer que no sabíamos en ese momento para qué servía.
Sin embargo, los tiempos han cambiado y la importancia de este
ADN para entender la evolución del cerebro ahora parece innega-
ble. Mientras que algunas de las diferencias entre el ADN humano
y el de otros primates, como el chimpancé, se encuentran en los
genes reguladores, y poca o ninguna en los genes no reguladores,
«ADN basura» está mostrando multitud de diferencias que pueden
ser clave para entender lo que nos hace humanos. Muchas porcio-
nes del ADN que no codifican proteínas van a servir para regular el
funcionamiento de los genes o para fabricar ARN que no conllevará
la síntesis de proteínas, sino que realizará muchas y diversas
funciones, de nuevo de capital importancia para la regulación de la
actividad de los genes. Así, algunos de estos fragmentos serán po-
tenciadores de la expresión génica, mientras que otros serán inhi-
bidores; otros ayudarán a los procesos de transcripción, o simple-
mente modificarán la expresión de los genes de distintas maneras.
En el año 2006 surgieron sendos estudios en los que se daba a
conocer por primera vez que en ese misterioso ADN no codificante
se daban secuencias en las que el ser humano presentaba variacio-
nes muy llamativas con respecto al chimpancé, mientras que este
mostraba una alta similitud con el de otros animales (fig. 5), señal de
su alto grado de conservación y, por tanto, de su posible importancia
para la supervivencia. En algunos casos, las tasas de sustitución de
nucleótidos del humano respecto al chimpancé eran veintiséis ve-
ces más altas que las del chimpancé respecto al ratón. Teniendo en
cuenta que las tasas de mutación espontánea del material genéti-
co a lo largo de la evolución no suelen ser muy elevadas, resultaba
muy extraño que en esas secuencias el número de sustituciones
fuera tan impresionante. Por alguna razón, debía haber habido
una fuerte presión selectiva que explicara tal abundancia, y que

Una mirada al futuro desde el pasado 1 123


r F1G. 5

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Antecesor común
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18 Mal
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En esta secuencia HAR, denominada HAR1, de 118 nucleótidos, solo hay dos
diferentes en el pollo y el chimpancé, dos mutaciones en 300 Ma. Entre el chimpancé
y el humano, sin embargo, hay más de 18 cambios en un tiempo mucho más corto.

además fuera específicamente humana. Dadas las circunstancias,


a esas secuencias que mostraban haber sufrido tal magnitud de
modificación, y en tan poco tiempo, se las denominó regiones ace-
leradas humanas (HAR, por sus siglas en inglés).
Desde entonces hasta ahora el número de HAR descubiertas su-
pera ampliamente el millar, y se están empezando a conocer algu-
nos de sus mecanismos de acción, especialmente de aquellas que
por contener un gran número de sustituciones han parecido más
relevantes. Algunas, curiosamente, se encuentran insertas en las
secuencias de genes codificantes, bien en su porción reguladora,
bien dentro de la misma fracción codificante, y en muchos casos
están próximas a genes en cuya regulación participarían.

124 1 Una mirada al futuro desde el pasado


En su gran mayoría, y este es un dato muy interesante, las HAR
tienen relación con genes implicados en el desarrollo del sistema
nervioso. Una de las primeras en ser identificadas se conoce como
HARl y presenta menos dieciocho sustituciones respec-
to a la misma secuencia en el chimpancé, y se estima que pudieron
ocurrir un millón años. La secuencia HARl sintetiza ARN,
en concreto durante el desarrollo embrionario, en numerosas partes
cerebro, sobre todo en el lóbulo frontal -tan importante para la
cognición humana- y otras partes de lo que llegará a ser el cerebro
emocional, también implicadas en procesos de aprendizaje y memo-
ria. Otras HAR, como hemos dicho, se encuentran insertas dentro
de secuencia codificante de un gen, aunque no codifiquen y por
lo tanto el proceso de copia del ADN a un ARNm se las salte. Esto
ocurre en el gen SRGAP2, que participa en el desarrollo de la corteza
cerebral y del que ya hemos hablado. Son precisamente sus HAR las
que dan lugar a la variante humana del mismo. En algunos casos las
HAR consistido en deleciones o eliminaciones de nucleótidos, en
vez de su sustitución; estas se conocen con el nombre específico de
hCONDEL, derivado del hecho de que se producen en secuencias al-
tamente conservadas (CON) en otros mamíferos, incluidos los chim-
pancés, y en las que en el humano (h) se han producido significativas
deleciones (DEL). Muchos de estos hCONDEL se ubican próximos a
genes que expresan proteínas reguladoras, siendo el caso más elo-
cuente el del gen GADD45G, cuya función es la de reprimir la prolife-
ración de las células precursoras y facilitar la muerte de las neuronas
maduras. Teniendo en cuenta que esto es justo lo contrario de lo que
se necesita tener un más grande, se piensa que estas
deleciones podrían estar limitando la actividad de este gen.
Otras HAR de gran interés parecen tener una relación significati-
va con dos trastornos que afectan al cerebro y que presentan carac-
terísticas propiamente humanas: el autismo y la esquizofrenia. Se
dice de algunos trastornos son el precio que hemos tenido que
pagar por ser humanos, algo que cuando todo va bien nos da cierta

