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Andrés Albornoz B.

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Temáticas

GRADIVA

VIII
Número 1 - 2019
Revista de la Sociedad Chilena de Psicoanálisis
ICHPA

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Andrés Albornoz B.

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Temáticas

Indice

Editorial
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Temáticas
7
El dolor y el silencio del abuso sexual infantil
en los/ as niños /as de clase alta
Andrés Albornoz
9
Furor protegendi: las contradicciones
del exceso de protección en Chile
Andrés Beytía R.
19
El secuestro de la consciencia
en el abuso sexual
Natalia Roa V.
27
Desalucinación y replegamiento digital:
puntualizaciones sobre los videojuegos en la sesión analítica
Lucio Gutiérrez
37
Convergencia
49
Notas sobre la histórica violencia hacia la niñez
mapuche y la re(in)sistencia de la memoria
Claudia Curimil Hernández
51
Apuntes de Memoria
63
Nenas de papá. La relación
de los varones con sus hijas
Juan Carlos Volnovich
65

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Andrés Albornoz B.

Aperturas clínicas, una experiencia institucional


para el tratamiento de las psicosis en la infancia
José Ignacio Schilling R.
77
De Libros
83
El eco de sus historias - Sobre niños,
de María José Ferrada, ilustrado por Jorge Quien
Karen Bascuñán P.
85
El cuerpo en la experiencia psicoanalítica. Entre Freud,
Lacan y Winnicott - Un libro de Noemí Lustgarten de Canteros
Gonzalo López Musa
89
Autores
91
Difusión
95

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Temáticas

Editorial

– de oídas

hemos oído hablar al discurso generalizado que promueve el interés


superior de lxs niñxs, la mujer y la familia – el discurso de la no-vio-
lencia:

de oídas

hemos oído hablar también al silencio que devela el maltrato, la falla


en la protección, el abuso – la desaparición – de quienes siendo vulne-
rables, han sido, sino hundidos al menos sobrepasados.

Frente a tales acontecimientos, muchas veces, traumáticos aconteci-


mientos, cómo dar un rodeo con el pensamiento, de tal forma que se
pueda volver a abrir un campo a las preguntas del deseo, toda vez que
lo que queda es que hay pulsión y destinos de pulsión.

Con esas coordenadas comenzamos el primer número del año 2019.


Gradiva dedicada a “la infancia”, o más bien, como dijera Mistral, a
“las infancias”.

En TEMÁTICAS: Andrés Albornoz reflexiona en torno a los alcances


del privilegio socioeconómico y a las dificultades que conlleva trabajar
y proteger a lxs niñxs que han sido víctimas de abuso sexual y que
pertencen a la clase alta chilena; Andrés Beytía nos propone, en torno
al furor protegendi, pensar los efectos que podría tener la regulación
de la familia y la infancia por parte del Estado en la constitución psí-
quica de lxs niñxs; Natalia Roa, por la vía de la recuperación de una
conciencia secuestrada, nos invita a pensar en el silencio que guardan
las víctimas de abuso sexual y las posibilidades e imposibilidades de
su develamiento; y finalmente, contamos también con el texto de Lu-
cio Gutiérrez, quien se pregunta y propone pensar cómo y qué sucede
cuando la experiencia de los videojuegos ingresa a la sesión psicoa-
nalítica.

En CONVERGENCIA: Claudia Curimil, con sus notas, nos aproxima


a la infancia mapuche, específicamente, a la violencia que histórica-

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Andrés Albornoz B.
mente se ha dirigido a esa niñez, niñez que hoy, entre juegos y balas,
intenta hacerse un lugar entre perseguidores y perseguidos.

En APUNTES DE MEMORIA: Juan Carlos Volnovich, desde la intersec-


ción psicoanálisis y género, nos recuerda la dupla Freud-Anna y La-
can-Judith para aludir no solo a la parentalidad y las filicaciones, sino
también a las generaciones, y por qué no decirlo a la herencia de lo
que pudieran acoger hoy las instituciones que se dicen psicoanalíticas.

En ESPACIO INSTITUCIONAL: José Ignacio Schilling nos trae una ex-


periencia institucional para el tratamiento de la psicosis infantil y la
construcción de discursos que permitan instalar la posibilidad de la di-
versidad y con ello la creación de vínculos sociales, que en su conjunto
promuevan efectos terapéuticos.

Finalmente, en la sección DE LIBROS: Karen Bascuñán nos recuerda


el eco de las historias de los niños y niñas que ya no están, 34 niñxs
que fueron ejecutadxs o detenidxs desaparecidxs por la dictadura cí-
vico militar chilena; 34 poemas, 34 imágenes es el libro “niños”escrito
por María José Ferrada e ilustrado por Jorge Quien, es el libro insta-
lado en el silencio de estas vidas que llegan hasta hoy. Por su parte,
Gonzalo López nos invita a leer el libro de Noemí Lustgarten de Can-
teros “El cuerpo en la experiencia psicoanalítica. Entre Freud, Lacan y
Winnicott”, quien desde su experiencia clínica comparte lo que ha ido
pensando en torno a lo psicosomático, específicamente, a partir del
encuentro, tanto con los pacientes como con los distintos autores.

Comenzamos entonces, otra vez !

Carolina Pezoa C.
Directora, Revista Gradiva

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Temáticas

TEMÁTICAS

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Andrés Albornoz B.

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Temáticas

El dolor y el silencio del abuso sexual


infantil en los/as niños/as de clase alta
Andrés Albornoz B.
Resumen
El presente artículo muestra algunas puntualizaciones y comprensiones sobre las dificul-
tades, miedos, aprehensiones y angustias que pueden vivir los/as profesionales infanto-
juveniles cuando se enfrentan a la posibilidad de promover y realizar las acciones necesa-
rias para garantizar la protección frente al abuso sexual infantil en niños/as de clase alta.
Cuando el/la agresor/a pertenece a este segmento de privilegiados y se encuentra al interior
de la misma familia, tiende a promoverse con más facilidad el mantenimiento del secreto de
estas vulneraciones a través del miedo y el amedrentamiento, no solo hacia su víctima, sino
también hacia los profesionales que pudieran ser una red potencial de protección.

Palabras clave: violencia – maltrato Infantil – abuso sexual infantil – clase alta.

E
l psicoanálisis infantil, y particularmente la terapia en niños/as que
han sufrido abuso sexual, ha estado llena de controversias que pro-
vienen del entrecruzamiento de distintos discursos que se superpo-
nen a esta práctica clínica, tales como: el discurso jurídico, el médico, el
social y también los discursos psi (psiquiatría, psicología y psicoanálisis).
Así, como nos recuerda Jorge Volnovich (2002), “el abuso sexual infantil,
revela la conflictiva de las instituciones de las relaciones de parentesco, de
la justicia y de la psicología, permitiéndonos a la vez comprender los mo-
dos de subjetivación que, a partir de sus prácticas, legalizan y naturalizan
la condición humana” (p. 145).

A tal complejidad del fenómeno, se le agrega además que la clínica psicoa-


nalítica del abuso sexual infantil, desde sus inicios, se ha caracterizado
por un sin número de controversias que provienen desde la propia histo-
ria y el origen del mismo psicoanálisis, ya que como práctica clínica nace
íntimamente ligado a la noción de la veracidad sobre la existencia o no
de un posible abuso sexual infantil. No olvidemos que en los orígenes del
psicoanálisis se encuentra el abandono de la teoría de la seducción por el
de la fantasía, que ha permitido el desarrollo de una fecunda teoría sobre
el inconsciente, pero también lo anterior, ha significado que, en tales orí-
genes, muchas veces se haya podido considerar los recuerdos de abusos
sexuales realmente acontecidos, solo como fantasías de seducción creados
por los/as niños/as. Mostrando así, cómo los/as analistas pudiésemos
caer en el poder de lo instituido debido a los puntos ciegos de los orígenes
propios de nuestro quehacer.

A diferencia de los comienzos del psicoanálisis y el descubrimiento del in-


consciente hace más de 100 años atrás, hoy contamos con antecedentes
suficientes para volver al inicio de la teoría del trauma, sin por ello desacre-
ditar las contribuciones de la teoría de la fantasía histérica inconsciente;

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Andrés Albornoz B.

ya que los años han demostrado que la realidad del incesto, de los abusos
sexuales a temprana edad al interior del seno familiar, lamentablemente
son más frecuentes de lo que originalmente se pensaba. En la actualidad,
estamos conscientes de cómo la problemática del abuso sexual infantil se
diferencia en un punto central del cuerpo teórico clásico del psicoanálisis,
ya que responde a concebir y relevar la función de la realidad misma como
productora de patología, exigiendo con ello poder construir teoría sobre lo
anterior.

Numerosos son los autores/as que abordan el tema del abuso sexual in-
fantil desde una perspectiva psicoanalítica, teniendo todos/as como punto
de convergencia cómo en el abuso sexual infantil ocurre la instalación del
trauma en el psiquismo del sujeto vulnerado. Así, el abuso sexual infantil
representa una forma de violencia física, moral y psicológica y, por tanto,
una vulneración a los “derechos fundamentales” como la vida, la integri-
dad personal y el libre desarrollo de la personalidad del sujeto transgredi-
do (Pérez y Polo, 2009). Es un fenómeno complejo que se inserta dentro de
la tipología del maltrato infantil, que se relaciona con el abuso de poder y
las diferencias que existen entre un individuo adulto y un infante. Donde
el adulto tiene más poder que el/la niño/a y que, en uso de tal desigual-
dad, usa tal poder para ocasionar su control y goce sexual a través del ava-
sallamiento y el sometimiento de este, pudiendo ocasionar un severo daño.

Como menciona Horacio Foladori, en su texto: “Violencia. La institución


del maltrato” (2004), donde explica cómo la violencia que sucede entre su-
jetos de cultura, a diferencia de la agresión, se caracteriza por ser aquella
situación donde la víctima no puede eludir la acción del victimario. Como
dice: “La violencia responde a una situación en la que los participantes
no se encuentran en el mismo plano estructural, desde la perspectiva del
lugar social que ocupan. La violencia supone un desfase entre los invo-
lucrados ya que uno ejerce un poder sobre otro. Pero dicho poder no es
físico, sino que tiene que ver con un determinado lugar; en las relaciones
sociales” (pp. 4-5).

Así, nos encontramos con el abuso sexual infantil, como una violenta
intromisión que irrumpe sorpresivamente sobre el cuerpo y la subjetividad
del niño/a. Tal violencia sexual, nos exige poder pensar las vicisitudes del
poder y la desigualdad en que se encuentran los/as niños/as en nuestra
cultura, siendo necesario considerar no solo a los actores que están in-
volucrados en el problema sino también al contexto socialcultural en que
esto ocurre. En tal problemática existe una importante desigualdad para
la protección de los niños/as de clase alta que releva no la mayor o menor
emergencia del fenómeno, sino más bien la posibilidad de poder brindar
la protección necesaria que permita romper con tales dinámicas e instalar
posteriormente un proceso de restitución y superación del daño asociado.

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Temáticas

En consideración, una de las variables más determinantes de las diferen-


cias y desigualdades de poder que existen en nuestra cultura, responde
a la enorme desigualdad socioeconómica y cultural que existe en nuestra
sociedad y que determina las diferentes clases sociales o segmentos de la
población. La sociedad chilena desde sus orígenes se ha caracterizado por
presentar una composición social discontinua, liderada por una clase alta
o privilegiada que impone relaciones jerárquicas entre la población. La es-
tructura económica distingue la posición de privilegio en las que se desen-
vuelven los individuos, a partir de su vínculo con los medios de producción
y las relaciones sociales de producción en las que se encuentran inmersos.
En nuestro país existe una elite que corresponde a una minoría selecta
que posee las mayores cuotas de poder que comprende al espectro de la
población identificado con la categoría socioeconómica hoy conocida como
ABC1.

Estrato social económicamente privilegiado y distanciado del resto de la


población por la tenencia de más de un tercio de los ingresos autónomos
del país, como nos indica la Encuesta de Caracterización Socioeconómica
Nacional (Casen, 2015): tiene como origen una ascendencia vasca-euro-
pea, es percibido como parte de los segmentos más favorecidos de la so-
ciedad (Núñez y Pérez, 2007) y utiliza la exclusiva “avenida del liderazgo”,
donde tales niños/as se matriculan en exclusivos colegios y universidades
del país por donde recorren los líderes corporativos de la nación, como nos
indica la revista Capital (2003). Así, es evidente que existe en Chile un seg-
mento de la población altamente privilegiado y poderoso económicamente
que, a pesar de no exponerse públicamente, ha establecido mecanismos
de influencia y distinción que les han posibilitado mantener sus recursos
y prestigio social a lo largo del tiempo.

Tales desigualdades socioeconómicas facilitarían el fomento de mayores


mecanismos de dominio en los casos donde se pudiera presentar un abuso
sexual infantil al interior de estas familias. De esta manera, la influencia
y el poder de un agresor/a correspondiente a este segmento de privilegia-
dos promovería con más facilidad el mantenimiento del secreto de estas
vulneraciones a través del miedo y el amedrentamiento, no solo hacia su
víctima sino también hacia los adultos que pudieran ser una red potencial
de protección para el/la niño/a.

En este punto es importante reconocer que las manifestaciones de poder se


han diversificado y han adoptado nuevas formas de dominio. De hecho, el
poder no se expresa solo por medio de la riqueza en términos económicos,
sean estos el ingreso, el acceso al capital o el empleo, sino también los
campos de la educación, el poder político que, a través del capital cultural
y social, otorga más recursos y habilidades a unos más que a otros.

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Ahora, no hay duda de que son los/as niños/as de las segmentos menos
privilegiados los que se encuentran más desprovistos/as para acceder a
distintos bienes y servicios, a diferencia de los/as niños/as comúnmente
llamados de clase alta. Sin embargo, la desigualdad es completamente in-
versa en lo que se refiere a la protección del abuso sexual infantil cuando
es al interior de la familia. Lo anterior es debido a que los/as niños/as pro-
venientes de familias pobres, al estar siendo objeto del control del estado,
tienen garantizados determinados derechos que los protegen de posibles
vulneraciones cuando estas provienen del interior de su familia; no así
con los/as niños/as que viven en familias ricas y poderosas, donde tales
derechos quedan fácilmente privatizados al arbitrio y responsabilidad de
los cuidados de sus padres.

Tal realidad sociocultural desigual de nuestro país, resulta evidente en


relación a la salud y la educación, ya que somos testigos de cómo algunos
de los derechos de los/as niños/as se han privatizado para aquellos que
tienen la suerte de tener padres cuidadosos/as y que tienen los recur-
sos para pagar por ello. En la lógica de la propiedad privada y del poder
económico propio del mercado, los/as niños/as de clase alta quedarían
más expuestos al silencio y a la invisibilizacion de posibles vulneraciones
de derechos al interior de sus familias, ya que al tener sus padres más
recursos económicos y de capital social, existirían mayores facilidades y
libertades para que estos padres maltratadores y poderosos puedan man-
tener tales vulneraciones en la privacidad de seno familiar.

Sucede entonces que la visibilizacion del abuso sexual infantil constituye


una de las cuestiones más intrigantes de las últimas décadas del siglo pa-
sado, en la medida en que en ha operado una negación a su universalidad
social, ya que no está reducida a las clases menos favorecidas, sino que
abarca a todas las clases sociales. En este terreno, ricos y pobres se en-
cuentran en igualdad de condiciones. Sin embargo, lo que suele ocurrir, es
que todas las formas de maltrato infantil se detectan en mayor proporción
en familias de niveles socioeconómicos más bajos. Como explica Irene In-
tebi (1998) “es importante destacar que una cosa es la detección y otra
muy diferente es la ocurrencia de los hechos: el abuso sexual se produce
en todos los niveles sociales, pero existe mayor dificultad de diagnosticar e
intervenir en familias de clase media y alta” (p. 26).

Esta desigualdad va acompañada frecuentemente de afectos concomitan-


tes en las personas que pudieran haber sido testigos de posibles indica-
dores de tales vulneraciones. Así, el miedo hacia un agresor/a poderoso
e influyente social y económicamente, suele tomar más fuerza y, frente a
la duda, minimizar o incluso negar los hechos para promover y realizar
las acciones necesarias que garanticen la protección de estos/as niños/
as. Tales dinámicas defensivas son facilitadas no solo por el poder mismo

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Temáticas

del/la agresor/a con sus recursos e influencias, sino también por nuestra
sujeción a determinantes culturales que se encuentran presentes no solo
en nuestro ambiente, sino también en nuestra subjetividad.

Los profesionales que suelen trabajar con fenómenos de violencia en la


infancia, generalmente lo realizan en instituciones públicas o privadas que
prestan servicio al estado. Instituciones con equipos multidiciplinarios
que prestan servicio a la población de manera gratuita, ya que son centros
donde asisten las familias de menores recursos, y donde muchas veces la
detección se origina gracias a otras instituciones públicas intervinientes,
ya que muchas veces las familias consultan por otros motivos que no ne-
cesariamente están ligados al abuso propiamente tal.

Es así como los niños/as que llegan a los Centros de Evaluación para
la Protección de la Infancia (OPD), Programas de Reparación en Maltra-
to Grave y Abuso Sexual Infantil (PRM) y a sus distintas instituciones
especializadas en la evaluación y reparación de posibles vulneraciones,
ingresan a estos centros habiendo sido derivados por otras instituciones
de la red de atención, como son los consultorios u hospitales. Aquí nue-
vamente somos testigos de la desigualdad que deja más desprotegidos a
los niños de clase alta, ya que el estado brinda como primera línea una
red de atención para la protección de la infancia vulnerada a través de sus
centros de evaluación para la protección de la infancia y centros especiali-
zados instalados en distintas comunas del territorio nacional.

Ahora, más allá de conocer las enormes dificultades que presentan tales
instituciones para poder realizar esta difícil labor, no deja de ser curioso
cómo estas instituciones no existen en algunas comunas del sector orien-
te de nuestra capital, entre ellas, Vitacura, Las Condes y Lo Barnechea,
según el catastro del Sename en su pagina web (Sename, Julio, 2018).

Los/as niños/as provenientes de familias de ingresos socioeconómicos al-


tos que viven en las comunas más ricas de nuestro país, solo consultan
en la red de asistencia de instituciones privadas, lo que determina que la
atención sea costeada y sostenida por quien pudiera ser la misma persona
que lo/a está vulnerando al interior de su familia y que no va a querer ex-
poner al niño/a a posibles evaluaciones que pudieran develar la situación
que está ocurriendo. De igual manera, los recursos económicos y capi-
tal social-cultural permiten poder elegir y evitar determinados centros y
profesionales de atención privada que pudieran romper con la dinámica
abusiva.

Ahora, sabemos que existe una normativa vigente que determina la obli-
gación de denunciar para los funcionarios/as de todas las instituciones
públicas y privadas de salud que pudieran tener conocimiento de una

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Andrés Albornoz B.

vulneración de derechos, siendo relevante destacar que no realizar dichas


acciones que procuren la protección del niño/a es sancionado por la ley.
Además de existir razones sociales y éticas que hacen responsables a to-
dos los ciudadanos y ciudadanas por la protección hacia la infancia. Y más
allá de las múltiples razones frente a este complejo y sistémico tema, desde
un punto de vista clínico, aparecen también razones culturales de des-
igualdad de poder, que se manifiestan a través de mecanismos de dominio
que penetran los espacios más íntimos de la subjetividad y que alimentan
el miedo a intervenir en tales vulneraciones.

Lo anterior, es un ejemplo más de cómo lo social se encuentra encar-


nado en lo subjetivo, no como una simple dependencia externa hacia el
ambiente, sino como un producto histórico presente en las contradiccio-
nes e implicaciones propias de nuestra subjetividad. Como explica Leon
Rozitchner (2003): “es el propio cuerpo personal el lugar donde el debate
histórico plantea su contradicción, que será por lo tanto contradicción
vivida, contradicción histórica subjetivizada, convertida en destino perso-
nal” (p. 30).

Coherente como lo expresa Irene Intebi, lamentablemente, la realidad


a nivel privado por donde transitan las familias de mejores recursos
socioeconómicos, la detección de cualquier forma de maltrato infantil re-
presenta un mal negocio: implica la pérdida de alumnos regulares en una
escuela privada, pacientes en la consulta o en la clínica, quienes son los
que pagan la consulta (1998). Estas razones, no sin vergüenza y pesar,
se suelen escuchar sobre el miedo a las represalias que el/la agresor/a
de clase alta pudiera cometer gracias a sus mayores recursos, poder e
influencias. Una de ellas suele ser la amenasa y amedrentamiento que ve-
ladamente propinan estos agresores/as con abogados y asesores legales,
para así ejercer su influencia y promover la mantención del secreto. Tales
temores se suelen sustentar en fantasías persecutorias que se alimentan
sobre la dificultad que existe para poder llegar a penalizar el abuso sexual
infantil, ya que es sabido que este delito suele ser difícil de investigar para
llegar a constituir una verdad jurídica, porque muchas veces no deja hue-
llas visibles y ocurre con la ausencia de testigos que constituyan pruebas
suficientes para los tribunales de Justicia.

Ahora, la experiencia clínica muestra que estas amenazas de demanda, en


general no se concretizan, porque, de hecho, es la misma ley la que posi-
bilita que, frente a la denuncia de un presunto abuso sexual infantil, la
acusación se realice contra quien resulte responsable o quien corresponda
investigar según el relato del niño/a. Así se supedita el interés superior del
niño/a como principio fundamental, iniciando un proceso de investigación
para que sean los tribunales de justicia los responsables de verificar la cre-
dibilidad o no de los hechos. O sea, como profesionales, la ley nos ampara

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Temáticas

para que frente al riesgo de que el niño/a pudiera estar siendo vulnerado
gravemente en sus derechos, se realicen las acciones que aseguren su
protección.

De igual manera, otro de los temores y dificultades que suele aparecer, co-
rresponde a cómo en algunas instituciones no es el director de esta quien
realiza la denuncia, sino que se incita a que sea el mismo profesional quien
la realice, existiendo una clara negligencia en la protección y garantía que
las instituciones pudieran prestar para con sus profesionales trabajado-
res. Se trata entonces de abusos de poder y vulneraciones que pudieran
dejar no solo/a al/la niño/a vulnerado/a en la soledad y en silencio frente
al abuso, sino también frente a los mismos profesionales que no encuen-
tran en sus instituciones el apoyo que exige la ley.

Finalmente, es una ironía que los niños provenientes de familias de in-


gresos socioeconómicos altos estén más vulnerables que los niños/as de
familias de clases más bajas frente al abuso sexual infantil cuando ocurre
al interior de sus familias. Ya que, si bien, tienen mejor calidad de vida,
sus pedidos de auxilio podrían ser los menos escuchados.

Es sabido y somos testigos de cómo a través del sufrimiento de nuestros


pacientes en la consulta particular, las situaciones de maltrato y agresio-
nes sexuales en la infancia ocurren también en las clases sociales acomo-
dadas y cómo lamentablemente los niños/as de clases sociales altas son lo
más desprotegidos frente a esta realidad, al operar un blindaje y blanquea-
miento familiar propio del conservadurismo y mantención del prestigio de
nuestra clase social más acomodada. Somos testigos de cómo el poder y
la violencia en una lógica del mercado otorga mayores facilidades y recur-
sos a los/as agresores/as para ejercer sus amenazas, amedrentamientos
e influencias; testigos de las vicisitudes y contradicciones vividas en la
implicación personal donde lo social se vive en carne propia a través del
miedo y el silencio que despiertan inquietudes y dilemas éticos que expone
todavía más a los profesionales que pudieran encontrarse con estas vulne-
raciones en el mundo privado.

Cómo entonces poder generar un cambio para la protección de todos los


niños/as respecto al abuso sexual infantil al interior de sus familias,
más allá de sus ingresos socioeconómicos? Ciertamente, nosotros los
psicólogos/as, psiquiatras, pediatras, neurólogos o psicoanalistas no se-
remos los que podamos generar un cambio social; este, más bien se logra
a través de las políticas públicas. Sin embargo, si a través de nuestras
agrupaciones como profesionales organizados en nuestras instituciones
civiles y con una red solidaria de apoyo en nuestras consultas particu-
lares, estando conscientes de nuestra implicación personal, podemos en
el pequeño y humilde espacio que compartimos en la vida de nuestros

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pacientes, ser parte de una red de cuidado hacia los niños/as junto a la
políticas públicas, donde no sean solo los padres, sino todos/as los/as
adultos que estamos alrededor de él/ella, los garantes de protección para
su desarrollo suficientemente bueno.

Al respecto, es necesario destacar cómo el analista y la ética propia del


psicoanálisis, no debe olvidar que no puede alinearse con la moral civiliza-
da, puesto que esta moral es generadora de síntomas en el paciente, pero
tampoco puede adoptar un enfoque opuesto que lo tolere todo, como ocu-
rre con vulneraciones tan graves como es el abuso sexual infantil, donde lo
que más contribuye al trauma es el silenciamiento y la falla de terceros que
operen como figuras de protección, lo que aumenta el dolor y la soledad de
los/as niños/as.

