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1.

fábulas de una clínica de las


instituciones

1. sobre la fábula clinica

1. 1. presentación

Este libro trata sobre las crueldades del encierro, sobre los (cust)odia-
dos por ElEstado, sobre la cuestión del límite que ruge en las psicosis.
Se puede objetar que el texto tiende a estetizar la locura. Mis pre-
sentaciones clínicas son ficcionales. No propongo sólo un conjunto de
historias entretenidas. Estos relatos son instalaciones. Artificios para
deshilar supuestos, lugares comunes, fórmulas establecidas.
Elijo la forma fábula para detenerme en el borde moral de cada
intervención. Espero no enmascarar miserias, desvaríos de dolor o la
prepotencia de las ideas que cada tanto anoto. Intento evitar denun-
cias. Ademanes que señalen injusticias, identifiquen responsables o
se solidaricen con las víctimas. Me gustaría que estas fábulas sean
teatros de confrontación argumental.
Durante estos años, el deseo de pensar las psicosis fue interferido y ava-
sallado por la moral manicomial. La institución psiquiátrica recluta, forma
y disciplina gente que encarna un ideal de salud domesticada, una lógica
que administra premios y castigos, una razón que redime o expulsa.
Quiero recuperar momentos de esa tragedia. Acciones en las que,
creyendo que nos alejamos, más nos acercamos, sin saberlo, a aquello
que rechazamos. No se trata de condenar ni condescender, sino de pen-
sar también nuestra intervención como obstáculo!.

1. Este libro teje experiencias realizadas, desde 1996, en los psiquiátricos de las Provin-
cia de Buenos Aires: Hospitales José Esteves, Domingo Cabred y Alejandro Korn. Vo-
ces de muchos equipos se escuchan en estas páginas. Mi reconocimiento, en particu-
lar, para Maluca Cirianni por sostener, en esos espacios, la convicción de pensar.
10 — — Marcolo Porcin

El intento de pensar un padecimiento, en sus nudos propios, úni-


cos, singulares, fracasa. La cuestión institucional se pone en el me-
dio, se adelanta con sus envolturas a cada decisión clínica, impone
sus necesidades y razones. En el manicomio, la pregunta sobre si hay
0 no estructuras de las psicosis está interferida por lo que se pueden
llamar estructuras de hecho: formas de existencia coaguladas por la
institucionalización.
¿De qué hablan las psicosis hospitalizadas? ¿De un dolor que
rompe la conciencia, las palabras, la memoria, la representación?
¿De angustias que hacen de la conciencia, las palabras, la memoria,
la representación, nada? ¿De cuerpos desamparados que alucinan a
Dios en las piedras, en las dalias, en las abejas, en los médicos, en
la institución?
Estas fábulas son invenciones que protestan contra el ejemplo op-
tando por el ejemplo. Narraciones incompletas de un sufrimiento. Fi-
guras de un pensamiento que decide, sin poder, atender a ese sufri-
miento. Extensiones de momentos clínicos que erran. Artificios para
que el ensayo se muestre tironeado. Contrariado entre su ética y su
moral?.
Estas fábulas son también eco de discusiones desaparecidas. De-
saparecidas porque cuentan momentos imposibles de narrar; mo-
mentos que no ocurrieron, desplazados por asuntos contractuales;
momentos suprimidos porque al final alguien decidió que eran tiem-
po perdido.
No olvido algo que tarde o temprano estalla como evidencia fuga-
da: la arbitrariedad de un jefe, el desprecio de una autoridad, una
norma absurda, un contrato que no llega, se cancela o no se cobra, no

2. Conservo un texto que escribí al comienzo. Es una declaración moral atenuada. Un


manifiesto contra el destino. Un fragmento: “¿Cómo inventar (con trabajadores del
hospital) una clínica institucional que escape a patrones conocidos? ¿Cómo impug-
nar la manía del control? ¿Cómo desnaturalizar el terror a la locura, la falta de
trabajo en equipo, los salarios que no alcanzan? ¿Cómo despsiquiatrizar, desmedi-
calizar, despsicologizar? ¿Cómo desescolarizar prácticas que tratan a los pacientes
como alumnos especiales? ¿Cómo desfamiliarizar comportamientos que conside-
ran a enfermos como chicos? ¿Cómo desevangelizar la creencia de que los que su-
fren se van a salvar si ponen voluntad y son buenos? ¿Cómo prevenir un manico-
mio de cotillón? A veces, la recreación, la animación de grupos, la organización de
talleres, son un maquillaje tranquilizador. ¿Cómo desenterrar acciones alternati-
vas que viven tapadas, oscurecidas o enmudecidas? La máquina manicomial no es
un oscuro monstruo homogéneo”.
deliberar las paíconts — 11

son sólo formas de maltrato institucional, son modos de un vínculo


roto, alterado, descompuesto, entre ElEstado y la hospitalidad.

No se trata de volver a decir que ElEstado es, entre nosotros, una


marca de la racionalidad perdida o que el hospital psiquiátrico es su
reserva de barbarie. Tampoco quiero remover nostalgias de una re-
lación estable entre estado y salud mental. Se trata de recordar que
lo otro del malestar es ElEstado, el ideal mismo de civilización que
representa. El control de estado como furia demente que se descarga
sobre los diferentes3.
La cuestión de lo político retorna con las psicosis. Las psicosis po-
nen a la vista el problema del estado como fantasma deficiente de la
sociedad. Como incapacidad colectiva de construir una realidad ha-
bitable para todos. Como símbolo que no detiene la arrasadora rui-
na de lo real.
Intento hilvanar fábulas protagonizadas por modos de hablar
que, a veces, dejan entrever la crueldad o la comicidad de los enun-
ciados. Conecto conjeturas psicoanalíticas con perspectivas de críti-
ca institucional. Anoto ideas que me acompañaron.
El manicomio daña también a quienes trabajan. Destroza el deseo de
saber. No valora a quienes pertenecen a la institución. Salvo algunos
que llegan con la ilusión de pensar (y que apelan a la ayuda de gente
que no trabaja en el hospital), o los que confían en soluciones químicas;
los otros, muchos, se vuelven apáticos, reacios, indiferentes, con las
ideas. Como si el pensamiento, dentro de los muros, fuera un lujo inútil,
innecesario, excusa de los que no hacen nada.
Estas fábulas retratan momentos de una clínica desarmada, des-
provista, cautiva o asustada ante algo que no esperaba. Una clínica
a la que le toca responder ante situaciones que no presentan rasgos
conocidos o circunstancias ya elaboradas. Quise recuperar ese ins-
tante dislocado de desamparo, comicidad, obstinación por saber*.

3. Respecto de los presupuestos que representa ElEstado, no sólo me refiero al ima-


ginario de la exclusión, sino, también, al dinero asignado para los hospitales psi-
quiátricos. O a las reformas que sólo pretenden bajar costos.
4. Opto por la expresión clínica de las instituciones para decir que la cuestión insti-
tucional es espacio de producción. O para pensar cada acto clínico como in(ter)ven-
ción institucional. La idea guarda proximidad con la denominación de psicotera-
pia institucional (Tosquelles, Oury, Guattari). Entre nosotros, la referencia co-
mienza con Pichon Riviére.
de - . ———argolo
Porcin

1. 2. noticia sobre las fabulas

Al parecer, no existe entre los griegos un término especifico para


decir fabulab. Aristóteles utiliza la palabra lógos que subraya la con-
sistencia lógica del relato, mientras otros autores griegos emplean el
término mythos que atiende a su carácter ficcional. Hesíodo opta por
la expresión ainos que puede leerse como relato, ejemplo o consejo.
Los retóricos latinos, como Quintiliano, prefieren hablar de apdlogos.
Otro autor sostiene, que en la Retórica, el uso de lógos para designar
una fábula procede de la abreviatura de logos mythikós. Comenta
que cuando ambos términos se distinguen, lógos designa una narra-
ción real o ficticia, y mythos se reserva para la fábulas.
Lo cierto es que Aristóteles no considera a la fábula como género
de ficción en la Poética. La incluye, en el dominio de la Retórica,
cuando piensa el ejemplo (parádeigma) como prueba de persuasión.
Establece dos formas de ejemplo: una, que refiere un hecho sucedido
antes; otra, que lo inventa. En esa invención, distingue entre pará-
bolas y fábulas.
Una parábola es una narración que induce la solución de un
problema comparándolo con otro semejante. Aristóteles da este
ejemplo: dejar a la suerte la designación de los magistrados, sería
lo mismo que elegir por sorteo a los atletas sin considerar a los más
capaces de competir.
Dice que la fábula es apropiada para los discursos políticos cuando
es difícil encontrar hechos sucedidos que sean semejantes. Ilustra con
lo siguiente: Esopo habló públicamente así mientras se estaba juzgan-
do a un demagogo. Una zorra arrojada a un pozo del que no podía sa-
lir durante mucho tiempo la pasó muy mal. Tenía su cuerpo lleno de
garrapatas. Al verla, un erizo se compadeció de ella. Le preguntó si que-
ría que le quitara las garrapatas. Pero la zorra no lo permitió. Cuando
el erizo quiso saber por qué, la zorra explicó: Están tan habituadas a
mi que casi no chupan, mientras que si me las quitaras, otras vendrían
hambrientas por la poca sangre que me queda. Por consiguiente, tam-
poco a vosotros os perjudicará más este hombre (puesto que ya es rico),
en cambio, si lo matáis, otros vendrán con hambre de poder y fortuna
a robar, entonces perderemos lo que todavía nos queda. |

5. Según el prólogo que escribe Carlos García Gual (2000) a las Fábulas de Esopo.
6. Quintín Racionero (2000) en una nota a su traducción de la Retórica.
deliberar las pricosts 13

Los ejemplos (parábolas y fábulas) inducen conclusiones capri-


chosas. El relato de Esopo parece decir más vale malo conocido que
malo por conocersUn efecto anonadador. Finge resolver algo, a la vez
que clausura la posibilidad de pensar otra cosa. La seguridad de una
sentencia deja, por momentos, maniatado al pensamiento”.

Luego de plantear el problema de las fábulas, Aristóteles se refiere a


las máximas. Una máxima (sententia) es una aseveración. Una afirma-
ción que asegura que algo es 0 no es, que ocurre o no ocurre. Una decla-
ración que exige una vida sometida a la sentencia. Una voz que perseve-
ra en su convicción cuando una acción es discutible. Una paradoja: la
máxima se contenta con una coincidencia estrecha, pequeña, mínima.

Aristóteles señala que las máximas tienen un valor dialéctico (di-


ferente al enunciado científico) y se aplican a cuestiones político-de-
liberativas en las que la elección o el rechazo de una acción necesi-
tan de un consejo.

Recuerda que las máximas controvertidas o fuera del sentido co-


mún requieren de un epílogo. Transcribo una, citada en la Retórica,
para mostrar sus asuntos, formas, tonos: Entre los hombres ninguno
hay que sea libre; aseveración acompañada del siguiente epílogo: por-
que se es esclavo de las riquezas o de la fortuna.
Aristóteles recomienda el uso de máximas en personas de edad
porque la contundencia de una afirmación discutible se respalda en
la supuesta experiencia del orador. Advierte que conviene conjeturar
qué cosas la gente supone conocidas de antemano. Infiere que a to-
dos complace oir una máxima que asevera como universal algo que
se ha creído comprender en forma particular. Si alguien, por ejemplo,
ha tenido que convivir con malos vecinos, se siente reconfortado al
escuchar decir: Nada más fastidioso que la vecindad.
La máxima ofrece ilusión de dominio lógico sobre aquello que no
tiene determinación completa. Cancela la incertidumbre o la vuelve
tolerable. Pero sólo prospera con el añadido de prestigio y autoridad
de quien la pronuncia.

7. Ramón Alcalde (1996) anota que: “Un ejemplo típico del ductus encubridor es la
parábola o la fábula en la que se presenta como situación imaginaria un análogo
a la situación real y se extrae o no de ello la moraleja que -si la parábola o la fá-
bula es apta- el oyente transformará por identificación, en decisión propia sobre el
caso que el orador tiene en mente”.
1u — Marcelo Porcia

1, 8. ejemplos falsificados

Casi todos los relatos que presento en este capítulo son breves. His-
torias concisas que persiguen algo fugitivo, instantáneo, pasajero. Ca-
da ejemplo es una falsificación que pretende desinstruir una moral.
Cuestionar defensas habituales de la transmisión. Recordar la incon-
clusión de las prácticas clínicas. Desacatar verdades que se quieren fi-
jas o por fuera de la indecisión. Las narraciones no disimulan la pre-
tensión pedagógica. Al final de cada una se desprenden consejos, máxi-
mas, moralejas. Mis conclusiones, si no resisten la tentación de obede-
cer a una premisa superior, intentan, al menos, no esconder el encanto
del sometimiento. (jAh, la sumisión!, suele ser un gran descanso).
Los comentarios que siguen a cada fábula suelen ser forzados. Co-
sas que deseo pensar y que ubico en algún sitio.
¿Cómo juzgar conductas clínicas cuando se tratan situaciones
inestables no sujetas a evaluaciones unívocas? Aunque me abrazo a
un conjunto de premisas que me contienen, la cuestión clínica no en-
cuentra sosiego.
El acto clínico es una acción desprendida de una verdad razona-
da y es una responsabilidad en estado deliberativo. Balanza que no
encuentra punto de reposo. Asedio de lo inestable: lo mismo que ha-
ce bien, puede hacer mal.
Aristóteles$ dice que no deliberamos sobre todas las cosas. No lo ha-
cemos sobre la salida del sol, sobre la voluntad de los vientos, sobre la
sed de las lluvias, sobre los caprichos del azar o sobre la duración de la
eternidad. Deliberamos sobre cosas que podrían ocurrir gracias a nues-
tra intervención. Tampoco necesitamos deliberar cuando poseemos co-
nocimientos exactos y suficientes sobre algo. Ni cuando sabemos que
una cosa tiene un desenlace previsible y determinado. Deliberamos, en
cambio, sobre cuestiones médicas, sobre negocios, sobre el curso de una
navegación. Dice que deliberamos más sobre las artes que sobre las
ciencias. La deliberación es la acogida a una razón que vacila.
En la deliberación clínica, los llamados medios son tan controver-
tidos como los supuestos fines. ¿Qué significa la cura para cada cuál?
¿Qué idea de bienestar prevalece en cada quién? ¿Se puede afirmar
un fin? ¿Elegir un camino mejor entre muchos?

8, Ética Nicomáquea. Libro ITL


deliberar las psicosis Za D

La deliberación clinica no es antesala de una liberacién. No su-


pone esperanza 1dialéctica de una síntesis progresiva que libera
las fuerzas de una contradicción. No se propone como método pa-
ra alcanzar la justicia, un ideal de equilibrio que persigue la ar-
monía de los opuestos. Tampoco como preludio de una elección que
tiene que optar entre episteme y doxa (entre un conocimiento cien-
tífico verdadero, profundo, preciso y un saber que cultiva la opi-
nión, la mentira, lo superficial, lo impreciso). Deliberación clínica
es decisión que se decide en la indecisión. Decisión que se autori-
za en su limite.
La clínica toma precauciones sobre los fines morales que prevale-
cen en la cultura y en sus instituciones disciplinarias. La delibera-
ción no interesa, ahora, tanto por su capacidad de definir una posi-
bilidad, como por su pasaje por una imposibilidad. La deliberación
clínica no se propone, ya, dar con la decisión justa sino liberar la im-
posibilidad. Deliberamos porque no tenemos poder. La clínica como
potencia deliberada de un impoder.
La lectura de Artaud ayuda a entender la diferencia entre impo-
der e impotencia. Impoder es potencia de un cuerpo que sabe que va
a morir. Potencia que adviene tras un límite. No es impotencia que-
josa que siente nostalgia de lo absoluto. Ni prepotencia que, engreí-
da, se alucina inmortal.

Las psicosis pueden ser consideradas como enigmas a descifrar,


como acertijos lógicos mayores, como interrogantes que demandan el
tejido de instantes dispersos de una vida arrojada (en el lenguaje)
fuera de representación. O las psicosis pueden ser tomadas como
borde que nos coloca frente a lo abismal de una historia, ante la mul-
tiplicidad de existentes que habitan un acontecimiento, junto al mis-
terio que germina en una vida. O las psicosis, también, pueden pen-
sarse como-aporías del límite. No en el sentido de sus caminos sin sa-
lida o de sus dificultades lógicas insuperables, sino como experien-
cias que nos sitúan ante el límite. Las psicosis como aporías clínicas.
Los problemas de un saber que ofrece su cuerpo para colmar el infi-
nito o de un saber que delibera a partir de la representación de su
propia muerte”,

9. El infinito no es abarcable porque allí, antes, la muerte. Tal vez donde escribo in-
finito debería poner entre comillas lo real para ponerme junto a Lacan. No quie-
ro evitar la zozobra de errar en la decisión de un lenguaje menos codificado.
16 Marcolo Poroin

¿Estas fábulas ponen a la vista ideas que tenfa de antemano?


