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Cerebro y violencia. Un acercamiento desde la neuropsicología.

Chapter · January 2015


DOI: 10.13140/RG.2.1.2643.2721

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1 author:

Yunier Broche-Pérez
Brain and Cognitive Health Initiative
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SECRETOS DE CONVIVENCIA.
COMUNICACIÓN, VIOLENCIA
Y RELACIONES HUMANAS

Dunia M. Ferrer Lozano (Coord.)


Listado de autores por orden de aparición:
Dunia M. Ferrer Lozano
María Suz Pompa
Yunier Broche Pérez
Reinier Martín González
Greter Hernández Soler
Yanet Toledo Bada
Liuva de Armas Rubio
Yakelín López Santos
Luisa M. Guerra Rubio
Yanko Molina Brisuela
Mildreth Larquin Castillo
Dayana Hernández Alonso
Ena L. Guevara Díaz
Yamile García Navas
F. Azucena González Fuentes
Yariel Hernández Rosell
Marcia Rodríguez Bada
Ernesto Gómez Cangas
María Teresa Rodríguez Wong
Anagret Mederos Anido
Maitié Rodríguez Wong
Ariadna Rodríguez Díaz-Canel
Suny Fariñas Rodríguez.

Edición: Dunia M. Ferrer Lozano


Diseño: D.I. Roberto C. Berroa Cabrera
Corrección: Dunia M. Ferrer Lozano
Cubierta: D.I. Roberto C. Berroa Cabrera

© Reservados todos los derechos por lo que no se permite la


reproducción total o parcial de este libro.
Editorial
Índice
INTRODUCCIÓNIX
BibliografíaXI

CAPÍTULO 1:  13
Para acercarnos al significado de la violencia

LA VIOLENCIA. APUNTES PARA SU COMPRENSIÓN 13


Dra. Dunia M. Ferrer Lozano, Dra. María Suz Pompa
Bibliografía20

CAPÍTULO 2: 21
¿Qué nos dispone a la violencia? El cerebro que todos tenemos

CEREBRO Y VIOLENCIA. UN ACERCAMIENTO DESDE LA NEUROPSICOLOGÍA 21


MSc. Yunier Broche Pérez
Introducción  21
El origen del cerebro violento 22
La palabra correcta: Predisposición 25
Hormonas y violencia 27
Violencia y Neuropsicología 29
A modo de resumen 33
Bibliografía  33

EL TRASTORNO MENTAL Y SU ROL EN LA EXPRESIÓN DE LA VIOLENCIA 35


Dra. Dunia M. Ferrer Lozano, MSc. Yunier Broche Pérez
Trastorno mental y violencia: ¿posible relación? 36
Conducta violenta: Clasificaciones 37
El trastorno mental como resultado de la violencia 41
De maltratador a maltratado. El enfermo mental como víctima de la
violencia42
A manera de cierre 44
Bibliografía44

CAPÍTULO 3: 47
S.O.S. Violencia en la familia. El caso de los niños

¿PADRES MALTRATADORES? OTRA CARA DE LA VIOLENCIA INTRAFAMILIAR 47


Lic. Reinier Martín González, MSc. Greter Hernández Soler
Maltrato hacia los menores en el contexto de la familia 47
Precisando el maltrato infantil. De padres maltratadores y niños víctimas.
Algunos perfiles 52
Algunos resultados. Niños con intentos de suicidio 54
A manera de cierre 57
Bibliografía60

VIOLENCIA INTRAFAMILIAR DESDE LA PERSPECTIVA DE LOS NIÑOS. EFECTOS Y


CONSECUENCIAS PARA SU DESARROLLO 61
MSc. Yanet Toledo Bada
Familia y Educación 61
Algunos ejemplos 63
Beatriz63
Juan64
Rosa66
Boris67
Reflexiones finales 68
Bibliografía  70

EPISODIOS DE VIOLENCIA ASOCIADOS A LA HISTORIA DE VIDA DE LOS MENORES


ACOGIDOS EN LOS HOGARES DE AMPARO FAMILIAR DE SANTA CLARA 71
MSc. Liuva Y. de Armas Rubio, MSc. Yakelín López Santos, Dra. Luisa María Guerra Rubio
Introducción  71
Aproximación psicosocial a la violencia en las relaciones de los niños
acogidos en los Hogares de Amparo Familiar de Santa Clara 75
Conclusiones  80
Bibliografía  81

CAPÍTULO 4:  85
Amor e idilio vs. Violencia conyugal

LAS RELACIONES DE PAREJA VIOLENCIA DENTRO DE CASA. UNA VERSIÓN FALSA DEL
AMOR 85
Dra. Dunia M. Ferrer Lozano, MSc. Yanko Molina Brisuela
¿Cómo se ha manifestado la violencia conyugal en nuestras investigaciones?
 89
A manera de cierre 93
Bibliografía95

HOMOSEXUALIDAD Y VIOLENCIA  97
Dra. Dunia M. Ferrer Lozano, MSc. Mildreth Larquin Castillo, Lic. Dayana Hernández Alonso, Lic.
Ena L. Guevara Díaz
Introducción97
Algunas investigaciones 99
A manera de cierre 104
Bibliografía105

“EL QUE OYE CONSEJO…” DE LA PAREJA A LA FAMILIA 107


Dra. Dunia M. Ferrer Lozano, MSc. Yamile García Navas, Lic. Azucena González
Bibliografía113

CAPÍTULO 5: 115


La escuela ¿Un lugar pacífico?

