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Abordaje de Teorías:
Violencia Filio Parental y su influencia en las emociones.
AUTOR(ES):
Cochachin Huerta Luz Karina (orcid.org/0009-0003-8296-2456)
De la Puente Benites Marycielo (orcid.org/0009-0001-1392-8057)
Dulanto Balarezo Giuseppe Mauricio (orcid.org/0009-0005-4777-4358)
Mejía Pittman Lin Meyli Erika (orcid.org/0009-0001-2321-8454)
ASESOR(A)(ES):
Mg. Huamán López, Flor Verónica (orcid.org/0000-0002-9106-8478)
LÍNEA DE INVESTIGACIÓN:
Violencia filio Parental y su influencia en las emociones.
1
ÍNDICE
I.INTRODUCCIÓN...............................................................................................4
II.TEORÍAS......................................................................................................7
2.1 Violencia Filio Parental…………………………………………………………….....…7
2.1.1 Conceptos Teóricos………………………………………………………...…….......……8
Física
Psicológica
Emocional
Económica
2.3 Causas…………………………………………………………..........................................12
2.4 Consecuencias..........................................................................................13
2.5 Características de los implicados..............................................................14
Factores Individuales
Factores Familiares
Factores Escolares y de Grupo de Iguales
Factores Comunitarios
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2.7 Variables.................................................................................................27
Variables psicológicas
Variables pedagógicas
2.8 Intervención...........................................................................................30
Ámbito judicial
Servicios de Salud mental
Servicios sociales
III.CONCLUSIONES...........................................................................................37
IV.REFERENCIAS..............................................................................................40
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I. INTRODUCCIÓN
En dicho capítulo explicaré la realidad problemática de la investigación, la
formulación del problema, la justificación, los objetivos tanto generales,
específicos y la hipótesis.
Así mismo, la violencia filio parental (VFP) viene a ser las acciones reiteradas
de comportamientos agresivos y psicológicos que hacen los hijos hacia los
padres o cuidadores, como: golpes, amenazas, robo de dinero y empujones.
Así mismo los hijos ejercen acciones violentas contra sus padres cuando se
imponen generando temor, miedo y los intimidan hasta dominarlos, luego
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ejercen violencia física, abuso mental o sexual, de forma intencional o no
accidental.
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II. TEORÍAS
2.1 Violencia Filio Parental:
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- La violencia económica se refiere a conductas que restringen las posibilidades
de ingresos/ahorro de los progenitores por medio de robos, venta o
destrucción de objetos, generación de deudas (móviles, juegos, compras) y
utilización de tarjetas bancarias por parte de los hijos. Daños económicos que
deben asumir los progenitores. La violencia económica va acompañada de la
psicológica en conductas como: amenazas, mentiras, chantaje emocional,
extorsión, coerción y manipulación, básicamente.
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(actividades no dirigidas a un fin concreto), apatía y conducta disruptiva.
Según padres y madres, es en este contexto en el que surge la VFP.
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Pues la perdición de mi hijo fue la droga, porque eso una madre lo sabe,
y lo ves llegar a casa y te empieza a amenazar porque necesita dinero.
Desde que mi hijo empezó a consumir más y más todo vino junto, no
quería ir al instituto y en casa empezaron los gritos, levantar la mano. Se
alejó de todos los que lo queríamos. Otra madre refiere: Yo no sabía a
qué meterle mano primero, si llevarlo a Proyecto Hombre o internarlo
por lo que nos estaba haciendo pasar. Yo creo que la droga hizo que
todo se derrumbara: familia, estudios...
Entre los relatos más llamativos de los padres que sugieren una teoría
de acumulación de tensión, se encuentra el siguiente:
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Yo pienso que mi hijo fue acumulando rabia contra nosotros. Claro, mi
mujer y yo éramos los malos porque no le dábamos todo lo que pedía,
porque le poníamos normas, porque le castigábamos, y en esa etapa él
se juntaba con amigos que sus padres pasaban de ellos y les dejaban
hacer lo que quisieran, pero claro, nosotros éramos los malos. Y toda
esa rabia pues la va acumulando, y ya cuando empieza con los porros y
lo que no son los porros, y todo el día sin saber dónde está, entonces ahí
ya no tenemos nada que hacer (Padre Centro Privado).