¿Simulo un enredo para después fingir la trabajosa búsqueda de
una salida? Las moralejas que anoto no son añadidos posteriores,
pero tampoco ideas previstas desde un principio. Se trata de un ar-
mado. Una composición arrancada (o deshecha) tanto de la expe-
riencia como de la especulación. Artificios de un orden que vivo, a la
vez, como buscado y no buscado. Estas historias dicen: la clínica es
accidental e imprevisible. No hay modo de reflejar lo que todavía no
se ha mirado.

1. 4. nada que perder

Son dos viejas travestis con pelucas rubias que se visten como si
fueran gemelas. Tienen sesenta años, hacen la calle en la Rue des
Abbesses, esperan en las veredas desiertas.
El negro que las mira es el Príncipe Koulotó. Saca una peta-
ca de oro del bolsillo interior de su gabardina blanca, extrae un
cigarrillo y lo enciende con su mechero de laca china. De rodi-
llas, con sus manos cruzadas sobre el pecho, se declara enamo-
rado. Les ofrece su reino. Dice que son las mujeres más hermo-
sas del universo. Mimí se desabrocha el corsé de cuero dejando
ver sus grandes prótesis de parafina “¿Te gustan mis tetas, que-
rido?”, Gigí le saca la billetera de cocodrilo verde del bolsillo.
Las dos escapan con un montón de billetes. Koulotó, en la mis-
ma posición, reitera, fascinado, que las ama. Entonces, vuelven,
lo toman de los brazos, lo llevan hasta el departamento destar-
talado que alquilan.
Koulotó desembarca en Orly a las cuatro de la mañana, alquila
un enorme coche blanco, se dirige hacia el barrio Pigalle que consi-
dera el centro del mundo. Las viejas son las únicas, a esa hora, que
esperan conseguir un cliente. Enseguida se siente embriagado por
esos vestidos de cuero y esas gafas brillantes.
Mimí lo acuesta en el suelo sobre las pieles de cabra, le abre la
bragueta y le muerde el sexo; mientras Gigí le frota el suyo contra la
cara. El príncipe goza como nunca. Gigí le arranca el reloj de oro. Mi-
mí le revisa los bolsillos donde encuentra una postal con las trescien-
tas sesenta y tres torres del Palacio en pleno centro de África. Las
viejas travestis, después de años de humillaciones, encuentran al
hombre de sus vidas.

|..

deliberar lan puicontn 17

101 Príncipe es bello como un dios. Un gigante de dos metros que


tione un rostro perfecto. Posee la más fabulosa fortuna de la tierra.
En el Jefe espiritual de doscientos millones de almas que cada vier-
nes le regalan su peso en diamantes.

Las travestis se preparan para partir. Rompen todo el departamen-


to, Con sus impermeables de piel de pantera sintética, bajan las escale-
ras ante la mirada envidiosa de los vecinos despiertos por el escándalo.
Koulotó está radiante. Una vieja leyenda africana dice que el dios
del Universo Futuro nacerá de un rey negro y dos mujeres idénticas de
pelo rubio que tendrán pene y llegarán al reino en un pájaro de metal.
En el aeropuerto espera un avión con los motores en marcha. An-
tes de llegar a destino, los eunucos despiertan a las travestis para
alistarlas. Las envuelven con perfumes. Las visten con trajes de per-
las negras. Una muchedumbre aguarda desde la noche anterior. Hay
trescientos sesenta y tres elefantes pintados de colores arrodillados
al borde de la pista. Entonces, concluye Copi: “Gigí y Mimí ingresa-
ron así, con gran naturalidad, en el destino de su sueño común, que
habían presagiado desde siempre”.
Esta fábula enseña que el que espera no desespera.
Elijo el texto de Copi como fábula antes de las fábulas. Como re-
cuerdo de que es función del lenguaje pasar de una cosa a otra cosa,
de una vida a otra vida, de un mundo a otro mundo.

Las locas del cuento no son las psicosis de los manicomios, ni las
internadas del Esteves. Las calles de París no son los suburbios de
Témperley o Lomas de Zamora, ni las veredas desiertas de La Plata
o Luján. Es el relato de una apoteosis: dos locas y un negro loco se
abrazan como un solo dios.
Copi dice que ingresan en el destino de su sueño, que presagiaron
desde siempre, con naturalidad. Cada vez que leo el cuento, tengo
miedo de que Gigí y Mimí no entiendan, o tarden en entender, o ma-
logren la oportunidad. Temo que estén ocupadas por el odio, desapa-
recidas en sus cuerpos, incrustadas en ese departamento destartala-
do que, al final, casi incendian.

La naturalidad no es la naturaleza: el fundamento de algo, la


esencia crispada del universo, el modo definitivo de las cosas. La na-
turalidad es un artificio que, todavía, confía en las palabras.
18 Marcolo Porcla

1, 5. entre la hendidura y el encierro

Una clínica en la que la identidad se sustenta como fuga no se


sostiene en la creencia de un cuerpo original o clave esencial. Se ofre-
ce como morada o descanso de una transformación que no cesa. Una
huida que no responde tanto a una persecución como al aplazamien-
to de lo definitivo.
Se necesita suponer un delgado rayo de luz o hendidura para po-
ner en marcha esa transformación. Creo que en eso piensa Lacan
cuando sugiere que para el pasaje de un significante a otro es nece-
sario suponer el significante —¡hendidura!- del nombre del padre.
¿Qué se pone en marcha? Un escape que no termina. Un desliza-
miento que no se agota. Una cosa es pensar la vida como experien-
cia destinada al encierro. Otra cosa es pensar el vivir como porvenir
de una fuga que siempre comienza, que nunca se alcanza, que no se
completa10.

Recuerdo una fábula, mencionada por Elías Canetti (1960)11,


que se llama El maestro y su discípulo: Un sabio malvado, el dia-
blo en persona, recibe a un muchacho como aprendiz. A la vez que
le enseña todos sus secretos, lo encierra en un oscuro establo. El
muchacho anhela escapar. No hay salidas. La prisión es casi perfec-
ta. Un día el joven advierte un delgado rayo de luz. Descubre una
pequeña hendidura por la que entra un hilo de sol. Para escabullir-
se por esa diminuta ranura, se convierte en ratón. El maestro que
percibe el abandono se transforma en gato. Cuando el gato está por
alcanzarlo, el ratón se torna pez y se arroja al agua. El amo, de in-
mediato, se vuelve red pero, en el momento en que está por ser
atrapado, el pez pasa a ser un pájaro y el maestro un halcón. A
punto de ser capturado, el pájaro cambia a una manzana roja que
cae sobre el regazo de un rey. El amo varía en un cuchillo que está
en la mano del soberano. Pero cuando está por usar el cuchillo, la

10. Lacan (1970) recuerda que, en ese asunto que todavía los psicoanalistas llaman edi-
po, la cuestión a pensar es el deseo de madre. Explica que ese deseo es difícil de so-
portar. Los estragos del amor son semejantes a los destrozos del abandono. Dice que
estamos alojados en la boca de un cocodrilo de gran tamaño, carnívoro, voraz, temi-
ble por su rapidez. Eso es el deseo de madre. ¿Qué pasaría si de repente cerrara la
enorme boca de dientes afilados? Lacan llama falo y, también, metáfora paterna, al
hueso duro que en potencia atasca la puerta. Una potencia que impide que algo se
cierre. Una obstrucción que permite habitar esa confortable y peligrosa cavidad.
11. Recupero la historia a partir de la lectura de un texto de Horacio González (2001).
Zana muda en un puñado de maíz y el maestro en una gallina
UN pollitos. Los pollitos comen los granos, menos uno que se
wfigura en aguja, enseguida los pollitos se convierten en hilo
6 onhebra la aguja. Entonces, la aguja se inflama, el hilo se que-
N 0l amo está muerto. La aguja se trasforma en muchacho. El
eipulo vuelve con sus padres.
Á la clinica de las psicosis no le conviene esa resolución. ¿Cuál
ría ser la forma final? ¿El arribo de la figura salvadora? ¿El de-
fice que nos libere de todo soporte? Tal vez eso que llamamos
lidad pueda pensarse como juego de alteraciones que no termi-
() quizá, ese misterio, se cancele con la muerte: sitio en el que
umidad y la otredad se funden. Sosiego de lo único, morada de
dofinitivo.
Propongo, entonces, otras derivaciones de la fábula. Una supone el
Ahelorro especular; otra, la eternidad; otra, el fin; otra, el infinito.
Iin la primera, el discípulo se vuelve fuego y el maestro se trans-
forma en fuego también. La semejanza es tan perfecta que el discí-
pulo cree mirarse en un espejo, entonces se imagina liberado, se
Vuelve muchacho y el maestro por fin lo atrapa.
En la segunda, en el tiempo eterno todas las figuras se confunden,
-lon fuegos con los fuegos, la aguja con el hilo, el maíz con los pollitos, el
cuchillo del rey con la manzana, el pájaro con el halcón, el pez con la
Tec el gato con el ratón, el discípulo con el maestro. En esa simultanei-
(ad sin consecuencias no importa quién es quién??.
Tn la tercera, asistimos a lo que se detiene: La aguja se inflama,
ol hilo se quema. Mientras el discipulo contempla cómo el maestro
nrde, se funde en el mismo fuego. Ambos mueren.

14, Esta idea de eternidad hace conexién con el modo que en Borges piensa la otredad.
Para Borges otredad es entrada en el tiempo eterno. Advierte que la identidad se afe-
rra a la cronología. En la dedicatoria que hace para Leopoldo Lugones en El hacedor
(1960), describe el momento en que le regala su nuevo volumen de poemas. Relata
que esa vez ocurrió algo que no había sucedido nunca: Lugones vuelve las páginas y
lae con aprobación un verso suyo. Pero en ese punto la historia se deshace como un
mueño (como el agua en el agua). Borges explica así esa circunstancia en que alcan-
n su libro a Lugones muerto veintidós años antes: “Mi vanidad y mi nostalgia han
armado una escena imposible. Ast será (me digo) pero mañana yo también habré
muerto y se confundirán nuestros tiempos y la cronología se perderá en un orbe de
uímbolos y de algún modo será justo afirmar que yo le he traido este libroy que us-
tud lo ha aceptado”. Borges diluye, en-un tiempo eterno, la ilusión de identidad.
20 = "a — Margolo Porcin

En la última seguimos a la deriva de lo que nunca cesa: La aguja


se inflama y cuando el hilo se está por quemar, el amo se transforma
en agua y entonces el discípulo se altera en otra cosa y así hasta el
infinito3.
Así la clínica procura una fuga. No se trata de encontrar algo per-
dido, de llenar un vacío, o completar la pieza que falta. ¿De qué se tra-
ta? De imaginar una hendidura. De buscar la falla de la prisión per-
fecta. El encierro identitario. La posibilidad de huir sin temor a des-
vanecernos en la nada. A veces, solicitamos la posesión de Otro como
modo desesperado de prendernos de algo seguro. Poseídos del fárma-
co, de la institución, de alguien que administre nuestra vida. La cal-
ma, sin cuerpo, de Dios antes que el temporal de una pasión.
De esta fábula se concluye que no importa tanto cada transfor-
mación posible como el hueco transportador, punto de pasaje de
una cosa a otra.

1. 6. de la invención de un juego que decide sus leyes sobre la marcha

Confinado en 1939 en el campo de concentración de Saptfonds,


el catalán Tosquelles, organiza allí un servicio de psiquiatría. Mu-
chas casualidades hacen que el prefecto de Lozére, que sospecha
que todos los rojos republicanos son criminales, le ofrezca un pues-
to en el hospital de Saint-Alban.
Tosquelles es buen jugador de cartas. Hace partidas con sus
compañeros. Conocen las reglas de juego. Relaciones entre naipes
del mismo color, encadenamientos posibles de números, valor de
las figuras. Una ley organiza lo que pasa entre signos de cartón,
azar y decisiones de cada cual.
Pero Tosquelles (1992) sabe que en el juego de la vida las leyes
cambian todo el tiempo. Asistimos a un número innumerable de po-
sibilidades. Recuerda que en Carmen de Bizet se dice que el amor
no conoce ley. Cuenta una ocasión para ilustrar la potencia de ese
juego que decide sus leyes sobre la marcha. Idea que le sirvió para

13. Derivación que recuerda el Canto XXII de la llíada, en el que el ligero Aquiles no
logra alcanzar a Héctor; ni el astuto Héctor puede liberarse definitivamente de
Aquiles. Dice uno de los versos: “Igual que un sueño no se puede aprender a quien
huye, y ni el uno logra escapar ni el otro ir en su persecución, así tampoco ellos po-
dían, uno prenderlo y el otro eludirlo”.
Inar, después, el club de enfermos de Saint-Alban como insta-
N que inventa sus reglas.
UN Llempos de guerra, ocupación, escasez. Todo está racionado.
consigue tabaco. El hombre que atiende la tienda de Saint-Al-
15 UN ex soldado que perdió un brazo en la guerra del catorce.
| ndministrador estricto en la distribución de cantidades. Entre
U corpulenta mujer, muy enamoradiza, entrega tabaco, a es-
a sus preferidos. Pero, la vigilancia del marido no es fácil
lar. Tosquelles junto con sus amigos Chaurand, Bonnafé, y un
0 antudiante, simulan durante horas jugar a las cartas en el
N onpera de que la mujer pueda, a hurtadillas, darles hojas pa-
mar cigarros.
Pronto los otros clientes renuncian a comprender el extraño jue-
Ne practican. Pero el dueño del bar intrigado no deja de obser-
Y ln mesa, las barajas, cada movimiento. Está obsesionado por
weubrir la lógica de esa forma de jugar que no entiende. No es
woncillo doblegar la curiosidad de un combatiente que se las arre-
n con un solo brazo.
"Tosquelles cuenta las vicisitudes de esas partidas: tiramos una
varta cualquiera, tomamos otro naipe del mazo; pero, a veces, dos, tres
1 más, Cada vez se decide de manera arbitraria. Repentinamente se
voncluye quién gana o quién pierde sin relación con las cartas juga-
lan Todo sucede en series en las que nosotros mismos descubrimos la
ley de nuestra manera de jugar en el proceso mismo del juego. El ma-
rido que vigila cree, al fin, comprender la regla de la baraja. Supone
haber captado la escurridiza ley. También nosotros. Nos divierte se-
quir un rato esa ley que acabamos de inventar. Pero de pronto, cual-
yuiera de los cuatro la abandona. Otra vez, a capricho decide quién
y cuándo gana. Festejamos con ostensible alegría cada accidente del
Juego como si se cumpliera algo cuidadosamente planificado. Y, así,
nucesivamente hasta que el hombre de un solo brazo se siente supera-
o, abatido, herido en su inteligencia, por el curso inesperado de
nuestro juego; entonces, tal vez con dolor de cabeza, se retira a beber
un trago a escondidas en la trastienda. En ese momento, su mujer
aprovecha para darnos el merecido premio.
Esta fábula recuerda que la clínica de las instituciones es prác-
tica de un juego que trabaja a la espera de algo mientras instala y
desinstala sus reglas.
anl — Márgoo Peroa

1. 7. de cómo lo inesperado, al final, siempre se decide

Un relato de Fernando Ulloa (1995) evoca a Pichon Riviere. Es


sobre la experiencia Rosario realizada en 195814. Una jornada en la
que participan alrededor de mil personas entre estudiantes, profe-
sores universitarios, obreros, empleados de comercio, boxeadores,
amas de casa, artistas, maestras. Recuerda la ansiedad de ese via-
je: “a medida que nos aproximábamos a Rosario aumentaban los te-
mores y los reclamos de los que debíamos coordinar la jornada”. El
equipo convocado para el trabajo no sabe qué tiene que hacer. Pide
precisiones técnicas, definición de los objetivos, consignas para la
coordinación. Así cuenta Fernando Ulloa lo que Pichon dijo: “Si al
finalizar, en el tren de vuelta, nos tiran con bosta, querrá decir que
cuando un grupo como el nuestro llega a Rosario para hacer lo que
nosotros haremos, al terminar, le tiran con bosta”.

Esta fábula enseña que estar psicoanalista en las instituciones


consiste en saber alojar un final posible para lo inesperado.

