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UNIDAD 1:
1.- PREHISTORIA.
1.1.- El proceso de hominización en la península Ibérica. El
Paleolítico.
Según las últimas investigaciones, los primeros representantes del género homo
llegaron a la Península Ibérica hace aproximadamente un millón de años. Pertenecen a la
especie Homo Antecessor (esto es, predecesor o antecesor común de Neandertales y Sapiens
Sapiens), que fue descubierta por los paleoantropólogos Juan Luís Arsuaga y Eudald
Carbonell en el yacimiento de la Gran Dolina, situado en la sierra de Atapuerca, en Burgos.
Según su hipótesis, esta especie habría surgido en África como resultado de la evolución del
Homo Ergaster, y desde allí, habría emigrado hacia Europa a través del Próximo Oriente. La
tendencia hacia un enfriamiento climático determinaría su evolución posterior, que fue
diferente de la que experimentó en el continente matriz.
En efecto, durante el Cuaternario (última de las eras geológicas de la tierra, dividida en
Pleistoceno y Holoceno), el clima de la tierra tuvo intensas oscilaciones, alternando períodos
de frío intenso o glaciaciones y períodos más templados o interglaciares. En la península
Ibérica, dada su situación meridional, las condiciones climáticas no fueron tan duras como en
Europa septentrional, aunque en los momentos más álgidos de las glaciaciones el frío se
intensificó, formándose glaciares en las montañas y extendiéndose la estepa y la tundra
(formaciones vegetales propias de latitudes muy altas) por las regiones interiores de ambas
mesetas. Este enfriamiento climático daría lugar a la evolución del Antecessor hacia el
Neandertal, una especie europea que surge de forma paralela y separada al Sapiens Sapiens
(conocido también en Europa como hombre de Cro-Magnon o cromañón), que apareció en
África hace unos 150.000 años.
Pero la evolución hacia el Homo Sapiens Neandertalensis no fue directa; entre ambas
especies figura un eslabón en la cadena evolutiva: es el Homo Heidelbergensis, que existió
hace unos 600.000-300.000 años, y que ha sido estudiado gracias a la gran cantidad de
restos fósiles encontrados en el yacimiento de la Sima de los Huesos, también situado en la
sierra burgalesa de Atapuerca.
Los primeros Neandertales surgirían hace unos 250.000 años. Sus rasgos morfológicos
permiten considerarlo como un homo sapiens. Estos rasgos son producto de la adaptación
durante cientos de miles de años al clima frío de Europa: su estatura era más corta que la del
hombre actual, pero su peso mayor; tenían una musculatura y un esqueleto más robustos, y
una pelvis más ancha. Igualmente, para acomodarse al clima de Europa era necesaria una piel
blanca que aprovechase al máximo la escasa cantidad de vitamina D recibida por la menor
radiación ultravioleta de estas latitudes (de lo contrario, hubieran sufrido de raquitismo). Por
otro lado, ya no necesitaban la melanina que da a la piel el color oscuro para protegerse del
sol en las latitudes tropicales. Eran grandes cazadores y se extendieron por Asia Central y el
Próximo Oriente. En la península Ibérica han aparecido abundantes restos fósiles en distintos
enclaves, destacando los de Gibraltar, el que fuera su último refugio.
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Su extinción tuvo lugar hace menos de 30.000 años. Ya para entonces, el Homo Sapiens
Sapiens había poblado el continente europeo (se estima que desde el 45.000 a.C.). Los restos
fósiles más antiguos del hombre moderno encontrados en la península Ibérica tienen una
antigüedad de 40.000 años y corresponden al yacimiento de la cueva de El Castillo, en
Cantabria. Es decir, que ambas especies convivieron en un mismo espacio durante un período
de 10.000 años. No parece sin embargo, que se produjera mezcla alguna entre ambas, ya que
presentan diferencias genéticas importantes.
La llegada del ser humano a las islas Baleares y Canarias se produjo en fecha posterior;
hacia el III y I milenio a.C., respectivamente; ya en época neolítica.
Los antepasados de nuestra especie vivieron en la península Ibérica preferentemente en
cuevas, en las que han aparecido instrumentos y muestras artísticas importantes. Eran
nómadas y vivían de la caza, la pesca y la recolección. Su tecnología se caracteriza por el
tallado de hojas o láminas de piedra muy variadas, aunque también utilizaron otros
materiales como el hueso, el asta y el marfil. Los yacimientos más importantes se localizan en
la cornisa cantábrica y la costa mediterránea. De la primera destacan las cuevas de Altamira
(Cantabria) y de la segunda la cueva del Parpalló (Castellón). De Altamira son las muestras
más notables de pintura rupestre del Paleolítico. Representan en forma naturalista bisontes,
caballos, ciervos y cabras, con un sentido de magia propiciatoria.
