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Resumen de Libro 40 Años de Economia Dominicana
Resumen de Libro 40 Años de Economia Dominicana
Para finales del mes de octubre del 1982 ya se tenía en principios un acuerdo
entre el Gobierno y el FMI, el cual reflejaba en la Carta de Intenciones que
habían firmado los principales integrantes del equipo económico. Se había
acordado un Programa de Facilidad Ampliada con tres años de duración. Por su
parte, el FMI se comprometía a facilitar a la Republica Dominicana la suma de
371.3 millones de DEG que equivalían a unos 450 millones de dólares en tres
años, que era la duración que contemplaba el programa. Por otra parte, y como
componente esencial de los acuerdos con el FMI, el 8 y 9 de diciembre del 1982
se sostuvieron una serie de reuniones con la banca internacional, en la ciudad de
New York.
Luego de un largo proceso de discusiones internas entre los técnicos finalmente
se suscribió el 15 de septiembre de 1983, mediante el cual se reprogramaron
486.3 millones de dólares de la deuda que se tenía con la banca comercial
internacional. A pesar de los términos obtenidos, el resultado de esa
negociación ha sido cuestionado por algunos analistas. Por una parte, el Banco
Central asumió una deuda que se había originado por importaciones del sector
privado, dicha deuda afectaría la política monetaria del Banco en el futuro. Una
de las medidas de ajuste económico que se adoptaron como parte de los
acuerdos con el FMI, fue permitir a los bancos comerciales el aumento de las
tasas de interés pasivas, de un 1 hasta un 2% mensual.
Sin embargo, tan pronto concluyo el viaje del presidente se iniciaron gestiones
frente al Congreso de los Estados Unidos, las cuales después de un intenso
cabildeo de varios meses de duración, tanto en el Senado como en la Cámara de
Representantes, se logró que se aprobara una donación a la Republica
Dominicana por la suma de 50 millones de dólares, la cual unida a 45 millones
que se habían aprobado previamente, constituían un aporte significativo para la
estabilidad económica de nuestro país.
El regreso del doctor Balaguer al Palacio Nacional para iniciar su periodo como
nuevo presidente de la Republica, se produjo el 16 de agosto del 1986, el mismo
encontró una situación económica tanto en el plano nacional como en el
internacional, completamente distinta a la que enfrento en 1966. En esta nueva
ocasión, la economía dominicana estaba estabilizada luego de haber pasado por
un fuerte periodo de ajuste bajo un estricto programa stand – by con el Fondo
Monetario Internacional.
Asimismo, la economía internacional se estaba recuperando, después de varios
años de altos precios del petróleo que ya habían vuelto a niveles normales. La
tasa de cambio se encontraba en equilibrio desde hacía varios meses alrededor
de 2.80 pesos por dólar y la inflación estaba completamente controlada. Sin
embargo, el crecimiento de la actividad económica era muy reducido, debido a
las múltiples medidas restrictivas adoptadas dentro del programa de ajuste. En
este escenario, el presidente Balaguer decidió reactivar la economía a través del
gasto público en inversiones, es decir, siguiendo el mismo esquema que aplicó
durante su gobierno de los 12 años, el cual lamentablemente, no era el más
apropiado en esta nueva realidad. Solo a manera de ejemplo podemos apreciar
que durante el primer semestre del año 1987 el gasto total del Gobierno llegó a
los 1,642 millones de pesos lo que representaba un aumento de un 33.4% sobre
los niveles que había alcanzado esta variable en igual período del año anterior,
es decir, bajo el gobierno de Jorge Blanco.
Las medidas económicas del Gobierno del Dr. Balaguer para finales del 1990 se
podían resumir en: desmantelar la “Operación Duarte”, flexibilizar los controles
cambiarios, se eliminaron los controles de precios y los sometimientos a
comerciantes y se adoptaron otras medidas económicas que podían
implementarse por la vía administrativa.