1. 8. de la espera en el agujero en la rueda

Jean Oury (1998) afirma que para entrar en el tiempo se necesi-


ta del olvido. Piensa las psicosis como el olvido del olvido. Recuerda
el mito de Pandora. Los dioses ocultan sus secretos a los hombres. El
de la subsistencia para que, los muy holgazanes, no abandonen el
trabajo. Zeus está furioso con Prometeo porque entregó el fuego a los
mortales. Como castigo compensador crea a Pandora. La virgen más
hermosa que hubo sobre la tierra. Hasta ese momento, los humanos
vivían al amparo de todos los males. Al abrigo de la dura fatiga. Pro-
tegidos de las enfermedades que llevan a la muerte. La mujer levan-
ta la tapa del ánfora que contiene todas las calamidades. Esparce so-
bre el mundo los nefastos pesares. Zeus ordena que sólo la espera
quede sin derramarse. Desde entonces las desdichas, privadas de pa-
labra, dañan en silencio a los hombres.
Oury destaca que lo que queda en el ánfora del mito griego no es
la esperanza sino la espera. Opina que la espera permite vivir. La es-
peranza es finita, determinada, preconcebida; mientras la espera es

14. Se conoce un artículo sobre esa experiencia escrito por Pichon (1971) en colabo-
ración con Bleger, Liberman y Rolla. Se llama Técnica de los grupos operativos.
He necesita en el centro para que gire la rueda. La espera,
El olvido, nos hace habitantes del tiempo.
amigo Kaminsky (1990) me dice que después de leer a Spino-
, Iambién, elige la espera. La esperanza es temor invertido. La
'anza vive pendiente de que suceda lo que anticipa, a la vez que
que no ocurra lo prometido. El temor torna a la esperanza de-
ración.
lo que se concluye que la potencia de obrar vive en la espera.

ileccion de fábulas
wobre la decisión
1l hombre tiene cuarenta. Lo internaron cumplidos los veinti-
0o, Hace un año que vive con dos personas que conoció en la sa-
- Alquilan una casa ayudados por el hospital. Los tres siguen sus
Tratamientos.
151 hombre, desde hace seis meses, se relaciona con una mujer. La
hoticia llega al equipo cuando deja de tomar la medicación. Manuel
(ulore sentir esa “calentura que le enciende la cabeza”.
So discute mucho esa vez, incluso se trata el tema en una asam-
blon. Pero cuesta hablar de eso. Algunos se solidarizan con picardia.
Otros advierten que no se puede controlar todo. El hombre dice que
o siente bien. Las urgencias, enseguida, desplazan el asunto.
Meses después, Manuel pide ayuda: Van a matarlo. Algunos se
miran cómplices: “¡Ven lo que pasa sin medicación!”. Está aterroriza-
(o, No duerme. Alguien se pronuncia: “¡Volvamos al inyectable!”. Los
compañeros que viven con él, también están asustados. “Contagio
paranoide” dictamina, por lo bajo, una residente. “No, qué paranoi-
(e, contesta un paciente todavía internado, lo van a matar en serio”.
Y agrega sentencioso: “El que las hace las paga”.
Se juntan hilos sueltos. El hombre se encuentra regularmente con
Kity. Al principio una vez por semana, después dos, en la última épo-
on tres. Los que se entusiasman hacen chistes con la frecuencia. Ma-
nuel aclara, serio, que nunca fueron más de tres. Llegaron a un
ncuerdo económico mensual. Algunos preguntan y hacen cálculos so-
bre la suma total. Manuel explica que todo iba bien hasta que dejó
24 ia — Marcolo Porcia

de pagar. ¿Por qué? Porque sí, no sabe, no se dio cuenta. “Me gasté el
dinero del subsidio para otra cosa”. Alguien opina que el juez no le
paga para que ande revolcándose con plata del estado.
Tiene una deuda. Hace quince días se le aparecen dos tipos. Dicen
ser hermanos de Kity. Si no paga, le van a romper la cara, luego la ca-
sa y, por último, le mandan a los primos para matarlo. Avisan. Siete
días después vuelven. Manuel responde que no tiene plata. Se pone a
llorar, le advierten que no mariconee. Tratan de convencerlo de que le
conviene pagar, portarse bien. Sus compañeros lo defienden. Los her-
manos de Kity contestan que, si el hombre no paga, van a cobrar los
tres. Entonces, explican que están locos. Que estuvieron internados en
un manicomio. Que ahora están en esa casa, pero que eso forma parte
de un tratamiento, que todavía no están curados. Que de la esquizofre-
nia paranoide y de la psicosis bipolar nadie se cura. Incluso, como
prueba, uno trae sus recetas y frasquitos con pastillas. Los hermanos
de Kity, sin inmutarse, repiten: “El que las hace las paga”. Antes de ir-
se, el mas grandote, mientras aprieta el cuello de Manuel, dice: “No es
nada personal. Un hombre tiene que pagar sus deudas, si no la calle se
vuelve un relajo, y cualquiera se hace el loquito”. Al despedirse recuer-
dan que la próxima vienen los primos que andan armados.
En la asamblea, una mujer le pregunta si sabía que Kity tenía
tanta familia. Manuel dice que tiene miedo. No quiere volver a su ca-
sa. Los tres pensaron por un tiempo vivir en el hospital. Todos discu-
ten. El de la medicación opina que hay que hacer la denuncia a la po-
licía. Alguien piensa que sería bueno aplicarles un inyectable a los
primos. Una enfermera propone internarlos en una sala. Una voz pi-
de que también la internen a Kity. Alguien opina que eso pasa por-
que no se buscó una novia. Otro plantea que volver al hospital es un
retroceso, sugiere esconderlos en casas de miembros del equipo. El
del inyectable insiste en que hay que poner un guardia en la puerta
* de la casa. Una persona internada pide que la jefa del servicio vaya
a hablar con los hermanos de Kity. Uno de los residentes quiere sa-
ber si está satisfecho con la mujer. Especula que se puede declarar
inconforme con el servicio, incluso objetar la tarifa. Manuel reconoce
que Kity es estupenda. Buena, dulce, cariñosa. Una vez cocinó un
guiso para todos. La psicóloga, concurrente ad honoren, hace la cuen-
ta de la deuda, propone hacer una colecta.
Cuando se acaban las ideas, alguien del equipo dice: Estás meti-
do en un lío. Tratamos de ayudarte, pero hay cosas que no sabemos,
W que no queremos, cosas que no podemos. No podemos esconder-
hi darte dinero, ni hablar por vos con la mafia para la que traba-
Kiy No queremos cargar con la responsabilidad de que te pase al-
Quizá tengas que dar la cara. No sabemos. Pero, si podés hacerte
“Mirgo de la deuda, estamos dispuestos a acompañarte.
Ál día siguiente, Manuel, dos compañeros, una enfermera, la
’llcologa y un chofer, recorren la zona en una ambulancia. Des-
ó de averiguar, arreglan un encuentro en una esquina. Manuel
n solo. Los otros esperan en el coche. La reunión dura poco.
e adentro se ve que hablan. Manuel les ofrece algo, uno de los
B Anota una cosa en un papel que le entrega a Manuel. Al des-
ilirse se dan la mano. Manuel vuelve tranquilo. Propuso un plan
pngo, les dio su palabra, ofreció su reloj como anticipo, no acep-
Taron. Dijo que buscaba trabajo para juntar el dinero más rápido.
1110 de los tipos anotó la dirección de un amigo que tiene una pa-
rrilla cerca de la cancha de Estudiantes, parece que necesita un
ayudante.
Así, para cambiar la vida de otro, no alcanza la voluntad, el cari-
ño, las buenas ideas.

Derrida (1994) objeta la ingenuidad de quienes creen que cam-


biar es realizar una intervención calculada, deliberada, estratégica-
mente controlada. Piensa que cambiar algo es intensificar una trans-
formación en cursols.
Ayudar a un paciente no es recomendar lo que suponemos bueno
para él. “Manuel búsquese una mujer. Una chica que lo quiera. Si se
acuesta con su novia no tiene que pagar. Puede juntar la plata, pro-
yectar una familia, tener una casita propia, quien le dice si no alcan-
za para una moto usada o para visitar Córdoba”.
¿Qué significa la expresión armarte la vida a otro? ¿Proveerlo de
| cierta cosa que no puede, no tiene, necesita? ¿Ofrecerle un apoyo que
| lo sostenga? ¿Unir piezas sueltas de su experiencia? ¿Actuar como
P arma, armazón, armadura, armario, armatoste?

15. No leo intensificación como aumento de sensaciones sino como desprendimiento


de sentido. Entiendo curso como avance de lo indecidible, como andanza, como por-
venir. Sugiero la expresión entremaquinar para ese momento en que se persigue
algo que corre todavía sin forma. Instante en el que se suelen tramar capturas o
desurdir encierros. Asamblea, también, como diálogo subrepticio, como malicia, co-
mo desacato. La otredad picante de una conversación.
26 Marcolo Porcia

Si un arma es un instrumento que sirve para atacar o defender-


se; si una armazón, una construcción que da solidez a una forma eva-
nescente; si una armadura, un envoltorio que finge seguridad; si un
armario, un lugar para esconderse o guardar cosas sueltas; si un ar-
matoste, un objeto grande, pesado, casi inútil; entonces, intensificar
una transformación en curso, ¿qué? Tal vez dar tiempo. La ilusión de
un instrumento, una construcción, una protección, un escondite, una
idea inútil. La asamblea clínica como demora que provoca que algo
que no se puede dar, sin embargo, se dé.
Así intensificar una transformación en curso, se puede pensar co-
mo sostener una conflictividad.
La historia cuenta un límite, del equipo.
Un límite de cada uno de los que trabajan en el hospital. Un límite
que no importa por caprichoso, arbitrario, violento o injusto. Un límite
que se vive como desgarro. Como anuncio de lo que no sabemos, de lo
que no podemos, de lo que no alcanzamos a entender, de lo que habla
en nosotros como miedo, como dependencia de otra autoridad, como
malestar. Establecer una frontera, impide y habilita a la vez.
La historia recuerda que no importa tanto la decisión como la me-
moria de la indecidibilidad.
Así, un límite es decisión provisoria, discutible, opinable, falible.
Decisión herida. Punto de apoyo que decide sobre lo indecidible. Ac-
to que tiembla improviso, no improvisado. No se trata de un episodio
que autoriza cualquier cosa, sino de la memoria de un trabajo que
decide sobre algo imprevisto sin el dictado de una providencia.
Escribe Derrida: “Lo indecidible no es sólo la oscilación o la tensión
entre dos decisiones. Indecidible es la experiencia de lo que siendo ex-
tranjero, heterogéneo con respecto al orden de lo calculable y de la re-
gla, debe sin embargo (...) entregarse a una decisión imposible, tenien-
do en cuenta el derecho y la regla (...) Una decisión que no pasara la
prueba de lo indecidible, no sería una decisión libre; sólo sería la apli-
cación programable o el desarrollo continuo de un proceso calculable”.
La decisión llega como agotamiento de las razones. Como poten-
cia que se enciende. La decisión es un accidente liberado de la im-
posibilidad. Ni la colecta. Ni la internación preventiva. Ni la protec-
ción de la policía. Ni la autoridad de la psiquiatría. Ni esconderlos
hasta que todo pase. Ni la objeción sobre los servicios de Kity. Ni el


wotnble. No hay decisión justa, Entonces, se decide, Decisión que
fene de la experiencia de lo indecidible,
101 oquipo no es, como se cree, la composición moderna más efi-
5a para completar un poder. La interdisciplina como totalidad
fonquistada. La posibilidad clínica no se realiza como concurren-
Fa meditada de muchas y diversas disciplinas. Esa reunión no in-
lerona como suma, magnificencia o celebración de saber. Pienso el
Suipo como espacio de detención de arrogancias profesionales. No
trata de que la supuesta superioridad de la mayoría termine
N la indecisión, sino de un impoder compartido que autoriza la
liboración.
Aul, la asamblea no es mentira igualitaria.
La asamblea no interesa como ficción democrática, como relación
horizontal entre pacientes, médicos, psicólogos, enfermeros. Sino co-
mo memoria clínica de lo indecidible. Como testimonio de que, al fi-
nal, frente a lo que no tiene solución (tras el fracaso de toda ilusión
enncelatoria de conflictividad), se toma una decisión posible.

La asamblea como recuerdo de que todos somos iguales ante lo


indecidible. La asamblea como decepción de una creencia. Nadio
tiene el poder de decidir qué hacer. Ese es el límite que posibilita
una decisión.
La indecisión es un problema clínico. Cuestiona modelos obsesio-
nados por curar, evitar, conducir. Recuerda que para atender a log
que sufren se necesitan, junto con ideas ciertas, seguras, precisan,
pensamientos que se alojen inciertos, inseguros, imprecisos. La indo-
cisión clínica no interesa como negativo de la decisión o como huma-
nismo de la ambigiedad, sino como afirmación de un límite.
Se aprovecha la historia para recordar el único final.
¿Cómo termina la historia de Manuel? Estamos en la ambulan-
cia, un pequeño coche hospitalario, un grupo inquietado por la mar-
cha de una decisión imposible, el móvil de una indecisión que se de-
cide desalojada de cualquier seguridad. ¿Manuel paga la deuda?
¿Consigue trabajo? ¿Vuelve con Kity? ¿Busca una novia? ¿Retoma la
medicación? ¿Administra mejor el subsidio por discapacidad? ¿La
tranquilidad con que sube al coche tras hablar con los tipos, le dura
un día, dos, un mes? ¿Trabaja en la parrilla? ¿Cumple con su pala-
bra? ¿Cómo termina la historia?
d d E - Y

La historia no tiene final. Una decisión (el acto posible despren-


dido de ella) no supera la conflictividad. En cada decisión queda alo-
jada la indecisión. Escribe Derrida: “En toda decisión, en todo acon-
tecimiento de decisión, lo indecidible queda prendido, alojado, al me-
nos como un fantasma...”.
Que la historia no tiene final significa que hasta allí nos abrimos
paso entre lo imposible y posible. Que en ese punto descansamos un
momento, de lo que enseguida retorna: la vida en su indecisión. Allí,
cuando ni otro, ni nadie, puede, sabe, asegura nada; allí (en ese lími-
te) un sujeto se decide sin garantías.
No sabemos del futuro de Manuel. Nada de su presente modifica-
do. Si se fugara de su destino discapacitado ¿a dónde llegaría? La in-
decisión no termina nunca. En el rompecabezas de toda decisión ne-
cesaria es posible el error. Errar es humano, pero cómo alojar una
errancia, un problema clínico.

La historia es oportuna para pensar la necesidad de una clínica


caída en el vivir.
Los hermanos de Kity contradicen la idea que Manuel tiene de sí
mismo. No lo confirman en el lugar de loco. No lo tratan como pacien-
te, sino como un tipo que tiene una deuda. Tal vez, el tratamiento de
lo que ocurrió hizo que Manuel se sintiera llamado a responder por
su vida. Invención de un estado de responsabilidad, junto a la cues-
tión de la responsabilidad de un estado tiránico o providencial.
Blanchot (1969), en un comentario sobre Bataille, dice que la ex-
periencia límite es ponerse en entredicho. Decidir no atenerse al con-
suelo de la verdad. Desprenderse de la protección de un absoluto
(sea dios, hospital, equipo, medicación, locura). Decidir a pesar de
dudar qué hacer o qué opción entre muchas elegir. Ponerse en entre-
dicho significa escuchar la incertidumbre que habla tras cada deci-
sión tomada.

2. 2. sobre el límite del equipo

Integrantes del equipo dicen: Llamamos a esta reunión porque, si


no vienen a los espacios terapéuticos, no podemos asumir la responsa-
bilidad de cuidarlas. No se puede obligar a nadie a comprometerse con
un cuidado que no desea. Pero cuando una de ustedes se siente mal, no
108 cómo pensar lo que le está pasando y nos cuesta mucho en-
Y qué necesita, Lo mismo ocurre cuando el director nos pide ex-
lones o el juez solicita un informe, no sabemos cómo responder.
'nmos ayudarlas. Pero este es nuestro trabajo. Estamos obligados
ponsar qué significa cuidar de cada una de ustedes. Tenemos que res-
(lor por nuestras decisiones. Que este sea nuestro trabajo significa
16 por esta responsabilidad nos pagan. No estamos aquí sólo porque
08 aquí. Si no nos pagan no podríamos venir. Necesitamos que
ayuden a pensar qué opciones puede haber para las compañeras
10 desean o no pueden concurrir a los espacios terapéuticos.
le suceso sirve para recordar que un límite iguala a la vez que
neia. La asamblea terapéutica es oportunidad para que el equi-
wlinico se muestre como otro lastimado, contratado, limitado.
— 9l problema no reside en que una paciente no quiera o no pueda con-
rrir a un espacio de tratamiento. Importa poner a trabajar el límite
| oquipo. ¿Qué significa poner a trabajar el límite del equipo? Poner a
vista que los trabajadores del hospital no tienen soberanía institucio-
hal Carecen de poder para gobernar las vicisitudes del vivir. Tienen
ubligaciones y necesidades. El límite es una presencia necesaria para
({16 no se alucine, en el lugar de su ausencia, una voluntad superior.

Basaglia (1968) cuenta cómo, en las asambleas del Hospital Psiquiá-


“frico Provincial de Gorizia (ciudad próxima de la frontera con la ex Yu-
gonlavia), trata de hacer hablar a esa ausencia. Son ejercicios de impo-
(er que cuestionan el lugar tutelado de los enfermos. En una reunión
(l abril de 1967 se discute por la cerveza. Consensuaron una botella
(linria por persona, pero el acuerdo no se cumple. Muchos beben sin lí-
mites. Algunos piden que se prohíba. Otros quieren libertad para deci-
dir por su cuenta. Recuerdan que, cuando la cerveza estuvo prohibida,
ingresaba a escondidas. Una voz confirma: ¡Hecha la ley, hecha la tram-
pnl Alguien dice que la prohibición es un estimulante. Una persona su-
glore restringir los días y horarios de consumo. Otra es de la idea de au-
mentar el precio progresivamente después de la primera botella. Un es-
cóptico reflexiona que cada uno es como es y que no se puede hacer na-
tIn para remediarlo. Otro propone encerrar a los transgresores. Un pa-
clonte, que se reconoce como alcohólico, admite que los bebedores tienen
(que responsabilizarse frente a la asamblea. Otra persona agrega que
Inmbién deben responsabilizarse ante sí mismos; dice, a modo de ejem-
plo: El vino me hace mal, por lo tanto, no tomo. Alguien objeta que mu-
chos sabiendo que el alcohol les hace daño, beben igual para destruirse.
Hay gestos de asentimiento. Una voz afirma que hay que proteger de
mismos a quienes no se pueden controlar. Algunos esperan que decidi
las autoridades. Basaglia pregunta: Si el enfermo no se hace respona
ble ¿el médico puede ocupar el lugar de alguien que no existe?