HABLEMOS SOBRE LA VIOLENCIA ESCOLAR 115


Dra. María Suz Pompa, Dra. Dunia M. Ferrer Lozano, Lic. Yariel Hernández Rosell
El “bullying” y su existencia en la escuela 115
Con respecto a la actitud a seguir ante el acosador: 124
Con respecto a la actitud que se debe asumir ante el que es acosado:124
Con respecto a la actitud que debe asumir el acosado: 125
Bibliografía126

ADOLESCENTES Y VIOLENCIA. UNA OJEADA EN EL NIVEL DE ENSEÑANZA


PREUNIVERSITARIO 129
Lic. Ena L. Guevara Díaz, Dra. Dunia M. Ferrer Lozano, Lic. Marcia Rodríguez Bada
A manera de introducción  129
Resultados de investigaciones en nuestro contexto 130
Propuestas de intervención educativa. Nuestros intentos 133
Acciones dirigidas a los estudiantes 133
Acciones dirigidas al personal docente 134
Acciones dirigidas a los familiares 135
Consideraciones finales 136
Bibliografía137

CAPÍTULO 6: 139


La comunicación. ¿Qué nos dicen los medios y las nuevas tecnologías?

VIOLENCIA Y MEDIOS DE COMUNICACIÓN DE MASAS: SOBRE LA NECESIDAD DE UNA


EDUCACIÓN PARA LA RECEPCIÓN 139
MSc. Ernesto Gómez Cangas
A modo de presentación  139
Los medios de comunicación de masas y la naturalización de la violencia:141
Responsabilidad de los medios de comunicación de masas 144
Experiencias en nuestro contexto 145
Y del otro lado, el receptor: actitud crítica para el consumo 147
Bibliografía 148

UNIVERSIDAD, TECNOLOGÍAS DE LA INFORMACIÓN Y LA COMUNICACIÓN (TIC) Y


VIOLENCIA SIMBÓLICA. CONOCER PARA TRANSFORMAR 149
MSc. María Teresa Rodríguez Wong, MSc. Anagret Mederos Anido, MSc. Maitié Rodríguez Wong
La acción del poder en la institución universitaria: ¿dominación con guantes
de seda? 151
TICs en la universidad: ni Goliat, ni David, solo la honda 153
Bibliografía157

CAPÍTULO 7:  159
Lo comunitario como espacio para la violencia. Acercamiento a
experiencias de trabajo

¿CÓMO ENFRENTAR LA VIOLENCIA EN LA COMUNIDAD? EXPERIENCIAS DESDE LA


PSICOLOGÍA SOCIAL COMUNITARIA 159
MSc. Yakelín López Santos, Lic. Ariadna Rodríguez Díaz-Canel, Lic. Suny Fariñas Rodríguez
A manera de conclusión 170
Bibliografía 171

EPÍLOGO:  173
En un intento de cierre para abrir puertas
CAPÍTULO 2:
¿Qué nos dispone a la violencia?
El cerebro que todos tenemos
CEREBRO Y VIOLENCIA. UN
ACERCAMIENTO DESDE LA
NEUROPSICOLOGÍA
MSc. Yunier Broche Pérez

Introducción
Son numerosas las investigaciones que han demostrado el impacto de los fac-
tores sociales en la aparición de los comportamientos violentos. Los resulta-
dos indican incuestionablemente que la exposición a situaciones agresivas, la
carencia de afecto de los padres, el maltrato físico, etc., determinan en gran
medida la aparición de estas conductas. Sin embargo, aludir exclusivamente
a los factores socioculturales a la hora de explicar la violencia sería tener una
visión incompleta de este fenómeno. En cierto sentido, con una postura úni-
camente social, estaríamos negando la concepción bio-psico-social que enca-
mina el estudio del ser humano en el mundo contemporáneo. Por esta razón
durante este capítulo estaremos abordando los factores biológicos que han
demostrado ser de utilidad a la hora de explicar los fenómenos que se englo-
ban bajo la categoría de violencia. Para ello, nos estaremos apoyando en inves-
tigaciones realizadas en el extranjero y también en nuestro país. Revisaremos
las conclusiones aportadas por disciplinas científicas como la neurobiología y
la neuropsicología, procurando de esta forma cerrar un círculo comprensivo.
Durante este segmento, utilizaremos las categorías agresividad, hostilidad y
22 Capítulo 2: ¿Qué nos dispone a la violencia? El cerebro que todos tenemos

violencia como sinónimos, aunque para algunos autores resulten términos


diferenciables que hacen alusión a distintos comportamientos. Durante este
capítulo podrá obtener información sobre el papel que ha jugado la evolución
en el desarrollo de las conductas violentas, el rol de las hormonas y las par-
ticularidades en el funcionamiento de estructuras cerebrales identificadas en
estudios en los que se han utilizado las más modernas tecnologías.