1.2.- El Neolítico.
Hacia el 10.000 a.C. tuvo lugar el final de la quinta y última glaciación. El clima se
suavizó, las temperaturas se elevaron, el nivel de las aguas subió con el deshielo, se
modificaron las líneas de costa, aumentó el número de especies vegetales y desparecieron de
la península especies propias de la fauna adaptadas al frío (reno, mamut, rinoceronte
lanudo). El hombre se vio obligado a readaptar su economía a las nuevas condiciones
ambientales, abandonando su anterior modo de vida depredador e interviniendo en la
naturaleza en un sentido productivo. Este proceso tuvo lugar a lo largo de una etapa que se
denomina Epipaleolítico o Mesolítico, que en la península Ibérica transcurrió entre el 8.000 y
el 5.500 a.C.
La aparición de la agricultura y la ganadería trajo consigo otras innovaciones, como la
invención de la cerámica, necesaria tanto para almacenar y conservar los alimentos no
consumibles de inmediato y que de momento sobraban (excedentes) como para cocinarlos.
Pero la consecuencia más significativa fue la sedentarización: el ser humano comenzó a vivir
en poblados y sociedades más complejas; aumentó la población, mejor alimentada que
antaño, y mejoraron los intercambios con otras culturas.
Estos cambios, aparecidos primero en la región de Mesopotamia, se difundieron por
Occidente a través del continente europeo, pero también por el Mediterráneo, que comenzó a
navegarse tímidamente, en un proceso que duró milenios y que alcanzó las costas
mediterráneas españolas hacia el 5.500 a.C. A lo largo de éstas surgieron una serie de “focos
pioneros” desde los cuales las nuevas innovaciones se difundieron hacia el interior de la
Península: son los Círculos Catalán, Levantino y Andaluz.
La manifestación artística característica de esta etapa es el arte rupestre levantino, que
se localiza a lo largo de toda la fachada mediterránea. Se trata de pinturas que representan
escenas completas centradas principalmente en la figura humana, dibujada de una manera
bastante esquemática y poco realista. Los animales (jabalíes, cabras monteses, toros y
ciervos) aparecen como figuras secundarias y, generalmente, como víctimas de una cacería.
Abundan las escenas de la vida cotidiana: varones en actitudes belicosas, mujeres realizando
tareas de recolección, danzas y ceremonias rituales, todo con un sentido mágico-religioso.
Entre los numerosos ejemplos del arte rupestre levantino se pueden señalar las de Cogull
(Lérida) y La Valltorta (Castellón).
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propició el desarrollo de un comercio a lo largo de las costas atlánticas, desde Gibraltar hasta
las islas británicas, y cuyo mejor testimonio son los numerosos depósitos de armas de bronce
(espadas, especialmente) encontrados tanto entre las culturas del sur peninsular que
dominaban la metalurgia como entre las que no controlaban esta técnica, del centro y norte
peninsular.
A lo largo de esta etapa, se desarrollan en la Península las siguientes culturas:
a) El Argar: este yacimiento, situado también en la provincia de Almería, da nombre a
una cultura que se extiende por todo el sureste peninsular y que es heredera de la anterior de
Los Millares. Se han descubierto enterramientos con opulentos ajuares que revelan la
existencia de jerarquías sociales más marcadas.
b) Las Cogotas: este yacimiento abulense da nombre a una cultura bien distinta de la
anterior, de carácter pastoril, con escasos restos metalúrgicos y cuyo rasgo principal es un
tipo característico de cerámica hallada en dicho yacimiento.
c) Los Campos de Urnas: esta cultura se desarrolló en el nordeste peninsular (Cataluña,
parte del valle del Ebro y norte de la región levantina) a partir del año 1.100 a.C.
Probablemente fue introducida en la península a través de los Pirineos por pueblos
procedentes de Centroeuropa. Se caracteriza por la costumbre de incinerar los cadáveres,
cuyas cenizas se depositaban en una urna cerámica que posteriormente era enterrada.
d) Cultura talayótica: en Mallorca y Menorca se desarrolló durante la Edad del Bronce
una peculiar cultura megalítica similar a la de otras islas del mediterráneo. Esta cultura
baleárica se denomina talayótica porque su monumento más significativo son los talayots,
torreones defensivos de forma cónica truncada construidos con ciclópeos bloques de piedra.
