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La Metafísica de Aristóteles

(Extractos tomados de Historia de la filosofía, vol. 3, de Guillermo Fraile)

La filosofía primera
Aristóteles nunca usó la palabra “metafísica”. Comúnmente se atribuye su invención a
Adrónico de Rodhas, aunque podría haber sido algún bibliotecario alejandrino (Calímaco,
Hermipo), el cual habría designado con ese nombre un conjunto de varios escritos aristotélicos
que agrupó en un volumen y colocó “después de la física” en los anaqueles de la librería.
Posteriormente se ha dado a esa palabra un sentido trascendente, que puede referir o bien a la
teología, o bien a la filosofía primera, la cual tiene como objeto el concepto de ser en cuanto ser.
La filosofía primera “estudia el ser en cuanto ser y las propiedades que le corresponden
en cuanto tal. No se confunde con ninguna de las llamadas ciencias particulares, porque ninguna
de estas otras considera en general el ser en cuanto ser, sino que, recortando una cierta parte del
ser, investiga solamente las propiedades esenciales de esa parte”. “La ciencia del filósofo es la
del ser en cuanto ser, tomado universalmente y no en alguna de sus partes”. “Por el contrario, la
filosofía primera no se ocupa de los objetos particulares en cuanto que cada uno de ellos tiene
algún accidente, sino que trata del ser en cuanto que cada uno de esos objetos particulares es un
ser”. “Así, pues, es evidente que a una ciencia única pertenece estudiar el ser en cuanto ser y sus
propiedades en cuanto ser”.
La Filosofía primera tiene como objeto precisar y definir un conjunto de nociones
fundamentalísimas, que ella suministra a todas las demás ciencias, las cuales las utilizan
después, analógicamente, cada una en su campo respectivo. La filosofía primera es una ciencia
generalísima y previa, que establece las bases firmes sobre las cuales se asientan todas las
ciencias particulares y de la cual toman sus nociones fundamentales, sin que necesiten
entretenerse en explicarlas, pues las suponen ya justificadas anteriormente por esa ciencia
general.
A la filosofía primera, como ciencia general, solamente le corresponde elaborar el
concepto universalísimo de ser. Su campo se limita a la consideración del ser en cuanto ser, o, si
se quiere, de los seres en cuanto seres. Pero el estudio de cada una de las diversas clases de seres
entra en el terreno propio de las ciencias particulares. Lo mismo hay que decir de todas las
demás nociones que le corresponde establecer a la filosofía primera. De Bien, de Verdad, de
Esencia, de Existencia, de Sustancia, de Accidente, de Acto y Potencia, de Causa y Efecto, etc.
Su labor se limita a elaborar esos conceptos en universal, en su máximo grado de generalidad.
Pero el estudio de los bienes, de las verdades, de las esencias, de las existencias, de las
sustancias, de los accidentes, de las causas, de los actos y de las potencies, etc., sale de los
límites de su jurisdicción, y entran en la tarea que compete a las distintas ciencias particulares.
Todas las ciencias toman sus nociones fundamentales de la filosofía primera. Pero cada una
sigue sus procedimientos científicos propios, acomodados a la naturaleza de la materia sobre
que versa y del fin que se propone alcanzar. De esta manera queda establecida la distinción y, al
mismo tiempo, la armonía, entre una ciencia generalísima, que es la filosofía primera, y todas
las demás ciencias particulares, las cuales, beneficiándose de las nociones fundamentales que les
suministra esa ciencia general, deben trabajar e investigar, cada una en su propio campo y
acerca de sus propios objetos.

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La esencia
La esencia de una cosa es aquello que una cosa es, por lo cual se distingue de todas las
demás. Es una noción tan amplia como la de ser. “Llamamos esencia de una cosa lo que es cada
una, una vez terminada su generación”. La esencia se expresa en la definición, la cual responde
a la pregunta ¿qué es esto? Es un concepto analógico, que se toma de muchas maneras y se
aplica a todas las categorías. Las esencias de las cosas son inmutables y no admiten grados. Son,
o no son. Hay esencia de la sustancia y esencia de los accidentes. Pero ante todo se dice de la
sustancia, y secundariamente de los accidentes. “Como el ser se predica de todas las categorías,
pero no de la misma manera, porque de unas predica en sentido propio, y de las más en sentido
derivado, así la esencia absolutamente pertenece a la sustancia, y sólo en cierta manera a las
demás categorías”.