Con la Iniciativa Para la Cuenca del Caribe lanzada por el presidente Reagan en
febrero de 1982, que entró en vigencia en enero de 1984, las zonas francas
industriales recibieron un estimuló adicional, sobre todo, porque para ese mismo
año se logró que los Estados Unidos le otorgara un tratamiento especial a las
manufacturas textiles procedentes de los países de la Cuenca del Caribe.
Bastaría con señalar, que del 1986 al 1988 comenzaron a operar 101 nuevas
empresas, lo que fue creando las bases para un aumento importante de estas
exportaciones, que se reflejó con más intensidad a partir del 1992, cuando las
exportaciones de zonas francas pasaron de los 1,194 millones de dólares, que se
registraron en ese año, a 4,100 millones para 1998.
Para 1998 ya el país contaba con 496 empresas en operación dentro de los 43
parques industriales que existían en esos momentos. Estas empresas ofrecían
empleos directos a 195,200 personas, sin contar los cientos de miles de empleos
indirectos. Así como las zonas francas dieron un formidable impulso a las
actividades económicas en los últimos ocho años de la década del 1990,
también el sector turismo hizo su aporte en la misma dirección. En la década del
1980, se construyeron en todo el país 13,654 nuevas habitaciones. En contraste,
durante la década del 1990 se construyeron 32,873 nuevas habitaciones, es decir
casi dos veces y media más. De acuerdo a estimados del Banco Central, en 1990
la actividad turística proporcionaba a la economía dominicana
aproximadamente unos 725 millones de dólares. En apenas cinco años estos
ingresos se habían más que duplicado, y ya para el año 2000, habían llegado a
unos 2,895 millones, es decir, cuatro veces más, en apenas una década. Para el
año 2000 la Republica Dominicana contaba con 51,916 habitaciones hoteleras
concentradas principalmente en las provincias de La Altagracia y Puerto Plata.
Por otra parte, desde que el Dr. Fernández asumió la primera magistratura del
Estado mostró gran interés en que la República Dominicana abandonara la
posición aislacionista que había tenido en el pasado. Consecuente con esta
posición, a principios de 1997 el presidente Fernández anunció la decisión de
iniciar de inmediato negociaciones con CARICOM, con el propósito de lograr
acuerdos de libre comercio antes de que concluyera el año. Asimismo, informó
sobre la disposición de negociar acuerdos similares con los países
centroamericanos tan pronto concluyera las negociaciones con los primeros. Por
razones diversas, las negociaciones con los miembros de CARICOM no
pudieron avanzar con la celeridad que demandaba el gobierno dominicano, por
lo que se decidió dejarlas en suspenso e iniciar, inmediatamente, negociaciones
con los países centroamericanos. De hecho, en la Cumbre de Jefes de Estado de
Centroamérica celebrada en noviembre del 1997, los presidentes instruyeron a
sus funcionarios para que iniciaran negociaciones tendientes a la pronta
suscripción de un tratado de libre comercio entre Centroamérica y la República
Dominicana. Finalmente, el 16 de abril del 1998, los presidentes de los países
Centroamericanos y el presidente Fernández, firmaron un Tratado de Libre
Comercio, que se consideró “histórico” pues se trataba del primer acuerdo de
libre comercio firmado por la República Dominicana.
La otra acción que tomó el Gobierno en sus primeros meses de gestión fue
lograr para el 26 de diciembre del 2000, la aprobación de un nuevo arancel de
Aduanas que se venía discutiendo desde hacía muchos años. El nuevo régimen
estableció cinco tasas arancelarias básicas de 0, 3, 8, 14 y 20% para las
importaciones, manteniendo algunas exenciones para rubros agropecuarios muy
sensibles y estratégicos. A fin de compensar la disminución de las
recaudaciones que el nuevo arancel traería, las Cámaras Legislativas también
aprobaron en la misma fecha, una importante y controversial modificación del
Impuesto Sobre la Renta, cuyo elemento principal fue el establecimiento de un
pago 1.5% sobre los ingresos brutos de las empresas, que funcionaría como
anticipo al pago de dicho impuesto. Esta modificación del Impuesto Sobre la
Renta, causo grandes disgustos en la clase empresarial del país, pues era
evidente que en algunos casos, ciertas empresas no podían tener beneficios,
como eran aquellas de reciente creación que todavía no habían alcanzado el
punto de equilibrio o aquellas que enfrentaban problemas coyunturales.