Una mirada al futuro desde el pasado 1 125


ventaja pero que si se altera se produce un problema importante. El
autismo afecta principalmente a la capacidad de empatía y la cali-
dad las relaciones sociales y a la comunicación del sujeto afecta-
do, y conlleva con frecuencia un cierto retraso mental. Un gen que
se sabe que está ligado al autismo y otros trastornos del desarrollo
cerebral, conocido con el nombre de AUTS2, contiene al menos tres
HAR, que afectarían a la expresión de la proteína codificada en este
gen. La función de esta proteína aún es un enigma pero se sabe que
se expresa en el cerebro en desarrollo y sobre todo en algunos
pos de neuronas, entre las que se encuentran las productoras de
dopamina. Por su parte, la esquizofrenia se caracteriza por trastor-
nos del pensamiento y otras funciones cognitivas superiores. Se ha
descubierto que regiones del genoma que incluyen varios genes y
que están especialmente asociadas con la esquizofrenia presentan
algunas HAR, que podrían influir en el funcionamiento de neuro-
nas inhibitorias, especialmente la corteza prefrontal, uno de los
lugares más afectados por este mal.

N DETI RE
En relación con la evolución del cerebro humano, es interesante
observar que la genética ha seguido un camino inverso al de los
estudios macroscópicos y microscópicos. Si en aquellos se empe-
zó por examinar los moldes endocraneales de especies extintas de
homininos para pasar a explorar el interior del cerebro de especies
vivas y buscar diferencias cualitativas pudieran relacionarse
con nuestras capacidades cognitivas, en el caso de la genética se
comenzó comparando el ADN humano con el de otros seres vivos y
se ha acabado extrayendo ADN fósil de homininos extintos y com-
parándolo con el nuestro. La llamada paleogenética es el abordaje
más reciente en esa búsqueda de lo que nos hace humanos, y tam-
bién el más prometedor.

126 1 Una mirada al futuro desde el pasado


La obtención de ADN de dos especies extintas de homininos,
neandertal y denisovano, es muy reciente, en especial la del ADN
nuclear, contenido en el núcleo de la célula y de la mayor impor-
tancia para el tema que nos ocupa,
pues en él están las secuencias de nu- Hace muy poco,
cleótidos que afectan al desarrollo del tan solo unas dos
cerebro. En torno al 60-70 % del ADN mil generaciones,
nuclear de estas especies se publicó en conv1v1mos con
el año 2010. Ya desde los años noven- otros humanos que
ta del siglo xx se había podido extraer eran similares, pero
ADN mitocondrial de neandertales. claramente distintos
Este se halla en el interior de las mito- de nosotros.
condrias, que son los orgánulos encar- SvANTE PAii.so