La analogía
Al concepto de ser, uno, compacto, homogéneo e indiferenciado de Parménides, opone
Aristóteles la noción que él califica de la “más familiar de todas”, que es la analogía. “El ser se
toma en muchas acepciones, pero siempre por relación a un término único, a una misma
naturaleza. No es una simple homónima, sino que, así como todo lo que es sano se refiere a la
salud, una cosa porque la conserva, otra porque la produce, otra porque es señal de la salud,
otra, finalmente porque es capaz de recibirla…, así también el ser se toma en múltiples
acepciones, pero en cada una de ellas toda denominación se hace por relación a un principio
único.”
Para explicar la analogía Aristóteles utiliza los diversos sentidos en que se empelan las
palabras, pero dándoles no sólo un sentido lógico, sino también un alcance ontológico. Hay
muchos seres distintos, y, por lo tanto, les corresponde ser considerados de muy diversas
maneras. Hay palabras homónimas, es decir, equívocas en las cuales la palabra es la misma pero
el sentido completamente distinto. Hay palabras sinónimas, o unívocas, en las cuales la palabra
y la significación son idénticas o muy semejantes. Hay palabras parónimas, o denominativas,
que son las que difieren por el caso. Hay palabras análogas, o sea aquellas en que la palabra es
la misma y el sentido fundamentalmente uno, pero con una gran variedad respecto de los
objetos a los cuales se aplica. Lo que se dice de las palabras se aplica lo mismo a los conceptos,
que son también unívocos, equívocos, y análogos.
Aplicando al ser la noción de analogía, con ella se expresa la multitud de sentidos
diferentes en que puede emplearse esa palabra y que responde a una multitud de modos distintos
de seres existentes en la realidad. El ser real no es uno, como quería Parménides, sino plural y
con múltiples modalidades muy distintas. De todos los seres abstrae la inteligencia el concepto
comunísimo de “ser”, el cual tiene dentro de su misma indeterminación una gama infinita de
aplicaciones. El ser se concibe y se predica de todos los seres, pero no unívocamente, pues todos
los seres son distintos, ni tampoco equívocamente, pues todos los seres tienen algo de común,
sino análogamente, en cuanto que, dentro de su diversidad, todos ellos pueden referirse a lo que
tienen de común, que es el ser. De esta manera, el concepto de “ser”, que es el más común de
todos, es también el que por su máxima generalidad tiene en máximo grado el carácter de la
analogía. Puede aplicarse a todos y cada uno de los seres, todos y cada uno de los cuales,
aunque de manera distinta, ser refieren a él. Aun el no ser es; es no-ser.

