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Genes Saltarines
Genes Saltarines
Genes Saltarines
Esta idea sentó las bases para la genética actual, incluidas las
posibilidades de edición del genoma con las técnicas CRISPR.
Una sólida y tenaz carrera investigadora
McClintock nació en Connecticut en 1902 en una familia conservadora
que esperaba que dedicara su vida a ser esposa y madre. No pudo ser
porque la joven Barbara sentía pasión por la investigación. En la
Universidad de Cornell se licenció y obtuvo un doctorado en Botánica
antes de comenzar a investigar sobre el maíz en la escuela de
posgrado.
Allí, con tan sólo 28 años, describió por primera vez los
entrecruzamientos que se producen entre cromosomas homólogos
durante la meiosis. En 1934, después de que el ascenso del nazismo
pusiera punto final a una beca Guggenheim con la que investigaba en
Alemania, regresó a Cornell.
En aquella época, en la conservadora universidad neoyorquina no
contrataban profesoras, así que en 1936 tuvo que conformarse con una
plaza en la mucho más modesta Universidad de Misuri. Pero el cambio
más decisivo en su carrera se produjo en 1941, cuando se incorporó al
prestigioso laboratorio Cold Spring Harbor en Long Island, Nueva York,
donde continuaría el resto de su vida.
Barbara McClintock con uno de sus resultados. / Foto:
Cristian472735 (Wikimedia Commons).
El descubrimiento de los transposones
En Cold Spring Harbor, McClintock se centró en investigar cómo se
podían transmitir los diferentes colores de los granos de maíz y vinculó
esa herencia a cambios en los cromosomas. Hasta ahí ninguna
novedad: era un típico caso de herencia mendeliana. Lo que
verdaderamente constituyó un hito en la investigación genética fue
demostrar que los cambios de posición de un elemento genético en un
cromosoma podían provocar que los genes cercanos se activaran o
inactivaran.
Estudiando en profundidad el genoma del maíz, es decir, observando
los miles de «letras» que componen su ADN, McClintock vio por
primera vez que existían series de secuencias genéticas que podían, sin
saber cómo, cambiar de posición.
A hombros de gigantes
La ciencia avanza a pasos, no a saltos. A pesar del empeño en construir
una épica en la que las ideas son como un relámpago que ilumina
súbitamente las tinieblas de la ignorancia, la realidad no funciona así.
Una buena hipótesis o un gran hallazgo no son chispas que prenden
súbitamente una hoguera. Son, con absoluta seguridad, un ascua
desprendida de una fogata que ya habían alimentado otros.