gados de generar energía en la célula, y


consta de apenas 35 genes, relacionados con aspectos metabólicos.
Por ello, el ADN mitocondrial no es de gran interés para estudiar la
evolución del cerebro, aunque sí para conocer posibles trasiegos de
poblaciones, migraciones e intercambios, tanto dentro de una es-
pecie como entre especies cercanas. Su extracción a partir del ma-
terial fósil es más fácil dadas su menor degradación y su abundan-
cia respecto al ADN nuclear, pues mientras que cada célula solo
tiene una copia de este, dentro de cada mitocondria puede haber
hasta cien copias de su ADN, y hay entre diez y cien mitocondrias
por célula.
Conseguir ADN nuclear fósil no ha sido, ni es aún, una tarea fácil,
y no fue posible hasta el desarrollo de algunas técnicas que permiten
hacer visibles minúsculos fragmentos de secuencias de nucleótidos
que posteriormente se van ensamblando, como en un rompecabe-
zas, hasta conseguir secuencias más completas. Gran parte de este
importante logro de la ciencia se lo debemos al genetista sueco Svan-
te Paabo, que comenzó su proyecto en la década de 1980 obteniendo
ADN de momias con miles de años de antigüedad. En la actualidad,
el ADN más antiguo recuperado de un hominino extinto correspon-

Una mirada al futuro desde el pasado 1 127


de a un Horno heidelbergensis de la Sima de los Huesos (Burgos), con
más de cuatrocientos mil años de antigüedad, aunque de momento
es solo su ADN mitocondrial. La paleogenética está en pleno apo-
geo, y no hay duda de que en breve la lista de homininos extintos de
los que tendremos ADN se ampliará de forma considerable. De mo-
mento, el ADN nuclear extraído de individuos de especies humanas
distintas a la nuestra corresponde a varios neandertales de diversos
confines de Eurasia, así como a algunos miembros del misterioso
humano de Denisova. Este hominino vivió hace unos cincuenta
años en Siberia y su existencia como especie independiente -aun-
que emparentada con los neandertales- se conoce exclusivamen-
te a través de su ADN, pues los restos fósiles encontrados hasta el
momento son tan minúsculos que no han permitido su clasificación
basada en evidencias anatómicas.
análisis del ADN fósil está permitiendo avanzar no solo en el
estudio de la evolución del cerebro humano, sino en la propia pa-
leontología .,~,,u......u ...... Antes de la existencia de la paleogenética, la
evolución humana se conocía a partir de restos óseos con distintas
características, datados según la profundidad del hallazgo, y exami-
nando los utensilios y otras muestras del comportamiento y la vida
diaria de nuestros ancestros. Con el ADN fósil se está empezando a
conocer un panorama mucho más complejo, donde las distintas po-
blaciones se diversificaron, viajaron y se entrecruzaron en distintas
épocas y lugares, en muchos casos dando lugar a intercambios de
genes y otros fragmentos de ADN entre, al menos, neandertales, de-
nisovanos y Horno sapiens. Un porcentaje pequeño, pero de cierta re-
levancia, del ADN nuestra especie se lo debemos a neandertales y
denisovanos. Pero no todos los Horno sapiens portan estos fragmen-
tos «donados» por otras especies. Por ejemplo, no se encuentran en
la población africana de origen subsahariano, prueba de que nuestra
especie surgió como tal en esa parte del mundo, desde donde viajó
en sucesivas oleadas y se fue mezclando con unos y con otros. A par-
tir de ahí, nuestra historia se complica, y podemos encontrar ADN

128 1 Una mirada al futuro desde el pasado


> D N

Svante Paabo nació en Estocolmo en


1955 y fue criado por su madre, la quí-
mica industrial Karin Paabo, ya que su
padre, Sune Bergstri:im, premio Nobel
de Medicina en 1982, tenía otra familia.
Su fascinación por la historia comen-
zó de pequeño y, tras un viaje a Egipto
con catorce años, decidió ser egiptólo-
go. Sin embargo, tras año y medio de
estudios decidió abandonar la egipto-
logía y estudiar Medicina. Durante la
elaboración de su tesis doctoral en la
Universidad de Upsala, y al margen de
su tutor, consiguió muestras de 36 mo-
mias del Museo Egipcio de Berlín, de - Svante Paabo, uno de los más
destacados fundadores de la
las que pudo extraer ADN antiguo, un paleogenética.
trabajo pionero que se publicó en 1985.
Fue el comienzo de una carrera apoteósica dedicada al estudio del ADN en
relación con la evolución humana. En 2002 publicó los primeros estudios
comparativos del gen FOXP2 entre humanos y otros primates, en los que
mostraba la existencia de mutaciones importantes en la versión humana.
En 2006 Paabo anunció su intención de secuenciar el genoma completo del
neandertal, lo que le valió ser considerado en 2007 como una de las cien
personas más influyentes del año por la revista Time. En 201 O publicó el
primer genoma del neandertal y, para sorpresa del mundo entero, también
el de una especie totalmente desconocida hasta entonces, el humano de
Denisova. Su descubrimiento de que hubo cruzamientos e intercambio de
genes entre H. sapiens, neandertales y denisovanos fue igualmente impac-
tante para la comunidad científica internacional.