2.2 Tipos:
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de cumplir, hacerles pensar que están locos o manipularles a
través de amenazas.
2.3 Causas:
La gran pregunta que nos surge con tan solo leer el título del artículo es ¿Cómo
es posible que un hijo pegue a su padre/madre? ¿Herencia o aprendizaje? El
eterno debate.
Existen más factores que sitúan al menor como potencial hijo tirano, entre
ellos los de mayor influencia en el desarrollo de estos comportamientos son:
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-El hecho de que sea hijo único, o en el caso de no serlo, sean chicas,
convirtiéndose en “el rey de la casa “.
-Que haya tenido experiencias traumáticas (maltrato, abandono)
-Que los progenitores tiendan a compensar con aspectos
materiales (caprichos, juguetes) situaciones como dedicarles poco
tiempo y de escasa calidad (momentos de ocio agradables, leer cuentos
en familia).
2.4 Consecuencias:
13
Por otro lado, los progenitores maltratados tienen serias dificultades para
aceptar abiertamente que su hijo se comporta agresivamente con ellos y
niegan el problema, aunque de admitirlo lo mantienen en secreto,
perpetuándose el maltrato. Parece que los progenitores olvidan que estos
adolescentes tienen voluntad propia. Al respecto afirma que esta reacción
puede ser la consecuencia de la depresión de los padres y madres o de su
vergüenza por haber fallado como educadores. Algunos progenitores son
reticentes a comunicar su situación desesperante porque tienen verdadero
miedo a que ello produzca futuros y más graves incidentes de violencia en el
hogar.
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en la infancia, del estado de ánimo, de ansiedad o del
control de los impulsos. Muy residualmente hay
información sobre trastornos de corte psicótico, y en
esos casos, están más relacionados con otros delitos
más graves. Asimismo, el consumo de sustancias
actúa como catalizador de las agresiones. No parece,
a primera vista por lo menos, que en este apartado
haya notables diferencias con los hallazgos para otro
tipo de violencias familiares. En esta sección se
recogen primero las características que comparten
los menores infractores, y después los trastornos
más específicos de los jóvenes objeto de estudio.
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en un contexto familiar de violencia entre sus
progenitores. En cuanto a las puntuaciones en
empatía no había diferencias significativas entre
chicas y chicos. Además, Christian, Frick, Hill y Tyler
(1997) hacen referencia a jóvenes con un estilo
interpersonal «a-emocional», sin expresión de
empatía y emociones, que podrían estar en la base
de posteriores génesis de personalidades
antisociales. En el estudio de Millaud y cols. (1996)
sobre la conducta parricida, del Eje II destacaban el
Trastorno Límite de la Personalidad (16,7%), la
Personalidad Pasivo-agresiva (16,7%) y la
Personalidad Dependiente (8,3%). En el contexto
español, Romero y cols. (2005) hallaron que un 13%
de la muestra no presentaba problemas relevantes
en su desarrollo evolutivo.
-2.5.3 Contexto socio-educativo: Las conductas
disruptivas observadas durante la infancia en el
contexto escolar representaban un importante
factor predictivo de la posterior agresión de los
adolescentes hacia sus madres, esto se podría deber
a que los padres refuercen la conducta disruptiva de
sus hijos siendo permisivos e inconsistentes con
ellos, o que al tratar de controlar estas conductas
disruptivas los padres recurran a técnicas coercitivas,
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modelando así la conducta violenta analizaron la
trayectoria escolar de 116 jóvenes que fueron
denunciados por violencia doméstica en la Fiscalía de
Menores de Cataluña, y observaron un alto índice de
fracaso escolar, ya que el 85% presentaba
dificultades a nivel escolar: dificultades de
aprendizaje, adaptación, absentismo o cambios de
centro. Los autores señalan que estos jóvenes
mostraban actitudes de rechazo hacia la escuela,
dirigiendo su interés o motivación hacia la búsqueda
de empleo, o mediante el incremento del tiempo de
ocio no organizado, o incluso por conductas al
margen de las normas.
