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Resumen Libro 40 Años De Economía Dominicana

LA POLITICA ECONOMICA EN EL GOBIERNO DE LOS 12 ANOS


DEL DR. JOAQUIN BALAGUER (1966 – 1978)

Luego de regresar del exilio el Doctor Joaquín Balaguer se presentó como


candidato presidencial del Partido Reformista, el cual había sido fundado en
1964. Su oponente más cercano lo fue el Prof. Juan Bosch candidato del PRD,
quienes no presentaron una campaña ofensiva, dando paso así al régimen de los
doce años. El partido Reformista obtuvo un total de 759,887 votos, además de
contar con el apoyo de los Estados Unidos, los grupos poderoso de la nación y
militares con pretensiones de poder. Al llegar al poder el Doctor Joaquín
Balaguer se dispuso organizar la economía del país, para esto recibió préstamos
a bajos intereses del gobierno de Estados Unidos. Se fomento la inversión
extranjera a través del crédito y la supresión de los impuestos. El régimen de los
doce años dio paso a las multinacionales, instalándose de esta forma
multinacionales tales como: Golf & Western, Falcombridge, Rosario Resource,
Phillips Morris, Shell Petroleum, Codetel y algunos Bancos Internacionales.

El largo periodo gubernamental del presidente Balaguer, que va desde 1966


hasta el 1978, lo podemos dividir en tres etapas bien definidas desde el punto de
vista económico. La primera etapa, que duro un poco más de dos años, fue un
periodo de consolidación, durante el cual se tuvieron que superar los problemas
económicos, sociales y políticos que se derivaron de la Guerra de Abril. Durante
esos primeros años, la economía dominicana tuvo un lento crecimiento, pues las
inversiones que se estaban iniciando todavía no tenían tiempo para rendir sus
frutos. La segunda etapa que se caracterizo por un rápido crecimiento, se inicio
con la llegada del año 1969 y se mantuvo hasta que se produjo el primer gran
aumento de los precios internacionales del petróleo, en 1974. Durante esos
cinco anos (1969 – 1973), el crecimiento del Producto Interno Bruto fue
superior al 11%, promedio anual. Este auge fue favorecido no solo por las
políticas económicas que se vio interrumpido por el alza de los precios
internacionales del petróleo. Las medidas económicas favorecieron la
instalación del Primer Parque Industrial de la República Dominicana, esta fue
ubicada en el sector de Herrera.

Al fomentar la inversión extranjera y conceder exoneraciones para las


maquinarias, muchos productos fueron producidos en el país por tanto las
importaciones casi fueron nulas. Otro aspecto económico de gran importancia
fue el surgimiento del sector Zonas Francas, la primera se instaló en la Romana
en 1970, a partir de esta actividad económica se fue generando empleomanía
hacia las diferentes provincias creando así un movimiento económico que activó
la vida provincial.
El gasto público estuvo dirigido fundamentalmente a las obras de
infraestructura, además, numerosos consorcios y empresas principalmente
norteamericanas recibieron concesiones ventajosas y estímulos para invertir en
el país. A partir de la década de 1970 la economía dominicana sufre un cambio
hacia una economía de servicios, pasando de esta forma la agricultura y la
ganadería a un segundo plano. La tercera etapa del gobierno del doctor
Balaguer, se puede fijar a partir 1974 y se extiende hasta finales de su mandato
en el año 1978. Durante esta tercera etapa, la economía dominicana sufrió los
avatares del aumento del precio del petróleo, lo que provocó una deceleración
del crecimiento. Así vemos como la tasa de crecimiento del PBI, pasa de un
formidable 12.1% en 1973, a 5.2% en 1975, cuando todo parecía indicar que la
economía dominicana necesitaba con urgencia de un cambio de orientación y de
nuevos estímulos, a la luz de los cambios que se habían producido en la
economía internacional.

De hecho, Balaguer fue el gran constructor. Concentro el grueso de las


construcciones en los centros urbanos, especialmente la ciudad capital, a la cual
le cambio su fisonomía. Esta gran concentración del gasto público en
inversiones se produjo a expensas de una virtual congelación de los salarios de
los servidores públicos, así como, del descuido de una serie de servicios sociales
esenciales, lo que era necesario para paliar la desigual distribución del ingreso
que intensifico el propio modelo de desarrollo adoptado. Con la reforma de las
leyes agrarias trato de eliminar el latifundio y elevar la productividad del
campo, asentó campesinos a través del Instituto Agrario Dominicano y concedió
préstamos. Sin embargo fue la Industria Azucarera la que más aporte dio a la
economía de la nación.

Otra cosa que no podemos dejar de mencionar es la política de construcción que


llevó a cabo en todas las provincias. Balaguer procedió a fortalecer el aparato
económico nacional. Su política económica se basó en el fomento del sector
agrario, incentivo de la producción industrial y estímulo a la inversión
extranjera. El modelo fue aprovechado con los precios relativamente bajos del
petróleo, pero altos para el café, azúcar, cacao. El grueso de los fondos del
presupuesto estuvo dirigido hacia la agricultura debido a la necesidad de cubrir
la demanda interna y evitar las importaciones. Se introdujeron las leyes agrarias
que aplicarían una reforma en el sector agrícola; estas leyes protegían al
pequeño campesino por el Estado. Fueron rechazadas por los latifundistas, y su
puesta en práctica resultó muy limitada.
La ley No. 299 de Incentivo y Desarrollo Industrial y otras facilidades otorgadas
por el Gobierno, respondía al modelo de sustitución de importaciones que se
implemento en la America Latina, impulsadas por el pensamiento de Raúl
Prebisch y otros economistas de la CEPAL.
El incentivo industrial fue uno de los propósitos fundamentales de los gobiernos
de Balaguer. Mediante la ley sobre Incentivo y Promoción Industrial se exoneró
del pago de impuesto a las maquinarias y a las materias primas para las nuevas
industrias. El problema con esta ley fue que, como siempre sucede, en nuestro
país este modelo se comenzó a aplicar con un desfase de más de diez años y
además, se mantuvo por un espacio de tiempo más largo de lo aconsejable,
hasta el punto de que, ya para finales de ese Gobierno era impostergable la
búsqueda de actividades que pudiesen dar nuevos impulsos a la economía. En
poco tiempo, cientos de nuevas industrias se instalaron.

Ya para el 1975 el gobierno se había consolidado en el poder con gran


estabilidad y crecimiento económico. Se estableció una clase media que fueron
personas beneficiadas por concesiones y privilegios que les otorgó el gobierno.
Ya para los finales de la era de los doce años del Presidente Balaguer se
caracterizo por mantener una disciplina monetaria, como lo demuestra el hecho
de que el medio circulante solo creció en un 15.3% durante los últimos 27
meses que le restaban a su mandato. Esto le permitió al gobierno poder paliar
esos años difíciles de la economía dominicana. Sin embargo, esta disciplina
monetaria, correcta para las circunstancias que enfrentaba el país, se tradujo en
una significativa reducción del crecimiento económico de la Nación.

Bastaría con recordar, que después de haber experimentado crecimientos


económicos superiores al 10.0% anual en los cinco años anteriores al choque
petrolero del 1974, se redujo a tasas entre el 5.2 y 4.4% en los dos años
siguientes, y apenas a un 2.1%, par el 1978. Este bajo crecimiento era
convidado un desastre para la mayoría de los dominicanos en especial para el
sector empresarial que se había acostumbrando a los altos beneficios que
acompañaron los años de bonaza, razón por la cual, con frecuencia, llevaban
criticas al Presidente sobre la austera política monetaria seguida por el Banco
Central. Precisamente, una de las debilidades institucionales que tenía el país en
esos años, era que la clase empresarial no entendía las complejidades de la
microeconomía, y por tanto, muchas veces limitaba sus evaluaciones a la
políticas económicas del Gobierno, exclusivamente en función del nivel de sus
ventas.

LA POLITICA ECONOMICA EN EL GOBIERNO DE DON ANTONIO


GUZMAN FERNANDEZ (1978 – 1982)

En el área económica, el gobierno de Don Antonio Guzmán no pudo exhibir los


mismos resultados, como no lo hubiera podido exhibir ningún otro presidente
que hubiese gobernado nuestro país o cualquier otro país en vías de desarrollo,
durante esos difíciles años que sucedieron al segundo choque petrolero de
finales de la década del 1979. Este aumento en los precios del petróleo se
recrudeció después de la reunión de la OPEP de 1980, donde los principales
países productores del mundo, liderados por Arabia Saudita, decidieron seguir
controlando la producción de esta vital fuente de energía, para así poder
aumentar su precio, el que llegó hasta 39.5 dólares el barril, nivel que equivalía
a mas de 60.0 dólares para el año 2004

Este aumento desproporcionado del precio del petróleo, provocó una


paralización del crecimiento económico de las grandes potencias; un aumento
de la inflación mundial, que llegó a un 20% en algunos países desarrollados de
Europa; un incremento de las tasas de interés internacionales, que también
alcanzaron el 20% en algunos mercados financieros, y una agudización del
desempleo, nunca antes visto desde la Gran Depresión del 30. En la Republica
Dominicana los efectos del alza del petróleo no pudieron ser más negativos. La
factura petrolera pasó de aproximadamente, 190 millones de dólares en 1978, a
más de 314 millones en 1979, y a cerca de 500 millones en cada uno de los años
subsiguientes. Si se toma en consideración que para el año 1978 las
exportaciones totales de bienes apenas alcanzaron los 675 millones de dólares y
que todavía el turismo, las zonas francas y las remesas eran de poca
significación, entonces, podemos apreciar lo que represento para la economía
dominicana tener que desembolsar, anualmente, uno 300 millones adicionales,
sólo para pagar el incremento de los precios internacionales del petróleo.

Se incrementó la carga de la deuda externa como consecuencia de los altos


niveles que alcanzaron las tasas de interés en los mercados internacionales. Para
poder apreciar la presión que causaron en la Balanza de Pagos del país los altos
precios del petróleo, bastaría señalar que las importaciones totales pasaron de
860 millones de dólares en 1978, a 1080 millones en 1979, y a cerca de 1,500
millones en el 1980. A pesar de todas esas adversidades, la economía
dominicana pudo crecer en un 5.0% en el año 1979 y en un 6.1% en el 1980.
Poco a poco el país comenzó a hacer uso indirecto del financiamiento
internacional, a través, de cartas de crédito para importaciones, que eran
instrumentadas por bancos locales, con el respaldo de bancos comerciales del
exterior. En otras palabras, el déficit comercial que estaba sufriendo el país
como consecuencia de los altos precios del petróleo, se fue financiando
indirectamente a través de la apertura de cartas de crédito, que el Banco Central
aceptaba con el compromiso de honrarlas a vencimiento, o sea, en el futuro.

