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El poema «Me busco y no me encuentro» corresponde al género lírico, caracterizado por

el tema íntimo que expresa la poetisa: ésta se encuentra en un momento de desasosiego


espiritual, en el que se busca y no logra encontrar la paz ni la satisfacción personal.

Este poema forma parte de su tercer poemario Marzo incompleto (1968), que incluye
poemas escritos entre 1930 y 1936. Se trata de un libro íntimo, aunque con un tono más
trágico que los anteriores. Se plantean en él temas como el paso del tiempo, la memoria, la
evocación, los interrogantes sobre el misterio de la vida, la soledad y el desasosiego.

Josefina de la Torre nace en las Palmas de Gran Canaria en 1907 en el seno de una
familia burguesa de intelectuales, su hermano Claudio de la Torre recibió el Premio
Nacional de Literatura en 1923. A la edad de veinte años viajó a Madrid con su hermano
donde dio clases de canto en la escuela Dahmen Chao y, además, participó en varias
revistas literarias como España (1915), Verso y prosa (1927), La gaceta literaria (1927),
Azor (1932) y Alfar (1923). En el año 1927, Josefina publica su primera obra literaria,
Versos y estampas con prólogo de Pedro Salinas. Dos años más tarde publica Poemas
de la isla. Con el estallido de la Guerra Civil vuelve a las Palmas de Gran Canaria y junto
con su hermano y esposa fundan la colección La novela ideal, donde escribe bajo el
seudónimo Laura de Comminges novelas de amor. Concluida la guerra vuelve a Madrid y
debuta como actriz del Teatro Nacional María Guerrero en 1940, al parecer la represión
franquista, que había disuelto a los poetas del 27, le haría declinarse más por la actuación
y dejar, un poco, de lado la poesía. Con todos estos acontecimientos, en 1946, funda una
compañía teatral, junto con quién años más tarde sería su marido, llamada la “Compañía
de Comedias” de Josefina de la Torre. Años más tarde, con el nuevo siglo, se le reconoce
su labor en la literatura española, en el 2001 se crea una exposición en su nombre Los
álbumes de Josefina de la Torre:

Nos encontramos ante una poetisa que se inscribe dentro de la Generación del 27
caracterizada por representar una voz singular, personal y compacta, creadora de una
poesía íntima y rica en vivencias personales. Estéticamente estableció estrechos vínculos
con la corriente vanguardista hispánica de la primera mitad del siglo XX, con la denominada
poesía pura juanramoniana y, particularmente, con la obra de algunos de los poetas más
representativos de la Generación del 27 (Salinas, Guillén, Lorca, Alberti...), con los que,
en el caso de algunos, tuvo una cercana amistad. De este modo, comparte con ellos, el
gusto por la sencillez formal, el lirismo interior, un lenguaje en ocasiones cercano a la
expresión popular y las innovaciones vanguardistas. Pero también Josefina se dejó
contagiar del aliento isleño de grandes poetas grancanarios como los modernistas Alonso
Quesada, Saulo Torón y Tomás Morales.

El tema del poema expresa el desarraigo de sí misma. La autora busca un sentido a la vida
y se siente perdida, rodeada de oscuridad; se interroga constantemente y no halla la
respuesta que busca. Un sentimiento de insatisfacción consigo misma es el motivo que la
impulsa a expresar de un modo tan trágico su estado personal. El tema viene expresado, de
forma reiterativa, en el título y en los versos uno y cinco. El momento vital que experimenta
la poetisa en la época de este poema y de este libro es cuando siente frustrados sus deseos
maternales. No pudo tener hijos y este hecho marcó un momento decisivo en su creación,
que llegó a ser una constante en este «Marzo incompleto».
Esta frustración personal la vemos reflejada en versos como “Rondo por las oscuras
paredes de mí misma”; o en los versos 8 y 9: “yo no pude ser tierra, ni esencia, ni armonía,
/ que son fruto, sonido, creación, universo”. Se trata de una preocupación de carácter
existencial, pues la poetisa se siente frustrada por su incapacidad de ser mujer, entendida
como mujer portadora de vida, creadora de vida y de permanencia en el tiempo. Y este
tema lo continúa hasta el final, de forma obsesiva, lo que nos da idea de la terrible angustia
que debió sentir en ese momento de su vida.

En cuanto a la estructura del texto, podemos dividirlo de la siguiente manera:

• Del primer al quinto verso la autora expone el tema anteriormente dicho de manera
íntima, ese intimismo recuerda al romanticismo de Bécquer y a Rosalía de Castro.

• El segundo bloque se encuentra desde el sexto al penúltimo verso donde la autora


expresa su frustración por no poder ser una mujer creadora de vida.

• A continuación, en los dos últimos versos del poema retoma la idea inicial, la búsqueda de
sí misma pero ahora con un ligero optimismo que pudiera ser solo un espejismo, un milagro
imposible de cumplir, “y rondo por las sordas paredes
de mí misma// esperando el momento de descubrir mi sombra”

Métricamente, se trata de un poema de 13 versos, en los que se combinan versos de 7


(heptasílabos) con versos de catorce sílabas (alejandrinos). Los heptasílabos sólo son dos
versos (1 y 5); el resto responde al verso alejandrino.