Hacia el 1.200 a.C. empezaron a llegar a la península los pueblos celtas. Este grupo de
pueblos, procedentes de Europa central, iniciaron un proceso de penetración que se
prologaría hasta el 700 a.C. Su identidad se basaba en una organización sociopolítica, unos
rasgos culturales y una lengua comunes. Se instalaron en áreas desde el Sistema Ibérico hacia
el sur y oeste de la Península. Los llegados desde el 700 a.C. trajeron las técnicas de
fabricación de objetos de hierro, que, por esas fechas, los fenicios y griegos estaban ya
introduciendo en las áreas andaluza y levantina.
2.- PROTOHISTORIA.
A partir del 750 a.C., las culturas indígenas de la Península y de las islas Baleares
entraron en contacto con pueblos procedentes del Mediterráneo oriental: los fenicios y los
griegos. Estos pueblos conocían el alfabeto y practicaban la escritura, y tenían una tecnología
más avanzada, pues practicaban la metalurgia del hierro. Ellos serán quienes nos
proporcionen los primeros testimonios escritos sobre los pueblos indígenas peninsulares, si
bien la mayoría son muy posteriores a los hechos narrados. De hecho, en la mayor parte de
los casos, son fuentes romanas, muchas de ellas reelaboraciones de originales griegos e
incluso cartagineses más antiguos, las que nos proporcionan dicha información. El conjunto
de estos textos grecorromanos recibe el nombre de fuentes clásicas.
Al período durante el cual tiene lugar este fenómeno de las Colonizaciones se le
denomina Protohistoria, dado que los pueblos peninsulares no han entrado aún plenamente
en la Historia, pues no conocen la escritura, pero ya se escribe sobre ellos. Su comienzo
coincide con el de la Edad del Hierro y con el establecimiento de las primeras colonias
fenicias, y termina con el desembarco de las tropas romanas en la Península en el año 218
a.C., fecha a partir de la cual se dispone de información escrita.
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Los primeros que establecieron sus colonias en el litoral peninsular fueron los fenicios,
pueblo oriental que procedía de las costas del actual Líbano y dominaba la navegación y el
comercio en el Mediterráneo.
Entre las muchas colonias que fundaron en Occidente destaca Cartago en el norte de
África (siglo IX a.C., actualmente en Túnez). En la Península fundaron también varias
colonias: la más célebre fue Gades o Gadir (Cádiz), término que significa “ciudadela” o
“fortaleza”. Aunque las fuentes clásicas señalan el año 1.100 a.C como la fecha de su
fundación, los restos arqueológicos encontrados indican que probablemente esta tuvo lugar
en el siglo VIII a.C.
Las ciudades de Malaca (Málaga) y Sexi (Almuñécar) también fueron fundadas por los
fenicios. Se trata de pequeños enclaves costeros, factorías comerciales, estratégicamente
situados en puntos de la costa, desde donde realizaban el comercio con los indígenas del
interior.
El motivo de la presencia de estos colonizadores fue su interés por los metales que
abundaban en la Península (cobre, plata y estaño), así como su demanda generalizada de
alimentos y otras materias primas, que obtenían a cambio de manufacturas de lujo, productos
exóticos y tecnologías que resultaban atractivas para los nativos. El resultado de este
intercambio comercial fue una profunda influencia cultural que se dejó sentir en toda la
Península pero de forma muy especial en la región del suroeste y en la zona del bajo
Guadalquivir, identificada con el mítico Tartessos, al que las fuentes clásicas se refieren como
un país rico y próspero gobernado por un benigno rey no menos legendario: Argantonio, que
significa”Rey de la plata”. La arqueología, por su parte, ha revelado la existencia de una
cultura importante en esta zona que, aunque anterior a la llegada de los fenicios, se desarrolló
extraordinariamente bajo la influencia de éstos (teoría denominada EX ORIENTE LUX),
que introdujeron cultivos como el olivo y la vid, la tecnología del hierro y de la púrpura, y el
torno del alfarero, que permitía elaborar una cerámica de más calidad y en menos tiempo.
En apariencia, se descubrió en 2010, un yacimiento en pleno Parque Nacional de
Doñana, gracias a las fotografía por satélite en una expedición de investigadores españoles
(CSIC) y alemanes, que contendría los restos de un templo circular, asimilable en principio al
templo descrito por Platón en sus Diálogos Timeo y Critias, sobre la desaparición de la
Atlántida y confirmaría la idea del arqueólogo alemán Schulten; no obstante, dichos restos
serían en realidad romanos, pues hay que recordar que la altura del agua era diferente hace
unos 2000 años (Lago Tartésico, que llegaba hasta Sevilla).