señalan que este tipo de jóvenes son modelados por
su grupo de iguales, donde aprenden a utilizar las
conductas agresivas como una técnica eficaz para
ganar poder y control. Además, el mismo hecho de
relacionarse con grupos disociales (que consumen
drogas, roban, etc.) suele generar conflictos y
discusiones en el hogar, en las que los padres tratan
de imponer límites más rígidos y los hijos reaccionan
con mayor violencia. El apoyo social percibido por los
adolescentes es una variable que no puede
estudiarse de forma aislada. Ellos, en concreto,
analizaron la relación entre las características
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familiares y el apoyo social percibido, como factores
predictores de la conducta delictiva de los
adolescentes, hallando que los adolescentes
pertenecientes a familias con una mejor
comunicación familiar, mayor adaptabilidad, fuerte
vinculación emocional entre sus miembros y mayor
satisfacción familiar, son aquéllos que también
perciben más apoyo de sus relaciones personales
significativas .Si trasladamos estas conclusiones al
fenómeno concreto que estamos estudiando, se
podría hipotetizar que las características
anteriormente descritas sobre las familias en las que
se da violencia filio-parental (relaciones familiares
deterioradas, ausencia de estructura jerárquica,
luchas de poder, limitados vínculos afectivos o
violencia de padres a hijos) podrían estar inhibiendo
las capacidades del adolescente para desarrollar
relaciones de apoyo dentro y fuera de la familia, de
ahí las dificultades de estos jóvenes para entablar
relaciones sociales más adecuadas y satisfactorias.
Esta hipótesis iría en la misma línea de la conclusión
de que la existencia de conflictos familiares,
especialmente con la madre, va asociada con la
participación de estos jóvenes en actos delictivos.
Son muchos los estudios que confirman que los niños
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expuestos a violencia intrafamiliar (de todo tipo)
presentan más conductas agresivas y antisociales, así
como más conductas de inhibición y miedo,
traduciéndose todo ello en dificultades en su
competencia social y en problemas de relación con
los iguales. Los jóvenes que ejercen violencia hacia
sus padres también lo hacían en otros ámbitos: el
57% de los adolescentes estudiados había
manifestado conductas violentas en el ámbito
escolar (tanto hacia sus compañeros, como hacia los
profesores), siendo esta conducta más frecuente en
las chicas que en los chicos. Siguiendo el modelo
explicativo de, los adolescentes que han sido
víctimas de agresiones por parte de sus iguales,
podrían recurrir a la violencia en las relaciones con
sus padres, como forma de compensar sus
sentimientos de inferioridad o impotencia y de
expresar su enfado en un contexto más seguro (el
hogar).
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madres suelen ser percibidas como débiles, suelen estar
más tiempo a solas con sus hijos, o porque son las madres
quienes habitualmente asumen el rol de la crianza
(Gallagher, 2004). Finalmente, en relación con la edad de
los progenitores, se ha observado que la franja de edad más
prevalente se sitúa entre los 40-50 años. En particular, el
estudio de Romero et al. (2005) con madres agredidas en
nuestro contexto nacional, indicó los siguientes datos
orientativos por intervalos de edad: el 31.9% de las madres
tenía entre 40-45 años y el 26.7% menos de 40 años.
Con el objeto de seguir ahondando en el perfil de los hijos que agreden a sus
padres, es relevante destacar los principales factores de riesgo que, desde
diversos estudios, se han identificado como antecedentes o, al menos,
variables relacionadas, con la VFP. En los casos de VFP convergen diferentes
variables de naturaleza multifactorial en los niveles Ontogenético, Micro, Exo
y Macrosistema, o lo que es lo mismo: factores individuales, familiares,
escolares-grupo de iguales y comunitarios.