El origen del cerebro violento


La violencia no es un fenómeno moderno. En sus inicios como especie, el
hombre se desarrollaba en ambientes extremadamente hostiles, situación
que conllevó a que la violencia se configurara como un mecanismo básico
para su supervivencia. En su relación con otros animales y con sus congéne-
res, la agresividad se convertía en una valiosa herramienta. Gracias a ella se
establecían los límites sociales dentro de las primitivas comunidades humanas
y además garantizaba su permanencia cuando se enfrentaban a animales que
constituían sus depredadores naturales. A este tipo de conducta usualmen-
te se le denomina “violencia instrumental”, pues a través de ella se cumple
una función adaptativa que garantiza la supervivencia de la especie. Por otra
parte, la explicación de estos comportamientos se podía realizar aludiendo al
diminuto tamaño del cerebro del humano primitivo, que en relación con su
tamaño y peso corporal, resultaba realmente pequeño.
Para ilustrar mejor esto, se puede decir que el tamaño del cerebro de
un “Australopithecus” no superaba el de un chimpancé actual. No fue hasta la
aparición del Homo Habilis que el cerebro humano alcanzó un mayor tama-
ño. Específicamente el nombre con el cual fue bautizada esta especie radica
en su capacidad para construir herramientas, habilidad que los coloca evolu-
tivamente en un escaño superior a sus antepasados, aunque todavía estaba
distante alcanzar el tamaño actual de nuestro principal órgano1. El gran salto
en la expansión de la masa del encéfalo ocurrió con el Homo Erectus. Esta es-
pecie poseía un cerebro parecido al que tenemos en la actualidad. Se teoriza
que esto ocurrió por dos razones fundamentales, en primer lugar por una
serie importantes de cambios ambientales (especialmente climáticos) y, por
otra, por los niveles superiores de complejidad social en la cual se encontraba
inmerso el Homo Erectus. El ambiente y la socialización dieron forma, poco a
poco, a lo que hoy se reconoce como la estructura de mayor complejidad en
todo el universo: el cerebro.
Junto al incremento del tamaño del encéfalo2 también apareció una
nueva propiedad de esta estructura: sus elevados niveles de diferenciación
cortical. Esto significa que no solo creció en tamaño, sino también dentro de

1 Se ha confirmado que nuestro cerebro posee el doble del tamaño que el del Homo Habilis, aunque no se deja de reconocer
el inmenso paso evolutivo que representó en relación a las especies anteriores.
2 La palabra “encéfalo” se utiliza igualmente para hacer mención al cerebro. Igualmente puede utilizarse “corteza cerebral”,
“cerebro neomamífero”, entre otras.
Cerebro y violencia. Un acercamiento desde la neuropsicología 23

él distintas partes comenzaron a especializarse en determinados procesos.


De esta forma alcanzamos una delimitación que comprende cuatro regiones
(denominadas lóbulos por los neurocientíficos) que garantizan la realización
de distintos procesos que nos permiten nuestro funcionamiento cotidiano
(Figura 1).

Figura 1: Organización de los lóbulos cerebrales

En la región posterior existe un área especializada en la decodificación


de las imágenes, conocida como región occipital, esta área es nuestro princi-
pal órgano de la visión. En la región lateral se encuentra el lóbulo parietal, es-
pecializado en la decodificación de señales relacionadas con nuestro cuerpo
y además de la información espacial. Debajo de esta estructura encontramos
el lóbulo temporal, que garantiza en gran medida el almacenamiento por
largos periodos de tiempo de nuestras experiencias y que además se encarga
de procesar los estímulos auditivos. En la porción anterior de la corteza se
encuentra en lóbulo frontal, garantizando nuestro lenguaje, el desarrollo de
nuestros movimientos voluntarios y la planificación de nuestras acciones.
Durante la evolución las estructuras anteriores de la corteza cerebral
alcanzaron un desarrollo superior comparado con los restantes tres lóbulos.
Actualmente nuestro lóbulo frontal alcanza un tercio del tamaño total del ce-
rebro, colocándonos de esta forma en la cima de la pirámide evolutiva. Esta
estructura sirve de soporte a gran cantidad de procesos de suma importancia
para nuestra vida social. Por ejemplo, nuestra habilidad de planificar lo que
queremos hacer, trazar un plan de ejecución, controlar nuestros impulsos,
colocarnos en el lugar de los demás, tomar decisiones y corregir nuestros
errores durante la ejecución de una tarea específica, se localizan en esta re-
gión del cerebro. Gran parte de nuestro éxito como especie se debió a que
durante nuestro desarrollo durante estos últimos 2 millones de años nuestra
región frontal creció más que la de cualquier otro animal en el planeta tierra.
24 Capítulo 2: ¿Qué nos dispone a la violencia? El cerebro que todos tenemos