En el primer semestre del 1978, la política fiscal se apartó de la línea moderada


que había mantenido durante todo el gobierno de Balaguer. Esto se debió, entre
otras cosas a que se trataba de un año electoral difícil para el Gobierno, por lo
que el gasto público se vio presionado al alza, lo que unido a una disminución
de los ingresos, provoco un déficit fiscal de aproximadamente un 3.0% del PBI,
por primera vez en más de una década. Así inicio en materia fiscal el gobierno
de Don Antonio Guzmán, además tuvo que enfrentar la gran demanda por
cargos públicos proveniente de la militancia del Partido Revolucionario
Dominicano. El gasto corriente también se vio afectado por el aumento de
prácticamente todos los precios que produjo el choque petrolero. En este
sentido, debe recordarse que la inflación del 1979 fue de un 9.2% y la del año
siguiente llegó al 16.7%. Por todas estas razones, el gasto corriente rápidamente
aumento de unos 21.5 millones de pesos mensuales a julio del 1978, a unos 37.0
millones para julio del 1980, lo que equivale a un incremento de más del 70%
en tan solo dos años.

La primera medida importante que adopto el nuevo Gobierno en el campo


fiscal, fue la concertación de un financiamiento con la banca internacional por
la suma de 185 millones de dólares que se suscribió el 20 de diciembre de 1978,
aunque los fondos no ingresaron hasta junio del 1979. La intención de dicho
préstamo fue tratar de reprogramar y consolidar los vencimientos de algunos
créditos externos tomados en los últimos años del gobierno de Balaguer, por
varias instituciones autónomas del Gobierno, principalmente CORDE. Es
interesante observar que del total del prestamos, un 40%, o sea 73.2 millones se
destinaron a la CDE. La economía dominicana enfrentaba dos situaciones
difíciles a principios del 1980: el primero era de carácter fiscal. El incremento
del gasto corriente, provocado por los aumentos de salarios ocurridos en 1978 y
1979, unido a las cargas derivadas del incremento de los precios internacionales
del petróleo y sus derivados, además de los graves daños ocasionados por el
huracán David y la tormenta Federico, habían producido un aumento sustancial
del gasto, no solo en el Gobierno Central, sino también en el Sector Publico.
Para el año 1979, el déficit del Sector Público Consolidado, es decir, del
Gobierno Central y de los organismos descentralizados (CEA, CDE, INESPRE,
CORDE y otras) había llegado a un 6.2% del PBI de acuerdo cálculos del FMI.
Esta cifra resultaba excesiva y había urgente necesidad de reducirla.
Para enfrentar ambos déficit, el fiscal y el externo se requería la adopción de
medidas, así como para frenar el crecimiento de los medios de pagos. Dentro de
esta estrategia, al Gobierno Central, le correspondía enfrentar el primero y al
Banco Central tomar medidas para reducir el déficit externo, así como el medio
circulante. Estos eran unos objetivos que nadie estaba dispuesto a aceptar de
buena gana, pues tradicionalmente la población y los empresarios quieren que
se busquen soluciones a los problemas, pero sin tomar prestado y sin que se
reduzca el consumo. Afortunadamente, en el año 1981 el país tuvo un factor
positivo a su favor dado por los altos precios a que llego el azúcar en los
mercados internacionales; incluso la producción se había recuperado luego de la
fuerte caída que había tenido después del paso del huracán David.
En ese año la Republica Dominicana llego a exportar azúcar crudo por un valor
de 513 millones de dólares, cifra superior en 223 millones a la alcanzada en el
año anterior. Para el año 1982, el manejo de la economía se perfilaba mucho
más difícil. En el caso de la azúcar, el precio había llegado a 46.0 centavos la
libra en 1981, mientras que para 1982 había disminuido a tan sólo 13.5
centavos. Igual sucedía con el oro, cuyos precios disminuyeran de 800 dólares
la onza, en 1981, a menos de 370 la onza para 1982. Asimismo, la Falconbrige,
había llegado a exportar hasta 100 millones al año, se encontraba
temporalmente fuera de producción por falta de demanda mundial, al recibir
420.3 millones menos que el año anterior, mientras se mantenían altos los
precios del petróleo y por tanto, la factura petrolera, a pesar de que el consumo
doméstico había descendido. En 1982 también se iba a sumar otro gran
constreñimiento, pues a pesar de las medidas restrictivas aplicadas en 1981, el
Banco Central había acumulado atrasos en el canje de divisas por una suma
considerable de dólares, por lo que la banca internacional estaba mostrando una
actitud de mucha cautela con el país, en lo que concernía a la apertura de nuevas
cartas de crédito.

El país había agotado el margen de tolerancia de la banca comercial


internacional, por tanto iba a ser imposible continuar haciendo uso del
mecanismo de los atrasos de pagos de cartas de crédito vencidas, como forma
de enfrentar la demanda creciente de importaciones.

LA POLITICA ECONOMICA EN EL GOBIERNO DEL DR.


SALVADOR JORGE BLANCO (1982 – 1986)

Los nuevos objetivos de la política económica de la Republica Dominicana


(1982 – 1986) fueron explorar y evaluar todas las alternativas posibles de
políticas cambiarias: la ampliación del mercado libre por el lado de las
importaciones; tipo de cambio más realista para las exportaciones; un acuerdo
de ajuste estructural con el Banco Mundial; acuerdos de facilidad ampliada o de
stand – by con el Fondo Monetario Internacional; la legalización de un tipo de
cambio múltiple; prohibiciones de importaciones; una devaluación formal a
través de un cambio en la legislación monetaria creando un nuevo tipo de
cambio más realista. De todas estas opciones se tomó la del acuerdo con Fondo
Monetario Internacional.
Las razones por las cuales era necesario llegar a un acuerdo con el Fondo se
debía a los niveles de atraso con la banca comercial por 367.2 millones de
dólares, sin incluir en esa cifra, 45.0 millones realmente pagados por el Bando
de Reservas. Este monto era tan grande, que los bancos internacionales habían
prácticamente cerrado el crédito a la banca nacional, lo que hacía muy difícil las
operaciones comerciales del país. Las negociaciones con el FMI se iniciaron
durante el último cuatrimestre del 1982. Como era de esperarse, estas fueron
sumamente difíciles, pues los intereses de ambas partes negociadoras
respondían a motivaciones diferentes. La preocupación principal del FMI era
ayudarnos a resolver el problema de atrasos de pagos en nuestra deuda externa y
no la de buscar el desarrollo de la economía a corto plazo, como era el interés
del gobierno dominicano, además de tratar de que la economía nacional pudiese
seguir creciendo y no se agravara el desempleo. El Gobierno procuraba que el
proceso de ajuste fuera gradual, para así permitir el crecimiento de la economía,
mientras que el FMI requería un ajuste de choque, resolviera el problema de los
atrasos a corto plazo.

Para finales del mes de octubre del 1982 ya se tenía en principios un acuerdo
entre el Gobierno y el FMI, el cual reflejaba en la Carta de Intenciones que
habían firmado los principales integrantes del equipo económico. Se había
acordado un Programa de Facilidad Ampliada con tres años de duración. Por su
parte, el FMI se comprometía a facilitar a la Republica Dominicana la suma de
371.3 millones de DEG que equivalían a unos 450 millones de dólares en tres
años, que era la duración que contemplaba el programa. Por otra parte, y como
componente esencial de los acuerdos con el FMI, el 8 y 9 de diciembre del 1982
se sostuvieron una serie de reuniones con la banca internacional, en la ciudad de
New York.
Luego de un largo proceso de discusiones internas entre los técnicos finalmente
se suscribió el 15 de septiembre de 1983, mediante el cual se reprogramaron
486.3 millones de dólares de la deuda que se tenía con la banca comercial
internacional. A pesar de los términos obtenidos, el resultado de esa
negociación ha sido cuestionado por algunos analistas. Por una parte, el Banco
Central asumió una deuda que se había originado por importaciones del sector
privado, dicha deuda afectaría la política monetaria del Banco en el futuro. Una
de las medidas de ajuste económico que se adoptaron como parte de los
acuerdos con el FMI, fue permitir a los bancos comerciales el aumento de las
tasas de interés pasivas, de un 1 hasta un 2% mensual.

Asimismo, se le permitió a las instituciones financieras emitir certificados que


devengan intereses más acorde con los que prevalecían en los mercados
internacionales. En materia cambiaria, la Junta Monetaria permitió a los bancos
comerciales comprar y vender dólares directamente al público lo que introdujo
un nuevo elemento en el sistema cambiario dominicano, pues los bancos podían
participar abiertamente en el mercado paralelo de divisas. De ahí surgió una
competencia entre la banca y las casas de cambio por el control del mercado de
divisas, lo que junto con los déficits externos, produjo presiones al alza de la
tasa de cambio. Esta depreciación de la moneda pronto se convirtió en un punto
central de la atención de la política económica, ya que la misma, afectaba
negativamente todos los costos de la economía.

Ante la realidad del mercado, la Junta Monetaria decidió legalizar las


operaciones de las casas de cambio en agosto del 1983, bajo la reglamentación
del Banco Central y la supervisión de la Superintendencia de Bancos. Durante
la primera visita de Estado de un Presidente Dominicano a los Estados Unidos,
le toco tal privilegio al Dr. Jorge Blanco, el cual aprovecho para pedirle al
gobierno estadounidense que le concediera un préstamo puente, que pudiese ser
usado en lo que llegaba un acuerdo definitivo con el FMI. La respuesta fue
negativa, basada en el argumento de que el Tesoro Norteamericano solo podía
otorgar estos recursos a muy corto plazo y condicionado a una seguridad
absoluta de que los fondos serian reembolsados al término de ese plazo.

Sin embargo, tan pronto concluyo el viaje del presidente se iniciaron gestiones
frente al Congreso de los Estados Unidos, las cuales después de un intenso
cabildeo de varios meses de duración, tanto en el Senado como en la Cámara de
Representantes, se logró que se aprobara una donación a la Republica
Dominicana por la suma de 50 millones de dólares, la cual unida a 45 millones
que se habían aprobado previamente, constituían un aporte significativo para la
estabilidad económica de nuestro país.

El total de la ayuda norteamericana sumo más de 200 millones de dólares


durante esos tres años (1983 – 1985), lo que se trataba de una suma
considerable. La Iniciativa Para la Cuenca del Caribe (CBI) fue un programa
creado durante la administración del presidente Reagan que ofrecía a los países
de la Cuenca del Caribe (Centroamérica y las islas del Caribe), la entrada de sus
productos libre de impuestos al mercado norteamericano, de todos los productos
originarios de dicha Región.