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también correlacionan con la VFP. Estos adolescentes
también son irritables, tienen dificultades para controlar la
ira y su modo de actuar es egoísta, así como una escasa
capacidad de introspección y autodominio. Además, estos
adolescentes suelen presentar un locus de control externo,
y en algunos casos también conductas antisociales fuera
del ámbito familiar. La mayoría de las investigaciones
identifican el consumo de sustancias tóxicas de los
adolescentes como un disparador de la violencia, ya que
provoca cambios significativos en su comportamiento. Se
encontró que un consumo elevado de drogas (tanto alcohol
como otras sustancias ilegales) aumentaba la probabilidad
de que estos adolescentes agredieran a sus madres,
incrementando el riesgo de violencia verbal en casi un 60%.
Finalmente, diversos autores señalan que los trastornos
psicopatológicos más frecuentes en los hijos que agreden a
sus padres son: los trastornos del estado de ánimo y/o de
ansiedad, el trastorno por déficit de atención con o sin
hiperactividad, los trastornos de vinculación, el trastorno
disruptivo o del aprendizaje, el trastorno negativista
desafiante (TND), el trastorno disocial (TD), el explosivo
intermitente, y el antisocial del inicio en la niñez y la
adolescencia siendo la categoría diagnóstica más relevante
el TND (26.3%), seguida del trastorno explosivo
intermitente.
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Factores familiares: Diferentes revisiones coinciden en que
el estilo educativo utilizado por los padres es una de las
principales variables a tener en cuenta en los casos de VFP.
En términos generales, el estilo educativo democrático ha
mostrado ser el más estrechamente relacionado con el
ajuste emocional y comportamental de los hijos, mientras
que la disciplina inconsistente, la crítica manifiesta, la
presencia de frecuentes e intensos conflictos parentales y
la baja cohesión afectiva en la familia son factores de riesgo
frente a la VFP. Los estilos educativos de socialización que
comparten algunas de estas características se han
identificado, por tanto, como precedentes a la agresión de
hijos a padres. Así, diversos autores destacan el estilo
negligente, el autoritario como climas familiares
favorecedores de dinámicas agresivas en las familias y, en
particular, en el comportamiento de los hijos. En los
últimos años se ha sugerido que el estilo parental
excesivamente permisivo es uno de los más destacables en
la base del problema. En estas familias con ausencia de
normas y reglas, donde los padres no asumen su rol como
educadores, se observa en muchas ocasiones la
parentificación de los adolescentes, es decir, un grado muy
elevado de autonomía y responsabilidad inadecuado para
su edad y madurez. En estos hogares no se han establecido
límites claros bajo la premisa de “no frustrar a los hijos”, lo
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que conlleva una ausencia de supervisión durante los
primeros años de crianza que implica, con llegada de la
adolescencia, que los padres no sean percibidos como
figuras de autoridad a respetar, provocando en ocasiones
lo que conocemos como un comportamiento tiránico. Otro
factor de riesgo importante es la existencia de violencia
precedente entre los padres. Los estudios que analizan la
variable “ser testigo de violencia en la familia” concluyen
que entre el 50%-60% de los hijos que han observado este
maltrato manifiestan un comportamiento agresivo hacia
sus progenitores. Las investigaciones sugieren que el hecho
de vivir en un entorno violento aumenta la probabilidad de
que los hijos identifiquen la violencia como un modo
legítimo, útil y eficaz para controlar a los demás e imponer
el propio criterio como forma de resolver los conflictos.
Finalmente, también se han analizado variables como la
estructura familiar y el nivel socioeconómico de la familia.
En ambos casos se ha llegado a la conclusión que la VFP
puede acontecer en cualquier tipo de familia. Así, algunos
estudios destacan que el mayor porcentaje de casos se
encuentra entre familias biparentales, y otros han
observado más casos de VFP en familias extensas y
reconstituidas y monoparentales En estudios donde se ha
analizado la relación entre el nivel socio-económico y la VFP
se ha observado que ésta puede estar presente tanto en
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familias de estatus medio alto, como en familia de bajos
ingresos. Parece ser, por tanto, que las variables
relacionadas con el clima familiar son más determinantes
que las características sociodemográficas de la familia.