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Modos del ser
Aristóteles reduce a cuatro los modos fundamentales de existir, de concebirse y de
predicarse el ser, que pueden agruparse en cuatro binomios: (1) por sí mismo y por accidente;
(2) verdadero y falso; (3) acto y potencia; (4) las categorías, que se dividen en sustancia y
accidente.
(1) Por sí – por accidente. De un mismo sujeto unos atributos pueden predicarse por sí
mismo, o sea los que convienen en cuanto tal, necesariamente, o según su esencia, y otros por
accidente, o sea circunstancialmente, de una manera contingente e indeterminada.
(2) Verdadero – falso. La verdad tiene en Aristóteles un sentido objetivista. La verdad
se identifica con el ser, y la falsedad con el no-ser. Las cosas, en cuanto son, siempre son
verdaderas. “Cuanto una cosa tiene de ser, tanto tiene de verdad”. La verdad dice relación
esencial al ser tal como existe en la realidad. Para Aristóteles el entendimiento no crea la
verdad, sino que la verdad del entendimiento consiste en ajustarse a lo que las cosas son en sí
mismas, y así las cosas en cuanto son, siempre son verdaderas, simplemente porque su verdad
(ontológica) se identifica con su ser. “La verdad consiste en decir del ser que es y del no-ser que
no es”.
(3) Acto y potencia. Las nociones de ato y potencia tienen una importancia capital en el
sistema de Aristóteles. Surgen originariamente al enfrentarse con la explicación del movimiento
físico, pero en seguida adquieren un sentido mucho más amplio, convirtiéndose en nociones
generalísimas con aplicaciones a todas las partes de la Filosofía. Son conceptos universalísimos,
primarios, que abarcan todo el ámbito del ser, del cual son las primeras determinaciones, y que
son aplicables, analógicamente, a todas las categorías, a la sustancia y a todas sus
determinaciones accidentales. Por su misma universalidad son nociones que propiamente no se
pueden definir, pues no pueden reducirse a otros conceptos anteriores, excepto al ser. Sólo
pueden describirse por medio de ejemplos.
Con estas dos nociones resuelve Aristóteles la falsa antítesis establecida por el dilema
de Parménides, haciendo posible el concepto del movimiento y la pluralidad de los seres
ordenados en una escala jerárquica ascensional. Aristóteles se sitúa entre las dos posiciones
antagónicas de Heráclito y de Parménides. Le concede a Parménides que en el ser (en acto) y en
el no-ser no se da movimiento; pero entre el ser y el no-ser introduce su noción intermedia de
ser en potencia, que es a la vez ser y no-ser. Es ser, en cuanto que se halla como en su sujeto en
un ser existente, con capacidad para recibir modificaciones intrínsecas y extrínsecas. Y es no-
ser, en cuanto que, mientras no intervenga la acción de una causa eficiente, esa realidad no
pasará al acto perfecto. Así el movimiento es un estado intermedio entre el ser y el no-ser. No se
da ni en el término del cual procede ni en el término hacia cual tiende sino en el estado
intermedio entre ambos. El error fundamental de Parménides consistió en haber concebido el ser
unívocamente, cuando el ser es análogo y existe, se concibe y se predica de muchas maneras.
Aristóteles deduce la distinción real entre potencia y acto fijándose en el hecho concreto
de la mutación. Los seres físicos cambian. Pero no podrían cambiar si antes del cambio no
tuvieran capacidad para cambiar. Por lo tanto, esa capacidad de cambio (potencia) es en ellos

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algo real y distinto del acto. Y así, en todo ser físico,
móvil y mudable, existe un doble principio real, uno
en acto y otro en potencia. Un escultor talla en un
bloque de mármol una estatua de Hermes. Pero no
podría poner en acto esa forma si antes no estuviera en
el mármol en potencia. De la semilla sale la planta,
pero no podría salir si antes no estuviera allí en
potencia. Si cerramos los ojos, no vemos, pero
conservamos la capacidad de ver, y en cuanto abrimos
vemos en acto. Con estos y otros ejemplos trata
Aristóteles de expresar esas dos nociones
fundamentales en su sistema.
3.a. El acto. Un ser en acto es el que posee la
existencia actual. La noción de acto es tan primitiva
que no se puede definir. “No hay que querer definirlo
todo, sino contentarse con percibir la analogía. El acto
será, pues, como el ser que edifica respecto del ser que
tiene la facultad de edificar; como el ser despierto
respecto del ser que duerme; como el que ve respecto
del que tiene los ojos cerrados, pero posee la vista; como lo que ha sido separado de la materia
respecto de la materia; como lo que ha sido elaborado a lo que no está elaborado. Demos, pues,
el nombre de acto al primer término de estas diferentes relaciones, y el otro término será la
potencia”. “El acto es tomado tanto en el movimiento, con relación a la potencia, como en la
sustancia formal, con relación a alguna materia”. El acto es puro cuando no tiene en sí ninguna
sustancia trascendente, simple e inmóvil. Todos los demás actos de los restantes seres están
mezclados con alguna potencia.
3.b. La potencia. La potencia (dýnamis) es una realidad intermedia entre ser y no-ser,
entre la nada y el acto. Se distingue de la nada porque de la nada no puede salir nada, y, en
cambio, las cosas salen de la potencia. Y se distingue también del acto, porque lo que está en
potencia no llega a la realidad actual sino mediante la intervención de una causa eficiente que
realice el tránsito de lo potencial a lo actual. La potencia, de suyo, implica imperfección, y se
ordena esencialmente al acto. El acto se caracteriza por su oposición a la potencia, y la potencia
por el orden al acto. La noción de potencia incluye la de acto, mientras que la de acto no implica
necesariamente la de potencia. La potencia tiene que ser conocida y definida por referencia al
acto. No obstante, la potencia no es una simple carencia de acto, sino que posee una realidad
propia en el sujeto en que se sustente, aun cuando nunca llegara a pasar al orden actual. La
potencia no puede existir separadamente, sino que requiere un sujeto real existente en acto. Ese
sujeto de la potencia no es en acto, sino un ser en acto o un individuo sustancial existente en
acto, capaz de recibir la acción de la causa eficiente. Hay potencia activa y potencia pasiva, que
se contraponen como el poder de modificar y de ser modificado, de producir una mutación o de
padecerla. Pero nunca pueden hallarse a la vez y bajo la misma razón en un mismo sujeto.
3.c. Relaciones entre el acto y la potencia. El ser en acto siempre es anterior al ser en
potencia, tanto lógica como ontológicamente. Aunque en los seres particulares, el ser potencial
se da anterior al actual. Toda potencia tiende hacia el fin, y el fin es el acto. Por lo tanto, el acto
debe preexistir a la potencia. La potencia se define por orden al acto. Así, pues, el conocimiento
del acto es anterior al conocimiento de la potencia.
(4) Las categorías. La doctrina aristotélica de las categorías constituye una aplicación
de su concepto analógico del ser. Las categorías son “el caso típico de la analogía de
atribución”.