129
neandertal y denisovano en distintos lugares del mundo y en dife-
rentes proporciones. La mayoría del ADN neandertal se encuentra
en Europa y Oriente Medio, mientras que el ADN denisovano pode-
mos hallarlo sobre todo en Oceanía, señal de que probablemente esta
especie, aunque acabó refugiándose en Siberia, se expandió hace
decenas de miles de años por Asia, desde donde migrarían algunas
poblaciones de H. sapiens portadores de esos genes denisovanos -y
algunos genes neandertales- hasta territorios tan lejanos como el
continente australiano.
Se sabe que el material genético recibido de neandertales y deni-
sovanos está relacionado con diversas funciones del organismo, in-
cluidas algunas del cerebro, y con el comportamiento. Es probable
que nos transmitieran más porciones de ADN, pero si estas no ofre-
cían ninguna ventaja acabarían disolviéndose y desapareciendo
de la población con el transcurso de las generaciones. Otras se han
mantenido aunque su ventaja no esté del todo clara, ya que aún es
mucho lo que desconocemos sobre los mecanismos de acción de
gran parte del material genético. Por ejemplo, sabemos que algu-
nas secuencias neandertales nos hacen más propensos a fumar, a
la depresión y otros trastornos del ánimo e incluso a ser noctám-
bulos y tender a echarnos la siesta. Se sabe que ciertas variantes de
algunos genes se asocian a estas circunstancias, pero de momento
poco más podernos decir de cómo afectan al desarrollo y la confi-
guración del cerebro.

EL CEREBRO NEANDERTAL

Más interesante para lo que aquí nos ocupa es encontrar dónde pue-
de haber similitudes y diferencias entre el ADN de esas especies ex-
tintas y la nuestra en relación con el material genético implicado en
el desarrollo del cerebro, en particular en aquellos fragmentos en los
que, como hemos visto, hay notables discrepancias entre humanos y

130 1 Una mirada al futuro desde el pasado


otros primates, incluido el chimpancé. Resulta evidente que algunos
genes implicados en dar lugar a un cerebro grande como el nuestro
ya deberían encontrarse en estos homininos, puesto que su volumen
cerebral era similar al nuestro, aunque su forma y probablemente
también su configuración interna no fueran idénticas. Un gen para
el que se había generado una gran expectación y que ha resultado
ser igual para denisovanos, neandertales y humanos modernos es
FOXP2. Antes de que estas tres especies se separaran, probablemente
hace más de medio millón de años, este gen ya presentaba la varian-
te humana actual con dos sustituciones de nucleótidos. Esto podría
implicar muchas cosas, pues sabemos que es un gen regulador que
participa activamente en el desarrollo de la corteza cerebral y algu-
nos otros núcleos cerebrales como el cuerpo estriado, con un papel
muy relevante en nuestra evolución. Es más, ya que FOXP2 es cono-
cido como el gen del lenguaje, este hallazgo ha permitido proponer
que las dos especies extintas tendrían también un lenguaje similar al
nuestro. Quizá sea una propuesta muy osada, pero un punto de vista
más cauto sí permitiría aceptar que al menos algunos de los aspectos
neurobiológicos del lenguaje humano ya se encontrarían presentes
en neandertales y denisovanos.
Más información podremos obtener en las comparaciones que
implican las HAR y otras modificaciones del material genético no
codificante de proteínas. Sin embargo, este es un trabajo todavía
en curso. Aún quedan algunas HAR por encontrar y de las ya co-
nocidas no sabemos al detalle sus mecanismos de acción. Por otra
parte, los genomas neandertal y denisovano disponibles aún son
incompletos, de en torno al 70 %, pero a pesar de ello ya dispone-
mos de información interesante. La mayoría de las sustituciones de
nucleótidos específicamente humanas aparecen también en estos
homininos extintos; de hecho, se estima que solo diferimos en un
7-8 % de ellas. Así, las HAR contenidas en el gen SRGAP2 que, como
vimos, es de gran interés por su participación en el desarrollo de la
corteza y los contactos entre neuronas, son compartidas con nean-