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protagonismo en los diferentes escenarios de la vida
cotidiana. La importancia de los factores sociológicos como
razones que generan o mantienen la violencia, señalando
entre estos factores: la existencia de valores sociales
violentos en las sociedades actuales, la búsqueda del éxito
fácil y la permisividad sobre comportamientos
inaceptables, lo que unido a la exposición a la violencia en
los medios de comunicación y el creciente sexismo,
incrementan el poder del hedonismo y del nihilismo,
convirtiéndose en semillas de la violencia que también
germinan en el ámbito familiar. Además, en paralelo, se
han producido otra serie de cambios sociales que
incrementan la dificultad de los padres y educadores para
conservar su autoridad. El sistema educativo ha
evolucionado hacia un estilo democrático mal entendido,
donde la distancia jerárquica entre padres e hijos se ha
reducido, y ambas partes son consideradas iguales en la
toma de decisiones. Los cambios en los modelos de familia,
la disminución en los tiempos para la crianza, el aumento
de las familias con hijo único, el ajuste de roles parentales,
los cambios en el ciclo vital dando lugar a “padres añosos”,
etc. unido a la evolución de una sociedad basada en la
recompensa y menos en la disciplina, hace que las familias
se sientan cada vez más desbordadas por la compleja
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situación ante la cual disponen de escasos recursos para
afrontarla.
2.7 Variables:
27
psicológicas encontradas en las investigaciones revisadas
aparezcan porque son las “analizadas” y no las “halladas”.
Es decir, que han medido las variables psicológicas
partiendo de los factores de riesgo personales que
investigadores autorizados determinan como predecesores
del comportamiento antisocial o que aparecen en
delincuentes juveniles.
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reproducir conductas antisociales debido, básicamente, a
que los grupos de adolescentes con consumo de drogas,
absentismo y fracaso escolar y pequeños delitos, obtenían
puntuaciones más bajas en pruebas que medían el
Coeficiente Intelectual, que el grupo de adolescentes no
problemáticos y sin dificultades importantes en el
aprendizaje, adaptación y nivel académico adquirido. De
este modo, podríamos decir que la vinculación entre
coeficiente intelectual y conductas antisociales/prosociales
está mediatizada por el logro académico y el compromiso
social. Entonces, a partir de lo expuesto, y atendiendo a las
conductas que presentan los hijos maltratadores en el
contexto escolar, deberíamos encontrar un grupo de
adolescentes que correlacionen positivamente, al menos,
con fracaso escolar y/o dificultades académicas. Para poder
aceptar o refutar dichas premisas, los únicos estudios que
analizan estas variables pedagógicas son los españoles. Así,
encontramos que las proporciones de prevalencia en las
dificultades académicas en estos adolescentes varían entre
el 93% y, aproximadamente el 53%. Por otra parte, la
prevalencia de fracaso escolar (no obtienen el Graduado
Escolar), varía entre el 67,2% y el 32,7%. Por los porcentajes
expuestos, sí existen hijos maltratadores que no presentan
problemas en el contexto escolar, pero parecen ser los
menos en las muestras españolas. En cuanto a la variable
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laboral, solo los estudios realizados en España aportan
alguna información. El 71% están en edad laboral, y de
éstos, el 28,7% de 16 años y el 24% de 17 no habían
trabajado nunca, y el restante 18,3% seguía estudiando.
Debemos indicar que su trabajo se realizó a lo largo del
2005, cuando la tasa de paro en España era baja. Seis de los
ocho adolescentes con edad laboral de su muestra
presentan poca responsabilidad en el cumplimiento de los
horarios y compromisos en el trabajo, además de haber
sido sus progenitores quienes les buscaron los empleos. Los
que han trabajado, pero han sido despedidos, manifiestan
como motivos principales haber robado, no soportar
trabajar, no gustarles que les digan lo que tienen qué hacer
y, además, por cansarse. Como consecuencia, su
trayectoria laboral es inconsistente, presenta un cambio
continuado de trabajo y poca implicación laboral), ocho de
los diez jóvenes de su muestra trabajaron alguna vez (seis
con sus padres o en empleos puntuales, uno como
repartidor y otro como tractorista).