La República Dominicana fue el principal beneficiario de esta iniciativa, pues


fue el país de la Región que mayor atracción de inversiones extranjeras recibió
como consecuencia de la implementación de dicho programa comercial, y
también, el que pudo aumentar sus exportaciones al mercado norteamericano
con mayor rapidez. En parte debido a que todavía muchos países
centroamericanos tenían serios conflictos internos y una situación política
inestable.
La aprobación del CBI en julio de 1983 y su puesta en vigencia el 1 de enero
1984, junto con la devaluación del peso dominicano fueron, por tanto, los dos
factores que más influyeron el desarrollo de las zonas francas de exportación en
los años posteriores, y en consecuencia, en la creación de cientos de miles de
nuevos empleos productivos, especialmente, en la mano de obra femenina. A
los pocos días del regreso del presidente Jorge Blanco al país, la Junta
monetaria hizo un último esfuerzo para introducir medidas que permitieran
arribar a un rápido acuerdo para el segundo año del programa con el FMI. Una
de la medida más impopular fue traspasar al mercado libre prácticamente todas
las importaciones del país, excepto los hidrocarburos, por lo que algunos
productos a los cuales hasta esa fecha el Banco Central le otorgaba divisas
oficiales a la par con el dólar, subieron los precios. Esta última medida, unida al
alto nivel en que se encontraba la tasa de cambio, cercano a los 3.00 pesos por
dólar, así como la acumulación de frustraciones que venían arrastrando el
pueblo desde hacía mucho tiempo, provocó un levantamiento en los barrios
populares, que se tradujo en saqueos a propiedades privadas y enfrentamientos
con las fuerzas del orden lo que costó un alto número de vidas humanas.
Realmente se trató de una tragedia nacional que marcó el vértice de la crisis
económica que se padeció durante esos difíciles años.

Luego de la revuelta de abril 1984, se nombró un nuevo equipo económico en el


Banco Central el cual tenía la tarea de buscar algún tipo de acuerdo con el fondo
que fuese posible aplicar sin someter a la población a nuevos ajustes
económicos, que les agravara la ya difícil situación que estaba atravesando la
nación. Tras varias visitas a Washington del equipo económico, finalmente se
pudo llegar a un acuerdo especial que el propio Director Gerente del FMI llamo
“Acuerdo Puente”, que no era otra cosa que una salida temporal hasta que el
gobierno estuviese en condiciones de poder comprometerse a cumplir un
acuerdo más riguroso dentro de los estándares del FMI, como podía ser un
acuerdo stand – by. A este acuerdo temporal, se llegó en el mes de agosto del
1984 y el mismo solo daba un respiro, pues permitía al país mostrar a la
comunidad internacional que se tenía algún tipo de acuerdo con el FMI, lo que
facilitaba en algo el desembolso de recursos para enfrentar la crisis.

Todas las medidas anteriormente señaladas, solo servían como paliativo y no


como soluciones definitivas de los grandes problemas que enfrentaba al país;
soluciones que tenían que buscarse, inevitablemente, dentro de un acuerdo más
formal con el FMI. De ahí, que ya para los últimos meses de 1984, se volvieron
a intensificar las negociaciones con ese organismo internacional las cuales
culminaron dos días antes de la Noche Buena. Finalmente, el acuerdo stand – by
fue aprobado en el Directorio Ejecutivo del FMI el 15 de abril del 1985 y se
estableció que estaría sujeto a revisiones trimestrales, tal y como es costumbre
de esta institución. El cumplimiento de estas medidas de ajuste por parte del
Gobierno permitió que la tasa de cambio se redujera de 3.29 que había llegado
en febrero 1985, a 3.00 en agosto de ese mismo año. Cuando el gobierno del Dr.
Jorge Blanco concluyo su gestión, agosto de 1986, ya la tasa se había
estabilizado alrededor de 2.80, lo que demostraba que el gobierno había podido
controlar la crisis económica. Con una inflación para julio de ese mismo año de
tan solo 0.38% y para agosto había sido negativa.

LA ADMINISTRACION DEL DR. JOAQUIN BALAGUER EN EL


GOBIERNO DE LOS 10 ANOS (1986 – 1996)

El regreso del doctor Balaguer al Palacio Nacional para iniciar su periodo como
nuevo presidente de la Republica, se produjo el 16 de agosto del 1986, el mismo
encontró una situación económica tanto en el plano nacional como en el
internacional, completamente distinta a la que enfrento en 1966. En esta nueva
ocasión, la economía dominicana estaba estabilizada luego de haber pasado por
un fuerte periodo de ajuste bajo un estricto programa stand – by con el Fondo
Monetario Internacional.
Asimismo, la economía internacional se estaba recuperando, después de varios
años de altos precios del petróleo que ya habían vuelto a niveles normales. La
tasa de cambio se encontraba en equilibrio desde hacía varios meses alrededor
de 2.80 pesos por dólar y la inflación estaba completamente controlada. Sin
embargo, el crecimiento de la actividad económica era muy reducido, debido a
las múltiples medidas restrictivas adoptadas dentro del programa de ajuste. En
este escenario, el presidente Balaguer decidió reactivar la economía a través del
gasto público en inversiones, es decir, siguiendo el mismo esquema que aplicó
durante su gobierno de los 12 años, el cual lamentablemente, no era el más
apropiado en esta nueva realidad. Solo a manera de ejemplo podemos apreciar
que durante el primer semestre del año 1987 el gasto total del Gobierno llegó a
los 1,642 millones de pesos lo que representaba un aumento de un 33.4% sobre
los niveles que había alcanzado esta variable en igual período del año anterior,
es decir, bajo el gobierno de Jorge Blanco.

Esta expansión del gasto gubernamental se reflejó de manera principal en los


gastos de capital, y más específicamente, en aquellos destinados a las
construcciones las cuales en los primeros seis meses de 1987 fueron más de seis
veces superiores a las alcanzadas en igual periodo del año anterior. Este
extraordinario incremento del gasto en construcciones se pudo lograr sobre la
base de una reducción del gasto corriente el cual disminuyó en más de 25%, en
igual periodo. Pero también fue posible debido a que el gobierno de Balaguer se
opuso a pagar la amortización de la deuda pública que encontró al llegar al
Poder.
Otro elemento que se había deteriorado mucho en los últimos años había sido la
situación de las empresas públicas, especialmente, la Corporación Dominicana
de Electricidad y el Consejo Estatal del Azúcar. En el caso de la CDE, los
gastos en la adquisición del combustible que requería para sus generadores
comenzaron a incrementarse a partir del aumento de los precios del petróleo
ocurrido unos años atrás. Esto represento para la CDE un aumento considerable
al pasar de 200 millones en 1984 a unos millones 600 millones en 1985, lo que
obligó al gobierno a subsidiar a esa empresa con unos 200 millones, para así
evitar que todo ese aumento se traspasara a los consumidores. En el caso del
azúcar la situación era aún peor, debido a las múltiples distorsiones que se
habían producido en los mercados internacionales durante los últimos años. Los
países de la Comunidad Económica Europea habían creado una serie de
subsidios a sus productores domésticos del azúcar de remolacha lo que había
estimulado considerablemente la producción doméstica, hasta el punto que de
ser un continente importador de azúcar, se convirtió en poco tiempo en un gran
exportador neto al mercado mundial.
El único mercado rentable para la Republica Dominicana pasó a ser el de los
Estados Unidos de América. Sin embargo, en ese mercado también se
ofrecieron incentivos a los productores y se garantizaron precios mínimos de
venta a principios de 1980, lo que estimuló el aumento de la producción
doméstica no sólo de azúcar, sino también, de los llamados edulcorantes, o sea,
sustitutos del azúcar, entre los que se destacó el jarabe de maíz de alta fructosa.
Así que los EE.UU., fueron disminuyendo gradualmente las compras de azúcar
dominicana, mediante la imposición de cuotas de importación cada vez menor.

Para atender la precaria situación económica por la que atravesaba el CEA,


agravada por la disminución de la cuota preferencial norteamericana, el Poder
Ejecutivo introdujo en el Congreso Nacional un proyecto de ley con el propósito
de darle liquidez a esa empresa estatal. Se autorizó al CEA a traspasar al Banco
Central en calidad de ventas alrededor de 17.7 millones de metros cuadrados de
terrenos pertenecientes al Ingenio Monte Llano, por un valor de 502.5 millones
de pesos, bajo el argumento de que esos terrenos podrían ser vendidos
posteriormente por el Banco para proyectos turísticos, instalaciones de zonas
francas industriales o cualquier otro proyecto de interés social o económico.
Para la fecha que se hizo la operación, el medio circulante se encontraba en los
2,200 millones, por lo que el primer desembolso de 251 millones representó un
incremento del circulante de más de un 11%. Por lo que ese financiamiento
contribuyo al aumento de la emisión monetaria sin respaldo, como cualquier
otra operación de financiamiento del Banco Central.

En 1990 sucedió en el ámbito internacional un acontecimiento que aceleró la


crisis económica del país, cuando estallo la Guerra del Golfo que inició el
gobierno de los Estados Unidos contra Iraq, luego que este último país invadiera
a su vecino Kuwait bajo el argumento de que su territorio le pertenecía, y con
ello, los grandes depósitos de petróleo de esa nación. La Guerra del Golfo se
llevó a cabo en la zona del mundo con mayores reservas de petróleo, por lo que
el precio internacional de los hidrocarburos se elevó súbitamente pasando de
16.8 dólares el barril, a 35.9 dólares en apenas cuatro meses.

Como consecuencia de esto, el Gobierno había recrudecido sus controles y se


estaba procediendo a cerrar los bancos de cambio y a perseguir a sus
propietarios, dentro de lo que se llamó “Operación Duarte”. Esta famosa medida
del Gobierno buscaba devolver a la moneda dominicana el valor que había
perdido.

Las medidas económicas del Gobierno del Dr. Balaguer para finales del 1990 se
podían resumir en: desmantelar la “Operación Duarte”, flexibilizar los controles
cambiarios, se eliminaron los controles de precios y los sometimientos a
comerciantes y se adoptaron otras medidas económicas que podían
implementarse por la vía administrativa.

También, jugó también un importante papel, el hecho de que el aumento de los


precios internacionales del petróleo sólo duró unos pocos meses y la economía
entró en un largo periodo de prosperidad la cual se mantuvo hasta finales de esa
década. Para la reforma arancelaria del 1990 se sostuvieron muchas reuniones
en el Palacio Nacional con el propósito de buscar un consenso para la ejecución
de los puntos acordados luego de la firma del Pacto de Solidaridad Económica.