En cuanto a la rima se observa que hay cinco versos que aparecen sueltos dentro del
conjunto. Vemos, por tanto, que el poema no responde a ninguna estrofa conocida, aunque
los cinco primeros versos nos recuerdan a la lira, por su combinación de heptasílabos y
endecasílabos.
Por un lado, gracias al apoyo de los versos alejandrinos, unidades extensas con las que la
autora, en algunos momentos, parece querer estar más cerca de la prosa que del propio
verso; por otro lado, con la ayuda del empleo reiterativo de algunos recursos estilísticos.
El carácter literario del texto es notorio. El poema viene marcado por numerosos recursos
estilísticos que potencian en el poema la desconcertante y desmedida situación vital de la
poetisa. Así encontramos:
• las personificaciones, las cuales atribuyen cualidades humanas a animales o cosas,
interrogo al silencio y las sordas paredes, con la intención de expresar que no
obtiene respuestas a sus incertidumbres.
• Se usa también el hipérbaton, el cual altera el orden de una frase, “no este
desalentado y lento desangrarse”
• Observamos una enumeración, es decir una exposición sucesiva de términos,
“tierra, ni esencia, ni armonía”, “fruto, sonido, creación y universo”.
• También consta de numerosas metáforas, como “rondo por las oscuras paredes
de mi misma”, en las que en realidad plasma sus largas reflexiones consigo misma
en una imagen sencilla y clara, una habitación dentro de ella: “oscuras paredes”,
“torpe vacío”, “eco de mis incertidumbres”, “la noche de todas las esquinas”,
“sordas paredes”
• Resalta la antítesis en el primer verso, “me busco y no me encuentro”,
que refleja el vacío de la autora que trata de entender y no encuentra respuesta para
sus inquietudes.
• Las comparaciones, “y ahora voy como dormida en las tinieblas”, en la
que trata de describir su estado de aflicción total.
• El polisíndeton, “y, ni” y el asíndeton- del verso
siguiente: fruto, sonido, creación, universo parecen evocar la reivindicación del
hijo anhelado.
• El uso epítetos: “oscuras paredes”,
“torpe vacío”, “desalentado y lento desgranarse”, “sordas paredes”. Todos ellos
con claras connotaciones de soledad, frustración y tristeza.

• paralelístico e hiperbólico: “me busco”, “rondo”,


“interrogo”, “no acierto”, “no me encuentro”.

• La aliteración de la consonante /r/ dota de especial sonoridad estos versos iniciales.


A partir de ahí, los pareados parecen querer detenerse a explicar más detenidamente
la situación.

En el aspecto morfo-sintáctico destacamos en primer lugar los sustantivos que son de


carácter abstracto la mayoría, los cuales ayudan a Josefina a potenciar el desasosiego que
le supone su mundo interior.

El empleo del adverbio ahora (v. 6), con los gerundios que
insisten en la permanencia de la desazón: tanteando (v.6), esperando (v.13) y con el verbo
en pasado no pude (v.8) La autora se pregunta continuamente el porqué de su dolor, lo cual
acrecienta la pena que la circunda.

El tipo de oración que se utiliza en el poema es simple, mayoritariamente; hay, además,


coordinadas copulativas y dos oraciones subordinadas adjetivas.
Tienen estas estructuras oracionales una finalidad reiterativa, obsesiva por parte de
Josefina de alcanzar su objetivo, que es la serenidad, la paz, el sosiego de su “yo” más
íntimo
En cuanto al plano léxico-semántico, podemos decir que no se trata de un léxico
rebuscado, sino sencillo, sin complicación; un léxico que se sitúa en un nivel estándar de
la lengua; no quiere ello decir que estemos ante un texto pobre y carente de riqueza
estética, pues el valor literario del texto reside, sobre todo, en la combinación de sus
elementos y en el uso abundante de las figuras retóricas, entre otros recursos. El valor
connotativo del lenguaje es alto; el léxico fluye cargado de significaciones metafóricas que
giran en torno a un mundo de pesadumbre, dolor, angustia, desasosiego e, incluso, misterio.
El espacio es una constante intrínseca en el poema, pero se trata de un espacio interior,
metafísico. La autora realiza una búsqueda metafórica de su yo más íntimo por las
esquinas, las paredes de su ser, tanteando, rondando entre la oscuridad, sin hallar aquello
que busca.

A modo de cierre, debemos afirmar que este poema, altamente literario, es un magnífico
ejemplo de lo que significó para las letras hispánicas la figura de la canaria Josefina de la
Torre. Sabemos que «Marzo incompleto» es el tercer viraje poético de Josefina de la Torre
y supuso un cambio más trágico en el tono de sus libros anteriores. Muestra un estado de
abandono y desorientación existencial y sabemos que el tema principal del poemario es su
miedo a la soledad y a la muerte.
Este poema refleja un momento especialmente dramático en la vida de la autora: su
frustrada maternidad. Este hecho conduce a la poetisa a preguntarse constantemente sobre
sí misma, pues la vida para ella parece que ha perdido todo sentido: le pregunta al silencio
y emprende su búsqueda entre tinieblas y a ciegas; ilusoriamente creemos que a la poetisa
le queda al final un hálito de esperanza, pues sigue esperando ese momento mágico que
ilumine su vida, pero se trata sólo de un espejismo de su sombra. Con ello, encontramos
reminiscencias del romanticismo intimista de Bécquer o Rosalía de Castro.

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