2.8 Intervención:
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reguladora de la responsabilidad penal de los menores. En
ella no se recogía ninguna prevención específica respecto
de este tipo de conductas. Este fenómeno delictivo, al
incluir en el catálogo de medidas aplicables la prohibición
al menor infractor de aproximarse o comunicarse con la
víctima o con aquellos familiares u otras personas que
determine el juez. Naturalmente, esta medida es
semejante a la contemplada en el Código Penal para los
supuestos de violencia de género o violencia doméstica.
Los menores de edad no están exentos de responsabilidad
penal en nuestra legislación. No vamos a detenernos a
describir ahora la evolución de la normativa legal que sobre
la responsabilidad penal de los menores se ha desarrollado
en el Estado, ya que este trabajo es un estudio psicosocial.
En cualquier caso, sí nos parecía pertinente reflejar,
aunque fuese someramente, cuál es la intervención que la
Administración de Justicia realiza con los menores
infractores en España, así como el posterior papel que le
compete a la administración pública en lo referente a la
ejecución de las medidas judiciales. En la actualidad, y
desde la entrada en vigor de la ya mencionada LO 5/2000,
a los menores se les exige responsabilidad penal a partir de
los 14 años. Por debajo de esa edad las situaciones de
desamparo o de riesgo serán abordadas desde las
instituciones de protección, que en nuestra Comunidad
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Autónoma son las Diputaciones Forales. La exigencia de
responsabilidad penal a partir de los 14 años es una
cuestión relativamente reciente, ya que, con anterioridad,
en el marco de la aplicación de la LO 4/1992, la franja de
edad para la responsabilidad de menores se situaba desde
los 12 a los 16 años. El Código Penal de 1995, que elevaba
la mayoría de edad penal conforme al Código Penal a los 18
años, equiparándola con la mayoría de edad civil, y la LO
5/2000, vinieron a homologar y estandarizar una serie de
desequilibrios que se estaban produciendo hasta entonces.
La LO 5/2000, y las consiguientes reformas que ha tenido,
desarrolla el específico procedimiento penal a seguir con
los menores infractores y las medidas de carácter
sancionador-educativo aplicables. Al igual que en cualquier
otro supuesto delictivo, los menores que han realizado
alguna conducta de violencia dentro de la familia habrían
de someterse a dicho procedimiento y a las medidas
judiciales que correspondan.
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desarrollar intervenciones específicas que aborden esta
problemática particular. Los profesionales que abordan la
violencia filio-parental desde un ámbito psicoterapéutico
coinciden en destacar la importancia del trabajo con toda
la familia, y no sólo con el menor agresor. Dependiendo del
modelo teórico que siga cada profesional, la intervención
se centrará más en unos u otros aspectos (estructura,
psicopatología o modificación de conductas). Señalan que
el primer paso en el trabajo con estas familias debería
consistir en ayudar a los padres a tomar conciencia sobre
sus propios derechos, ya que en muchas ocasiones llegan al
punto de estar desorientados sobre lo que es aceptable o
inaceptable en las relaciones familiares. Junto a lo anterior,
la intervención familiar debería tratar de recuperar la
jerarquía familiar, para que el hijo adolescente deje de
«dominar» a sus padres. Por ejemplo, centra su
intervención en este aspecto, tratando de combatir el
poder que ha adquirido el hijo agresor, sin que ello
implique dañar más a la familia. Para ello, trata de
reestructurar el sistema jerárquico, donde la parentalidad
debe estar intacta, marcando las normas y límites del hijo.