Como consecuencia de todas esas reuniones, el 13 de septiembre del 1990, el


presidente de la Republica dictó el Decreto No. 339, por medio del cual, se
eliminada el anterior régimen arancelario y se creaba un reglamento para la
ejecución de un nuevo arancel aduanero, con carácter provisional hasta tanto
fuese promulgada la ley correspondiente. Posteriormente, en fecha 4 de agosto
de 1993, tras largo debate, el Congreso Nacional aprobó el proyecto de ley
“Arancel de Aduanas de la Republica Dominicana”. Es justo reconocer que
tanto el Decreto No. 339 como la referida Ley, obedecieron a la necesidad
imperiosa que tenía el país de incorporar su sistema aduanero a los avances que
se habían producido con el comercio internacional. Además, unificaron los
gravámenes arancelarios, se disminuyeron los niveles de tasas en sentido
general, se aplicó un sistema ad valorem, en lugar de uno específico, se crearon
sólo ocho categorías de tasas con un tope máximo del 35% y se eliminaron
todas las concesiones de exoneración de gravámenes arancelarios contemplados
en numerosos decretos y leyes.

Este cambio le permitió al gobierno aumentar la recaudación de 615 millones en


1990 a 4,588 millones en 1992, o sea, que tan sólo en dos años las
recaudaciones se multiplicaron siete veces y media, sin incluir la aplicación del
ITEBIS en las aduanas. El 1 julio de 1991, tras un largo período de
negociaciones con el Fondo Monetario, el presidente Balaguer se dirigió a la
Nación para anunciarle que había llegado a un acuerdo con esa institución
internacional y que en los próximos días el gobierno iba a enviar la Carta de
Intención. Los frutos de esta negociación vinieron en las elecciones del 1994, ya
que fue reelecto con un mayor apoyo de los votantes. El 22 de noviembre del
1991, la República Dominicana llegó a un acuerdo con las naciones acreedoras
dentro del Club de París.
En esta segunda ocasión el monto renegociado fue de 926 millones de dólares y
los principales acreedores eran Estados Unidos, España, Japón, Alemania y
Francia. Los términos negociados fueron muy favorables para el país. Luego de
haber sometido la economía a un necesario proceso de ajuste, el gobierno de
Balaguer se dedicó a concluir una serie de reformas fundamentales en las cuales
venía trabajando durante los últimos años. Lo primero fue lograr que el
Congreso Nacional aprobara la reforma arancelaria que se estaba aplicando por
Decreto Presidencial. Esto se logró en agosto del 1993, después de un
prolongado debate en ambas cámaras legislativas. Lograr la aprobación
congresional no fue tarea fácil. Incluso provocó, entre otras cosas, una
separación de las asociaciones empresariales aglutinadas en El Consejo
Nacional de Hombres de Empresa.

La otra reforma sumamente importante fue la tributaria, mediante la cual se


introdujeron cambios significativos a la Ley de Impuestos Sobre la Renta. La
Principal modificación fue el establecimiento de un impuesto máximo de un
25% sobre las rentas, tanto de personas físicas como jurídicas, con el cual se
redujeron sustancialmente las tasas impositivas existentes a la fecha, que
llegaban hasta un 46%. Pero también fue significativa a la eliminación de la
doble tributación, que penalizaba al contribuyente obligándolo a pagar
impuestos sobre la renta sumamente elevados, hasta 70% de sus ingresos. Otro
elemento importante en el proceso de recuperación de la economía fue la
renegociación de la deuda externa pública con la banca comercial,
especialmente, con bancos internacionales. El total de la deuda pública con la
banca comercial extranjera ascendía a unos; 1,185 millones de dólares.

Dicha renegociación fue realizada utilizando un conjunto de instrumentos


financieros que ofrecía el mercado, entre ellos los llamados Bonos de
Descuento, que se emitieron para cambiarlos por parte de la deuda por concepto
de capitales adeudados. También estaban los llamados Bonos Intereses en
Atraso (PDI), que fueron cambiados, como su nombre lo indica, por parte de los
intereses en atraso a esa fecha. El origen de las zonas francas industriales
orientadas hacia la exportación, se remontan en nuestro país al principio del año
1969, cuando ejecutivos del Central Romana Corporación sugirieron la creación
de industrias con alto contenido de mano de obra con fines de exportación hacia
el mercado norteamericano. Ya para marzo de 1969 se promulgo el Decreto
3461 que autorizaba la creación de un parque industrial en la ciudad de la
Romana, donde comenzó a operar la primera zona del país, en febrero del 1970.

Con la Iniciativa Para la Cuenca del Caribe lanzada por el presidente Reagan en
febrero de 1982, que entró en vigencia en enero de 1984, las zonas francas
industriales recibieron un estimuló adicional, sobre todo, porque para ese mismo
año se logró que los Estados Unidos le otorgara un tratamiento especial a las
manufacturas textiles procedentes de los países de la Cuenca del Caribe.
Bastaría con señalar, que del 1986 al 1988 comenzaron a operar 101 nuevas
empresas, lo que fue creando las bases para un aumento importante de estas
exportaciones, que se reflejó con más intensidad a partir del 1992, cuando las
exportaciones de zonas francas pasaron de los 1,194 millones de dólares, que se
registraron en ese año, a 4,100 millones para 1998.

Para 1998 ya el país contaba con 496 empresas en operación dentro de los 43
parques industriales que existían en esos momentos. Estas empresas ofrecían
empleos directos a 195,200 personas, sin contar los cientos de miles de empleos
indirectos. Así como las zonas francas dieron un formidable impulso a las
actividades económicas en los últimos ocho años de la década del 1990,
también el sector turismo hizo su aporte en la misma dirección. En la década del
1980, se construyeron en todo el país 13,654 nuevas habitaciones. En contraste,
durante la década del 1990 se construyeron 32,873 nuevas habitaciones, es decir
casi dos veces y media más. De acuerdo a estimados del Banco Central, en 1990
la actividad turística proporcionaba a la economía dominicana
aproximadamente unos 725 millones de dólares. En apenas cinco años estos
ingresos se habían más que duplicado, y ya para el año 2000, habían llegado a
unos 2,895 millones, es decir, cuatro veces más, en apenas una década. Para el
año 2000 la Republica Dominicana contaba con 51,916 habitaciones hoteleras
concentradas principalmente en las provincias de La Altagracia y Puerto Plata.

En 1994 culminaron las negociaciones comerciales que se llevaron a cabo


dentro de la llamada Ronda de Uruguay del GATT, que duró siete años y
medio, durante los cuales los países pertenecientes a este acuerdo se sentaron a
discutir la forma en que podían reducir las barreras al comercio mundial de
bienes y servicios, principalmente mediante la disminución de sus tarifas
arancelarias, aunque también, con otras medidas liberadoras de trabas
comerciales. Otro objetivo de esa ronda de negociación fue dar origen a una
institución internacional que estableciera procedimientos para que se
cumplieran esos acuerdos, la cual se denominó la Organización Mundial del
Comercio (OMC). En el caso de la Republica Dominicana, inexplicablemente,
se tomó la decisión de someter una lista de aranceles consolidados sumamente
simple, la cual se limitó a señalar que el país se comprometía a cumplir una
consolidación (tasa arancelaria) a un nivel máximo del 40% ad – valorem, para
todos los productos, ya fuesen agropecuarios o no, lo que contrastaba
significativamente con la posición que habían presentado los otros países.
Luego de varios encuentros y reuniones, esto dio paso a lo que fue la
Rectificación Técnica, lo que permitió que nuestro país pudiese proteger ocho
productos agropecuarios sumamente sensitivos (arroz, azúcar, leche en polvo,
frijoles secos, ajo, carne de pollo, maíz y cebolla). Sin esa Rectificación
Técnica, la producción de esos rubros alimenticios no hubiera podido sobrevivir
en estos años de apertura económica, lo que hubiese significado una perdida
incalculable para nuestra economía.

Los pasos previos a la integración económica dictaba que la Republica


Dominicana debía iniciar de inmediato, negociaciones para un acuerdo de libre
comercio, de alcance parcial, con el Mercado Común Centroamericano, así
como con CARICOM, es decir, iniciar un proceso de apertura económica con
países que tuviesen un nivel de desarrollo similar al nuestro, pues de esta forma,
se podría ir identificando las ramas de actividades donde teníamos debilidades
para competir y así tomar las medidas correctivas necesarias sin que tuviésemos
que pagar un costo muy elevado. Estos aprestos concluyeron en 1997, cuando se
dieron los primeros pasos para negociar un acuerdo de libre comercio, primero
con CARICOM, y posteriormente, con los países Centroamericanos.

PRIMERA ADMINISTRACION DEL DR. LEONEL FERNANDEZ


REYNA (1996 – 2000)

Ningún otro presidente inicio su período gubernamental en condiciones tan


favorables, como las que tuvo el Dr. Leonel Fernández, cuando asumió la
primera magistratura del Estado, el 16 de agosto del 1996. En esa ocasión la
inflación era muy reducida como lo evidencia el hecho de que a ese mes de
agosto el índice de precios al consumidor mostraba un crecimiento anual de tan
sólo un 4.8%. Asimismo, la moneda nacional se encontraba completamente
estable, el crecimiento del PIB fue en ese año de 1996 el más alto que había
registrado el país en los últimos 20 años y los precios del petróleo se
encontraban alrededor de los 21.30 dólares el barril, niveles muy por debajo a
los que habían llegado en los primeros años de la década del 1980 y más
recientemente en el año 1990, cuando superaron los 35.00 dólares, causando
graves trastornos a la economía mundial. Quizás el único elemento desfavorable
para el gobierno del presidente Fernández era la estrechez presupuestaria con
que se había manejado el Dr. Balaguer, especialmente en lo que se refería al
nivel de los gastos corrientes, lo que no le permitía cubrir una serie de servicios
públicos básicos.
Es por ello que al principio del Gobierno se tomó una decisión muy importante
que aparentemente no fue bien sopesada y discutida dentro del equipo
económico, esta fue la iniciativa de someter al Congreso Nacional una reforma
tributaria muy profunda que aparentemente no era necesaria en ese momento
para mantener equilibradas las finanzas públicas, ni tampoco contaba con un
mínimo apoyo de las asociaciones empresariales. Siempre se dijo que esta fue
una sugerencia de la Fundación Economía y Desarrollo, que desde hacía mucho
tiempo venía abogando por esta reforma.