2. 3. sobre las certezas

Una enfermera se sienta junto a una paciente que está triste. Lo


pregunta qué le pasa. La mujer dice que nada. La enfermera insiste,
La mujer habla de peces de colores. La enfermera la toma de la ma-
no. La mira: ¡A vos te pasa algo! La mujer entonces le explica: ¡Jesús
me pide que no coma!
Muchas veces, así una insistencia que no exige, que no controla,
que no espía, hace espacio para que algo se cuente. Tal vez cuidar sea
saber escuchar.
Días después, la enfermera con la mujer que sigue triste. Están
calladas. De pronto: ¿Por qué Jesús te pide que no comas? No sé, no
quiere. No puede pedirte eso. Me lo pide. Jesús no quiere que te en-
fermes. Me pide que no coma. Otra vez calladas. Al rato: Decime,
¿no habrás escuchado mal, vos? ¿Dijo comer o coger? Se ríe: no, di-
jo comer.
La fábula muestra que la voz de Jesús puede ser cierta, pero lo que
está en cuestión es la certeza que esa voz dice. Una certeza es algo que
se instala fuera de conexión. Sin ligaduras, sin hacer serie con otras
cosas. Una certeza es una criatura que dice no tener padres.
La enfermera, más tarde, con la mujer que sigue triste. ¿Jesús te
pidió que no te sientes a la mesa con tus compañeras? Con ellas es-
toy bien. No tengo problema con nadie. Sólo tenés una cuestión con
Jesús. Jesús está enojado conmigo. ¿Por qué? Me pide que no coma.
¿Está enojado por algo que hiciste? No. ¿Por algo que no hiciste? No.
¿Por algo que pensaste? No creo, pero puede ser... no me gustan las
cosas que pienso. Al rato: ¿Habrá querido decir que no te tragues to-
do? Jesús me dijo que algunos de sus hijos tienen hambre. Vos no te-
nés la culpa. No se trata de culpa... yo no trabajo, a mí me dan de co-
mer porque estoy enferma.
Lo mismo pasa cuando queremos pensar. Se intenta unir, enlazar,
acordar y desacordar, empalmar, vincular, tejer, coser. Reanudar una
pregunta que siempre comienza. Penetrar una certeza
ae en las tensiones de un diálogo. A veces, algo comienza
tante porque se da en la tecla, sino porque se provocan
que hacen contacto.
Mjer lo pregunta a la enfermera si quiere saber por qué sigue
SN mo pide que no coma. Y vos ¿qué le pedís a Jesús? No,
0 le pediste un novio? No, ya no pienso en esas cosas... ¿que-
lo diga la última vez que pensé en eso? Ya sé, ayer cuando vi-
ujo A buscar a la rubia. No, ese tipo me da asco... parece que
plntn, le hace regalos. El viejito tendrá plata, pero, ¡a vos te pi-
Al Sí, me pide que no coma. No será porque estás gordita. A
engordan las pastillas.
1, la mujer se pone a hablar cuando puede visitarse en los már-
0 costados de esa idea. Quizá pensar sea reunir cosas dispersas
wlor de nada. Es difícil escuchar al que delira porque el que de-
o escucha. Interrumpir el delirio no significa cortarlo, hacerlo
y 0 impedirle el paso. Interrumpir el delirio es tratar de escuchar
bla que acude en sus intermitencias.

la mujer que sigue triste le dice a la enfermera: Si querés ayu-


i ¿por qué no hablás vos con Jesús? Al día siguiente: ¿Y...? ¿Ha-
NLo? No, con Jesús no puedo. Pero hablé en la reunión de equipo
AA que me ayuden a pensar algo. ¿Con Jesús, no? ¡No, con Jesús
| ¿Con el equipo? ¡Con el equipo! Y, ¿quiénes son el equipo? La
pilormera nombra a uno por uno. Describe rasgos de personas que
] paciente no ubica (la bajita simpática, la residente de cara re-
unda, el flaco callado). La mujer hace la cuenta. Concluye que son
fomo diez. Doce, confirma la enfermera. ¿Doce? ¿Y, qué dijeron? No
untendí todo. Alguien dijo que estás colgada de esa voz como de una
Moty que, de a poco, te vas a agarrar de otras cosas. ¿Siguen ha-
hlando? En cada reunión hablamos de problemas que no entende-
mon, a mí me ayuda. Se quedan calladas. Al rato la paciente pre-
Junta ¿cuántos dijiste que eran?
Así la reunión de equipo se ofrece como otro lugar para hablar. Re-
[erencia posible para pensar. Un nombre posible para una falta que
no cesa's.

16, A propósito de esta situación recuerdo un relato clínico de Catherine Kolko


(2001).
Es ————]]

e i IN

Lacan (1955-1956) imagina un territorio, que carece de una ca-


rretera principal, cubierto por una red de caminos menores. No
sólo se trata de la ausencia de una via rápida de comunicación. El
camino principal es metáfora de orden. La posibilidad de otros ca-
minos alternativos. La existencia de una ruta principal organiza
el haz de significaciones sucedáneas. ¿Cómo pensar, si no, una ex-
tensión sin fronteras o sin un río que la atraviese dividiéndola en
dos? ¿Cómo leer el mapa de una ciudad sin orientarse por su ave-
nida más ancha, sus espacios verdes o la estación del ferrocarril?
¿Cómo trasladarse de un sitio a otro sin una referencia que per-
mita al resto reunirse, al menos ficticiamente, según ese punto
primero? Desaferrados de una marca, todo se dispersa sin direc-
ción. Las significaciones desvarían desfajadas. Cada viajero erra
perdido en una calle adyacente a nada. Sin camino principal, di-
ce Lacan, los caminos secundarios son como el continuo murmu-
llo que habla en los alucinados. A ese camino principal lo llama el
significante del nombre del padre.
Piensa que alrededor de ese significante todo se organiza. Como
si una multitud caótica de líneas de fuerzas encontraran una espe-
cie de reposo. Dice: “Las psicosis consisten en un agujero, en una fal-
ta a nivel del significante”. Al enfermo no le falta una cosa que pue-
da obtener si alguien se la da: una caricia, una mirada de amor, un
gesto de compasión. Ni alimento, abrigo, cuidados físicos. Tampoco
un trabajo, una casa, un lugar social. Todas esas condiciones indis-
pensables no son lo que esa falta pide. Se trata de una función de
lenguaje que permite a cada uno ser, a la vez, hijo, madre, padre; y
ninguno sin el lugar posible de los otros dos. Una función de lengua-
je que humaniza lo real. Un límite que detiene el curso eterno de las
cosas. Que hace de cada existencia una trayectoria reconocible has-
ta la muerte1”.

2. 4. sobre qué significa acompañar

Una paciente sale con una acompañante. Caminan hasta el


centro de Lomas. Pasean, miran gente, toman un helado, se detie-
nen frente a una vidriera. La paciente entra al negocio. Quiere

17. Una paradoja: la pérdida de una carretera principal que, para el pensamiento,
suele ser potencia que libera; para la experiencia identitaria es amenaza, vivencia
de terror.

hl ,,‘ —
deliberar lan puiconin 30

vor una blusa. Le muestran una que parece enorme. La paciente


pide otra más chica. La vendedora vuelve a mirar, confirma que
one es su talle. La paciente insiste en que es grande. La vendedo-
ra sugiere que vea cómo le queda. La paciente sale del probador
nsustada. Vio a una extraña. La vendedora le ofrece una silla,
trae un vaso de agua (mientras dobla la blusa), dice: Cuando me
wacaron los dientes sentí que perdí algo importante en mi vida.
Los dientes no vuelven a crecer.
La fábula muestra que cuando un dolor habla necesita acogida.
¿Qué significa acompañar? ¿Llevar a una persona al médico, con-
currir con ella a una cita en el juzgado, viajar cientos de kilómetros
hasta la casa en la que vivió con sus hermanos, estar cerca cuando
o encuentra con su madre, su ex marido, o con la hija a la que no ve
desde hace años?
Denunciar la malignidad del encierro, la ferocidad de una comu-
nidad de obediencia, miedo, humillación, castigo, el pesar de un coti-
diano insensible ante el dolor, no basta para oponerse a la institucio-
nalización psiquiátrica. Las psicosis no encuentran refugio en los
manicomios. Ya se dijo: el furor que delira se considera descompen-
sación. El ideal de la hospitalización es la docilidad.
¿Qué significa dar refugio a otro? ¿Cómo se ofrece acogida a al-
guien que ruega deshabitarse, que salta de sus ojos como si se
arrojara de un décimo piso o que huye de su boca con el cuerpo en
llamas?
La expresión auxiliar como sustantivo designa a un ayudante, a
una persona que desempeña funciones al lado o bajo la dirección de
otra que tiene más autoridad. En esa perspectiva, auxiliar significa
subalterno. Un subordinado o personaje de segunda. Otra cosa es la
palabra auxiliar como infinitivo. Una de las formas verbales del am-
paro. Como son, también, ayudar, socorrer, asistir, proteger, acoger,
asilar, hospedar. Auxiliar es dar una mano a otro que está en peli-
gro o en la necesidad de que le den algo que no puede procurarse por
sí mismo. La idea de auxilio supone sustitución del obrar de otro que
se encuentra impedido. Un acto de reemplazo que tiene efectos de
pasividad.
Un amigo muy enfermo me dice que, por momentos, la medicina lo
releva de su dolor. Como si le dijeran: “¡Usted hizo todo lo que pudo!
m E—

¡Ahora, deje que nosotros hagamos lo que sabemos! ¡Daremos la pelei


que sea necesaria por usted!”.

Tenemos sustituir, reemplazar y, ahora, relevar. ¿Se podría pensai


un relevo que no exima al otro de nada ni suprima una carga, sin
que ofrezca tiempo, descanso, provisoria suspensión del asedio?
Allado de una afirmación previsible (Auxiliar es acudir al llama
do de otro para hacer en su lugar algo que no puede), se podrían au:
torizar otras: Auxiliar es dar tiempo. Auxiliar es sostener la partid:
relación de otro consigo mismo. Auxiliar es habitar lo extraño col
palabras. Auxiliar es alojar sin alojar la angustia siempre desafe-
rrada. Auxiliar es dar nuestra voz aun sin decir nada.
Tal vez acompañar es escoltar una ausencia. ¿Cómo se escolta una
ausencia? ¿Cómo se hace lugar para que del estupor vengan palabras?
Se trata de escoltar algo que no está, que está por venir, que quizá no,
vendrá. Oportunidad de algo que todavía no se sabe. Una escolta que
acompaña sin tener una idea preconcebida de lo que espera. Una es-
colta allegada a lo que tal vez nunca llegue. Escolta no como séquito
que sigue algo que está, sino como espera que, incluso, no espera. Sé-
quito que no adhiere a un poder ya revelado, sino que ofrece acogida a
algo que de repente se muestra. O practica la hospitalidad con lo que
se expresa sin pensamiento, sin existencia aseguradals.
Tal vez acompañar significa hacer amistad con la inminencia. El en-
cierro manicomial clausura o restringe la inminencia. El psiquiátrico
confina, medica, mata el tiempo. Vigila para que no ocurra una desgra-
cia. El ideal institucional es que no pase nada. No quiero tener proble-
mas, dice la voz de los que quieren conservar su trabajo. Cualquier ac-
cidente es pensado como amenaza, descuido, peligrosidad: una puerta
mal cerrada, una ventana abierta en el altillo, un cuchillo olvidado. Las
normativas y prohibiciones se justifican por razones de seguridad.
Una tensión recorre discusiones hospitalarias: puertas cerradas o
abiertas, coerción o libertad, protección o abandono. No se trata de arbi-
trar puntos medios, ni construir tipologías de cuidados para fijar respon-
sabilidades y reducir riesgos. La pregunta es otra: ¿cómo hacer entrar la

18. La idea de escoltar una ausencia evoca la expresión de Lacan (1955-1956) de pen-
sarnos como secretarios del enfermo. Desafío que contradice una clásica recomen-
dación de J. P. Falret y los alardes de Clérambault en el sentido de saber accionar
al enfermo o gatillar la palabra justa para darle caza en una clasificación.

;——————',”
ldnd como cosa clínica? La inminencia como experiencia de no
Como llamado a decidir cada vez frente a lo inesperado.
-
% acompañar es hacer experiencia del no control. La idea de
ol sanciona una falla. El desencanto de una plenitud, el fas-
un ideal de dominio contrariado, el descontento de la omni-
En cambio, un mundo que no se controla, se decide. Cada
08 un sujeto que tiembla firme sin garantías.
rontitución de la inminencia es la del vivir, con sus borrascas.
eriencia de no control ofrece oportunidad para que la clinica,
v, retome el camino de las palabras para rodear una indeci-
mayúscula sin habla?19

uobre el maquillaje justo, cuatro opciones

ha mujer tiene la cara pintarrajeada. Un mamarracho de colores.


enfermera, siempre dispuesta a componer lo que está mal he-
| roncciona: ¿Vos te miraste en el espejo? ¡Vení que te enseño a
quillarte!
ha mujer llega. Una enfermera, que sospecha que exagera y hace
lículo para llamar la atención, le dice: No necesitás pintarte la
para que me ocupe de vos.
La mujer llega. Una enfermera, que supone que se afea y pinta
| para ocultarse detrás de un rostro de loca, le dice: No hace falta
je lo tapes la cara con pinturas para esconderte de la gente.
ln mujer llega. Una enfermera, que no entiende por qué se pinta
, dice: No debería meterme en tu vida. Pero ¿puedo contarte lo que
Lo? No me gusta cómo te pintaste. Parecés un payaso.
La historia sirve para ilustrar sobre cóomo una intervención clini-
— en siempre una opción discutible.

I. 0, de preguntas que tienen y no tienen respuestas

— ,Cómo puede decir que está limpia estando sucia? La discusión lleva
Añon, Es una historia de higiene, voluntades, cosas sin solución. La mujer

10, Restitucion de la inminencia se puede pensar como caída de la eminencia.


36 Marcolo Porcin

huele mal. Despide un olor desagradable. Todos sienten el hedor. Alguien


dice que apesta. Su piel parece untada con una substancia grasa, espesa,
pastosa. Tiene el cuero cabelludo infectado con piojos, larvas, liendres. Su
aspecto confunde: se muestra pulera a la vez que ostenta suciedad. Acica-
lada de sedimentos rancios, dice que se baña todos los días.
También así, las cosas que no se entienden se empecinan en negarse.
La fábula muestra cómo una explicación final es solo fatiga clínica.
El pensamiento clínico no alcanza estados sustantivos. Desfallece co-
mo infinitivo conjugado. Asume formas caídas en la flexión del tiempo,
del modo, del aspecto. Se hace, con enunciados deficitarios, responsable
de un saber que se debate con lo que tiene fin y no termina nunca.
Los argumentos clínicos no participan de la cualidad de lo suficien-
te. Nunca son bastantes. No reúnen la cantidad de referencias necesa-
rias para declarar algo como conocido. Los argumentos clínicos están
de más. Pero no porque sobren, sean inútiles o cometan la torpeza de
querer afirmar cosas que flotan, desvarían, mudan. Están de más por-
que vagan sin acomodarse en un lugar, porque no se asientan en sitios
fijos, porque son ocasionales, porque exhiben una superioridad efime-
ra, porque encajan defectuosamente.
La insuficiencia o deficiencia argumental no son signos de debili-
dad, incapacidad, escasez, oclusión. No se trata de una falla sino de
una condición. El argumento clínico necesita reconocerse como resto.
Como ímpetu de lo que queda sin pensar tras cada pensamiento?0.
¿Cómo puede decir que está limpia estando sucia? Cuando, acicala-
da de sedimentos rancios, afirma que se baña todos los días, nos pone
ante lo contrario de lo que dice. Es como si mintiera y, al mismo tiempo,
confesara su mentira. Estamos ante una verdad desmentida por el olor,
por un revestimiento de maquillajes superpuestos.
Esta fábula podría aplicarse a los equipos hospitalarios que an-
sían completar lo que no entienden.
Las discusiones clínicas dicen más sobre los límites de nuestros ar-
gumentos que sobre los pacientes. Cuando nos preguntamos: y si fue-
ra otra cosa, y si tuviéramos en cuenta tal situación, y si recordáramos

20. Algunas barras sobre los términos in/sufi/ciencia y defilciencia me permiten


volver a decir que el pensamiento clínico tiene una relación con la ciencia antici-
pada por la imposibilidad o por su tendencia hacia lo inalcanzable.
que dijo fulano, y si probáramos mirar de otro modo, y si imaginá-
Tamos que..., y st volviéramos a escuchar tal expresión...; esas interro-
fciones no interesan por lo que tienen o pueden determinar, sino por
10 que les falta o poseen de indeterminado.
¿Cómo puede decir que está limpia estando sucia? Se puede escu-
char lo que dice la mujer según proposiciones contrarias: Dice la ver-
tlad cuando asegura que se asea todos los días y miente cuando afirma
ue se asea todos los días. Se asegura y se afirma en una división. No
o da por enterada. No puede per/catarse, probar de sí, experimentar su
unbor. Habitada por una extrañeza anda excluida en su cuerpo.
Las palabras pueden ser empleadas para ordenar, controlar, ins-
{ruir, indicar... y, también, para avizorar un limite. No es lo mismo
nlojar un límite que poner límites. Que, a veces, por miedo a la auto-
ridad la mujer se bañe o colabore con la limpieza de la casa, no al-
ennza para concluir que necesita límites o que hace falta que le apre-
temos las clavijas. Esta última figura entiende a la enferma como un
instrumento. Supone que basta una vuelta de cuerdas, tensarla, pa-
ra que se ponga a tono. Probar con dulzura, comprensión, paciencia;
pero, si no alcanza, actuar con severidad, sujetarla, obligarla con ra-
zones, impedir que se descuide o falte a lo establecido.