El puerto de Tartessos estaría situado ya en mar abierto, cerca del Puerto de Santa
María (se han encontrado estructuras y anclas en 2017) y que dominaba el llamado Círculo
del Estrecho, conjunto de tierras agrícolas y yacimientos similares en ambas orillas del
Estrecho de Gibraltar (Tánger, Agadir, Toscanos, Cádiz, Carmona, Marchena, Mairena, El
Viso del Alcor, etc…), a lo que debemos unir los yacimientos propiamente metalúrgicos:
Minas de Río Tinto, Escacena…El fin de Tartessos estuvo aparejado, sin duda, al fin de la
colonización fenicia (según la profesora María Eugenia Aubet).
Los dioses y prácticas rituales orientales también se popularizaron entre los indígenas
del suroeste peninsular, que incluso adoptaron la escritura fenicia para elaborar una propia
aún por descifrar.
Desde el punto de vista social, este proceso de intercambio comercial y cultural
provocaría un aumento de la riqueza de las élites locales, controladoras de los excedentes
agrarios y de las explotaciones mineras. De ello dan testimonio lujosos ajuares funerarios,
entre los que destaca la orfebrería fina del oro, como podemos ver en los tesoros de La
Aliseda (Cáceres) y El Carambolo (Sevilla).
Los griegos llegaron a las costas peninsulares hacia el siglo VII a.C. De nuevo nos
encontramos con que el motivo de su presencia era la búsqueda de metales y otros productos
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como el trigo, la sal, el lino y el esparto, según la zona. Sus orígenes, sin duda, se mezclan con
la mitología griega (nostoi). Los comerciantes griegos más destacados eran los focenses
(naturales de la polis de Focea), que negociaban con Tartessos. Desde Massalia (actual
Marsella, en el sur de Francia), fundaron en la península Ibérica Emporion (Ampurias) en
torno al 600 a.C. y después Rhode (Rosas), ambas en la actual costa de Girona. Emporion se
convirtió en el núcleo de la expansión comercial de los griegos en Levante, donde su
influencia sobre la cultura y el arte de los indígenas fue intensa. Junto con los fenicios, los
griegos introdujeron en la península la acuñación de monedas.
A mediados del siglo VI a.C. se produjo la caída de Tiro, capital fenicia. El protagonismo
comercial que hasta ese momento habían desempeñado éstos en el mediterráneo occidental
sería asumido desde entonces por la que fue su más importante colonia: Cartago, que ya hacia
el 650 a.C. había realizado su propia fundación colonial: Ebussus (Ibiza), base naval desde la
que controlaron el litoral levantino y el sureste peninsular, y enviaron expediciones al litoral
atlántico europeo y africano, cerrando el paso del estrecho a los navíos griegos que arribaban
a Tartessos. A partir de ese momento disminuyó la presencia griega en el sur e interior de la
Península y se produjo una decadencia de aquél mítico reino, quedando circunscrita la
actividad comercial de los griegos al litoral situado al norte del cabo de Palos.
Las colonias fenicias, con Gades a la cabeza, se convirtieron en amigas, aliadas o
asociadas de los cartagineses.
La alianza de los griegos con Roma y la expansión de esta nueva potencia por la
península itálica, propiciaría a mediados del siglo III a.C. el enfrentamiento con Cartago, su
competidora por el dominio del Mediterráneo occidental. La primera guerra púnica (264-241
a.C.) se saldó con la victoria total de Roma: Cartago tuvo que abandonar Sicilia y Cerdeña y
perdió su hegemonía marítima.
Para compensar estas pérdidas territoriales y pagar a Roma la fuerte indemnización de
guerra que le fue impuesta, Cartago trató de afianzar su presencia en la península Ibérica. En
237 a.C., los cartagineses, al mando de Amílcar, desembarcaron en Cádiz y en poco tiempo
controlaron tanto los pueblos del sur como las explotaciones mineras de Sierra Morena.
Animado por sus triunfos, Amílcar amplió su área de dominio hacia la costa mediterránea y
fundó la fortaleza de Akra Leuke, probablemente Alicante. Su sucesor, Asdrúbal, estableció
en el 228 a.C. una nueva base de operaciones en Cartago Nova (Cartagena) y firmó con los
romanos el Tratado del Ebro, en el que se fijaba este río como límite norte del dominio
cartaginés.
Aníbal, sucesor de Asdrúbal, gran genio militar y gran diplomático, continuó por el
interior de la península y el levante las campañas de los anteriores, sometiendo en el proceso
a la ciudad rebelde de Sagunto, a la que castigó muy duramente. Ello desencadenó la segunda
guerra púnica, pues esta ciudad estaba bajo la protección de Roma. En el año 218 a.C., los
ejércitos romanos desembarcaron en la ciudad griega de Emporion con la intención de atacar
las bases cartaginesas en la Península. Comienza entonces la conquista romana de Hispania.