Como elemento central se proponía una reducción significativa de las tasas


arancelarias, con el propósito de abrir más el mercado doméstico a la
competencia internacional, para favorecer a la clase importadora. Esta parte de
la propuesta produciría una disminución del 35.0% de lo que se recaudaba por
esa vía. Además, la Reforma proponía una reducción de las tasas del Impuesto
Sobre la Renta para establecer una tasa única del 10%. Para compensar estas
disminuciones de ingresos fiscales, la Reforma proponía un aumento del
ITEBIS de un 8 a un 12%. Además, de la ampliación de la base impositiva de
este impuesto, mediante la eliminación de varias exenciones existentes a la
fecha y la inclusión de algunos servicios. Se proponía un aumento sustancial del
Impuesto Selectivo al Consumo sobre las bebidas, la cerveza y los cigarrillos.
Recibiendo una oposición tenaz no sólo de diferentes asociaciones
empresariales, sino también, de los partidos políticos de la oposición, de los
sindicatos y del público en general. Por lo tanto, dicha administración
necesitaba otro elemento para poder sostener un crecimiento tan extraordinario
de las importaciones durante esos años. Este vino dado por el alto
endeudamiento externo en que incurrió el sector privado, incluyendo la banca
comercial, especialmente, en la segunda mitad de ese periodo. Por un lado, el
Banco Central dio muestras de que estaba decidido a mantener la estabilidad de
la tasa de cambio y así lo pudo lograr. Esto le proporcionó confianza a los entes
económicos en la moneda nacional. Por otra parte, las tasas de interés se
mantuvieron muy elevadas durante casi todo ese período, por lo que resultaba
mucho más rentable a las empresas y a las personas, endeudarse en dólares.

En esta coyuntura, los bancos comerciales también decidieron tomar préstamos


en dólares para canalizarlos hacia sus clientes tanto en dólares como en pesos.
Hasta cierto punto, el Banco Central estimuló este endeudamiento pues en
varias ocasiones había fijado topes a la cartera de los bancos en moneda local,
pero no en moneda extranjera, por lo que muchos bancos obtuvieron recursos
externos por encima de los niveles prudenciales, pues así podían atender las
solicitudes de crédito de sus clientes.
Este endeudamiento contribuía muy poco o nada con el aumento de la
producción y la productividad. La política seguida por el Banco Central en este
periodo consistía en mantener un alto crecimiento de los medios de pago para
sostener un aumento de la demanda y la productividad. Si embargo, cada vez
que esa abundancia de liquidez amenazaba la estabilidad cambiaria, entonces el
Banco utilizaba una serie de instrumentos a su disposición para frenar el exceso
de liquidez y así evitar la desestabilización de la tasa de cambio. Aunque la
política del Banco Central fue efectiva para controlar la inflación y la
depreciación de la moneda, sin embargo, tuvo costos financieros muy altos para
las empresas y para el propio Banco, pues durante esos años las tasas de interés
se mantuvieron bastante elevadas e incluso mostraron una clara trayectoria
oscilante, alternando períodos de alza con períodos de baja, que no favorecían la
programación financiera de las empresas.

Por otra parte, desde que el Dr. Fernández asumió la primera magistratura del
Estado mostró gran interés en que la República Dominicana abandonara la
posición aislacionista que había tenido en el pasado. Consecuente con esta
posición, a principios de 1997 el presidente Fernández anunció la decisión de
iniciar de inmediato negociaciones con CARICOM, con el propósito de lograr
acuerdos de libre comercio antes de que concluyera el año. Asimismo, informó
sobre la disposición de negociar acuerdos similares con los países
centroamericanos tan pronto concluyera las negociaciones con los primeros. Por
razones diversas, las negociaciones con los miembros de CARICOM no
pudieron avanzar con la celeridad que demandaba el gobierno dominicano, por
lo que se decidió dejarlas en suspenso e iniciar, inmediatamente, negociaciones
con los países centroamericanos. De hecho, en la Cumbre de Jefes de Estado de
Centroamérica celebrada en noviembre del 1997, los presidentes instruyeron a
sus funcionarios para que iniciaran negociaciones tendientes a la pronta
suscripción de un tratado de libre comercio entre Centroamérica y la República
Dominicana. Finalmente, el 16 de abril del 1998, los presidentes de los países
Centroamericanos y el presidente Fernández, firmaron un Tratado de Libre
Comercio, que se consideró “histórico” pues se trataba del primer acuerdo de
libre comercio firmado por la República Dominicana.

Si embargo, este fue un acto protocolar que reflejaba la determinación de los


Jefes de Estado, ya que para que este Tratado pudiese entrar en vigencia, se
requería completar las negociaciones de una serie de aspectos vitales, lo que
tomó varios meses de arduas conversaciones. En la práctica, la culminación de
las negociaciones no se pudo lograr hasta noviembre del 1998, cuando se
aprobaron tanto las listas negativas, las normas de origen, el tratamiento a las
zonas francas, así como otros aspectos igualmente sensitivos. Una vez
acordados estos temas, el Tratado entró en vigencia en octubre del 2001. A
corto y mediano plazo estas negociaciones han favorecido más a Centroamérica
que a la Republica Dominicana, pues los productores del Istmo estaban mejor
preparados para aprovechar estas nuevas oportunidades comerciales, dada la
experiencia que habían acumulado durante los largos años que tenían operando
como área de libre comercio. Así lo demuestra el hecho de que, durante el año
2002, las exportaciones de Centroamérica hasta la República Dominicana,
aumentaron 48.3% millones de dólares, mientras que las nuestras hacía esa
Región tan solo se incrementaron en unos 15.9 millones. De esta forma, nuestro
déficit comercial con el Istmo llegó a los 111.0 millones para ese año. Dicho
acuerdo también sirvió para evidenciar nuestras debilidades competitivas.

Una de las consecuencias directas del acuerdo de libre comercio con


Centroamérica, fue la presión que se creó internamente para que se llevara a
cabo una nueva reforma arancelaria, que le permitiera a los productores
nacionales, especialmente a los industriales, poder competir en igualdad de
condiciones con sus homólogos centroamericanos, mediante la reducción de los
impuestos de importación que gravaban a los insumos y a las maquinarias. En
adicción, la disminución de los aranceles siempre se había mantenido dentro de
los sectores importadores, por lo que este sector también se sumó a esos
reclamos, aunque por razones diferentes. Aunque se avanzó mucho en la
discusión de esta delicada pieza legislativa, la misma no pudo ser aprobada
durante el gobierno del presidente Fernández y fue en el próximo gobierno de
Hipólito Mejía, cuando finalmente se aprobó en diciembre del 2000. De forma
que el nuevo arancel estableció una tasa máxima del 20% para los bienes de
consumo, lo que fue un paso muy importante, pues en el acuerdo de libre
comercio posteriormente negociado con los Estados Unidos, las desgravaciones
arancelarias se aplicaron a partir de un 20%, lo que le proporcionará más tiempo
a las industrias nacionales para irse preparando a enfrentar la fuerte
competencia que vendría de esa gran economía del norte.

Para el proceso de la Capitalización de las Empresas Públicas se aplicó el


modelo seguido por Bolivia y otros países en vías de desarrollo, pues tenía la
característica que el Estado seguiría como propietario de por lo menos un 50%
del capital de las empresas y que el socio privado sólo le correspondía una
participación del 50% restante, como aporte de capital fresco que serviría para
el rescate financiero de las empresas. Para estos fines el presidente Fernández
sometió al Congreso Nacional el proyecto de Ley General de Reforma de
Empresas Públicas, que luego de un amplio debate, fue aprobada en fecha 24 de
junio de 1997.
Esta Ley, la 141-97, sólo se aplicaba a las empresas que integraban la
Corporación Dominicana de Empresas Estatales (CORDE), La Corporación
Dominicana de Electricidad (CDE), El Consejo Estatal del Azúcar (CEA) y los
hoteles que conformaban la Corporación de Fomento de la Industria Hotelera.
Por lo tanto, la privatización o capitalización de cualquier otro patrimonio del
Estado no estaba bajo el ámbito de esta Ley y no podían llevarse a cabo sin la
previa autorización del Congreso. La Ley contemplaba la creación de una
Comisión que se encargaría de todo lo concerniente a su aplicación. Para estos
fines se creó la Comisión de Reforma de la Empresa Pública (CREP), que desde
sus inicios dirigió el doctor Antonio Isa Conde. En cuanto a las empresas de
CORDE, el proceso de capitalización tan sólo se pudo completar en la
Compañía Anónima Tabacalera y la Habanera, que fueron adjudicadas al
consorcio español Cita Caribe, así como Molinos Dominicanos y del Norte, que
fue otorgado al Grupo Maya, con resultados más satisfactorios. Al final del
proceso se llegaron a “reformar” 20 empresas por un monto superior a los
11,160 millones de pesos, de los cuales el 92.5% correspondió al sector
eléctrico.

POLITICA ECONOMICA EN EL GOBIERNO DE DON HIPOLITO


MEJIA DOMINGUEZ (2000 – 2004)

Las primeras medidas tomadas por la administración de Don Hipólito Mejía


Domínguez fue la de establecer un impuesto fijo por galón de combustible. Esta
medida fue complementada con otras relacionadas con el consumo de
hidrocarburos, las cuales tuvieron un impacto inmediato. Ya que las
recaudaciones por concepto del diferencial del petróleo pasaron de un promedio
mensual de 176 millones de pesos, que se habían recaudado en el periodo enero-
agosto, a un promedio mensual de 429 millones para septiembre- diciembre de
ese mismo año. Posteriormente, el Congreso Nacional aprobó, en noviembre de
ese mismo año, la Ley de Hidrocarburos, que eliminó definitivamente la
discrecionalidad en el establecimiento de los precios domésticos de los
combustibles, pues esa ley estableció que en lo adelante se haría un ajuste
semanal de los precios de los hidrocarburos, que se calcularían sobre la base de
la variación de los precios de paridad de importación y establecía un monto fijo
de diferencial por galón para cada tipo de combustible.

La otra acción que tomó el Gobierno en sus primeros meses de gestión fue
lograr para el 26 de diciembre del 2000, la aprobación de un nuevo arancel de
Aduanas que se venía discutiendo desde hacía muchos años. El nuevo régimen
estableció cinco tasas arancelarias básicas de 0, 3, 8, 14 y 20% para las
importaciones, manteniendo algunas exenciones para rubros agropecuarios muy
sensibles y estratégicos. A fin de compensar la disminución de las
recaudaciones que el nuevo arancel traería, las Cámaras Legislativas también
aprobaron en la misma fecha, una importante y controversial modificación del
Impuesto Sobre la Renta, cuyo elemento principal fue el establecimiento de un
pago 1.5% sobre los ingresos brutos de las empresas, que funcionaría como
anticipo al pago de dicho impuesto. Esta modificación del Impuesto Sobre la
Renta, causo grandes disgustos en la clase empresarial del país, pues era
evidente que en algunos casos, ciertas empresas no podían tener beneficios,
como eran aquellas de reciente creación que todavía no habían alcanzado el
punto de equilibrio o aquellas que enfrentaban problemas coyunturales.