Para el inicio del Siglo XXI, el turismo se había convertido en la actividad que
más ingresos de divisas proporcionaba a la economía dominicana. Los ingresos
por este concepto habían crecido a una tasa anual promedio superior al 12% en
los últimos cinco años, hasta el año 2000. Lo que significaba que, en promedio,
los dominicanos recibíamos todos los años alrededor de 250 millones de dólares
adicionales, los que utilizábamos para poder comprar parte de la creciente
cantidad de bienes que importamos. El 11 de septiembre del 2001 sucedió un
acontecimiento que estremeció la humanidad, al producirse un ataque terrorista
en dos de las principales ciudades de los Estados Unidos, especialmente en la
ciudad de New York, donde quedaron completamente destruidas las torres
gemelas del Centro de Comercio Mundial, con la pérdida de vida de miles de
ciudadanos indefensos. Con estos ataques, el terrorismo internacional, no sólo
había infligido una profunda herida a ese país, sino que también, causó un gran
daño al turismo mundial, pues los viajeros se sintieron de pronto inseguros en
cualquier parte del mundo. En el caso dominicano, en el segundo y tercer
trimestre del 2001 se había producido una contracción de flujo turístico del 5.7
y 5.6% respectivamente. En el cuarto trimestre la reducción fue de un 22.1%.
De esta forma, para el último trimestre del 2001, es decir, después del 11 de
septiembre, los ingresos por concepto de turismo cayeron a tan sólo 521
millones de dólares, inferiores en más de 150 millones a lo que habíamos
recibido el trimestre anterior, que ya estaba menguado.
Esta situación no se recuperó sino hasta dos años después, ya que, en el 2002,
los ingresos fueron incluso más bajos que los que recibimos dos años antes por
esta actividad. Los ingresos de turismo, en lugar de seguir creciendo al 12%
anual como lo venían haciendo en los últimos años, de pronto comenzaron a
reducirse, precisamente en el momento que más se necesitaban para poder hacer
frente al aumento de la factura petrolera. Para el mes de junio del 2001, el
Gobierno había tomado la decisión de recurrir a los mercados de financieros
internacionales para colocar una emisión de bonos soberanos por la suma de
500 millones de dólares.
Por otro lado, la banca comercial enfrentaba sus propios problemas. Debido a
crecientes dudas sobre la estabilidad de la moneda nacional, los clientes estaban
cambiando sus depósitos en pesos por depósitos en dólares, hasta el punto de
que estos últimos pasaron de un 30 a un 39% del total, durante el 2002. Por otra
parte, en los últimos meses de ese año, se incrementaron en la ciudadanía los
rumores sobre la solidez de algunos bancos importantes del sistema y sobre el
retiro que se estaba produciendo en sus depósitos. Para principio del 2003, el
entonces gobernador del Banco Central Frank Guerrero Prats informo en una
reunión a tres miembros de la Junta Monetaria, que en los últimos meses los
depositantes de BANINTER le habían retirado alrededor de 9,000 millones de
pesos, y que, por estas razones, el Banco Central había tenido que salir en
auxilio de dicho bando, facilitándole recursos por unos 5,500 millones, en
adición al uso de las reservas de Encaje Legal a que tenía derecho. BANINTER
mantenía antes del retiro de esos depósitos, un buen índice de solvencia y que
esta había sido la razón por la cual las autoridades del Banco Central habían
decidido salir en su rescate, sin hacer ruido.
Por esta razón, y ante la imposibilidad de buscar otra salida a este caso, la Junta
Monetaria designó, finalmente, en el mes de abril, una comisión interventora
para que se hiciera cargo de BANINTER. La situación era tan grave; que se
estaba ante la presencia de malas prácticas contables y de un fraude colosal
llevado a cabo en uno de los bancos más grande del país. Antes de la crisis,
BANINTER se consideraba como el tercer banco más grande del país, pues sus
libros arrojaban activos por unos 26,000 millones de pesos. Sin embargo,
cuando se le sumaba el banco paralelo, que era de unos 55,000 millones, las
operaciones totales alcanzaban los 81,000 millones, lo que lo convertía en la
realidad en el banco más grande de la República Dominicana, incluso algo
superior a la suma del segundo y tercer banco del país, es decir del Banco de
Reservas y el Banco Popular.