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que, hacia el 250 a.C. conoció la acuñación monetaria. Entre ellos, la forma de gobierno más
extendida fue la monarquía. Tanto el monarca como su familia formaban parte de una
aristocracia guerrera cuya riqueza se basaba en la posesión de la tierra y a cuyo servicio
trabajaban una numerosa mano de obra libre o esclava. Igualmente controlaban las
explotaciones mineras. Entre los pueblos ibéricos destacan los turdetanos y oretanos,
herederos de la cultura tartésica.
Por su parte, en el resto de la Península se asentaron pueblos de origen indoeuropeo.
Son los pueblos celtas, de los que ya hablamos más arriba. Éstos tenían una cultura más
atrasada y formas de organización social de tipo tribal. Vivían de la agricultura y la ganadería;
apenas practicaban el comercio. El grado de urbanización era muy escaso. Los celtíberos
constituyen una excepción, ya que su proximidad al área ibérica les llevó a adoptar elementos
propios de culturas más avanzadas, como un mayor grado de urbanización, el empleo de la
moneda y el desarrollo de la escritura.
En el norte, aislado por las barreras montañosas que separaban la costa cantábrica de la
Meseta, se encontraban los astures, los cántabros y los vascones, estos últimos de origen
incierto. Los ajuares funerarios revelan la existencia de escasas diferencias sociales y, por
tanto, poco grado de jerarquización social en sus comunidades. Tampoco había entre ellos
ciudades, sino que vivían en pequeños poblados fortificados estratégicamente situados. El
comercio apenas existía y los grupos eran muy cerrados a las influencias exteriores.
Esta diversidad de los pueblos peninsulares terminó con la conquista romana, que
provocó un cambio radical en su evolución interna. La romanización intentó implantar una
uniformidad cultural en la península Ibérica, aunque nunca lo logró.
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Con el fin de premiar a los soldados veteranos tras esta campaña, Octavio creó para
ellos Emérita Augusta (Mérida) en el año 25 a.C., que se convertiría en la “capital” de
Hispania.
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Las nuevas ciudades seguían el modelo de la propia Roma, tanto en su gobierno interno,
que era autónomo, como en sus instituciones: asambleas populares, Senado (controlado por
las oligarquías locales) y magistrados. Imitaban también a Roma en su esquema urbanístico.
Por lo general, las obras públicas eran financiadas por particulares adinerados y, a veces, por
el propio emperador: teatros, anfiteatros, puentes, calzadas, acueductos, monumentos
conmemorativos, etc. Las ciudades estaban comunicadas por una red viaria. Las calzadas
principales tenían un trazado fundamentalmente periférico en torno a la Meseta central: la
Vía Augusta recorría el litoral mediterráneo y el valle del Guadalquivir; la Vía de la Plata
partía desde Híspalis y llegaba hasta León a través de Emérita Augusta; por el norte, otra vía
unía Brácara Augusta y Asturica con Tarraco, comunicando los valles del Duero y del Ebro;
por último, una última vía enlazaba en diagonal Emérita Augusta y Caesaraugusta a través de
Toletum (Toledo) y el valle del Tajo. El propósito primordial de estas calzadas era militar y
administrativo: estaban destinadas a facilitar a las legiones un desplazamiento rápido. No
obstante, es evidente que mejoraron las comunicaciones, contribuyeron a cimentar la unidad
del Imperio y dinamizaron la vida económica.
c) Las estructuras económicas y sociales: los romanos intensificaron y ampliaron la
explotación de los recursos económicos de Hispania. El recurso más explotado fue la minería,
sobre todo las minas de plata (Cartagena), pero también las de oro, plomo, hierro, cobre,
estaño y mercurio. Aunque se empleaba mano de obra libre, predominaban los esclavos y los
condenados a trabajos forzados para su explotación. Los principales distritos mineros
estaban en la Bética, destacando Sierra Morena, Cartagena y Huelva. En el Norte (León,
Galicia, Asturias y Cantabria) y en Lusitania se extraía el oro a cielo abierto (Las Médulas,
León) o en galerías y pozos.