La reforma fiscal de diciembre del 2000, también aumento de un 8 a un 12%, la


tasa del impuesto a las Transferencias de Bienes Industrializados y Servicios
(ITIBIS), lo que constituía una pesada carga para los contribuyentes. Asimismo,
estableció nuevas tasas de impuestos selectivos para algunos vehículos, así
como otros bienes de consumo como las bebidas, las cervezas y los cigarrillos.
Como siempre ha sucedido cada vez que aumentan súbitamente los precios
internacionales del petróleo, el alza ocurrida en el 2000 golpeó de nuevo en
forma severa a la economía de los Estados Unidos, para perjuicio no sólo del
pueblo norteamericano, sino también, de todas las economías que mantienen
una gran interdependencia con esa Nación. En caso de la República Dominicana
nuestras exportaciones al mercado norteamericano habían mantenido un
crecimiento anual promedio superior al 5% en los últimos cinco años anteriores
al 2001. Sin embargo, en el 2001 las exportaciones totales del país cayeron en
403 millones de dólares, entre ellas, 232 millones de productos provenientes de
nuestras zonas francas. Este fue el segundo gran choque externo que tuvo que
enfrentar la economía dominicana, en apenas dos años, pues además de tener
que pagar 634 millones adicionales por la compra de petróleo, ahora veíamos
disminuir nuestros ingresos por concepto de exportaciones, en más de 400
millones de dólares.

Para el inicio del Siglo XXI, el turismo se había convertido en la actividad que
más ingresos de divisas proporcionaba a la economía dominicana. Los ingresos
por este concepto habían crecido a una tasa anual promedio superior al 12% en
los últimos cinco años, hasta el año 2000. Lo que significaba que, en promedio,
los dominicanos recibíamos todos los años alrededor de 250 millones de dólares
adicionales, los que utilizábamos para poder comprar parte de la creciente
cantidad de bienes que importamos. El 11 de septiembre del 2001 sucedió un
acontecimiento que estremeció la humanidad, al producirse un ataque terrorista
en dos de las principales ciudades de los Estados Unidos, especialmente en la
ciudad de New York, donde quedaron completamente destruidas las torres
gemelas del Centro de Comercio Mundial, con la pérdida de vida de miles de
ciudadanos indefensos. Con estos ataques, el terrorismo internacional, no sólo
había infligido una profunda herida a ese país, sino que también, causó un gran
daño al turismo mundial, pues los viajeros se sintieron de pronto inseguros en
cualquier parte del mundo. En el caso dominicano, en el segundo y tercer
trimestre del 2001 se había producido una contracción de flujo turístico del 5.7
y 5.6% respectivamente. En el cuarto trimestre la reducción fue de un 22.1%.
De esta forma, para el último trimestre del 2001, es decir, después del 11 de
septiembre, los ingresos por concepto de turismo cayeron a tan sólo 521
millones de dólares, inferiores en más de 150 millones a lo que habíamos
recibido el trimestre anterior, que ya estaba menguado.

Esta situación no se recuperó sino hasta dos años después, ya que, en el 2002,
los ingresos fueron incluso más bajos que los que recibimos dos años antes por
esta actividad. Los ingresos de turismo, en lugar de seguir creciendo al 12%
anual como lo venían haciendo en los últimos años, de pronto comenzaron a
reducirse, precisamente en el momento que más se necesitaban para poder hacer
frente al aumento de la factura petrolera. Para el mes de junio del 2001, el
Gobierno había tomado la decisión de recurrir a los mercados de financieros
internacionales para colocar una emisión de bonos soberanos por la suma de
500 millones de dólares.

Esta había sido una sugerencia de la Fundación Economía y Desarrollo, que


también asesoraba el Gobierno en asuntos económicos. La colocación
finalmente se logró el 20 de septiembre de ese año, tan solo nueve días después
de los acontecimientos terroristas ocurridos en New York ese mismo mes. Al
concluir el 2001 el crecimiento de la economía dominicana había sido de un
2.7%. Esta tasa, aunque muy inferior a las que había tenido la nación en los
últimos seis años, resultó ser 5 veces más altas que el promedio de los países de
la America Latina, que también atravesaban por una situación difícil. Este
resultado se vio favorecido por el influjo de los 500 millones de dólares
provenientes de los Bonos Soberanos, especialmente, en el último trimestre,
cuando se acentuó el repunte de las construcciones públicas. El comportamiento
de la actividad económica fue muy cambiante durante el 2002, pues los recursos
provenientes de los Bonos Soberanos determinaron que así fuese. En los
primeros dos trimestres de ese año, el crecimiento de la economía fue de un 4.3
y 7.6%, respectivamente. Estas altas tasas de crecimiento se debieron al
incremento del gasto público, que fue financiado con parte de los recursos de
los Bonos Soberanos que se habían depositado en el Banco Central, en espera
de que el Gobierno se los fuera requiriendo.
De esta forma, los gastos de capital se incrementaron en 23.0%, con relación al
año anterior, concentrándose la mayor parte de este gasto, en los primeros ocho
meses del año. Esta activación de la economía inmediatamente se tradujo en un
incremento de las importaciones, aunque ligeramente, pero como los ingresos
de divisas por concepto de turismo y zonas francas se mantenían deprimidos, el
resultado fue un incremento del déficit en la cuenta corriente de la Balanza de
Pagos, que no pudo ser financiado por ingresos en la cuenta de capital, por lo
que una buena parte de ese déficit tuvo que ser cubierto con el uso de Reservas
Internacionales Brutas, las cuales cayeron de 1,340 millones de dólares a que
habían llegado en diciembre del 2001, como consecuencia de la entrada de los
Bonos Soberanos, a tan sólo 828 millones en diciembre del 2002. Esto significó
una pérdida de 512 millones de dólares, suma incluso mayor que el monto de
los Bonos. Esta caída de las reservas a su vez provocó una reducción de la
emisión monetaria, y con ello, del crecimiento de la economía, lo que sucedió
en la segunda parte del año 2002, cuando el crecimiento del PBI se volvió a
reducir a tasas del 2.0 y 2.7%, respectivamente, en los últimos dos trimestres del
año.

Por otro lado, la banca comercial enfrentaba sus propios problemas. Debido a
crecientes dudas sobre la estabilidad de la moneda nacional, los clientes estaban
cambiando sus depósitos en pesos por depósitos en dólares, hasta el punto de
que estos últimos pasaron de un 30 a un 39% del total, durante el 2002. Por otra
parte, en los últimos meses de ese año, se incrementaron en la ciudadanía los
rumores sobre la solidez de algunos bancos importantes del sistema y sobre el
retiro que se estaba produciendo en sus depósitos. Para principio del 2003, el
entonces gobernador del Banco Central Frank Guerrero Prats informo en una
reunión a tres miembros de la Junta Monetaria, que en los últimos meses los
depositantes de BANINTER le habían retirado alrededor de 9,000 millones de
pesos, y que, por estas razones, el Banco Central había tenido que salir en
auxilio de dicho bando, facilitándole recursos por unos 5,500 millones, en
adición al uso de las reservas de Encaje Legal a que tenía derecho. BANINTER
mantenía antes del retiro de esos depósitos, un buen índice de solvencia y que
esta había sido la razón por la cual las autoridades del Banco Central habían
decidido salir en su rescate, sin hacer ruido.

La búsqueda de una salida satisfactoria se complicaba aún más, debido a que


para esos días el tema cambiario también estaba ocupando la atención de los
miembros de la Junta Monetaria, pues la tasa de cambio se había colocado
alrededor de los 22.0 por dólar, como consecuencia, entre otras cosas, del
aumento que se había producido en la emisión monetaria resultado de los
recursos otorgados a BANINTER.
Por lo tanto, el tema cambiario estaba íntimamente relacionado con la incipiente
crisis bancaria, y también, requirió la realización de numerosas reuniones de las
Autoridades Monetarias con agentes de cambio, empresas remesadoras y bancos
comerciales. Para marzo 2003, ya se había acordado, en principio, la absorción
de BANINTER por parte del Banco del Progreso, sobre la base de un contrato
de venta que contemplaba una auditoría independiente para determinar la
verdadera situación del banco. Cuando la referida auditoria se realizó a
profundidad, se descubrió que la verdadera situación de BANINTER no era la
que reflejaban las informaciones entregadas a la Superintendencia de Bancos.
Esa auditoría realizada por el Banco del Progreso arrojó que BANINTER
escondía en sus informes contables un banco paralelo que era en realidad mucho
mayor que el visible, pues una gran parte de las operaciones de depósitos y de
créditos no se registraban en los libros oficiales del banco. Frente a esta realidad
no prevista en el contrato de venta, el Banco del Progreso decidió no continuar
con la operación, pues incluso, corría el riesgo de ser arrastrado por un retiro
masivo de depósitos.

Por esta razón, y ante la imposibilidad de buscar otra salida a este caso, la Junta
Monetaria designó, finalmente, en el mes de abril, una comisión interventora
para que se hiciera cargo de BANINTER. La situación era tan grave; que se
estaba ante la presencia de malas prácticas contables y de un fraude colosal
llevado a cabo en uno de los bancos más grande del país. Antes de la crisis,
BANINTER se consideraba como el tercer banco más grande del país, pues sus
libros arrojaban activos por unos 26,000 millones de pesos. Sin embargo,
cuando se le sumaba el banco paralelo, que era de unos 55,000 millones, las
operaciones totales alcanzaban los 81,000 millones, lo que lo convertía en la
realidad en el banco más grande de la República Dominicana, incluso algo
superior a la suma del segundo y tercer banco del país, es decir del Banco de
Reservas y el Banco Popular.

En una visita oficial realizada a Washington en el 2003, el presidente Mejía se


reunió, con el Señor Eduardo Aninat, quien era Subdirector Gerente del Fondo
Monetario Internacional, al cual se le explicó la nueva situación que se le había
presentado a la República Dominicana y se le dijo que estábamos considerando
la posibilidad de solicitar asistencia del FMI. No se trató de una solicitud
formal, pero si de un primer contacto al más alto nivel, que poco tiempo
después se formalizó por los canales correspondientes. Posteriormente, el 14 de
junio del 2003 llegó al país una amplia misión del Fondo para comenzar
formalmente las negociaciones.