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Kathegorein significa acusar ante el juez y, en sentido lógico, predicar. Así, categoría
significa un predicado que se atribuye a un sujeto.
Las categorías tienen en Aristóteles un doble sentido, lógico y ontológico.
Primariamente significan una clasificación de conceptos, con vistas a su coordinación en juicios.
Pero además tienen también valor ontológico, como una catalogación de los modos reales
particulares y analógicos de ser o de las diversas determinaciones que afectan, intrínseca o
extrínsecamente, al individuo sustancial.
La doctrina aristotélica de las categorías señala una clara contraposición al dualismo
platónico. A los dos mundos distintos de su maestro, el físico y el ideal, opone Aristóteles dos
modos distintos de ser: uno, el ontológico, compuesto por individuos sustanciales realmente
existentes, los cuales son sujetos de modificaciones accidentales, intrínsecas o extrínsecas; y
otro, el lógico, constituido por los conceptos elaborados por la actividad intelectiva. Tanto en el
uno como en el otro se aplican las categorías, pero con una diferencia; en el primero como
distintos modos reales de ser de la sustancia individual, en el segundo como diversos modos de
predicados distintos e irreductibles entre sí, que pueden atribuirse a un sujeto en la operación
mental del juicio. Pero en virtud de la estrecha relación que Aristóteles establece entre el ser y el
pensar, las categorías se corresponden exactamente en ambos órdenes. “El ser se predica de
tantas maneras como existe”.
La división de las categorías se basa en la contraposición entre sustancia y accidentes,
cuyo ser se refiere a la primera. Un predicado que se atribuye a un sujeto, o bien expresa lo que
el sujeto es, o bien alguna determinación accidental que le sobreviene.
En sentido lógico, como modos distintos de concebirse y predicarse el ser, todas las
categorías se refieren, con analogía de atribución, al concepto generalísimo de Ser, del cual son
determinaciones analógicas. Así, el Ser es el análogo final al que refieren todos los géneros
distintos de seres, en todos los cuales se realiza también la analogía de proporcionalidad,
conforme al grado de ser que a cada uno le corresponde en el orden de la sustancia o de los
accidentes.
Pero tomadas en sentido ontológico, o sea como distintos modos de existir en la
realidad, las categorías no pueden referirse al Ser en sí mismo, pues este ser no existe. No hay
un Ser como una realidad ontológica universal, tal como lo conciben Parménides y Platón, sino
que existen muchos seres. El “Ser” es solamente un concepto universalísimo elaborado por la
inteligencia. No hay un “Ser”, sino muchos seres. No existe el ser humano, sino Sócrates, Juan,
Pedro. El sujeto de cada ser son las sustancias individuales. Así las categorías accidentales se
refieren a la sustancia individua, que es su sujeto de atribución. Y tanto en la sustancia como en
los accidentes se da la analogía de proporcionalidad, en cuanto que representan distintos modos
de ser. En cuanto a la predicación, o sea la atribución de distintos predicados a un mismo sujeto,
sólo cabe en universal, en el orden lógico, pero no en el ontológico. Una sustancia no se predica
de otra sustancia. Dios y los seres del mundo son análogos lógicamente respecto del concepto
de Ser en común que se predica de ambos.
4.a. Sustancia y accidentes. La noción de sustancia (hypokeimenon) es una de las más
fundamentales en la filosofía aristotélica. Proviene originariamente de la observación del hecho
del movimiento y de la mutación de las cosas sensibles. El agua se calienta, se enfría, se hace
vapor, se convierte en hielo, permaneciendo siempre la misma agua. Los presocráticos trataron
de buscar debajo de todas las mutaciones un sujeto inmutable, que era la Naturaleza (physis), o
el principio primordial de donde salían todas las cosas, permaneciendo él mismo inmutable.
Aristóteles se apoya en el mismo hecho del movimiento y del cambio de los seres particulares
para afirmar la existencia de un sujeto (hypokeimenon) que permanece a través de todas las