Además de minerales y metales, los romanos exportaron a Roma los productos de la
tríada mediterránea: vino, aceite y trigo. La exportación de vinos y aceite fue importante,
sobre todo a partir del siglo I d.C., cuando se fue imponiendo en Hispania la villa como forma
de explotación agrícola. Se trata de una propiedad rural de mediana o gran extensión con una
producción agrícola-ganadera destinada a la comercialización. A menudo estas villae
utilizaron sistemas de regadío. En Extremadura tenemos algunos ejemplos de estas villae,
como La Cocosa (Badajoz), Solana de los Barros (Badajoz) y El Pesquero (Montijo). Sin
embargo, la inmensa mayoría de la población practicaba una agricultura de subsistencia.
Los romanos potenciaron la exportación de salazones y garum, sobre todo de los
procedentes de la Bética.
Otros sectores económicos relevantes fueron la artesanía textil (lana, lino) y de esparto,
la metalurgia, la construcción y la explotación de canteras.
En el mundo romano existía una división social fundamental entre ciudadanos libres y
esclavos, con una situación intermedia representada por los libertos. Pero dentro de los
hombres libres existía también una diferenciación entre ciudadanos romanos y no
ciudadanos. Tener la ciudadanía romana suponía gozar de privilegios políticos –participaban
y votaban en las asambleas políticas-, militares –podían integrarse en las legiones- y sociales
–tenían derecho a la beneficencia pública y privada, como el reparto gratuito de trigo, por
ejemplo-. El emperador Caracalla concedió la ciudadanía a todos los habitantes del Imperio
en el año 212 d.C. Con anterioridad, este derecho sólo le había sido otorgado a las élites
locales con el fin de atraérselas a la causa romana.
d) Derecho, cultura y religión: el latín se fue imponiendo paulatinamente hasta hacer
desaparecer las lenguas prerromanas, a excepción del vascuence o eusquera. Las principales
aportaciones hispanas a las letras latinas son del siglo I d.C. y se deben al filósofo Séneca
(uno de los grandes maestros del estoicismo), a los poetas Lucano y Marcial, al geógrafo
Pomponio Mela y al agrónomo Columela.
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Durante los primeros siglos de dominio romano, las autoridades respetaron los cultos
de los pueblos indígenas de Hispania. Conforme aquél dominio se fue fortaleciendo, se fue
intensificando el sincretismo religioso. La tolerancia de las autoridades en materia religiosa
exigía a cambio el culto al emperador como elemento de cohesión de los habitantes del
imperio. Esta actitud de tolerancia se vio comprometida cuando apareció el cristianismo.
El cristianismo debió llegar a la península Ibérica a mediados del siglo II,
probablemente desde el norte de África, pero fue después de que el emperador Constantino
promulgara el Edicto de Milán en el año 313, por el que autorizaba a la Iglesia a realizar un
culto público, cuando el cristianismo se propagó con más fuerza en Hispania. En el año 380,
el emperador de origen hispano Teodosio dispuso que el cristianismo fuera la única religión
oficial del Imperio. Entonces, la Iglesia de Hispania, como la de las restantes regiones, se
organizó. Siguió para ello el modelo de la administración civil romana: creó provincias,
presididas por un arzobispo o metropolitano. Las provincias se dividieron en diócesis, que
estaban gobernadas por un obispo. La nueva religión impregnó la cultura romana.
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A fin de contener la presión de los pueblos bárbaros sobre las fronteras del Imperio,
Roma se había visto obligada a aliarse con algunos de ellos. Tal era el caso de los Visigodos.
Procedentes del norte de Europa, habían realizado una larga migración hasta establecerse en
la región del Mar Negro. En el año 376 fueron introducidos en el Imperio por medio de un
pacto o foedus con el Estado romano por el que, a cambio de ayuda militar, se les permitió
asentarse al sur de la Galia.
En el año 409, los suevos, los vándalos y los alanos, pueblos germánicos,
cruzaron los Pirineos y se establecieron en Hispania, sembrando la devastación.
Para expulsarlos, las autoridades romanas solicitaron de nuevo la ayuda de los visigodos, que
entraron en Hispania en el año 416 como tropas federadas. Los alanos fueron exterminados;
los vándalos huyeron al norte de África, donde establecieron un reino en torno a la antigua
Cartago, y los suevos fundaron un reino en la zona del noroeste. Este último reino se
mantendría hasta el año 584 en que sería incorporado al reino visigodo.
Al desaparecer el gobierno romano en el año 476 (fecha en que fue depuesto el último
emperador romano de Occidente, Rómulo Augustulo), los visigodos fundaron un reino
independiente en el sur de la Galia (Aquitania) y nordeste de Hispania, con capital en Tolosa.
Pero la expansión de los francos por la Galia provocó el enfrentamiento con los visigodos, que
fueron derrotados y expulsados al sur de los Pirineos (año 509), permaneciendo bajo su
dominio sólo la Galia Narbonense o Septimania. Entonces se establecieron en Hispania,
donde fundaron un reino con capital en Toledo.