Así se inició un difícil período de conversaciones que se prolongó por 41 días,


pues a medida que avanzaban las negociaciones se iban presentando nuevos
acontecimientos en el sector financiero, como fueron los problemas surgidos
por malas prácticas contables, préstamos vinculados y otras anomalías tanto en
el Banco Mercantil, como en el Banco Nacional de Crédito (BANCREDITO),
los cuales agravaron la ya difícil situación financiera del país, pues el Banco
Central también tuvo que salir en auxilio de estas dos instituciones. Mientras se
llevaban a cabo las negociaciones con el Fondo Monetario, el Banco Central
tuvo que continuar asistiendo a los tres bancos con problemas, lo que al final del
proceso le representó un enorme costo 109,150 millones de pesos. El monto de
la asistencia financiera a estos tres bancos no precedente en nuestra historia y
superaba en más de tres veces el monto total de la emisión monetaria del país,
antes de la crisis. Representaba alrededor de un 20% del PBI, con lo que
superaba a cualquier otra crisis bancaria del Continente.

Finalmente, el 25 de julio concluyeron las negociaciones, y el 29 de agosto, el


Directorio del FMI aprobó un programa Stand – By de dos años de duración con
un apoyo financiero de aproximadamente 600 millones de dólares. El programa
acordado con el FMI era muy restrictivo, lo que se reflejaba en una reducción
del PBI de un 3.0% en el 2003, y apenas una recuperación de 0.5%, en el 2004.
Asimismo, se había proyectado que la inflación en el 2003 sería de un 35.0%,
debido al aumento de la tasa de cambio, aunque se esperaba que fuese inferior
al 10% en el siguiente año. Los subsidios a la electricidad y al GLP llegaron a
representar una parte considerable del gasto público, que fue aumentando en la
medida en que la tasa de cambio siguió subiendo, y por tanto, el costo de
importación del petróleo y sus derivados. Sólo a manera de ejemplo, en el
Presupuesto Nacional del 2004 se contemplaron gastos por concepto de estos
subsidios por la suma de 6,350 millones de pesos, la cual, en la realidad, resultó
ser mucho mayor. Estos subsidios tuvieron que otorgarse para no cargar más el
peso del ajuste sobre los sectores de menores ingresos relativos.

La causa principal de la crisis bancaria fueron las malas prácticas contables y


los fraudes ocurridos en algunos bancos del sistema, así como la incapacidad de
los gobiernos para detectarlos oportunamente. Por tanto, la verdadera culpa del
gobierno del presidente Mejía, había sido el no haber detectado a tiempo esas
irregularidades, no en su manejo presupuestario o en el gasto excesivo, por lo
menos, hasta el 2002. Otras de las causas por lo cual ocurrió se debe encontrar
en la debilidad institucional de las autoridades, en este caso la incapacidad de la
Superintendencia de Bancos durante los últimos gobiernos para detectar las
irregularidades que estaban cometiendo los bancos. También, en la debilidad de
las auditorías externas que hacen empresas privadas de prestigio, las cuales se
exigen y se pagan, precisamente para tener seguridad de que no se están
cometiendo irregularidades en los procedimientos contables. Además, otra
buena parte se debe al excesivo poder que han logrado concentrar algunos
sectores económicos, lo cual los hace prácticamente invulnerables. El enorme
poder acumulado por determinados grupos empresariales en las últimas
décadas, ha obligado a los políticos a buscar de sus respectivos partidos o sus
tendencias, lo que generalmente ha tenido un alto costo para el Estado, pues
estos apoyos políticos nunca son gratuitos.

Durante los 41 días que duraron las negociaciones con el FMI ocurrieron
algunos acontecimientos como los de BANCREDITO y Banco Mercantil, que
provocaron un aumento del crédito del Banco Central, así como de la
colocación de nuevos certificados de dicha institución. Esto incrementó el
déficit consolidado del Sector Público, lo que obligó a tener que buscar recursos
fiscales adicionales, a los que ya se habían consensuado tanto con la misión del
FMI, como con el sector empresarial. De ahí surgió la idea de gravar al único
sector que se estaba favoreciendo con la crisis, es decir, a los exportadores de
bienes y servicios que se beneficiaban de una tasa de cambio mucho más alta
que la prevaleciente hasta antes de la crisis, lo que les permitía recibir muchos
más pesos, por la misma cantidad de dólares exportados. Como consecuencia de
ese razonamiento, algunos asesores del Gobierno propusieron la creación de un
impuesto del 5% sobre las exportaciones, que equivalía a una reducción de la
tasa de cambio de la misma magnitud. La tasa de cambio rondaba en esos
momentos alrededor de 35.0 pesos por dólar. El impuesto del 5% equivalía a la
reducción de la tasa de cambio a 33.2 pesos por dólar, la que todavía resultaba
sumamente atractiva para los exportadores. Esto no basto para que dicha medida
tuviera la oposición de la Dirección General de Impuestos Internos, de la Banca
Comercial, de los Senadores y demás Legisladores, los Hoteleros y los dueños
de las Zonas Francas.

Debido a las dificultades que tuvo Unión Fenosa para el cumplimiento de los
acuerdos contractuales: las altas deudas con las empresas generadoras de
energía, esto a su vez, generaba otra dificultad en el suministro de energía a los
consumidores. Todas estas variables se presentaron como el principal obstáculo
para la sostenibilidad financiera del sector eléctrico. La situación se había
deteriorado hasta el punto, de que poco antes del viaje del presidente Mejía a
Madrid, el cual había recibido una honrosa invitación que le hacían los Reyes de
esa Nación para el 13 de septiembre del 2003, la empresa Edenorte tenía serias
dificultades en el suministro de energía a la región norte del país e incluso se
temía que pronto se declararía en bancarrota, dejando sin energía a esa
importante región. Frente a esta grave situación y a la víspera del viaje a España
del presidente de la Republica, el Gobierno decidió comprar las acciones que
tenía Unión Fenosa, tanto en Edenorte como en Edesur: por instrucciones del
presidente Mejía, estas negociaciones las llevaron a cabo con la mayor reserva
el Secretario de Finanzas y el Director de la Corporación Dominicana de
Empresas Eléctricas Estatales. Tan pronto el FMI conoció la noticia de la
compra del Edenorte y Edesur, se produjo una conmoción que tuvo
repercusiones sumamente graves para la continuidad del programa que hacía
pocos meses se había acordado con esta institución. La primera reacción del
FMI fue tratar de que el Gobierno revirtiera la compra. Lamentablemente se
había producido un hecho que lo dificultaba, ya que inmediatamente se llegó a
un acuerdo entre el Gobierno y Unión Fenosa, esta última procedió a cancelar el
préstamo que le había concedido el BID tiempo atrás, precisamente para poder
completar el monto de la capitalización. Esta fue una de las razones que el
Secretario de Finanzas esgrimió para sostener que era imposible dar marcha
atrás a la operación, pues entre otras cosas, también se tendría que cancelar el
pago realizado al BID, lo que era prácticamente imposible.

Las repercusiones de esta compra fueron funestas para el Gobierno y para todo
el país. No solo se había suspendido el acuerdo con el FMI, lo que volvía a traer
intranquilidad en el mercado cambiario, sino que además, esta compra fue
interpretada por algunas personas en el exterior, como una señal de que la
República Dominicana quería echar hacia atrás el proceso de capitalización que
se estaba llevando a cabo a escala internacional, el cual lo habían acordado
prácticamente todos los países del mundo, por lo que se había constituido en
uno de los principales objetivos de la política económica trazada por las grandes
potencias mundiales. Por lo tanto, los organismos internacionales de
financiamiento y algunos gobiernos de naciones extranjeras consideraron que
había que enviar un mensaje contundente a esta pequeña isla del Caribe.

Ya para el 15 de octubre vino al país una misión de expertos internacionales


para que evaluara el impacto que había tenido la compra sobre las finanzas
públicas, el sector eléctrico y la gobernabilidad de la República Dominicana. En
el informe sometido por el Panel de expertos el 25 de noviembre del 2003, se
confirmaba el impacto negativo que la compra había tenido sobre el monto de la
deuda publica bruta del país, la cual había aumentado en unos 488.4 millones de
dólares, pues además del pago realizado y los compromisos de pago contraídos,
el Gobierno absorbió parte de los pasivos de las compañías adquiridas.
El Panel también encontró que el precio de compra ascendente a 348.7 millones
de dólares, se decidió exclusivamente sobre la base del valor en libro que no se
tomó en consideración el valor presente neto del futuro flujo de caja de las
compañías, tal y como se hizo cuando Unión Fenosa adquirió el 50% de las
acciones de las Edes en el 1999. Luego de haberse superado el impasse que se
creó como consecuencia de la compra de Edenorte y Edesur, se reanudaron las
negociaciones con el BID en Washington para solicitarle ayuda financiera para
poder mitigar los efectos sociales que tendrían las medidas de ajustes
económicos sobre los segmentos más empobrecidos del país. De esta forma, el
23 de enero del 2004, el Directorio Ejecutivo del BID aprobó en una reunión
extraordinaria el préstamo de 200 millones. Este préstamo contemplaba tres
componentes. El primero, era asegurar un contexto macroeconómico consistente
con los objetivos del programa con el FMI. El segundo componente, era
asegurar la disponibilidad de financiamiento para una ejecución oportuna de los
programas sociales prioritarios dirigidos amortiguar el impacto del ajuste fiscal
sobre la población, y el tercer componente, tenía como objetivo evitar que se
pudiesen entorpecer las reformas que había en marcha en los sectores de
educación, salud y asistencia social.

Un primer desembolso de ese préstamo por la suma de 150 millones de dólares


ingresó en ese mismo mes de enero y sus efectos fueron sumamente
provechosos. Tan pronto el FMI hizo de público conocimiento que había
llegado a un acuerdo con el gobierno de la República Dominicana, la tasa de
cambio comenzó a disminuir de 52.0 pesos por dólar a que había llegado en el
mes de enero, hasta 45.0 que promedió en el mes de abril. Las únicas razones
que estaban provocando el alza de la tasa de cambio eran la salida de capitales y
la especulación que estas expectativas creaban en el mercado cambiario. Esta
situación llevó a algunos funcionarios a recomendar al presidente Mejía la
adopción de medidas drásticas contra la especulación cambiaria, tal y como lo
habían tratado de hacer, en situaciones semejantes, primero el presidente Jorge
Blanco y posteriormente el presidente Balaguer, dentro de la tristemente
recordada “Operación Duarte”.