Finalmente, en lo traumático del abuso sexual infantil, la historia deja


sus marcas. Tal dinámica exige, como explica Françoise Davoine y Jean–
Max Gaudillière (1998), refiriéndose a la posición del analista en casos de
pacientes que han sufrido severos traumas: “El analista debe soportar el
contacto, si se queda detrás, si queda neutro, no pasa nada, pueden pasar
veinte años, así, tranquilamente y no pasa nada. (...) El trauma –y digo
bien, el trauma, y no el traumatizado– llega con la proposición del discurso
analítico. Y algunas veces el analista puede convertirse en el otro de ese
lazo social, y a veces no puede” (s/p) .

NO tengamos miedo y convirtámonos en los garantes de protección cuan-


do seamos testigos de posibles vulneraciones en nuestros pacientes.

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Temáticas
Referencias

(2003) “Las 10 verdades sobre la formación de la elite empresarial chilena”. Revis-


ta Capital Nr. 108.

Casen (2006) Resultados disponibles en: http://www.mideplan.cl/casen/

Foladori, H. (2004) “Violencia: La institución del maltrato”. Gradiva. No 1. Revista


de la Sociedad Chilena de Psicoanalisis. Santiago: Ichpa Nº 1.

Gaudilliere J-M, Davoine F. (s/a) “Seminario El discurso analítico del trauma”.


Extraido en: http://royalcaute.blogspot.com/2008/10/seminario-el-discurso-
analtico-del.html

Intebi I. (2012) Abuso Sexual en las Mejores Familias. Ediciones: Granica.

Núñez, J. y Pérez, G. (2007) “Dime cómo te llamas y te diré quién eres”: la Ascen-
dencia como mecanismo de diferenciación social en Chile. Publicación Académica,
Facultad de Economía y Negocios, Universidad de Chile.

Rozitchner, L. (1972) Freud y los límites del individualismo burgués. México: Siglo
XXI.

Servicion Nacional de Menores. Sename (2018) “Direcciones Oficinas de


protección de Derechos OPD”. Extraido en: http://www.sename.cl/web/direccio-
nes-oficinas- proteccion-derechos-opd/

Volnovich, J. Compilador (2002) Abuso Sexual en la infancia. Buenos Aires: Gru-


po Editorial Lumen.

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Andrés Albornoz B.

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Andrés Albornoz B.

Furor protegendi: las contradicciones


del exceso de protección en Chile1
Andrés Beytía R.

Resumen
En las páginas que siguen intentaré evocar algunas reflexiones en torno a dos problemáticas
culturales que han agudizado su presencia en Chile: la migración, la violencia intrafamiliar y
las llamadas medidas de protección de derechos. Se presentará una viñeta clínica que puede
ser abordada desde ambas perspectivas, aunque hoy la abordaremos casi exclusivamente
por el lado de las medidas de protección.

Palabras clave: violencia intrafamiliar – psicoanálisis y migraciones – psicoanálisis e


instituciones – violencia de Estado.

M
uy tempranamente los psicoanalistas fuimos advertidos de lo im-
procedente del furor sanandi como actitud frente a nuestro que-
hacer clínico (Freud, 1915[1914]). Hoy quisiera referir otro tipo de
fanatismo al que, si me permiten la expresión, llamaré furor protegendi.
Esta nueva expresión del furor estaría impregnando la intervención judi-
cial de las familias en Chile y además la práctica psicoterapéutica en ins-
tituciones de salud pública. No se trata de poner en entredicho la impor-
tancia de la protección, sino de cuestionar sus formas exaltadas, fanáticas
y vehementes que, paradójicamente, arrojan a los sujetos a situaciones de
desamparo psíquico, retiro brusco de montos de investiduras y, en su pa-
roxismo, desinvestidura libidinal. Me parece que el tema es especialmente
pertinente para pensar ciertas formas extremas de la violencia asociada al
furor protegendi, tales como la crisis develada en relación a los centros del
SENAME2 o ciertas prácticas asociadas que Matías Marchant (2014) ha
denominado secuestro filantrópico no deseado. Sin embargo, hoy quisiera
apuntar hacia aquellas formas más extendidas y normalizadas de este fu-
ror, bajo la forma de institucionalizaciones ambulatorias que pueden estar
teniendo un importante impacto social en la configuración de las familias
y en la constitución psíquica.

Quisiera hacer una breve referencia al desarrollo de algunas de nuestras


instituciones. Desde comienzos de la década de los 90, cuando Chile ra-
tificó la Convención sobre los Derechos del Niño, se adquirieron ciertos
compromisos en relación a la infancia y juventud. Un año después se creó
el SERNAM, organismo que hasta el día de hoy tiene una amplia influen-
1 Este trabajo fue presentado en la Jornada “La responsabilidad política del analista: el im-
pacto en la escena clínica”, llevada a cabo el 25 de noviembre de 2017, organizada por el Gru-
po de Investigación Cultura y Psicoanálisis, de la Sociedad Chilena de Psicoanálisis-Ichpa.
En esta ocasión se ha mantenido el estilo característico de la presentación oral original.
2 Crisis permanente que, por lo demás, aparece cada cierto tiempo hasta que conseguimos

velarla nuevamente.

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Temáticas

cia en cuanto a la familia, la violencia intrafamiliar y las posibilidades de


maternaje en nuestro territorio. Finalmente, en el año 2004 se crearon los
Tribunales de Familia y un año después entró en vigencia la Ley de Violen-
cia Intrafamiliar. Estos movimientos institucionales han derivado en que
la familia ha sido abierta a la intervención de un Estado que, en su dis-
curso, promueve el interés superior del niño, la mujer o la familia, y una
ideología de la no violencia. Al respecto, me parece importante destacar
que si bien el nuevo marco legal intenta promover la disminución de la vio-
lencia excesiva en el contexto familiar –tarea que en algunos casos cumple
con cierta eficacia–, por otro lado, abre posibilidades a un nuevo campo
de actividades para el ejercicio de la violencia de Estado. En este contexto,
quisiera referirme específicamente a las medidas de protección o medidas
cautelares establecidas en la ley de tribunales de familia (Ley 19.968), que
constituyen una práctica legal, y permiten y obligan a los jueces de familia
a ejercer acciones desde el momento mismo en que se realiza la denuncia
ante una posible vulneración de derecho de un niño o violencia intrafami-
liar. Estas medidas implican, entre otras cosas, dónde y con quiénes viven
las personas, o quiénes pueden acercarse entre sí (en las viviendas, los
lugares de estudio o de trabajo). Esta obligación del juez se inscribe en un
contexto en que las instituciones de salud y educativas, entre otras, tienen
el deber de realizar una denuncia cuando se tenga la sospecha de que un
niño, niña o adolescente pueda estar siendo vulnerado/a en sus derechos
y, específicamente, en caso de violencia intrafamiliar.

El ejercicio de las medidas de protección en un sistema legal altamente


demandado, que pierde las capacidades y la paciencia para apreciar la
particularidad de cada situación, ha derivado en circuitos heurísticos y
masivos en que, por un lado, muchas personas (educadores de párvulo,
profesores, vecinos, profesionales de la salud, etc.) se ven obligadas a rea-
lizar una denuncia y, por el otro, el juez toma inmediatamente algunas
medidas de protección antes de realizar la investigación que lleve a juicio
(el cual, en muchas circunstancias no se realiza). Este furor protegendi,
establece un circuito de prejuicios que van a teñir el desarrollo de la causa
y tenderán a ser confirmados. Lo podemos apreciar claramente en dife-
rentes modos de intervención, los que van desde las institucionalización
concreta (internación en hogares protegidos de la red SENAME) hasta mo-
dos más sutiles y masivos de institucionalizaciones ambulatorias, como la
separación temporal o definitiva de miembros del grupo familiar, el cambio
de tutoría legal o la asistencia de los padres a programas ambulatorios de
mejoramiento de sus “habilidades parentales”, entre otros. Muchas fami-
lias entran así —de un modo que recuerda mucho El Proceso de Kafka— a
un sistema prejuicioso, clasista y difícil de comprender, del que les costará
mucho salir, y frente al cual no pueden defenderse por la ausencia de in-
formación o falta de medios económicos necesarios para llevar el proceso.

20
Andrés Albornoz
Andrés Beytía B.
R.

Al respecto, quisiera compartir la situación clínica de una mujer de 41


años que llamaré Susana, quien, al momento de recibirla en un COSAM3,
llevaba ocho años residiendo en Chile y con la que realicé una recepción
psicológica que se extendió durante tres meses. Desde luego, los datos per-
sonales han sido modificados para resguardar la identidad de la paciente.

Susana fue derivada por una orden judicial debido a una denuncia por
violencia intrafamiliar tras haberle dado una cachetada a la menor de sus
hijas, de cuatro años de edad. La denuncia fue realizada por el padre de
tres de sus hijos, de siete, seis y cuatro años (un hijo mayor, de 19 años,
vivía con la mamá de Susana en Colombia, su país de origen). Mi primer
encuentro con ella fue francamente sorprendente: resulta que cursaba 22
semanas de un embarazo de alto riesgo, elemento no consignado ni consi-
derado durante el juicio. Me relató –con la presencia de elementos culpo-
sos sádicos y persecutorios– que vino a Chile escapando de una relación
de pareja violenta, en búsqueda de mejores alternativas laborales y que
acá conoció al padre de sus hijos menores. Vivió con él durante los cuatro
primeros años que estuvo en Chile, pero mientras estaba embarazada de
su hija menor (la de la cachetada) él se habría ido a vivir con otra mujer.
Desde ese momento, él continuó frecuentando libremente la casa de Susa-
na (de la que tenía llaves), se quedaba a dormir con ella algunos días a la
semana, la celaba con los vecinos y aportaba algo a la economía del hogar;
todo esto mientras vivía “oficialmente” y tenía hijos con su otra mujer. Al
respecto, Susana señaló en la segunda entrevista: “no sé cómo he aguan-
tado todo esto, pero no hay nadie más, sin él me quedo sola con los niños
y no podría”. Me contó que cuando se enteró de su último embarazo quiso
tomarse vacaciones y viajar a Colombia con sus tres hijos menores con la
intención de poder realizarse un aborto y pasar las vacaciones de verano
con su propia madre. El padre de los niños puso en duda su paternidad
con respecto al nonato y, además, no autorizó el viaje de sus hijos. Por
este motivo, Susana decidió renunciar a su trabajo, dejar a sus hijos pro-
visionalmente con el padre y viajar sola, permaneciendo un mes y medio
en la casa de su madre. Sin embargo, en su país natal se encontró con
dos situaciones: su hijo mayor le contó que iba a ser padre y su propia
madre se esforzó intensamente por convencerla de no abortar. Susana
señaló que estos dos motivos la llevaron a cambiar de decisión, continuar
con el embarazo y proyectar hacerse cargo del bebé. Al retornar a Chile se
encontró con presiones económicas por parte del padre de sus hijos (dejó
de aportarle económicamente) y comenzó una infructuosa búsqueda de
trabajo estando embarazada, sintiéndose cada vez más presionada. Fue en
este período que, durante una situación cotidiana en que su hija menor no
quería comer, ella le dio la cachetada (conducta que reporta como extraor-
3Los COSAM (Centro de Salud Mental) son consultorios especializados en atenciones am-
bulatorias del nivel secundario (de mediana y alta complejidad) que forman parte del siste-
ma público de salud en Chile.

21
Temáticas

dinaria en sí misma). El padre, al enterarse de esto por el relato de la niña,


decidió realizar una denuncia, la cual fue acogida. Durante la primera y
breve audiencia, el viaje de Susana fue significado como un “abandono
temporal de sus hijos, cosa que ya habría realizado anteriormente con un
hijo mayor” y la declarada intención de abortar habría sido tomada como
soporte de la categoría de inhabilidad parental. La decisión judicial fue so-
licitar el alejamiento de Susana de sus tres hijos menores, cuya custodia
fue entregada al padre, y asistir a un proceso terapéutico de “evaluación
psicológica y mejoramiento de habilidades parentales”4. Al momento de
consultar, Susana tenía casi cinco meses de embarazo, estaba sin trabajo,
casi sin dinero, sin vivienda y pernoctando “por el momento en el taller
mecánico donde trabaja él” [el padre de sus hijos].

Inicialmente la situación de Susana me era muy difícil de entender, sobre


todo por el lugar en que era dejada tanto por el padre de sus hijos como
por el sistema judicial, lugar aceptado con cierta resignación por parte de
ella. Yo me preguntaba: ¿qué justifica que un juez sancione de este modo
la conducta de una madre embarazada y la separe de sus hijos?; ¿qué
puedo aportar, en tanto analista, en una situación como esta?; ¿en qué
sentido las medidas tomadas tienden a proteger a alguien, ya sea a Susa-
na, a sus hijos o a la criatura que se está gestando?

Comenzamos a trabajar muy concretamente en un ámbito cercano al de la


necesidad, en el que abordamos temas de vivienda, alimentación y salud,
además de la situación en que estaban sus hijos, donde decidí desplegar
una cierta técnica activa que no la inutilizara, dando información de redes
y discutiendo posibles soluciones a ciertos problemas concretos. En esta
misma línea, al poco tiempo envié una carta al tribunal señalando que con-
sideraba que psíquicamente no estaba impedida para cuidar a sus hijos.
Mientras tanto, en paralelo, se abría un campo a las preguntas del deseo
en torno a sus hijos, los padres en su vida, su madre y su embarazo. Es
ahí donde una escucha abierta al despliegue del saber inconsciente, que
suspende los juicios rápidos, permitió que nos fuéramos encontrando con
algo novedoso en la repetición y que Susana se fuera sintiendo contenida.
Se fueron estableciendo puentes deseantes en su historia, correlativos al
ejercicio de una neutralidad en la escucha, muy cercana aquí a la noción
de respeto. Así, fueron apareciendo los determinantes de su migración, los
conflictos psíquicos implicados, lo horroroso de encontrarse en un nuevo
país con una violencia de la que quería escapar y, desde ahí, las preguntas
acerca de su implicación subjetiva en su padecer. Conversamos acerca
del valor que podía tener su interés de viajar a ver a su madre en esas cir-
cunstancias y de su deseo conflictivo de ser madre. Pudo hablar de su hija

4 Estas dos últimas citas corresponden al informe judicial con el que se presentó al COSAM.

22
Andrés
Andrés Beytía B.
Albornoz R.

de cuatro años (la única hija mujer), de su amor y odio en relación a ella.
Esta viñeta clínica nos servirá para interrogarnos en torno a los efectos de
la regulación de la familia y la infancia por parte del Estado en la constitu-
ción psíquica de los niños que habitan el territorio chileno, centrándonos
en el uso que se está haciendo de las llamadas medidas de protección y
medidas cautelares.

Ahora, aun con el riesgo de resultar muy esquemático, valdría la pena es-
bozar tres situaciones frecuentes que se dan en el ámbito de las institucio-
nalizaciones ambulatorias: 1) Alguno de los progenitores o cuidadores es
alejado; 2) Los padres, o alguno de ellos, son derivados a una institución
para trabajar sus “habilidades parentales” o su “descontrol de impulsos”;
3) Los padres son obligados a llevar a sus hijos a programas de reparación.
Desde luego, estas tres situaciones no son excluyentes y habitualmente se
observan una junto a las otras.

Si pensamos estas situaciones, psicoanalíticamente se nos hace evidente


que la intervención del Estado, al afectar a los miembros del espacio fa-
miliar, genera un cambio en ese microambiente social (Aulagnier, 1977).
Estos cambios y sus respectivos motivos son –para estos funcionamientos
institucionales– entendidos en términos conductuales, es decir, se descri-
ben golpes o gritos, lo que alguien hizo o dejó de hacer, y se indica ir o no ir
a determinados lugares. Lo que no se considera en ningún lado –inclusive
en muchas modalidades terapéuticas y hasta algunas orientadas psicoa-
nalíticamente– son los delicados movimientos libidinales expresados en el
conflicto, la fusión de los elementos libidinales y agresivos, las compleji-
dades del sadismo y el masoquismo como componentes ineludibles de la
pulsión, o la relevancia de los complejos de Edipo y castración en estas
tramas. Por el contrario, tenemos, irónicamente, el imperativo de actuar
rápido para frenar conductas impulsivas.

Volvamos al caso: una niña de cuatro años está en conflicto con su ma-
dre embarazada, no quiere recibir comida por parte de ella, recibe una
agresión por parte de la madre y la acusa con el padre. Esto, con algunas
modificaciones, es más o menos lo que ocurre en muchas familias y forma
parte de lo más cotidiano de nuestro trabajo con las tramas edípicas. Lo
insólito es que el Estado considere que lo más acertado sería apartar a la
madre de la hija y dejarla con el padre, cosa que, aun sin haber conoci-
do directamente a la niña, parece una intervención brusca y violenta en
la trama edípica, en tanto puede aportar la sensación de omnipotencia,
cristalizar ciertas formas patológicas de las identificaciones y también de
la culpa, o confundir perjudicialmente el ámbito del deseo inconsciente
con el de la realidad. No sabemos mucho del padre de los hijos de Susana,
quien, hasta lo que pude saber, no era violento físicamente, pero pareciera
que no vacilaba en desplegar su violencia particularmente cuando Susana

23
Temáticas

estaba embarazada e iba a tener una hija, o si pensaba que el padre era
otro. También tenemos a Susana, ligada masoquistamente al hombre, el
padre de su hija, que se debate entre la sexualidad y la autoconservación
al momento de estar embarazada, que busca viajar a Colombia para estar
cerca de su propia madre y su primer hijo –podríamos pensar acerca de los
orígenes del deseo– e intentar así resolver qué hacer ahora con su deseo de
hijo. Y están los otros personajes, los menos considerados, los dos niños
de siete y seis años, participantes invisibilizados y olvidados de la trama,
y, finalmente, un ser humano en gestación.
Con respecto a este último, el bebé en gestación, me interesa traer algu-
nos planteamientos de Piera Aulagnier (1977) que permiten imaginar el
impacto que pueden tener el furor protegendi en quienes están formando
las bases para el advenimiento del yo. Para esta autora es central que se
produzca cierto “hábitat” dado por un microambiente psíquico –el medio
familiar o algún sustituto de él– que constituiría un eslabón intermedio
entre el “ambiente psíquico” (el campo social) y la psique individual en
constitución. En este microambiente el bebé sería posicionado en un de-
licado campo de fuerzas, descrito como un espacio organizado tanto por
los discursos como por los deseos de la pareja paterna hacia el bebé y el
deseo entre los mismos padres; el bebé ocuparía un lugar paradojal para
el deseo de los progenitores, siendo la muestra del triunfo de su propia
represión (del asesinato y del incesto) y, al mismo tiempo, lo más cercano
a un objeto del deseo inconsciente. Sin embargo, lo anterior, no alcanzó a
ser el caso de Susana.
El retiro de la madre puede implicar el alejamiento para el niño o la niña
de quien podría estar cumpliendo una importante función de portavoz, de
prótesis psíquica, de transmitir la represión, y una interrupción del deseo
de la madre de ser ese portavoz. Cuando esta decisión es tomada rápida-
mente, lo que sucede más frecuentemente de lo esperable, la sintomato-
logía que aparece tanto en las madres como en sus hijos da cuenta de la
gravedad que cobra la situación. En cuanto al padre, su alejamiento es
mucho más frecuente que el de la madre y está judicialmente muy facili-
tado por la ley de Violencia Intrafamiliar. La presencia del padre es impor-
tante debido, entre otras cosas, a que para el niño podrá ser el primer re-
presentante del Otro –excéntrico a la relación madre-hijo– en tanto objeto
del deseo de la madre que el hijo no puede ser ni tener. Es una presencia
que también puede aportar a la represión del deseo materno con ese hijo.
En esta línea, cabe señalar también que cuando se impide prejuiciosamen-
tre el ejercicio cabal de la paternidad a un padre supuestamente violento
(como el de la horda primordial), con el argumento de que estaba realizan-
do su rol identificado con la figura de un “legislador omnipotente de ese
orden” (Aulagnier, 1977, p. 117), esta misma figura reaparece encarnada
en el lugar del juez o de los otros profesionales que deciden omnipotente-
mente los destinos de la familia.

24
Andrés
Andrés Beytía B.
Albornoz R.

Finalmente, mencionamos también el prejuicio de inhabilidad parental


sobre los padres y la solicitud de intervención psicológica para su mejo-
ramiento. En este sentido, estoy muy de acuerdo con Matías Marchant
(2014) cuando nos plantea la inconsistencia conceptual, científica y legal
de la noción de inhabilidad parental. Me gustaría agregar que los efectos
de este mecanismo del Estado operan también en modos mucho más suti-
les y masivos que los casos de “secuestro filantrópico no deseado” (p. 149)
que ocupan a Marchant. Creo que gran parte de lo que circula en torno
al tema de las habilidades parentales es un claro ejemplo de aquello que
Foucault (1974) señaló como una regresión epistemológica del derecho y la
psiquiatría (hoy, también diríamos psicología y psicoanálisis) en el ámbito
mixto de la pericia psiquiátrica, un ámbito de trabajo en que es fácil operar
fuera de los principios elementales de las profesiones implicadas. En otras
palabras, en este ámbito (mixto) los abogados y profesionales de la salud
funcionan habitualmente por debajo de los criterios mínimos que exigen
sus respectivas profesiones. Se deja así a los padres en un lugar de incapa-
cidad, no respetando los límites de la relación pareja-medio y procediendo
a una ruptura del contrato narcisista, “sea porque la pareja rechaza las
cláusulas esenciales del contrato, sea porque el conjunto impone un con-
trato viciado de antemano, al negarse a reconocer en la pareja elementos
del conjunto a carta cabal” (Aulagnier, 1977, p. 165). Sin duda que habrá
que reflexionar en cada caso frente a cuál de estas situaciones estamos,
pero considero necesario preguntarnos si culturalmente estamos promo-
viendo un redoblamiento de la violencia hacia ciertos grupos sociales mar-
ginados por medio de un contrato viciado de antemano, especialmente
hacia los más pobres y hacia cierto grupo de inmigrantes latinoamericanos
provenientes de países más pobres (actualmente) que Chile. La confusa y
lamentable situación que derivó en la muerte de la mujer de origen haitia-
no Joane Florvil5 –el 30 de septiembre de 2017–, hace que esta pregunta
sea incluso más aguda.

Como palabras finales, me gustaría señalar que desde mi lugar, como psi-
coanalista de adultos, me es difícil apreciar directamente los efectos de
este tipo de violencia de la protección en la constitución psíquica de los
niños, sin embargo, también los escucho en colegas que trabajan con in-
fancia, en diversas instituciones y ahora último, con lamentable frecuen-
cia, lo leemos en la prensa. Estamos en presencia del despliegue de otras
modalidades de la violencia secundaria, cuyos efectos iremos apreciando
con el paso de los años. Es más, es posible pensar que los psicólogos,
psiquiatras, abogados, educadores y trabajadores sociales que interveni-

5 Esta mujer fue criminalizada y detenida por un supuesto abandono de su hija en la Ofici-
na de Protección de Derechos de la comuna de Lo Prado. Su hija fue entregada al SENAME
e internada en la Casa Nacional del Niño. Al día siguiente a la detención fue internada en
la ex posta central por problemas graves de salud, donde falleció cerca de treinta días des-
pués por una falla hepática. Nunca volvió a ver a su hija.

25
Temáticas

mos en los diversos lugares nos veremos constantemente empujados a la


actuación, tentados por el brillo de un saber sin falta y la omnipotencia
de poder decidir los destinos (pulsionales) de una familia. De ese modo es-
taríamos participando en el redoblamiento de la violencia. Considero que,
como analistas, es nuestra responsabilidad sensibilizarnos al respecto y
poner en relieve el valor y lo delicado de aquellas tramas pulsionales que
están en juego. No se trata de quedar inmóviles, sino de dar un rodeo por
el pensamiento que nos permita que nuestras acciones en el mundo sean
más acordes a fin. Aunque parezca una formula modesta, uno de nues-
tros aportes más básicos a la cultura, diría relación con destacar que hay
pulsión y destinos de pulsión, que hay objeto psicoanalítico y hay superyó.
En el caso presentado podemos apreciar claramente los efectos que tienen
estas medidas en términos de colocaciones y retiros de la libido, podemos
pensar en una exacerbación (¿generalizada?) del sadismo del superyó fun-
cionando en las instituciones y en los individuos o, desde una perspectiva
kleiniana, en la actuación muy concreta de fantasías sádicas de ataques
contra el cuerpo de la madre y sus contenidos. ¿Necesitamos algo más
para sentirnos interpelados?

NOTA: Una intervención de la psicoanalista María Luisa Azocar, en la dis-


cusión de esta mesa de trabajo, entre otras cosas, nos llevó a pensar en
la situación de Daniela Belén Vargas Vargas, la niña de 13 años a la que
le fue negado un transplante cardíaco en la Red de Salud UC CHRISTUS
debido a que “la condición de precariedad familiar, social y personal de
esta paciente hacen que el transplante cardiaco no esté indicado” mientras
estaba internada en el SENAME. Como es de conocimiento público, Da-
niela murió al poco tiempo de esta negativa. Esto nos llevó a pensar en la
existencia actual y sutil de políticas de genocidio en nuestro país. Si bien
no circuló en ese momento, creo que valdría la pena rescatar la noción de
filicidio propuesta por el psicoanalista argentino Arnaldo Rascovsky. Esto,
desde luego, está muy conectado con la presentación que hizo en la mis-
ma meza el psicoanalista Andrés Albornoz sobre los niños asesinados por
representantes del Estado durante la dictadura de Pinochet.