Durante los 41 días que duraron las negociaciones con el FMI ocurrieron
algunos acontecimientos como los de BANCREDITO y Banco Mercantil, que
provocaron un aumento del crédito del Banco Central, así como de la
colocación de nuevos certificados de dicha institución. Esto incrementó el
déficit consolidado del Sector Público, lo que obligó a tener que buscar recursos
fiscales adicionales, a los que ya se habían consensuado tanto con la misión del
FMI, como con el sector empresarial. De ahí surgió la idea de gravar al único
sector que se estaba favoreciendo con la crisis, es decir, a los exportadores de
bienes y servicios que se beneficiaban de una tasa de cambio mucho más alta
que la prevaleciente hasta antes de la crisis, lo que les permitía recibir muchos
más pesos, por la misma cantidad de dólares exportados. Como consecuencia de
ese razonamiento, algunos asesores del Gobierno propusieron la creación de un
impuesto del 5% sobre las exportaciones, que equivalía a una reducción de la
tasa de cambio de la misma magnitud. La tasa de cambio rondaba en esos
momentos alrededor de 35.0 pesos por dólar. El impuesto del 5% equivalía a la
reducción de la tasa de cambio a 33.2 pesos por dólar, la que todavía resultaba
sumamente atractiva para los exportadores. Esto no basto para que dicha medida
tuviera la oposición de la Dirección General de Impuestos Internos, de la Banca
Comercial, de los Senadores y demás Legisladores, los Hoteleros y los dueños
de las Zonas Francas.
Debido a las dificultades que tuvo Unión Fenosa para el cumplimiento de los
acuerdos contractuales: las altas deudas con las empresas generadoras de
energía, esto a su vez, generaba otra dificultad en el suministro de energía a los
consumidores. Todas estas variables se presentaron como el principal obstáculo
para la sostenibilidad financiera del sector eléctrico. La situación se había
deteriorado hasta el punto, de que poco antes del viaje del presidente Mejía a
Madrid, el cual había recibido una honrosa invitación que le hacían los Reyes de
esa Nación para el 13 de septiembre del 2003, la empresa Edenorte tenía serias
dificultades en el suministro de energía a la región norte del país e incluso se
temía que pronto se declararía en bancarrota, dejando sin energía a esa
importante región. Frente a esta grave situación y a la víspera del viaje a España
del presidente de la Republica, el Gobierno decidió comprar las acciones que
tenía Unión Fenosa, tanto en Edenorte como en Edesur: por instrucciones del
presidente Mejía, estas negociaciones las llevaron a cabo con la mayor reserva
el Secretario de Finanzas y el Director de la Corporación Dominicana de
Empresas Eléctricas Estatales. Tan pronto el FMI conoció la noticia de la
compra del Edenorte y Edesur, se produjo una conmoción que tuvo
repercusiones sumamente graves para la continuidad del programa que hacía
pocos meses se había acordado con esta institución. La primera reacción del
FMI fue tratar de que el Gobierno revirtiera la compra. Lamentablemente se
había producido un hecho que lo dificultaba, ya que inmediatamente se llegó a
un acuerdo entre el Gobierno y Unión Fenosa, esta última procedió a cancelar el
préstamo que le había concedido el BID tiempo atrás, precisamente para poder
completar el monto de la capitalización. Esta fue una de las razones que el
Secretario de Finanzas esgrimió para sostener que era imposible dar marcha
atrás a la operación, pues entre otras cosas, también se tendría que cancelar el
pago realizado al BID, lo que era prácticamente imposible.