Mucho de lo que hoy conocemos como racionalidad tiene su base material


en esta región cerebral. En el pasado, debido a nuestra insuficiente diferen-
ciación cerebral, nuestro comportamiento se tornaba mucho más impulsivo,
desafiante y agresivo, semejante al del resto de los animales. En los inicios
la violencia no era una opción sino una necesidad. Por un lado, debido a las
razones que explicamos al inicio del capítulo y por el otro, porque nuestro
cerebro no permitía que nos comportáramos de una manera distinta; el ins-
tinto dominaba a la razón.
El comportamiento de nuestros antepasados estaba basado, principal-
mente, en un grupo de estructuras que en su conjunto se conocen como
sistema límbico del cerebro (Figura 2). Esta región se encuentra en la parte
inferior del encéfalo. Dentro de las estructuras más significativas que com-
ponen este sistema se encuentran el hipocampo3, el fornix, el giro cingulado
anterior y la amígdala.
Esta última reviste una importancia especial, teniendo en cuenta que en
las últimas décadas se ha establecido como un almacén de memorias emo-
cionales. En oposición a su pequeño tamaño (aproximadamente del tamaño
de un frijol) se encuentra su importancia para la supervivencia. Gracias a ella
podemos reaccionar inmediatamente ante el peligro sin necesidad de “pen-
sar” qué vamos a hacer. Por ejemplo, ante una situación amenazante (el so-
nido del claxon de un auto mientras cruzamos una calle) inmediatamente el
cuerpo reacciona, gracias al procesamiento inconsciente que hacemos de la
situación peligrosa. No pensamos para actuar; simplemente actuamos.
Este comportamiento resultaba ventajoso en una época donde prác-
ticamente todo resultaba hostil y amenazante. La presencia de un depre-
dador, fenómenos naturales para los cuales no existía explicación e incluso
la solución de conflictos entre los miembros de las comunidades primitivas.
El sistema límbico garantizaba un nivel de respuesta ante el ambiente que el
cerebro no era capaz de generar. Con el paso del tiempo y el desarrollo de
nuestro lóbulo frontal alcanzamos un nivel superior de control sobre nuestra
conducta, nos convertimos en seres racionales. Gracias además, al desarrollo
del lenguaje articulado, que permitió un nivel superior de desarrollo de nues-
tro pensamiento y la configuración de estrategias sociales de mayor comple-
jidad. Lo que antes comunicábamos a través de los gestos y sonidos ahora se
trasmitía en forma simbólica.
No obstante, en la actualidad persisten comportamientos propios de
épocas primitivas. Privar deliberadamente de la vida a otra persona, utilizar
las amenazas para obtener algún objetivo, robar a un semejante y maltratarlo
para obtener el objeto deseado, son algunos de los ejemplos que podríamos
mencionar. En este sentido los científicos se han interesado por descubrir si
existen anomalías cerebrales detrás de conductas de extrema violencia y de
patrones de personalidad cuya característica fundamental radica en la viola-
ción de las normas sociales y el uso de la agresión. Las respuestas que se han

3 Del latín Hippocampus (caballo de mar) debido al parecido que tiene esta estructura con este animal.
Cerebro y violencia. Un acercamiento desde la neuropsicología 25

Figura 2: Sistema límbico del cerebro

obtenidos representan un importante paso en la explicación de la violencia


como fenómenos social y también biológico. La ausencia de empatía4, las
dificultades para la comunicación entre estructuras cerebrales, la pobre eje-
cución de pruebas neuropsicológicas y la presencia de daños en estructuras
de la corteza cerebral, son algunas de las evidencias que revisaremos en las
páginas siguientes.

La palabra correcta: Predisposición


Cuando se aborda el tema de cómo el cerebro determina un comportamien-
to determinado se suele utilizar la palabra predisposición. Esto no es más que
una característica que, bajo circunstancias específicas, podría expresarse y
provocar determinada forma de actuación. Otra palabra que suele emplearse
cuando se abordan estos temas es determinante. En este caso se refiere a una
precondición para que algo ocurra, es decir, si no aparece la determinante A
no aparecerá el comportamiento B. En nuestro caso utilizaremos el primero
de los términos, pues nos referiremos a características que suelen presentar
las personas con conductas violentas pero que, por sí solas, resultan insufi-
cientes para explicar toda la complejidad del fenómeno. Los estudios que
presentaremos han sido realizados bajo el principio del rigor científico, por
lo cual no aludiremos a opiniones especulativas sino a resultados reales y
comprobables.
Uno de esos resultados se basa en la premisa de que ambos lados de
nuestro cerebro presentan niveles fundamentales de especialización. Nues-
tro encéfalo se encuentra dividido en dos grandes porciones (conocidos

4 Habilidad para colocarse en el lugar de los demás y mostrar compasión, sensibilidad, etc.
26 Capítulo 2: ¿Qué nos dispone a la violencia? El cerebro que todos tenemos