Referencias

Aulagnier, P. (1977) La violencia en la interpretación. 2° Reimpresión, 1988. Bue-


nos Aires: Amorrortu Editores.
Foucault, M. 1975-75 (2007). Los anormales. 1° Ed. 4° Reimp. Buenos Aires:
Fondo de Cultura Económico.
Freud, S. (1915 [1914].) “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia”, en
Obras completas, tomo XII. Buenos Aires: Amorrortu Editores.
Marchant, M. et al. (2014) Vínculo y memoria. Acompañamiento terapéutico con
niños internados. Santiago: Editorial Cuarto Propio.

26
Andrés Albornoz B.

El secuestro de la consciencia en el
abuso sexual
Natalia Roa V.

Resumen
Tras el abuso sexual una parte de la consciencia de la víctima se disoció para sobrevivir, rele-
gando a un espacio recóndito de la psiquis las vivencias traumáticas. Por lo mismo, no puede
ser rescatada automáticamente con el paso del tiempo o con el término del abuso, sino que se
requiere de un trabajo particular para lograrlo y la especial dificultad que ello entraña –pro-
ponemos– se debe a que dicha consciencia suele ser secuestrada por el abusador. Es crucial
para la víctima, sacar de sí el relato y ponerlo en manos de un otro. Así, ya no será “algo que
hicimos los dos o que hubo entre nosotros”, sino un “hecho abusivo que tú me hiciste a mí sin
mi consentimiento”.

Palabras clave: abuso sexual – secuestro de consciencia – víctima – revelación.

S
abemos que el abuso sexual es uno de los traumas más graves que
un niño puede experimentar, que incide en la formación de la per-
sonalidad y que genera daños, dependiendo de factores como: la fre-
cuencia y magnitud del abuso, la relación entre la víctima y el abusador
y, especialmente, la reacción del entorno en caso de que la víctima logre
develarlo.
Diversos autores coinciden en señalar que una reacción favorable del en-
torno que valida la denuncia del niño, evita su retraumatización y lo cuida
para que no vuelva a ser dañado. Sin embargo, por desgracia, no es lo
que siempre sucede. Y por eso, parece interesante preguntarse por qué
resulta tan compleja la develación para las víctimas. Con esta interrogan-
te, nos proponemos pensar desde una perspectiva esencialmente clínica,
basada en nuestra experiencia, tanto en en la consulta privada como en
los pacientes atendidos a través de redes de derivación de organizaciones
sociales.

Lo usual es que el motivo de consulta no sea el abuso, y que incluso un an-


tecedente en la historia personal de tanta relevancia pudiera no aparecer
sino hasta bastante avanzado el proceso terapéutico. Motivos de consulta
más frecuentes, en cambio, suelen ser:

– depresiones o cuadros distímicos de larga data


– inestabilidades del ánimo
– crisis de pareja
– trastornos alimentarios
– autoagresiones
– adicciones
– conductas impulsivas
– intentos suicidas.

27
Temáticas

Tras estos motivos de consulta, puede aparecer en el curso de la psicotera-


pia un antecedente de abuso infantil. Por supuesto, no hay relación causal
entre ellos. Lo que resulta llamativo es que este antecedente, inicialmente,
no sea referido por los pacientes, que les cueste develarlo y que además
suela ser un antecedente que ha ocurrido en promedio entre 12 a 38 años
antes. A eso se agrega que, frecuentemente, estos hechos han ocurrido en
contextos familiares, que no han sido denunciados y/o que los adultos (ge-
neralmente madres) a los que se les ha confiado no han prestado suficiente
atención por motivos diversos (ya pasó, no se volverá a repetir, increduli-
dad, temor, no destruir la familia, etc.1

La constante entonces, es que las víctimas no develan el abuso o que si lo


hacen, no son consideradas como víctimas. El abuso pasa a ser parte de
un acervo oscuro que se inserta en el espacio mental, incrustándose ahí al
modo de un tumor silente. Sin embargo, a lo largo del desarrollo comien-
zan a aparecer síntomas polimorfos que pueden tener o no relación directa
con él y que, por supuesto, la mayoría de las veces la víctima no asocia con
el trauma vivido. Estos suelen ser finalmente los gatillantes de la consulta.

Ahora, si sabemos que una parte central en la reparación del abuso es la


reacción del entorno, de modo que la víctima sea creída, protegida y valida-
da, la pregunta que surge es por qué existe esta dificultad tan grande y tan
consistente para relatar, incluso en el espacio terapéutico. Las propuestas
para explicar esa dificultad pueden venir, al menos, de dos vertientes si lo
miramos desde el entorno o desde la víctima:

a) Un entorno atemorizante o invalidante: un terapeuta que no ha sido ca-


paz de generar la confianza que la víctima requiere puede ser parte de esto.
También puede serlo un entorno que desconoce el relato, lo minimiza, no
cree o duda. O bien, cree, pero sugiere silencio, “por el bien de la familia”,
“porque el abusador se va a vengar”, o “porque ya lo peor pasó y es mejor
dar vuelta la página”, y ese listado de frases que se repiten y que tan bien
conocemos los que hemos trabajado con víctimas. Estos son algunos de
los elementos a considerar como posibles explicaciones para el silencia-
miento. Ello sin contar con las colusiones perversas en las que el entorno
se convierte en cómplice, cuando deja de ver aquello que tenía posibilidad
de ver e impedir.

Al respecto, vale la pena recordar el iluminador trabajo de John Steiner


(1985), quien analizando la tragedia de Sófocles, nos lleva a pensar en
ese Edipo que no reconoce al padre a pesar de tener todos los elementos
para poder saber que se trataba al menos de un personaje de alto rango;
1A partir del Movimiento #Me Too, asistimos a un cambio cultural cuyas proporciones y re-
percusiones aún no podemos dimensionar. Lo que sí cabe constatar es que, en los últimos
meses, se advierte un cambio y el motivo de consulta directo por abuso sexual ha aparecido
como algo llamativo de constatar.

28
Natalia
Andrés Roa V.
Albornoz B.

en Yocasta que se casa con él –tras su llegada triunfal a la ciudad post-


crimen– sin tomar nota de que tiene edad como para ser su madre y que
teniendo vida sexual con él, no repara en sus pies que llevan la marca del
cepo que los atravesó de niño; o que nos invita a deternernos en ese pueblo
de Tebas completo, asolado por plagas producto de los crímenes de sangre
no investigados, pero que opta por hacerse parte de esa “invitación” del
propio Edipo, un rotundo “Si, salvé la ciudad, ¿qué importa lo demás?”
(Sófocles, p. 44).

b) La secuela traumatica: incluye la disociación o la negación del hecho.


En la primera, el hecho permanece aislado en una esfera de la psique a
la que no se accede. Frente a las situaciones vitales angustiosas, el sujeto
reacciona anteponiendo mecanismos de defensa de diversa calidad según
sus posibilidades psíquicas. En el caso del niño, el trauma excede las po-
sibilidades de la psique de ser procesado y, por ende, el hecho traumático
queda sin nombre, almacenado en algún lugar. Precisamente porque la
situación traumática supone adaptarse a algo para lo que la psique no
está naturalmente preparada, es que la recarga para el aparato mental es
tan alta. Más aún, en el caso del abuso sexual, muchas veces, la víctima
se ve exigida a continuar una posterior relación con el abusador si este es
alguien cercano, sea familiar o extrafamiliar. Es que la familia “necesita
mantener la normalidad”. Así, el que a pesar de esta gravísima transgre-
sión a sus confianzas, la víctima se vea impelida a seguir relacionándose
con otros del modo más natural posible, constituye otra enorme exigencia
para el aparato mental.

La violencia intrafamiliar y el abuso sexual que provienen de un cercano


son, pues, particularmente graves, porque ponen sobre la víctima una di-
ficultad adicional a la hora de rehacer su vida. Como bien planteaba Jorge
Barudy, en los casos de tortura, el torturado puede odiar a su tortuador y
diferenciarse de él, que es su mejor defensa para poder sobrevivir. Sin em-
bargo, en los casos de abuso intrafamiliar, dicha posibilidad se ve obstacu-
lizada cuando la víctima tiene  un vínculo relevante con el abusador y se ve
exigida a mantenerlo. Y más difícil es también cuando se trata de víctimas
que han sufrido abuso de consciencia (abuso eclesiástico) y/o víctimas no
infantes que muchas veces son devaluadas en sus relatos por el hecho de
tener una edad en que “podrían haber resistido”, como si el abuso de poder
tuviera alguna relación con la edad.

Por lo mismo, se hace urgente intentar comprender las dinámicas que ope-
ran a la base de los abusos.
A la víctima le suele ser difícil reconocer y recordar el periplo de seducción
en que el abusador fue reduciendo las barreras de su confianza hasta po-
der transgredirlas. Eso si es que ha necesitado hacerlo, porque si es un
familiar directo, probablemente el acceso fue más expedito. Lo que sí debió

29
Temáticas

ir haciendo, fue suscitar sensaciones confusas en la víctima: un juego algo


perturbador, una caricia que va un poco más allá y que el otro o la otra
permiten, porque se confunden o porque experimentan algo placentero
que no saben a qué atribuir y que no osan pensar que sea lo que apenas
aciertan a imaginar: un gesto de connotación sexual que recién llamare-
mos abuso tiempo después. Y es que esa palabra clave recién aparece en
el contexto de la denuncia y suele ser puesto por un tercero.

Pero volvamos atrás para intentar comprender por qué se vuelve tan difícil
la develación. El espacio terapéutico debiera ser un espacio privilegiado
para ello, pero para que eso ocurra, suele ser puesto a prueba. Cuando
quien consulta se siente suficientemente acogido y confiado, recién puede
comenzar a hablar de esto sin nombre cuya existencia a veces se duda,
de esta sombra que puede haber ocurrido o no y que vuelve por oleadas,
como un fantasma, repentinamente, sin que el paciente sepa “si existió o
lo imagina”2, si fue “real o producto de mi confusión”, “si estoy culpando a
alguien que es inocente”, si él o ella lo provocaron.

¿En qué momento el cariño o la complicidad que “teníamos” pasaron a ser


algo más?, a ser este algo todavía innombrable.

Cuando la víctima ha tardado años en poder hablar del abuso, surgen


para ella otras preguntas cruciales. “¿Por qué si yo fui abusado/a mantuve
una relación posterior con el abusador?”, “¿Habrá sido tan así, entonces?”;
“si me hubiera disgustado realmente, ¿por qué seguí “jugando con mi her-
mano” o “compartiendo las Navidades con mi padrastro”? Ella misma, la
víctima, comienza a dudar de sí, de su vivencia y de la connotación de la
experiencia; cuestiona su lugar y posibilidad de ser víctima. “Porque tuve
miedo”, “porque yo mismo no quise creer lo que mis sentidos decían”,
“porque me fui coludiendo con él o ella”; …..los intentos de respuesta son
varios y suelen ir mutando, pero todos confluyen hacia resultados simila-
res: “si me callé durante tanto tiempo, ya no tiene sentido hablar, ya está
superado, déjalo ahí, no hace bien revolver el pasado y escarbar en él. …Si
he mantenido por años un vínculo con mi abusador como si nada hubiera
pasado, voy perdiendo el derecho a hablar, voy siendo silenciado y pierdo
de paso el derecho a relacionar algunos síntomas y conductas con aquello
que ocurrió hace tantos años, con ese lejano y oscuro hecho del pasado”.

¿Qué ha sucedido en esa mente? Quisiéramos proponer la idea de que la


consciencia de la víctima ha sido secuestrada por el abusador. Más aún,
diremos que uno de los efectos más dañinos y más peligrosos del abuso,
por lo imperceptible, es el secuestro de la consciencia que conlleva. A tra-
2 Los textos entre comillas han sido extraídos de viñetas clínicas provenientes tanto de

nuestra práctica privada como del trabajo que se realiza en la Fundación para la Confianza.
Algunas pertenecen a un solo paciente, otras han sido combinadas y pertenecen a varios.

30
Natalia
Andrés Roa B.
Albornoz V.

vés del mecanismo del abuso, del silencio impuesto, de la confusión que se
genera en torno al abuso mismo, al vínculo que se tergiversa, el abusador
secuestra la consciencia y no le permite a la víctima diferenciarse de él,
odiarlo, reconocerse como víctima, llamar a ese hecho oscuro abuso, con-
notarlo con claridad y poder defenderse de él; considerarse una víctima y
no un cómplice.

En efecto, tras el abuso, una parte de la consciencia de la víctima se di-


soció para sobrevivir, relegando a un espacio recóndito de la psiquis las
vivencias traumáticas. Por lo mismo, no puede ser rescatada automáti-
camente con el paso del tiempo o con el término del abuso, sino que se
requiere de un trabajo particular para lograrlo, y la especial dificultad que
ello entraña –proponemos– se debe a que dicha consciencia suele ser se-
cuestrada por el abusador.

En el caso del abuso sexual que proviene de un cercano, familiar o no,


esta persona gana la confianza de la víctima a través de un proceso de
seducción que va transgrediendo los límites y confundiendo los espacios,
lugares y modos de relación entre ambos. Poco a poco, la víctima va con-
fundiéndose en cuanto a la relación existente entre ellos, sintiendo una
dependencia del otro, su confianza va siendo comprada a través de formas
diversas. Aparecen juegos, necesidades, caricias que en un comienzo son
extrañas y que de pronto, sin que se sepa cómo, acaban por traspasar un
límite. Entonces hay que guardar el secreto porque “es algo que hicimos
los dos”. Y es que una vez ocurrido el abuso, el abusador suele convencer
a la víctima, de varias maneras, de que lo ocurrido es algo que hicieron
ambos, un juego compartido, un secreto que no hay que revelar. Así, la
convierte en su cómplice; comienza el secuestro de su consciencia. Proba-
blemente, la víctima ha experimentado grados diversos de placer, desde
la sola estimulación fisiólógica, lo que además se puede enquistar de un
modo más perturbador en la psiquis. La víctima, entonces, dudará de su
propia experiencia. Tendrá dificultades para definir si su vivencia de haber
sido seducida es real o no; se preguntará incesantemente si acaso no sería
ella quien lo provocó, “si quizá me gustó y por eso continuó”. Peor aún,
la duda podrá extenderse a la realidad misma, “quizá lo imaginé y no fue
nada, ocurrió en sueños…o quizá fue menos y yo imaginé lo otro”. Y como
es algo inefable, que suele ocurrir sin testigos, tampoco cabe cotejarlo. La
memoria permanece llena de agujeros angustiantes. Infinitas dudas y con-
fusiones asaltan por oleadas. La tarea del abusador se ha completado. El
relato queda fragmentado, tamizado por la mano y la mente del abusador,
quien va definiendo lo que ha ocurrido, lo que es, lo que se siente, lo que
las cosas son y deben ser.

De este modo, la conciencia –el órgano encargado de la percepción y califi-


cación de la realidad– pasa a ser de otro respecto a esta parcela ominosa.
La víctima reconstruye su historia disociándose de esta zona oscura y

31
Temáticas

sigue conviviendo con su abusador, cual si ahí no hubiera pasado nada,


como buenos hermanos, padre e hija, madrastra e hijastro, tía y sobrino
y adoptando la historia, la versión, la perspectiva que el abusador le pro-
puso. Y, por supuesto, cuando el abusador proponga que nada ocurrió o
argumente que la víctima está loca o si llega a aceptar algo de lo que se le
imputa, alegue que fue el otro quien le provocó, el fertil terreno está pre-
parado para que opere exitosamente la reversión de la perspectiva que le
es connatural.

Así, cada vez va siendo menos posible para la víctima, pensar sobre lo que
realmente sucedió. De hecho, al llegar al espacio terapéutico o a la Fun-
dación que lo acoge, ya han pasado demasiados años. ¿Cómo explicarse
a esas alturas lo ocurrido y cómo explicar a otros si calló durante tanto
tiempo? Peor aún, cómo sobrellevar el miedo que implica hablar, recobrar
un relato, reunir los retazos en un todo que sea coherente y recuperar esa
consciencia que ha quedado fragmentada: una parte es suya y la otra ha
quedado en manos del abusador.

Para superar el trauma, la recuperación de dicha conciencia es indispen-


sable, así como el integrarla para poder rearmar esa personalidad que que-
dó fracturada. Pero el riesgo no es menor: si osa revelar algo a alguien y ese
alguien no da crédito al relato o lo minimiza, será como revivir el trauma,
confirmando la versión del victimario. Por eso, la parte de la consciencia
que la víctima conserva suele relegar el relato a un rincón perdido, donde
resulte menos amenazante, donde no haga daño. Ahí suele permanecer
silente, por días, meses o años hasta que algo osa despertarlo.

Cuando esta logra decidirse, relatar, o incluso denunciar, comienza la re-


cuperación de esa consciencia que le ha sido arrebatada. El gran desafío
será recuperarla del todo. Para ello incidirá el proceso terapéutico que
permite armar una historia, entender lo ocurrido, nombrar los sucesos y
sus participantes, ordenar los acontecimientos, y a partir de eso, ir resca-
tando esos trozos de conciencia secuestrada para integrarlos a la actual,
de modo de superar las difusiones de identidad. En ese proceso, será fun-
damental salir también de las colusiones familiares tóxicas, de los escasos
límites que suelen haber en estas situaciones disfuncionales, que son en
buena medida responsables de las dificultades de la víctima para recono-
cerse como tal, para poder diferenciarse del abusador y nominarlo también
como tal; para poder identificar el hecho abusivo, delimitarlo, connotarlo
con claridad y defenderse de él. Salir de la condición de cómplice, de colu-
dido y tomar la de víctima es el desafío central, porque eso es fundamental
a la hora de evitar otras confusiones y transgresiones de límites a nivel
vincular.

Suele observarse en la clínica que las víctimas repiten situaciones en que


se establecen dinámicas de poder donde los vínculos pueden tomar formas

32
Andrés Albornoz
Natalia Roa B.
V.

de tipo sadomasoquista, por ejemplo, porque la dinámica abusiva aparece


replicada bajo otra apariencia. Por lo mismo, su identificación es funda-
mental así como el trabajo en torno a dichas dinámicas para evitar que
sigan repitiéndose en otras esferas. Ese proceso de diferenciación, ya alu-
dido, comienza con la denuncia y se remata con la claridad que produce
el proceso en el que los hechos se cuentan, se pone nombre a cada cosa y
se separa a la víctima del victimario. Dicha separación pasa fundamental-
mente por rescatarse de la confusión y de la pseudocomplicidad a la que
el abusador quiso arrastrarla. Es entonces, cuando la persona puede re-
cuperar esa conciencia que fue secuestrada, las graves disociaciones sur-
gidas en las personalidades abusadas comienzan a remitir y a producirse
una integracion del Yo que es el camino a la sanación. De ahí, la necesidad
imperiosa de que estos hechos sean imprescriptibles y que el proceso de
denuncia se lleve a cabo, sin importar cuanto tiempo haya pasado desde
el hecho abusivo.

De no ser así, en esa suerte de silencio informe, puede permaner años en-
quistado y aparecer de pronto, bajo una forma cualquiera, asaltando a tra-
vés de los espejos, como magistralmente mostrara Virginia Woolf (1976):

Había un espejo pequeño en el Hall de Talland House. Tenía, me


acuerdo muy bien, una repisa donde había un cepillo. Si me po-
nía de puntillas conseguía verme la cara. Cuando tenía seis o siete
años quizá, cogí la costumbre de mirarme en el espejo. Pero sólo
lo hacía cuando estaba sola, me daba vergüenza, parecía como si
el espejo llevara consigo un profundo sentido de culpa. ¿Por qué?
Se me ocurre una razón obvia, Vanessa y yo éramos lo que se dice
unos chicazos, quiero decir que jugábamos al cricket, trepábamos
a las rocas, decían que no nos importaban los vestidos y todas esas
cosas. Quizá entonces el que me hubiera descubierto mirándome al
espejo, hubiera estado en contra de nuestro código. Pero creo que
mi sentimiento de vergüenza tiene un origen más profundo, me veo
casi inclinada a pensar que heredé una veta puritana, de la secta
de Clapham, en cualquier caso, la vergüenza del espejo me ha du-
rado toda la vida, mucho después de dejar de ser un chicazo. No me
puedo empolvar la cara en público. Todo lo que tenga que ver con la
ropa –probarme, entrar en un cuarto con un vestido nuevo– todavía
me aterra; o por lo menos me da vergüenza y me hace sentirme in-
cómoda (… ) detecto otro elemento que contribuye a esa vergüenza
que experimentaba si me sorprendían mirándome al espejo. Debía
estar avergonzada o aterrada ante mi propio cuerpo. Otro recuerdo,
también del hall, quizá ayude a explicarlo. Había una especie de
repisa de piedra al lado de la puerta del comedor para dejar los pla-
tos. En una ocasión, cuando era muy pequeña, Gerald Duckworth3
3 Su hermanastro.

33
Temáticas

me subió a la repisa, y me empezó a explorar el cuerpo. Recuerdo


la sensación de su mano debajo de mi ropa; avanzando firme y sin
vacilación cada vez más abajo, me acuerdo cómo deseaba que se
detuviera; cómo me ponía rígida y cómo me meneaba conforme su
mano se iba acercando a mis partes íntimas. Y su mano exploraba
también mis partes íntimas. Recuerdo que me producía una especie
de rencor, que me desagradaba…¿cuál es la palabra para un senti-
miento tan mudo y confuso? Tuvo que ser muy intenso ya que toda-
vía lo recuerdo (…) Dejad que añada un sueño, porque quizá tenga
relación con el episodio del espejo. Soñé que me estaba mirando en
el espejo cuando una cara horrible –la cara de un animal– de repen-
te apareció por detrás de mi espalda. No estoy del todo segura de
que esto fuera un sueño o de que ocurriera en la realidad. ¿Estaba
quizá mirándome al espejo un día cuando algo se movió por detrás y
yo creí que era un ser vivo? No estoy segura. Pero siempre he recor-
dado la otra cara en el espejo, ya fuera sueño o realidad, y siempre
me ha dado miedo (p.76).

Es crucial que la víctima pueda sacar de sí el relato y ponerlo donde debe


estar, en manos de un terapeuta, de la Justicia, de un otro que le ayude a
ordenar las piezas y a que los actores de ese drama tomen nombre: abu-
sador y abusado, víctima y victimario, inocente y culpable. A partir de ese
momento, el hecho ominoso podrá ser recordado y llamado abuso y no
juego. Ya no será “algo que hicimos los dos o que hubo entre nosotros”,
sino un “hecho abusivo que tú me hiciste a mí sin mi consentimiento”.
Las piezas se ordenan y la conciencia comienza a recuperarse del secues-
tro. De ahí la importancia de dar espacio a que este proceso pueda tener
lugar, sin que importe cuánto tiempo haya transcurrido desde los hechos
abusivos. La imprescriptibilidad de estos delitos es, pues, consustancial a
la reparación psíquica de las víctimas.

Y es que tras este proceso la víctima puede reconocerse como tal, sepa-
rarse emocionalmente del abusador y reconstruir su mundo vincular sin
espacios de vacío. ¿Por qué se recupera? Porque la consciencia que es el
órgano encargado de la percepción de la realidad, de la calificación de los
hechos, va diferenciando, connotando, calificando; sale de lo indiferen-
ciado para diferenciar de la confusión a la claridad. Y esa es la principal
defensa contra lo perverso, que tiende a homologarlo todo4. Así, de a poco,
lenta y suavemente, el tejido psíquico comienza a repararse, al modo de un
delicado telar que podrá resistir mejor las pisadas de la vida.

4 Particularmente iluminadores sobre la relación entre los elementos confusionales y lo per-

verso son los postulados ya clásicos de Chasseguet-Smirguel, J. (1986) en Ética y Estética


de la Perversión. Barcelona: Laia.

34
Andrés Albornoz B.
Referencias

Chasseguet-Smirguel, J. (1986) Ética y Estética de la Perversión. Barcelona: Laia.

Sófocles (1988), Edipo Rey. Santiago: Editorial Universitaria.

Steiner, J. (1985) “Turning a Blind Eye: The Cover Up for Oedipus”. International
Review of Psychoanalysis, n. 12.

Woolf, V. (1976) Moments of Being. Londres:The Hogarth Press.