Por esta misma época, el emperador de Constantinopla Justiniano, siguiendo su política
de recuperación de los territorios del antiguo Imperio Romano de Occidente, conquistó parte
del litoral mediterráneo del sureste peninsular. Esta circunstancia fue aprovechada por
astures, cántabros y vascones para afirmar su independencia respecto al poder político
visigodo.
Aunque sus antiguos pactos habían hecho de los visigodos un pueblo romanizado, sin
embargo, durante el siglo VI se mantuvo la separación entre éstos y la población hispano-
romana. Los visigodos eran una minoría dominante (unos 150.000) que se impuso sobre una
mayoría dominada de unos cuatro millones de hispanorromanos. Por lo demás, hablaban
lenguas diferentes, aunque los visigodos fueron adoptando el latín como idioma común,
tenían códigos de leyes separados y diferente credo religioso: los hispano-romanos eran de
religión católica, mientras que los visigodos eran cristianos arrianos. Sin embargo,
paulatinamente se iría produciendo un proceso de integración. Este proceso tuvo sus
principales realizaciones en los reinados de Leovigildo, Recaredo y Recesvinto. El primero de
ellos anexionó el reino suevo de Galicia en el año 585 y sometió los enclaves costeros del sur
peninsular bajo dominio bizantino. El segundo abrazó el catolicismo en el III Concilio de
Toledo (589), lo que significaba la conversión de todo su pueblo; la unidad religiosa facilitó la
unificación política y cultural, al tiempo que situó a la Iglesia en el primer plano de la vida
política del reino. El tercero acabó con la diferenciación jurídica de todos los habitantes de
Hispania al promulgar el Liber Iudiciorum o Fuero Juzgo en el año 654, norma jurídica que
fundía el derecho romano con la tradición germánica. La Península volvía a tener la unidad
territorial, política, religiosa y cultural que conoció en la época romana. Sin embargo, las
campañas contra los pueblos montañeses (astures, cántabros y vascones) fueron casi
constantes en este período.
Los visigodos respetaron la división territorial romana en cinco grandes provincias, que
pasaron a llamarse ducados por tener al frente un dux o duque (caudillo militar). A estos
cinco ducados se añadieron en el siglo VII otros dos: Asturias y Cantabria.
Desde el punto de vista político, introdujeron en Hispania la monarquía como forma de
gobierno. La monarquía visigoda era electiva; los principales nobles elegían al rey. El máximo
órgano de gobierno eran los Concilios de Toledo. Además de órganos de disciplina religiosa y
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moral, estos Concilios, celebrados en la capital del reino, eran asambleas que integraban al
rey, a la nobleza y a la Iglesia para realizar funciones de carácter legislativo. Al margen de
éstos, el rey se hacía asesorar en su función de gobierno por el Aula Regia, un organismo
heredado del tradicional Consejo de Ancianos visigodo. Era una asamblea de carácter
consultivo, integrada por magnates que asesoraban al rey en asuntos políticos y militares. De
ella, los magnates de mayor confianza del rey formaban el Oficio Palatino, del que salían los
principales cargos de la administración del reino.
En el ámbito económico, la época visigoda significó una prolongación de las
características ya apuntadas para el bajo imperio. Se fueron debilitando las relaciones
comerciales entre Hispania y las otras tierras del antiguo imperio romano. Decayeron las
ciudades, núcleos de actividad mercantil y artesanal. Las instituciones municipales fueron
vaciándose de contenido y, en su lugar, el obispo y el conde dirigían los destinos de los
antiguos núcleos urbanos.
En el aspecto social, el debilitamiento de la ciudad como coordinadora del territorio dejó
el mundo rural a expensas de la voluntad de los grandes propietarios de latifundios. Los
aristócratas, tanto los de origen romano, que mantenían el control de la administración,
como los de origen visigodo, que monopolizaban la dirección militar, poseían numerosas y
extensas propiedades rurales, para cuya explotación aún se empleaba mano de obra esclava.
Era frecuente caer en situación de esclavitud a causa de las deudas contraídas o bien por
confiscaciones de carácter político. Pero la mayoría de la población campesina estaba
integrada por los colonos. En la mayor parte de los casos, éstos habían sido con anterioridad
propietarios de pequeñas explotaciones, pero las circunstancias los habían empujado a
abandonar su libertad y a encomendarse a algún gran propietario que los protegiera con su
ejército privado. Como consecuencia, fueron proliferando las relaciones de dependencia entre
la mayoría de los habitantes del reino y las minorías aristocráticas, tanto laica como
eclesiástica. Estas poderosas aristocracias, como ya apuntamos más arriba, llevaban las
directrices del gobierno a través de los Concilios de Toledo.