Paralelamente al trabajo con la familia, el menor agresor
también debe recibir una intervención específica. Los
estudios realizados al respecto destacan la importancia del
entrenamiento en habilidades para la adecuada resolución
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de problemas y para el auto-control y manejo de
emociones como el enfado o la frustración. Por otro lado,
al igual que en otro tipo de violencia intrafamiliar, también
se realizan intervenciones grupales con las víctimas. Entre
las ventajas del grupo se encuentran el apoyo que se
conceden los unos a los otros y la cercanía y comprensión
que ello implica. El simple hecho de expresar sus
experiencias ayuda a recobrar y reparar el desarrollo y
crecimiento intrafamiliar, en su experiencia con este tipo
de familias, señala que la intervención grupal debe partir
de la idea de que la solución de la problemática familiar
implica una intervención multidimensional, que incluya
intervenciones educativas, terapéuticas y legales o de
control social. Muchos de ellos indicaron que este contexto
de intervención fue el único en el que no se sintieron
cuestionados, ya que hasta ese momento habían recibido
muy poca ayuda y comprensión por parte de familiares,
amigos, profesionales y del sistema judicial. Por lo tanto, en
términos generales, existen dos limitaciones importantes
en los trabajos que describen las intervenciones con este
tipo de familias, la reducida muestra y la falta de grupos de
control, lo que dificulta el poder llegar a resultados
concluyentes.
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mito de armonía familiar. Cuando los padres deciden
denunciar a sus hijos no se trata más que del final de un
largo proceso de negación, culpabilización y vergüenza que
supone para los padres el hecho de hacer pública una
situación familiar que se ha vuelto insostenible. A
diferencia del maltrato infantil, en el que la intervención
desde los servicios sociales está encaminada a proteger a
los menores frente a sus padres, en el maltrato filio-
parental, es el hijo quien debe someterse a mecanismos de
control. Cuando el hijo es menor de 14 años, en algunos
casos la administración pública, responsable de velar por el
bienestar de la familia, sigue los mismos trámites que en
los casos de maltrato infantil: se declara al menor en
desamparo, la administración asume su tutela, y el menor
es asignado a un centro de acogimiento residencial. En
otros casos, la administración interviene con toda la familia
a través de los servicios asistenciales, utilizando la futura
posibilidad de competencia judicial cuando el menor
cumpla los 14 años, como una «amenaza» de control, si no
se rompe la interacción violenta. Si el hijo es mayor de 14
años y los padres interponen una denuncia contra él, el
caso pasa a disposición judicial, entrando así el menor en el
circuito de reforma juvenil. No obstante, la escasa
investigación existente sobre la violencia filio-parental y las
dificultades por parte de la familia para reconocer
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públicamente su problemática, obstaculizan a los
profesionales la intervención con estos casos. Los
profesionales coinciden en destacar la importancia de una
intervención específica con estas familias, intervención que
ha de ser multidimensional, tanto desde la salud mental,
como de otros ámbitos como el ámbito jurídico, los
servicios sociales y el ámbito escolar. Las variables
empleadas para analizar otro tipo de violencia juvenil (nivel
socioeconómico, aislamiento social o distrés familiar),
parecen no servir para estudiar e intervenir en la violencia
filio-parental.
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III.CONCLUSIONES
Tras realizar esta revisión bibliográfica acerca de la violencia filio-parental,
vemos como es un tema muy investigado, pero del que quedan aún muchos
puntos por unificar, aunque parece que los autores cada vez se encaminan
hacia la misma dirección. Destacan las diferentes opiniones entre ellos en
relación al sexo del menor que lleva a cabo la violencia filio-parental. En los
inicios de las investigaciones, tras el auge de este problema, se defendía como
los chicos llevaban más a cabo el ejercicio de la violencia que las chicas. Sin
embargo, hoy en día la diferencia parece estar en el tipo de violencia que
procesan y no en el género del menor. Por otro lado, sigue sin tenerse claro si
realmente existen más casos de violencia filio-parental que antes, o al igual
que con la violencia de género y otros tipos de violencia intrafamiliar, se ha
visibilizado más debido a los cambios en la sociedad y las familias y a la
apertura de las mismas. Acorde con esto, también encontramos opiniones
contrarias acerca del nivel socio-económico. Autores defienden la prevalencia
en un nivel socio-económico bajo, otros en todos los niveles por igual y por
último, hay autores que manifiestan que hoy en día se producen más casos de
violencia filio-parental en familias con buenas posiciones socio-económicas.