35
Temáticas

36
Andrés Albornoz B.

Desalucinación y replegamiento digital:


puntualizaciones sobre los videojuegos
en la sesión analítica1
Lucio Gutiérrez

Resumen
Se plantea una reflexión sobre modos en que los pacientes traen consigo la experiencia de
videojuegos a la sesión analítica, distinguiéndose entre un uso en relación con la dimensión
de regresión terapéutica y otro uso en relación con la dimensión del replegamiento. Ambas
formas involucrarían variantes del fenómeno de inmersión digital y con ello un funciona-
miento que desestima/negativiza la percepción del entorno. No obstante, se plantea que el
elemento central que distinguiría entre formas ordinarias (en lo progrediente/regrediente) y
formas complicadas de inmersión digital (en replegamiento) residiría en que estas últimas
están al servicio de la desalucinación de la alteridad viviente y convocante, en miras a la
transformación de un mundo impredecible, a un mundo predecible.

Palabras clave: replegamiento – regresión – inmersión digital – desalucinación – Winnicott.

E
n un texto muy breve llamado “Alucinación y Desalucinación”, Win-
nicott (1957) planteaba una interrogante: asumiendo que muchos
niños alucinan sin que ello sea signo alguno de patología, ¿cómo
diferenciar entre alucinaciones ordinarias de las que merecen preocupar-
nos? Hoy quisiera presentar una posible respuesta a esa pregunta, a la que
he arribado del encuentro entre intereses muy diversos: la metapsicología
del juego, los problemas derivados de la técnica de replegamiento y la ex-
periencia en lo digital. Me acercaré también a una cuestión derivada y que
refiere a pensar el ingreso de los videojuegos a una sesión de psicoterapia.

Ya es un hecho, la cultura de la virtualidad se encuentra naturalizada.


Supongo que la gran mayoría de los clínicos que trabajan con niños y
adolescentes se han topado con el ingreso de juegos digitales en la se-
sión. Podríamos extender este juicio a los adultos si incluimos allí otras
prácticas con smartphones. El niño trae un juego en Tablet, en su telé-
fono o un dispositivo portátil a la sesión, o hablará insistentemente de
dicha experiencia (quizás solicitando autorización o reconocimiento para
traerla). Pienso que puede ser valioso que pensemos qué sucede allí, que
intentemos ir más allá de lo prescriptivo o doctrinario, o al menos que nos
esforcemos en ello.

1 Presentadoen la mesa central del 13 de noviembre de 2016, en el XXV Encuentro Latinoa-


mericano sobre el Pensamiento de Winnicott. Universidad Diego Portales, Santiago de Chile.
Se ha mantenido el estilo oral de la presentación agregando algunos complementos.

37
Temáticas

Desde el punto de vista del sentido común estos juegos son considerados
una distracción, y el foco queda puesto en la atención. El niño pone su
atención en el videojuego y se encuentra menos involucrado con el mun-
do circundante. En esto se justifica el pedagogo para vetarlos en la sala
de clases o el uso que hacen los padres como un respiro a sus tareas de
paternidad, en ocasiones, incluso como una suplencia con los problemas
que ello puede acarrear.

Sobre la inmersión en los videojuegos

Preguntémonos por qué los videojuegos tienen esa capacidad para atrapar
la atención por sobre otras actividades, tanto o más que la televisión, en
una cualidad cercana o propia de trance hipnótico. Este fenómeno se ha
estudiado bien en las investigaciones en virtualidad y se conoce como ‘in-
mersión’. El chico, por ejemplo, responde a la tercera o cuarta vez porque
ha oído la pregunta, pero no ha logrado vencer el interés puesto sobre la
actividad en el videojuego. En cierto sentido ha oído pero no escuchado2.
La inmersión tiene diversos gradientes, desde la desestimación parcial de
la percepción hasta momentos de inmersión total, donde se instala una
‘ilusión de no-mediación’ entre el medio digital y el entorno físico (Lombard
y Ditton, 1997). Un joven está ‘en’ el juego, por momentos ‘es’ el personaje:
en estos extremos el fenómeno adquiere cualidad alucinatoria.

Aquí recuerdo la tesis de la desalucinación que nos provee Winnicott


(1957), luego desarrollada por André Green (1993) como una alucinación
negativa3. Detrás de todo fenómeno alucinatorio debemos suponer una
desalucinación previa, un dejar de percibir algo que sí está allí. No po-
demos ‘percibir algo que no está’ sin haber dado lugar en lo perceptual a
que no esté algo que sí estaba. En este caso, para estar alucinatoriamente
‘en’ el juego es necesario suponer la alucinación negativa de aspectos del
entorno material (Gutiérrez, 2016). En ese sentido ¿habremos de suponer
tras toda inmersión en la actividad digital una cuestión problemática?

2 Me veo inclinado a proponer que la inmersión es un fenómeno tanto cuantitativo como


cualitativo. Refiere al problema de la atención como proceso de investiduras organizadas
(en alguna medida yoicas y en otra inconsciente), pero también a la experiencia cualitativa
de ‘apronte expectante’ que emerge de un estado de excitación perceptual con escasa aten-
ción a los procesos de pensamiento.
3
Por supuesto, hacemos aquí la salvedad de que Green no solo desarrolló extensamente
sino que elaboró originalmente la cuestión del trabajo de lo negativo, constituyéndose en
un pilar de su obra. Su movimiento resitúa la alucinación negativa como un supuesto
teórico que fundamenta una metapsicología de la paradoja winnicottiana: la propuesta
winnicottiana de que el objeto subjetivo es creado (por el bebé) al tiempo que es presenta-
do (por la madre del que no tiene noticia) es reemplazada por la función de pensamiento
en alucinación negativa de la madre. Esto, por cierto, conlleva desarrollos que terminan
diferenciándose de la posición de Winnicott. Entre otros aspectos, porque Winnicott deja el
problema de la desalucinación y sus paradojas como dominios independientes, haciendo
de su metapsicología una fundada en la presencia; mientras que Green ‘afrancesa’ a Win-
nicott devolviendo el pensamiento a una teoría sobre una falta fundante.

38
Lucio
Andrés Gutiérrez
Albornoz B.

¿Qué hace que la experiencia de videojuegos sea inmersiva?

Avancemos otro camino antes de responder. No cualquier arreglo de cosas


podría suscitar mociones tan intensas como para convocar una desaluci-
nación y una vivencia alucinatoria o cuasi alucinatoria restitutiva. En ese
sentido, consideremos algunos elementos que podrían dar la fuerza a las
experiencias lúdico-digitales como para que logren un cometido así.

Un vértice responde al jugar en general. A su carácter entretenido y a la ex-


periencia de placer-displacer4 asociada. Sin que tenga ‘gracia’, sin placer,
un juego no tiene sentido. Pero además de la cuestión del placer, hay un
elemento que creo que está presente en la experiencia entre-tenida del jue-
go que le dota de su poder central: su núcleo dialógico5. (Gutiérrez, 2010).

El juego es entretenido por cuanto moviliza excitaciones en respuesta a


la experiencia de la alteridad. Siguiendo el ordenamiento de Roger Cai-
llois6(1958), apasiona en tanto subraya el límite corporal en los juegos de
vértigo. Pone de relieve la moción de triunfo en los deportes y en los juegos
de competición. Moviliza las investiduras en las tramas identificatorias
y des-identificatorias de los juegos representacionales, o anticipa excita-
toriamente el dominio del destino, de las fuerzas de la naturaleza, de los
dioses, en los juegos de azar. En todos los casos, de diversas formas, en-
contramos la experiencia en respuesta a la alteridad.

Esta cualidad dialógica no debe confundirse con ‘lo dialogal’: estamos ha-
blando de la alteridad que no se articula como voz dialogante necesaria-
mente. Será evidentemente dialogante en una dramatización compartida,
en una competencia con otro. Pero hay formas más rústicas, si se quiere,
de relación dialógica y presencia de la alteridad7. El dominio inespecífico
del otro-como-destino, la diosa fortuna, al lanzar al aire un puñado de
piedras y ver si caen en una forma esperada. O más aún, el refuerzo de la
marca primaria de la alteridad en el apoderamiento del cuerpo a través del
refuerzo de su límite mí / no-mí: columpiarse enérgicamente, lanzarse por
un resbalín, o dar vueltas y vueltas hasta caer rendidos en el suelo.

4 Que Winnicott mencionase en Realidad y Juego que el jugar no es epifenómeno de lo

instintual no quiere decir, por otro lado, que lo pulsional no esté presente. Diría que no se
reduce a lo pulsional, pero lo pulsional es central. Involucra el cuerpo y los procesos de
integración a través de la actividad más o menos excitada.
5 Sólo pensemos la experiencia inmersiva asociada a un buen juego o una partida de ajedrez.
6 La terminología de Caillois: Ilinx, Agon, Mimicry, Alea.
7 Asimismo, debiésemos reconocer que todo pensamiento e incluso toda forma de organi-

zación del yo corpóreo no puede prescindir de una condición responsiva. No es movilizado


por la falta aunque debamos suponer un espacio para su despliegue, sino que emerge en
respuesta a una presencia-otra (para sí, para otros). El hecho mismo de llegar a consti-
tuir formas y modos ‘personales’ es un logro del desarrollo profundamente arraigado en
la responsividad (los procesos de identificación que se relacionan con el desarrollo de un
esquema corporal son modos de apropiarse de la responsividad emergente en el desarrollo
emocional primitivo).

39
Temáticas

Sintéticamente, diremos que el juego muestra en su forma el estado mo-


mentáneo de las cosas respecto del trabajo de simbolización, respecto de
la figurabilidad psíquica y del anudamiento pulsional entre lo excitatorio y
lo externo. Pero también, el cómo se juega devela el modo en que se esta-
blecen relaciones dialógicas con la alteridad. El jugar es una forma básica
de subjetivación8.

Hemos hablado del primer vértice, del jugar. Ahora mencionaremos la par-
ticularidad de los video-juegos. Los videojuegos contemporáneos producen
una experiencia lúdica nunca antes vista en la historia de la humanidad.
Pueden ser, al mismo tiempo, tablero, ficha y jugador. A diferencia de los
juegos tradicionales, son un ambiente para el jugar, un conjunto normado
de condiciones para el jugar, proveen de un conjunto de contrapartes y
son un hábitat para la socialización con otros humanos. Son un terreno
abierto que se acomoda a las necesidades y disposiciones afectivas más
diversas, pues en ellos:

Coexisten la propia actividad con la de otros jugadores humanos y con


otros jugadores de inteligencia artificial, semblante de humanidad (Gu-
tiérrez, 2008, 2009). Los niños y jóvenes saben bien respecto de esta dis-
tinción y la aprovechan, la desdibujan, objetualizan a los humanos, hu-
manizan a los avatares artificiales, exploran sus límites y potencialidades,
respecto de la forma de la alteridad dialógica, se ofrecen para todo tipo de
experiencias de competición, dramáticas, de exploración, vértigo y azar.
Los jugadores mezclan estas formas a su antojo, transitan, en ese sentido,
desde lo extremadamente predecible9 hasta lo impredecible, y desde la ac-
tividad en aislamiento hasta la actividad puramente social. Pueden buscar
lo impredecible dentro de coordenadas predecibles, regular la impredic-
tibilidad, o entregarse aseguradamente a ella. Crean una experiencia de
predictibilidad y novedad a la altura de sus deseos.

Toda esa variabilidad de la experiencia de videojuegos ofrece la potenciali-


dad para ser una experiencia óptima desde la óptica de la omnipotencia10.
Si se quiere un juego predecible, competitivo y en aislamiento, o uno so-
cial, de co-construcción épica, una vivencia de vértigo compartido, o un
8 De devenir en el movimiento de apropiación (sujeción) de sí en respuesta a la alteridad.
9 Lo extremadamente predecible como ‘protocolización’, como he escuchado decir reciente-
mente a Jorge Rodríguez (comunicación personal, 2017). Rodríguez es enérgico al apuntar
a la sociedad contemporánea en su afán mercantilista donde ‘la protocolización (de los vi-
deojuegos) está haciendo mierda a los chicos’. Sin objetar la idea general, creo que en deter-
minadas condiciones –críticas por cierto– puede tener algún valor que los nenes se refugien
en lo extremadamente predecible de los videojuegos. Podemos como terapeutas encontrar
allí un modo de pedir permiso para ingresar a una subjetividad insultada.
10 La hoy afamada idea de flujo (Csíkszentmihályi, 1990) en una de sus vertientes. El ca-

mino parece ir principalmente por un logro del sentimiento de omnipotencia a través de


la continua demanda excitatoria del sistema motriz-atencional, manteniéndose al punto
límite de lo aprehensible. O en la oferta de dramatizaciones de potencial identificatorio,
aunque esto parece ser secundario a efectos de los fenómenos más intensos de inmersión.

40
Lucio
Andrés Gutiérrez
Albornoz B.

drama en aislamiento, en un mundo plagado de inteligencias artificiales a


la cuales engañar, dominar, seducir.

Volvamos sobre nuestro asunto, el niño o adolescente viene con un vi-


deojuego. Si aceptamos la premisa recién señalada respecto del carácter
dialógico del jugar en general y la variabilidad de la experiencia lúdico digi-
tal, nos deberemos preguntar ¿qué sucede allí entonces con la alteridad?,
¿dónde queda situado el terapeuta?

Replegamiento v/s Regresión (en el uso de lo digital)

Quisiera recordar una distinción de fuerza metapsicológica con la que mu-


chos están aquí familiarizados. Una metapsicología camuflada que hace
Winnicott (1954, 1954b) al hablar de replegamiento versus regresión. Re-
cordemos algunas diferencias centrales: la noción de replegamiento refiere
a la retirada de las investiduras del ambiente al servicio de la retirada de
las relaciones de dependencia para con el ambiente. Es un movimiento de
independencia forzada, donde un aspecto de sí sostiene a otro aspecto de
sí, con la disociación como técnica a la base.

El paciente en regresión conserva la cualidad viviente en su discurso y en


su actividad imaginativa, por ello lo progrediente, el retorno de la regre-
sión, resulta de cualidad sanadora. Hacer una regresión a la dependen-
cia supone un trasfondo de esperanza en el descongelamiento del fracaso
ambiental ya ocurrido. El retorno del replegamiento, en cambio, no con-
tribuye en nada ni brinda alivio alguno. No muestra un carácter viviente.
El repliegue se expresa como tiempo muerto, no puede recobrarse, no se
encuentra en la trama de la aposterioridad. Es un fantaseo en aislamiento
(Winnicott, 1971), en oposición a la realidad viviente, convocante, de la
fantasía.

Esto no quiere decir que el vivenciar en replegamiento sea aplanado. Esa


es una de sus formas, es cierto, quizás la más típica en la escena del diván
adulto. Pero con niños y adolescentes vemos otras expresiones de igual
claridad. También la excitación en una trama fantaseada de cualidad om-
nipotente puede ser muestra de repliegue. La presencia de excitación en sí
misma no refiere a la salida del replegamiento, no es muestra de un senti-
do dialógico y viviente a menos que la excitación sea abrazada por el Self,
lo que involucra una transformación. Solo si es excitación en respuesta,
en relación con y a propósito de la presencia del otro, en el plano de la re-
lacionalidad del yo, la excitación cobra la forma de una vivencia afectiva.
Si no, es perturbación excitatoria.

La distinción entre replegamiento y regresión habla del modo en que se es-


tablecen investiduras, el modo de la relación con el ambiente y la alteridad,

41
Temáticas

la forma de la distorsión del yo y la vinculación con el cuerpo imaginario11.

Planteada esta última distinción llegamos de vuelta a la pregunta ini-


cial: ¿qué diferencia una alucinación ordinaria a una que merece nuestra
atención en los chicos?, ¿podemos pensar un criterio para distinguir una
inmersión en la experiencia de videojuegos que hable de un carácter en
regresión o de una técnica de replegamiento? Presento ambas pregun-
tas confluyendo hacia una misma respuesta. Propongo que consideremos
como elemento clave la desalucinación de la alteridad viviente y convocan-
te en miras a la transformación de un mundo impredecible a un mundo
predecible. No cualquier forma de desalucinación, sino aquella que invo-
lucra la desaparición de la condición viviente del otro, el borramiento per-
ceptual de su marca dialógica. Asimismo, habremos de preocuparnos de
los fenómenos de inmersión en la vida virtual cuando la negativización a la
base refiere a cuestiones ligadas a la experiencia de alteridad.

En ese sentido, los videojuegos son una actividad que puede estar al ser-
vicio, tanto del replegamiento como de la regresión. En el campo de lo
regrediente-progrediente, pueden ser espacios de apercepción, de fantasía.
El uso regrediente supone la potencialidad identificatoria (Klein, 1929), la
puesta en juego de muchas voces en la trama que entusiasma al chico (ver
imagen 1). El terapeuta puede que sea uno más, pero uno más viviente,
partícipe, aunque sea como espectador, de la experiencia. Diríamos, allí,
nada dista mucho de lo que vemos en la experiencia de juego dada por
el setting analítico. A veces observador, a veces interventor, interlocutor,
par, contraparte, el analista forma parte del teatro de personificación pre-
cursora y fundamento dialógico de transferencia (Gutiérrez, 2010, 2014,
2015). El jugar así nada tiene que envidiarle a otras formas del trabajo de
subjetivación. Y es en la infancia la forma primaria. Conocer las particu-
laridades de los personajes, la tensión en respuesta a los otros jugadores
presentes en la red social, la trama identificatoria y conflictual que ofrece
el guión, el impacto estético, el desafío intelectual o psicomotriz, todo ello
constituye un complejo de actividad sumamente interesante donde pode-
mos, cómodamente, situar los postulados de Winnicott sobre la constitu-
ción de un área intermedia de la experiencia y la dimensión paradojal de
la experiencia.

Ilustración clínica 112. Un chico adolescente tardío, que pienso


siempre de 10-11 años, jugaba World of Warcraft (ver Imagen 1)
y hacía ‘parties’ que eran grupos de asociación entre múltiples
jugadores virtuales donde él ocupaba un rol muy específico. Era

11En su conjunto, me inclino a pensar que constituyen dominios de experiencia diversos,


aunque esta es una idea que merecería mayor discusión.
12Todo el material clínico ha sido modificado siguiendo las recomendaciones de Gabbard
(2000), incluyendo la construcción, omisión, desfiguración y recomposición de información.

42
Andrés Albornoz
Lucio B.
Gutiérrez

el ‘clérigo’ que los curaba, mientras los otros luchaban. Otros


ocupaban el frente de batalla, peleando directamente, mientras
él desde atrás los iba sanando. Gastaba mucho tiempo en esto,
compartía con esos otros chicos fuera del juego, discutían estra-
tegias, me contaba la historia del clérigo, que venía de un pueblo
específico donde había sido investido con el poder de curar desde
una divinidad (que él había inventado). El poder al que quería
llegar avanzando en el personaje era el de resucitar y espantar
muertos vivientes. Este chico había perdido a su padre cerca de
los 8 años y aún no se reponía de ello (pienso que algo de ello
me llevaba a pensarlo de 10 años). Era muy evidente para mí la
función restitutiva de todo esto, pero no era algo que podía, por
supuesto, decirse (se arruinaría el juego). En el juego, sí, algo de
ese dolor parecía estarse tramitando en la medida que se acer-
caba a su cumplimiento de deseo (tener el poder de resucitar).
Eventualmente quiso hacer un ‘cambio de personaje’, acción que
era muy difícil de hacer. De acuerdo con las reglas establecidas,
en cierto sentido implicaba ir atrás (perdía algunos poderes con
ello), pero conservaba otros atributos, se hacía un personaje más
flexible, y conservaba toda la historia previa que había construi-
do con su personaje. La combinación parecía evocadora de la si-
tuación analítica. Eligió, esta vez, un personaje de primera línea,
guerrero, que iba a pelear directamente y era, esta vez, curado
por otros. Esto me hizo pensar bastante.
Imagen 1. Un grupo en una taberna del juego multijugador en línea World
of Warcraft (Blizzard Entertainment), donde interactúan indistintamente
jugadores en línea e inteligencias artificiales.

43
Temáticas

El videojugar en replegamiento es distinto. La presencia de ‘otros digitales’


bajo la forma de personajes, tramas y actividades digitales, puede operar
como suplencia alucinatoria tras la desalucinación del terapeuta como al-
teridad viviente. La dependencia se ha retirado y ha quedado puesta en el
dominio omnipotente del pensamiento, del control de la actividad intelec-
tual y psicomotriz. El jugar allí pierde su cualidad entre-tenida, dialógica,
y pasa a quedar comandado por la pulsión de apoderamiento: se define
la relación con la alteridad tal y cual se espera que sea, presencia más o
menos embalsamada.

El campo de videojuego en replegamiento está definido por la presencia de


condiciones y alteridades predecibles (ver imagen 2). Si hay carencia en
la elaboración imaginativa del chico, la trama estética y dramática de los
juegos sirve de suplencia parcial. Aunque debemos observar que muchas
veces esto no interesa mucho. Prima más bien el engarce gratificatorio,
primario, dado por la pulsión de apoderamiento descargada en el logro de
una actividad: hacer calzar el bloque, destruir la torre, ganar la carrera,
limpiar el terreno de enemigos. Este goce excitatorio funciona como sopor-
te frágil de los estados de integración (Winnicott, 1980) y favorece secun-
dariamente la desalucinación del analista como otro, que transforma la
vivencia del videojuego en una experiencia que excita pero “que no aporta
nada al mundo de la vida y los sueños” (Winnicott, 1971).

Me parece interesante observar que se produce un estado muy similar a


los estados de carencia fantasmática psicosomática. Los chicos quedan
‘esclavos de la cantidad’ (De M’Uzan, 2003), tomados por una urgencia
de tramitar excitación sin que ello derive en una actividad simbólica rica,
densa (a lo Marty, 1991), desalucinando no solo elementos del entorno
sino la información de la propiocepción, por ejemplo, el hambre, el cansan-
cio, el dolor del cuerpo. Esto es distinto al chico que reconoce el hambre,
pero está tan entusiasmado con el juego que la posterga. Acá el hambre, el
cansancio, el calambre corporal desaparecen del registro perceptual. Sur-
ge una suerte de vivencia operatoria, solo que dura lo que dura el estado
de inmersión en la experiencia o algún tiempo después. La recuperación,
el ‘despabile’, a veces es gradual, avanzando hacia la reinvestidura progre-
siva del entorno y la propiocepción. Toma la forma de un despertar, cosa
que refuerza la idea de una vivencia alucinatoria.

Ilustración clínica 2. Otro joven de edad similar, me dice en


algún momento ¿Y si me pongo a caminar hasta el fin del WOW
(acrónimo para el juego World of Warcraft, ver Imagen 2)? Me
recordó a Forrest Gump, en parte, pero esto tenía una expresión
muy concreta en su mundo. Se puso a caminar, caminar, ca-
minar. Tenía insomnio y relataba cómo caminó hasta caer ren-
dido por el sueño. ¿Quería ver qué había al final del arcoíris? O

44
Andrés Albornoz
Lucio B.
Gutiérrez

Quizás simplemente caminar, solo que sin hacerlo (físicamente).


Sin rumbo, con un dedo puesto en el botón avanzar. Había una
cualidad melancólica en toda esa descripción, de vacío triste, de-
sazón.

Imagen 2. Un jugador pescando, a solas, en el juego multijugador en línea


World of Warcraft (Blizzard Entertainment).

En la situación clínica el terapeuta pone su atención en el niño y ello


convoca, pero el niño prefiere de igual modo el videojuego. ¿Qué ofrece la
experiencia con el videojuego que puede resultar más interesante que la
alteridad viviente del terapeuta? Aparte de respuestas dolorosas para el
narcisismo del terapeuta como ser considerado por el chico una persona
zonza, poco viva o interesante, propongo aquí considerar otros vértices,
complementarios ¿podemos pensar allí una desalucinación del terapeuta?
¿O una puesta en juego pasional de un intercambio dialógico, donde el in-
terés en la experiencia lúdica gana al interés por la conversación analítica?

Comprenderán que no busco ni demonizar ni ensalzar estos dispositivos,


sino justamente mencionar que hoy en día son un campo abierto que lla-
ma a la comprensión. Observar las formas predominantes, la apertura a
lo novedoso, la presencia y lugar del otro en el juego y en el entorno del
jugador, pueden ayudarnos a comprender analíticamente cuestiones para
las que previamente solo teníamos un trabajo de lo negativo en silencio.

En ese sentido, es interesante pensar que el replegamiento en el uso de


lo digital tiene formas de ser abordado incluso en el estado replegado. A
diferencia de los casos de Winnicott (1971, 1972), donde el paciente una

45
Temáticas

vez en replegamiento se había perdido y él mencionaba la necesidad de


capturar su movimiento antes que ocurriese, el paciente en replegamiento
digital nos ofrece una particular oportunidad para comprender y ayudar
en la salida, desde adentro, si se quiere.