como hemisferios cerebrales), uno en la parte derecha y el otro en la iz-


quierda. Distintos estudios han demostrado que la región derecha muestra
cierto grado de especialización en el procesamiento de información con con-
tenido emocional, mostrándose el hemisferio izquierdo más sensible al pro-
cesamiento racional y lógico. Por ejemplo, varios estudios demuestran que
la parte derecha de nuestro cerebro tiene una implicación especial a la hora
de determinar las emociones presentes en un rostro, o comprender la ironía
en el tono de la voz de otra persona, mientras que la parte izquierda resul-
ta especialmente sensible en la decodificación de información lógico-verbal,
análisis de datos matemáticos, etc. También se ha comprobado de la corteza
prefrontal derecha tiene participación directa en el mecanismo de inhibición
5
, mientras que la misma región pero del hemisferio izquierdo garantiza la
aproximación.
En el caso de individuos evaluados como Psicópatas6 se ha comprobado
a través de investigaciones la existencia de asimetría en el funcionamiento de
los hemisferios. Para el estudio se utilizaron tareas que necesitaban de ambas
habilidades para realizarse correctamente, tanto a nivel emocional como ra-
cional. Los investigadores descubrieron que en el caso de los psicópatas, en
comparación con personas que no tenían este tipo de trastorno, aparecían
mayores niveles de actividad cerebral en el hemisferio izquierdo, realizando
con gran éxito las tareas que requerían de razonamiento lógico y rindiendo
pobremente en la dimensión emocional de cada prueba que ejecutaban. Esto
resultó consistente con la descripción de una personalidad “emocionalmente
fría y calculadora”.
En el caso del procesamiento de los rostros se encontraron dificultades
para reconocer las emociones de tristeza y miedo, resultado que coincide
con la falta de compasión y de remordimiento que los caracteriza. Usual-
mente, una persona común, es capaz de percatarse del rostro abatido de un
semejante o de una expresión atemorizada y actuar en consecuencia. Esta
capacidad nos hace socialmente competentes, no siendo así en la psicopatía.
En el caso de nuestro país se han realizado estudios en este campo
obteniéndose resultados similares. Además se ha comprobado una tendencia
a mostrar una capacidad de reconocimiento emocional inferior en el caso
del sexo opuesto (en estudios realizados exclusivamente con hombres) y un
mejor rendimiento en la determinación de la emoción expresada cuando la
cara es del mismo género de quien la percibe.
Estas conclusiones nos ayudan a comprender la violencia desmedida que
suele asociarse a los psicópatas. En el caso de las personas sin este trastorno
se aprecian mejores niveles en la inhibición de conductas agresivas cuando las
víctimas muestran rostros tristes o señales de llanto. Las emociones trasmiti-
das en las caras de los demás nos permiten regular nuestro comportamiento.

5 También suele utilizarse como sinónimo de evitación.


6 La psicopatía es presentada tradicionalmente como un trastorno de la personalidad. Dentro de sus características más
comunes se encuentra la falta de empatía y la manipulación de los demás para la obtención de beneficios personales. Suelen
ser personas emocionalmente frías y distantes y rara vez muestran remordimientos por sus acciones.
Cerebro y violencia. Un acercamiento desde la neuropsicología 27

De esta forma sentimos pena cuando alguien llora mostrándonos compasivos


en respuesta a la situación y tranquilizamos a alguien que presenta un rostro
asustado. En este sentido las emociones de los demás nos regulan, no así en
el caso de un psicópata.
La importancia de las estructuras cerebrales ha quedado igualmente va-
lidada accidentalmente. La destrucción de la amígdala en pacientes que han
tenido accidentes de motocicleta o heridas de bala, ha mostrado la ausencia
de miedo como una secuela posterior al trauma. Esta peculiaridad, aunque
pudiera resultar atractiva para algunos, es extremadamente desventajosa en
relación con la adaptación y supervivencia en el medio. Alguien que no pre-
senta emocionalmente repuestas de miedo no evitará situaciones que ponen
en riesgo su existencia. Se tornará más impulsivo y asumirá comportamientos
temerarios, coherente con las conductas asumidas por aquellos quienes pre-
sentan una anomalía congénita, además no reconocerá el valor preventivo y
regulador de las normas y leyes.
Por otra parte, algunas personas aquejadas por daño vascular y trau-
matismos craneales en el hemisferio derecho también han manifestado una
dificultad en el procesamiento emocional de estímulos sociales. Aunque es-
tas personas mantienen conservada sus habilidades para el aprendizaje, el
recuerdo e inteligencia anterior al trauma, se han descrito casos en los que
existe cierta desorganización en la autorregulación de acuerdo a las normas
sociales. Dentro de los comportamientos que se han descrito se encuentran
la desinhibición sexual, el uso abundante de palabras obscenas (en personas
que no presentaban esta conducta previa), la incapacidad para comprender
la ironía en el lenguaje de los demás y la presencia de conductas impulsivas
con altos riesgos asociados. Todos estos comportamientos se observan en
individuos con elevados índices de violencia en su comportamiento cotidia-
no, además en quienes presentan ataques de furia en situaciones puntuales y
también en personas de incorrecto comportamiento social.
Estos resultados nos permiten arribar a una conclusión parcial: si bien
la única causa de la aparición de la violencia no son las anomalías cerebrales,
su presencia es una peculiaridad que no debe obviarse y que debe atenderse
siempre como predisposición.

Hormonas y violencia
Son varias las investigaciones que enfatizan en el papel que tienen ciertas
hormonas en la aparición de la violencia. Quizás la más conocida en este
sentido sea la Testosterona (de ahora en adelante utilizaremos la abreviatura
“T”), sustancia que suele aparecer en mayores cantidades en los hombres
en comparación con las mujeres, de hecho es un importante elemento en la
diferenciación sexual durante el desarrollo embrionario (entre la novena y la
undécima semana de gestación).
28 Capítulo 2: ¿Qué nos dispone a la violencia? El cerebro que todos tenemos