Una mirada al futuro desde el pasado 1 131


dertales y denisovanos. Lo mismo ocurre con la gran mayoría de las
hCONDEL, las deleciones específicamente humanas, que también
contribuyen a la complejidad y la expansión de la corteza cerebral.
Cada vez es mayor el convencimiento entre la comunidad científica
de que al menos los neandertales -de los denisovanos todavía sa-
bemos poco- eran mentalmente muy similares a nosotros, desde
una perspectiva tanto intelectual como cultural y social. La paleo-
genética sin duda está contribuyendo enormemente a este punto
de vista, que ha cambiado de manera sustancial desde principios
del siglo xx, cuando se los consideraba seres brutos y retrasados,
razón por la cual se ha venido pensando que nuestra superioridad
mental fue probablemente la causa de que se extinguieran. En el
momento actual, la razón de su extinción es todo un enigma y es
objeto de innumerables debates y discusiones.
Pero, aunque muy parecidos, es probable que el cerebro del
neandertal y el nuestro no fueran idénticos. Aún sabemos poco
acerca de qué genes o porciones de ADN podrían estar detrás de
las reconfiguraciones internas de nuestro cerebro que se pueden
apreciar al compararlo con el de otros primates y, por lo tanto, des-
conocemos todavía cómo serían en el neandertal. Es muy probable
que acabemos dando con ellas; podemos decir que la genética com-
parada y la paelogenética acaban de nacer. Ya se han encontrado al
menos dos diferencias importantes entre homininos extintos y hu-
manos modernos en relación con el cerebro. Una de ellas se refiere
al enigmático gen AUTS2, uno de los genes que se relaciona con el
autismo cuando presenta una alteración. En las HAR que contie-
ne este gen se han encontrado algunas de las mayores diferencias
entre Horno sapiens y neandertales, mostrando estos una versión
ancestral, común a la de los chimpancés. Esto no quiere decir que
los neandertales no pudieran tener autismo, ya que otros genes
también contribuyen a este trastorno cuando se ven alterados y, en
cualquier caso, seguimos sin saber qué implicaciones puede tener
esta diferencia respecto al desarrollo o la configuración del cerebro.

132 1 Una mirada al futuro desde el pasado


Es posible que el gen tenga un papel en la empatía, la teoría de la
mente o en diversas facetas necesarias para las relaciones sociales;
en cualquier caso, esta disimilitud no indicaría la ausencia de estas
capacidades en el neandertal, ni tan siquiera una inferioridad en
las mismas, solo apunta a que es posible que los neandertales se
diferenciaran de nosotros en algunos de estos aspectos.
Otra diferencia probablemente relacionada con el desarrollo o
la configuración del cerebro se encuentra en los genes asociados a
padecer riesgo de esquizofrenia. Aquí las circunstancias han sido
muy curiosas, y demuestran lo incipiente del campo y cómo pue-
den variar las tornas de un extremo al otro, de la noche a la maña-
na. Tras la publicación del primer genoma neandertal, en 2010, se
vio que algunas de las HAR cercanas a genes implicados en este
trastorno mostraban la versión ancestral en los neandertales, por
lo que se dedujo que no podrían sufrir esquizofrenia, que pasaría
así a ser una enfermedad exclusiva de nuestra especie. Pero años
más tarde, a medida que se fue ampliando la cantidad de ADN de
individuos neandertales, se detectó que estos tenían la variante
humana de un gen que nos hace propensos a padecerla. Y, más
aún se determinó que esta variante fue una de las que nos pasaron
los neandertales. Aunque en la prensa se llegó a afirmar que tene-
mos esquizofrenia por culpa de los neandertales, lo cierto es que
esto no es así, y la realidad es normalmente algo más compleja de
lo que quisiéramos.
Algunas otras diferencias entre el genoma neandertal y el nuestro
parecen afectar al sistema visual, en la corteza occipital, así como,
posiblemente, a los lóbulos parietales. Sabemos esto porque algunos
genes con diferencias entre ambas especies se relacionan con el de-
sarrollo del sistema visual. Otra fuente de evidencia a este respecto
son algunos estudios realizados en seres humanos modernos en los
que se ha analizado la cantidad de su ADN que es de origen nean-
dertal. Normalmente se calcula que alrededor de un 2 % de la larga
secuencia de nucleótidos del ADN de poblaciones no africanas es de

