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“Me busco y no me encuentro”, de Josefina de la Torre

Me busco y no me encuentro.
Rondo por las oscuras paredes de mí misma,
interrogo al silencio y a este torpe vacío
y no acierto en el eco de mis incertidumbres.
No me encuentro a mí misma.
Y ahora voy como dormida en las tinieblas,
tanteando la noche de todas las esquinas.
Y no pude ser tierra, ni esencia, ni armonía,
que son fruto, sonido, creación, universo.
No este desalentado y lento desgranarse
que convierte en preguntas todo cuento es herida.
Y rondo por las sordas paredes de mí misma
esperando el momento de descubrir mi sombra.

[Contextualización del autor y la obra en su época y movimiento. Contextualización de


la obra en la producción de la autora y relación del texto seleccionado con dicha obra]
Josefina de la Torre (Las Palmas de Gran Canaria, 1907-Madrid, 2002) destacó
como cineasta, actriz, cantante lírica y, sobre todo, como escritora, especialmente como
poetisa. No debe sorprendernos esta condición polifacética pues formaba parte de una
familia grancanaria de enorme importancia en el mundo del arte y de las letras: era
hermana del escritor y cineasta Claudio de la Torre, prima del pintor modernista Néstor
Fernández de la Torre, sobrina del barítono Néstor de la Torre Comminges y tía del
pintor Manolo Millares Sall y de los poetas Agustín y José María Millares Sall.
Si bien en sus inicios asume la influencia del modernismo canario, pronto se le
vincula a las corrientes vanguardistas y al grupo de poetas de la llamada generación del
27, a los que conoció en Madrid, ciudad donde pasó buena parte de su vida. De todas
formas, aunque su lenguaje sencillo y cercano a la expresión popular se parezca al de
Salinas, Alberti y Lorca, la voz de Josefina de la Torre resuena singular e intimista y
apenas puede compararse con la de otros autores contemporáneos. Por ejemplo, desde
una angustia existencial (que recuerda a la de los modernistas) busca la verdad absoluta
y mantiene la condición insular como permanente seña de identidad (recurre una y otra
vez al poder evocador de los paisajes de las islas).
El conjunto de su obra literaria no es muy extenso y en el mismo destacan
particularmente sus cuatro poemarios, algunas piezas destinadas al teatro y algunos
relatos breves. Su primer libro, Versos y estampas (1927), prologado por el poeta del 27
Pedro Salinas, contiene poemas en prosa y poemas en verso caracterizados por la
sobriedad y la contención. En el segundo, Poemas de la isla (1930), vuelve a expresarse
con un lirismo concentrado, lleno de delicadeza. El tercero, Marzo incompleto (1968)
reúne poemas escritos desde antes de la guerra en los que reflexiona sobre grandes
temas universales, algunos desarrollados en tono grave e incluso un tanto trágico,
siempre en torno a la fuerza sugestiva de la memoria y a los interrogantes sobre el
misterio de la vida, la soledad, el destino, los sueños incumplidos, etc. (a esta obra
pertenece “Me busco y no me encuentro”). Por último, en el cuarto poemario, Medida
del tiempo (1989), se recogen diferentes composiciones escritas entre 1940 y 1982.
[Análisis de los temas presentes en el texto, así como de las ideas de la autora]
El tema esencial de este poema es el de la insatisfacción, sugerida desde el
principio: la autora se busca a sí misma infructuosamente, incapaz de encontrarle un
sentido claro a su vida. El dolor sereno, característico de Marzo incompleto, se
concentra en este poema ahondando en algo que siempre torturó a Josefina de la Torre:
la frustración por no poder ser madre, la falta de un hijo deseado, símbolo de lo
imposible para una mujer que anhela la plenitud (“Y no pude ser tierra, ni esencia, ni
armonía, / que son fruto, sonido, creación, universo”).