Actualmente la literatura científica sugiere que el comportamiento agre-


sivo tiene entre sus causas una compleja interacción mutua entre los distin-
tos sistemas hormonales del cuerpo, esto significa que concluir que una sola
hormona es suficiente para explicar toda conducta violenta es un error. No
obstante, varios estudios han sugerido que el desbalance hormonal guarda
relación directa con la violencia tanto en animales como en el ser humano.
El caso específico de la testosterona merece una atención especial,
puesto que ha mantenido ocupado a los científicos más que cualquier otra
hormona. Los primeros estudios que focalizaron su atención en la relación
testosterona-violencia se enfocaron en la inoculación de T en animales (casi
siempre ratas), mostrando un aumento significativo de los comportamientos
agresivos en los animales a los que se les suministró la hormona en compara-
ción con los que no la habían recibido.
La correlación entre agresividad y testosterona también ha sido com-
probada en el hombre. Se han realizado estudios que comprueban la impor-
tancia de esta sustancia química en la aparición de conductas violentas tanto
en individuos del sexo masculino como femenino. En el caso particular de los
hombres se han registrado elevados niveles de testosterona en individuos
con comportamientos antisociales graves (asesinos y violadores). Además se
ha comprobado que un determinante en la aparición de conductas impulsivas
y de riesgo en la adolescencia se corresponde con una sobreproducción de
esta hormona durante este periodo. En esta etapa, las chicas suelen sustituir
la agresión física directa por la agresión emocional indirecta (por ejemplo las
adolescentes comienzan a utilizar de forma intencional la ironía, el doble sen-
tido, la burla, etc. a la hora de rivalizar socialmente), mientras que los chicos
(en quienes se elevan considerablemente los niveles de T) suelen ser más
impacientes e irritables y tienden a emprender conductas de riesgo.
Este efecto sobre la conducta agresiva se debe fundamentalmente a que
la T participa activamente en nuestra sensibilidad a las recompensas (aumen-
tándola) y disminución del miedo como respuesta a los estímulos ambienta-
les.
No obstante, la testosterona no es la única hormona involucrada en el com-
portamiento violento. Los investigadores también han descubierto que una sus-
tancia denominada “Cortisol” (en lo adelante C) juega un rol fundamental.
El cortisol tiene un efecto opuesto al generado por la testosterona. Estudios
que se han realizado con individuos que presentan un trastorno antisocial de la
personalidad se ha demostrado una sensible disminución de esta hormona.
Algunas hipótesis sugieren que es la relación entre los niveles de T y C
la que mejor explica algunos comportamientos con elevadas manifestaciones
de violencia. De hecho, una particularidad del cortisol, es su capacidad para
reducir el efecto de la T, por lo cual la presencia de elevados niveles de C en
el organismo generaría un efecto contrario al que aparece cuando aumenta la
testosterona. Cuando se ha producido un aumento intencional de la testos-
terona en personas se ha observado una sensibilidad mayor para interpretar
Cerebro y violencia. Un acercamiento desde la neuropsicología 29

los rostros que presentan enojo, mientras que el efecto contrario se ha pro-
ducido al elevar los niveles de cortisol.
Todos estos resultados han aportado información valiosa para la com-
prensión integral de la violencia desde un punto de vista neurobiológico. Sin
embargo, todavía se está lejos de comprender cabalmente el papel de las
hormonas en este tipo de conducta social. Quizás una de las interrogantes
que requiere una respuesta en el futuro será la que relaciona el papel de la
biología y la influencia del medio social. De esta manera comprenderemos
mejor cómo nuestro contexto, y las experiencias que vivenciamos en él, mo-
dulan nuestra biología y viceversa.

Violencia y Neuropsicología
La Neuropsicología es una disciplina que se encuentra dentro del campo de
acción de la Psicología. Una de las áreas a la cual la neuropsicología ha dedi-
cado numerosas investigaciones es al estudio de la relación existente entre
la violencia y el funcionamiento cognitivo (p.e. inhibición de conductas, fle-
xibilidad mental, capacidad para planificar comportamientos, etc.). Particu-
larmente en los últimos años una categoría ha suscitado especial atención a
la hora de estudiar personas con alteraciones en su adaptación social. Bauti-
zadas como Funciones Ejecutivas (FE) el concepto agrupa un importante nú-
mero de funciones cognitivas relacionadas con la ejecución exitosa de tareas
novedosas para las cuales no poseemos alternativas de solución preconcebi-
das. Esto quiere decir que nuestras FE entran a jugar un rol fundamental en
aquellas situaciones con las cuales no estamos familiarizados y que requieren
de la elaboración de distintas alternativas de solución, la selección de un plan
de ejecución y, por último, la corrección de las dificultades que puedan en-
torpecer la adecuada resolución de la actividad.
Por ejemplo, en nuestra vida cotidiana salimos de compras y para ello
memorizamos un grupo de productos que necesitamos, de esta forma al
llegar al lugar donde pretendemos comprar los recordamos y comenzamos
a buscarlos (memoria de trabajo). Sin embargo, los productos no se encuen-
tran expuestos todos juntos y puede que varíe el precio y la calidad de un
vendedor a otro, por lo cual debemos trazar una estrategia que nos permita
comparar las ofertas y encontrar la mercancía que necesitamos (planificación
de acciones y flexibilidad mental). Para ello debemos ajustarnos a un tiempo
y un presupuesto por lo que no podemos distraernos en otras actividades ni
comprar otros productos no previstos aunque nos resulten atractivos (inhibi-
ción de conductas irrelevantes). Por último, seleccionamos la mercancía que
consideramos mejor atendiendo a su costo y calidad (toma de decisiones).
Como se observa en el ejemplo, las funciones ejecutivas juegan un
importante papel en nuestra adaptación activa al medio, permitiéndonos
la ejecución exitosa de actividades que implican tanto a nuestros procesos
cognitivos como afectivos. Las investigaciones han demostrado que estas ac-
30 Capítulo 2: ¿Qué nos dispone a la violencia? El cerebro que todos tenemos

tividades guardan relación con la corteza prefrontal de nuestro cerebro (fig.