Analogizaciones: salidas del replegamiento digital en la sesión

No quiero terminar esta ponencia sin alguna mención a los constantes


esfuerzos que hacen los terapeutas infantiles por recuperarse con sus pa-
cientes de una situación de repliegue organizado. Cuando esto ocurre, la
dimensión de uso de videojuegos en la sesión, vemos la genialidad creativa
en los esfuerzos por transitar de la experiencia de replegamiento lúdico
digital hacia una experiencia de juego viviente con el terapeuta. Las llamo
‘analogizaciones’13, a falta de mejor nombre. Consideremos un par de si-
tuaciones:

Ilustración clínica 3. Una terapeuta se encuentra en sesión con


un joven de 10 años. Él solo puede jugar juegos reglados y a me-
nos que observe a la terapeuta en una actitud lúdica de desafío,
no se anima a jugar mostrando su fantasía. Habla de él mismo
principalmente cuando tiene un Tablet en la mano y en ese esta-
do de absorción puede referirse a sus dificultades, digamos, sin
darse cuenta que lo está haciendo. Algo así como los chicos que
pueden bailar hasta que se dan cuenta que los miran y dejan de
hacerlo. La mirada atenta del otro le abruma, le amenaza en re-
lación con su fantasía de destruir y ser destruido. Juega alguna
versión del tradicional Tetris, parece inmerso en que todo cal-
ce. La terapeuta, muy astuta a mi juicio, recuerda una vivencia
de infancia. Esto es importante, es una vivencia donde ella ha
gozado lúdicamente en su infancia. Mientras juega le habla del
Tetris y le pregunta ‘¿Conoces el Arkanoid?’. El responde que sí.
Hablan un poco de ese videojuego, un clásico de los 80, que con-
siste en una bolita que rebota en una barra y que debe romper
bloques. Resulta que el paciente le conoce bien y alguna vez ha
jugado una versión moderna del mismo. La terapeuta lo invita
a ‘jugar’ Arkanoid. Usan el diván como espacio, arriba van los
bloques (de un Jenga), abajo una pelota. El lanza y bota algunos,
luego es el turno de ella, van alternando botando los bloques.
Hay regocijo, un momento de atención conjunta y responsividad.
Pienso en el apoderamiento de la fuerza vital, el placer conjunto
en la destructividad de los ‘bloques’ metaforizados y la sobrevi-
vencia material.

13 Una vuelta a lo material imperfecto, a lo viviente artesanal, a la repetición lúdica de lo

similar (en contrapunto a la vacuidad de lo idéntico), al casi-casi igual.

46
Andrés Albornoz
Lucio B.
Gutiérrez

Ilustración clínica 4. Un chico de 5 años con defensas autísti-


cas llega a la consulta y se acurruca en una esquina, toma un
par de cojines y los usa para adoptar una posición semi-supina
en el suelo. Esta parece acomodarle. Se pone a jugar “chanchos”,
una de las tantas variantes del juego digital “Angry Birds”. Pien-
so en su enojo. Me acerco y no parece incomodarse por mi pre-
sencia. Me pongo detrás de él, viéndolo jugar. Le pregunto de que
trata y me responde: “de chanchos”. Le pregunto un par de cosas
más de los ‘pajaritos’ pero no me contesta, creo que comprendo
el mensaje….
En una de las jugadas que hace bota varios chanchos con uno
de los pajaritos y le digo “¡wena!”. Tengo la impresión que esbozó
una sonrisa. Pasamos en eso algunas jornadas. Yo hago observa-
ciones de su juego y él a veces reconoce mi presencia, a veces no.
Pero al llegar me muestra el juego portátil y le digo “¿chanchos?”
y va a sentarse. Hacemos de eso un breve ritual.
Trato de no ritualizarme, por cierto, algo muy tentador, porque
calma la intensa ansiedad ante el vacío. En una de esas partidas
quiero ver si me dejará jugar. No me deja, solo él. Pero lanza un
pájaro que pega en una TNT, una dinamita, y hace explotar a
varios chanchos. Y le digo “¡Puu!” y le doy un leve empujoncito.
Hace una risa nerviosa. Atino a empezar a hacer de su juego
una experiencia 4D, me vuelvo una suerte de asistente de efectos
especiales. Cuando le pega a una dinamita cojo unos cubos de
espuma y los tiro al aire gritando “¡PUUUUHHH!”. Él mira ‘mi ri-
diculez’, un tanto desconfiado, molesto. Vuelve a jugar y a activar
otra dinamita. No hago nada. Me mira esperando qué viene de
mi parte. Hay allí una comunicación, me afecto, me mira. Des-
pués de todo se va armando algo que sale de la pantalla hacia la
sesión. Eventualmente avanzamos a una variante del tradicional
juego de botar los tarros solo que con pajaritos y chanchos (va-
riamos a dispararle con una pistola de aire ‘Nerf’ a los chanchos).

Referencias

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2001.

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47
Temáticas

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48
Andrés Albornoz B.

CONVERGENCIA

39
Temáticas

40
Andrés Albornoz B.

Notas sobre la histórica violencia hacia


la niñez mapuche y la re(in)sistencia de
la memoria

Claudia Curimil Hernández

“Tener una conversación tranquila


para poder solucionar lo que hay, eso
es lo que digo yo. (...)
Con el gobierno, porque el
gobierno nunca...
dicen que las cosas se resuelven
con palabras,
pero dicen que van a hablar y
nunca llegan”.

niña mapuche

A
llanar: convertir algo –un territorio– en llano, es decir, acabar con
las desigualdades, con lo irregular. Acabar con las diferencias.

En el año 2011, organizaciones dedicadas a la infancia se presentaron en


audiencia frente a la Corte Interamericana de Derechos Humanos para dar
a conocer una serie de hechos: casos denunciados entre los años 2001 y
2011 en que agentes del Estado de Chile fueron responsables de abuso,
violencia y violaciones a los derechos humanos de niños, niñas y adoles-
centes mapuche en el marco del proceso de recuperación de tierras llevado
a cabo por distintas comunidades en la región de La Araucanía (ANIDE,
2012).
El material recopilado da cuenta de allanamientos a comunidades, donde
niños y niñas son víctimas de distintos modos de agresión, y situacio-
nes de maltrato en instituciones de salud al momento de ir a constatar
lesiones. Se registran, además, casos de hostigamiento por parte de la
fuerza policial para obtener información de familiares. Según el informe
publicado en el año 2012, bajo el título “Violencia institucional hacia la
niñez mapuche”, los elementos más preocupantes del resultado de dicha
documentación tienen que ver con la ausencia de protocolos que regulen
los procedimientos policiales y el uso (o abuso) de la Ley Antiterrorista en
situaciones con niños y niñas. Entre el año 2008 y el 2012, se contaban
seis casos de aplicación de esta ley para personas menores de 18 años,
aun cuando la propia ley descarta este proceder en su artículo tercero
(ANIDE, 2012).

51
Convergencia
Temáticas

El modo de actuar desde el Estado, por medio de su fuerza policial no ha


estado a la altura de los decretos sobre derechos de pueblos indígenas ni
de los artículos específicos para el tema en la Convención de los derechos
del niño, por ejemplo, en el artículo 29, el apartado c) señala que se debe
inculcar al niño el respeto por sus padres, hacia su propia identidad cultu-
ral, su idioma y sus valores, así como hacia los valores nacionales del país
en que vive, del país de que sea originario y de las civilizaciones distintas
de la suya; el d) sostiene que se debe preparar al niño para asumir una
vida responsable en una sociedad libre, con espíritu de comprensión, paz,
tolerancia, igualdad de los sexos y amistad entre todos los pueblos, grupos
étnicos, nacionales y religiosos y personas de origen indígena; y el e) indica
inculcar al niño el respeto del medio ambiente natural (ONU, 1989).

El Art.30 señala que en los estados en que existan minorías étnicas, re-
ligiosas o lingüísticas o personas de origen indígena, no se negará a un
niño que pertenezca a tales minorías, o que sea indígena, el derecho que le
corresponde, en común con los demás miembros de su grupo, a tener su
propia vida cultural, a profesar y practicar su propia religión, o a emplear
su propio idioma (ONU, 1989).

Organizaciones de derechos humanos, derechos de la niñez y derechos de


los pueblos originarios han impulsado diversas estrategias de visibilidad y
denuncia para demandar la protección de derechos de la niñez mapuche
ante los sistemas de justicia nacional e internacional, además de la in-
terpelación a las autoridades de Estado responsables en la materia, entre
ellas, la elaboración de informes de investigación, denuncias, presentacio-
nes de recursos de protección, la elaboración de comunicados públicos y
campañas ciudadanas, la realización de Misiones de Observación en los
recintos carcelarios y la interpelación a las autoridades de gobierno. Sin
embargo, los hechos dan cuenta del poco lugar que han tenido todos estos
actos en búsqueda de justicia.

La actualización del informe citado aquí, al documentar sobre lo ocurri-


do, entre mayo de 2011 y mayo de 2012, presenta nuevamente casos de
niños y niñas mapuches, entre 9 meses y 17 años, asfixiados por bombas
lacrimógenas, heridos por disparos de escopeta, encañonados con armas
de fuego, golpeados con puños, pies y armas de fuego, torturados, amena-
zados de muerte, tratados de manera degradante, perseguidos, allanados
en sus comunidades, tratados inhumanamente durante la detención, hos-
tigados, secuestrados (ANIDE, 2012).

¿Qué ha ocurrido en los años posteriores? Son las redes sociales las que
han permitido hacer circular audios, videos y fotografías, que en algún
momento han logrado hacerse lugar en medios de mayor cobertura. Nos
seguimos enterando, entonces, del llanto de un niño llamando a su madre

52
Claudia Andrés
Curimil Albornoz
HernándezB.

en medio de un desaforado allanamiento, imágenes de niños muy peque-


ños asfixiados con bombas lacrimógenas en su escuela, niños con perdi-
gones en distintas partes de su cuerpo, niños en una audiencia esposados
de pies y manos. Y en un mismo año, el 2016, con dos meses de diferencia
entre lo sucedido, de Sayen, que nace mientras su madre se encontraba
con grilletes en sus tobillos, y luego, de Brandon Hernández Huentecol
en el suelo tragando tierra mientras un carabinero le dispara más de 100
perdigones en su espalda. Más tarde, nos enteramos también de niños y
niñas que en un supuesto control de identidad son obligados a desnudar-
se. Entonces, ¿qué nombre tiene todo esto?

**

Mapuche traducido al español significa gente de la tierra, y es justamen-


te un proceso de recuperación de territorio lo que están llevando a cabo
distintas comunidades que fueron despojadas de sus tierras en el proceso
llamado de “Reducción”. Elicura Chihuailaf, escribe en su Recado Confi-
dencial a los Chilenos lo siguiente: “Y usted –seguramente– se preguntará:
¿qué significa una ‘reducción’? significa que mucha de nuestra gente fue
asaltada en sus hogares, castigada, torturada y trasladada –relocalizada–
fuera de sus parajes habituales; o asesinada. Porque reducción, ‘privati-
zación’, dicen algunos (privatizar –según el diccionario de la lengua caste-
llana– viene de privar: despojar de algo; prohibir o estorbar; predominar;
negar), es un concepto utilizado por los Estados Chileno y Argentino, des-
de mediados del siglo XIX, y materializado a finales del mismo. Contiene
el hecho de que nuestro pueblo fue reducido, ‘reubicado’, en las tierras
generalmente menos productivas de nuestro País Mapuche” (Chihuailaf,
E. 2015, p. 25).

Este proceso de recuperación ha implicado de manera inevitable, la opo-


sición frente al avance de empresas forestales o hidroeléctricas que bus-
can hacer uso de recursos, tierra y agua, que se encuentran en territorio
con carácter sagrado para alguna comunidad. Posiblemente, uno de los
hechos con mayor peso simbólico fue la construcción de la represa Ralco
(propiedad de ENDESA) que en el año 2004, saltándose algunos acuerdos,
terminó por inundar el cementerio Quepuca en la zona de Alto Bio Bio. Los
antepasados de 25 familias pehuenches quedaron bajo el agua.

El despliegue del neoliberalismo, se ha articulado en dos simbólicos pro-


cesos: las plantaciones forestales y las hidroeléctricas, cuyos efectos apa-
recen en el cambio climático que se genera producto de la sequedad de
las napas subterráneas de agua, la erosión de los suelos, la pérdida del
bosque nativo que fue arrasado para dar espacio a las plantaciones y el
empobrecimiento que generó en los lugares donde se extraía. Desde esta
mirada es posible señalar que “Si Chile buscaba conquistar su moderni-

53
Convergencia
Temáticas

dad y progreso, ello sería a costa de los derechos de los pueblos indígenas,
quienes podían ser trasladados, sus tierras permutadas y sus cementerios
y casas inundadas si el Estado y los privados así lo necesitaban” (Pairican,
2015, p. 308).

La cita anterior tiene plena vigencia, pues en marzo de 2018 surgió pre-
ocupación entre comunidades por la circulación de voces pidiendo la de-
nuncia (renuncia) de Chile al convenio 169 del OIT sobre pueblos origi-
narios, único documento para el Estado de Chile que establece cuidado
y protección de derechos de pueblos indígenas en relación al ejercicio de
consulta de medidas legislativas, así como uso, tenencia y transferencia
de tierras. Este convenio fue ratificado por nuestro país en el año 2008. Y
la OIT entrega la posibilidad de renunciarlos, lo cierto es que ningún país
que ha ratificado se ha retirado de este convenio.

Entre los argumentos utilizados por grupos asociados al sector empresa-


rial en la región de La Araucanía se plantea que el Convenio 169 de la OIT,
único instrumento internacional vinculante sobre derechos de los pueblos
indígenas, sería lesivo para los intereses del empresariado regional y per-
judicial para el país1, señalando que “retrasa el desarrollo” y que “es una
traba para las inversiones”2 (Rivas, 2018).

A propósito de la relación con la tierra, y la relación con la palabra en la


cultura mapuche, el poeta Elicura Chihuailaf, en una entrevista, comenta
lo siguiente: “Se dice, yo mismo he oído, en el campo sobre todo, ´mire,
los mapuche son flojos, pasé hace una hora y estaban conversando, volví
y seguían ahí. Eso marca dos situaciones de vida distintos, porque para
nuestra gente, la tierra puede esperar para ser sembrada porque no se
trabaja para esquilmarla, sino para obtener lo necesario para vivir, pero
lo que no puede pasar por alto es una conversación, porque entonces está
cultivando el espíritu, y eso no puede esperar”3. La figura del mapuche
flojo ha quedado medianamente en desuso ante el posicionamiento que
ha tomado hace un par de décadas la figura del terrorista. La ubicación
temporal de esta figura surgiría a partir de la convocada ley antiterrorista
en el año 2002 por Ricardo Lagos, desde entonces desde los medios de
comunicación ha habido una especie de identificación de esta figura con
el mapuche o comunero. Han surgido situaciones en que se han aclarado
acusaciones de terrorismo hacia grupos mapuche, que han resultado en
montajes. Así fue, por ejemplo, la llamada operación Huracán, que termi-
nó bajo la denominación “Caso Huracán”.

1 La Tercera: “Eventual retiro de Chile del Convenio 169 inquieta a pueblos originarios”,19
de enero de 2018.
2 Economía y Negocios online: “Permanencia de Chile en Convenio 169, sobre pueblos indí-

genas, abre debate en IX Región”. 11 de febrero de 2018.


3 Entrevista realizada por Cristian Warken en programa La Belleza de Pensar.

54
ClaudiaAndrés
CurimilAlbornoz
HernándezB.

***

Hoy la violencia de las balas, perdigones, está tomando lugar en el cuerpo


de niños y niñas y, a la vez, tomando residencia en sus vidas cotidianas.
Los dibujos trazados por niños y niñas que viven en los sectores de mayor
militarización, muestran una y otra vez guanacos, militares, metralletas,
balas, rukas (casas) con banderas mapuches recibiendo proyectiles, figu-
ras humanas con lágrimas. Niños que en vez de jugar a ese tradicional
juego de “pillarse” o “al paco4 y al ladrón”, juegan –hoy– “al paco y al ma-
puche”. Madres, padres, profesionales de la salud dan cuenta de esto. “Los
chiquititos, al menos B., a lo único que sabe jugar es al paco y los mapu-
ches, ellos no tienen otros juegos” (ANIDE, 2012, p. 30).

Si el valor de ese tradicional juego de pillarse es la posibilidad de ocupar a


veces el lugar del perseguido y a veces el del perseguidor, qué desgastan-
te puede resultar ser permanentemente el perseguido. Esto es lo que ha
vivido el pueblo mapuche hace años en el trato con el Estado chileno. Los
adultos de hoy, fueron esos niños alcanzados por otras balas, pero con las
mismas palabras con acento de desprecio: borracho, flojo, indio.

En este sentido, a mi juicio es pertinente mirar y señalar que la trayecto-


ria de niños mapuche está marcada por una violencia histórica, esto es,
la violencia hacia su cultura. Se trata de trayectorias marcadas por un
allanamiento radical en las primeras generaciones: el allanamiento de la
lengua. La prohibición del mapudungun (lengua mapuche) en las escuelas
a inicios del siglo XX y más, el castigo por ejercer el propio idioma, la im-
posición de otra lengua, la patologización del “castellano mapuche” como
problema fonoaudiológico, fisiológico o psicológico. Al tiempo que grupos
importantes eran despojados de sus tierras, en la llamada Ocupación de la
Araucanía, en donde los terrenos de las comunidades quedaron reducidos
a un bajo porcentaje de lo que les pertenecía siendo estos los de menor
productividad. Nahuelpan habla de las zonas grises, aquellas experiencias
de sufrimiento social y resistencia desplegadas por mujeres, hombres y
niños obligados a sobrevivir en la marginalidad social producto del despojo
de tierras y, con esto, el forzado empobrecimiento en el contexto del perío-
do en que se llevaron a cabo las reducciones, aquel proceso que constituyó
los mecanismos de subordinación política, económica y social, cultural
y psicológica, que –para el historiador F. Pairican– se vuelve clave para
comprender la rabia en la generación rebelada en la década de los 90. El
racismo hacia el mapuche, elemento constitutivo de traumas en las distin-
tas generaciones del siglo XX que se vieron en momentos indefensas ante
la impunidad de la sociedad blanca que se apoderó de la base material de
su vida cotidiana.
4 Paco: modo coloquial de llamar a un carabinero en Chile.

55
Convergencia
Temáticas

****
Los seres humanos, de modo constitutivo, migramos. Es decir, nacemos y
llegamos –la mayoría de las veces– a lo que llamamos nuestra familia, en
donde recibimos, además de cuidados básicos para sobrevivir, un nombre,
que siempre tiene relación a un pedacito de historia de nuestros padres;
adquirimos una lengua y la transmisión de cómo se piensan, se sienten y
se hacen las cosas en la vida, lo que es valioso y lo que es deshonra, reci-
bimos encargos del tipo serás esto o esto otro, y con todo aquello, de modo
paralelo vamos ingresando al espacio social para ubicarnos en algún lugar
que nos espera. De eso se trata el contrato social.

Piera Aulagnier, (1977) psiquiatra y psicoanalista italiana, pone atención


en lo que podríamos llamar la trayectoria del sujeto, elaborando algunas
nociones que pueden ayudar a pensar un modo –y quizás posibles efectos–
de violencia social. En primer lugar, da cuenta sobre cómo los discursos
(materno, parental, social) toman la fuerza de discursos identificantes, es
decir, son tomados por el sujeto al constituir su identidad. Propone la
noción de un microambiente que recibirá al recién nacido, microambiente
que está atravesado fundamentalmente por el discurso y el deseo de la
pareja parental. Y advertirá que la relación que esta pareja mantiene con
el niño o niña, lleva siempre la huella de la relación de esta con el medio
social que la rodea, la ley a la que este discurso está sometido. Una segun-
da noción importante aquí es la de discurso del conjunto para nombrar al
discurso que enuncia sobre lo que es, lo que no es, lo que prohíbe, lo que
es justo y lo que no. El infante hace un recorrido a través de ese discurso
al momento de constituirse como sujeto. Otra de las nociones importantes
de esta autora es la de contrato narcisista. Al igual que el discurso paren-
tal, el discurso del conjunto –el discurso social– habrá pre-catectizado el
lugar que se supondrá ocupará el niño, mucho antes de que el sujeto haya
nacido; lugar que le es ofrecido a este con la esperanza de que transmita
idénticamente el modelo sociocultural.

El contrato pactado consiste en que, por esa esperanza, el sujeto a su vez,


busca y debe encontrar en el conjunto social, referencias que le permitan
la garantía acerca de un pasado y proyectarse hacia un futuro, para que
su alejamiento del primer soporte constituido por la pareja paterna, no se
traduzca en la pérdida de todo soporte identificatorio. Garantiza el tránsito
del niño en su inscripción en el discurso social. Y responde a la pregunta
de ¿cómo es la historia identificatoria más allá de los objetos primordiales?

Aulagnier (1977) plantea que mientras nos mantenemos dentro de ciertos


límites, las variaciones de la relación pareja-medio ocupan un lugar se-
cundario en el destino del sujeto, y este podrá establecer con estos mode-
los una relación autónoma, directamente marcada por su propio trabajo

56
ClaudiaAndrés
CurimilAlbornoz
HernándezB.

psíquico. Sin embargo, puede ocurrir que la pareja de los padres rechace
las cláusulas esenciales del contrato narcisista5, o “igualmente importan-
te, pero más difícil de delimitar” puede suceder que el medio extrafamiliar
imponga un contrato viciado al no reconocer en la pareja parental elemen-
tos que le permitan incluirse en el conjunto social (diferentes formas de
discriminación y exclusión), lo cual determina que la pareja de los padres
se sienta maltratada o victimizada por parte del conjunto. La realidad de
la opresión social sobre la pareja, o de la posición dominante que ocupa,
desempeña un papel no menor en el modo en que el niño elabora sus
enunciados identificatorios, es decir, aquellos significantes que le permi-
ten hablar de sí.

En este sentido, se vuelve necesario decir que un niño no es nunca indife-


rente a las referencias que transmiten sus padres, no es nunca indiferente
al lugar en la sociedad que tienen sus figuras significativas. Un niño no es
nunca indiferente a las palabras y actos con las que otros se refieren a sus
padres. Son estos quienes portan los discursos identificatorios para aquel
niño y quienes portan, en los primeros tiempos de la infancia, su memoria.
Quienes sostienen, en último término, cierta seguridad subjetiva.

En esta trayectoria tendremos que encontrar algún mínimo de continui-


dad para poder sostener lo que llamamos una identidad, el sentimiento de
que aunque hay cosas que cambian, algo permanece. Ahí trabaja la memo-
ria. Ahí ha trabajado el tejido de la comunidad.

Pensando estos recorridos de constitución subjetiva, es posible anotar que


ser niño mapuche implica, en algún momento, la necesidad de poner pala-
bras a ese allanamiento en la propia historia. No es casual que poco a poco
se levanten espacios pequeños en la ciudad, en donde se enseñe la lengua
mapuche y asistan en su mayoría jóvenes6. Hace dos décadas, Aravena
(1999) ponía atención al fenómeno de la migración (forzada) mapuche,
alejándose de los enfoques que formulan que toda migración es pérdida
identitaria y reafirmando que para el caso mapuche es posible hablar de
una re-organización y sus efectos en la transmisión y en la recreación de
la identidad. Destacando que en la mayoría de relatos en estudio hay un
trabajo de transitar desde la vergüenza, el silencio, o rabia hacia una rea-
firmación identitaria.

Dentro de los elementos responsables de asegurar la “continuidad” entre


la vida rural y la vida urbana se encuentra el espacio de la organización
5 Como ocurre en las familias psicóticas que presentan un carácter cerrado al conjunto
social, lo que determina que sus miembros no puedan encontrar fuera del microcosmos fa-
miliar un soporte que les permita lograr la autonomía (fuera de su grupo de características
endogámicas) indispensable para su Yo.
6 Ver entrevista al profesor Héctor Mariano en https://www.latercera.com/noticia/hector-

mariano-me-contrataron-jardinero-ahora-profesor-mapudungun/

57
Convergencia
Temáticas

que de algún modo vendría a tomar el lugar de la otrora comunidad. Esta


organización se sostiene en lo que Bastilde llamó estructuras materia-
les, donde procesos de memoria tienen lugar: baile, mito, ritmo. Así como
aquellas “unidades significativas”, de orden material o ideal sobre las que
la voluntad de los hombres o el trabajo del tiempo hizo un elemento sim-
bólico de una cierta comunidad, que se denominan “lugares de memoria”.

La proliferación de celebraciones “tradicionales” mapuches en la ciudad,


pueden ser interpretadas como mecanismos de reacción a la discrimina-
ción y a la exclusión social.

Retomando la situación de los niños en relación al trabajo de la memoria,


en diciembre del año recién pasado, en el auditorio Salvador Allende del
Colegio Médico, se llevó a cabo una mesa titulada “Niñez mapuche lav-
quenche Crecer en un territorio de conflicto”, organizada por el Diplomado
de Niñez y políticas públicas de la Universidad de Chile. Se abordaron los
temas sobre “Despojos y resistencias en territorio Lavkenche” y “Efectos
psicosociales de la represión política en la niñez Mapuche”. En este en-
cuentro, las profesionales de Salud Mental, Maite Dalla, psicóloga clínica
del Programa de Emergencia de la Región de la Araucanía y la psicóloga
clínica infanto juvenil, Daniela Salazar, luego de presentar importantes
datos sobre la salud mental de niños y niñas lavquenche, destacaron que
uno de los asuntos llamativos era ver cómo la sintomatología (baja auto-
estima, ansiedad, problemas de sueño, repentina agresividad, entre otros)
de niños y niñas que habían vivido situaciones de violencia institucional,
era menor en aquellos que pertenecían activamente a comunidades, alu-
diendo al valor primordial que la función de la palabra tiene en la cultura
mapuche; se trataría de niños que pueden hablar con adultos cercanos
y ser escuchados, donde circulan relatos y, posiblemente, donde surgen
respuestas hacia los niños.