Algunos interpretan la subordinación como éxito clínico. Solemos


preferir el sonido de la voz que unifica antes que la furia que delira.
1l miedo a la autoridad organiza. Durante años de internación, la
mujer sufrió la socialización del miedo (la pusieron en caja con ame-
nazas y castigos). Las personas que pasan por el manicomio apren-
den que pueden ser los locos que se espera que sean, pero que no con-
viene hacerse los locos con la autoridad.
¿Cómo puede decir que está limpia estando sucia? ¿Qué significa
suciedad en esta mujer? ¿Es un fracaso que después de años de dis-
cusiones comprendamos tan poco? En la labor clínica, la fuerza de lo
no sabido es infatigable. No se trata de encontrarle a LaSuciedad un
sentido, sino de la disposición a buscar un sentido de más?1.
¿Recordar que el psicoanálisis abandona la idea de un sujeto de
la conciencia autónomo, libre, articulado? La ilusión moderna de que

21. La idea me recuerda que Oury (1998) propone un lugar para el psicoanálisis en las
instituciones que denomina función (-1). Hendidura para que algo hable fuera de las
reglas cotidianas, precaución contra el encierro en el Otro. Golpe a lo imaginario.
38 Marcelo Porein

cada uno es dueño de sus actos se desvanece con la idea de incong»


ciente. Sin esta sospecha dislocada, es difícil pensar el disloque de la
experiencia. Cuidar no significa curar o hacer feliz a otro. La cura
forma parte del ideal médico. La felicidad, de la moral religiosa. Cui-
dar es respetar lo que no entendemos.

Acicalada de sedimentos rancios, dice que se baña todos los días.


Pero ¿qué valor tiene LaSuciedad en esta mujer? Un reflejo psicoa-
nalítico supone suciedad como defensa. Un modo de protegerse de al-
go que no quiere, no puede, no sabe cómo pensar. ¿Dije defensa? ¿De-
fensa de quién? Si le preguntáramos, ella respondería que no se de-
fiende de nada. Tendríamos que decir que la mujer no se defiende y
que, sin embargo, una defensa actúa en ella.
Probemos la conjetura de que es una defensa. ¿De qué se defen-
dería? ¿De los hombres? ¿Del contacto sensual con su propio cuerpo?
¿De seguir perdiendo cosas? ¿De una historia sucia que no recuerda?
¿De ser una más? ¿Del paso del tiempo? ¿Y si... suciedad fuera un
modo de defender un privilegio?

La obsesión por solucionar problemas gusta de la novela policial.


Veamos: El enigma de la suciedad. La mujer se defiende de algo, ave-
riguamos de qué, se lo comunicamos o la ayudamos a reconstruir la
situación reprimida, ella comprende qué le estaba pasando, enton-
ces, por fin, se baña, todo se ubica en su lugar. Una conquista clínica
que, por fin, doblega a la extrañeza??.
¿Y si no se tratara de una referencia a la cualidad de lo sucio?
¿Una mera expresión de realismo mugroso? ¿Si su/ciedad fuera un
modo fundido de decir so/ciedad, sa/ciedad o cualquier otra cosa in-
satisfecha de palabras?
Acicalada de sedimentos rancios, dice que se baña todos los días. La
mujer no sólo no piensa que se defiende sino que ni siquiera admite
que está sucia. Y, si por momentos, reconoce la existencia de algo o de

22. En el Seminario Las Psicosis (2 de mayo de 1956), a propósito de la correspon-


dencia con Fliess, dice Lacan: “Freud habla en esa carta de las diferentes formas
de defensa. Es una palabra demasiado gastada en nuestro uso común como para
no preguntar, en efecto: ¿quién se defiende?, ¿qué se defiende?, ¿contra qué se defien-
de uno? La defensa en psicoanálisis se dirige contra un espejismo, una nada, un
vacío, y no contra todo lo que existe y pesa en la vida”. Idea que entiendo así: nos
defendemos de nada. Esa extrañeza no puede ser doblegada porque el vacío no es
intriga de lo real sino su forma de existencia.
elo no lo atribuye a otra. Una vez presenta ante una de sus
S UNA bombacha manchada con sangre que expone como
o que la sucia es la otra.
0 puede decir que está limpia estando sucia? Objeta el obje-
la pregunta. ¿La arrogancia de la objeción refuta la percepción
o que tiene un cuerpo? Suciedad desacogida. Clamor de un
0 deshabitado. Suciedad fuera de sí, frenesí, pasión desasida de
| Suciedad dolor que no puede decirse. ¿La sucia es la otra?
welon? ¿Olvido de sí? Desconoce su intervención en un asunto
Alontigua, ¿Quién es la otra? ¿Y si suciedad fuera suplencia de
Tivalidad acallada? ¿Esbozo de un combate que evita? ¿Violen-
Isuprondida de una oposición borrada?
Npongamos otro escenario. Intentamos que la mujer aprenda
Welns elementales de higiene. Le enseñamos bondades y venta-
le la limpieza. Procuramos (como hacen en las escuelas) motivar-
Incontivarla, estimularla. Establecemos un contrato de conviven-
won derechos y obligaciones. Escribimos esas condiciones, firma-
dubajo de los puntos acordados. Sellamos ese compromiso com-
ldo, ¿Qué sucede? Ocurre lo que pasó durante la internación: la
01, por momentos, simula o complace por miedo a un castigo (que
(o ser indiferencia, cansancio, o rabia de quienes la atienden) pe-
(Suciedad es una criatura que retorna ni bien puede?s.
¿Cómo puede decir que está limpia estando sucia? Una enferme-
ho ncerca a la mujer. Ofrece ayudarla. Supone que no se baña bien
fjue no se le ocurre cómo hacerlo mejor. La paciente acepta. Concer-
TN una cita. La paciente espera a la enfermera en su casa. La enfer-
1 la asiste en el baño. La mujer dice que cuando se lava la cabe-
6l pelo se le pone como paja. Deducen que tiene el cabello muy se-
10 Prueban con un shampoo natural con algas marinas y brillos de
Buila. Intentan con desenredantes o cremas de enjuague que facilitan
El poinado. La enfermera recomienda que se cepille bajo la ducha. La
Paelonte recuerda que antes ella era linda.
Algunos se preguntan si la mujer se comporta como una hija con
Bl madre. La enfermera responde que se tratan como hermanas. Un
ilín Ia paciente aconseja a la enfermera que se busque un novio para

11 an fórmulas pedagógicas no sospechan el trabajo de las formas que conjuran un


flolor. Actúan como quien amonesta a un moribundo por tener las uñas largas.
que no le pase lo que a ella que se quedó sola. Alguien dice que no es
bueno que la paciente se quede esperando que la acompañen. La en-
fermera cuenta que el otro día no pudo ir y que la mujer la llamó pa-
ra saber qué le había pasado. Otra persona se preocupa por el contac-
to íntimo entre el cuerpo de una mujer y las manos y los ojos de otra,
incluso se pregunta qué siente la paciente al mostrar su cuerpo des-
nudo. La enfermera comenta que la paciente es linda mujer, pero que
está gorda. Alguien recuerda que cuando estuvo internada la baña-
ban (en el psiquiátrico, desnudas pasaban debajo de la ducha mien-
tras les echaban algo que hacía un poco de espuma).
La enfermera cuenta que la invitaron a comer en la casa. Que la
paciente se ubicó cerca de ella y de otra compañera. Antes se senta-
ba más alejada. La enfermera comenta que a pesar de los baños, el
olor de la mujer sigue siendo fuerte.
Acicalada de sedimentos rancios, dice que se baña todos los días.
Se compone un contrato de convivencia suscrito por las personas que
viven en su casa. Se atienden dos cuestiones: una, la limpieza (de la
vivienda y de las personas) como cláusula del compromiso; dos, la po-
sibilidad de que una integrante, a pesar de su voluntad, no pueda
cumplir con esa condición. Se incluye la clínica como letra explícita
del contrato. Una posición clínica que dice que si una persona, por al-
guna razón que escape a su dominio, no puede cumplir las pautas del
presente acuerdo, todos los firmantes se comprometen a su cuidado.
Se aclara que cuidar significa ayudar a pensar qué otras cosas pue-
den estar pasando. Que cuidar es atender una conflictividad. Un mo-
do de conjugar la convivencia institucional con el tratamiento clíni-
co de sus problemas.
Uno podría servirse de esta historia para recordar que un equi-
po clínico no está para monitorear casas y vidas ordenadas, sino
para inventar espacios que sean hospitalarios con lo que no se pue-
de comprender.
LaSuciedad es asunto que afecta a otras personas. Ataca la con-
vivencia. ¿Qué ocurriría si se discute cuáles son las consecuencias
del problema o cómo incide en sus compañeras lo que pasa? ¿Ello su-
pondría culpabilizarla o presionarla a través del grupo? ¿La presión
de grupo es una forma de terror institucional?
Integrantes del equipo preguntan por la historia de la mujer
¿Quién es? ¿Cómo llegó al hospital? ¿Quién la atendió en la sala?
meucho decir en los talleres? ¿Te cuento la vez que la vi
A7 Todos aportan piezas para armar el rompecabezas. Es
dible que se haga. Pero, digámoslo enseguida: los fragmen-
completan nunca. Suciedad no es un acertijo difícil ni la
Buelta de una figura recortada caprichosamente.
enzamos a pensar, a llamar momentos de su vida, a construir
historia, a indagar cosas que le ocurrieron, cosas que no, cosas
Buponemos, cosas que imaginamos. El trabajo clínico consiste en
lajido que nos sostiene en la nada. Movimientos disponibles pa-
Abitar un desierto.
a progunta insiste: ¿Por qué le pasa lo que le pasa? Tal vez hu-
1uno o muchos motivos, pero la paciente no los conoce. No es que
quiera recordar, no es que se defienda de lo que quiere olvidar.
e rechazó algo que le pasó. No lo registró. No lo escuchó. No lo
(10, O se hizo ausente en algo que vivió.
/Cómo explicar que puedo no estar en lo que me pasa? ¿O que estuve,
10 rechazando el hecho de que estaba? ¿Son formas de olvido? Me doy
onta de que no tengo los documentos, los busco en todas partes, cajo-
o, bolsillos, rincones, debajo de la cama, de la mesa, reconstruyo sitios
or los que anduve en las últimas horas, en mi casa colaboran, revisan
lyN mismos lugares que acabo de revisar. Finalmente, concluyo en que no
-lon tengo: me los robaron o los perdí. Hago la denuncia, pago el arancel
(o cobra la policía, inicio los trámites para sacar otro DNI (vuelvo a pa-
i), hago la cola para la cédula (pago otra vez). Un día, mientras pienso
on cualquier cosa, de repente, veo mi billetera en un lugar que rara vez
ulilizo. ¿Que pasó? ¿La puse alli y después me olvidé? ¿Fue un acuerdo
para perjudicarme? ¿Me la escondieron? ¿La billetera tiene vida?
Puedo no estar en algo que viví. Me pasan cosas que olvido por re-
presión; me pasan cosas que no registro por hábito, automatismo,
(listracción; me pasan cosas de las que no tengo memoria por un mo-
o especial de negación.
Supongamos que esta mujer siguió su vida con un agujero, con
tina ausencia, con una desconexión, con una extrafieza que carga en
olla misma sin registro de lo que le pasa.
Lacan elige una palabra para la forma que supone propia de las
psicosis. Traduce el término empleado por Freud (Verwerfung) por
un vocablo transportado a nuestra lengua como forclusión. Algunos
prefieren los términos repudio o rechazo, otros revocación. En |
guaje procesal se utiliza la idea de revocar para indicar la anulacii
de una sentencia judicial. La imagen sirve para imaginar que al
no puede ser evocado (recordado) porque fue revocado, es decir ani
lado, dejado sin efecto, como si no hubiera ocurrido nunca. Lacai
piensa que, en las psicosis, una cosa que ha sido suprimida en la mo-
moria, impedida de una forma posible de simbolización, reaparece
como algo extraño (alucinaciones y formas delirantes) en la vida del
paciente (“lo revocado en lo Simbólico vuelve en lo Real”y*.
¿Cómo puede decir que está limpia estando sucia? ¿Cómo entender
que la paciente no sepa nada de esa suciedad? ¿Por qué permanece aje-
na, indiferente, desimplicada, ante eso que, sin embargo, no dejamos de
oler? El hedor no deja de notarse, pero esa suciedad no se anota como
señal para ella. Estamos ante un hilo que no tiene puntada. Una del-
gada fibra suelta que emerge sin haber pasado por tela alguna.
Pero, ¿por qué suciedad? Tal vez podamos tejer entre sus recuerdos.
¿Desde cuándo ella tiene memoria que la persiguen con estas acusa-
ciones? ¿Alrededor de qué momento tropezó con este problema? ¿O La-
Suciedad venía por otro lado y, en medio del tráfico que es una vida,
cayó como fuerza disponible en un agujero que existía en ella?
¿Cómo comenzó lo que le pasa? ¿Una cosa así, se construye en la
infancia? Digamos que a partir de un momento eso se instaló en su
vida y que ella se las arregló para seguir viviendo como si no pasara
nada o como si no le pasara eso que no podemos evitar oler. La pa-
ciente se encuentra inerme frente a LaSuciedad. No puede disimu-
lar lo que irrumpe despedido de su cuerpo. ¿Despedido de su cuerpo?
¿Una despedida que no sabe?
¿Y si LaSuciedad fuera una protección que lleva adherida? ¿Su-
ciedad como piel alucinada? ¿Suciedad como envoltura que delira su
imagen unificada? ¿Y si más allá de LaSuciedad no hubiera nada?25

24. Daniéle Roulot (1993) a propósito del término forclusión empleado por Lacan, in-
siste en que no se trata de una negación. Recuerda que se lee en Frege que “una
negación ...no hace de un pensamiento un no pensamiento”. Escribe: “Ahora bien,
en este caso se trata sin embargo de eso: de un ‘no’ capaz de imponer un ‘no pensa-
miento' en lugar de un pensamiento, es decir, de hacer agujero en el tejido de los
pensamientos”.
25. Si para la psiquiatría clásica, la interpretación delirante es un “juicio falso sobre
una percepción exacta” (Enry Ey), me permito decir que LaSuciedad es existencia
impercibida. Tal vez, en clave de Lacan, el sínthome que hace nudo.
ol que está limpia estando sucia? ¿Un modo de
0 sÍn juventud? ¿Una forma de conjurar la soledad?
Imentos rancios, dice que se baña todos los días. Esa
empasta su vida. Una existencia desanudada que alo-
wonn abando/nada.
tjue Llono la piel grasienta como si la hubieran rociado con
o ballena, Pregunto por el esperma de ballena. Responde
6| pecado, pero no el pecador. Quiero saber si dijo pecado
, psendor o pescador. Dice que a río revuelto ganancia de
Ho queda pensando. Al rato, agrega que algunos animales
fon con su piel sucia.

bre lo que dice LALey (conferencia de ElJuez


terferida por LAInterna)

» la wnla hay una doscientas personas (entre mujeres interna-


unformeras, psicólogas, tres médicas de sala, dos trabajadoras
lon, nlgunas acompañantes comunitarias, el director del hospi-
y otros no identificados).
Domienza ElJuez: el artículo 482 de LALey dice que el demente no
privado de su libertad personal sino en los casos en que sea de
r que, usando de ella, se dañe a sí mismo o dañe a otros. No po-
tampoco ser trasladado a una casa de dementes sin autorización
dioial®.
llJuez interpreta que la privación de la libertad ambulatoria
puede ser inconsulta y contra la voluntad de los interesados.
¡Cómo garantizar que no sea una decisión arbitraria? ELJuez
pntionde que LALey obliga y que LALey ampara.
LALey dice que las autoridades judiciales podrán disponer la
Internación, dando inmediata cuenta al juez, de las personas que
por padecer enfermedades mentales, o ser alcoholistas crónicos o
foxicómanos, pudieran dañar su salud o la de terceros o afecta-
ren la tranquilidad pública. Dicha internación sólo podrá orde-
narse, previo dictamen del médico oficial.