3).

Figura 3: Corteza prefrontal del cerebro

El interés por el estudio de la corteza prefrontal se inició con un curioso


caso reportado por primera vez en 1868. En él se describía a un hombre
al que una barra de acero7 (Figura 4) le había destruido la corteza prefron-
tal izquierda. El accidentado, nombrado Phineas Gage, sobrevivió milagro-
samente, aunque su comportamiento posterior se vio afectado de manera
significativa. Anterior al trauma, Phineas era descrito como un hombre ama-
ble, cordial, respetuoso y persistente en el logro de sus metas personales.
Posterior a la tragedia su comportamiento se tornó impulsivo, se irritaba con
mucha facilidad, su lenguaje se tornó obsceno y mostraba interés por aque-
llas actividades que le brindaban satisfacción inmediata, evitando situaciones
que requerían esfuerzo y representaran beneficios a largo plazo. En sentido
general su conducta mostró indicios de inadaptabilidad social.

Figura 4: Posición de la barra de acero en el cráneo de Phineas Gage

7 La pieza de metal medía aproximadamente un metro y veinte centímetros de largo y tenía tres centímetros de espesor.
Cerebro y violencia. Un acercamiento desde la neuropsicología 31

Este ilustrativo caso despertó en la comunidad científica un gran interés


y encaminó un importante grupo de investigaciones posteriores. Actualmen-
te, gracias a los antecedentes descritos y los descubrimientos contemporá-
neos, se han establecido claros vínculos entre funcionamiento ejecutivo y el
comportamiento violento.
Estadísticamente se ha demostrado que las lesiones del lóbulo frontal
muestran una frecuencia significativamente mayor de conductas agresivas y
antisociales que cuando se dañan otras regiones del cerebro. Cuando las re-
giones prefrontales se afectan aparece deterioro en la intuición, el control de
los impulsos y la anticipación de consecuencias negativas; todas estas carac-
terísticas se asocian cotidianamente con la conducta antisocial.
Cuando las funciones ejecutivas no han alcanzado su completa madura-
ción suelen aparecer comportamientos que carecen de una adecuada planea-
ción de acuerdo a las exigencias del contexto social, además se afectan el uso
de eficientes estrategias de solución de problemas. Por esta razón cuando las
FE se encuentran todavía poco desarrolladas o presentan alteraciones a cau-
sa de accidentes u otras lesiones, suelen observarse conductas inmaduras, la
presencia de comportamientos impulsivos, agresividad, conductas riesgosas
y dificultad en la previsión de consecuencias negativas.
Algunas investigaciones demuestran que cuando aparecen dificultades
en alguno de los procesos ejecutivos, por ejemplo la flexibilidad mental o la
capacidad para inhibir conductas impulsivas, aparece un deterior en las habi-
lidades personales para la generación de alternativas de solución en situacio-
nes de conflicto que sean socialmente aceptables. De esta forma, disminuye
el número de estrategias adecuadas a las cuales tendrá acceso la persona que
debe solucionar la situación conflictiva.
Algunos investigadores han estudiado el funcionamiento cerebral en
personas con conductas de violencia extrema, como por ejemplo, los asesi-
nos. Utilizando las neuroimágenes se obtuvo como resultado que, asociado a
los pobres resultados en pruebas que evaluaban el funcionamiento ejecutivo,
aparecían bajos niveles de consumo de glucosa en las regiones frontales del
cerebro. Esto es significativo si mencionamos que los bajos niveles de glucosa
se relacionan con la pérdida del autocontrol, la impulsividad, incapacidad para
inhibir conductas inadecuadas y el pobre juicio social.
Otros estudios se han concentrado en la evaluación de aquellas fun-
ciones ejecutivas que son denominadas “calientes”, pues para su adecuado
desempeño necesitan no solo de los componentes cognitivos sino además de
las emociones y los afectos.
En este grupo se encuentra el proceso de toma de decisiones. Hace
algunos años, la mayor parte de los científicos trataban el tema de la toma de
decisiones como un proceso puramente racional. De acuerdo con esta pers-
pectiva las personas ante una situación de decisión debían analizar la situa-
ción, determinar las vías de solución, escoger una alternativa e implementarla
y posteriormente evaluar la eficiencia de la selección realizada. Sin embargo,
32 Capítulo 2: ¿Qué nos dispone a la violencia? El cerebro que todos tenemos