[Justificación del carácter literario del texto: recursos estilísticos, simbología, género,
elementos métricos y de estrofa, relaciones con la tendencia o movimiento literario]
Vemos cómo el yo del poeta se canaliza rítmicamente con el reiterado uso de formas
verbales en primera persona y en presente de indicativo al comienzo de varios versos
seguidos: “busco” (v. 1), “Rondo” (v. 2), “interrogo” (v. 3), “no acierto” (v. 4),
“encuentro” (v. 5), “voy” (v. 6). Aquí hay, en cierto modo, un intento de paralelismo
sintáctico y, a la vez, de enumeración. También encontramos un efecto rítmico con la
aliteración del sonido “r”, repetido en los verbos “Rondo” (v. 2), “interrogo” (v. 3) y
“acierto” (v. 4), lo que le da fuerza al arranque del poema. Llama la atención, por otra
parte, el recurso del polisíndeton en el verso 8: “tierra, ni esencia, ni armonía”; y del
asíndeton en el verso 9: “fruto, sonido, creación, universo”.
En el plano semántico o de significado, destacan algunas metáforas: “oscuras
paredes de mí misma” (v. 2: el alma o el espíritu triste de la poeta); “tinieblas” (v. 6:
incertidumbre, tristeza); “noche de todas las esquinas” (v. 7: tristeza en toda su vida
interior); “tierra”, “esencia”, “armonía” (v. 7: fecundidad); “fruto”, “creación” (v. 8:
hijo); “herida” (v. 11: dolor). Además, hay una personificación y al mismo tiempo un
encabalgamiento en la frase “este desalentado y lento desgranarse / que convierte en
preguntas todo cuanto es herida” (versos 10 y 11).
La simbología clásica presente en estos versos tiene que ver con el concepto de
‘naufragio personal’, ‘inseguridad’ (“tinieblas”, “noche”) y con el de ‘fecundidad’
(“tierra”, v. 8, “fruto, sonido, creación, universo”, v. 9).
Todos estos rasgos demuestran que el texto es un poema y que por tanto pertenece al
género de la Lírica. A primera vista se aprecia la función poética en tanto que está
escrito en verso y exterioriza los sentimientos y las emociones del yo poético; de ahí
que, al mismo tiempo, destaque el uso de la función expresiva, remarcada con el uso de
la primera persona del verbo: “busco” (v. 1), “encuentro” (vv. 1 y 5), “rondo” (vv. 2 y
12), “interrogo” (v. 3), “acierto” (v. 4), “voy” (v. 6), “pude” (v. 8). También están los
pronombres personales de primera persona: “me” (vv. 1 y 5) y “mí” (vv. 2, 5 y 12), y
los determinantes posesivos “mi” y “mis” (vv. 4 y 13).
Comprobamos cómo en “Me busco y no me encuentro”, partiendo de un molde
clásico, se busca la libertad expresiva mediante la ruptura de la métrica tradicional y la
combinación de imágenes e ideas intuitivas. Los cinco primeros versos parecen
conformar una lira, pero con una innovadora alternancia de heptasílabos (versos 1 y 5) y
alejandrinos (versos 2, 3 y 4). Del sexto hasta el final, el poema avanza con versos
alejandrinos agrupados en dísticos o pareados, pero sólo hay rima (asonante) entre los
versos 7, 8, 11 y 12. El resto lo conforman versos blancos, es decir, sin rima.
Este poema genera su propio código de comunicación con imágenes
extraordinariamente poderosas y misteriosas que fuera de los versos no tendrían la
misma capacidad de sugerir sensaciones y emociones íntimas en el lector. Guarda
relación con dos corrientes, la una literaria y la otra de pensamiento, que influyeron en
la vida y en la obra de Josefina de la Torre. En primer lugar, vemos huellas de la
estética de la generación del 27, a la que perteneció la autora canaria. En segundo, hay
elementos que recuerdan al pensamiento existencialista europeo del medio siglo.
La estética del 27 aflora con la claridad y fluidez expresiva, así como con las
imágenes originales y cerebrales. En este sentido, la metáfora es esencial para sostener
el poema (en “Me busco y no me encuentro”, el propio “yo” de la autora aparece
identificado con una vivienda oscura y vacía, con paredes desnudas, que ella misma
recorre a tientas). Algunas imágenes, de enorme belleza y significación, adquieren valor
simbólico, como “tinieblas” y “noche” (representan la tristeza y la incapacidad del ser
humano para verse a sí mismo tal como es), “tierra”, “armonía”, “fruto”, “creación”,
etc. (simbolizan la fecundidad, la fertilidad femenina).
Por otra parte, se presenta también la visión pesimista del existencialismo (que se
impone después de la devastadora experiencia de la guerra). Los existencialistas se
centraron en el análisis de la condición humana, las emociones y el significado de la
vida. Sostenían que el punto de partida del pensamiento debe ser el individuo y sus
experiencias subjetivas. Sobre esta base, consideraban que la moral y la ciencia no
bastan para entender la existencia humana. Sus grandes preguntas son: ¿qué sentido
tiene la vida?, ¿para qué o por qué existimos? y ¿es posible la libertad total? Josefina de
la Torre está influida por esta corriente, y por eso sus versos se potencian con metáforas
y personificaciones que transmiten la idea de búsqueda interior y el sentimiento de
desencanto (“este desalentado y lento desgranarse / que convierte en preguntas todo
cuanto es herida”).

[Relación de la obra con el tema]


[Exposición y argumentación del alumno a partir del tema propuesto]
[Conclusión y cierre textual]

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