*****

¿Qué es un niño? Philippe Ariès (1987) en El niño y la vida familiar en el


antiguo régimen, señala que en la Edad Media el niño no existía como ca-
tegoría distinta a la de adulto, y que esta comienza a construirse a
partir de la intervención de Instituciones dedicadas al control, cuidado y
asistencia de la infancia. Recién en el siglo XVIII las sociedades occidenta-
les, la institucionalidad visualiza a niños y niñas en tanto sujetos sociales
y se les comienza a considerar como algo diferente a versiones en minia-
tura, débiles y calladas de los adultos.

¿Qué es un niño? Un pichikeche, un pequeño ser, o una “pequeña per-


sona” en lengua mapuche. Este modo de nombrar al sujeto de la infancia
muestra cuál es el lugar de un niño en la vida cotidiana de una familia.

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ClaudiaAndrés
CurimilAlbornoz
HernándezB.

Siempre al lado de un adulto, en alguna labor, recibiendo algunas respon-


sabilidades que le corresponde como parte de una comunidad (SZULC,
2015). En una investigación sobre criar niños mapuches, uno de los rela-
tos dice así: “Los niñitos son personas chicas, personas! esa es la diferen-
cia con el wingka… nosotros le decimos pichikeche (personas pequeñas),
ya puede ser pichi zomo (se refiere a la niña mujer) o pichi wentru, (al niño
hombre); igual no más hay que tratarlos como mapuche que son (padre,
Puerto Saavedra)” (Alarcón, 2017, p.5).
Nombrado y descrito (Alarcón, 2017; Hilger, 2015; Rojas, 2010) ha sido un
artefacto usado en familias para sostener a un niño: el küpülwue, arte-
facto de madera y lana que permitía mantener al niño en posición vertical
para que pudieran observar e integrarse a las actividades de la familia.
A modo de ejemplo, una abuela describe: “se les tenía así paraditos, con
la cabecita bien afirmada, para que acompañen a la mamá en la huerta,
así miran todo” (Alarcón, 2017, p. 6). Así, se mira con extrañeza el arte-
facto “coche”: “ese invento wingka que los niños miren para arriba todo el
tiempo, no… cuando ya pueden, tienen que estar mirando a su alrededor
para que comprendan, para participar como pichiqueche todo (dirigente,
Lumaco)” (p. 6).

Tal concepción de la niñez contrasta con la definición occidental hegemó-


nica en la cual los niños son apartados del «mundo adulto» y mantenidos
en una suerte de «cuarentena», en tanto objeto de constante supervisión,
no productivos y no del todo capaces de comprender sus actos (Szculc,
2015).

Este modo de inclusión en la vida cotidiana de adultos, podría ser final-


mente una práctica sostenida en el valor simbólico que tiene un niño en la
cultura mapuche: el de continuidad y perdurabilidad (Alarcón, 2017). Es-
tos elementos recuerdan esos párrafos donde Freud se refería al narcisis-
mo. La idea de que el narcisismo está apuntalado en el narcisismo prima-
rio de los padres. El narcisismo de un sujeto se apuntala en la generación
que le antecede. Freud (1914) señala: “El individuo lleva realmente una
existencia doble, en cuanto es fin para sí y eslabón dentro de una cadena
de la cual es tributario contra su voluntad o, al menos, sin que medie esta”
(p.76). Y agrega: “El punto más espinoso del sistema narcisista, esa inmor-
talidad del yo que la fuerza de la realidad asedia duramente, ha ganado su
seguridad refugiándose en el niño” (p.76). ¿Habrá una palabra más justa
para nombrar esa relación?

El niño ve refugiado su pasado, el adulto su futuro. Freud ya está hablan-


do de ese sujeto de herencia. El sujeto está, entonces, al servicio de una
continuidad. La familia y el sujeto están al servicio de una continuidad. El
sujeto está al servicio de la continuidad en la cultura y de la transforma-
ción de lo que hereda.

59
Convergencia
Temáticas

Un niño viene de las generaciones al mundo social que le toca vivir. Impor-
tante es prestar atención a las condiciones que atraviesan y tocan esta tra-
yectoria. Y, si bien, es sumamente necesario atender el impacto individual
de niños y niñas, también es necesario que se asuma que hay temblores
que no se acogen con fármacos ni con diagnósticos psicológicos, sino con
los trabajos de la memoria, con la escritura de la historia. Posiblemente,
algo de esto hace la poesía mapuche.

La violencia hacia la niñez mapuche, es una violencia hacia eso mapuche


que aterra a un sistema. La violencia hacia la niñez mapuche es hacia la
continuidad de una cultura, al menos a aquello que no se conforma con
ser parte del folclor ni del turismo. ¿Qué efectos puede tener el discurso de
la necesidad de inclusión del mapudungun en las escuelas por parte de las
instituciones si al mismo tiempo hay asesinatos por la espalda?

Las preguntas sobre qué decir a la hija de Camilo Catrillanca, o a los hijos
de Macarena Valdés, no son de orden retórico, sino de responsabilidad
social. Quizás se trata de insistir en la pregunta: ¿Dónde está José Hue-
nante?7

7José Huenante Huenante, fue el primer desaparecido en Democracia. Era mapuche y te-
nía 16 años. La última vez que fue visto, el 3 de septiembre de 2003, lo estaban subiendo
a una patrulla de carabineros.

60
Andrés Albornoz B.
Referencias

ANIDE (2012) “Informe sobre la violencia institucional hacia la niñez mapuche”.


Extraído el día 27 de febrero de 2019 desde: https://www.indh.cl/wp-content/
uploads/2012/08/informe-violencia-institucional-ninez-mapuche-2012.pdf

Alarcón, A. (2018) “La paradoja entre cultura y realidad: el esfuerzo de criar ni-
ños y niñas mapuche en comunidades indígenas de Chile”, Chungará Revista de
Antropología Chilena, Santiago de Chile.

Aravena, A. (1999) “La identidad indígena en los medios urbanos. Procesos de


recomposición de la identidad étnica mapuche en la ciudad de Santiago”, en Ló-
gicas Mestizas en América. (Guillaume Boccara, Sylvia Galindo G. eds.) Temuco:
Instituto de Estudios Indígenas.

(2001) La identidad mapuche - warriache: Procesos migratorios contemporáneos e


identidad mapuche urbana. IV Congreso Chileno de Antropología. Colegio de An-
tropólogos de Chile A. G, Santiago de Chile. Extraído el día 2 de marzo de 2019
dese: https://www.aacademica.org/iv.congreso.chileno.de.antropologia/42.pdf

(2003) “El rol de la memoria colectiva y de la memoria individual en la conversión


identitaria mapuche”, Revista de Estudios Atacameños, Volumen N° 26 , Pp. 89-
96.

Ariès, P. (1987) El niño y la vida familiar en el antiguo régimen. Madrid: Taurus


Ediciones.

Aulagnier, P. (1977 [1975]) La violencia de la interpretación. Del pictograma


al enunciado. Buenos Aires: Amorrortu Editores.

Chihuailaf, E. (1999) Recado Confidencial a los Chilenos. Santiago de Chile: LOM


ediciones.

Freud, S. (1914) “Introducción del Narcisismo”, en Obras Completas, Vol. XIV.


Buenos Aires: Amorrotu Editores.

ONU, Organización de las Naciones Unidas (1989). Convención sobre los De-
rechos del Niño.

Pairican, F. (2015) “El retorno de un viejo actor político: El guerrero. Perspectivas


para comprender la violencia política en el movimiento mapuche. (1990-2010)”,
en Awükan ka kuxankan zugu wajmapu mew Violencias coloniales en Wajmapu
(Antileo, E. Cárcamo, L, et. al eds) Temuco: Comunidad de Historia Mapuche Edi-
ciones.

Rivas, A. (2018) “Derechos Humanos de los pueblos indígenas en Chile”, en Infor-


me Anual sobre derechos humanos en Chile 2018. Santiago de Chile: Universidad
Diego Portales

Rojas, J. (2010) Historia de la infancia en el Chile republicano. 1820 – 2010.


Santiago de Chile: Ocho Libros.

Szulc, A. (2015) “Concepciones de niñez e identidad en las experiencias escolares


de niños mapuche del Neuquén”, en Anthropológica XXXIII N°35, pp. 235-253.

61
Temáticas

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Andrés Albornoz B.

APUNTES DE MEMORIA

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Temáticas

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Andrés Albornoz B.

Nenas de papá. La relación de los varones


con sus hijas
Juan Carlos Volnovich

Resumen
La relación de los varones con sus hijas mujeres –de Freud con Anna, de Lacan con Judith–
analizada desde la intersección del psicoanálisis con los estudios de género, constituye el
nudo central del presente trabajo. Adicionalmente, surge el interrogante acerca de los modos
en los que el feminismo circula por las instituciones psicoanalíticas.

Palabras clave: filiación – padres – hijas – género.

Q
uien se acerque hoy en día al universo del psicoanálisis se
encontrará con un campo dominado por la Asociación Psicoanalítica
Internacional y la Asociación Mundial de Psicoanálisis (la IPA
y la AMP), las dos grandes transnacionales que administran el poder y
monopolizan el saber psicoanalítico.

El poder de la IPA, la Asociación que Freud fundó, fue la herencia que


recibió Anna, su hija menor.

El poder de la AMP, también fue construido con la herencia que Lacan le


legó a su hija menor, Judith, y a su esposo, Jacques Alain Miller.

Ahora, cómo fue que estas hijas lograron apropiarse y continuar con la
empresa de sus padres y de qué manera llevaron adelante esa iniciativa.
Esto es: ¿hasta dónde completaron el proyecto interrumpido, hasta dónde
lo traicionaron? Tal el tema del presente texto. Entonces, para aludir a la
parentalidad, la filiación y las generaciones, hablaré de la relación de los
varones con sus hijas: de Freud y Anna, de Lacan y Judith. Hablaré de las
“nenas de papá”. Para eso haré un rodeo por la narrativa clásica.

Freud fue muy explícito al describir las diferencias que existen en la


estructuración de la identidad sexual de los varones y la identidad sexual
de las niñas: cuando el varón clausura su Edipo en función de la amenaza
de castración, la niña lo inaugura. Lo que quiere decir que, defraudada por
su madre, sabiéndola castrada (no castrada, denigrada), la niña acude al
padre en búsqueda de aquellos atributos que le permitan construir una
identidad más valorizada. De cómo el padre la reciba, del encuentro que
allí se produzca, dependerá el futuro de la niña.

Simplificando mucho las cosas, uno podría aventurar destinos opuestos


para el caso en que el papá acuda a la cita con su hija con ojos patriarcales

65
Apuntes de memoria
Temáticas

de aquel en que el papá la reciba con mirada feminista. Quiero decir: una
cosa es que esa niña se instale en el lugar de “nena de papá”, “cosita linda”,
“muñeca graciosa”, objeto digno de ser cuidado y protegido, “chancleta”
a quien deberá dotar para que tome la comunión con un vestido blanco,
para que al cumplir los quince se luzca con un vestido luminoso, para
que, finalmente, se case “bien casada”; y otra cosa muy distinta tendrá
lugar si el papá logra inscribirla como “nena de papá”, compinche de
aventuras intelectuales, compañera para la práctica de deportes, cómplice
en sus propias iniciativas empresariales, destinataria de un proyecto de
desempeño laboral que le permita ganarse la vida de manera independiente
y autónoma1.

Existen, entonces, por lo menos, dos significados precisos y contradictorios


para la expresión “nena de papá”.

Anna
Freud tuvo seis hijos: Mathilde (1887), Jean Martin (1889), Olivier (1891),
Ernst (1892), Sophie (1893) y Anna (1895). La hija favorita, la preferida de
Freud no fue ni Mathilde ni Anna. Fue, sin lugar a dudas, Sophie. Pero
Sophie falleció prematuramente a los 26 años a partir de la complicación
de un aborto. Pocos años antes, Freud había descubierto a Anna2 –por
entonces de 18 años– cuando Sophie lo “abandonó” por el fotógrafo Max
Halberstadt, que se la llevó a Hamburgo para casarse con ella.
“Anna es mi Cordelia, la devota hija menor de King Lear”3. “Anna es la
más talentosa y la más completa de mis hijos”4. “Anna es mi único hijo
verdadero”5. “Anna es mi Antígona, la que en Edipo en Colono guía al padre
ciego de la mano”6. “Anna es más fuerte que yo”7. Todas estas, expresiones
sacadas del vasto epistolario de Freud; y ya viejo y enfermo, en carta a
Arnold Zweig del 13 de febrero de 1935: “El único punto luminoso de mi
vida se debe a los descubrimientos psicoanalíticos que está haciendo mi
hija Anna”8.

1 Gay, P. (1989): Freud, una vida de nuestro tiempo. Buenos Aires: Paidós, p. 494. Cuando
Freud murió, se encontró entre sus papeles, un sobre vacío que alguna vez contuvo dinero
y que data, aproximadamente de 1920. En el frente se lee: “Para Anna. Contribución para
su dote o para su independencia”.
2 Freud, S.: Carta a Anna del 22 de julio de 1914. “Tu has resultado un poco diferente a

Mathilde y Sophie; tienes intereses más intelectuales y no quedarás totalmente satisfecha


con una actividad puramente femenina”.
3 Freud, S.: carta a Ferenczi del 23 de junio de 1912.
4 Tomado de Erikson, E. (1983): “Tributo a Anna Freud”. Bulletin of the Hampsted Clinic,

vol.6, p. 52.
5 Ibíd.
6 Gay, P., op. cit., p. 493. Afirmación compartida por Uwe Henrik Peters.
7 Carta de Jones a Anna Freud del 26 de octubre de 1952. “¡Qué padres tuvo usted! Ahora

puedo comprender plenamente una observación de su padre en 1938, en Viena: Anna es


más fuerte que yo”.
8 Freud, S. (1970): The letters of Sigmund Freud and Arnold Zweig. N.Y.: New York University

Press.

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Juan Carlos
Andrés Volnovich
Albornoz B.

Decía antes que Freud descubrió a Anna cuando tenía 18 años. Y, a los
19 (1914), la envió a Londres donde se encontraría con Ernest Jones, su
discípulo que a la sazón, tenía 35 años. La envió con una carta –protectora
y desconcertante– dirigida a Jones, que decía:
Ella es la más dotada de mis hijos y, además, tiene un carácter
precioso, lleno de interés en aprender, ver cosas y llegar a comprender
el mundo. Ella no pretende ser tratada como mujer, está muy lejos de
cobijar anhelos sexuales...Existe un acuerdo expreso entre nosotros.
Anna no pensará en el casamiento o en sus preliminares antes de
que pasen dos o tres años por lo menos. Y yo no creo que ella vaya a
romper ese pacto9.
Al citar este comentario acerca de una señorita de 18 años que “no alberga
interés sexual alguno”, Peter Gay afirma que parece escrito por un burgués
convencional de fin de siglo que jamás leyó a Freud.
Freud descubrió a Anna cuando tenía 18 años, pero la devoción de Anna por
su padre se remonta a la primera infancia. Desde muy pequeña, desde su
lugar de “patito feo” Anna admiró incondicionalmente a su padre: escuchaba,
devoraba todo lo que Freud decía y lo que Freud escribía. Llegado el momento
quiso estudiar medicina para formarse como psicoanalista, pero Freud la
disuadió y durante 6 años estudió el Profesorado en Educación del Liceo
Cottage.
Siguiendo con la narrativa clásica, si la niña acude al padre en búsqueda
de la ecuación pene, bebé, Anna encontró su lugar en el psicoanálisis a
partir de los niños. Sus primeros “pacientes” fueron sus sobrinos, Ernst (el
niño del fort-da) y Heinele, los hijos huérfanos de Sophie.
La hija, la más fiel discípula del maestro, la alumna más entusiasta, inició
un análisis con Freud en 1918, a los 23 años; análisis que se prolongó
hasta 1921. Este análisis fue retomado, después, en 1924. Lo que quiere
decir que Freud analizó simultáneamente a Anna y a la paciente que dio
pie a la publicación de 1920, que lleva como título: “Sobre la psicogénesis
de un caso de homosexualidad femenina”. Lo que quiere decir, también,
que Freud analizó a Anna después de publicar sus taxativos “Consejos al
médico en la iniciación del tratamiento analítico” (1912).
La resolución de la transferencia –una de las principales finalidades
de nuestro tratamiento– se ve dificultada por una actitud íntima del
médico, de modo que cualquier ventaja conseguida en el inicio se
ve perjudicada al final. El médico debe ser opaco para el paciente y,
como un espejo, no debe mostrar nada más que lo que es mostrado...
El tratamiento tiene que ser conducido en abstinencia10.
9 Freud, S.; Jones, E. (1993): The complete correspondence of S. Freud and E. Jones, 1908-
1939. Londres: Harvard University Press. Citado por Gay, P., op. cit. p. 487
10 Freud, S. (1948) Obras Completas. Madrid: Editorial Biblioteca Nueva. Tomo 1, p. 330.

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Apuntes de memoria
Temáticas

Pues bien, nada menos opaco, nada más íntimo, que un padre frente al amor
de una hija devota a la que se le ha dado la consigna de la confidencialidad
y la entrega total de su privacidad. Nada más íntimo que una hija incitada
a contarlo todo, libre de censuras y pudores.

Del análisis de Anna con Freud surgieron dos trabajos. Uno de Freud, “Pegan
a un niño” (1919)11. El otro de Anna: “Fantasías de flagelación y ensueños
diurnos” (1922), este último texto le sirvió como carta de presentación para
ser aceptada en la Sociedad Psicoanalítica de Viena (31 de mayo de 1922).
La idea central de ambos ensayos está basada en el “material” analítico de
Anna12.

Testigo de los castigos corporales que Freud le infringió a Ernst, su hijo,


desde el diván, Anna le confía al padre la excitación sexual que le produce
y la masturbación compulsiva que ese hecho desencadena. Freud explica
entonces las etapas por las que Anna pasa: primero, “un niño es pegado”;
segundo, “por identificación, el deseo de que mi padre me pegue”; tercero,
“el masoquismo femenino alienta la fantasía masturbatoria”.

Por su parte, Anna afirma que las fantasías de flagelación nacen como
sustituto de una escena incestuosa con el padre que fue distorsionada por
la represión. Pero este tipo de perversión sadomasoquista infantil no persiste
para siempre, puede transformarse y sublimarse.

Ensayos del padre y de la hija. Estudios sobre la sublimación, sublimación


en acto del incesto. Estos textos de los Freud –Sigmund y Anna– son el
testimonio elocuente de esa alianza intelectual, de ese pacto clandestino.
Secreto a partir del cual Anna dejó de ser la secretaria de su padre para
convertirse en su principal interlocutora. Postulada como privilegiada
heredera del psicoanálisis, se consagró como tal, cuando, para el octogésimo
cumpleaños, puso en manos de su padre el regalo más preciado: El yo y los
mecanismos de defensa. Como enfermera impecable, como hija solícita, como
madre abnegada, como esposa fiel, cuidó de Freud hasta el último momento.
Posteriormente a la muerte de Freud, amplió el poder del psicoanálisis,

11 Rodrigué E. (1996) Sigmund Freud. El siglo del psicoanálisis. Buenos Aires: Editorial

Sudamericana: “El perfil de la quinta paciente incluida en “Pegan a un niño” hace pensar
en Anna. Por otro lado, no quedan dudas de que la paciente de “Fantasías de flagelación
y ensueños diurnos es la propia Anna, hasta en los detalles mínimos”, tal cual lo refiere
Elizabeth Young-Bruehl. Tomo 1, p. 323.
12 En esto coinciden casi todos los biógrafos de Freud. Ernest Jones, Peter Gay, Emilio

Rodrigué. Person Ethel Spector. (Compiladora) En torno a Freud “pegan a un niño” (2000),
Madrid: Biblioteca Nueva. El caso clínico de “Fantasías de flagelación...” es la propia Anna.
La joven a quien hace referencia no podría haber sido, por otra parte, paciente suya. Anna
comenzó a tomar pacientes recién después del Congreso de Berlín. En esto coinciden,
también, los biógrafos de Anna Freud: Elizabeth Young-Bruehl (2001): Anna Freud. Emecé
Editores. Hèléne Trivouss-Widlöcher: Anna Freud ou la transmission saisie par le transfert. 
Revue Internationale de Psychopathologie, n°6/1992, pp. 315-330. (disponible en el
sitio www.seances21siecle.com).

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Andrés Volnovich
Albornoz B.

resistió el enfrentamiento con Melanie Klein y, dirigiendo con mano férrea


la IPA, a través de sus tres discípulos, Hartmann, Kris y Lowenstein, inundó
de psicoanálisis a los Estados Unidos.

Anna, the jewish princess, la princesa del psicoanálisis, heredera de una


disciplina que desafió la moral victoriana con una propuesta de liberación
sexual, nunca se casó13 y jamás abandonó el apellido del padre. Protagonizó
lo que es tal vez el episodio más escabroso –más incestuoso– en la historia del
psicoanálisis. Protagonizó, también, lo que es, tal vez, el pacto más audaz, la
complicidad intelectual más arriesgada, la aventura más temeraria que un
padre pueda atreverse a llevar adelante con su hija; pacto-análisis basado
en una represión monumental. Y esa represión se extendió como censura
de los textos de su padre. Como encargada de administrar los archivos,
la manera sesgada como desarrolló el proyecto freudiano, la amputación,
curiosamente, de la teoría de la seducción que recién después de su muerte
salió a la luz, suenan a síntoma residual.

Judith
Lacan tuvo 4 hijos. Tres de ellos, Caroline (1936), Thibaut (1938), Sibylle
(1940) con Marie-Louise “Malou” Blondin y Judith (1941) con una
judía, Sylvia Maklés. En realidad, 1940 fue el año en que dos mujeres,
simultáneamente, quedaron embarazadas de Lacan. Sibylle –la hija de
Lacan con “Malou” Blondin– nació pocos meses antes que Judith. Judith
Sophie, la hija de Lacan con Sylvia fue registrada en la alcaldía de Antibes el
3 de julio de 1941, durante los peores momentos de la ocupación alemana,
bajo el nombre de Judith Bataille ya que su madre estaba todavía casada
con George Bataille. Judith, impedida de usar el Lacan de su padre (la ley
francesa prohibe reconocer a un hijo nacido de otra mujer) llevó el nombre de
un padre que no era el suyo. El apellido judío de la madre, Maklés, hubiera
sido un trastorno en épocas de antisemitismo militante.

Lacan mantuvo separada a sus dos familias de manera tal que Caroline,
Thibaut y Sibylle ignoraron durante muchos años la existencia de Judith,
su media hermana. Pero el caso es que, a pesar de usar su apellido, ni
Caroline, ni Sibylle, fueron sus preferidas. Judith lo fue. Era con ella con
quien Lacan convivía y revivía ante los ojos de quien quisiera verlo, un
idilio intenso y, tal vez, un tanto exageradamente edípico. Y el caso es que,
a pesar del ateísmo militante de Lacan y el judaísmo de su madre, Judith
tomó la comunión y fue inscrita en un colegio católico.

13
Elizabeth Young-Bruehl (1988) en su Anna Freud, a Biography. Londres: Summit Books,
opina que el amor de Anna con Dorothy Burlingham jamás se concretó, pero Michael John
Burlingham, el nieto de Dorothy, se refiere a una carta de Anna a Edith Jackson donde
escribe sentirse muy avergonzada por estas cosas, especialmente ante papá: “no se las
cuento”.

69
Apuntes de memoria
Temáticas

Así, en 1953, cuando Lacan se casó con Sylvia, se disparó un verdadero


lío legal y un desopilante conflicto de filiaciones. Sylvia cambió el apellido
Bataille por Lacan. Pasó a ser Sylvia Lacan. Judith, que conservó su nombre
–Judith Bataille– se convirtió en la hijastra de quien en realidad era su padre
y en hermanastra de Caroline, Thibaut y Sibylle, de quién en realidad era
media hermana. Siguió siendo hermana en pleno derecho de Laurence, la
hija de Sylvia con Bataille, cuando solo era su media hermana, y pasó a ser
media hermana de la nueva hija de Bataille, Julie, a quien, en realidad, no
la unía ningún lazo de sangre.

Cuenta Elizabeth Roudinesco que Lacan tenía verdadera adoración por


Judith y que sufría amargamente por no haberle dado su apellido. Le
consagró, sí, un amor exclusivo mientras, embelesado, la miraba crecer.
Desde muy pequeña, Lacan la integró al núcleo de intelectuales que lo
frecuentaban y la incorporó al círculo de sus discípulos. Judith, por su
parte, correspondió arrobada a ese amor. Vivía encandilada por ese dios
de una generosidad sin fisuras hacia ella, rindiéndole culto al héroe que
valientemente triunfaba sobre sus adversarios, siempre expuesto a ser
traicionado por sus alumnos. “Bastarda”, sabiéndose la preferida de su
padre, sufrió por la ilegitimidad de su filiación. Es digno de consignar, aquí,
que tampoco Judith estudió medicina, pero se graduó de filósofa con los
más altos galardones.