De nuevo, el tema de la psicopatología del menor genera mayores diferencias,
realizando unos autores un exhaustivo análisis de todas las psicopatologías
posibles, y, sin embargo, defendiendo otros que es algo secundario o que, en
los casos de haber psicopatología presente, la violencia filio-parental es la
consecuencia de ello y, por tanto, no es el problema principal. Con todo ello,
podemos entresacar la dificultad de estudiar estos aspectos y la necesidad que
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continuar con las investigaciones, que cada vez arrojan más luz a este
fenómeno. Por otro lado, ha sido difícil encontrar resultados acerca del grado
de afectación de las familias migrantes o de las familias con hijos adoptados,
que pueden ser más vulnerables a la violencia filio-parental por variables como
la adaptación al cambio o los vínculos familiares. Por ello, podrían abrirse
posibles vías de investigación futuras a cerca de ambos aspectos. No obstante,
parece que los estilos educativos están minuciosamente estudiados y los
resultados son concluyentes respecto a ellos, defendiendo los autores como
tanto el estilo súper protector como el negligente son claves en el surgimiento
del problema por distintas razones. Del mismo modo, el papel de la fusión
emocional o de los diferentes tipos de violencia intrafamiliar son temas
defendidos por los autores más prestigiosos. En relación con la evolución del
término, cabe destacar como en sus inicios los esfuerzos por comprender y
atajar el problema se centraban en el menor. Poco a poco, el foco ha ido
alejándose de él y abarcando a toda la familia y la dinámica de las mismas. En
este punto, me pregunto si el término “violencia filio-parental” es el más
adecuado, ya que, aunque la manera de entender el término ha cambiado, el
concepto sigue centrando su definición en la violencia que ejerce el menor.
Personalmente, mi objetivo a priori era justamente eso, estudiar este
problema centrándome en la familia y los factores familiares que tienen un
papel en la violencia filio-parental. Por ello, he intentado darles tanta
importancia a las características del menor como a las de sus progenitores, e
incluso más a las relaciones y dinámicas que entre ellos se crean y llevan a que
la violencia se produzca. Esto ha sido realmente posible gracias al modelo
procesual aplicado a la violencia filio-parental y al modelo ecológico anidado,
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que tienen en cuenta todos los aspectos individuales y familiares posibles y la
relación entre ellos que lleva a desembocar en este tipo de violencia. Además,
estudiar los ciclos de la violencia, las escaladas de poder, la triangulación y las
dinámicas en las que entran los miembros de la familia, resulta muy necesario
para poder llegar a entender, sin culpabilizar, como sucede este fenómeno.
Respecto a los puntos tratados en este trabajo de final de grado, se han visto
ciertamente limitados por el espacio del mismo. Debido a ello, he preferido
profundizar en unos pocos antes que tratar demasiados temas de manera muy
superficial. Quedaría por estudiar, una vez entendido el problema, los
tratamientos que actualmente se llevan a cabo, los tipos de terapia más
efectivos y la tasa de reincidencia que hay en ellos. Además, existen
numerosos modelos explicativos planteados desde miradas muy diversas que
por la misma razón no han podido ser recogidos en este trabajo. En resumen,
la violencia filio-parental es un tema en auge, realmente interesante y que
afecta a muchas familias en España. Ha sido un placer poder comprobar como
desde la psicología se desculpabiliza a ambas partes y se intenta comprender
de la manera más amplia posible el origen y surgimiento del problema,
buscando de esta manera las mejores soluciones posibles.
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IV.REFERENCIAS
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https://www.papelesdelpsicologo.es/pdf/2615.pdf
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