0, Código Civil de la República Argentina. Libro Primero: De las Personas. Sección


Segunda: De los derechos personales en las relaciones de familia. Titulo XII De la
curatela. Capitulo I: Curatela de los incapaces mayores de edad.
ELJuez interpreta que LALey protege la vida en sociedad,
terna pregunta: ¿En qué estábamos, nosotras, molestando a la soi
dad... dígame, sin enojarse, qué le hicimos, las pacientes, a la soí
dad? Yo no dije eso. Usted dijo que las que somos pacientes molemi
bamos a la sociedad. No dije eso. Entonces, ¿vamos a ser pacien
toda la vida... porque debemos tomar la medicación? Usted no enti
dió lo que yo quise decir. Un tratamiento, sigue ELJuez, necesita dí
consentimiento del paciente. No me pueden operar de un apéndice
yo no estoy de acuerdo. ¿Pero qué pasa con la enfermedad menti
El enfermo mental no puede responder por sí mismo. Es obligado
cuidarse, forzado a cuidarse. Debe acatar el tratamiento para su b
neficio. Puede ser un alivio que otros decidan por ustedes y se ocu
pen de cuidarlas.
LALey dice que a pedido de las personas enumeradas en el ar-
tículo 144, el juez podrá, previa información sumaria, disponer
internación de quienes se encuentren afectados de enfermedades
mentales aunque no justifiquen la declaración de demencia, alco-
holistas crónicos o toxicómanos, que requieran asistencia en estd=
blecimientos adecuados debiendo designar un defensor especial
para asegurar que la internación no se prolongue más de lo in-
dispensable y aún evitarla, si pueden prestarle debida asistencia
las personas obligadas a la prestación de alimentos.
LAInterna quiere saber hasta cuando tiene que estar encerrada.
ELJuez responde que eso no lo dice LALey, explica: LALey les quita
la libertad ambulatoria, las pone en un pabellón, pero, les da muchas
cosas; les da abrigo, comida, una cama limpia, ropa, medicamentos.
LAInterna quiere saber quién ordenó que la trajeran al Hospital.
ELJuez explica que los que pueden pedir la declaración de demen-
cia son: Iro. El esposo o esposa no separados personalmente o divorcia-
dos vincularmente; 2do. Los parientes del demente; 3ro. El ministerio
de menores; 4to. El respectivo cónsul, si el demente fuese extranjero; 5to.
Cualquier persona del pueblo, cuando el demente sea furioso, o incomo-
de a sus vecinos”?. Aclara que los que piden la internación no la deci-
den. La decisión la toma un juez que consulta con los médicos. Uste-
des están aquí porque nosotros las internamos. LAInterna concluye:

27. Código Civil de la República Argentina. Libro Primero: De las Personas: Sec-
ción Primera: De las personas en general. Titulo X: De los dementes e inhabili-
tados. Artículo 144.

w—_—/
non metió adentro. El poder judicial, aclara ELJuez.
A los más pudientes nos encerraron. ELJuez expli-
Tan pudiente, LAInterna agrega que él, por lo menos,
1, pero que ella sólo vende, cada tanto, una poesía a un
Mue trabajan en el Hospital.
quiere saber, ahora, por qué la trajeron en un patrulle-
Belara que LALey no se refiere al traslado. Dice que, en lo
Te Mnelina por otro medio de transporte, que él prefiere una
A LAInterna le hubiera gustado que la trajeran en taxi o
. Bugiore tener la precaución de que no sea en horas en las
Mueha gente, para poder traer las bolsas con sus cosas.
1 del público dice que el paciente psiquidtrico es emergen-
N familia enferma. ELJuez responde que debemos hacer
un papel a la familia. Aunque admite que las familias son
Nino, que tienen sus historias. Reconoce que los juzgados no
Tecursos para visitar a las familias.
lerminar la conferencia, LAInterna toma el brazo de ELJuez.
s dntuve callada, escribí un verso, si le gusta me paga un pe-
e "n esta alta suciedad, como dice Santa Rita, eso que la ley te
—l juez te lo quita”. El hombre saca una moneda de su bolsillo.

Añon dospués, LAInterna contenta porque le salió el subsidio por


vupacidad mental, dice sin disimular su alegría: “¡Por fin me sa-
ol wuicidio!”.
De cómo el diálogo entre Psicosis y Estado es tan imposible como
penario.

Lan psicosis, extraviadas, sin ese limite que nos designa como
Siljetividad partida (lastimada, dividida, condenada a morir) per-
Fibon la ley de ElEstado como omnipotencia arbitraria, capricho-
55, discrecional, discriminatoria, diferente para todos. Y, muchas
Vncon, las miradas desquiciadas, aciertan. Tal vez ese diálogo,
ulompre fracasado, importa como construcción de una instancia de
Apolación. Como espacio que invoca un límite. La ley no como sitio
fompleto, sino como hendidura que descompleta?s.

UN, Ln cuestión recuerda algo que muchos autores señalaron a propósito de la reha-
bilitación en las psicosis: no sólo se trata de recuperar habilidades perdidas por la
onfermedad, sino de la habilitación jurídica como ciudadanos.
48 - - . Marcelo Por

2. 8. de la clientela del manicomio?s


Mi primer síntoma fue desequilibrio emocional con excitación psi-
comotriz; me crió mi abuela, que me sigue dando todos los gustos; mi
madre contaba que fue muy doloroso traerme al mundo, lo que ella
no sabía es que a todas las mujeres les pasa lo mismo, falleció de cán-
cer en los ojos, la enterraron el día de mi cumpleaños número ocho;
mi mamá se pegó un tiro, se la llevó una ambulancia después de las
pericias; a mi padre le gustaban las mujeres y el alcohol; cuando es-
taba en quinto grado se presentó en mi casa una señora, tenía un li-
bro que decía que el mundo se iba a terminar pronto y que Dios iba
a llamar a las personas buenas y a castigar a las malas; me tiré de
un balcón, caí sobre una piedra, me quedaron algunas neuronas
afectadas; mi hermanita de cuatro años metió la cabeza en un pozo,
yo la agarré de los pies, le salvé la vida; me quedé embarazada por
una pastilla que me dio el médico sin que yo lo sepa; quemaba basu-
ra todos los días para que mis hijos no se enfermaran: encendía ma-
deras, mangueras, cubiertas, una vez hasta un perro muerto; me en-
contraron en la calle con un salto de cama, descalza, sin pertenen-
cias; luché y luché para que no me inyectaran, creí que me querían
matar; ésta es mi cuarta internación; cuando salí de alta la primera
vez, había perdido mi matrimonio, mi casa, mi trabajo, mis hijos; el
día que me llevaron tenía tres años: mamá no te vayas, te quiero mu-
cho, necesito estar con vos; estuve en una clínica para personas adi-
neradas, allí conocí a una condesa; un doctor me daba un montón de
pastillas, era su rata de laboratorio, le tiré la medicación por la ca-
beza: ¡tomala vos, le dije, después recetala!; dejé a las nenas para ir
a hablar con el presidente, primero fui hasta la Casa Rosada; pero,
de ahí, me mandaron a la Quinta de Olivos, les dije que el brillo de
las luces de la ciudad lo hacía yo con mis ojos, cuando volví a mi ca-
sa, mis hijas no estaban, el padre se las había llevado, al hacer la de-
nuncia por secuestro, me dijeron que había una causa en otro juzga-
do para solicitar mi internación en un neuropsiquiátrico; nos agarró
la policía en una casa tomada, los dos estábamos con merca; robaba
nafta y tomaba cocaína que salía a comprar a cualquier hora; mu-
chas veces lo pesqué tomando, pero él decía que era sólo para probar;
un chavón le pidió un porro, le dijo: no, comprate si querés, y el tipo

29. Compongo este texto con fragmentos tomados de testimonios recogidos por Dorys
Lafont, una mujer internada que participó de un Taller de Escritura en el Hospi-
tal Esteves, coordinado por el poeta Néstor Costa.

E 1
un tiro en el corazón; fumaba tres atados de veinte cigarri-
r día; me llevaron a una comisaría, me encerraron en un cala-
, 6l oficial nre violó varias veces, quedé embarazada, aborté; tu-
Una discusión con mi cuñado, me rompió una botella en la cabe-
Aparecieron tres patrulleros y una ambulancia, me llevaron espo-
i) nací en una provincia del norte, de chica sabia trabajar en el
nenl, cuando quise volver a mi casa, en Retiro, me agarró una con-
Inlón, unos tipos me dejaron tirada en la plaza, perdí todo: la car-
ra, documentos, fotos, mi ropa; cuando mi hija tenía once años que-
la casa porque estaba embrujada, rocié los muebles con kerosén,
I hija juntaba agua con las manos: mamita ayudame, tenemos que
upagar el fuego; los brujos controlan mi vida, tienen en su haber tres
Fiegos y cinco locos; los evangelistas ayudan con la Biblia; cuando me
limpian, soy la perra que grita en el suelo; entre tres no podían con-
lenerme, revoleé un zapato contra el espejo que tenía el dibujo de
tinn japonesa, era mi nuera que sacaba una lengua roja y tenía cuer-
nos como el diablo; la ropa que llevo puesta me pesa; mi hermano
muerto me pide que me desnude, nos unimos los cuerpos; cuando cie-
rro los ojos, vienen a mí personas ya fallecidas, pero cuando los abro
no quiero estar tan sola; la vez que las enfermeras me bañaron se
nsombraron de los moretones que tenía por todo el cuerpo: creen que
me golpeo yo misma; me casé muy enamorada, un tío que tenía una
confitería nos obsequió la fiesta, la cuñada de mi mamá me regaló el
vestido de novia, me casé de blanco, por iglesia; quedé embarazada y
Dios me dio una hija hermosa; alguien metió la cola en la amistad
que había entre mi marido y el capataz: primero se iban juntos de
vacaciones, después, con la excusa de ayudarlo a construir una casa
para su hija, se iba con él desde el viernes hasta el lunes; me casé pa-
ra irme de mi casa, yo no sabía que él de soltero tuvo una enferme-
dad y que, según el médico, no podía tener hijos, cuando quedé em-
barazada dijo que no era suyo; era enferma de epilepsia y tenía ata-
ques de nervios, él dijo que no le importaba, que me quería lo mismo;
me quité la vida dos veces, la primera me corté las venas de la ma-
no izquierda con un cuchillo, pedí ayuda por temor de quedar con vi-
da pero inválida, la segunda, me quise tirar debajo del tren, una se-
ñora me agarró de atrás, me arrastró hasta la boletería de la esta-
ción, me llevaron en un patrullero; sacaba los clavos de las paredes
para cortarme los brazos, me odiaba por todo, lastimarme me hacía
sentir mejor.
Así ocurre la vida para muchas mujeres.
48 Marcolo Percia

¿A quiénes pertenecen estas historias? ¿Personas faltas de normas,


sin sentimientos de identidad, sin representación de sus derechos y de-
beres, imposibilitadas de responder por sus actos? ¿Desmoronadas sin
el medio ambiente madre facilitadora suficientemente buena que espe-
ra Winnicott? ¿Perdidas sin una marca que las habilite? ¿Exiliadas sin
un rasgo que les permita existir como diferencia en un tiempo que, si
no, es eterno? ¿Náufragas sin una palabra nombre padre división dis-
continuidad como supone Lacan? ¿Mujeres que no tienen a dónde ir?
¿Mártires de sus familias como piensa Pichon? ¿Maltratadas por poli-
cías, médicos que firman la internación, jueces que las ordenan? ¿Mor-
tificadas por la institución como dice Ulloa? ¿Aguijoneadas por una
culpa horrenda?30

2. 9. de una vida estancada hasta el pasaje final

La suben a un banquito para que parezca más alta en la foto fami-


liar. A comienzos de 1924, tiene diecisiete años. Unos meses antes, lle-
ga con sus padres y hermanos desde un país de Europa. El grupo vive
junto a otras familias en una casa del barrio de la Boca. Su padre, aho-
ra degollador en un frigorífico, cruza todas las mañanas en un peque-
ño bote hasta la Isla Maciel. El castellano no es el idish. La joven tie-
ne que salir a trabajar. Aprende a viajar sola. Se emplea en el taller de
una costurera. Vuelve aterrorizada. Los meses de junio y julio son te-
rribles: llora desconsolada. No come ni duerme por muchos días. Gri-
ta con desesperación. No pueden calmarla. Los vecinos murmuran,
protestan, presionan, amenazan. El desquicio de la hija es el derrum-
be de la familia. La sangre de todos sospechada de engendrar enfer-
mos. La internan en el Hospital Nacional de Alienadas el 29 de agos-
to de 1924. Veo la foto, en blanco y negro, de una muchacha delgada,
de piel blanca, el cabello oscuro recogido. Boca, nariz, orejas pequeñas.
Los ojos casi cerrados mirando al piso. El entrevistador la describe co-
mo una chica retraída, buena, trabajadora, sociable. Anota que se tra-
ta de su primer ataque: los síntomas comenzaron hace dos meses con
manifestaciones de llanto y risas inmotivadas, estados de agitación con
gritos de espanto, insomnio prolongado, pérdida de apetito y adelgaza-
miento. Interrogada sobre si cometió un acto inmoral, la joven no dice

30. Suele mencionarse la función del superyó en las psicosis: el autorreproche,la cul-
pa desmedida, el castigo a uno mismo. Recuerdo la conjetura de Lacan que pien-
sa la acción del superyó como goce del Otro. Entre nosotros, encuentro en textos
de Marta Gerez Ambertin y Elida Fernández, modos de pensar la cuestión.

L————-——_*
o indican baños tibios y purgantes. Durante los primeros años,
mMomentos vuelve a su casa, pero se reiteran los viejos síntomas
anados, ahora, con ataques de furia y ademanes obscenos. La
Sladan al Asilo de Lomas de Zamora en donde permanece interna-
hasta su muerte, cuarenta y tres años después.

10l Hospital Nacional de Alienadas es el actual Moyano y el Asilo


Lomas es el Esteves. El segundo se crea en 1908 para resolver el
pinamiento del primero. José Esteves, que dirige el Asilo hasta
1024, imagina un depósito permanente para dementes sin expectati-
VN de curación. Explica que el espacio ideado: “...no es un estableci-
miento auxiliar del hospital urbano, no es una Colonia en el sentido
(ue debe tomarse cuando sirve para completar un tratamiento, es sim-
plemente un Asilo, un refugio para muchas dementes que había en el
hospital desde años atrás, con la disgregación mental más completa,
y que han venido sin más esperanza que mejorar la situación higiéni-
e de todas”. Esteves considera al Asilo, creado en su inspiración hi-
pienista, como pequeño diverticulo. Apéndice hueco con forma de sa-
0 en el que aguarda lo inútil. Bolsa en el trayecto intestinal. Malfor-
mación estacionada. Sitio de estancadas antes del pasaje final*1.

2. 10. de la voz del testigo

Un poema de Marisa Wagner32


H.C. N9 13.176

Ya no consumo Halopidol,
sólo Tegretol, Anafranil y Litio.
Estoy “compensada”
Traduzcamos:
Me mantengo de este lado,
es decir, sin delirios...
y deambulo...
(porque, nosotros, los pacientes, deambulamos)

31. Grimson, 1972; Bermann, 1981; Calvo, 1999; Dávila, 1999.


32. Conocí el libro de Marisa Wagner por Fabio Lacolla. La coordinadora de rehabi-
litación de la Colonia Montes de Oca, donde Marisa estaba internada, la conven-
ció de que envíe un poema a un concurso para escritores inéditos. El texto ganó el
primer premio. El certamen incluía publicación. Marisa reunió un conjunto de
poemas que tituló Los montes de la loca. El libro incluye notas de presentación de
Alberto Sava y Alfredo Moffatt.

—_—4
es una nueva costumbre que he adquirido.
Deambulo —como digo-
“libremente” por el enorme parque del hospicio...
Estoy lúcida, ubicada en tiempo y espacio,
por lo tanto:
Sé en que día vivo.
¿Vivo? Me pregunto,
y me entra la tristeza y me deprimo.
La historia clínica se pone gorda de tristezas.
Yo soy mi historia clínica.
¿Dejé de ser mi historia, acaso?
Es muy malo preguntarse tantas cosas
que complican, además, el tratamiento.
Tengo sueños, pesadillas...
que a nadie se las cuento, por las dudas,
no sea cosa, vayan a la historia clínica.
Pero si tengo insomnio, por ejemplo,
eso es inocultable,
y va derecho a la historia clinica.
Mi psiquiatra, entonces, regula pastillas.
Duermo.
Se anota en la historia clínica.
Doctor, estoy amando...
¿Eso también irá a la historia clínica?

Así, alguien que se sabe una historia clínica, insiste en hablar


en primera persona (consumo, estoy, me mantengo, deambulo, he
adquirido, estoy, sé, ¿vivo?, me pregunto, me entra, me deprimo,
soy, tengo, duermo, estoy). El gerundio del amor es el cabo suelto
de su relato.