en ningún modelo se hacía mención al papel de las emociones durante el


proceso.
Hoy se reconoce que a la hora de tomar decisiones nuestros estados
afectivos son claves para optar por una u otra opción. De esta forma, si nos
encontramos optimistas y de buen estado de humor podemos disponer de
mayor cantidad de alternativas ante una situación de decisión, por el contra-
rio, si estamos tristes, deprimidos o ansiosos, nuestras decisiones se verán
afectadas de varias formas. Gracias al actuar conjunto de la neurología y la
neuropsicología se han determinado áreas cerebrales y funciones cognitivas
relacionadas con la toma de decisiones, los comportamientos violentos y la
influencia de las emociones en estos procesos.
Numerosos estudios han señalado que la región orbitofrontal (también
se le conoce como corteza ventromedial) del cerebro guarda una relación
estrecha con el proceso de toma de decisiones. Investigadores norteame-
ricanos han realizado estudios con personas que han sufrido alteraciones
de esta estructura, determinando que cuando se daña esta área la persona
presenta problemas para formarse evaluaciones sobre los resultados de sus
selecciones, su repercusión y consecuencias futuras de sus acciones.
Al mismo tiempo se han realizado experimentos donde las decisiones a
tomar implican riesgos, tanto a corto como a largo plazo y también ganancias
relacionadas. Algunos de estos estudios se han realizados con personas que
muestran elevados índices de violencia e impulsividad en su comportamien-
to. Los resultados han arrojado que las tendencias en las personas impulsivas
y agresivas se concentran en la búsqueda de elevadas ganancias a corto plazo
sin importar las consecuencias que implican este tipo de conducta. Este com-
portamiento no variaba con el aprendizaje durante la prueba, esto significa
que, aun cuando tenían conciencia de que su selección era desventajosa no
podían “inhibir” su impulso por ganar más.
Estas personas se compararon con individuos que no presentaban con-
ductas violentas, observándose que en el caso de estos últimos, la conducta
inicial se orientaba de la misma forma que el grupo de personas violentas.
La diferencia fundamental radicaba en que, durante la prueba se movían de
la estrategia desventajosa (ganar mucho en poco tiempo y perder mucho a
largo plazo) hacia el patrón ventajoso (ganar poco a corto plazo y mucho a
largo plazo).
Esto ocurría, entre otras cosas, porque durante el experimento las
personas no violentas “aprendían” de la situación, modificando su compor-
tamiento en función de las demandas del ambiente, haciendo su conducta
adaptable.
Los anteriores descubrimientos nos ayudan a comprender el papel de
los procesos neuropsicológicos en la aparición y desarrollo de comporta-
mientos violentos. Por esta razón actualmente se dedica un gran esfuerzo a
encontrar “marcadores cognitivos” que permitan la detección temprana de
personas con riesgo a presentar conductas violentas y, al mismo tiempo, de-
Cerebro y violencia. Un acercamiento desde la neuropsicología 33

sarrollar programas que permitan estimular comportamientos socialmente


adaptativos y favorezcan una adecuada inserción social de estos individuos.

A modo de resumen
A lo largo de este apartado se ha ofrecido un punto de vista alternativo sobre
la génesis y desarrollo de los comportamientos violentos. Este enfoque debe
entenderse como una explicación complementaria, que en ninguna medi-
da niega el papel jugado por el ambiente, la cultura y las relaciones sociales
como determinantes de la violencia en el mundo contemporáneo. Sin embar-
go, no aludir a los factores biológicos, cognitivos y neuropsicológicos a la hora
de explicar las conductas agresivas no ofrece más que una visión incompleta
de este complejo fenómeno.
Por esta razón, durante el recorrido realizado, se señaló la relación exis-
tente entre el insuficiente desarrollo del cerebro y la existencia de conductas
violentas en épocas primitivas. Se precisó además, el importante papel que
juegan algunas hormonas como la testosterona y el cortisol en las distintas
etapas de la vida y cómo su interrelación modula la conducta agresiva tanto
en mujeres como en hombres. Del mismo modo se destacó el rol de las fun-
ciones ejecutivas en el comportamiento agresivo. En cada caso se presentó
una correlación entre el funcionamiento de nuestro cerebro y el desarrollo
de la conducta violenta, mostrando una visión fundamentalmente neurobio-
lógica de la problemática.
Sin dudas, hoy se conoce mucho más sobre la génesis y desarrollo de los
comportamientos violentos en sus distintas formas de expresión. La investi-
gación desde disciplinas tan diversas como la neurobiología, neuropsicología,
psicología social, sociología, etc. nos ofrece en la actualidad una visión mucho
más completa sobre este fenómeno. Desde las causas socioambientales hasta
la afectación de estructuras cerebrales y procesos neurocognitivos, la ciencia
se encuentra en mejores condiciones para trazar estrategias que permitan
prevenir la ocurrencia de comportamientos violentos y, en su lugar, estimular
conductas socialmente aceptables. Quizás el mayor reto actual no se en-
cuentre en la utilización por separado de los hallazgos de cada área del saber,
sino en su integración para la obtención de formas realmente eficaces que
permitan afrontar la problemática.

Bibliografía8
Anderson, K. & Silver, J. (2002):*Violencia y Cerebro. En Enciclopedia del cere-
bro humano. Elsevier Science: Estados Unidos.

8 Los títulos originales en inglés han sido traducidos para una mejor comprensión por parte del lector y se señalan con un
asterisco (*).
34 Capítulo 2: ¿Qué nos dispone a la violencia? El cerebro que todos tenemos

Córcoles, M. A. A., García, A. V., & Saiz, J. C. B. (2008): La neuropsicología


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