Una mirada al futuro desde el pasado 1 133


origen neandertal. Esta, no obstante, es la estimación del valor máxi-
mo, por lo que en muchas personas se darán cantidades menores o
incluso nulas de material genético neandertal. Correlacionando la
cantidad de ADN neandertal que un individuo posee con su fisono-
mía cerebral y craneal, se ha descubierto que tener más cantidad de
este ADN se relaciona con una mayor cantidad de giros (que dan as-
pecto arrugado a la corteza cerebral) de los lóbulos occipitales, así
como a una mayor profundidad del surco intraparietal, implicado en
la manipulación de objetos tridimensionales y que tan importante
podría ser para la evolución de la tecnología.

EL FUTURO DE NUESTRA ESPECIE

La genética moderna y la paleogenética constituyen el último ca-


pítulo de las aproximaciones científicas al estudio de la evolución
de nuestro cerebro, y también las que más frutos se espera que nos
aporten en un futuro. La carrera maratoniana acaba de empezar,
las técnicas utilizadas son muy recientes y aún queda mucho traba-
jo por hacer. Por un lado, todavía hay que conocer en detalle la fun-
ción específica de cada uno de los aproximadamente veintiún mil
genes humanos, así como del ADN no codificante, que constituye
la gran mayoría de la secuencia de nucleótidos. Debemos saber con
precisión qué porciones de nuestro genoma se relacionan, y cómo,
con muchos de los rasgos en los que el cerebro humano destaca,
tanto aquellos de los que hemos hablado como otros que se vayan
conociendo en un futuro, ya que los estudios de paleoneurología
y, especialmente, de microneuroanatomía comparada siguen en
marcha y todavía están lejos de darse por concluidos. Por otro lado,
aún debemos obtener genomas más completos de neandertales y
denisovanos y, si es posible -ya que las limitaciones impuestas por
las condiciones de conservación son determinantes a este respec-
to-, de homininos más antiguos.

134 1 Una mirada al futuro desde el pasado


> D N DE ININ

El ADN antiguo o fósil aparece en minúsculas proporciones, muy fragmen-


tado y degradado, y se contamina fácilmente por ADN de humanos moder-
nos. Tras obtener unos microgramos de polvo de hueso fósil (1 l, se mezcla
con aglutinantes y reactivos que permiten la fijación de los fragmentos de
ADN (2]. Para hacerlos más visibles, se amplifican mediante la técnica de
la reacción en cadena de la polimerasa o PCR (3]. Los fragmentos obteni-
dos se contrastan con secuencias completas de nucleótidos que puedan
ser similares en el ADN del humano moderno, y se reconstruye toda la
secuencia original a partir de la superposición y el encadenamiento de
múltiples porciones (4]. Se llega por fin a una reconstrucción consensuada
de la secuencia fósil, donde se han eliminado posibles errores.

[iJ w QJ

¡7 _ -
y --•
Hueso pulverizado

Secuencia original reconstruida Diferencia el genoma


del genoma de hominino antiguo y el moderno

- El proceso de obtención del AON de un hominino extinto supone la extracción,


fijación y multiplicación de sus fragmentos, que se comparan con las secuencias
del ADN del humano actual hasta reconstruir la secuencia original.