2. 11. del deseo de una revuelta


Un grupo de pacientes, enfermeras, psicólogas, médicas, del Este-
ves, escriben en el otoño de 1999 un manifiesto que se difunde en el
Hospital acompañado con estas indicaciones: “Sugerimos que hagas
algo con este mensaje. Que lo discutas con una compañera de traba-
Jo, que se lo leas a una mujer internada, que lo compartas con tu fa-
milia o lo comentes tomando mate con amigos. Podrías, incluso, sacar

—'___'
1a y pegarla en alguna parte, ponerla debajo de un limpia pa-
», regalarla o meterla en una botella. Queremos poner en mar-
wna inquietud, un alboroto, una revuelta. Tal vez el mensaje vuel-
N nugerencias, comentarios, o llegue como murmullo desparra-
0", Firmado: Discrepantes, por siempre.

Irueciones para ser una crónica

1, Valore las bondades del desarraigo: los horarios, los vestidos,


comidas, la higiene, son actos que deciden otros. No resista na-
e lo que se le impone. No olvide: la coerción, también, la am-
ra,

2. Disponga de sus próximos veinte o treinta años. Prepárese


wra olvidar (y que se olviden) de que usted tiene (o tuvo) una ca-
i, de que tiene (o tuvo) una familia, de que tiene (o tuvo) amigos,
le que tiene (o tuvo) un nombre, de que tiene (o tuvo) un recuerdo,
0 que tiene (o tuvo) una caricia, de que tiene (o tuvo) un cuerpo
valiente.
3, Cambie las pequeñas cosas que alguna vez conoció por una
mula en la que todo es grande: una mesa larga en un comedor in-
menso, un dormitorio gigante con decenas de camas; y muchas,
muchas mujeres indistintas, entre las que usted se diluye.
4. ¡Pórtese bien! ¡Sea buenita! Simpática, agradecida y servi-
vlal con la autoridad. Resígnese: a veces, no tiene ningún derecho.

5, Sienta miedo de salir a la calle. Digase todas las mañanas:


"en ningún lugar voy a estar tan segura como acá”.

6. Cada tanto, deje caer baba de su boca para que un médico


(de su misma condición, o sea crónico) cambie sus pastillas; en ese
caso, quizá, una enfermera (también de esa condición) exclamará:
1Ay Doctor, desde que le bajó la medicación, no sabe... qué mal se
porta mi chiche!”.
7. Siéntase paciente para siempre. La libertad es peligrosa y está
/lena de inconvenientes. Confórmese con lo que tiene: Usted es libre de
caminar y caminar y caminar por los jardines.
Asi la enunciación colectiva puede hacer de la ironía una astucia
erítica.
De lo que se deduce que la producción testimonial en situacion
institucionales puede ser una in(ter)vención clínica.
El grupo interesa como espacio testimonial. Como conjunto d
actores institucionales que se reúnen para dar su palabra sobr
existencias que viven calladas. Un colectivo convocado para pen
sar su práctica, durante un tiempo limitado, posibilita un estado
de deliberación que critica, denuncia, afirma alternativas. No se
trata de confidencias o murmuraciones atrincheradas en los már=
genes. La expresión grupos testimoniales indica una intenció
que las declaraciones provocadas alcancen la forma de palabras
para otros.

2. 12. sobre querer hacer el biens3

Una enfermera visita a una paciente. La casa está sucia. Siente


asco: basura, moscas, cucarachas. Cuando la mujer estaba internada
hacía sus necesidades junto a los árboles, en el parque del hospital.
Antes vivía en la calle. Le pregunta: ¿Cómo hacías para vivir? ¿Dón-
de dormías? ¿Qué comías? ¿Con quiénes estabas? ¿Cuáles eran tus
cosas queridas?
Algunas trabajadoras que visitan casas de pacientes externadas
comentan: Es un manicomio chiquito. Cuando entrás te manguean.
¡Vos no sabés el olor que hay! ¿Cómo va a ser bueno vivir como lin-
yeras? ¡Yo las quiero limpitas, que sean personas!
Una mujer internada aprendió a darse órdenes a sí misma: levan-
tarse, arreglarse, vestirse, enderezar su columna, sonreír, sacarse el
pelo de los ojos, no lamentarse. Cuando la entrevistaron de una re-
vista para saber cómo se sentía, se ordenó decir que estaba en el me-
jor lugar del mundo.
Yo no me guardo nada. Así me va. Si tengo que insultar al direc-
tor, lo insulto. Pero las demás no se atreven a abrir la boca. Tantos
años de encierro las tiene atemorizadas. Andan calladas, como pe-
rras que esperan un hueso. Intimidadas. No tienen el valor de ha-
blar. Ni se acuerdan qué les molestaba.

33. Escribe Hugo Vezzetti (1983): “Lo más importante que produce el alienismo no es
la incorporación de un abordaje científico a la locura sino la producción del perso-
naje alienista, cuyo poder más que de la ciencia proviene de su posición social y mo-
ral: es a la vez juez y policía, padre y director de conciencia”.
ra dico que quiere a las chicas como si fueran sus hijas.
lo ux[alicn: Para que me dejen salir tengo que estar limpita.
%, para recomendar la externación de una mujer, al-
01 En una paciente buenita, no es agresiva, ayuda en su
prolija... siempre arregla su ropita.
an pacientes adulan a integrantes del equipo. Un coro de
liuonjas. ¿Exageraciones serviles con la autoridad? Todo lo
4o ne lo debo al Doctor; vos sos Mi Mami querida; Usted es
(i, buena, inteligente que si no fuera mujer sería mi novio.
Alagan porque nos quieren! ¡Nos lamen porque nos temen! A
E nos gusta lucir coronas... y que otros les saquen brillo.
A mujer joven estaba internada. La Jefa de las enfermeras que
Monn quiso ayudarla. Intentó salvarla. Le ofreció confianza, apo-
Tariño, respaldo. La orientaba en todo. La joven era su orgullo, su
0, una prueba de su valor. La muchacha, cada tanto, hacía escán-
N por cosas sin importancia. A veces, se sentía una reina. Un día me
Yon: Ahora, vas a conocer el chiche de la Jefa.
Kntas fabulas hablan de cómo la prolijidad, la limpieza, la so-
ubilidad armonizada, las emociones atemperadas, las locuras
lucadas, pueden ser ilusiones neuróticas de los que se creen
menos, O de cómo no se puede concluir que una persona que se
rdena decir que está en el mejor lugar del mundo, se sienta bien.
1) ee cómo la palabra mujer suele no emplearse en el manicomio.
() de cómo se infantiliza a las enfermas. O de cómo la construc-
pión de una realidad diminutiva compone el poder manicomial.
0 de cómo ni el más curtido se resiste cuando le enjabonan el al-
ma, O de cómo alguien carga con la seguridad y el peso de ser chi-
vhe de otro. De cómo la servidumbre suele disimularse bajo el mo-
o de la caridad*s.

1, E'n el hospicio se mezclan psicosis, caridades, clientelismos. La forma clientelar es un


derivado del patronazgo (Wolf, 1966). Una protección ejercida por alguien con poder o
nutoridad sobre otro reducido a la calidad de cosa inferior, huérfano, abandonado, cria-
do. Un pacto en condiciones desiguales, que compromete al cliente a dar su voto 0 apo-
yo político a cambio de beneficios personales acordados como un arreglo privado. En el
manicomio se repite el mismo patrón: privilegios por lealtades (Si te portás bien, te doy
pastillas, permisos, cigarrillos, yerba, mi cariño). La relaciones regidas por pactos de
lealtad producen un personaje sin autonomía para decidir o expresar lo que piensa.
Una forma identitaria dependiente de un poder caprichoso, devota de un ser superior.
2. 13. de las casas, de las-convivencias
Dos mujeres en una noche de invierno. Una necesita dormir con la
ventana abierta porque siente que se ahoga, la otra tiene frío.
Está enojada con una compañera. Asegura que es peligrosa. Dice que
está cansada de vivir entre locas, quiere estar con personas normales.
Mientras señala un ventilador de techo metido en una caja, dice:
¡Acá todo está a medias! ¿A medias... cómo? A medias, siempre que-
da algo sin terminar. Al rato, parada frente a la puerta del baño, se-
ñala que no hay luz, que tienen que venir del Hospital para ver. La
enfermera pregunta si no será la lamparita quemada. La mujer res-
ponde: ¡será!
Escuchó que daban viviendas para salir del Hospital. Se presen-
tó diciendo: Yo quiero vivir en una casita, cerca de acá, con ellas tres,
que nos pongan televisión, que nos paguen un sueldito, poner flores,
arreglarla, tenerla limpita.
Una enferma dice que las tienen en casas para, después de mejo-
rarlas, sacarles los órganos.

En la asamblea una mujer no está bien. Alguien explica que no


dan con la medicación. Comentan que está descompensada. La pa-
ciente dice que se siente atontada. De pronto, pregunta: ...y si el Hos-
pital no paga el alquiler de la casa, ¿qué hacemos?
Una enfermera dice: ¡Hay que sacarlas de las casas! Alguien con-
testa: No quieren ni ir hasta la esquina. La primera insiste: ¡Llevar-
las a un cine! ¡A bailar!
Mientras en la casa se discute la internación de su compañera, in-
tenta vender un frasco de dulce a una de las médicas.
Una acompañante, luego de visitar una casa, cuenta que entre las
pacientes arreglan las cosas a golpes. Dice: Espero que no se maten,
que no se lastimen, porque después me van a decir a mí: ¿Cómo vos
no dijiste nada?
Desde que pusieron teléfono en la casa, una de las pacientes no
para de usarlo. Primero me llamó para pedir que le lleve la medica-
ción, después para decir que no tenía dinero, más tarde porque se
quedó sin cigarrillos. El colmo fue cuando me llamó para protestar
por no poder comunicarse con un programa de la televífíón.

B ——————;——].] 1N
“ I"Ll gonte no quiere vivir al lado de un grupo de lo-
manicomio,
1 ua casita arreglada con un local adelante para po-
Arlículos de perfumería y de limpieza... y, así, tener una
hero,

pustaría una casita con una huerta para tener mi verdura.


r que vive en una casa con sus compañeras decide vol-
f Dice que internada está más segura.
rmas protestan por la vigilancia, se sienten viviendo en
Gran Hermano.
para decir que la convivencia es un llamado a la vicisitud.
la enfrentabilidad despierta potencias. O de cómo persiste
ación invisible.
1e podría pensar la convivencia como espacio colisionado. La
N vomo potencia. Una cosa no dicha, a veces, se presentifica co-
e con otro. Chocar es llevarse por delante algo que uno no
Puede ver, no pudo prever. A veces, la colisión con el otro nos sal-
exiraviarnos en un camino sin comienzo ni fin.

mO en las pistas de los autitos chocadores, cada una dibuja su


» Wntán las que dominan su auto y pretenden decidir encuen-
¡ huidas, topetazos. Las que no controlan el volante y son choca-
y lodos lados, sufren accidentes, desvíos no deseados, o quedan
Ajonadas contra un muro, paralizadas, necesitadas de que al-
lon nbra paso. Las que abordan vehículos ajenos, disfrutan per-

anido son ignoradas por todos.

[ una pregunta es cómo pasar de las casas asistidas como re-


o habitacional a una clínica de espacios de conflictividad no

onwi cien años aparecen en Europa propuestas asistenciales alternativas al


urro manicomial. En los setenta se conocen, por mencionar un caso en Barce-
| piños asistidos pensados como estructuras residenciales intermedias. Muy
il e advierte que la convivencia en pequeños grupos es espacio provocador
nflictividad. Conflictividad que, si no se piensa como desorden que hay que
Diganizar, es oportunidad clínica.
— Marcelo Porcin

2. 14. de las familias

Una reunión con familiares. Algunas madres, tres hijas, un hijo


con uniforme de policía, un ex marido, una tía casi ciega, tres herma-
nas, una vecina, un muchacho que viene para acompañar a su novia,
pacientes, integrantes del equipo. Una madre explica que se hizo
cargo de la nieta cuando internaron a su hija. Una muchacha pre-
gunta si a la chiquita le contaron por qué su mamá no estaba con
ella. Una compañera de la casa relata que la mujer quiere ver a su
hija. La vecina comenta que en el barrio viven muchos chicos. Una
paciente recuerda que cuando la internaron le robaron un hijo. El
muchacho que viene para acompañar aclara que él no es su hijo pe-
ro que la entiende. La señora del principio pregunta si hizo mal en
negarse a que la nena viera a su mamá. Otra madre dice que trató
de actuar lo mejor que pudo. Una paciente explica que su familia no
vino, pero que la quieren mucho y nunca la abandonan. El policía
opina que no se reunieron para buscar culpables. La tía cuenta que
ella no se casó porque tuvo que cuidar a su padre. Alguien dice que
crió a sus hijos sola. El ex marido explica algo a una de las herma-
nas de otra paciente. Una voz concluye que hay muchas generacio-
nes implicadas en cada asunto.
De cómo las reuniones con familiares son un puente, un espacio que
se puede cruzar o no, un pasaje que aproxima tanto como separa.
Deleuze y Guattari (1972) advierten apoyados en la experien-
cia de La Borde que “ya no se trata de volver a formar marcos de
adaptación o integración familiary social, sino de instituir formas
originales de grupos activos, la cuestión que se plantea radica en
saber hasta que punto estos grupos de base se parecen a familias
artificiales, hasta que punto todavía se prestan a la edipización”.
Un riesgo de los grupos de convivencia es la familiarización de las
relaciones cotidianas. Pero si ese espacio sortea la tentación, pue-
de servir de lugar de pasaje y opción. Sitio al que se puede volver
(porque no se pierde) mientras las idas y venidas en la difícil co-
nexión familiar%,

36. A propósito, recuerdo, sin olvidar a Pichon Riviére, que García Badaracco (2000)
practica entre nosotros, desde hace más de cuarenta años en el Borda, lo que se
conoce como terapia multifamiliar. Por mi parte, pienso la reunión de familiares
como espacio de conexión. Conectar: hacer contacto entre cosas que, a veces, con-
curren sin relación.
6, de los augurios
|Vamos a ver qué hacen cuando las pacientes se descompensen!
Mientras en sus reuniones discuten, discuten, discuten, las pa-
clontes se tiran de las azoteas.
/Vamos a esperar a que haga un desastre para actuar? ¡Yo no me
voy a quedar con los brazos cruzados!
Los discursos son lindos. Al principio, prometen cambiar hasta el
nire que respiramos; después todo queda en nada. Los que vienen de
nfuera creen que la función empieza cuando ellos llegan. Comienzan
todo de cero.
En mi Sala controlo la violencia sin tantas reuniones: enfermera
que castiga, la castigo.
Trabajo aquí hace diez años, si le digo que vi que alguna pacien-
te mejorara, miento.

Le voy a decir cómo funcionan las cosas aquí: la mano derecha no


sabe que existe la izquierda.
Para no crearles falsas expectativas a las pacientes, conviene que
no tengan ninguna.

Un residente recuerda que pequeñas residencias para pacientes


diagnosticados con psicosis, se emplean desde hace mucho. Mencio-
na que en 1975 comienzan en España los primeros pisos asistidos
para mujeres, organizados por el Instituto Psiquiátrico Femenino de
Sant Boi de Llobregat.
Alguien comenta que especialistas americanos, que estudiaron
una población de enfermos que fueron enviados a Nursing Homes,
concluyeron que esas residencias sólo tienen un valor económico
(cuesta menos mantener a los pacientes en casas pequeñas que en
hospitales inmensos), pero que los resultados son peores. Los hoga-
res en los que viven parecen salas de un manicomio, permanecen en-
cerrados sin tener contacto con la comunidad. Otra voz supo de una
doctora italiana que seleccionó un grupo de personas sin habilidad
social, que no sabían higienizarse, no se vestían de manera adecua-
da, no se alimentaban bien, no se expresaban espontáneamente, no
podían convivir con otros, no tenían trabajo, no conocían el uso del
dinero ni de los transportes públicos. Puso en práctica un programa
rehabilitador con técnicas novedosas. Al año logró que los pacientes:
vivieran como una verdadera familia. Se dividieron las tareas de la
casa, asumieron responsabilidades, establecieron relaciones amisto=
sas y solidarias entre ellos, se integraron con los vecinos, y aprendie=
ron a disfrutar del tiempo libre.
Todo lo que consiguieron en dos años fue externar a cuarenta
mujeres.
Una persona, que trabajó mucho en el psiquiátrico, presagia: Si
ponemos una bomba y las matamos a todas ¿usted piensa que la so-
ciedad lo lamentaría; que los vecinos del barrio echarían de menos
estos muros; que las familias, que las abandonaron, las extrañarían;
que los planes sociales, que no alcanzan para los desocupados y po-
bres sanos, se verían contrariados; que los jueces, tapados de expe-
dientes, se pondrían tristes? No, créame, sólo lo lamentaríamos quie-
nes perdemos un trabajo seguro. El escándalo duraría días, cierto.
Diarios, noticieros, revistas, denunciarían el horror en que vivimos.
Sí, no se lo niego. Ese crimen masivo recordaría las cámaras de gas.
Quizá los nostalgiosos hablarían de las bondades de un encierro pa-
cifico. Pero no, no se engañe, pasados los meses esas vidas no impor-
tarían a nadie. A lo sumo, con los años, con esta historia se harán no-
velas. Nada más.
De cómo muchos esperan que la cosa no funcione. Si sale mal, que-
dan justificados. Si sale bien, se pondría en evidencia que el hospital
psiquiátrico era innecesario. O de los secretos de una memoria insti-
tucional, sus muertos, lastimados, sobrevivientes y enemigos. O de có-
mo las estadísticas personales relatan el desaliento. De cómo resulta-
ría posible matar a las locas encerradas*”.