Las repercusiones de esta compra fueron funestas para el Gobierno y para todo
el país. No solo se había suspendido el acuerdo con el FMI, lo que volvía a traer
intranquilidad en el mercado cambiario, sino que además, esta compra fue
interpretada por algunas personas en el exterior, como una señal de que la
República Dominicana quería echar hacia atrás el proceso de capitalización que
se estaba llevando a cabo a escala internacional, el cual lo habían acordado
prácticamente todos los países del mundo, por lo que se había constituido en
uno de los principales objetivos de la política económica trazada por las grandes
potencias mundiales. Por lo tanto, los organismos internacionales de
financiamiento y algunos gobiernos de naciones extranjeras consideraron que
había que enviar un mensaje contundente a esta pequeña isla del Caribe.
Las negociaciones con los Estados Unidos se llevaron a cabo en apenas tres
meses, cuando a Chile, un país mucho más preparado que nosotros le habían
tomado más de dos años. Para estos fines, el presidente Mejía designó como
jefa negociadora a la Secretaria de Industria y Comercio, Sonia Guzmán, que si
bien no tenía experiencia en este tipo de negociaciones se trataba de una de las
mejores funcionarias del Gobierno, quien tenía un fino tacto y además una gran
firmeza de carácter. La secretaria Guzmán y su equipo negociador hicieron todo
lo que les fue posible, y en términos generales, llevaron a cabo unas
negociaciones satisfactorias, dentro de las circunstancias. La República
Dominicana consintió adherirse al acuerdo negociado por los centroamericanos,
es decir aceptó los textos del acuerdo, pues en la realidad no tenía muchas otras
opciones, pero pudo negociar aspectos puntuales en materia de liberalización de
bienes. Asimismo, negoció una serie de reservas en las áreas de servicios,
inversiones y compras gubernamentales, que fueron positivas. En materia
arancelaria, que era el punto más importante, la República Dominicana accedió
a liberalizar de manera inmediata un monto inferior al 80% del comercio, que
habían negociado los centroamericanos, cuidándose de proteger; en el marco de
lo posible, aquellos productos más sensibles.
Sin embargo, en materia azucarera los resultados fueron perjudiciales para
nuestro país, pues lo lógico hubiese sido excluir de las negociaciones, todo lo
referente al comercio de azúcar y demás edulcorantes, como el jarabe de maíz
rico en fructosa, pues estos productos estén altamente subsidiados y protegidos
en numerosas naciones desarrolladas, y por tanto, solo a través de una
negociación con carácter mundial, donde también intervengan las naciones
europeas, se puede llegar a un acuerdo satisfactorio y justo para todas las partes.
Esta había sido una posición de consenso que por décadas habían mantenido
incluso los productores y el propio gobierno de los Estado Unidos.
Durante los años 2003-2004 la economía dominicana estuvo afectada por los
desajustes macroeconómicos derivados de la crisis financiera ocasionada por la
quiebra de 3 bancos privados. La situación económica se deterioró aún más por
la imposibilidad del Estado Dominicano de cumplir con las metas estipuladas en
los 2 acuerdos que el país suscribió con el Fondo Monetario Internacional, en
agosto 2003 y febrero 2004, lo cual se tradujo en pérdida de confianza y caída
pronunciada del valor del peso. Para corregir estas distorsiones en la economía,
las nuevas autoridades del país negociaron un nuevo Acuerdo Stand-By con el
FMI, el cual tendrá una duración de 2 años (2005-2006). No obstante, antes de
que el Acuerdo entrase en vigencia, en la segunda mitad del 2004, se verificó
una desaceleración en el ritmo de crecimiento de los precios internos, asociado
a la revaluación experimentada en la tasa de cambio. Esto como consecuencia
de un aumento en la confianza y al mantenimiento de una estricta política
monetaria combinada con importantes ajustes fiscales, fundamentalmente a
partir de agosto de ese mismo año. Para reforzar la senda de recuperación
económica iniciada en el 2004, se ha diseñado un Programa Monetario y
Financiero para el 2005 consistente con el Programa Macroeconómico definido
en el nuevo Acuerdo con el FMI. Este Programa, contempla un estricto control
de los agregados monetarios combinado con una política fiscal austera, para
lograr una meta de inflación notablemente inferior a los niveles de cierre del
2004.