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mutaciones accidentales, locales, cuantitativas, cualitativas. Ese sujeto es la sustancia (ousía),
que se contrapone a los accidentes, como lo estable a lo mudable, como lo uno a lo múltiple, y
como lo determinado a lo determinable.
Para Aristóteles la realidad está constituida por una multitud de seres concretos,
individuales, subsistentes, cada uno de los cuales es una sustancia. El individuo sustancial es
una cosa determinada, dotado de una forma sustancial propia. “Aquello que ante todo es ser, y
no un determinado ser, sino ser sin más, absolutamente, eso será la sustancia”. La esencia se
dice primariamente de la sustancia, y secundariamente de los accidentes. La sustancia existe por
sí misma y en sí misma separadamente de cualquier cosa, a diferencia de los accidentes, que
existen siempre unidos a su sujeto. Es el sujeto real subsistente, en el cual se sustentan todas las
demás categorías accidentales y que permanece a través de todas las mutaciones accidentales.
Pero no debe entenderse la sustancia simplemente como un substrato o un soporte de los
accidentes. Lo propio de la sustancia es ser ella misma el ser primero, que es apto para existir en
sí y por sí y no en otro sujeto de inherencia. “Es lo que no es afirmado del sujeto ni en un
sujeto.” La sustancia es lo primero, tanto en el orden lógico (como concepto) como en el
ontológico (como cosa). Considerada en el aspecto lógico, la sustancia es el último sujeto de
atribución. A ella se refieren todos los predicados, mientras que ella no se predica de ningún
otro sujeto. Si bien hay que tener en cuenta que las sustancias en sentido lógico no son
individuales, sino conceptos universales abstractos. No son sustancias primeras, sino segundas.
La sustancia tiene las siguientes propiedades. No estar en ningún sujeto, que es la
fórmula negativa de la definición de sustancia. Es receptiva de contrarios, lo cual significa que,
permaneciendo siempre la misma, puede recibir distintos accidentes. (Por ejemplo, el accidente
de color no puede ser a la vez blanco y negro, pero un sujeto sustancial puede ser primero
blanco y después negro). No recibe más ni menos, o sea que no es ni más ni menos de lo que es
por sí misma. No tiene contrario. Significa algo determinado. Y en sentido lógico, se predica
unívocamente.
A la sustancia se contraponen los accidentes, que son modificaciones adventicias que
sobrevienen a la sustancia, y que se distinguen de ella. Tienen ser y esencia, pero sólo en cuanto
referidos a la sustancia. No pueden existir por sí mismos, sino que su esencia consiste en existir
en otro. Se sustentan en la sustancia como en su sujeto. “Los predicados que significan la
sustancia expresan que el sujeto al cual son atribuidos es por esencia el predicado o una de sus
especies. Por el contrario, aquellos que no significan una sustancia, sino que son afirmaciones
de un sujeto diferente de ellos mismos, el cual no es esencialmente ese atributo ni una especie
de ese atributo, son accidentes”. Hay accidentes esenciales, que son inseparables, y otros no
esenciales o separables.