2. 16. de las pastillas

Una mujer externada escribe una carta a sus compañeras todavia


en el manicomio: Tengan siempre esperanzas de que van a salir.
Cuando salgan, no dejen de creer en Dios ni de tomar la medicación.

37. Roger Gentis (1972) razona que el racismo que sufren los locos hace verosímil la
posibilidad de exterminarlos. Escribió: “Si a lo largo del siglo XIX y en los inicios
del nuestro no se ha recurrido a la eliminación física de los enfermos mentales es,
sin duda, porque el problema no tenía, entonces, una gran incidencia económica.
Por otra parte, el sistema no estaba para este género de bestialidades. Al fin y al ca-
bo, no era totalmente necesario matarlos: bastaba con no verlos”.

—-———-—_——— E
0ra con muchos años de hospital pregunta ¿quién nece-
mediención? ¿la paciente o nosotros? Concluye: A veces me-
W enlmar nuestra angustia, otras para calmar nuestra an-
Anguntia de la paciente, otras por costumbre.
(o una enferma quiere denunciar al equipo por hacer apo-
la droga,
paciontes esperan en fila para recibir conitos con pastillas. En
Balas la medicación es un castigo. A una interna le hicieron
Pantillas que no correspondían. Una mujer quiere saber si es-
(licada de por vida. Algunas piden prestadas pastillas y no las
o Una mujer se descompensó, le pegó sin motivo a una com-
, Alguien asegura que no tomaba la medicación. Las pastillas
Milizan, La medicación es un mensaje: si está mal la suben, si
n /a bajan, si tiene altibajos la mantienen. La medicación es
nuostro de cada día. Cuando las pacientes hablan de no inte-
Ir gus tratamientos, se refieren a no dejar las pastillas.
la dejamos hecha una seda, ironiza el Jefe de sala, dirigiéndo-
la rosidente que viene a visitar a una interna.
A mujer cuenta que en las entrevistas trata de no hamacarse
Ta villa para que no piensen que está enferma, se controla para
Arno quietita.
Tlaco días que no duerme, que no piensa, que no trabaja, que no
6. Cuando no hay lazo posible, viene el zarandeo químico.
Yo no soy agresiva, tomo las pastillas.

Kutas fabulas van para recordar que, entre los griegos el término
wrmakon (misterioso jugo de una planta) se empleaba para decir
ieina, veneno, cosmético. O para señalar que la medicación pue-
Inventar tiempo, a la vez que succionar la temporalidad. O para
Elinguir entre tomar la medicación y estar tomados por la medica-
0n O para decir que la promesa de aliviar el dolor, puede terminar
10 la condición humana.38
— — —
1N /Qué nignifica, si no, la eliminación o promoción química de sentimientos, sensacio-
1100, ¡dons? Una subjetividad sin angustias, miedos, tristezas, apatías ¿no se parece a
Wi humanidad cancelada? Cierto, se busca abrigo y amparo en medio de la tormen-
1. Pero, ¿qué significa un mundo sin turbulencias, sin intensidades, sin recuerdos?
ln riengo: que un programa de externación se asiente en la eficacia de una salida del
¿helorro manicomial envolviendo a los pacientes con modernas membranas químicas.
60 _ Marcolo

2. 17. de la persona de la historia clínica

Versión 1: Cuando se pone violenta es intratable. Se quiso matan


Un hombre la abandonó. Vivia en un cuarto lleno de basura que c
menzó a oler mal. La trajo la policia. Nunca la visitó nadie. Dice qui
le robaron un hijo. No conoció a su madre. En la casa en la que vive,
la cabeza de una compañera traspasó un vidrio. Una enfermera en
contró un cuchillo entre su ropa. Presenta afectos inapropiados, es-
tados de ánimos expansivos, irritabilidad, euforia, ansiedad, agita-
ción, coprolalia. Sus impulsos mal ajustados se combinan con la fra=
gilidad de su persona para controlarlos.
Versión 2: Cuando te ponés violenta sos intratable. Te quisiste
matar. Un hombre te abandonó. Vivías en un cuarto lleno de basura
que comenzó a oler mal. Te trajo la policía. Nunca te visitó nadie. Me
contaste que te robaron un hijo. No conociste a tu madre. En la casa
en la que estás viviendo, la cabeza de una compañera traspasó un vi-
drio. Dicen que vos la empujaste. Una enfermera encontró un cuchi-
llo entre tu ropa. Contás que te cepillás los dientes enojada como si
relataras una pelea, comentás cómo te masturbás a los gritos, dando
todos los detalles delante de cualquiera, te ponés furiosa ante la mí-
nima cosa que te decimos, tenés explosiones de miedo sin que te pa-
se nada, sentís alegrías exageradas, estás convencida de que cuando
vuelvas con tu familia te van a recibir como a una reina, mientras te
estoy hablando, mirás a los costados como si sospecharas un peligro,
no te quedás quieta, parece que tuvieras hormigas en el culo, no po-
dés dejar de decir malas palabras. Me parece que no sabés qué ha-
cer con todo lo que te pasa. Sentís más cosas que las que tu cuerpo
puede resistir.
Versión 3: Al ingresar la paciente se muestra enojada. No par-
ticipa del grupo. Dice que no habla porque no le interesa. Cuando |
viene su compañera se muestra animada. Nunca trabajó. Su ma- |
má muere cuando ella tiene catorce años. La internan porque na-
die puede hacerse cargo. Dice: “Yo estoy internada hoy, vivo inter-
nada ¿porqué me habla en pasado?”. Registra lo que es un traba-
jo. Cuando supo que se podía ir, cambia su carácter, se la ve entu-
siasmada. Está feliz. Tiene conciencia de su internación. Vive la
salida a una casa como un derecho que le corresponde. Se compro-
mete en forma activa, puede incluirse, cada vez más, en los grupos
de trabajo. Se acercó a otras compañeras. Es respetuosa del espa-
cio y los tiempos de los demás.

DS ——]——————————— g
61

1Al ingrosar me pareció que estabas enojada, no par-


mucho del grupo. Me dijiste que permanecías callada
Bmpro ñe habla de lo mismo”. Cuando vino tu compañe-
Imante más, Me conmovió tu modo de contar por qué no
le. Te internaron cuando murió tu mamá. Tenías catorce
tie pudo hacerse cargo de vos. Y, hasta el día de hoy, se-
mada, Una vez me dijiste: “Estoy internada hoy, estuve
NA ayor, vivo internada. No tengo pasado”. Contás tus his-
o intornación como experiencias de mucho trabajo. Dijis-
Ara salir hay que trabajar; entonces, ¡yo voy a trabajar!”.
6N qué significa trabajar. Desde que percibiste que de ver-
le podías ir del hospital, te cambió la cara. Me parece que te
W foliz, Tenés conciencia de qué significa vivir internada.
Idlords que vivir en una casa es tu derecho. Algo que te co-
ponde, Estás comprometida con la propuesta. Cada vez parti-
5 más de los grupos de trabajo. Tenés una relación muy estre-
won tu compañera, pero pudiste acercarte, también, a otras
Sonas. Sos una mujer respetuosa de los espacios y tiempos de
piros,
Aut las historias clínicas (cuando no son sólo escollos administra-
0E 0 documentos legales), también, pueden pensarse como narrati-
E de cabos sueltos. Como relatos de existencias incompletas. Como
Notaciones que testimonian lo que queda fuera del informe. Una
Wholacion sin saber, pero con memoria.

/Cómo pensar una escritura hospitalaria? ¿Cómo se relata una


historia? ¿Qué se registra fuera de las fórmulas establecidas?
JUomo reponer la incertidumbre expulsada en los encuadramien-
lon? ¿Qué nombres dar a una crisis? ¿Crisis? ¿Re-brote? ¿Descom-
pensación? ¿Retroceso? ¿Enloquecimiento? ¿Cómo decir lo que le
with pasando? ¿Está desbordada? ¿Se siente inundada? ¿Sufre
lnn desestabilización?39
La propuesta de un relato en primera persona necesita un comen-
{urio. No se trata sólo de un cambio gramatical. Intenta un giro de la
interlocución. Que la paciente sea, también, destinataria me dispone

1). lEs coherente que quienes razonan que una crisis es consecuencia de un desbalan-
co químico indiquen equilibrar el organismo trastornado precisamente con quími-
cos. Muchos términos que se utilizan como hábito para describir situaciones de sub-
jetividad se corresponden mejor con narrativas neurobiolégicas del sufrimiento.
de otro modo. Me llena de precaución, respeto, dudas, preguntas,
problema radica en la voz abstracta y omnisciente de la tercera
sona. ¿Qué sucede al escribir en primera persona? No se esconde
lo que se está diciendo pertenece a quien lo dice. La primera pers
atrae la atención sobre el autor. Recuerda que su punto de vista,
observación, su perspectiva, son parciales. Ofrece una idea para ú
recibida no incondicional. Una exposición que no se disimula. Ul
opinión que no se oculta detrás del invisible dominio de la ciencia.
primera persona permite apelación. Pone en cuestión la idea de
tamen único, neutral, objetivo. La primera persona trastoca el ordei
de los documentos institucionales. Denuncia que toda decisión clíni
ca se autoriza en una conjetura insegura.
De lo que se concluye que, a veces, importa más el proceso de cons-
trucción de la historia que la historia misma.
Sin embargo, el empleo de la primera persona no es suficiente, ni
alcanza, ni es la única manera de sacudir el ideal irrefutable de las
opiniones consagradas. La primera persona podría tener un desvío
sentimentalista e infantilizado. No se trata de remplazar un tono as-
cético y anónimo por otro más familiar o escolar.

La pregunta sobre cómo escribir en historias clínicas repone el


problema de lo singular. La necesidad de imaginar una escritura que
recree condiciones de una experiencia única.

2. 18. del trabajo de las locas

Parecen adornos. Poses para fotos. LasChicas que venden dulces,


se pasan horas sentadas del lado de afuera del portón exponiendo
sus frascos sobre una mesita; las del puesto de flores a unos metros,
pegaditas al muro, esperando junto a unos cuantos ramos y a una
decena de plantas medio secas.
Necesita hacer algo, tener la cabeza ocupada.
No me importa la convivencia con mis compañeras, ni me dan
miedo los ataques que, de última, se me pasan... sólo me preocu-
pa no tener trabajo, un sueldo seguro, saber que voy a cobrar to-
dos los meses.
De cómo el trabajo no importa tanto como ocupación o pasatiem-
po sino como lazo social a través del dinero, como oportun¿:iad para
won otros, como posibilidad de inventarse uno mismo
'
e

la revelación en la granja
N veinticinco huevos por semana. Los trabajos en la huerta
uron hace poco. Se crían ponedoras. Las gallinas hacen lo que
- Una de las pacientes de la cooperativa roba para vender
barntos. Una de las enfermeras le compra. El coordinador del
1, UN tipo que puso el director del hospital, dice que la pacien-
Conila tratamiento.
como algunos imaginan la psicología como sanción, disciplina-
Nto, esclarecimiento de todo.
Trabajo no se piensa como actividad para llenar el día. Traba-
10 sólo se opone al abandono, la apatía, la pasivización de los
IMurolópticos o la desaparición de los que permanecen sin hacer
ñin. No se reduce a la creación de un ambiente activo, solidario,
pular
I'rabajo significa espacio de conflictividad declarada. Potencia
ilinponible que se hace cuerpo como intensidad vivida ante un tes-
Ligo. El testigo es el otro de la conflictividad: los otros de la gran-
n, el coordinador, la idea de cooperativa, los clientes, el resto de
Irabajadores del hospital. Una conflictividad declarada espera
palabras.
El grupo no interesa, ahora, por sus dinámicas, simpatías, conspi-
raciones, espejos. Importa como límite. El otro más allá, fuera de al-
cance, testigo que está en otra parte. El otro garante de una palabra
insegura que hace que tenga que afirmarme en el decir, en el hacer,
en el testimonio.
Trabajo como experiencia de palabra. Espacio de transformacio-
nes que hablan. La inactividad es abstinencia de la palabra. Traba-
jo tejido de proximidad, de distancias, puente que une tanto como se-
para. Trabajo como despereza social. Como conexión mediada por las
gallinas, el mundo, el dinero.

40.A principios de 1900, Domingo Cabred propone estimular la actividad laboral res-
ponsable de los internados. Imagina una colonia de enfermos operarios. Sostiene
que cada alienado que trabaja tiene que cobrar una retribución.
64 — Marcelo Porcia

Trabajo, también, como deliberación. Experiencia decidida con


otro. Ejercicio de palabra tomada con los, muchos, otros que intervie-
nen en un asunto. Responsabilidad que se compromete con un seme-
jante frente a un tercero. Responsabilidad no como suma de deuda,
culpa, ganancia. Responsabilidad como caída de un sujeto. Como pa-
labra que cuenta.
Las psicosis necesitan celebrar contratos. Acuerdos de palabra
custodiados por otro que está de más para que no seamos uno me-
nos. Trabajo como regulación que no depende de un capricho, pacto,
favor. El favor es un beneficio que somete, un privilegio que atrapa.
En su gracia abreva el goce.
Un robo hace estallar algo. No se trata de patrocinar enfermos. En-
volverlos de la protección de un poder ajeno. Una especie de patronato.
Trabajo, entonces, como circunstancia de deliberación. Experien-
cia de decisión en estado de conflictividad. Trabajo como palabra que
decide relaciones diferentes entre iguales41.

2. 20. de la intervención en la comunidad

Dos pacientes externadas y una desconocida. La mujer desconso-


lada junto al andén en la estación Témperley. Una de las pacientes
le dice que llorar hace bien. La otra agrega que nadie le va a devol-
ver lo que le robaron, pero que no pueden sacarle su nombre si ella
sabe quien es.
De donde se observa que no se trata tanto de reinsertar al enfer-
mo en sociedad como de reponer, en la vida social, un lugar para la
palabra.
No se trata de que pacientes externadas se ajusten al medio. Tam-
poco que se sometan a sus imperativos. La vinculación social tiene la
forma de la satisfacción y de la insatisfacción, de la ternura y de la
violencia. No debería pensarse la discapacidad como cualidad de las
psicosis sino como condición del mundo social42.

41. Dulce Suaya (2000) diseñó, entre nosotros, lo que denomina Historia Vital Labo-
ral. En estos años, trabajó con este instrumento en las experiencias que iniciamos
en los hospitales Esteves, Cabred y Korn.
42. Esta afirmación se encuentra de otro modo en Willy Apollon, Danielle Bergeron,
Lucie Cantin (1990), fundadores del centro “388” de Quebec.

———-————r'
wobre la fortuna
A porsona que trabaja en el hospital leyó que un especialistn
relorma psiquiátrica italiana dijo que, según la Organización
Miinl de la Salud, el uno por ciento de la población del planeta su-
roblemas mentales graves. Hizo cálculos: Si, por ejemplo, en la
ad de Buenos Aires viven más de tres millones de personas, se
Bidera que treinta mil están enfermos. ¿Cuántos se internan en
Apitales psiquiátricos? Supongamos: entre hombres, mujeres, ni-
M, vigjos, exagerando, seis mil. Entonces: ¿dónde viven los veinti-
utro mil que faltan? ¡Andan sueltos por ahí... se las arreglan como
don... sobreviven...! El especialista también dijo que a los mani-
womios no llegan los más enfermos o peligrosos, sino los que no tie-
non fortuna.
La fábula muestra que, muchas veces, no hacer nada es una forma
e evitar lo peor.
La expresión “Por fortuna no me encerraron en un manicomio”
ununcia que el sujeto en cuestión tuvo suerte o que cuenta con dine-
10, respaldo familiar o con gente que lo ayuda.

1. 22. de la edad del agasajado

Festejan su cumpleaños en la reunión de equipo. Lo sorprenden


con una torta. Se los escucha cantar desde afuera. Cuando salen, una
paciente quiere saber a quién estuvo dedicada la fiesta. ¿Cuántos
cumple?, le pregunta la mujer. Cuarenta y siete, responde el agasa-
jado. ¡Qué casualidad, continúa la mujer, también yo cumplo hoy
cuarenta y siete! No los parece, dice por gentileza el agasajado. Sí...
yo creo que a mí me anotaron mal, si no cómo se explica, reflexiona
la mujer. El agasajado duda. Capaz que a usted también lo anotaron
mal, continúa la mujer. Capaz..., repite el agasajado. Seguro que nos
inscribieron antes de nacer... ¿no le parece?, agrega la mujer. Y... pue-
de ser, concede el agasajado.
Así ocurre que, ante la insensible crueldad del tiempo, a veces no
hay mejor verdad que el absurdo.

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