Así, en 1962, después de la muerte de George Bataille, Lacan apeló al


abogado Roland Dumas para gestionar ante la justicia el cambio de apellido
de Judith. Lo curioso es que lo logró –Judith Bataille pasó a ser Judith Lacan–
el mismo día en que Lacan pronunció su discurso sobre “La excomunión”.
Esto es: el día en que renunció a la IPA con su seminario conocido como
“el último seminario” (ya que fue el último como miembro de la IPA) y cuyo
título es “Los nombres del padre”. Lacan pudo ponerle el apellido a su hija
y, simultáneamente, fundar bajo el eufemismo de “freudiana”, la escuela
lacaniana. Aquel 15 de enero, mientras Lacan dictaba su seminario, Judith
conoció a un joven de 19 años que se encontraba entre el público: Jacques
Alain Miller.

Lacan nombró a Judith, Judith Lacan, y en 1980 la consagró en su


testamento heredera universal de toda su obra restringiendo los derechos
de sus otros herederos. También, designó a Miller como su albacea con
plena libertad sobre la edición de sus textos y le otorgó el control jurídico,
financiero y teórico sobre su patrimonio.

Judith, la otra princesa del psicoanálisis, heredera de una teoría que


promueve la subversión del sujeto y que hizo de la metáfora paterna el
significante supremo, sí se casó. Solo durante dos años de su vida llevó el
nombre del padre. Fue, hasta los 23 años Judith Bataille y, posteriormente,

70
Juan Carlos
Andrés Volnovich
Albornoz B.

Judith Miller. Como Anna, protagonizó, también, una historia sino


escabrosa, al menos desconcertante. La heredera del psicoanálisis lacaniano,
la encargada de trasmitir el legado psicoanalítico de su padre, jamás se
analizó y siendo excepcionalmente dotada, delegó en “su” hombre –en
Miller– la tarea de administrar el imperio recibido.

El feminismo y las asociaciones psicoanalíticas

Comencé diciendo que, hoy en día, acercarse al universo del psicoanálisis


supone transitar por un campo dominado por la Asociación Psicoanalítica
Internacional y la Asociación Mundial de Psicoanálisis (la IPA y la AMP),
las dos grandes transnacionales que administran el poder y monopolizan
el saber psicoanalítico.

Dije también que el poder de la IPA, la asociación que Freud fundó, fue
la herencia que recibió Anna, su hija menor y que el poder de la AMP fue
construido con la herencia que Lacan le legó también a su hija menor,
Judith, y a su esposo, Jacques Alain Miller.

Pues bien: guiado por el interés en las teorías del género que desafían
al psicoanálisis, quise reparar en las semejanzas y las diferencias que
mantuvieron Freud y Lacan, los dos grandes padres del psicoanálisis, con
sus hijas convertidas en herederas. Claro está que cuando aludo a las “nenas
de papá” lo hago en el sentido ambiguo que tienen tanto Anna y Judith
como la IPA y la AMP, instituciones que bien podrían ser consideradas las
“nenas de papá”.

¿Cómo circulan las teorías del género por estas instituciones? ¿Cuál
es la apertura de la IPA al feminismo contemporáneo desde que ambos
(IPA y teorías de género) son productos dominantemente anglosajones?
¿Cómo incorpora la AMP la tarea de revisar críticamente los estereotipos
patriarcales de los que quedó tributaria la teoría lacaniana? ¿Qué política
feminista pudiera darse para/con la IPA y la AMP? ¿Quién se ha puesto
a reflexionar sobre la manera particular que adquiere el sexismo en las
instituciones psicoanalíticas, instituciones que han sido fundadas para
guardar celosamente y enaltecer la producción del “padre” y que, a la muerte
de ellos, pasó a manos de sus hijas?

Para una teoría de la subversión del sujeto, para un proyecto de emancipación


que pase por la deconstrucción de las diferencias y las desigualdades entre
varones y mujeres, ¿quién aporta más recursos teóricos, Freud o Lacan?

Estas y otras interrogantes nos van acercando a una sospecha crucial: ¿no
será que el edificio conceptual psicoanalítico, reactualizado por el sofisticado
discurso lacaniano, no es otra cosa que un intento de restituir al padre el

71
Apuntes de memoria
Temáticas

poder perdido en estas últimas décadas; décadas signadas por enormes


cambios en los estereotipos tradicionales que caracterizan al patriarcado?

Para instalar esta cuestión habría que comenzar recordando que Lacan
sostiene –con Freud y Levy-Strauss– que la interiorización del tabú al incesto
es el acto fundacional de la cultura. De ahí que reclame la intervención de
una fuerza externa para intentar desgarrar la poderosa relación que une al
niño con su madre. Esa fuerza, claro está, es el padre (“padre” como operador
estructural). Dicho de esta manera, se supone que nada interno en la madre
o en el hijo puede garantizar que se separen. Así, la Ley Paterna es concebida
como un dispositivo que viene de afuera, viene del exterior y, al forzar al
niño a romper con la simbiosis primordial materna, lo habilita, en Nombre
del Padre, a inscribirse en el universo simbólico. Solo que el giro lingüístico
de Lacan, hace a las culturas equivalentes de La Cultura y encubre, con
la estructura y los efectos supuestamente universales y a-históricos de la
lógica del lenguaje, la posibilidad de deconstrucción de la cultura y de las
relaciones sociales de poder y de dominio que la determinan.

Decía que, para Lacan, esa Ley Paterna es una intervención que viene de
afuera, viene del exterior. Es, si se quiere, “real”. Y eso real está ligado al
hecho –para nada intrascendente– de ser cultura masculina, no como efecto
del lenguaje, sino como consecuencia de las relaciones del poder ejercido
por los hombres sobre las mujeres. De ahí que Freud aparezca mucho más
“realista” que Lacan, porque Freud no nos pide aceptar que nuestros hijos
y nuestras hijas están castrados del mismo modo o en el mismo grado;
Freud no sugiere que la lucha edípica y la iniciación en la cultura tienen
las mismas consecuencias para niñas y varones.

Es cierto que Freud desvía la cuestión hacia la biología. “Anatomía es


destino”, dice; y, al hacerlo, deja bien en claro que, en este mundo, en
esta cultura patriarcal, no da lo mismo nacer varón o nacer mujer. Freud
enmascara las cuestiones del poder bajo las diferencias anatómicas, pero
acepta dos circunstancias importantísimas:

1. que los hombres tienen privilegios que les son quitados a las mujeres
–que solo las mujeres están castradas– y
2. que esa diferencia genera un cierto Malestar en la Cultura.

En cambio, Lacan nos propone aceptar que tanto hombres como mujeres
estamos castrados y así circulamos, no por la cultura sino por el lenguaje.
La clave lingüística del psicoanálisis lacaniano puede que permita concebir
un avance en la decontrucción cultural de la diferencia entre los géneros,
pero, en realidad, al reemplazar a la cultura, a su historia, a las relaciones
de dominio que en su seno producen malestar, por la lógica universal del
lenguaje, impide avanzar en la comprensión de las determinaciones que

72
Juan Carlos
Andrés Volnovich
Albornoz B.

nos producen mujeres y hombres de tal o cual manera. Porque el caso es


que, aunque Lacan afirme que tanto hombres como mujeres carecen de
falo y están castrados, las consecuencias de esta carencia no parecen ser
las mismas para unos y para otras.
Tengo la impresión que al cambiar el eje del psicoanálisis –al proponer
una teoría estructural del lenguaje y un registro simbólico supuestamente
“neutral” y universalista, en reemplazo de una concepción del desarrollo
psicosexual de los sujetos– Lacan ayuda poco a develar los orígenes sociales
de la construcción del género y omite la génesis de las asimetrías de poder
que caracterizan al patriarcado. Esto es: una vez más, con Lacan, se afirma
y oculta el poder del padre: se privilegia su lugar y se protege su dominio.
Por supuesto que no aludo solo al padre real. Por supuesto que la paternidad
es una metáfora y que no es lo mismo la ausencia del padre en la familia que
la ausencia del padre en el Complejo de Edipo. Pero lo que el psicoanálisis
lacaniano no puede pensar, es que quede vacío el lugar de una Ley que
ejerce su influencia en todas y en todos, en cada una y en cada uno de
nosotras y de nosotros; ley que garantiza nuestra incorporación al universo
simbólico que no es otro, claro está, que el universo del lenguaje regido por
una lógica universal y a-histórica, donde no cuenta la cultura patriarcal ni
la historia del dominio masculino.
Tal vez, la afirmación de Jane Flax, que considera que la obra de Lacan
no puede contribuir mucho a los nuevos conceptos feministas sobre el
género, sea un tanto taxativa, sin embargo, nos permite cuestionar la
retórica lacaniana desde un Freud dignificado después de tantas décadas
de críticas feministas.
Tal vez, lo que aquí expongo pudiera resumirse en un solo interrogante
¿puede el género “trabajar” el psicoanálisis –sea este freudiano o lacaniano–
dentro de las instituciones oficiales o, inevitablemente, esta será una tarea
a realizarse por fuera, ya que la doctrina transformada en dogma condena
al fracaso cualquier otra iniciativa?

Referencias

Flax, J. (1990) Psicoanálisis y Feminismo. Pensamientos fragmentarios. Valencia:


Ediciones Cátedra.
Gay, P. (1989) Freud, una vida de nuestro tiempo. Buenos Aires: Paidós.
Jones, E. (1962) Vida y obra de Sigmund Freud. Buenos Aires: Editorial Nova.
Freud, S.; Jones, E. (1993) The complete correspondence of S. Freud and E. Jones,
1908-1939. Londres: Harvard University Press.
Roazen, P. (1978) Freud y sus discípulos. Madrid: Alianza.
Rodrigué, E. (1996) Sigmund Freud. El siglo del psicoanálisis. Buenos Aires:
Sudamericana.
Roudinesco, E. (1994) Lacan. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

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Temáticas

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Andrés Albornoz B.

ESPACIO INSTITUCIONAL

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Temáticas

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Andrés Albornoz B.

Aperturas clínicas, una experiencia ins-


titucional para el tratamiento de las psi-
cosis en la infancia
José Ignacio Schilling R.

Resumen
El presente artículo pretende dar cuenta de una experiencia clínica institucional, que se plan-
tea como un dispositivo psicoanalítico para el tratamiento de las psicosis en la infancia. Para
ello, revisaremos los conceptos fundamentales mediante los cuales se ha definido la psicosis
en la infancia y, posteriormente, hablaremos de la experiencia institucional y su relevancia
para la construcción de discursos.

Palabras clave: psicosis – infancia – institución – discurso.

C
Cuando Leo Kanner (1943) hace la diferenciación clínica entre autis-
mo y psicosis, definiendo así esta última:

Incluso en los casos más precoces de irrupción de la esquizofrenia


infantil, incluyendo la demencia precocísima de Sancte de Sanctis y
la demencia infantil de Heller, las primeras manifestaciones obser-
vables estaban precedidas de dos años de desarrollo esencialmente
normal. Las anamnesis ponen el acento en un progresivo cambio de
comportamiento del niño (p. 86).

Plantea que, a diferencia del autismo, la edad de aparición de sus prime-


ras manifestaciones llamadas formas regresivas precoses da cuenta de
aquellos síndromes cuya sintomatología sobreviene después de un período
de desarrollo normal. Las modalidades de aparición del cuadro clínico se
caracterizan por un inicio brutal o insidioso, entre el segundo y el tercer
año de vida, inserto en un proceso que rompe con el curso del desarrollo
acarreando una pérdida de las adquisiciones y una ruptura del contacto
con la realidad. Un deterioro psicótico sobreviene a lo largo de los estadios
críticos del desarrollo o de las relaciones con el entorno, por factores exó-
genos, condiciones de vida modificadas, o bien, luego de una separación o
un traumatismo afectivo.

En cuanto a la sintomatología comprende trastornos psicomotores –este-


reotipias y manierismo– de tipo catatónico, trastornos del lenguaje y de
la esfera afectiva, risas inmotivadas, actitudes bizarras, crisis de pánico e
intensos accesos de cólera. En la infancia los delirios sistematizados son
poco comunes, las ideas delirantes suelen estar relacionados a monstruos
y temas de tipo fantástico. Las alucinaciones visuales son más comunes
que en los adultos y casi siempre se acompañan de alucinaciones auditi-
vas.

77
Espacio Institucional
Temáticas

En los trabajos y publicaciones derivados de la psiquiatría clásica, la cues-


tión de la psicosis infantil ha sido más o menos silenciada, ignorada o di-
suelta dentro del marco de los llamados trastornos del espectro autista o
de los trastornos generalizados del desarrollo. Así, además de los cuadros
clásicos de la demencia precocísima, la demencia infantil y la esquizo-
frenia infantil, este término remite a lo que ha sido llamado estado pre-
psicótico por Serge Lebovici y Joyce McDougall, desarmonía psicótica por
Roger Misès, psicosis simbiótica por Margaret Mahler, autismo secunda-
rio regresivo y luego, posteriormente en su obra, psicosis confusional por
Frances Tustin.

Aperturas Clínicas

Cuando decidimos fundar Aperturas Clínicas fue pensando en crear un


espacio institucional que recibiera a niños aquejados por un sufrimiento
psíquico intenso, capturados por la psiquiatría clásica, excluidos del sis-
tema educacional, aislados del mundo y sus discursos, para ofrecerles un
lugar que habitar donde asistirían cada día de la semana a participar de
diversos talleres y actividades o simplemente habitar la casa del modo que
fuese posible para cada uno. Si bien, Aperturas Clínicas es una institución
que se enmarca en lo conocido como el ejercicio de una terapéutica, no
pretendíamos crear un espacio más para la intervención aislada del niño
y su familia, donde se planteara la figura del paciente como un objeto a
modificar, sino ofrecer un lugar cuya intervención estuviese dada por la in-
tegración del niño en la casa. Entendiendo el término Integración diferente
del de adaptación, que en palabras de Bleger (1999) plantea que:

Lo que comúnmente se llama adaptación es el sometimiento a la alie-


nación y el sometimiento es la estereotipia institucional. Adaptación
no es lo mismo que integración; en la primera se exige al individuo
su máxima homogenización, en la segunda el individuo se inserta
con un rol heterogéneo que funciona de manera unitaria (p. 84).

El interés por la integración del niño a la institución tiene que ver con que
se incorpora a un espacio extrafamiliar que lo recibe y corta la repetición
de las experiencias de exclusión vividas anteriormente, así como también
el niño se integra y co-construye el espacio que habita, lo valida y reconoce
como otro legítimo.

La institución entendida como una herramienta terapéutica es un espacio


con regulaciones que permiten a cada integrante reconocer las reglas del
grupo o colectividad. Crear, promover trabajo y producciones colectivas
en donde cada uno pueda reconocerse, relacionarse desde la institución
con espacios fuera de esta. Todo ello en su conjunto ofrece la posibilidad
al niño y adolescente de tener un lugar subjetivo y ser parte de una colec-
tividad.

78
JoséAndrés
IgnacioAlbornoz
Schilling B.
R.

La experiencia del intercambio con los otros y la propia posición subjetiva


tiene la posibilidad de surgir una vez que la institución terapéutica acoge
a los niños reconociéndolos como sujetos con lógicas, sistemas de referen-
cias distintos en concordancia con la estructuración psíquica particular
que habitan.

¿Por qué una institución?

Principalmente, porque se trata de estructuraciones subjetivas diferentes,


por tanto, no puede tratarse de un modelo como el creado por Freud para
el tratamiento de las neurosis. Si consideramos la particular relación del
psicótico al lenguaje y la imposibilidad de acceder al lazo social, es en los
efectos de una creación cultural tal como lo es la institución, donde pode-
mos ofrecer una cierta experiencia de construcción de discurso respecto
de la locura, para su integración en lo social.

Cabe destacar de esta diferencia la importancia de la heterogeneidad y


de la diferencia de los sujetos que componen la institución, situación que
favorecerá la desalienación social del sujeto. En este sentido, el niño se
integra a la casa, a sus diferentes instancias, que serán repensadas en
función de sus requerimientos, pero también podrá proponer y elegir, dos
actos fundamentales que dan cuenta del surgimiento de un sujeto.

La idea de cuerpo institucional, se refiere a que el dispositivo atrave-


sado por diversas e intensas transferencias se despliega en el juego,
la palabra, los sonidos, la convivencia, los tiempos de los diferentes
procesos, los inicios, los cierres, el recibimiento y la despedida, el en-
contrarse y reencontrarse, así como también separarse dejando una
huella, ofrece la posibilidad de delimitación de espacios que cumplen
la función de otorgar un ambiente presto a construir una realidad,
que permite el despliegue de la interna pero que entra en convivencia
con la externa (Golini, J., Steffen, G., Volnovich, J. 1999).

Así, nuestra institución ofrece a los niños abordar la vida cotidiana con
todas sus dificultades de planificación, organización, puesta en práctica
y comunicación con los otros. Es por ello que los niños deben hacer vida
cotidiana en la institución, donde junto con participar de sesiones indivi-
duales, talleres de intervención grupal, también preparan y comparten el
alimento y el libre desplazamiento por la casa, que con el tiempo se tra-
ducirá en la posibilidad de elegir y enunciar una elección respecto de su
participación dentro de la institución.

El funcionamiento de Aperturas Clínicas y su terapéutica se sostiene en


tres instancias fundamentales: Alternancia, Síntesis y Asamblea, que dan
sustento al montaje institucional organizado a través de talleres y activi-

79
Temáticas
Espacio Institucional

dades grupales, que funcionan como distintas formas de interpelación y


así constituir una red discursiva que resulta ser el objetivo terapéutico
institucional.

La Alternancia

Los diversos talleres cumplen la función de demarcar un territorio, mante-


nido por determinados rituales y uso de materiales que ponen en juego el
uso de los objetos. Estos talleres y su quehacer, está relacionado con cierto
sostenimiento de la tarea en sí misma, así como también sostenimiento
de las relaciones e incluso en el sentido de tomar y sostener objetos. Por
otra parte, cada taller está diseñado para proveer a la institución de la
alternancia necesaria que en sí misma se vuelve un punto central, pues
se instala en la institución como uno de los ejes del dispositivo clínico. La
alternancia marca un ritmo en las actividades de la casa, ofrece una cierta
temporalidad que marca un inicio y un fin, delimita los espacios ofreciendo
sutiles cortes a la continuidad. A propósito de la alternancia, cada taller
es concebido como discursos que producen diferencias, instalan la posibi-
lidad de la diversidad y con ello la creación de diversos vínculos sociales,
que en su conjunto promueven efectos terapéuticos.

La Síntesis

Cada día, al finalizar la jornada, niños y terapeutas se reúnen en un mis-


mo espacio para hablar de lo acontecido durante el día. Son los niños
quienes exponen sus vivencias, hablan de los momentos más placenteros,
o difíciles de la jornada. Es un momento para devolverles en palabras algo
que ayude a integrar la experiencia; y de este modo esta instancia se ins-
tala como articuladora de las actividades y experiencias transcurridas, lo
que permite integrar la alternancia en el discurso al finalizar cada día. La
síntesis es el eje articulador de lo vivido en la institución, entonces se ha-
bla de las crisis de ira, de los malestares y dificultades, así como también
resulta ser el espacio para el reconocimiento de aquello que otorga placer.
En esta instancia se pone en ejercicio algo del orden de un reconocimiento
de sus propios malestares o dificultades y donde ellos mismos han podido
encontrar alternativas compensatorias.

La Asamblea

Una vez por semana, niños, terapeutas, pasantes y todos los que confor-
man la institución se reúnen para hablar de la casa. Se habla acerca de lo
que ocurre en los talleres, los niños plantean quejas, se proponen nuevos
proyectos y se discute sobre la factibilidad de su aplicación, se discuten
problemas, resuelven conflictos, se trata de conversar sobre los asuntos
comunes, actividades y vida de la institución. Por su naturaleza la asam-

80
JoséAndrés
IgnacioAlbornoz
Schilling B.
R.

blea es uno de los espacios que define y a la vez crea la identidad de la ins-
titución terapéutica. Esta instancia se fundamenta en la construcción de
un lugar en el lazo social y sentimiento de pertenencia a una comunidad
para los participantes, como una tentativa de inserción en las relaciones
sociales para niños psicóticos que por estructura están fuera de los lazos
ya establecidos por la sociedad en que vivimos.

Porque estos niños suelen quedar excluidos de los sistemas sociales ha-
bituales, en la institución se trabaja en los ámbitos cotidianos como un
modo de aproximarse al mundo y sus leyes, a través de los talleres, tran-
sitando por la calle, la plaza y los museos, rompiendo el aislamiento en
que se encuentran, donde posteriormente las palabras de los analistas, así
como también la estructura institucional hacen de este un espacio transi-
cional que permite el encuentro progresivo con la realidad. Y así, construir
discursos que ofrezcan al niño una tentativa de lazo social como un modo
de disponer el goce con el lenguaje, en la medida en que para permitir el
establecimiento de las relaciones entre personas, el proceso civilizatorio
implica una renuncia a la tendencia pulsional de tratar al otro como un
objeto a ser consumido. Es decir, el trabajo de construcción de discursos
con y para la locura es darle un marco a la pulsión que resulte en una
pérdida real de goce para el sujeto psicótico.

La práctica clínica institucional permite brindar la construcción de un dis-


positivo espacio-temporal continuo y de mayor intensidad como lugar de
contención y pertenencia, por tanto, ofrece una posibilidad de despliegue
elaborativo de sus dificultades a través de los diferentes dispositivos tera-
péuticos que se ponen a su disposición.

81
Temáticas
Referencias

Bleger, J. (1999) Psicohigiene y psicología institucional. Buenos Aires: Paidós.

Freud, S. (1924) Neurosis y psicosis. Buenos Aires: Editorial Amorrortu. 2001.

Golini, J., Steffen, G., Volnovich, J. (1999) Prácticas institucionales con niños
psicóticos. Buenos Aires: Editorial Nueva Generación.

Kanner, L. (1943). “Autistic disturbance of affective contact”, en https://www.


rescuepost.com/files/library_kanner_1943.pdf

Küpfer, C., Voltoline, R., De Sousa, F. (2010) “Qué es lo que puede hacer un niño
por otro? Sobre la diversidad en los grupos terapéuticos de niños”. Revista Casta-
lia, Volumen Nº 17, pp. 29 – 38.

Mahler, M. (1990). Psicosis infantiles y otros trabajos. Buenos Aires: Paidós.

Quinet, A. (2016) Psicosis y lazo social: Esquizofrenia, paranoia. Buenos Aires:


Letra Viva.

Tustin, F. (1977) Autisme et psychose de l’enfant. Paris : Editions du Seuil.

Winnicot, D. (1952). “Las psicosis y el cuidado de niños”, en http://www.psicoa-


nalisis.org/winnicott/psiconin.htm

- (1988) “Establecimiento de la relación con la realidad externa”, en Naturaleza


Humana. Buenos Aires: Editorial Paidós.

82
Andrés Albornoz B.

DE LIBROS

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Temáticas

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Andrés Albornoz B.

El eco de sus historias - Sobre niños, de María José Ferrada,


ilustrado por Jorge Quien1

Karen Bascuñán P.

C
oincidente con la conme- incluso en nuestra propia niñez y
moración de los 40 años en la vigencia de las preguntas que
del golpe de Estado, el año abre.
2013 se publicó el libro niños (Gra-
fito ediciones), de la escritora María Entre estos poemas y sus ilustra-
José Ferrada y el ilustrador Jorge ciones, que circulan como un cú-
Quien. En este libro nos encon- mulo de susurros, podemos invo-
tramos con 34 poemas ilustrados, lucrarnos en el espacio en que se
donde cada uno tiene el nombre vivió esa niñez, escuchamos diva-
de una niña o un niño. Con una gaciones silenciosas, aperturas de
sensibilidad delicada, los autores mundos a través de encuentros ini-
nos acercan a imágenes y situa- ciáticos con las texturas, los soni-
ciones que refieren a la intimidad dos, decenas de gestos del mundo
del mundo que se construye –como adquieren un significado especial:
podríamos recordar– en la niñez. las alas de los pájaros, un vidrio
Estos 34 niños y niñas nos convo- empañado, tesoros que descubri-
can, también, a recordar a quienes mos y que luego nos acompañan
escasamente han sido nombrados: silenciosamente.
niños y niñas ejecutadas o deteni-
das desaparecidas por la dictadura
cívico militar en Chile.