135
Cuando se llegue a esta situación, no solo sabremos realmente
cómo somos, de dónde venimos, y de dónde viene cada rasgo dife-
rencial de nuestro cerebro y nuestra mente, sino que también sa-
bremos más sobre cómo evitar deter-
La trayectoria minados trastornos que nos afectan.
evolutiva seguida Y lo que es más trascendente, hacia
por nuestros dónde podríamos dirigir nuestros pa-
antepasados debería sos en un esfuerzo colectivo como es-
indicarnos, a priori, la pecie. En este sentido, resultan del ma-
dirección y el sentido yor interés los estudios encaminados a
de nuestra historia conocer con detalle las bases genéticas
y, de modo claro, de la inteligencia, en sus distintos as-
nuestro futuro. pectos de memoria, velocidad de pro-
PIERRE PAUL GRASSÉ cesamiento, atención, razonamiento y
funciones ejecutivas, entre otros. En la
actualidad se conocen más de mil genes implicados en estas ca-
pacidades en las que nuestra especie muestra características ex-
traordinarias. Muchos de esos genes se organizan en al menos dos
conjuntos relativamente independientes entre los cuales existen
multitud de relaciones mutuas, donde se dan procesos de regula-
ción entre ellos. Conocer en profundidad estas redes complejas de
genes y cómo actúan durante el desarrollo del cerebro permitirá
algún día determinar qué nos hace inteligentes en mayor o menor
medida, en cada uno de los aspectos que constituyen la inteligen-
cia. Al comparar estos datos con los de otras especies, vivas o extin-
tas, responderemos con mucha mayor contundencia a la pregunta
de qué nos hace humanos.
Por otro lado, a los mismos científicos que están trabajando en
ello no se les escapa la posibilidad de utilizar este conocimiento
para mejorar nuestras funciones cognitivas. Intervenir de este
modo sería como acelerar el proceso de selección natural, convir-
tiéndola en artificial, intencionada, pues aquella necesita miles de
años para hacer su trabajo y puede que no queramos esperar tanto.

136 1 Una mirada al futuro desde el pasado


Hay que tener en cuenta, además, que la evolución está conti-
nuamente trabajando, de manera que, aunque nos parezca que es-
tamos estancados como especie, esto no es así, sino que seguimos
evolucionando. Aunque seamos la misma especie, la variabilidad
entre individuos en el momento actual es relativamente alta, y lo
mismo ha sucedido a lo largo de los miles de años que han transcu-
rrido desde el surgimiento de Romo sapiens hace al menos doscien-
tos mil años, quizá más. No existe un genoma «ideal», puro y único
de Romo sapiens, sino múltiples alternativas. Así, en definitiva, no
habría una razón natural que impidiera crear una secuencia de nu-
cleótidos en la que se hubieran escogido las mejores combinacio-
nes sin renunciar a la naturaleza humana del individuo único así
generado. Aunque aquí faltarían por precisarse muchas cosas, al
menos, quién o quiénes decidirían, y en qué criterios se basaría la
decisión para determinar cuáles serían los mejores genomas.
Sin duda, llegará el día en que esto sea posible. Al ritmo al que
se están produciendo los avances científicos y tecnológicos, puede
que no se necesiten más que unas décadas. Pero antes, deberemos
haber comprendido en profundidad cómo ha sido nuestra evolu-
ción, particularmente la de nuestro cerebro. Qué mecanismos han
hecho que el cerebro de un primate hable, piense y sienta como un
humano. La misión continúa.

Una mirada al futuro desde el pasado 1 137


LECTURAS RECOMENDADAS

ARsUAGA, J. L. Y MARTÍNEZ, l., La especie elegida, Barcelona, Temas de Hoy,


2001.
DAMAs10, A., Y el cerebro creó al hombre, Barcelona, Destino, 2010.
DEHAENE, S., La conciencia en el cerebro. Descifrando el enigma de cómo el
cerebro elabora nuestros pensamientos, Buenos Aires, Siglo XXI, 2015.
DENTON, D., El despertar de la consciencia. La neurociencia de las emociones
primarias, Barcelona, Paidós, 2009.
GAZZANIGA, M.S., ¿Qué nos hace humanos? La explicación científica de nues-
tra singularidad como especie, Barcelona, Paidós, 2010.
HERCULANo-HouzEL, S., La ventaja humana. Una nueva interpretación del ca-
rácter extraordinario del cerebro humano, Matará, Ediciones de Inter-
vención Cultural, 2018.
LINDEN, D., El cerebro accidental. La evolución de la mente y el origen de los
sentimientos, Barcelona, Paidós, 2010.
MARcus, G., Kluge. La azarosa construcción de la mente humana, Barcelona,
Ariel, 2010.
P.Uso, S., El hombre de Neandertal. En busca de genomas perdidos, Madrid,
Alianza, 2015.