Las causas
Hasta aquí hemos considerado el ser estáticamente. Pero el ser es también actividad.
Esta modalidad es la que hace considerarlo como causa, en la cual aparece el aspecto dinámico
del ser.
Aristóteles no tiene un estudio sistemático de la causalidad. Expone su noción
incidentalmente, de manera dispersa, y a propósito de otros temas. La noción de causa (aitia)
aparece en la definición aristotélica de la ciencia como conocimiento por las causas. La causa es
el principio de la explicación científica. Pero no en todas las ciencias es necesario acudir a todas
las causas. En física hay que considerarlas todas (la causa material, la formal, la eficiente y la
final). En matemáticas, basta con la causa formal. En teología, hay que fijarse sobre todo en la
causa formal, la eficiente y la final.

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En el orden ontológico la causa es la que da verdaderamente el ser. “Todo lo que llega a
ser, es por una causa”. La causa es aquello de lo cual una cosa depende en su ser y en su
hacerse. En el orden lógico el estudio de la causa es lo que lleva al conocimiento y a la
explicación de los seres.
De la noción misma de causa se derivan las siguientes consecuencias. (a) La causa se
distingue realmente del efecto. (b) La causa es ontológicamente anterior al efecto. (c) El ser del
efecto depende de la causa.
Aristóteles menciona cuatro causas del ser, con lo cual cree superar a sus predecesores,
que se fijaban en unas o en otras, pero no en su conjunto. Hay dos causas intrínsecas (la causa
material y la causa formal), y dos causas extrínsecas (la causa eficiente o motriz, y la causa
final). La causa material es el principio potencial, indeterminado, que no es por sí mismo
ninguna cosa, pero puede llegar a serlas todas, conforme a la determinación actual que le
confiere la forma. La causa eficiente, en su sentido primordial, se aplica a la explicación del
movimiento. “Si no hay una causa eficiente, nunca podría haber movimiento”. “Todo lo que se
mueve es movido por otro”. La causa eficiente tiene ante todo un sentido dinámico, referido al
movimiento y al hacerse de las cosas. Solamente necesitan de causa eficiente los seres físicos
móviles, que por razón de su materia están sujetos a la mutación, a la generación y a la
corrupción. Pero si no hubiera causas extrínsecas en acto que actúen sobre su potencialidad, no
se moverían ni cambiarían.
Es fácil comprender la acción de la causa eficiente en sentido dinámico o motor en el
caso del movimiento local, haciendo que los cuerpos se trasladen de un lugar a otro. Pero es más
difícil entender su intervención en el caso de la generación de los seres, actuando la
potencialidad e indeterminación de la materia y produciendo en ella nuevas formas mediante su
intervención dinámica. La causa eficiente ejerce una acción transformadora, en el sentido
estricto de la palabra, sobre el compuesto, pero afectando sobre todo a la forma, que es la que se
pierde o se adquiere en los individuos, tanto en la generación sustancial como en las mutaciones
accidentales. La causa eficiente no actúa directamente ni sobre la materia prima ni sobre la
forma sustancial por separado, sino sobre el compuesto sustancial, alterando sus disposiciones
accidentales hasta que el sujeto se hace inepto para tener una formal, la pierde e
instantáneamente adquiere otra, que brota de la potencialidad de la materia.
Así, pues, la acción de la causa eficiente en la generación de los cuerpos afecta
especialmente a las formas, tanto sustanciales como accidentales, que son las que determinan el
sujeto sustancial y las que especifican la clase de mutación. Pero la causa eficiente no comunica
su propia forma, ni siquiera en la generación de los vivientes, sino que saca nuevas formas de la
potencialidad de la materia. Así, en la causalidad artística un escultor saca del mármol una
estatua de Hermes, que estaba allí en potencia.
En sentido propio, la causa final, que tiene gran importancia en Aristóteles, hasta el
punto de que la llama la “primera causa” (prôton aition), pues influye sobre el agente,
determinando el sentido concreto de su acción. La causa final es el fin o la perfección del ser. El
fin, conocido o preconcebido, determina y especifica la acción de la causa agente. Todo
movimiento, local, cuantitativo o cualitativo, se hace siempre en vista de un fin, que es el
término a que tiende la acción. Todo movimiento se reduce al cambio de una forma, sustancial o
accidental. Por lo tanto, la forma que se trata de adquirir ejerce sobre la misma causa eficiente
una influencia activa, motora, siendo en realidad la que determina y especifica su acción.

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