¿Qué es lo que se nombra en cada


uno de estos 34 poemas? ¿A qué se
le otorga imagen y palabra a tra-
vés de este libro? Al encontrarnos
con su relato final, es imposible
quedarse indiferente al reconocer
en cada uno de los nombres de los
poemas, la identidad de estos ni-
ños y niñas ejecutadas o desapare-
cidos. El estremecimiento al cerrar niños tiene algo de atemporalidad,
la primera lectura de este libro nos un tiempo al que podemos regre-
lleva a otros sentidos de esta publi- sar en alguna dimensión borrosa y
cación, capas de significación que en el que podemos reconocer frag-
nos interpelan a mirarnos, pensar mentos de nosotros mismos en la

1Basado en el texto original publicado en Diario Radio Universidad de Chile, diciembre de


2014.

85
De libros
Temáticas

intimidad que genera. Cada ilus- sentarnos en una obra las vidas de
tración de Jorge Quien abre otras estos niños y niñas? Nunca lo sa-
aristas del imaginario que María bremos desde sus palabras.
José Ferrada nos entrega en los
poemas, imágenes de zonas tras-
lúcidas, con azules y grises que
parecen venir de otro tiempo, nos
sitúan con un guiño retrofuturista
un par de décadas atrás; una at-
mósfera que nos señala una coor-
denada temporal de esos 34 niños
y niñas que estamos descubriendo.

La imagen de la escritura en el vi-


drio empañado que nos presentan
en uno de los poemas, me regresa
al lugar de nuestra niñez en esos
años: un vidrio empañado en una
casa donde logramos protegernos, “ni/ños” significante cortado que,
afuera era el frío y la noche, solo como podemos ver en su porta-
adentro era nuestro refugio de algo da, nos muestra su sino: las vidas
que en esa niñez ni siquiera tenía arrebatadas donde no hay repara-
palabra: aquello siniestro que qui- ción posible. Una escritura que se
tó la vida a estos niños y niñas. instala en el silencio, tensionando
su manto al nombrarles, creando
El silencio es una dimensión im- una ventana de ficción sobre estas
portante en este libro, que devie- vidas, que llegan como eco hasta
ne de aquello inenarrable y que hoy.
quisiéramos no hubiera existido;
más aún, no hay testimonio posi-
ble. ¿Cómo se nombra lo inenarra-
ble? La escritura de Ferrada nos
ha mostrado en sus publicaciones
un delicado trabajo con el lengua-
je, las palabras y los recovecos del
silencio. Simbólicamente, pasaron
décadas para que un libro como
niños pudiera ver la luz. ¿Cuán-
to ha tenido que pasar para que
seamos capaces de devolverles la
dignidad de su nombre, escuchar
estos susurros y canciones que se- niños nos enfrenta a la pregun-
guramente fueron parte de sus vi- ta por ellas y ellos. Su ejecución y
das, que les rodearon antes de que desaparición es un lugar de nues-
fueran asesinados?, ¿cómo repre- tra historia y este libro nos convo-

86
Karen Bascuñán
Andrés P.
Albornoz B.

ca a recordarles. No es un testimo- más lejos, las formas de la violen-


nio, Ferrada y Quien hacen uso de cia a las que están expuestos en
las palabras, el silencio y la imagen sus comunidades o en los allana-
para, tal vez, invitarnos a significar mientos de sus escuelas, los niños
sus pequeñas vidas más allá del de las comunidades mapuche, por
desolado listado de ausencias del ejemplo. Este libro también pare-
que son parte. Y esa pregunta por ciera ser para ver a estos nuevos
su significación es parte de la be- niños, los de hoy, que se sorpren-
lleza de este trabajo y, también –si den con las estrellas o el vuelo de
estamos dispuestos a escuchar–, los pájaros, a la vez que son violen-
algo por lo que podemos agrade- tados.
cer. Solo haciéndonos cargo de la
realidad de su desaparición pode- Hoy tenemos condiciones para po-
mos intentar repensarnos y algo de der nombrar a estos niños. Los au-
eso tiene que ver con la reparación. tores cuentan que previo a la im-
Esta niñez no tuvo la posibilidad presión de este libro, las Abuelas
de resistir, pero quienes crecimos de la Plaza de Mayo comunicaron
en ese período que tanto nos cues- que habían encontrado a Pablo
ta nombrar también podemos leer Athanasiu, quien era parte del lis-
niños como una de las formas de tado inicial de niños de esta publi-
la memoria; no podemos dar vuel- cación. Secuestrado siendo bebé
ta la página si no hemos leído la por los militares en la Operación
anterior. Cóndor, solo un año antes de la
publicación de niños se enfrentó
Las violaciones a los derechos hu- a su verdadero origen. A cada uno
manos no refieren solo al golpe de de estos niños y niñas es dedicado
Estado, o la dictadura. Algo perver- este libro. Y como la vida a veces se
so sucede con el abuso de la niñez reivindica, cuando pienso en niños,
a través de la historia de la Huma- creo que está dedicado a las niñas
nidad, y hoy mismo sabemos de y niños que fuimos, y también a los
múltiples problemáticas que dan de hoy.
cuenta de su desprotección. Sin ir

Referencias

Ferrada, M.J.; Quien, J. (2013) niños. Santiago: Grafito Ediciones.

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Temáticas

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Andrés Albornoz B.

El cuerpo en la experiencia psicoanalítica. Entre Freud,


Lacan y Winnicott - Un libro de Noemí Lustgarten de Canteros

Gonzalo López Musa

E
l encuentro con este libro es vas, creativas y refrescantes. En
un encuentro con el cuerpo este sentido, no encontraremos
y el psicoanálisis, pero no repeticiones teóricas innecesarias,
solo con el cuerpo de la represen- más bien nos compartirá genero-
tación sino también con el cuerpo samente su versión personal de la
real-material. En él la autora, psi- psicoanalista que ha emergido de
coanalista Argentina de gran tra- su encuentro con sus pacientes,
yectoria clínica y teórica, una de “sus” autores –digo “sus” porque se
las iniciadoras de los “Encuentros apropia de ellos y los usa– y de su
Latinoamericanos Sobre el Pensa- vida.
miento de Winnicott”, realizados en
Latinoamérica y México desde hace Así, lo que va mostrando en el libro
27 años, habla desde el psicoanáli- es un tema al que le ha dedicado
sis, desde su formación y su clíni- mucho trabajo y estudio durante
ca para internarnos en sus ideas, todos estos años, lo psicosomático,
todas ellas, el resultado de su ex- desarrollado y mirado a la luz de
periencia desarrollada durante sus estos tres autores, Freud, Lacan y
años de carrera, donde muestra Winnicott, quienes hacen propues-
una curiosidad siempre viva, una tas metapsicológicas muy diferen-
inquietud permanente, que se tra- tes; sin embargo y de manera crea-
duce en los estudios y lecturas de tiva, este libro intenta hacer nexos
los distintos autores que le han ido entre estas propuestas, nexos que
ofreciendo miradas, que perma- son personales, pero que no ceden
nentemente va interrogando y mo- a la tentación tan recurrente en
dificando de acuerdo a sus propios algunos autores de forzar y homo-
pensamientos surgidos del estudio geneizar los conceptos e ideas de
y su propia experiencia clínica. manera de dar una sensación de
cohesión que altera la riqueza de lo
Nos ofrece generosamente la opor- diverso, empobreciendo los aportes
tunidad de ir siguiendo con ella su de los distintos autores, incluidas
desarrollo y la historia de las dis- sus propias propuestas respecto
tintas ideas que nos plantea des- de la clínica y de la teoría. En este
de los inicios de su práctica hasta libro encontraremos una clínica
plasmarlos en la actualidad. Los profusamente desarrollada y gene-
distintos momentos de su clínica rosamente expuesta. A través de
y de sus inquietudes se suman en viñetas, la autora nos habla acer-
un resultado sorprendente y esti- ca de los cuerpos y su integración
mulante, ideas y propuestas nue- al psicoanálisis, cuerpos que en el

89
De libros
Temáticas

devenir del psicoanálisis se fueron la que habla de los pacientes y su


tapando con la interpretación, fan- experiencia con ellos, de la liber-
tasía y los representantes, hasta tad con la que “usa” esta experien-
que Winnicott nos plantea un res- cia para mover creativamente a los
cate del cuerpo real, tanto del pa- distintos autores y sus propuestas.
ciente como del analista.
“Escucha sensible”, “Holding Pa-
La clínica de la angustia alojada terno”, “Psique-Soma”, “Cuerpo” y
en el cuerpo, de las alergias en un “Trauma”, entre otros, nos van in-
diálogo profundo entre la teoría de ternando en la historia de los pa-
la representación y la teoría de lo cientes, del psicoanálisis y, sobre
no representable, el dibujo de los todo, de la autora, observando los
diversos campos del análisis en cambios y novedades personales a
su clínica de lo traumático, de lo las que nos acostumbró tan gene-
repetido no tramitado pero nunca rosamente Freud a lo largo de su
reprimido, de lo que repite en el obra, donde desliza sus vivencias
cuerpo lo que no se puede comu- acompañando a lo nuevo, a lo dis-
nicar y de un analista que en su tinto, no siempre acertado, pero
“escucha sensible” e “identificación mostrando una libertad para ir
sensible” (conceptos de la autora) creando y re-enunciando sus pro-
en la regresión se dispone a reci- pias ideas convertidas a la luz de
bir algo que no proviene de lo es- su propia vida, expuestas en justa
cuchado sino que proviene, en esta medida, delicadamente.
clínica, de la presencia de los cuer-
pos en sesión, el del paciente, afec- Los invito a hacer su propio reco-
tado y el del analista, disponible rrido por este libro, a descubrir
para recibir, subjetivar, humanizar su propia experiencia con las pro-
al individuo. puestas de la autora y a trabajarlas
para transformarlas en propias al
En su propuesta hay un diálogo igual que ella lo hace y lo plasma
profundo con los autores, con el en esta obra sobre su recorrido por
paciente, con sus supervisados y el psicoanálisis de lo que no se po-
supervisadas y consigo misma, el día escuchar, pero que encontró
que se puede notar en sus ideas, una escucha sensible en una ana-
intervenciones y, especialmente, lista sensible.
en el cuidado y la delicadeza con

Referencias

Lustgarten de Canteros, N. (2018) El cuerpo en la experiencia psicoanalítica. En-


tre Freud, Lacan y Winnicott. Santiago: Pólvora Editorial.

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Andrés Albornoz B.

AUTORES

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Temáticas
Andrés Albornoz B.
Psicólogo Clínico, Universidad de Santiago de Chile; Magíster en Psicología Clíni-
ca, mención psicoanálsis ICHPA-UAI; Psicoanalista en Formación Ichpa; Psicote-
rapeuta de adultos, adolescentes y niños; Docente y Supervisor Clínico, Escuela
de Psicología, USACH, Co-fundador Consultora Travesía.

Karen Bascuñán
Psicóloga, Universidad de Chile; Magíster © en Literatura, Universidad de Santia-
go. Coordinadora del Área Educación de Parque por la Paz Villa Grimaldi, Sitio
de memoria. Dedicada a la investigación, al trabajo con archivos testimoniales y
propuestas de arte sonoro, video y literatura; actualmente, enfoca su trabajo en
el análisis generacional de propuestas que analizan el vínculo entre estética y
política.

Andrés Beytía R.
Psicoanalista y Miembro Asociado de la Sociedad Chilena de Psicoanálisis-Ichpa;
Psicólogo Clínico, Pontificia Universidad Católica de Chile; Magíster (c) en Psicolo-
gía Clínica, mención Psicoanálisis ICHPA-UAI. Docente del Instituto de Formación
de la Sociedad Chilena de Psicoanálisis-Ichpa. Email: andresbeytia@gmail.com

Claudia Curimil
Psicóloga Clínica. Postítulo en clínica psicoanalítica con niños y adolescentes,
Universidad de Chile. Miembro del Equipo de Acogida en Casa del Encuentro. 

Lucio Gutiérrez
Psicólogo, Magíster y Doctor en Psicoterapia de la Pontificia Universidad Católica
de Chile; Psicoanalista, miembro titular y docente supervisor de la Sociedad Chi-
lena de Psicoanálisis-Ichpa; Miembro cofundador de Asociación Winnicott Chile.
Actualmente, Director del Instituto de Formación Ichpa. Sus líneas de investiga-
ción incluyen temas de subjetividad y vida digital, futurismo, metapsicología y
clinica psicoanalítica contemporánea.

Gonzalo López Musa


Psicólogo, Universidad de Chile; Psicoanalista, ICHPA; Miembro Titular Sociedad
Chilena de Psicoanálisis, ICHPA; Magister en Psicoanálisis ICHPA-UAI; Presidente
Sociedad Chilena de Psicoanálisis, ICHPA; Miembro fundador Asociación Winni-
cott Chile.

Natalia Roa Vial


Abogada, Universidad de Chile; psicóloga clínica, Pontificia Universidad Católica
de Chile; postítulo en psicoterapia psicoanalítica; magister en literatura. Dicta
Talleres de Lectura e Interpretación literaria hace 20 años. Forma parte de Fun-
dación para la Confianza y se ha especializado en abuso sexual y abuso de poder.
Actualmente es docente en la Unversidad de los Andes y en los diplomados que
imparte la Fundación.

92
Andrés Albornoz B.
José Ignacio Schilling Richaud
Psicólogo, Universidad Andrés Bello. Magíster © en Psicología Clínica mención
Psicoanálisis ICHPA-UAI. Psicoanalista en formación ICHPA. Postítulo de especia-
lización en Psicología clínica infanto-juvenil UDP. Director Clínico en Aperturas
Clínicas, Centro de Estudios y Tratamiento de la Infancia con Problemas. Ex Do-
cente UDD y UAHC.

Juan Carlos Volnovich


Médico; Psicoanalista (renunció a la Asociación Psicoanalítica Argentina en 1971
integrando el Grupo Plataforma); Especialista en Psiquiatría Infantil por el Mi-
nisterio de Salud Pública de Cuba. Ha sido seleccionado por la Unión de Mujeres
de la Argentina para recibir la estatuilla Margarita de Ponce por sus aportes a la
Teoría de Género. Premio Konex. Diploma al Mérito. Psicoanálisis 2016.

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Temáticas

94
Andrés Albornoz B.

DIFUSIÓN

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Temáticas

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Alberto Eiguer
Formación de Psiconálisis 2019

La Sociedad Chilena de Psicoanálisis ICHPA, a través de su Instituto de


Formación, ofrece un programa de especialización para psicólogos y médi-
cos en teoría y práctica del psicoanálisis.

El programa se fundamenta y desarrolla a partir de los tres pilares básicos


de formación psicoanalítica: análisis personal, seminarios teórico-clínicos
y supervisiones clínicas.

Al finalizar los seminarios y supervisiones, se presenta un trabajo clínico


final y una vez aprobado se entrega la Certificación de Formación en Psi-
coanálisis.

El programa se encuentra institucionalmente acreditado por la Comisión


Nacional de Acreditación de Psicólogos Clínicos, y es reconocido interna-
cionalmente por la Federación Latinoamericana de Asociaciones de Psi-
coterapia Psicoanalítica y Psicoanálisis FLAPPSIP y por la International
Federation of Psychoanalytic Societies IFPS.

Para postular se requieren los siguientes antecedentes :

- Certificados o copia notarizada de Título Profesional


- Curriculum Vitae completo

Para mayor información:

Sociedad de Psicoanálisis ICHPA


Fono: 223 353 339
info@ichpa.cl

97
Temáticas
Malla de la Formación en Psicoanálisis
Sociedad Chilena de Psicoanálisis ICHPA - 2019

El plan de estudios presenta una malla semi-flexible de 28 seminarios


semestrales, consistente en 20 seminarios fundamentales y 8 seminarios
optativos de una lista ampliada.

Fundamentos freudianos del psicoanálisis


Freud: Orígenes del psicoanálisis
Freud: Formaciones del inconsciente
Freud: Pulsión y sexualidad
Freud: Metapsicología
Freud: Edipo y castración
Freud: Los textos culturales
Freud: Concepciones psicopatológicas I
Freud: Concepciones psicopatológicas II

Teoría de la técnica clásica


Teoría de la técnica: Freud, teoría clásica de la técnica psicoanalítica
Teoría de la técnica: Transferencia e interpretación
Teoría de la técnica: Dirección y sentido de la cura

Escuelas de pensamiento posfreudiana


Escuela inglesa: Pensamiento kleiniano
Escuela inglesa: Desarrollos poskleinianos
Grupo independiente: Winnicott fundamentos metapsicológicos
Escuela lacaniana: El Inconsciente estructurado como lenguaje
Introducción a la Escuela Francesa

Campos del trabajo analítico


Constitución psíquica
Introducción al psicoanálisis de niños
Introducción al psicoanálisis grupal

Filosofía y epistemología
Hermenéutica y Psicoanálisis: la cuestión del sujeto

Los seminarios optativos (8) permiten profundizar en diversas temáticas


específicas, lecturas autorales, ámbitos de especialización y campos emer-
gentes. Estos se dictan de acuerdo a las líneas de investigación de los ana-
listas de ICHPA y a los intereses de los analistas en formación.

98
Magíster en Psicología Clínica
Mención Psicoanálisis
Especialización:
Adultos /Infanto-Juvenil

De la colaboración entre la Universidad Adolfo Ibáñez y la Sociedad Chilena de


Psicoanálisis – ICHPA. nace este Magíster cuyo Programa se encuentra reconocido
por la Comisión Nacional de Psicólogos Clínicos.

CONSEJO ACADÉMICO

Jorge Sanhueza : Decano de Psicología.


Universidad Adolfo Ibáñez.
Juan Flores : Director del Magíster

REQUISITOS:

El Programa está dirigido a psicólogos y psiquiatras que


Presenten alguno de los siguientes grados académicos:

1.- Licenciado en Psicología


2.- Médico, especializado en Psiquiatría
3.- Licenciado en Psicología y/o Medicina de
Universidades extranjeras, previa convalidación por
parte de los organismos pertinentes.

99
MALLA CURRICULAR

PRIMER AÑO SEGUNDO AÑO

1ºSEMESTRE 2ºSEMESTRE 1ºSEMESTRE 2ºSEMESTRE

100
101
Grupo de investigación: Psicosomática
Coordinación: Liliana Messina

Objetivos:
Estudiar los aportes psicoanalíticos de las principales escuelas y autores que han profundizado en
las problemáticas del cuerpo. Diseñar un marco referencial teórico-clínico en el campo de las pro-
blemáticas del cuerpo y lo psicosomático. Participar de las actividades académicas convocadas por
Instituciones Psicoanalíticas chilenas e internacionales. Participar en congresos nacionales e interna-
cionales. Organizar cursos de extensión y jornadas en Ichpa. Presentación de trabajos de investigación
y publicaciones en diversas revistas psicoanalíticas.
Dirigido a:
Miembros Ichpa, colegas y analistas en formación.
Información y contacto:
l-messina@hotmail.com

Grupo de investigación: Psicoanálisis vincular


Coordinación: María Teresa Casté

Objetivo:
Transmitir nuestro pensar-hacer del psicoanálisis con perspectiva vincular a través del trabajo teórico-
clínico con parejas, familias y grupos.
Dirigido a:
Miembros Ichpa, colegas y analistas en formación.
Información y contacto:
unidadvincular@gmail.com

Grupo de investigación: Psiquismo, subjetividad y violencia


Coordinación: Pilar Soza y Felipe Matamala

Objetivo:
Este grupo pretende estudiar, a partir de inserciones clínicas, el impacto en lo psíquico de diversas
formas de violencia a las cuales los sujetos, en nuestro país, se ven actualmente sometidos. Como
se trata de una afectación que se evidencia tanto en la clínica pública o institucional como privada,
consideramos que es relevante generar espacios que permitan abrir los posibles cuestionamientos que
introduzca al trabajo analítico y su devenir en diversos dispositivos. Proponemos pensar la escucha
y sus herramientas considerando esta implicación.
Dirigido a:
Analistas en formación, estudiantes y ex-estudiantes de Magíster y clínicos insertos en instituciones
públicas.
Información y contacto:
felipematamalasandoval@gmail.com

102
Grupo de investigación: Género y Psicoanálisis
Coordinación: Martha Elva López Guzmán

Objetivos:
Estudiar los procesos de intersección entre Psicoanálisis y Género, tanto teórica como metodoló-
gicamente. Investigar los aspectos involucrados en la construcción de géneros sexuales y su jerar-
quización; la construcción de subjetividad en su dimensión histórica y su expresión desde la clínica
a través del  sufrimiento, dolor  psíquico y subjetivo. Participar en actividades de extensión, tareas
académicas, congresos, presentación de trabajos de investigación y los nexos con redes nacionales e
internacionales que trabajen con la temática.

Dirigido a:
Miembros y analistas en formación de la Sociedad Chilena de Psicoanálisis – Ichpa.

Información y contacto:
marthalopez2006@gmail.com

Grupo de investigación: Cultura y Psicoanálisis


Coordinación: Juan Flores R.

Objetivos:
Profundizar los tópicos de relación del psicoanálisis con la cultura, abordando sus implicancias
sociales y políticas. Reflexionar la práctica clínica y la construcción teórica a partir de estas mismas
implicancias. Abordar los nexos del psicoanálisis y el impacto de las condiciones sociales en la
construcción subjetiva. Participar en congresos nacionales e internacionales. Participar en jornadas
en Ichpa y del amplio espectro del psicoanálisis.

Dirigido a:
Miembros Ichpa, colegas y analistas en formación.

Información y contacto:
juanflores@yahoo.com

103
104
Revista Gradiva

Normas de Publicación

1. Gradiva es el medio de expresión de los analistas de la Sociedad Chilena de Psicoanáli-


sis, ICHPA, institución abierta a distintas orientaciones psicoanalíticas y a la cultura, con
difusión internacional. En sus páginas se publican contribuciones inéditas de analistas de
diversos países y de pensadores ligados al ámbito cultural.

2. Los trabajos se enviarán al e-mail: revista.gradiva@gmail.com; con copia a la Directora


Editorial de la revista, Carolina Pezoa al e-mail: pezoacarolina@gmail.com. En el asunto
debe decir “Envío de trabajo para posible publicación en Revista Gradiva”.

3. Será responsabilidad de los autores preservar la identidad de los pacientes en el caso de


las contribuciones sean clínicas.

4. En cada trabajo deberá especificarse:

 Título centrado y en negritas. Nombre y apellido del autor en el extremo derecho y en


cursivas. Resumen: máximo cinco líneas. Palabras clave: máximo cuatro, separada por
guión. Se solicita Letra Times New Roman, cuerpo 11, espacio de párrafo sencillo. El trabajo
podrá tener una extensión mínima de cuatro páginas y máxima de diez.

 En hoja aparte enviar breve presentación del autor (máximo cuatro líneas).

 Notas al pie de página: con números crecientes deben incluirse al final de cada página.

 En caso de que el trabajo haya sido presentado en Jornadas o Congresos, o haya sido
publicado anteriormente, deberá figurar detalladamente la ocasión o el medio, con asterisco
a pie de página.

 Cita bibliográfica: cita directa al interior del texto. Ejemplo: (Freud, 1915, p. 92). Cita
dentro de una cita, también al interior del texto. Ejemplo: (Portillos citado en Rodríguez p. 3).

 Referencias: al final de trabajo, en orden alfabético.

A. Libros y obras completas: Apellido, Nombre. (Año de publicación) Título. lugar de


publicación: Editorial.
Ejemplo: Barthes, R. (1987) Fragmentos de un discurso amoroso. México: Siglo Veintiuno
Editores.
Ejemplo: Freud, S. (1990) [1920] “Más allá del principio de placer”, en Sigmund Freud.
Obras completas, vol. XVIII. Buenos Aires: Amorrortu editores.

B. Publicaciones periódicas: Apellido, Nombre, (Año de publicación) “Título del artículo”,


Nombre de la revista, Lugar de publicación, Volumen (Número), Páginas (p. 15 o pp. 15-20).
Ejemplo: Celan, P. (2014) “Microlitos. Prosa póstuma inédita en español”, Revista de
Occidente, Madrid, p. 392.

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A. En línea: Apellido, Nombre. Año de publicación. “Título del artículo”. Fecha de
recuperación del documento. Web. Fecha. http://....
Ejemplo: Meschonnic, H. (2016). “Manifiesto por un partido del ritmo”. Revista Crítica.
Universidad Autónoma de Puebla. 20 de enero, 2017, Recuperado en: http://revistacrítica.
com/contenidos-impresos/ensayo-literario/manifiesto-por-un-partido-del-ritmo-henri-
mesconnic

B. Fotografías: se reciben solo en formato J.P.G. y se imprimen en blanco y negro.

C. En caso de requerir mayor precisión, se sugiere revisar los principales criterios de la


American Psicological Asociation (última edición).

5.
1. Gradiva se reserva el derecho de seleccionar los artículos recibidos, determinar el número
y sección de la revista en que pueden ser incluidos, así como también de hacer los cambios
y modificaciones formales, de redacción y referencias que estime necesarios para adaptar
el texto a las presentes normas de publicación.
No se devolverán los originales ni se considerarán los trabajos que no cumplan con las
normas precedentes.

2. Se deberá solicitar autorización a esta editorial para reproducir artículos publicados, y


6.
deberá indefectiblemente mencionarse su publicación anterior en Gradiva.

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