Así que se sostuvo una reunión en el Palacio Nacional, con la presencia de


miembros del Gabinete, así como de altos jefes militares y policiales que
sinceramente creían que tenían el poder para controlar la especulación. Las
reacciones no se hicieron esperar. Inmediatamente la noticia llegó a los
organismos internacionales, se prendieron todas las luces rojas. Por tanto, no
quedo más remedio de echar hacia atrás dicha decisión.
Finalmente, el presidente Mejía, al igual que Balaguer en su momento, entendió
que esa no era la vía más expedita para controlar la tasa de cambio y tomó una
serie de acciones que revertía la operación, las que fueron recibidas con
satisfacción por el FMI y otros organismos financieros internacionales, con lo
cual ese capítulo de la crisis económica quedó resuelto, aunque había dejado sus
malos sabores en algunos círculos nacionales y extranjeros. En la cumbre de
Jefes de Estado celebrada en Miami en el año 1994, con la participación de 34
países, los gobiernos del continente habían expresado el compromiso de iniciar
un proceso que culminara con la conformación de un área de libre comercio que
cubriría desde Alaska hasta la Patagonia. Las negociaciones formales se
iniciaron en 1998, pero no fue hasta el 2002 cuando se comenzó a negociar los
aspectos puntuales referentes al acceso a mercados que son la médula de
cualquier acuerdo de libre comercio. Para ese entonces, se había acordado, que
las negociaciones deberían concluir en enero del 2005 a fin de que el Acuerdo
pudiese entrar en vigencia a finales de ese mismo año. Tanto en la Asociación
de Industrias como en la Junta Agroempresarial, las reuniones eran
interminables, pues cada sector quería garantizar la mayor protección posible.
Por su parte, el Gobierno utilizó prácticamente la misma organización que se
había creado para negociar con Centroamérica y CARICOM, quedando, por lo
tanto, la mayor responsabilidad en la Secretaria de Estado de Relaciones
Exteriores, la cual se mantuvo en permanente consulta con el sector privado,
como era tradición.

Las negociaciones con los Estados Unidos se llevaron a cabo en apenas tres
meses, cuando a Chile, un país mucho más preparado que nosotros le habían
tomado más de dos años. Para estos fines, el presidente Mejía designó como
jefa negociadora a la Secretaria de Industria y Comercio, Sonia Guzmán, que si
bien no tenía experiencia en este tipo de negociaciones se trataba de una de las
mejores funcionarias del Gobierno, quien tenía un fino tacto y además una gran
firmeza de carácter. La secretaria Guzmán y su equipo negociador hicieron todo
lo que les fue posible, y en términos generales, llevaron a cabo unas
negociaciones satisfactorias, dentro de las circunstancias. La República
Dominicana consintió adherirse al acuerdo negociado por los centroamericanos,
es decir aceptó los textos del acuerdo, pues en la realidad no tenía muchas otras
opciones, pero pudo negociar aspectos puntuales en materia de liberalización de
bienes. Asimismo, negoció una serie de reservas en las áreas de servicios,
inversiones y compras gubernamentales, que fueron positivas. En materia
arancelaria, que era el punto más importante, la República Dominicana accedió
a liberalizar de manera inmediata un monto inferior al 80% del comercio, que
habían negociado los centroamericanos, cuidándose de proteger; en el marco de
lo posible, aquellos productos más sensibles.
Sin embargo, en materia azucarera los resultados fueron perjudiciales para
nuestro país, pues lo lógico hubiese sido excluir de las negociaciones, todo lo
referente al comercio de azúcar y demás edulcorantes, como el jarabe de maíz
rico en fructosa, pues estos productos estén altamente subsidiados y protegidos
en numerosas naciones desarrolladas, y por tanto, solo a través de una
negociación con carácter mundial, donde también intervengan las naciones
europeas, se puede llegar a un acuerdo satisfactorio y justo para todas las partes.
Esta había sido una posición de consenso que por décadas habían mantenido
incluso los productores y el propio gobierno de los Estado Unidos.

En términos generales, al finalizar el periodo de transición, el cual será de 10


años para los productos industriales y de hasta 20 años para algunos productos
agropecuarios, todo el comercio con los Estados Unidos estará libre de
aranceles. Sin dudas el TLC con los Estados Unidos iniciará una nueva etapa
para el país con grandes retos, oportunidades y amenazas, que requerirían de
grandes transformaciones en el aparato productivo nacional, así como en el
funcionamiento de las instituciones públicas. La primera revisión del nuevo
acuerdo con el FMI estaba programada para ser realizada sobre la base del
cumplimiento de las metas acordadas para el mes de marzo del 2004, es decir, el
trimestre anterior a las elecciones presidenciales de ese año. El presidente dio
instrucciones de que quería que se cumpliera con lo acordado, por lo que se
sabía que las repercusiones negativas que tendría el incumplimiento del
programa con el FMI. Sin embargo, para sorpresa de algunos, las metas fiscales
no se cumplieron, especialmente, las referentes al gasto público, que parecía
estar completamente controlado, de acuerdo a lo que explicaban con regularidad
el Director de Presupuesto. La razón, existían unos gastos que correspondían a
desembolsos de prestamos externos que ingresaban al país no en efectivo, sino a
través de importaciones, como eran, por ejemplo, las importaciones de tuberías
que se adquirían para los múltiples acueductos que se estaban construyendo en
esos momentos; equipos para hospitales o para la construcción; instalaciones de
líneas de transmisión de electricidad; equipos militares, etc. Estas fueron las
razones fundamentales por las cuales el Gobierno no pudo cumplir con las
metas acordadas con el FMI durante el primer semestre del 2004, a pesar de los
empeños en lograr esa meta. Por estas razones, se dieron instrucciones para que
se suspendieran de inmediato todas las importaciones financiadas con prestamos
externos hasta tanto del Gobierno pudiese compensar dichos gastos con nuevos
ingresos fiscales.

SEGUNDA ADMINISTRACION DEL DR. LEONEL FERNANDEZ


REYNA (2004 – 2008) INFORME DE LA ECONOMIA DOMINICANA
2005

Durante los años 2003-2004 la economía dominicana estuvo afectada por los
desajustes macroeconómicos derivados de la crisis financiera ocasionada por la
quiebra de 3 bancos privados. La situación económica se deterioró aún más por
la imposibilidad del Estado Dominicano de cumplir con las metas estipuladas en
los 2 acuerdos que el país suscribió con el Fondo Monetario Internacional, en
agosto 2003 y febrero 2004, lo cual se tradujo en pérdida de confianza y caída
pronunciada del valor del peso. Para corregir estas distorsiones en la economía,
las nuevas autoridades del país negociaron un nuevo Acuerdo Stand-By con el
FMI, el cual tendrá una duración de 2 años (2005-2006). No obstante, antes de
que el Acuerdo entrase en vigencia, en la segunda mitad del 2004, se verificó
una desaceleración en el ritmo de crecimiento de los precios internos, asociado
a la revaluación experimentada en la tasa de cambio. Esto como consecuencia
de un aumento en la confianza y al mantenimiento de una estricta política
monetaria combinada con importantes ajustes fiscales, fundamentalmente a
partir de agosto de ese mismo año. Para reforzar la senda de recuperación
económica iniciada en el 2004, se ha diseñado un Programa Monetario y
Financiero para el 2005 consistente con el Programa Macroeconómico definido
en el nuevo Acuerdo con el FMI. Este Programa, contempla un estricto control
de los agregados monetarios combinado con una política fiscal austera, para
lograr una meta de inflación notablemente inferior a los niveles de cierre del
2004.

Con la incipiente recuperación económica de trasfondo, las expectativas en


cuanto al entorno internacional para el año 2005 son de una desaceleración del
ritmo de crecimiento de la economía mundial, de acuerdo a las proyecciones del
Fondo Monetario Internacional. El PIB mundial, basado en esta fuente, deberá
crecer 4.3% en 2005. Varios factores tienen incidencia en esta desaceleración,
entre los que sobresalen las expectativas en torno al precio internacional del
petróleo para el 2005, la debilitada demanda interna en la Zona Euro y una
desaceleración en el consumo doméstico en los Estados Unidos. Es importante
señalar que se espera un precio promedio por barril de petróleo superior al que
prevaleció en el 2004, como resultado de nuevos recortes en la producción de
los miembros de la OPEC. De acuerdo a las más recientes estimaciones de
nuestra canasta, elaboradas por el Departamento Internacional del Banco
Central de la República Dominicana, el costo de la factura petrolera para el país
rondará los US$48 promedio por barril para el 2005. Esto así, porque más de un
70% de la factura petrolera de la República Dominicana está compuesta por
derivados del petróleo y no por crudo.
En el contexto local, para el año 2005, con la implementación y cumplimiento
del nuevo Acuerdo con el FMI, se espera que la economía dominicana afiance
el proceso de recuperación que mostró durante el último trimestre del 2004. En
efecto, se estima un crecimiento económico de 2.5% en términos reales, lo cual
aún por debajo del crecimiento potencial de la economía, incorpora las
restricciones fiscales en materia de gasto público y la reactivación de la
demanda interna por el aumento del consumo y la inversión privada,
fundamentalmente.

Se proyecta, además, que la tasa de inflación a diciembre del 2005 se coloque


en un rango comprendido entre 12-15%. Esta proyección incorpora los ajustes
de las tarifas de energía eléctrica ocasionados por la reducción de los subsidios,
así como ajustes trimestrales a los precios de los combustibles, como establece
la Ley, conforme varíe el IPC.

Como se mencionó anteriormente, en los últimos cinco meses del 2004, la


implementación de la política monetaria junto al aumento de la confianza
permitió contraer la base monetaria y reducir las tasas de interés de los
instrumentos de política del Banco Central, al tiempo que se generaba una
reducción en la tasa de cambio. Para el 2005 se espera que, con la eliminación
del excedente monetario, los movimientos en las tasas de interés estén asociados
a las condiciones prevalecientes en el mercado de dinero, principalmente, lo
cual facilitará el envío de señales sobre la postura de la política monetaria al
mercado por parte del Banco Central. Por otro lado, la reactivación económica,
junto a la entrada en vigencia del acuerdo multifibras en el 2005, inducirían a
una reducción del superávit de cuenta corriente de ese año.

El mantenimiento de una cuenta corriente superavitaria durante el 2005, crearía


las condiciones para que la reactivación de las importaciones no generen
mayores presiones sobre el mercado cambiario, al tiempo que el Banco Central
incrementa sus reservas internacionales. En el aspecto fiscal, la meta de déficit
de 0.7% del PIB establecida en el Acuerdo con el FMI, para el sector público no
financiero, implica un manejo austero del gasto público, fundamentalmente en
el gasto de capital. Al combinar el déficit del sector público no financiero de
0.7% del PIB con el déficit cuasi fiscal de 3.2%, el sector público consolidado
refleja un déficit 3.9% del PIB, lo cual implica un esfuerzo fiscal de más de
3.0% del PIB en un solo año. En sentido general, el Programa diseñado implica
una estrecha colaboración en los ámbitos fiscal y monetario para asegurar el
cumplimiento de las metas establecidas en el mismo. El cumplimiento de dichas
metas será crucial para poder asegurar el éxito dentro del marco del Acuerdo
con el FMI y para afianzar la recuperación económica que se ha logrado desde
mediados del 2004.

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