Otro rasgo importante de la sociedad visigoda fue la creciente hostilidad hacia la
población judía, minoría que se vio duramente perseguida a través de la legislación emanada
de los sucesivos Concilios toledanos, razón que explica su apoyo a los invasores musulmanes
cuando se produjo la conquista de Hispania por éstos.
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CRONOLOGÍA
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218 a.C. – 19 a.C.: Conquista de Hispania por los romanos. Desembarco en Ampurias en
el 218 a.C.-19 a.C.: fin de las guerras cántabras. Proceso de larga duración y desigual según el
tipo de resistencia ofrecida por los pueblos prerromanos.
25 a.C.: Fundación de Emérita Augusta. Colonia romana fundada con soldados veteranos
procedentes de las guerras cántabras y siendo emperador Octavio Augusto. Fue fundada por el
legado romano Publio Carisio en torno al río Anas (Guadiana) y se le dotó de murallas, varios
foros, y sistemas de cloacas, acueductos, teatro, anfiteatro, circo, dos calles principales (cardo y
decumanus). Quedó constituida en capital de la Lusitania.
409: Invasiones germánicas: para el caso de España, ponen fin al Imperio Romano.
Vándalos, alanos, suevos y más tarde visigodos, aprovechando la crisis y debilidad del Imperio
Romano, invaden Hispania y ocupan sus provincias.
TRAJANO: Nacido en la Bética (Itálica, año 53) fue adoptado por el emperador Nerva, al
que sucedió en el año 98. Fue el primer emperador procedente de las provincias imperiales.
Durante su mandato el imperio alcanzó su máxima extensión gracias a las victorias sobre dacios
(Rumanía) y partos (Mesopotamia, Asiria y Armenia). Con las riquezas proporcionadas por
estas conquistas emprendió numerosas obras públicas. Promulgó importantes reformas legales
(reducción de las detenciones preventivas y rechazo de denuncias anónimas), administrativas
(nombramiento de los senadores por provincias), sociales (protección a las familias numerosas y
creación de instituciones alimentarias) y económicas (supresión de gastos superfluos y
promoción de la agricultura y el comercio). Eligió a Adriano como sucesor.
SÉNECA: Lucio Anneo Séneca nació en Córdoba en al año 4 a.C. Se trasladó a Roma y
estudió filosofía. Tras diversos avatares en los que fue desterrado y sufrió diversas acusaciones,
logra el favor del emperador Nerón. En esos años, su fecundidad escritora es enorme. Al verse
envuelto en una conspiración contra Nerón, éste le castiga obligándole a que se suicide, cosa que
Séneca realiza cortándose las venas (65 d.C.). Se le considera un filósofo estoico (Estoicismo),
aunque también es autor de tragedias (Hércules furens, Agamennon). Su mayor aportación
filosófica está en la moral, ya que sus tratados están orientados a la formación ética del
individuo mediante la práctica de la moral y la virtud. En su obra De providentia intenta
demostrar que la divinidad da sufrimientos al hombre para probar su virtud. Algunas de sus
ideas se consideran próximas al cristianismo.
CONCEPTOS
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homo antecesor y se encontraría entre la más primitiva, homo erectus, y las más recientes,
homo neandertal y sapiens. También han sido encontrados restos en la Sima de los Huesos, en
concreto el llamado cráneo 5, uno de los más completos que existen. Actualmente continúan las
investigaciones dirigidas por arqueólogos y paleontólogos como Eudald Carbonell, Juan Luís
Arsuaga y José Mª Bermúdez de Castro.
COLONIZACIONES: Proceso llevado a cabo en la Edad Antigua por los fenicios, los
griegos y los cartagineses, que comerciaron con todos los pueblos situados en las costas del
Mediterráneo. En el caso de la Península, el proceso colonizador tuvo lugar a partir del 900 a.C.
y afectó a las zonas costeras del levante y del sur. El intercambio de productos alcanzó una gran
dimensión y sirvió para un mejor desarrollo de las zonas implicadas, que asumieron nuevas
tecnologías, arte, cultura, moneda, alfabeto, urbanismo, nuevos cultivos, nuevas técnicas
artesanales, etc. Se crearon nuevas poblaciones, colonias o FACTORÍAS COMERCIALES como
Malaka, Carteia, Gades, Rodas, Emporion, que fueron mercados florecientes donde acudieron
las gentes del interior peninsular.
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