Lecturas recomendadas 1 139


achelense 36-44, 77 Brodmann, mapa de 58, 60, 75,
ADN no codificante 124,136 83,86,88,94
alometrías 69, 70, 98 área 9 57, 75
Ardipithecus 97 área 10 57, 75, 86, 94
área de Broca 59-61, 64, 66, 68, área 11 57, 94
89,107 áreas 17 y 18 56-57
ARN 114-115, 123,125 área 24 (cíngulo anterior) 57,
ARNm115 88
arte 8, 16-17, 24-25, 44 áreas 39 y 40 57, 94
asimetrías cerebrales 61, 64-66, áreas 44 y 45 57, 58
87
Atapuerca 6-6 cíngulo anterior 88
Australopithecus 28, 30, 51, 55, 67 cociente de encefalización 56, 99
autismo 11, 89, 126, 133 consciencia 8, 16-17, 22-24
axones 85, 87, 92, 104-106 corticoespinal, sistema 106
cuerpo estriado 96-98, 120, 131
bonobo 27, 29, 36, 74, 82
Brodmann, Korbinian 83 Damasio, Hanna 74

Índice 1 141
Darwin, Charles 7, 20,33, HAR (regiones aceleradas
46 humanas) 124-126, 132-133
DeFelipe, Javier 84 hCONDEL (deleciones humanas)
decisiones, toma de 8, 24, 68 126,132
dendritas 85-87, 91-92, 120 Herculano-Houzel, Suzana 98-
denisovanos 31, 113, 129-132, 101, 103, 123
136 Hodgson, Derek 76
dopamina 95-98, 126 Holloway, 57, 60, 64, 77
Horno
emociones 8, 20, 88, 90, 93, 95 antecessorr 28, 31
escáner TAC 65 erectus 28, 31-32, 36-41, 55, 57,
esquizofrenia 92, 126, 133-134 61, 63, 70
ergaster 28, 31, 37, 55, 57
factores de transcripción jloresiensis 28, 30
(proteínas reguladoras) 116, habilis 28, 31, 33-35, 37, 39-40,
119 45,55,56,61-63, 70
factores epigenéticos 117 heidelbergensis 28-29, 38,
fascículo 53, 55, 57, 66, 70, 113, 128
arqueado 104, 106-107 naledi 29, 31
occipitofrontal 107 neanderthalensis 29, 31, 53,
fraccionador isotrópico 100-101 55, 57, 70
funciones rudolfensts 31, 61, 63
ejecutivas 67, 136 sapiens 11, 27, 29, 31, 37, 42,
frontoparietales 106 46, 53, 55, 57, 67-68, 70-72,
75-78, 82, 129-130, 133,137
gen
ASPM120 ínsula, 72, 75,83,88
AUTS2126, 133 intencionalidad, niveles de 57,
FOXP2 118-121, 129, 131 72, 77-78
GADD45G126
SRGAP2 122, 125, 132 lenguaje humano 25, 60, 89, 104,
MCPHl (microcefalina) 120 106, 132
Grant, Seth 92-93 técnica 42-44

142 1 Índice
microcefalia 120 precúneo 70, 72, 76
molde 58-59, 64 putamen 96
morfometría geométrica 66,
69 rivalidad binocular 23
musteriense 42-43, 77
Schoeneman, Thomas 75
neuroanatomía comparada 82- Semendeferi, Katherina 74
84, 87,136 sinapsis 90-91
neuronas sistema por défecto humano 70,
en huso 87 94
espejo 89-90 Stout, Dietrich 41
neuropilo 84-85 surco
Niño de Taung 51, 56, 58 intraparietal 51, 76, 134
lateral o cisura de Silvio 51, 58
Paabo, Svante 128-129 lunado 56, 58-59, 63, 66
paleogenética 127-130, 132, 134
paleoneurología 64-67, 69, 99, 136 traceología 35
petalia 62-63 tractografía 104-105
plasticidad cerebral 92
Pleistoceno 26-27, 41, 45 Zilles, Karl 93

Índice 1 143

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